Hola! Esto formará parte de una serie de caps cortos que espero publicar de pronto en pronto (?)? Ya que los escribiré a través de mi celular mientras encuentre tiempo libre. Espero que les guste está historia y que, con el paso de los capítulos, se haga más interesante.
Disfruten, queonda :B /-/-/-/-/
Así fue cómo se sentó en su típica silla frente a su pequeña ventana de nogal y exhaló. Al mirar a través de ella, las luces nocturnas del ambiente de la ciudad inundaban, con su brillo, la oscura habitación de este joven. El viento, mezclado con ese seco olor a motores de autos, rozaba su rostro fino, mientras que los sonidos contaminantes de los bocinazos no hacían más que acariciar sus tímpanos. La ciudad era un ambiente único, un bioma nuevo, creado por las manos del hombre, y contenía ese sentimiento salvaje que ningún otro lugar tiene con tanta fuerza. Mientras que la luz solar muestra que la oscuridad no tiene nombre, la sombra nocturna celebra a aquéllos seres que salen de entre la nada a acechar y cometer acciones que la luz del día no es capaz de ver.
Así era cómo él solía describir sus días en la gran ciudad. Él calificaba entre los "nuevos": chicos ambiciosos que querían estar en la Gran Capital del Oeste para seguir sus sueños de ser alguien importante en la vida, no solo en la de ellos mismo, sino en la de los demás. Pero, con miles de estos "nuevos" en la ciudad, era fácil arruinarse la imaginación y las esperanzas. El aún tenía sus esperanzas intactas, pero su mente no estaba del todo de acuerdo con él.
No encontraba momento libre mas que el que lograba obtener de noche, cuando su jefe lo dejaba de llamar y no tenía visitas inesperadas. ¿A qué dedicaba su tiempo libre? A él le gustaba llamarlo El arte del saber, lo que se traducía a "espiar a los vecinos". Era su único pasatiempo y el más fácil de desarrollar. Sólo debía sentarse en la ventana y los demás departamentos le mostrarían todo lo que él quería saber. Eso había pensado al principio, pero las historias que esas ventanas le mostraban eran lo suficientemente interesantes como para permitirse comprar unos binoculares con el salario de un mes.
Nadie sabía a lo que él dedicaba su tiempo libre -sabía que la gente lo criticaría, nunca lo entenderían -, pero él creía que ese era el hobbie más interesante que había tenido. Cada ventana contaba una historia, y era interesante conocerlas todas.
Su teléfono celular vibró. Lo tomó y le echó un vistazo. Era un mensaje de su mujer preferida, nada de lo que él debiera preocuparse. Sólo un pequeño aviso de que debían verse a medianoche. Esa rubia lo era todo para él.
Eran las diez.
Tenía dos horas -o un poco menos- para desarrollar lo que para él era un arte. Sólo se acomodó en su asiento, sacó los binoculares de su caja casi completamente inmaculada y los ubicó en el trípode, los ajustó unos cuantos grados y se dispuso a mirar. Apuntó, como era rutina, a la primera casa del octavo y último piso, a la derecha.
La cortina siempre permanecía corrida, aunque eran dos ventanas aparentemente de dos habitaciones diferentes. En la de la izquierda, dormía un joven que parecía nunca peinarse. Era un tanto idiota. Lo había visto varias veces entrar con comida a su habitación y esconderla bajo los cajones. A la mujer de la derecha le desagradaba la comida extra que él ingería. Los había visto pelearse unas contadas veces sobre ese tema. Luego de haberse pasado noches viéndolos, había logrado entender que ellos eran sólo compañeros de habitación.
Según él, el joven era demasiado torpe y la chica, demasiado terca como para mantener alguna relación estable con él. El nombre de la mujer le era desconocido, pero de tanto oír quejas, sabía que él se llamaba Goku. Su descripción encajaba con la de un hombre de veinte años, buena salud y humor, quien mantenía un pequeño trabajo nocturno. Era un hombre muy bueno; lo había visto ayudar a bajar las escaleras a las ancianas del departamento. De ella no sabía nada, sólo una mujer de entre veinte y veinticinco años, firme y seria, ganadora de lucha de artes marciales- tenía un trofeo en su pared- y una gran inteligencia. Ella pagaba las cuentas.
Los vio a ambos hablando por teléfono, no sabía si entre ellos o con alguien más, era difícil de saber, y los dejó en paz. Se corrió, ahora, a la cuarta ventana del cuarto piso, hacia la izquierda. Era el dulce hogar de un hombre nada dulce.
El lugar tenía buen gusto, ya que desde ahí él podía ver la sala de estar. Paredes decoradas, suelo de madera, televisión digital y cuadros elegantes. La habitación estaba en silencio, hasta que la puerta se abrió de par en par y una ruidosa música invadió la sala. Un grito horroroso de la voz carrasposa delató al chico que entraba. Estaba ocupado respondiendo los insultos de las mujeres que se quejaban de su sonido infernal. Su nombre podía ser escuchado en todos los lugares del edificio. De aquí hasta allá, su nombre era el que todos los de la cuadra sabían pronunciar con terror: Vegeta.
Joven, veinticinco años. Gustoso de usar ropa negra y bandas de sudor en sus muñecas. Al espía le gustaba observarlo, ya que su rostro denotaba que él ocultaba algo. Andaba con una mujer escandalosa, de quién no se molestaría en preocuparse. Se peleaban de tal forma que dudaba sobre el estilo de relación entre ellos.
Se aburrió de mirar al rockero que escuchaba "Paranoid" a todo volumen y ajustó sus binoculares a la habitación de número trescientos ochenta y tres. Le decía así porque el joven que la habitaba tenía una extraña locura por el tres.
Nunca lo había visto, no. Sólo sabía de la existencia de una mujer hermosa de cabello azul como el cielo nocturno, que solía limpiar sus cosas; y de otra, que parecía ser la rubia de los sueños -o pesadillas- de cualquier hombre. Era agresiva, pero se comportaba con vergüenza al ver al hombre que habitaba la casa, y que el espía calvo nunca había logrado ver de pies a cabeza. Parecía como si el sujeto supiera que estaba siendo observado.
En la primera habitación vivía el conserje que, por lo que ahora sus binoculares notaban, estaba limpiando la parte delantera del edificio, las escaleras. Su viejo amigo Yamcha miró hacia arriba y observó las estrellas, sin notar a la pequeña persona que lo observaba. Yamcha no lo recordaba a él, pero él sí recordaba a Yamcha.
Se levantó de su silla y fue directo a su cocina-comedor a prepararse un té de hierbas. "Krilin: estate listo para las 23.45" Rezaba una nota pegada en su refrigerador. Miró su reloj, notando que tenía tiempo.
¿Podría ser hoy el día en que los chicos que vivían juntos se juntaran, o el día en el que revelaría qué escondía el chico rudo, o quién era el hombre de esas dos mujeres que andaban por esa casa oscura y decadente?
Colocó el agua a hervir y volvió a su lugar favorito: la ventana.