Aquí está el final de esta historia, espero que no os decepcione mucho...

Gracias a todas las personas que habéis seguido la historia y a los que habéis decidido aportar vuestra opinión en forma de review o por twitter, lo agradezco mucho. Y siento no continuarla más, pero creo que es mejor así antes que desgastarla y de que acabe por no gustarme e inspirarme menos.

Gracias especialmente a Lau por animarme a escribir este fic y por tus locas ideas :D!


Caminó despacio, amoldándose a su paso, hasta que llegaron a su destino. El pequeño James se quedó parado, observando a su madre, mientras ésta dejaba los dos ramos de flores que llevaba en la mano en las dos tumbas que había frente a ellos, una más pequeña que la otra.

-Toma – le dijo Kate, agachándose junto a él y dándole una de las rosas de uno de aquellos ramos - ¿Quieres dejarle tú ésta a la abuela?

James asintió, con una sonrisa, y aceptó la flor que su madre le ofrecía. Caminó unos pasos hacia delante, y se agachó junto a la tumba de su abuela, dejando la rosa junto al ramo que su madre había dejado allí antes. Después se giró hacia la izquierda y dejó un pequeño peluche que llevaba en la mano, era un pequeño león, que él mismo había querido llevarle a su hermano.

Su madre le pasó una mano por su corta melena y le dio un beso, después se agachó junto a ambas tumbas y depositó un beso con su mano en cada una de ellas. James la observaba, atento. Sabía que sus papás se ponían tristes cada vez que visitaban a su hermano, por eso durante un tiempo él no quería que fuesen allí, sin embargo luego le habían explicado que se ponían tristes porque lo querían mucho.

Cuando su madre se levantó, el pequeño agarró su mano y ambos se encaminaron de nuevo hasta la salida.


Ya en casa, James y Kate veían un rato la televisión cuando una característica carcajada les hizo girarse hacia la puerta.

-¡Ya estamos en casa! – gritó Castle desde la puerta, mientras la cerraba con el pie. Sus dos manos estaban ocupadas con bolsas de comida.

-¡Traemos tainandesa! – gritó Amy, corriendo hacia su madre.

-Se dice tailandesa cariño – sonrió Kate, mientras cogía en brazos a su hija, recibiendo un fuerte abrazo - ¿Qué tal en ballet?

-Muy bien – contestó la niña riendo mientras recibía las atenciones de su madre.

-¿Qué tal vosotros? – preguntó el escritor, acercándose a su mujer y a su hijo.

-Bien – le contestó ella, inclinándose para recibir un beso del escritor en los labios, haciéndole saber que estaba bien.

-Hemos visto a la abuela y a Alex – le contó James a su padre, mientras este lo cogía en brazos – Y le he llevado un león.

-¡Vaya! – Dijo el escritor, haciendo reír a su hijo - ¿Un león?

-Sí, como los leones en la selva, así le protege.

-Muy bien cariño – le dijo, dándole un beso.

Cenaron los cuatro juntos, sentados sobre cojines en el suelo del salón, mientras veían una película Disney.

Cuatro años atrás, Castle y Beckett habían tenido que recurrir a la reproducción asistida, tras no conseguir quedarse embarazados. Había decidido dejar pasar unos meses antes de hacerlo y, cuando finalmente se decidieron, se llevaron una gran sorpresa al saber que venían dos. Pero finalmente estos dos diablillos habían sido un gran salvavidas para ambos. Gracias a ellos habían vuelto a sonreír y a creer que, incluso en los peores momentos es posible la alegría. No importa el motivo, pero siempre habrá algo que te haga sonreír a pesar de los obstáculos.


Cuando llegó la hora de dormir, volvió a ocurrir lo que Rick y Kate temían. Durante los tres primeros años de los mellizos, los pequeños habían dormido con sus padres, debido al miedo de éstos a dejarlos solos por la noche. Ambos se habían pasado noches sin dormir, por miedo a levantarse por la mañana y que lo que le había pasado a Alex volviese a repetirse. Por eso, aunque ahora James y Amy dormían en su propia habitación, había noches que les costaba más que otras.

