Disclaimer: Assassin's Creed no me pertenece sino a Patrice Desilets. Solo escribo esta historia por admiración a esta obra.

Advertencia: Eutanasia. Spoiler de Assassin's Creed III


"Duele, Juno" es lo que intentaba decir, pero hace tiempo que había perdido la capacidad de hablar. Solo la veía frente a aquellas computadoras, tratando de salvar su vida. Una vida que ya hace tiempo él mismo dio por pérdida.

Entonces, repentinamente, se acercó a la prisión en la que se ha convertido su cuerpo y lo abrazó, llorando. Él sabía lo que va a hacer. Lo sabía, y aun así no puoe evitar sentirse aliviado. Sobre todo al saber que sus últimos momentos en este mundo sería en los brazos de su amada.

Es en ese momento en el que siente un puñal en su corazón y todo se vuelve negro…

Abre los ojos. Por primera vez en su vida se ve despojado de la seguridad del útero materno y obligado a usar sus propios pulmones para vivir. El primer trago de aire es frío. Empieza a llorar.


Desde pequeño sabía de su condición privilegiada entre los demás humanos. Jamás se vio obligado a arrodillarse ante aquellos seres considerados dioses por muchos. Siempre estuvo bajo el cuidado de Juno desde que tenía edad para recordar.

Con el tiempo él fue creciendo, estando consciente de que su ciclo de vida era muy inferior al de aquellos que lo rodeaban pero repentinamente empezaba a sentirse demasiado bien en compañía de Juno. Al principio creyó que era solo por el hecho de que hecha parecía sentirse igual al verlo por alguna razón. Nunca se había preguntado el porqué de que ella siempre se viese feliz al verlo, porque siempre lo defendía si alguien lo veía pasearse por las instalaciones de Edén en algún lugar que (según la Primera Civilización) no podían haber "criaturas inferiores".

Lo único que sabía de aquella sensación es que fue esa la que lo llevó ante Juno aquel mismo día.

—Hola, Aita. —dijo aquella que siempre había estado a su lado, volviéndose al oír el ruido de las puertas automáticas al deslizarse cuando él entraba en la habitación.

—Hola, Juno. —le saludó Aita. No pudo evitar esbozar una sonrisa al decir su nombre.

—Te ves feliz ¿Algo en especial?

Él no sabía que decir…

Pero ambos sabían que no era necesario hablar cuando los labios de Aita se posaron en los de Juno.

Él esperó que ella lo rechazase. Ella siempre había sido buena con él, pero no creía que sintiese lo mismo que él siente por ella. Ella era una diosa, se merece algo mejor que él, un simple mortal cuyo único derecho de nacimiento era el de servir a aquellos seres celestiales.

Aun así ella corresponde su beso, no sabe porque, pero lo hace y eso es lo que importa.

Cuando se separan ella lo miró. Estaba sonriendo.

—He esperado este día desde el momento en el que llegaste a este mundo. —dijo sin dejar de sonreír. Él sabía que, viniendo de una criatura tan maravillosa como ella, aquel comentario no puede ser sino literal.

Ambos se sientan y ella empieza a contarle la historia detrás de su nacimiento… O mejor dicho, renacimiento.

Al final él ya se siente menos confundido y más feliz. Sobretodo feliz, sabiendo que Juno ha sido suya desde incluso antes de nacer.

Y sabiendo que tendrían la eternidad para amarse…