Capítulo 29: Desafío suicida
El impacto había sido raudo y potente. A decir verdad, no creyó alcanzar a reaccionar con el suficiente tiempo para saltar de la avioneta antes que ésta chochara contra el barco de carga y provocara tal explosión. De hecho, nunca imaginó que arrastraría a la azabache consigo para intentar salvarla junto con él. Todo había sucedido tan rápido que ni siquiera lo pensó. Antes de darse cuenta de sus propias acciones, había abrazado instintivamente a la mujer y la había aprisionado debajo de su cuerpo, protegiéndola de la onda expansiva y del fuego.
Grave error.
Su espalda había recibido un gran daño y por el grado de dolor que estaba sintiendo, podía jurar que su piel y su carne se habían deshecho con la intensa descarga calórica. Con suma dificultad se alzó temblorosamente sobre sus sangrantes antebrazos y descendió la mirada, encontrándose con el hermoso rostro de su prisionera a pocos centímetros del suyo. Sus grandes y expresivos ojos chocolates se alzaron inseguros hacia él, reflejando en ellos temor y angustia. Estaba claro que estaba perturbada, además de confundida por lo que acababa de pasar.
—Bien. Parece que… el fuego no consiguió tocarte —dijo el hombre de largos cabellos trenzados, esbozando una débil sonrisa para camuflar su obvia mueca de dolor. Podía sentir como su vida se estaba desvaneciendo y todo por dejarse llevar por sus momentáneas emociones—. Je… creo que he perdido la cabeza.
—Bankotsu, tu… —Kagome contuvo la respiración. Si bien la cercanía de su captor la ponía nerviosa, las circunstancias y el hecho que estaba gravemente herido por protegerla, la desconcertaba. La había salvado—. ¿Por qué…?
—No lo sé… Yo sólo… sólo no quería que murieras —respondió Bankotsu con sinceridad, ahogando un quejido al sentir como sus órganos afectados parecían desintegrarse al fuego vivo y sus latidos se debilitaban—. Tal vez fue mi obsesión… por hacerte mía y… restregárselo al imbécil de… Taishô…
Kagome ensanchó sus ojos. Aquello no había sido precisamente una confesión de amor, mucho menos una revelación que la hiciera sentir compasión o lástima por él; no después de todo lo que ese hombre le había hecho. Y, no obstante, el hecho de deberle la vida estaba allí, remordiendo una pequeña parte de su consciencia.
Cuando sintió el peso completo de Bankotsu caer sobre ella, supo que esas habían sido sus últimas palabras. El pánico se apoderó de ella, además de la desesperación de ahora tener un pesado cadáver sobre ella y estar atrapada en medio de un feroz incendio. Con algo de dificultad, luchó por liberarse, pero antes de darse cuenta, su cuerpo fue liberado y levantado bruscamente del suelo, acompañado de un fuerte dolor en su cuero cabelludo.
—Tú vendrás conmigo, Kagome.
Reconociendo la voz masculina cerca de su oído y la manera en que esa persona había arrastrado su nombre al final de su oración con absoluto desprecio, la azabache sintió un nuevo escalofrío recorrer su columna vertebral. ¿Por qué, de todas las personas, ese hombre había tenido que encontrarla primero? Más aún, ¿cómo podía seguir con vida después de todo aquello?
—¡¿O-Onigumo?!
—¿Qué pasa? Pareces sorprendida —susurró burlescamente cerca de su oído, atrapando raudamente el rostro femenino desde atrás con una de sus manos para girarlo hacia él. La joven ensanchó sus ojos con horror al verlo—. Aún hay un negocio pendiente que debemos finiquitar —remarcó, enfatizando no sólo el aspecto de la venta de la azabache, sino también la deuda pendiente que tenía con el maldito de InuYasha.
Parte del cráneo del hombre había sido quemado, habiendo perdido, literalmente, la mitad de su cabello. Uno de sus ojos ahora permanecía cerrado y ensangrentado, manchando de brillante carmesí todo su lado izquierdo. Un aspecto bastante grotesco, además de lamentable, que conseguía intimidar a cualquiera que lo viera. Un monstruo que sólo exteriorizaba el reflejo de su verdadero y podrido ser.
._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.
—¡Lo hice; lo hice! ¡Al fin me deshice de él!
La desquiciada risa del hombre resonó fuertemente desde un yate al otro extremo de la pequeña isla artificial. La maquiavélica satisfacción de haber conseguido finalmente uno de sus más anhelados objetivos, se reflejaba notoriamente en sus oscuros ojos al contemplar cómo aquel lugar ahora ardía entre las infernales llamas que había provocado con su sorpresivo ataque. Lo había esperado por mucho tiempo —demasiado, en realidad— y aunque había considerado la posibilidad de desaparecer en las Filipinas después de hacer su entrega y quedarse con el dinero de la venta, nunca creyó que su oportunidad de acabar con aquel maldito opresor se presentara tan fácilmente. Ciertamente, le daba un poco de lástima el haber tenido que involucrar a su hermano y a Yura en su ataque, pero eso sólo era un daño colateral comparado con su deseo de convertirse en su propio jefe y construir su propio imperio en otra parte. Para ganar, había que hacer sacrificios, así que no se arrepentía en absoluto de su decisión. Nadie nunca más lo pisotearía y lo trataría como a un vil perro, tal como lo habían hecho con ese miserable de Taishô. Él era mejor que eso; él merecía más.
—Kagome… ¡¿Qué ha hecho?! —El desesperado reclamo de la joven castaña sonó a sus espaldas, recordándole que debía darse prisa y salir de ese lugar cuanto antes—. ¡¿Está loco?! ¡Acaba de matarlos a todos!
Bajando la pesada bazuca de su hombro, Renkotsu se giró hacia Sango y la tomó fuertemente del brazo, obligándola a adentrarse al interior de la cabina del yate, en donde la tiró con brusquedad. Fue difícil para la joven evitar el golpe de la caída, pues sus manos estaban encadenadas cual criminal.
