Disclaimer: Los personajes de la saga Crepúsculo le pertenecen a la inigualable Stephenie Meyer, yo sólo me divierto junto a ellos ubicándolos en un mundo paralelamente imaginario que brota de mi alocada cabecita soñadora.
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Trato Hecho
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Beteado por Isa :)
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Outtake: Salmón ahumado
—¿Bueno?
Respondió una voz masculina del otro lado. Fruncí el ceño, quitando el celular de mi oreja para observar la pantalla. Definitivamente aquí había algo que no cuadraba. ¿Por qué estaría respondiendo un hombre el celular de mi Voz de Pito? Sentí algo parecido a una patada en medio de mi estómago; intenté ignorarlo pero era difícil poder hacerlo.
—¿Por qué respondes el celular de mi novia? —bramé entre dientes sin poder controlarme—. ¿Quién eres tú?
—Oh, hola, ¿qué tal? —Se hizo una pausa, mi mano había formado un puño sin ser consciente de ello—. Soy Simon, el nuevo vecino de Bella, ya nos hemos visto. ¿Recuerdas? —Si antes me sentía un poco colerizado, sin dudas ahora estaba mucho peor. Ante mi silencio, el maldito vecino siguió diciendo—: Mira, no tienes que preocuparte por Bella, ella no puede contestarte porque está tomando una ducha, pero apenas salga, te llamará. ¿Quieres que…?
No me molesté en seguir escuchando. Mi celular salió volando hasta aterrizar en el sofá, sin resultar herido. Me acerqué a la mesita de un lado que tenía la habitación del hotel —que pronto tendríamos que dejar— y me serví un vaso de whisky. Sé que no estaba bien beber a esta hora, pero me importaba un bledo. Necesitaba algo fuerte. Y rápido.
Había llamado al celular de mi novia. De mi Voz de Pito. Responde el maldito Salmón. Ella estaba en la ducha. ¿Por qué demonios el estúpido Salmón estaba allí mientras ella se bañaba? Tomé de un solo sorbo la bebida e hice una mueca al sentir el gusto amargo en mi garganta. Cuando miré la etiqueta de la botella, quise escupir todo. ¿En serio el whisky tenía que ser industria irlandesa? ¡Escocia era mucho mejor, carajo!
«Hey, amigo, relaja un poco».
«No estoy de humor, Armando. No jodas».
«Qué susceptible…».
—¿Dónde es el funeral que no me han invitado?
Le lancé una mirada furibunda a mi hermano y creo que cazó al instante qué era lo que ocurría. Pero claro, nunca jamás se iba a comportar como esperaba que lo hiciera. Sus carcajadas resonaron en toda la habitación y le arrojé algún objeto desconocido que encontré por allí. Eso lo hizo reír aún peor. Idiota.
—¿Seguirás riéndote como una morsa o nos iremos de una vez?
Emmett sigo riendo sin problemas.
—Necesito ver una morsa riéndose, ¿acaso lo hacen? —Apretó sus dientes, intentando calmarse. Creo que gruñí, aunque no estoy seguro—. No me mires así, hermanito. A veces, no sé cómo hace la pobre Bella para soportarte…
Suspiré pesado.
—Oh… —Rascó sus sienes—. Ahora comprendo.
No lo oí, sólo lo ignoré. Mi humor estaba por los suelos. Estúpido Salmón. Todo era culpa suya.
«Uhm… no creo que sea tan así, viejo».
«El pescado tiene toda la culpa. No lo defiendas».
La voz de mi hermano volvió a traerme a la realidad.
—No me digas nada, ya lo sé todo.
—Oh, ¿en serio? —dije de mal humor. Tomé mi celular del sofá y me cabreé aún más cuando no había ninguna llamada allí. Claaaro, seguramente seguía en la ducha. Maldito Simon, Salomón o como mierda sea. Puse el inactivo celular en silencio y lo metí dentro de mi maletín. No lo necesitaba ahora—. ¿Nos vamos?
—Claro, hermanito —sonrió con suficiencia—. ¿Sabes una cosa?
Lo miré con una mueca.
—Creo que amo a Bella —chasqueé la lengua—. En serio, jamás pensé que viviría para verte de este modo.
—¿Y cómo piensas que estoy?
Volvió a reír.
—Verde de celos. —Abrí mis ojos—. ¿Crees que eres bueno para esconderlo? Yo no lo creo.
—¿Qué te hace pensar eso?
Rodó sus ojos.
