Siento este capítulo, no me ha quedado como quería en un principio, pero es que no sé muy bien cómo continuar este fic, creo que ha dejado de inspirarme y tampoco quiero estropearlo más. Así que creo que con este y el próximo capítulo, que se tratará de un flashforward, daré por finalizado el fic.
Gracias a quienes seguís comentando y leyendo!
Abrió los ojos, adaptándolos a la oscuridad. Estaba en su dormitorio, en el loft. Castle dormía a su lado, llevaba puesta una camiseta de pijama y estaba tapado hasta la cintura con las sábanas. Hacía frío y fuera llovía. Las gotas de lluvia golpeaban fuertemente contra la ventana, al mismo tiempo que el dormitorio era alumbrado con el reflejo de varios relámpagos.
Cuando giró la cabeza hacia la mesilla lo vio. El intercomunicador de bebés, donde se veía a un bebé tumbado en la cuna. Alex. Su corazón comenzó a latir de una manera incontrolada. Bajó sus pies descalzos al suelo y corrió hacia el piso de arriba, a pesar de notar su cuerpo pesado, agarrotado, no tardó nada en llegar al dormitorio de su hijo. Abrió la puerta de golpe y se acercó a la cuna.
-¡Alex!
Tocó la mejilla de su hijo, notando el frío contacto con su piel. Llevaba un pijama de color azul claro, que le cubría los pies. Estaba estirado, boca abajo, completamente quieto. Kate se paralizó, incapaz de reaccionar.
-Kate, Kate – Escuchó una voz familiar a su espalda, pero fue incapaz de moverse, incapaz de reaccionar ante aquella voz.
Comenzó a sollozar, intentando controlar su respiración y cogió el cuerpo inerte de su hijo en brazos. Comenzó a acunarlo mientras las lágrimas caían por sus mejillas Y ella gritaba su nombre en vano.
-Alex. No te vayas, por favor – sollozó estas últimas palabras, arrimando la mejilla de su hijo a la suya, apretándolo contra ella, incapaz de dejarlo ir.
-¡Kate!
Una sacudida le hizo abrir los ojos de nuevo. Estaba empapada en sudor, su respiración era acelerada y estaba sollozando. Un Castle asustado la miraba a su lado. No estaban en el loft, estaban en su dormitorio de los Hamptons. Y lo que acababa de ocurrir no era real, había sido solamente una pesadilla fruto del recuerdo doloroso de lo ocurrido tan solo unos meses atrás.
Cuando se quiso dar cuenta, Castle la había rodeado con sus brazos y le susurraba al oído que todo estaba bien, que solo había sido una pesadilla. Le preguntó si quería un vaso de agua y ella negó, incapaz de controlar todavía sus lágrimas. Lo único que necesitaba era a su pequeño, despertar y que realmente todo hubiese sido un sueño. Que ambos estuviesen en Nueva York, en el loft, comenzando su vida de ensueño, comenzando a formar una familia juntos.
-Shh, solo ha sido una pesadilla – le repitió el escritor, recostándose en la cama, atrayéndola hacia él para abrazarla.
Sin embargo, ambos sabían que su pesadilla todavía no había empezado. Era 4 de julio, el día estaba a punto de comenzar. El día en el que su hijo hubiese cumplido un año.
El silencio del loft era roto por sus pasos subiendo los escalones hacia el piso de arriba. Ambos se pararon ante la puerta que tenían delante cuando terminaron de subir las escaleras.
-¿Estás segura? – le preguntó él, antes de girar el pomo de la puerta hacia abajo. Ella simplemente asintió, indicándole con la mirada que estaba bien.
Rick abrió la puerta y entraron a la vez. Un montón de sensaciones les invadieron y, sin poder controlarlo, los dos comenzaron a llorar. Aquel olor característico a bebé estaba por todo el dormitorio. La cuna, vacía, junto a la ventana. En una de las estanterías del dormitorio descansaban todos sus peluches, sonrientes, como si nada hubiese ocurrido. Kate se acercó y cogió uno de ellos, un suave elefante gris, pequeño y regordete. A Alex le encantaba jugar con él, al igual que le encantaba cómo Castle le levantaba la trompa e imitaba torpemente los sonidos del elefante, provocando inmediatamente la risa de su hijo, feliz, llenando toda la casa con esa alegría que solo él podía darles.
Una hora después caminaban, cogidos de la mano, por aquel camino de tierra. Ella lo conocía tan bien, que podría realizarlo con los ojos vendados. Él no lo conocía tanto como ella, a pesar de haber estado allí en varias ocasiones con Kate tiempo atrás.
Cuando terminaron su camino, ambos se agacharon frente a la tumba de su hijo. Castle retiró con su mano las hojas secas que se habían posado encima, haciendo lo mismo con la tumba de al lado.
-Alexander – susurró Kate, antes de que el llanto quebrase su voz. Depositó el elefante de peluche justo al lado de la lápida que rezaba el nombre de su hijo.
-Te echamos tanto de menos – dijo Rick. Su voz temblorosa y sus lágrimas llevaban escrito todo el dolor que sentía en esos momentos.
Se quedaron allí un rato, en silencio, llorando, antes de despedirse. El escritor fue el primero en levantarse, después de depositar con la mano un beso junto al nombre de Alexander.
-Te quiero – dijo Kate, haciendo lo mismo que segundos antes había hecho Castle. Después se arrodilló junto a la tumba de su madre y depositó una rosa roja que llevaba en la mano – Cuida de él mamá – le pidió, antes de agarrar la mano que Rick le estaba ofreciendo y encaminarse juntos hacia la salida.
Horas más tarde se reunieron con Jim y Martha para comer, a los que hacía semanas que no veían. Sabían que sus hijos no lo estaban pasando nada bien y que el camino para superar la pérdida del pequeño Alexander era todavía muy largo, pero sin lugar a dudas, verlos les había alegrado algo el día.