—Créeme si te digo que estoy lo suficientemente loco para saber valorar mi propia vida —respondió secamente—. Onigumo planeaba deshacerse de mí de todas formas después de cerrar tu venta. Es natural que el perro maltratado termine mordiendo la mano de su abusador dueño antes de ser sacrificado sin razón, ¿no crees? —masculló con desdén, sorprendiendo a la castaña con sus palabras.
Nunca lo hubiera imaginado. Tanto rencor y tanta maldad reflejada en sus ojos que provocaban escalofríos. ¿No se suponía que Renkotsu y Onigumo eran aliados? ¿Qué clase de personas eran como para deshacerse de los suyos, sin el más mínimo remordimiento, al ya no considerarse útiles? ¿Y su hermano? Cuando este hombre tomó la bazuca y disparó contra ellos, ¿realmente no le importó traicionarlos y acabar con todos a sangre fría? Si tan sólo no tuviese la certeza de que Kagome había sido obligada a abordar aquella avioneta, tal vez su corazón no se estuviera estrujando tan dolorosamente en su pecho como ahora. ¿Y si realmente había muerto? Esto era demasiado; más de lo que creía poder soportar. Primero fue Miroku, después InuYasha y luego Kagome… Ya no había salvación para ella, así como tampoco la hubo para sus seres amados…
—¡No, no! ¡Déjame; no quiero! —exclamó alterada, cuando sintió un grillete asegurarse entorno a su tobillo derecho—. ¡Kagome!
Negándose rotundamente a resignarse a su destino y el de su amiga, intentó escurrirse y arrastrarse lejos de él para evitar que la aprisionaran a una barra de hierro y la inmovilizaran. Sin importar qué, necesitaba escapar; además, deseaba llegar junto a Kagome de algún modo y asegurarse de que estuviera bien. Tal vez, aún se encontraba con vida y necesitaba ayuda.
—Olvídate de ella; debe estar muerta al igual que Onigumo y los demás —indicó Renkotsu con frialdad—. ¡Quédate quieta, maldita sea! De nada te servirá luchar.
—¡NO, NO, N-Mmmh!
Sus gritos fueron inútiles, mucho más cuando Renkotsu resolvió en taparle la boca con el pañuelo púrpura de su cabeza. La policía naval estaba demasiado cerca. De hecho, después de haber disparado con la bazuca, estaba casi seguro de haber llamado la atención de varios de ellos, por lo que no tenía tiempo para perderlo en estupideces.
Cuando se predispuso a subir al techo del yate para tomar los controles de mando, un disparo surcó inesperadamente los aires y alcanzó su hombro, deteniendo abruptamente sus previas acciones. Sango ahogó gritó detrás del pañuelo y se encogió en su sitio, sintiéndose completamente desprotegida. Al mismo tiempo, el hombre de cabeza calva se sostuvo adoloridamente la fresca herida y giró instintivamente su cabeza hacia el origen de donde había provenido la bala, encontrándose con…
—Yu-Yura… —musitó bajo su aliento, ensanchando sus ojos con sorpresa y, ciertamente con temor.
La mujer se acercó con paso parsimonioso al yate, no dejando de apuntar a la cabeza del hombre con su cargada arma. Sus ojos marrones fulguraron con los primeros rayos del sol del amanecer, mostrándose rojos, intensos y siniestros cual rubíes. Una mueca de desagrado y enojo marcaban su bello rostro, así como varias heridas que se denotaban en diferentes partes de su expuesta piel. Era evidente que había tenido un encuentro cercano con la muerte y, no obstante, había conseguido escapar de algún modo para permitirse alcanzar al culpable de toda aquella inesperada revolución.
—Así que sí fuiste tú… —masculló acusatoriamente; sus cejas pronunciadamente fruncidas—. ¿Por qué no me sorprende?
—Tú… ¿lo sabías? —inquirió Renkotsu, dubitativo, el sudor frío recorriendo su columna vertebral. Yura soltó un resoplido.
—¿Realmente creíste que podrías escapar invicto y quedarte con el dinero de la venta de esa mujer? Ja, qué idiota —soltó con desdén, esbozando una media sonrisa socarrona al hacer un breve contacto visual con la asustada joven—. Si pensabas traicionarnos, debiste hacerlo cuando ya no estuvieras al alcance de alguno de nosotros…
Yura no parecía preocupada por Onigumo en lo más mínimo, enfocándose únicamente en cobrar venganza y de deshacerse del traidor que tenía delante suyo. Ya fueran bajo órdenes o por voluntad propia, la mujer tenía sus propias convicciones, sus propios intereses, además de su propio carácter indómito. Si su jefe había sobrevivido a su ataque, posiblemente quedaría como un misterio, al menos para él, que parecía haber alcanzado su hora. Aunque, quizás…
—Ven conmigo —ofreció Renkotsu, cómo última medida desesperada para apaciguar a la furiosa mujer y persuadirla—. Onigumo también se aprovechaba de ti, ¿no es así? Ahora que me he deshecho de él… nos podremos quedar con todo el dinero y… seremos libres para vivir nuestras vidas como nos plazca —explicó, tratando de sonar convincente—. ¿Qué dices?
Un leve tic apareció en una de las cejas de Yura, así como una apenas perceptible mueca de irritación en su cara en general. Pero, como la profesional que era, supo disfrazar su iracunda discrepancia a la perfección, esbozando una cínica sonrisa en sus carmesíes labios. Ella no era alguien con quien se pudiera negociar realmente; mucho menos si se acababan de meter con la persona que quería y con la que había compartido muchos años de su vida. No era ningún secreto que Onigumo había sido su hombre y que lo amaba, aunque fuese de una manera retorcida e incomprensible para los demás. El que un supuesto aliado los atacara y lo lastimara, definitivamente, la había enfurecido.
—Es una gran oferta, pero… —mirando al hombre directamente a los ojos con malicia, le quitó el seguro a su arma y ejerció un poco de presión sobre el gatillo—, ya sabes lo que dicen... al árbol inservible, es mejor cortarlo de raíz y convertirlo en leña. Onigumo piensa lo mismo.