—Estás así desde el otro día y, sospechosamente, tu humor es directamente proporcional a las veces que nombras a un tal "Salmón". La verdad, me das hambre cada vez que lo haces. ¿Es un pretendiente de tu novia?
Tomé mi maletín con toda la furia y fulminé a mi hermano con la vista.
—Púdrete, Emmett —vociferé antes de abandonar la habitación, asustando a un empleado que nos esperaba para ayudarnos con las maletas—. ¿Y sabes qué? Tú también. Púdranse todos.
«¡Qué carácter…!».
Di dos pasos más y se me ocurrió una idea estupenda. Saqué mi celular de mi maletín, ignoré el WhatsApp que había llegado, y llamé a la única persona que me entendería. Contestó al segundo tono.
—Hoy en el lugar de siempre. Avísale a Daniel.
—Pero… ¿Qué carajos?
—Hasta las ocho.
Sin más, corté la comunicación. Él me entendería perfectamente.
Como no quería escuchar todas las bromas de mi hermano en el viaje de vuelta, tomé mi iPod y me puse los auriculares. Luego, aumenté el volumen de la música. Un poco más. Un poco más. Maravilloso. Estaba a todo lo que daba. Emmett se subió al avión unos instantes después y sonrió al verme acurrucado en mi asiento. Tomé mi celular dispuesto a apagarlo, pero el globito del WhatsApp seguía molestando en la pantalla. Suspiré profundo y lo abrí.
«¿Cómo estuvo el viaje? Puedes hablarme, ¿sabes?».
Cerré la aplicación sin responderle. ¿Por qué no le preguntaba al Salmón? Un nuevo mensaje llegó y, obviamente, volví a abrirlo.
«¿Me estás ignorando?».
Aunque luché con todas mis fuerzas, no pude dibujar una sonrisa pequeña. Dios, ¿qué me estaba pasando? Me mantuve conectado al ver que seguía escribiendo. Me la imaginaba con el ceño fruncido y con el enojo crecer en su cuerpo. Pues bien, ¡se lo tenía merecido!
«Al menos dime si has llegado bien, estoy preocupada».
Mi sonrisa se hizo más grande. Volvió a escribir.
«Bien, si no me quieres hablar no me hables».
Mi hermano tocó mi hombro así que salí de la aplicación. Lo miré y rodé mis ojos cuando seguía sonriendo como idiota.
—¿Qué? —dije de mala gana. Diablos, ni siquiera me reconocía.
—¿Seguirás mirando el pobre celular con cara de psicópata o podremos despegar pronto?
Mi teléfono volvió a sonar. Emmett me miró con una ceja alzada pero no le di importancia. Volví a abrir la aplicación para divertirme un rato con el enojo de mi Voz de Pito. Se merecía esto. Puto Salmón.
«Escucha algo «clavador de visto», si quieres enojarte por no sé qué carajo, enójate. Pero luego no vengas intentando disculparte. ¿Qué mierda te pasa?».
«Clavador de visto», reí en voz alta ante la mirada de Emmett. Eso era muy Bella. Volví a clavarle el visto para que se escandalizara y miré a mi hermano, disfrutando de saber que Bella también estaba molesta porque no hablábamos y que estaba pendiente de mí y no del perfecto vecino irlandés. Toma eso Salmón.
—Ay, Dios mío —musitó Emmett mirándome con gracia—. Diré que estamos listos para volar. ¿Puedes dejar de reírte? Se supone que estás peleando.
—Nadie me había dicho que era tan divertido.
La sonrisa de Emmett creció, aunque luego apareció una sonrisa macabra.
—Supongo que "El Salmón" también es así de divertido, ¿verdad?
«¡Ouch! Eso dolió. ¿Aún estará con nuestra Voz de Pito?».
«No necesito que me lo recuerdes, idiota».
Mi humor volvió a decaer y miré furiosamente a mi hermano, él sólo rio en voz alta y le dijo al comisario de abordo que estábamos listos para despegar. Abrí por última vez el WhatsApp y una sonrisa volvió a aparecer en mis labios.
«Métete el visto en el…».
—¿Señor Cullen? —me dijo la azafata.
Asentí y apagué el celular, sin responder ningún mensaje de mi Voz de Pito. Antes de hacerlo, quería calmarme. Y volver a recordar la voz del estúpido del Salmón atendiendo el celular de mi novia, de mi chica, no ayudaba en nada. Volví a colocarme mis auriculares y subí la música a todo lo que daba. No tenía ganas ni de escucharme a mí mismo.
