Narra Bella
Me temblaban los dientes y mis manos las coloqué en los bolsillos de mi chaqueta con capucha, mientras que la capucha mantenía el viento fuera de mi cuello y espalda. Habían pasado casi 16 horas desde que me fui y había aterrizado por fin en el único lugar que había querido estar durante estos últimos 5 años de mi vida, Nueva York.
Me aferré a las dos maletas que había traído para salvar mi vida y en cuanto salí del aeropuerto, me senté en un banco de madera. Varios nombres de visitantes fueron escritos en ella con un marcador permanente. La gente caminaba a mi lado en lo que parecía ser un millón de kilómetros por hora. Y los coches se movían muy rápido. Todo lo que podía hacer era mirar y morderme el labio inferior. Parecía que un millón de pies pasaban por encima de mí. Yo nunca en mi vida me había sentido tan pequeña.
No planeé ir tan lejos. Nunca pensé que llegaría tan lejos sin que me descubrieran. Y ahora no tenía a dónde ir, no conocía a nadie, y no tenía idea en lo que me había metido. Pero estaba segura que volver no era una opción.
"¡Hey! ¿Necesitas ir a algún lugar?" Un taxista me dijo desde la acera.
Yo asentí con la cabeza rápidamente y recogí mis cosas tan rápido como pude antes de ir al auto.
"Gracias". Suspiré mientras cerraba la puerta del auto.
"Sí, sí." Gruñó, "¿Adónde tienes que ir?"
"Uh, puede recomendarme un buen lugar para comer." Di instrucciones, totalmente insegura.
Se detuvo un momento antes de reírse, "Está bien, cariño."
Tenía la sensación de que el dar al taxista la libertad de llevarme a donde quiera era una
mala idea.
"Así que… ¿Es esta la primera vez que vienes a Nueva York?" me preguntó casualmente, mirándome a través del espejo retrovisor.
"Sí, algo así... estuve aquí una vez cuando era muy pequeña, pero no creo que eso cuente." Le expliqué y miré por la ventana del auto los edificios.
"¿Qué te trae por aquí esta vez?" Cuestionó él.
Dudé con mi respuesta por un momento "sólo estoy en busca de un cambio en mi vida." Me encogí de hombros.
"Ah, todos necesitamos de vez en cuando un cambio en la vida." Añadió pensativo.
El resto del trayecto hasta mi destino estaba en silencio entre los dos, el único sonido era el de la estación de radio.
"Aquí es." El taxista anunció cuando detuvo el auto en un lugar que parecía un restaurante de los años 50 ''Pam nunca dejará de ser uno de los mejores restaurantes. Abre las 24 horas del día, los 7 días de la semana."
"Lo tendré en cuenta" asentí, le di las gracias y pagué.
Bajé mis maletas del auto y cerré la puerta. Miré hacia el restaurante y me di cuenta que estaba bastante ocupado, incluso a las once de la noche.
Al entrar, sonó una campana y una mujer de mediana edad, con el cabello rojo y sus labios pintados de un rojo intenso que hacían juego con el color de su esmalte, llamada "Pam" me miró y me sirvió una taza de café.
"Yo voy a atenderte''. Sonreí y dejé escapar un suspiro y mi cuerpo empezó a calentarse. Ella me indicó una mesa para sentarme y coloqué mis maletas debajo de la mesa.
"Es una noche fría afuera." Dijo la camarera cuando se acercó a mí.
"Sí, lo es." Dejé escapar una pequeña risa.
"¿Necesitas un minuto para decidir lo que quieres?" Ella me preguntó con una sonrisa.
"Uh, quiero una hamburguesa con queso y papas fritas" le di mi orden cortésmente.
"Claro, cariño." Ella me guiñó un ojo y anotó mi pedido en su libreta. Ella se volteó y fue a la cocina.
La campana del restaurante volvió a sonar y corrí mi mirada para ver al recién llegado.
Era alto y delgado, con jeans ajustados negros, una chaqueta de cuero negro y una sudadera con capucha gris debajo de él, la capucha escondía un poco su cara. Había algo en esa persona que me dejó incapaz de quitar mis ojos de él. Él se sentó en una mesa, sin prestar atención a nadie el restaurante.
La camarera salió de la cocina, sosteniendo un plato blanco en cada mano.
"Aquí está tu comida, solo dime si necesitas algo mas." Sonrió y fue a atender al chico que recién llego.
Me tomé el tiempo suficiente para comer, por lo que seguro no tendría que salir tan rápido e ir un lugar poco familiar.
Con el estómago lleno y el calor que me rodeaba, mis párpados empezaron a cerrarse lentamente. Y lo más duro era que había tratado de conciliar el sueño por tanto tiempo que ya no podía luchar contra él.