Renkotsu sintió su cuerpo temblar, llegando a él la revelación de su fallido ataque. ¡Onigumo estaba vivo! ¿Cómo había podido…? Contradictoriamente a sus pensamientos de defenderse y de atacar a Yura para huir, sus extremidades se congelaron en su sitio y su brillante mente se bloqueó por completo. Un frío sudor recorrió su columna vertebral y una sensación de pánico lo invadió. Con sumo esfuerzo, apretó los puños a sus costados, completamente desarmado e indefenso. No hacían falta mayores amenazas de parte de Yura; ella le dispararía sin dudar, aún si decidía rendirse y suplicar por perdón. Este era el precio por siquiera haberse atrevido a pensar que podría ponerse por encima de su sanguinario jefe y escapar hacia otro país con una buena parte de las ganancias para él. Había hecho un estúpido desafío suicida.
._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.
Esto no se veía bien. Si por un instante había creído que todo finalmente había llegado a su fin y que habían conseguido atrapar a Onigumo y su mafia a tiempo, aquella repentina detonación lo había puesto todo de cabeza de nuevo. La incertidumbre de saber si su amada Sango o la señorita Kagome se habían visto afectadas, lo estaba carcomiendo; ni mencionar su aprensión de haber visto a InuYasha estrellarse con su lancha en ese mismo lugar desde la distancia y luego verse todo envuelto entre las llamas.
—¡Dense prisa, por favor! —instó Miroku desesperadamente, a punto de tirarse del navío.
Estaban a menos de tres metros de distancia para arribar en la parte inestable de la isla y aunque el agente Kuranosuke le había advertido quedarse calmado y quieto, le resultaba imposible permanecer con los brazos cruzados y no intentar ayudar. De hecho, la previa amenaza de arresto por obstrucción y entorpecimiento del operativo que le habían hecho, le valió un comino, decidiendo ser el primero en poner un pie fuera del transporte naval y correr hacia el lugar que emanaba olas de fuego y humo negro; su único pensamiento, su amada Sango y sus amigos que debían estar allí.
—¡Señor Hoshi, deténgase! —Kuranosuke, adivinando con antelación los impulsivos movimientos de Miroku, se lanzó tras él para alcanzarlo; no obstante, el sonido de un disparo proveniente de su lado derecho, detuvo sus pasos y lo obligó a voltearse—. Iré por ese lado. Ustedes, asegúrense de detener todo barco que intente salir de la isla e inspeccionar todos aquellos que han zarpado hace poco desde este lugar —informó a sus hombres, dándoles algunas instrucciones antes de tomar su propio rumbo—. Capturen a los culpables y hagan todo lo que esté en sus manos para rescatar a las víctimas. ¡Que nadie salga herido! Ah, y cuiden del señor Hoshi… si ven que les causa muchos problemas, no duden en arrestarlo para evitar que se haga daño.
Recibiendo una afirmación de parte de su grupo, se apresuró hacia el otro extremo, en donde vislumbró un yate. No estaba muy seguro, pero le pareció ver un bulto caer al agua desde el otro lado. Por alguna razón, sintió su corazón acelerarse y el pensamiento de estar a punto de perder algo preciado se le cruzó por la cabeza. Era como una especie de presentimiento que le advertía un anhelado reencuentro, aunque no en las mejores circunstancias. ¿Podía ser que en ese yate fuera… ella? Dudó por unos instantes que pudiera tratarse de la misma persona, pero cuando vio a dos mujeres subir por las escaleras metálicas para llegar a la parte superior —una de ellas encadenada y cubierta su boca—, su instinto lo guio a actuar y disparar.
—¡Alto allí! ¡Policía!
Yura sintió la piel de su brazo izquierdo desgarrarse, obligándola a detener su mano sobre la palanca de velocidades. Con rabia se giró inmediatamente hacia su agresor, haciendo contacto visual con el entrometido agente Takeda. Sus pupilas marrones destellaron con malicia cual ente demoniaco que acababa de revelarse en el cuerpo de la mujer.
—¡Maldito! —gruñó con aspereza.
No dispuesta a ser arrestada, mucho menos asesinada, se tiró ágilmente al piso y esquivó un segundo tiro. En menos de un parpadeó agarró a su prisionera del suelo y la obligó a servirle de escudo, asegurándose de hacerle sentir el frío cañón contra su sien, por si intentaba hacer algún movimiento en falso.
Los ojos de Kuranosuke se ensancharon al reconocer a la joven cautiva, dando su corazón un fuerte y doloroso pálpito en su pecho. La sorpresa y el desconcierto llenaron su ser. Esa era… Sango Taijiya. La misma Sango con la cual había terminado la preparatoria y de la cual se había enamorado hace tiempo atrás. La misma joven —ahora toda una mujer— a la cual alguna vez quiso confesarle sus sentimientos, mas viéndose obligado a callar al tener que mudarse a otra ciudad para seguir su carrera policial. Siempre se había arrepentido de sus inmaduras decisiones de aquel entonces y haber perdido su oportunidad. Nunca creyó que la volvería a ver después de todos estos años, mucho menos en estas circunstancias; pero allí estaba, delante de él, temerosa y siendo amenazada de muerte por una aparente asesina profesional.
Sus extremidades temblaron involuntariamente y, de repente, se vio incapaz de sostener su propia arma en alto y mantener su postura ofensiva. Nunca vio venir semejante escenario, aunque en un principio, cuando Miroku Hoshi había pronunciado el nombre de su primer amor antes, había tenido una vaga sospecha de poder tratarse de la misma persona. Realmente había pensado que se trataría de una coincidencia, pero ahora… no cabía duda.
—San… Sango… —musitó el agente, llamando la atención de la castaña.
Por un breve instante, ella lo miró, desconcertada, no reconociéndolo en primera instancia. Pero después de un breve análisis, notó algo familiar en su rostro. El recuerdo de un chico y un antiguo compañero de preparatoria llegó a su mente, abriéndole los ojos.