El vuelo sería realmente largo.
Unas horas más tarde, el avión comenzaba con el aterrizaje. Si bien las horas volando me habían ayudado a tranquilizarme un poco, eso no bastaba apara quitarme de la cabeza lo que había ocurrido. Todavía no podía creer que Bella estuviese en la ducha cuando su Me-llamo-Simon-soy-perfecto-y-me-adoro de su vecino estaba en su departamento. Lo conocía hace un mes, ¡un puto mes! ¿Y ya contesta su teléfono? Ahora que me ponía a pensar en eso, creo que nunca contesté el celular de mi novia. ¡Se supone que soy el novio!
—¿Puedo darte un consejo, hermano? —Fueron las palabras de Emmett antes de descender del avión. Ya habíamos aterrizado sanos y salvos. Ni siquiera me di cuenta de cuando descendíamos. Supongo que eso era algo bueno, ya que no contaba con las suaves manos de mi Voz de Pito para que me ayudara a sobrevivir en los aterrizajes. Largué un fuerte suspiro.
—Si se trata de alguna de tus pavadas…
Sacudió su cabeza.
—No es nada de eso. —Tomó una bocanada de aire—. Pero… creo que deberías hablar con Bella. La mayoría de las peleas se originan por falta de comunicación. Yo no sé qué es lo que ha pasado, pero conociéndote como te conozco, sé que estás mirando fantasmas en donde no los hay.
«Emmett tiene razón, estás siendo un poco… ¿exagerado?».
«¿Me darás clases ahora, Armando?».
«Eres imposible, hombre».
Miré a mi hermano e intenté mantener mi tono calmo, aunque estaba costando mucho trabajo.
—Su vecino contestó su celular…
—No le veo nada de malo a eso… —Encogió sus hombros.
—…Mientras ella se duchaba.
Al fin había dejado a Emmett sin palabras. Refregué mi rostro con ambas manos. Bien, la calma se había evaporado. Y creo que ahora estaba mucho más molesto que antes. ¿Por qué mierda dejó que contestara su teléfono? ¿Por qué mierda sentía como una patada en el estómago cada vez que lo recordaba? Volví a beber un sorbo de whisky, y esta vez me aseguré que no fuese uno irlandés. Esos me caían mal. Muy mal.
—¿Y bien? —le pregunté a mi hermano, quien seguía sin reacción.
Él parpadeó varias veces seguidas y volvió su vista a mí.
—Supongo que haces bien tomar tanto whisky, pero tampoco abuses —suspiró—. Mira, Edward, seguramente yo estaría igual que tú. Pero… no sé, debes estar malinterpretando todo. ¿Volvió a llamarte después?
Bebí un sorbo más.
—Quizás lo hizo…
Emmett sonrió.
—Eres un tonto, realmente lo eres. —Me miró a los ojos—. ¿Sabes cuál es la mejor parte de las peleas?
«¡Yo lo sé! ¡Yo lo sé!».
—¿Cuál?
—Las reconciliaciones —guiñó su ojo con una sonrisa pícara en sus labios—.Uf, hermano, no sabes lo buenas que son. Es más, Caroline fue producto de una de ellas. ¿Crees que no sé del tema?
—Realmente, no necesito saber de eso.
La azafata se acercó a nosotros y, por lo visto, nos estaba esperando hacía rato. Supongo que nos entretuvimos bastante con nuestra charla. Tomé mi maletín, Emmett tomó el suyo y nos preparamos para bajar del avión. Todos mis músculos estaban entumecidos, y creo que mi percepción al sonido había descendido un poco. Mis oídos dolían un poco.
—Qué tengan una buena noche, señores Cullen.
«¿Será, Edwardcito?».
Miré la hora, eran las siete y media de la tarde. Mi mano estuvo a punto de tomar mi celular y llamar a Bella para encontrarnos, como habíamos planeado antes de que sucediera el incidente. Con el humor por el suelo y sintiéndome triste y estúpido por actuar como un idiota, descarté esa idea completamente. Seguí a Emmett en silencio, sintiendo la suave brisa chocar en mi rostro cuando estuvimos en el estacionamiento del aeropuerto, una vez que recogimos nuestras maletas.
—¿Al departamento de Bella?