-Yo quiero dormir con vosotros – se quejó Amy, comenzando a hacer pucheros.

-Cariño, ya hemos hablado de eso – le explicó Kate. A pesar de que le dolía, sabía que sus hijos tenían que aprender a dormir solos – Cada uno tiene su cama.

-Yo tampoco quiero dormir solo – comenzó James, siguiendo los pasos de su hermana.

Kate miró a Rick en busca de ayuda.

-Si os acostáis ahora mismo en vuestra cama, prometo contaros otra vez lo de las estrellas – dijo el escritor.

-¡Sii! – gritaron ambos niños a la vez, metiéndose rápidamente en sus respectivas camas.

Kate sonrió y se sentó en el borde de la cama de Amy, mientras Castle hacía lo mismo en la de James. Ambos niños miraban atentos a su padre, esperando que comenzase la historia.

-Cuando las personas se van de la tierra.

-¿Cómo Alex? – preguntó Amy, interrumpiendo a Rick.

-Sí, como tu hermano – contestó él, antes de seguir con la historia – Cuando se van de la tierra, se convierten en una luz muy muy brillante, que son las estrellas. Las estrellas son una gran bola de luz, como el sol, solo que su luz se apaga mucho antes, y el puntito amarillo que vemos es solo el reflejo de lo que fueron, esa luz que seguiremos viendo durante mucho tiempo.

Acarició la mejilla de su hijo, que se había quedado dormido al escuchar la historia.

-¿Alex es una estrella? – preguntó Amy, casi en susurro, mientras sus párpados luchaban por cerrarse.

-Sí cariño, Alex es una estrella – le contestó Kate, arropándola.

Cuando la pequeña se hubo quedado también dormida, ambos salieron, dejando la puerta entreabierta.


Kate se acercó a la ventana de su dormitorio, mirando el cielo, que estaba despejado aquella noche. Se fijó en una estrella, que brillaba más que el resto.

-Es él – dijo Rick, rodeándola por detrás y dejando un suave beso en su cuello.

-¿Tú crees?

-Estoy seguro, está ahí Kate, sigue brillando porque siempre seguirá con nosotros.

Kate se giró y atrapó sus labios, saboreándolos durante unos minutos, cuando lo miró a los ojos vio que estaban llenos de pasión. Volvió a atrapar otra vez sus labios con los suyos propios, pero esta vez con más necesidad. Castle bajó sus manos hasta la cintura de Kate, para después subirlos por debajo de su camiseta, acariciando sus curvas.

Después de desnudarse el uno al otro, acabaron sobre su cama, haciendo el amor. Después de mucho tiempo, de varios obstáculos que se habían encontrado en su camino, habían conseguido sobrellevarlos todos ellos juntos e incluso todo lo ocurrido había hecho que se amaran más, que confiaran más el uno en el otro.


Cuando se despertó en mitad de la noche y vio que Kate no estaba a su lado, supo exactamente dónde estaba. Subió las escaleras hacia el piso de arriba y, se la encontró saliendo del dormitorio de sus hijos.

-Castle – dijo ella, sobresaltándose y llevándose una mano al pecho.

-Kate, ¿qué hacías? – dijo él en un tono de reproche.

-No lo he podido evitar, me he despertado y… he tenido que subir a verlos.

-Tienes que dejar de hacerlo, los asustas – le dijo, en un tono comprensible.

No era la primera vez que Kate se despertaba en mitad de la noche e iba a comprobar la respiración de sus hijos. Y entre varias de esas ocasiones, Amy y James se habían despertado, asustados, creyendo que ocurría algo.

-Lo sé – susurró ella, abrazándose a Rick.

Él le devolvió el abrazo y presionó un beso contra su frente. Por mucho tiempo que pasase, siempre habría algo que les recordase lo que pasó, algo que les tuviese anclados al recuerdo de Alexander, aunque el pequeño poco a poco dejaba de ser un recuerdo doloroso, para convertirse en parte de un recuerdo feliz, acompañando a la felicidad que llenaba sus vidas ahora con James y Amy.

FIN