—¿Khmhmnghmgkhm?
Bien, el agente interpretó aquella pregunta ahogada por la mordaza como la pronunciación de su nombre. Kuranosuke, eso es lo que ella había intentado decir, haciendo evidente su sorpresa al verlo en ese lugar. Y, dándole respuesta, él asintió con su cabeza y le sonrió de manera apaciguadora.
—Tranquila, te sacaré de aquí. Todo estará bien —trató de reconfortarla, mientras hacía su mente trabajar. No permitiría que saliera lastimada.
—¿Así que se conocen? Qué interesante; un reencuentro entre… ¿amigos? O, quizás, ¿ex amantes? Qué pequeño es el mundo —canturreó Yura con burla, tironeando la cabellera de Sango hacia atrás para someterla—. Tú decides, guapo… O me dejas ir pacíficamente o le vuelo los sesos a esta mujer —amenazó Yura con total frialdad, haciendo presión con su arma en la sien de Sango, provocando en ella un quejido.
—Suéltala… —exigió el agente con un tono peligroso y de la manera más calmada que le fuese posible. Necesitaba pensar en algo efectivo y rápido.
—Sí, como no. Ella vendrá conmigo.
—¡Hmmhmm!
Escuchando el accionar del motor del yate, Sango luchó contra el dolor de su cuero cabelludo y dio valientemente un fuerte cabezazo hacia atrás, consiguiendo golpear a Yura en la nariz. Ella dio un paso hacia atrás por reflejo y, buscando un soporte para sostenerse, activó la palanca del acelerador y se giró hacia la castaña para golpearla con la culata de su arma en la cabeza.
—¡Zorra insolente!
—¡Sango!
Impulsado por un reflejo de protección, el agente Takeda saltó hacia el yate en movimiento, apenas consiguiendo aferrarse. Yura no desaprovechó ni un segundo para disparar en su contra, pero una recarga de su pistola por falta de municiones fue tiempo suficiente para que Kuranosuke consiguiera estabilizarse y subir por las escaleras para llegar a la parte superior.
Para cuando Yura volvió a accionar su pistola, un fuerte tirón en su pierna la sorprendió y la desequilibró, obligándola a sujetarse de la primer cosa que estuviese a su alcance… el manubrio. En ese mismo momento, Sango había conseguido ponerse en pie, aún bastante aturdida por el golpe recibido. Sin embargo…
—¡HMM! —Tal fue el repentino y brusco giro que el navío dio, que la castaña no fue capaz de sostenerse, cayendo con un grito ahogado al agua.
—¡SANGOOO!
Yura miró por sobre su hombro tras sujetarse fuertemente del manubrio, observando al agente de policía lanzarse temerariamente del yate en movimiento, emerger del agua a los pocos segundos y nuevamente sumergirse. Soltó un bufido de fastidio, pero cuando quiso darle la vuelta al yate para recuperar la mercancía perdida, éste no respondió. Confundida, trató de desacelerar y activar el freno, sin embargo, los controles parecían dañados. Tarde se dio cuenta que una bala perdida había impactado contra el tablero de mando, inhabilitando todos los controles.
Desesperada miró al frente y vio a muy corta distancia el lugar en donde las llamas consumían los restos de la avioneta y del barco de carga. El lugar en el cual Onigumo la debería estar esperando para escapar juntos, tras recuperar a la valiosa joven de azabaches cabellos.
¡Se iba a estrellar!
«¡Onigumo!»
._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.*-*._.
El calor abrazador de las llamas le impedía el paso. Su desesperación por entrar a esa ardiente marejada roja era más fuerte que su propia capacidad, impulsándolo al frente de manera intrépida. Su único objetivo en mente era entrar a salvar a su amada, costara lo que le costara y eso incluía su propia vida. Dispuesto a todo, alzó ambos brazos delante de su rostro para protegerse y tomó impulso, pese a los inútiles intentos de varios recién llegados policías por detenerlo.
—¡Kagome! ¿En dónde estás?
Escombros caían a su alrededor, y el piso bajo sus pies temblaba continuamente, manteniéndolo en constante alerta. Su camino se vio bloqueado en un par de ocasiones, pero eso no lo detuvo a seguir adelante, pese al infernal ambiente y el dolor de sus heridas que parecían absorber de manera más intensa el calor. El aire escaseaba y su cuerpo parecía debilitarse a cada paso en contra de su voluntad. Posiblemente, la adrenalina, su espíritu de lucha y el miedo a perder a la persona que más amaba, eran los únicos motores que lo mantenían en pie.
—Por favor… —masculló, sintiendo su labio inferior temblar ante el inevitable pensamiento de haber llegado demasiado tarde; de no haber podido evitar lo inevitable—. ¡Kagome, respóndeme!
—¿Se te perdió algo, InuYasha?
El joven Taishô respingó y ensanchó sus ojos con sorpresa, sintiendo su corazón dar un fuerte pálpito en su pecho. Esa voz… El tiempo y el espacio se detuvieron —tal como lo hacía en todas las ocasiones en las que él hacía su acto de presencia— y, esta vez, una fuerte presión espiritual cayó sobre su ser, inmovilizando su cuerpo de manera opresiva y ahogadora.
—Na-Naraku…
InuYasha apenas consiguió pronunciar el nombre del demonio cuando éste se mostró delante de él, imponente e intimidante, tal como lo recordaba. Una armadura hecha de huesos de entes infernales cubría su figura y del centro de su amplio pecho, un ojo grande de tonalidad rubí lo evaluó de manera escalofriante, como si intentara ver hasta el interior de su alma. Sus grandes y viscosos tentáculos sobresalieron de su ancha espalda y se estiraron y movieron inquietos a su alrededor, listos para enroscarse entorno a su débil presa en cualquier momento.
Naraku esbozó una sonrisa burlesca y sus ojos de tonalidad rojiza se enfocaron en los orbes dorados de InuYasha de manera inquisitiva. Estaba disfrutando de este momento, no cabía duda y por lo visto, no se detendría hasta lograr su macabro objetivo.