Fue la pregunta de Emmett una vez que subimos a su coche. Apoyé mi espalda en el respaldo del asiento, suspirando pesadamente. Mi mano ardía por tomar mi teléfono y hablar con mi Voz de Pito, pero era mejor no hacerlo.
«Di que sí, viejo, di que sí».
Cerré mis ojos, refregando mi rostro con mi mano libre.
—No, Emmett. —Me costó trabajo decir eso, pero creo que era lo mejor. Al menos, de momento—. Llévame al lugar de siempre.
«Eres un idiota, Cullen, un grandísimo idiota».
No tenía nada que objetar contra eso.
Mi hermano me miró unos instantes, quizás con la esperanza que cambiaría de opinión, pero cuando vio que no sería así, soltó un suspiro pesado y puso en marcha el auto. Difícilmente cuando tomaba una decisión era capaz de retractarme y, sinceramente, hoy odiaba eso más que nunca.
A las ocho en punto estuve en el bar de siempre, miré por todos lados a la espera de mis amigos, pero aún no habían llegado. Me senté en la barra ¿y qué pude pedir? Un whisky, claro. Al segundo vaso —más los que había tomado a lo largo del día, que creo fueron muchos— podía sentir que mi percepción estaba fallando un poco. Un sujeto se sentó a mi lado y chocó su vaso con el mío.
—¿Tomando para olvidar? —preguntó más serio de lo que parecía.
Miré hacia mis manos sosteniendo el vaso y cerré mis ojos.
—En realidad, ni siquiera sé por qué estoy tomando.
«Yo sí sé, porque eres idiota».
«Deja de llamarme idiota, idiota».
«Debería ser tu segundo nombre».
—Es por una chica, ¿verdad?
Miré al hombre. ¿Desde cuándo era tan patético que hasta le contaba mis problemas a un desconocido? Eso llevó mi mente a mi primer encuentro con Bella. Así había comenzado todo. Ya hasta parecía algo muy lejano. Diablos. La extrañaba. La extrañaba mucho.
—Sí es por una chica, pero no es por una chica.
El hombre frunció el ceño.
—Oye, muchacho, ve un poco más lento que estoy tomado.
Sonreí un poco y bebí un trago más hasta terminar con todo el contenido del vaso. Pedí otro, y el muchacho de la barra, cansado de servirme a cada rato, me pasó la botella. Se lo agradecí.
—El vecino de mi novia contestó su celular cuando ella tomaba una ducha… —Solté unas risas nerviosas. Vaya, estaba actuando muy patéticamente.
El hombre desconocido palmeó mi hombro y negó con su cabeza.
—Toma más, joven amigo —me insistió—. Sólo te puedo decir que el amor apesta. Oh, claro que apesta. Es una cosa maldita que te deja ciego, sordo y mudo; no te das cuenta de cuándo has ido tan lejos hasta que caíste en sus horribles garras. Pero… —Su vista volvió a mí—. Realmente vale toda la puta pena del mundo. Lucha por tu bella dama, muchacho. No la dejes sin luchar. ¿Dejarás que ese vecino se salga con la suya? Oye, eres tú el que se está viendo patético aquí, y es él el que está en el departamento de tu chica cuando se baña.
Un momento… el ebrio tenía razón.
«¿De qué ebrio me estás hablando? Porque yo estoy viendo dos».
—¿Y qué sugiere que haga?
Una mano se apoyó sobre mi hombro.
—No creo que estés en condiciones de escuchar consejos de un borracho, sin ofender señor bebedor. —Esa era la inconfundible voz de Brad—. Gracias por hablar con nuestro amigo, pero lo llevamos de aquí. Adiós, y pase una buena noche.
—Pero…
—Te callas —zanjó Daniel, ayudando a Brad a arrastrarme hasta algunos asientos. Miré al hombre desconocido y elevé mi puño hacia él; imitó mi gesto, haciéndome reír como estúpido—. Brad, será mejor que lo llevemos a su departamento.
—¡Ni se les ocurra! —Me dejé caer en un sillón. Estaba peor de lo que imaginé, pero me importaba muy poco—. Estoy aquí para beber y eso haré.
—¿Quieres que te agarre cirrosis, idiota?
Miré a Brad con cara de pocos amigos y me atrincheré en mi asiento, sin molestarme en beber desde el vaso, sino desde la misma botella.
—¿Qué sucede, Edward? —Daniel se mostraba más gentil. Él me caía bien.
Brad suspiró sonoramente.