-¿Cómo lo llevas? – le preguntó Martha a Kate. Ambas mujeres iban caminando una junto a la otra por detrás de Jim y Castle, que habían comenzado una conversación sobre beisbol. Seguramente idea de Jim para intentar animar a Castle.
-No es fácil – contestó Kate – pero ayuda tener a Rick al lado.
La actriz le sonrió, orgullosa de su hijo y del gran esfuerzo que ambos estaban haciendo por salir adelante.
-¿Sabéis que nos tenéis aquí siempre que necesitéis verdad?
-Lo sé, gracias Martha.
-¿Cómo va lo del embarazo? – preguntó la actriz. Sabía que su hijo y Kate estaban intentando volver a quedarse embarazados, sin embargo no estaba resultando nada fácil ya que, dos meses después, todavía no había dado sus resultados.
-Hemos ido a un especialista – comenzó a explicar Kate – Dice que es normal debido a todo el estrés acumulado. Me han hecho unos análisis y… si no lo logramos, puede que tengamos que recurrir a la reproducción asistida.
Martha notó como su nuera se tensaba al hablar de ello, así que la tranquilizó, pasando una mano por su brazo.
-Todo va a ir bien esta vez Katherine, estoy segura.
Cuando llegaron a los Hamptons esa noche, la soledad y el silencio de aquella casa los abrumó. Quizás había llegado el momento de volver a su loft en Nueva York, de empezar a afrontar su vida, por muy dolorosa que ésta fuese.
-¿Crees que deberíamos volver a Nueva York? – preguntó ella, todavía en la entrada, mientras se quitaban los abrigos.
-Shh, ahora no por favor – dijo él, acariciando la cara de Kate con la punta de sus dedos. Ella lo miró a los ojos y le hizo una mueca, comprensiva, había sido un día difícil. El escritor siguió con su caricia, recorriendo ahora los labios de Kate, para después bajar su mano por el cuello, hasta el primer botón de su camisa. Lo desabotonó con cierta tranquilidad, para pasar después a los siguientes botones, cada vez con más nerviosismo, más desesperación. Cuando se hubo liberado de la blusa, comenzó a acariciar sus pechos, por encima del sujetador, haciendo que Kate se estremeciese.
Kate atrapó sus labios en un beso desesperado, debido a la excitación incontrolable que él le había provocado. Mientras se devoraban con las bocas, Castle fue bajando sus manos hasta toparse con sus pantalones, que desabrochó fácilmente. Kate se deshizo de ellos y de las botas mientras él se bajaba los pantalones.
La cogió por la cintura y ella rodeó sus piernas alrededor del cuerpo del escritor, notando toda su erección en su bajo vientre. Sin decir una palabra, Castle la penetró y ella comenzó a moverse rápidamente dentro de él. Sus jadeos llenaron la estancia rápidamente. Castle se deshizo del sujetador de Kate al mismo tiempo que ella devoraba su boca. Mientras se apoyaba con una mano en la pared, para que ninguno de los dos cayese al suelo, con la otra comenzó a tocar el pecho izquierdo de Kate, masajeándolo con la palma de su mano, haciendo que los jadeos de Kate fuesen todavía más fuertes.
El escritor comenzó a arremeter más fuerte, ambos olvidando lo que meses antes les había dicho el doctor Burke. Este había sido un día duro, bastante duro, y necesitaban aliviarlo de esta manera. Kate abrió más sus piernas, agarrándose más fuerte al escritor, en el momento en que comenzó a notar un calor intenso en su vientre, que poco a poco se fue apoderando de ella. Dejó escapar un gemido en la oreja del escritor, presionando sus músculos internos contra el miembro de Castle, haciendo que los dos llegasen al éxtasis casi al mismo tiempo.
Después de esa intensa lucha cuerpo a cuerpo, se fueron a la ducha. Kate dejó, ante la insistencia de Castle que él la lavase. Sabía que lo estaba haciendo por remediar lo que habían hecho unos minutos antes, habían llevado a cabo una sesión de sexo duro y ahora quería sustituirlo con amor. A Kate no le importó y se dejó mimar, para después hacer él lo mismo con el escritor.
-Rick – susurró ella, cuando estaban en la cama, tumbados uno frente al otro - ¿Y si esto pasa por algo?
Él le miró, sin comprender.
-Llevamos dos meses intentándolo y todavía no estoy embarazada, ¿y si lo que ocurre es que no debemos tener hijos? Mira lo que pasó con Alexander y ahora…
-No digas eso – Rick comenzó a limpiar con su pulgar todas las lágrimas que se escapaban de aquellos ojos verde avellana.
-¿Y entonces por qué?
-No lo sé Kate, no sé por qué el destino se empeña en ponernos las cosas difíciles, en ponernos mil y un obstáculos en nuestro camino y mucho menos por qué algunos de ellos son tan dolorosos que estarán ahí siempre. Pero los superaremos juntos.
Siguió acariciando su mejilla hasta que ella estuvo un poco más calmada.
-Mira, si para el mes que viene no lo hemos conseguido, acudiremos a la reproducción asistida, pero vamos a tomárnoslo con clama, ¿vale? No quiero que estés mal por esto.
Ella asintió y Rick agarró su mentón entre sus manos, dándole un dulce beso.
-Te quiero – susurró Kate sobre sus labios.
Rick bajó su mano hasta la cadera desnuda de Kate, acariciando con su pulgar el nombre escrito con tinta negra. El nombre que definió su felicidad durante un tiempo y ahora tanto echaban de menos. Kate posó su mano encima de la de Rick, acariciando juntos el nombre de su hijo Alexander.