—Parece que estás pasando por un momento difícil, ¿no es así? —sondeó de manera casual, sujetando el rostro del joven Taishô entre uno de sus tentáculos para mantener un contacto visual más cercano—. Haber pasado por tanto para perder a tu querida mujercita mucho antes del accidente de aquella vez… Es una lástima, pero parece que todos tus esfuerzos han sido inútiles después de todo.
—Eres… ¡Eres un maldito tramposo! —exclamó InuYasha con el poco valor que le quedaba, enfrentando al demonio de manera desafiante. Éste enarcó una ceja, curioso.
—Recuerdo haber mencionado claramente que si fallabas, el alma de tu mujer me pertenecería. Así que…
—¡Esto no fue parte del trato! —Reclamó el hombre sin tapujos, soltándose del asqueroso tentáculo en su mandíbula con un movimiento de su cabeza—. Tu sólo tomaste esa decisión y…
—¡¿Te atreves a desafiar mis reglas?! —Cuestionó Naraku con voz profunda y atemorizante, envolviendo al joven hombre entre sus fuertes tentáculos.
InuYasha ahogó un quejido ante el dolor que el brusco apretón provocó en su herido cuerpo. La sensación de estar siendo triturado por alguna serpiente constrictora, no pasó desapercibida en su mente. A pesar de eso, no se intimidó o al menos intentó no demostrarlo, manteniendo su mirada dorada fija en su maligno agresor. Sabía que no tenía la más mínima oportunidad de vencerlo, ni siquiera debería tener las agallas suficientes para enfrentarse a este ente sobrenatural, pues con un solo soplido de su podrido aliento, sería capaz de matarlo. Incluso una palabra en falso en estos momentos, podría provocarlo lo suficiente para que éste lo partiera en dos con sus tentáculos. Y, no obstante… si la vida de Kagome y sus amigos estaba en juego, no se sentía capaz de quedarse de brazos cruzados. Era un suicidio, estaba consciente de eso, pero ya no le importaba.
—Sólo si te atreves a seguir interfiriendo en mi camino —respondió con firmeza y sin titubeos; sus orbes tan intensos y decididos que opacaban todo atisbo de temor.
Naraku lo observó con novedosa sorpresa al inicio y luego soltó un bufido. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios, no tardando en soltar una escandalosa carcajada.
—Eres un hombre bastante interesante, InuYasha —comentó después de unos instantes, aflojando el agarre de sus viscosas extremidades. A decir verdad, le satisfacía poder jugar con alguien de carácter tan fuerte como él. Era entretenido—. Si te hace feliz, entonces inténtalo.
Diciendo esto último, el demonio soltó por completo al joven Taishô y se desvaneció del lugar. En cuanto desapareció, la opresiva presión se disipó y la movilidad de su cuerpo regresó. El tiempo retomó su curso, así como el calor abrasador de las llamas que lo habían estado rodeando, volvió a lamer su piel de manera intensa.
Una lámina incandescente del alerón de la avioneta y que conectaba con el costado izquierdo del barco de carga, se desprendió de su sitio y, antes que pudiera reaccionar y terminar de asimilar lo que acababa de ocurrir, ésta cayó peligrosamente sobre él, amenazando su vida.
—¡InuYasha!
Algo macizo chocó contra su cuerpo y lo aventó a varios centímetros del punto de impacto. Un quejido escapó de su boca al sentir el punzante dolor sobre sus ya abiertas y sangrantes heridas.
—¡Agh! —apretando los dientes, se apoyó sobre sus rodillas y manos para incorporarse y, después de recuperar un poco el aliento, alzó la mirada, sorprendiéndose por tener a su amigo delante suyo—. ¿Miroku?
—Eso estuvo cerca… ¿estás bien? —Preguntó el oji-azul, brindándole una mano amiga a InuYasha para ayudarle a ponerse de pie—. Hay que salir de aquí.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Salvándote el pellejo, por una vez.
Fue una afirmación bastante seria; un comentario con un deje algo cómico de no tratarse de una situación realmente grave. En todo caso, a Miroku le agradaba el hecho de haber logrado hacer algo por su amigo, después de haber sido salvado tantas veces por él. Posiblemente, se ganaría un arresto real esta vez, por hacer caso omiso a las muchas advertencias de los policías, pero cuando la vida de sus seres queridos estaba en juego, todo lo demás perdía importancia.
—Debo encontrar a Kagome —farfulló el oji-dorado después de recuperarse de su inicial sorpresa.
—¿Crees… crees que Sango pueda estar con ella? —inquirió Miroku, temeroso de que su mujer ya no estuviese a su alcance o, peor aún, le hubiera pasado algo durante la explosión.
El hecho de que InuYasha estuviera buscando a la señorita Kagome entre el fuego, sólo podía significar que ella se había visto afectada de alguna manera. ¿Podría ser que… ambas…? No, no, ¡ni pensarlo! ¡Debían encontrarlas!
InuYasha volvió a escanear rápidamente su entorno, encontrando un camino que conectaba con el barco de carga. El pensamiento de continuar su búsqueda en ese lugar y la urgencia de movilizarse para evitar ser completamente acorralado por las llamas en un callejón sin salida, lo impulsó a dar un paso hacia adelante. Sin embargo, la aparición de una sombra borrosa e indefinida —cual ilusión óptica causada por la intensa temperatura— detuvo sus pasos. Cuando ésta tomó forma completa, sus ojos se ensancharon de la impresión.
—¡¿Onigumo?! —Como si estuviera viendo al diablo mismo en persona (omitiendo la previa visita de Naraku), InuYasha se horrorizó ante la presencia de ese hombre. Quizás era en parte por su actual apariencia que exponía un rostro ensangrentado y carente de un ojo, pero era el hecho de tener aprisionada a su mujer con un arma apuntándole a la cabeza lo que lo tomaba con la guardia baja—. ¡Kagome!