—Es por Bella que estás así, ¿verdad? —gruñó—. Yo sabía que sería así, siempre sucede lo mismo. ¿No te das cuenta de lo patético que te ves? ¡Y todo por una chica cualquiera!
—¡Bella no es cualquier chica! —grité con todas mis fuerzas, aunque mi voz muy distorsionada.
Daniel golpeó a Brad y este sacudió la cabeza.
—Lo sé, lo siento —me dijo intentando apartar la botella de mis manos, pero no lo dejé—. Edward, será mejor que ya pares con esta mierda. Te ves patético.
—Brad tiene razón, Edward —secundó Daniel, tomando la botella. Se la di, total ya estaba vacía—. ¿Qué sucede?
Al ver la preocupación en los ojos de mis amigos, supe que estaba siendo más idiota que de costumbre. Sin embargo, me sentía muy extraño como para querer parar todo esto. Sé que estaba siendo patético, es más, hacía muchísimo tiempo que no me embriagaba como hoy, pero me era imposible hacer otra cosa. Necesitaba olvidar, pero no olvidar a mi Voz de Pito, sino olvidar ese terror que me carcomía por dentro. Cuando pensaba en el maldito Salmón —con o sin alcohol en mi cuerpo— no podía dejar de pensar que él era perfecto para Bella. Realmente quería odiar a Simon, de hecho me encantaría verlo en un plato de salmón ahumado, pero sabía que ni siquiera tenía razones para odiarlo. Ni el hecho que hubiese contestado el celular de Bella era una razón aceptable.
Sentía pánico; un pánico que no había sentido antes y que era muy extraño. Porque no era el miedo de alguna cosa conocida, como me sucedía en los despegues o aterrizajes a menudo. Este pánico tenía que ver con otra cosa. Simon representaba ese miedo de perder a Bella, a perderla de verdad. Sé que ella se merecía al mejor hombre de todos, porque era hermosa, dulce, divertida, un poco chiflada a veces, pero perfectamente imperfecta y eso la hacía única.
Merecía a alguien que supiera amarla, y no un idiota que no creyera en el amor.
Últimamente me había planteado que las cosas cambiaron. Sí, ya lo sé, no es un gran mérito de mi parte, pero por algo se empieza. Sé que las cosas eran diferentes. Sé que yo me sentía diferente. Y también sé que me emborrachaba por primera vez con esa sensación de pánico. Nunca antes me había pasado. Ni siquiera cuando era un chiquillo.
Imaginar a Bella con el puto Salmón me ponía verde. Y no sólo si la imaginaba con él, sino con cualquier otro hombre que no fuese yo. Las cosas se me estaban saliendo de control y ni siquiera entendía qué mierda me pasaba. Sólo quería tomar a mi Voz de Pito en brazos y no soltarla jamás. ¿Qué significaba eso?
«¿Sabes una cosa? Creo que te prefiero ebrio, al menos eres capaz de admitir que necesitas a nuestra Voz de Pito».
«Por supuesto que la necesito, Armando. La necesito todo el tiempo».
—¿Y bien? —volvió a preguntar el rubio.
Solté un suspiro cansado. Dios, todo daba vueltas.
—Quiero a mi Voz de Pito.
Daniel me miró confundido, creo que era el único que no estaba al tanto de mi hermoso apodo para mi hermosa Bella.
—¿Quién carajos es…?
Brad colocó un brazo sobre su hombro.
—Mejor no preguntes, aún no entiendo qué se le pasaba por la cabeza el día que inventó ese horrendo sobrenombre.
Daniel dibujó una sonrisa en su rostro.
—¿Es Bella? —Brad asintió, casi sintiéndose divertido por el hermoso apodo de mi Voz de Pito.
En algún momento, saqué mi celular de algún bolsillo de mi saco esparcido en los sillones y busqué las cientos y cientos de fotos que tenía de ella. La miré por mucho tiempo y una estúpida sonrisa creció en mi rostro. Era tan malditamente hermosa que dolía.
—¿Qué miras? —preguntó uno de mis amigos.
Levanté mi vista y le mostré mi celular.
—Es absolutamente hermosa.
Brad rodó los ojos y seguí sonriendo, sintiendo una presión en el estómago al imaginármela con otro hombre. Quizás era egoísta o estaba lo completamente ebrio como para ser más idiota que de costumbre, pero no quería a otro hombre junto a ella. Quería ser yo el dueño de sus sonrisas, caricias y… Sacudí mi cabeza, ¿qué me estaba pasando?
«¿Aún sigues sin entender? Estás flechado, amigo, eso es lo que sucede».
Miré hacia todos lados y el hombre con el que había hablado antes levantó su copa en mi dirección. Aproveché que mis amigos estaban teniendo alguna conversación de lo borracho que estaba y qué era mejor hacer conmigo, así que no lo dudé y me fui hasta la aplicación del WhatsApp y entré a la ventana de Bella. Estaba hermosa en su foto. Las palabras fluían en el teclado y sin detenerme a leer o bien si estaban bien escritas las palabras, le mandé lo que me salió en el momento, aunque no tenía idea de las palabras exactas. Lo único que podía asegurar era que la extrañaba y que estaba rodeado de muchas personas, pero la que realmente quería junto a mí no lo estaba.
No me respondió, como era sabido, pero no me importó; supongo que merecía un poco de mi propia medicina.
—¿Ella es tu chica? —inquirió el hombre de la barra, ahora sentándose a mi lado.
Le sonreí a la fotografía de mi Voz de Pito.
—¿No es hermosa?
El hombre asintió, estando de acuerdo conmigo.
—¿Y qué haces aquí todavía?
«Este ebrio me cae mucho mejor que tú».
«Armando, por favor, me duele la cabeza».
«Y te dolerá el culo de la patada que te daré si sigues siendo así de pendejo».
—¿Debo verla?
El hombre rodó sus ojos. La verdad, me estaba cayendo bien. Me dio su botella de whisky y se lo acepté, tomando un sorbo bastante largo.
—¿Quieres verla? —preguntó sonriéndome, casi paternalmente.
Asentí sin dudarlo.
—¿Entonces qué esperas?
Iba a tomar otro sorbo más porque, bueno, realmente necesitaba un poco de confianza en mí mismo. Supongo que eso ahora no venía al caso ya que estaba más mareado que de costumbre y el hombre comenzaba a dar vueltas sin ni siquiera moverse.
—¡Larga eso ahora mismo! —gritó Daniel, sobresaltándome y haciendo que tirara la botella de whisky de mis manos. Creo que le gruñí, pero no estoy seguro—. Carajo, Edward. Ya deja de tomar, ¿quieres?
—Tráiganle a la chica.
—¿Ah? —preguntó Brad, intentando arrebatar la botella de mis manos, pero no dejé que lo hiciera.
—Ay, Dios. —Daniel resopló, mirando a mi nuevo amigo de borrachera con los ojos entrecerramos—. Bien, de acuerdo… Si llamamos a Bella, ¿dejarás de atormentar a tu pobre hígado con alcohol?
Asentí como un niño pequeño sintiéndose emocionado.
Allí me percaté que mi celular sonaba y sonaba, un mensaje tras otro. Fruncí el ceño y lo quité del bolsillo, pero la verdad, las letras se movían y era muy difícil leerlas cuando jugaban al bailecito.
«¿Dónde estás?».
Automáticamente una sonrisa apareció en mi rostro, percatándome que era la primera vez que hablábamos luego de volver aquí. Había actuado como un idiota, no había ninguna duda de ello, pero era lo primero que me había salido. Una felicidad desconocida me atacó sin piedad, dándome cuenta que Bella se preocupaba por mí.
Intercambiamos algunas palabras más, seguí escribiendo lo primero que se venía a mi mente y mi Voz de Pito seguía mostrándose preocupada por mí, incluso su desesperación se iba incrementando. Lo sabía porque no era muy normal que dijera tantas palabrotas juntas, salvo cuando 1) estaba nerviosa, 2) estaba borracha y 3) cuando estaba preocupada. Sonreí más al saber que esta vez, se preocupaba por mí.
—¿Es Bella? —me preguntó mi amigo.
Lo miré, él sólo rodó sus ojos y me arrebató el celular, sin dejarme siquiera hacer un movimiento para evitarlo. Pulsó alguna tecla en la pantalla y, luego, llevó el teléfono a su oreja para hablar con alguien; no sé exactamente quién. Por mi parte, intenté volver a tomar, pero Brad no me dejó, es más, hizo desaparecer la botella y también a mi amigo ebrio, ¡los dos a la vez! Me sorprendí, era todo un mago.
Los minutos iban pasando y no había rastros de Bella. Entonces pensé dos cosas, 1) me habían mentido o, 2) Bella no quería saber nada de mí. Deseé con todas mis fuerzas que no fuese la segunda opción, porque eso sería duro, muy duro. Tomé un vaso vacío de la mesa, sólo para tener algo que sostener y medio que me acosté sobre el sofá, sin querer que nadie me hablara. Estaba triste, borracho y solo. ¿Qué más me podía pasar?