—¡Señorita Kagome! —Miroku contrajo su rostro con desagrado. El temor en su corazón se incrementó al no ver a su novia con ella, aunque fuera como cautiva. ¡¿En dónde estaba?!
Varias emociones se arremolinaron en el interior de InuYasha; tanto alivio, pánico y furia se juntaron en un mismo momento, haciéndolo temblar ligeramente. Kagome estaba con vida y no parecía demasiado lastimada, salvo algunos raspones y magulladuras que se reflejaban bajo la luz de las llamas, pero parecía estar bien dentro de todo. Onigumo, por su lado, parecía realmente afectado por la explosión, tanto en heridas físicas como emocionales que habían lastimado su orgullo. Una combinación muy peligrosa en alguien como él.
—I-InuYa…
—Maldito bastardo, ¡con que sigues con vida! ¡¿De verdad creíste que podrías deshacerte de mí, infeliz?! —reprochó Onigumo con furia, ejerciendo mayor fuerza en su agarre entorno al cuello de la azabache y presionando bruscamente el cañón contra su sien. Escuchando los quejidos de la joven y viendo la mirada desesperada de InuYasha, sonrió con descaro—. Nunca debiste atravesarte en mi camino; pero como un estúpido te enamoraste de mí mercancía y te atreviste a hacerme frente; ¡a mí, el gran Onigumo Ukaran! ¡Debí matarte aquel día cuando tuve la oportunidad! Ahora me aseguraré de que no vuelvas a ver a tu queridísima mujer nunca más.
—¡Si le haces daño, te juro que…!
—¡Silencio!
Esta vez, la mano temblorosa con el arma se dirigió hacia InuYasha, no permitiéndole hacer ningún movimiento. La mirada del joven Taishô buscó desesperadamente la asustada de Kagome, queriendo calmarla de alguna manera y hacerle saber que todo estaría bien, que no permitiría que nada le sucediese.
—Oiga, oiga… tranquilo —Miroku trató de apaciguar la tensión, al tiempo que levantaba sus manos en señal de rendición—. ¿Por qué no arreglamos las cosas en otro lugar? El calor de las llamas no nos está permitiendo pensar con claridad y…
—Señor Hoshi, qué sorpresa —dijo Onigumo con tono aparentemente calmo, no tardando demasiado en contorsionar su rostro y mostrar real enojo—. Continúa con vida… —arrastró lo último con sumo desprecio. El oji-azul tragó saliva, un escalofrío recorriéndole la espalda—. ¡¿Es que acaso tengo que hacerlo todo yo mismo?!
—Yo… ¿no le gustaría reconsiderar su decisión y negociar? Puedo ofrecerle una buena suma de dinero por la libertad de la señorita Kagome y de… de mi novia, si aún la tiene bajo su poder —habló Miroku, intentando mantener la calma, aun cuando ahora un arma apuntaba hacia él—. Todavía no la ha vendido… ¿verdad? —preguntó, temeroso. No le gustaba la violencia y, si estaba en sus posibilidades evitar un mal final para todos, pues estaba dispuesto a intentarlo.
Onigumo soltó un bufido burlesco; la rojiza iluminación de las llamas deformando su rostro de manera casi demoniaca.
—¿Su novia? Ooh, claro… la hermosa castaña por la que nos iban a pagar una gran fortuna —fingió acordarse, cambiando drásticamente sus facciones—. ¡Ni todo su dinero podría pagar la gran suma que me hizo perder cuando se revolcó con ella por primera vez! —Reprochó con furia—. Pero aún tengo a esta belleza… No puedo creer que en todo este tiempo, ni siquiera intentaras ponerle un dedo encima para hacerla tuya, InuYasha. ¿Pero sabes? Te lo agradezco.
El oji-dorado apretó fuertemente los puños a sus costados. ¿Un déjà vu? No, más bien era el recuerdo de aquello que ya había ocurrido antes en una línea de tiempo diferente. Este momento… la mirada temerosa de Kagome, la burlesca y peligrosa provocación de Onigumo, el preocupante silencio de Miroku y el fuego que los rodeaba al borde del barco de carga… Todo se estaba repitiendo una vez más, aunque varios acontecimientos hubiesen sido cambiados antes de llegar aquí. Al final, todo volvía al mismo lugar, acorralándolos en un ardid sin escapatoria. Era este momento el que había querido evitar; era esta situación de la que había querido librar a su amada todo este tiempo, al igual que a sus amigos. Y sin embargo, se veía atrapado una vez más.
—InuYasha…
La suave voz de Kagome lo sacó de su fugaz distracción y, al ver sus ojos chocolates aguarse, sintió su corazón estrujarse dolorosamente. No, no permitiría que su vida volviera a peligrar. No lo toleraría; no de nuevo. Era una promesa.
—Tranquila, todo estará bien —musitó para calmarla, mas la lágrima que descendió por la mejilla de la joven delató su palpable miedo.
Los segundos se volvieron eternos y la impresión de que Onigumo estaba ganando tiempo, no pasó desapercibido por InuYasha. Fue en ese momento en que un recuerdo importante se reveló en su memoria, haciendo saltar su corazón. ¡Ese bastardo estaba esperando la llegada de Yura para escapar! Sango… ¡Sango también debería estar con ella!
Como si Onigumo hubiese adivinado los asertivos pensamientos de InuYasha, una sonrisa macabra se dibujó en sus labios, su arma apuntando primeramente a Miroku, luego enfocándose en InuYasha. Procuró mantener el contacto visual con él, al tiempo que acercaba su rostro a la oreja de su prisionera, aspiraba su aroma y luego lamía lascivamente la suave mejilla femenina.
—¡Te mataré! —rugió el oji-dorado tras presenciar tan horrenda escena, además de escuchar el gemido de pavor de su mujer.