—Edward, Dios, ¿qué rayos te pasa?
—Ella no me quiere, ¿cierto?
«¡Jesús! Realmente necesitas un buen golpe, ¿ah?».
Daniel suspiró.
—Estás siendo condenadamente estúpido. —Intentó sacarme el vaso, pero no dejé que lo hiciera. Ni siquiera sabía por qué diablos sostenía el puto vaso si no tenía nada dentro—. Al fin —murmuró manteniendo su vista fija hacia atrás—. Aquí viene Bella, Edward. Ya te irás a tu casa.
Sacudí mi cabeza, ¿a quién quería engañar?
—Bella no vendrá, Dan —mi voz salió triste. Soy un idiota—. Ella no me quiere. No vendrá.
Sentí unas suaves manos apoyarse sobre la mía que sostenía el vaso. O bueno, en realidad era una botella, ahora me daba cuenta de ello. Cerré mis ojos, mi imaginación era realmente buena.
—Ya basta de beber, Edward —susurró una hermosa voz—. Ya ha sido suficiente.
«¡Oh, dulce Bella! ¡Te extrañamos!».
Mi cabeza se levantó como un resorte. Me fijé en esos cálidos ojos verdes y allí estaban, mostrándose preocupados y también aliviados al mismo tiempo. Mis labios comenzaron a curvarse en una sonrisa; aunque, luego, fruncí el ceño. No. Esto no era real. Bella no estaba aquí.
—Tú no eres real —murmuré patéticamente—. Brad, ¿qué le pusiste a mi bebida?
—Edward, soy yo. —Colocó una mano sobre mi mejilla y automáticamente me acerqué a su toque, sintiendo su calor. La había extrañado tanto que dolía, dolía por todo el cuerpo—. Estoy aquí.
Era verdad. Estaba aquí. Bella estaba aquí, conmigo, otra vez junto a mí.
—¿Voz de Pito? —murmuré, sintiendo un gran nudo en el estómago.
—Aquí estoy —volvió a repetir con una suave sonrisa en sus labios.
No esperé ningún segundo más, a medida que mis ojos se iban abriendo sorprendidos por tener a Bella aquí, junto a mí, tiré la botella a alguna parte y la subí encima de mi regazo, sin que me importara nada más que ella y su cercanía. Mi rostro encontró mi parte favorita de todo el mundo: la curvatura de su hombro y allí me quedé, inhalando su aroma, dejándome llenar de su suavidad y calor. Sin darme cuenta, comencé a dejar numerosos besos en su cuello, sintiéndome abrumado por todo lo que sentía.
Ahora, con ella aquí, pegada a mí, sentía que todo estaba bien. No me importó ni el Salmón, ni los celos, ni el puto pánico que me orilló a estar en este estado. No. No me importaba nada más que Bella, yo y esto que me estaba matando por dentro. Sabía que todo tenía una explicación, claro que lo sabía, pero también creía que necesitaba despejar mi cabeza antes de entender el verdadero significado de todo.
Mirando sus ojos supe que estaba perdido, pero aún no entendía el porqué.
Y mi cabeza… bueno, mi cabeza estaba mareada, pero no sólo por el alcohol; eso lo sabía bien.
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El puto Salmón seguía aleteando alrededor de mi hermosa Voz de Pito, parecía una especie de pajarillo herido, buscando algo de atención. Era patético. Y una verdadera patada en las bolas. ¿Qué era lo peor de todo? Bella le sonreía con simpatía, con naturalidad y eso fue un hachazo en medio del pecho, pues hacía bastantes días que a mí no me sonreía de esa forma. Bien, Edward, necesitas calmarte.
«Y dejar de querer matar al Salmón por cualquier cosa, ¿huh?».
«No es mi culpa que sea tan…».
Sacudí mi cabeza, despejando mis pensamientos y me acerqué hacia la mesa de entrada. Bella levantó la cabeza al sentir que alguien había entrado en la biblioteca y no pude evitar sonreír. Estaba preciosa, como acostumbraba a estarlo, pero había algo que no andaba bien. El brillo de sus ojos se había ido y seguía manteniendo esa mirada cautelosa, y… tal vez, un poco ¿triste?
—Hola —saludé de un lado del mostrador.