Su cuerpo se movió instintivamente hacia adelante para atacar a Onigumo y el primer disparo se liberó. Kagome gritó y en ese preciso instante, el piso se sacudió furiosamente tras el rugir de una nueva y sorpresiva explosión. De alguna manera, InuYasha consiguió embestir a su enemigo y liberar a su mujer de su amenazador agarre, tirándolo hacia atrás. Pero, cuando se predispuso a enfrentarlo cuerpo a cuerpo y propinarle la golpiza que merecía hasta matarlo, el cemento bajo sus pies se cuarteó y el extremo del barco de carga se friccionó destructivamente contra la base de la isla.
—¡AAAHHH! —Intensas llamas infernales se alzaron desde la base y Onigumo se vio irremediablemente atrapado, dando desesperados alaridos de dolor al quemarse vivo.
Nadie realmente merecía morir de esa forma tan grotesca y agónica, pero esto posiblemente tan sólo era una pequeña parte de lo que le esperaría en el más allá, ganándose su eternidad en un mundo de sufrimiento tortuoso. Naturalmente, su verdugo y torturador demoniaco ya lo esperaba, deleitándose con la escena con una macabra sonrisa. El alma más podrida ahora era suya. Sin embargo, antes de arrancarlo de su inútil y quemado cuerpo, el desesperado clamor con deseos de venganza del hombre llegó a sus sobrenaturales oídos. Sus ojos brillaron con perversidad y su maligna esencia se mezcló con el infernal fuego que consumía a Onigumo, cerrando un nuevo pacto.
Mientras tanto y prácticamente al mismo tiempo, Miroku consiguió evitar una mortal caída al cráter incandescente que se había formado debajo de sus pies en un último instante, pero viéndose apartado de su amigo y del lugar directo del colapso. Y, aunque su vida parecía estar a salvo por ahora, la necesidad de ayudar de alguna manera, se vio totalmente bloqueada, al tener que limitarse a ser un simple espectador a la distancia. Con premura, divisó a Kagome perder el equilibrio ante la brusca inclinación que la nave había tomado, viéndose atrapada en una especie de resbaladera letal. Ella gritó. Los contenedores se liberaron y chocharon unos contra otros, arrasando con todo a su paso antes de caer a las profundidades del océano; otros, sirviendo de leña para incrementar la enorme llamarada que se había liberado.
InuYasha, por su lado, no intentó apartarse. Ni todo el dolor físico que se suponía que su cuerpo debía estar sufriendo pudieron detenerlo, lanzándose fieramente al peligro, con la mirada fija en su mujer que a cada segundo corría peligro de muerte. La vio queriendo sujetarse de algo en varias ocasiones para no ser arrastrada al mar, pero la cadena de su tobillo y las de sus muñecas le dificultaron constantemente sus desesperados intentos.
—¡AYÚDENME! —De pronto, una gran caja metálica pasó al lado de la azabache y se enganchó a la cadena de su tobillo. Ella intentó aferrarse de un tubo, pero el peso que la halaba hacia abajo fue más de lo que sus fuerzas pudieran resistir. Sus manos se soltaron, pero la cadena de sus grilletes la sostuvo unos instantes más. El metal crujió y ante su mirada de pánico, los anillos cedieron, rompiéndose y arrastrándola hacia el mar—. ¡INUYASHAAAA!
—¡KAGOME!
No deteniéndose a pensar, el oji-dorado se lanzó al agua y se sumergió tras su mujer. Con pánico, la vio hundirse rápidamente y la idea de poder perderla lo torturó en gran manera. Nadó desesperadamente hacia ella, pero de pronto, un par de sobrenaturalmente grandes ojos bloquearon su camino. Dos resplandecientes orbes rojizos lo miraron con burla como si se tratara de un gigantesco depredador que jugaba con su comida. Su objetivo, instarlo a rendirse y entregar su alma y el de esa mujer en ese lugar, en ese instante.
—Ríndete. De todas formas, ya todo está perdido —dijo Naraku de forma solemne, pero divertida.
InuYasha frunció su entrecejo y, mientras apretaba fuertemente sus puños, desafió al demonio con su mirada, decidida y sin un atisbo de temor.
«¡Te dije que no interfirieras!»
Exclamando en su mente, pero seguro de ser escuchado por aquel ser infernal, InuYasha atravesó la imagen de los atemorizantes ojos como si, desde un inicio, tan sólo se hubiese tratado de un simple espejismo. Y, finalmente, divisó a Kagome a menos de cuatro metros de profundidad. Un minúsculo y furtivo golpe de suerte permitió que la caja se enganchara a una base inestable de la parte hundida del barco, permitiéndole alcanzarla rápidamente.
La vio luchar por liberarse de la cadena de su tobillo y extender sus brazos hacia él en cuando sus miradas se encontraron. Él no dudó en sujetar su mano, y halar de ella para volverla a subir a la superficie. Sin embargo, sus esfuerzos no parecieron dar frutos, sino sólo lastimarla. Así que bajó un poco más hasta llegar a la altura de los pies de Kagome y tiró directamente de la cadena, intentando por todos los medios, deshacer el punto de enganche.
Los segundos transcurrieron rápidamente y antes de lo esperado, el aire retenido en los pulmones de la azabache llegó a su límite. Las fuerzas de la joven menguaron y el agónico dolor en su pecho se hizo presente. La desesperación por conseguir aire se volvió intensa e inútil, arrancándole toda esperanza de vida.
El primer pensamiento de su nublada mente fue dedicado a su familia, así como la preocupación por la reacción que ellos pudieran tener al recibir la noticia de su muerte; un hecho que de seguro los golpearía con dolor y del cual esperaba se pudieran recuperar pronto. El último y el que tenía un sabor agri-dulce, era para InuYasha. Su desbordante amor por él la llenó de dicha y plenitud en sus últimos momentos, aunque la tristeza de su trágico destino le rompiera el corazón. Y, a pesar de todo, no se arrepentía de nada. Él fue lo mejor que pudo haberle pasado. Lo único que lamentaba, era no haber podido compartir más tiempo junto a él y decirle lo mucho que lo amaba.
Los feroces latidos de su corazón resonaron escandalosamente en sus oídos, a medida que sus extremidades se entumecían. Su consciencia se desvaneció paulatinamente hasta el punto de dejar de escuchar y sentir. Estaba muriendo…
Y, de pronto, cuando todo parecía perdido, un toque familiar sobre sus mejillas y la cálida sensación de un par de labios siendo presionados sobre los suyos, la sacudieron de su vahído. Al sentir repentinamente el oxígeno vital que su cuerpo había estado clamando con ahínco, siendo transferido de manera directa a su boca, entreabrió sus ojos, aturdida. Su corazón dio un fuerte pálpito al reconocer con regocijo al hombre que la estaba besando con desespero por salvarla.
«InuYasha…»
Un par de lágrimas escaparon de sus ojos y se mezclaron con el agua fría del mar. Era como si el tiempo se hubiese detenido y todo peligro y todo miedo hubiese quedado atrapado en una dimensión lejana que no los podía afectar. Sintió claramente sus sentimientos por ella siendo transmitidos a través de su beso y como la vida le era devuelta gracias a él. Eso la hacía tan feliz, que difícilmente podía recordar su previa agonía.
«Kagome…», clamó InuYasha para sus adentros, entregándole todo, sin condiciones ni restricciones. «¡Por favor, resiste! Vas a estar bien».
Él se separó de ella, sólo lo suficiente para mirarla y constatar que hubiese recobrado sus sentidos. Sus ojos se encontraron y ese ínfimo instante fue más que suficiente para que sus almas se conectaran. InuYasha sabía que la falta de aire en sus propios pulmones podría significar su propia muerte, pero eso no le importó en lo más mínimo. Ella era lo único importante y esperaba que ella lo entendiera.
Sin más pérdida de tiempo, la soltó y volvió a descender para tirar nuevamente de la cadena. Esta vez, su movimiento brusco obligó al reloj de bolsillo a salir de su refugio del interior de su camisa, flotando delante de él. Él lo miró y como si acabara de encontrar la herramienta adecuada para deshacer el punto de enganche, lo tomó rápidamente en su mano derecha y rompió la delgada cadenilla que lo sujetaba a su cuello de un tirón. Inmediatamente, lo estrelló duramente contra el metal, el punto exacto que mantenía un anillo de la cadena atrapado con una ranura de la gran caja.
Cada golpe era como una especie de auto-sentencia de muerte. Cada vez que el oji-dorado impactaba el reloj contra el duro metal, la sensación de recibir un efecto rebote de parte de una bola de demolición, lo obligó a apretar los dientes y tragarse el dolor de su cuerpo. Si rompía el reloj —el sobrenatural objeto que marcaba su tiempo de vida—, estaría acabado. Estaba muy consciente de eso, pero…
Un grito apagado y básicamente sin sonido alguno salió forzado de su garganta, dando un golpe final a la cadena y consiguiendo incrustar el filo de la tapa dorada en medio de la apertura que se había formado en uno de los anillos de metal. Ejerció presión y, finalmente, consiguió liberar la atadura. La cobertura del reloj cedió ante la forzada torcedura y con ello, el interior quedó desprotegido.
InuYasha simplemente lo ignoró e instó a Kagome a nadar rápidamente a la superficie, mientras él la seguía a menos de un metro de distancia. Sin embargo, la fragmentación de la luna de vidrio del reloj pareció haberse vuelto más sensible, al punto de permitirle acceso al agua. Los engranajes se comenzaron a llenar lentamente de líquido salino, bloqueando, de algún modo, su correcto funcionamiento.
Un latido retumbó en su oído interno a medida que la luz del sol y fuego se hacían más visibles ante él. Un segundo latido… un tercer latido y… un agudo e inmovilizador dolor en su pecho que le hizo perder sus últimas fuerzas y vestigios de oxígeno retenido, tan sólo a centímetros de salir a la superficie.
«Kagome…»
El reloj que había estado aferrando en su mano, cayó y se hundió junto con él, al tiempo que unos grandes y rojizos ojos se reflejaban en la oscuridad de las profundidades.
Continuará…
:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:
N/T: ¡Hola a todos!
Wow, éste capítulo sí que estuvo intenso. Me desesperaba tanto poder escribirlo únicamente durante los fines de semana, pero finalmente conseguí terminarlo. ¿Me creerían si les digo que la escena bajo el agua había estado en mi cabeza desde que comencé a escribir el fic? Vaya que me tomó mucho tiempo llegar hasta aquí, pero realmente me siento satisfecha con los resultados n_n.
Veamos, ahora que "todos" los malos han muerto, ¿nuestros protagonistas podrán finalmente relajarse y recuperarse tranquilamente de tantas traumatizantes experiencias? Oh, ¡esperen! InuYasha parece haber sufrido un importante infarto mientras intentaba salvar a Kagome (y a sí mismo), así que… ¿cómo lo explico? Las cosas no se ven demasiado alentadores, ¿o sí? ¿Qué piensan ustedes? ¿Será éste el trágico final que Naraku tanto había estado planeando, saliéndose definitivamente con la suya? Y ahora que recuerdo… ¿qué pasó con Sango y Kuranosuke? ¿También se ahogaron esos dos o por lo menos habrá una pareja feliz en esta trágica historia? Lo digo, porque Miroku está bien y… Oh, ¡esperen de nuevo! Hay un amor del pasado aquí también, así que… ¿será éste el inicio de un triángulo amoroso, mientras la otra pareja sufre por "enviudamiento" anticipado? xD. Ya, ya… creo que me pasé de cruel. Es sólo que no pude evitar la tentación de comentarlo :P.
Ya me estoy adelantando con el próximo capítulo (al menos lo estoy intentando xD), así que no coman ansias. Como siempre, muchas gracias por su paciencia y por continuar apoyándome. Sobre todo, gracias a mis queridas lectoras que comparten sus deducciones, especulaciones y comentarios conmigo: Marlene Vasquez, Manaka Danny, Lindakagome y Lis-sama. ¡Las adoro!
Sin nada más que decir… me retiro :P.
¡Besos y hasta la próxima!
Con cariño,
Peach n_n
P.D.: ¡Feliz día a todos los padres!