Ella, aún manteniéndose seria, intentó sonreírme, pero sólo logró una mueca. Suspiré sin saber el motivo por el cual estaba así. Rodeó el mostrador y se acercó a mí. Intenté que sus ojos se conectaran con los míos, pero no pude hacerlo. Eso me inquietó.
—Hola —respondió mi saludo sin esa alegría a la que me tenía acostumbrado al recibirme.
Sin querer que hubiese algún espacio libre entre nosotros, la rodeé con mis brazos y la besé como quise besarla hace cinco días, como quiero besarla todo el tiempo. Creo que mostró alguna sorpresa, pero no dejé que se apartara, la necesitaba cerca, necesitaba sentir que todo estaba bien y quitarme esa maldita idea de la cabeza al pensar que algo había cambiado entre nosotros luego de haber estado juntos. Quería creer que no, que todo estaba igual. Es decir, fue la mejor noche de mi vida, de eso no había duda, ni siquiera podía sacarme cada detalle de la cabeza, pero sentir a Bella así… distante, un poco fría y quizás algo cautelosa, no dejaba que disfrutara mi felicidad al máximo. No podía estar bien, si ella no lo estaba.
Al separarnos, su ceño fruncido volvió a inquietarme.
—Vine a hacerte una invitación —murmuré alegremente, luego de nuestro saludo, sin apartar mis ojos de los suyos.
Ella me miró con curiosidad.
—¿Qué tipo de invitación?
—A cenar. Abrieron un restaurante que creo que te gustará mucho, no está muy lejos, sólo hay que salir un poco de la ciudad y…—Mi voz se fue perdiendo al notar que ella hacía una mueca. Tragué en seco, sintiéndome estúpidamente rechazado—. ¿Ya hiciste planes?
—En realidad, sí —respondió mordiendo su labio—. Simon nos invitó a cenar en su casa, nos debe comida irlandesa y…
—Entiendo —me aclaré la garganta. Mierda, eso dolió—. El Salmón lo dijo primero… está bien.
«Uf, creo que comienzo a entenderte, hermano».
—¿Podemos ir otro día?
Intenté que no se notara que su rechazo me había desilusionado bastante. La verdad, quería pasar más tiempo con ella, pero de todos modos entendía que el Salmón había llegado primero. Otra vez.
—Claro que iremos otro día, Voz de Pito. —Acaricié su mejilla con suavidad—. No te preocupes.
Luego, aparecieron Simon y Tanya. Intenté que no se notara mi tristeza, pues me estaba comportando como un marica, siendo amable con ellos. Bien, está bien, siendo amable con Tanya porque no lo sería con el Salmón. Luego de intercambiar algunas palabras, fue el momento de despedirme de Bella. En realidad, venir hasta aquí me había dejado con un feo sabor en la boca. Ni siquiera quería pensar tanto en ello.
—Supongo que te veré después —dije a modo de cortar ese silencio, llamativamente incómodo que se formó entre nosotros—. ¿Está todo bien?
Intentó sonreír, pero supe que fue una sonrisa forzada.
—Claro que todo está bien —respondió, haciendo una mueca—. Todo sigue igual, ¿cierto?
No.
Yo sabía que no estaba todo bien.
Suspiré, queriéndome sacar esa fea sensación del pecho.
—Todo sigue igual —mentí. El espacio entre los dos era relativamente pequeño, así que no tuve que acercarme mucho a ella para disfrutar de la suavidad de sus labios. No sé por qué, pero algo me decía que tenía que aprovechar este tiempo junto a ella. Ese pensamiento se vio nublado al sentirla lejos, como si no estuviera aquí conmigo sino a miles de kilómetros de distancia. Me aparté de ella, e intenté descifrar qué era lo que estaba ocurriendo.
Se aclaró la garganta e intentó recomponer su expresión.
—Te acompaño al coche —murmuró sin mirarme.
Con mucha frustración, entrelacé nuestros dedos e hicimos en silencio el camino hacia mi auto. Por primera vez desde que todo esto comenzó, el pánico se apoderó de mí. No me gustaba estar así con ella. No me gustaba que estuviese tan apagada. Yo quería verla brillar, reír, divertirse. Y me odié por ello, porque sabía que todo esto era mi culpa.
—Nos vemos después —susurré besando su mejilla. Cerré mis ojos y me separé rápidamente de ella. No me quería ir, no quería dejarla, pero el mensaje estaba claro: quería un poco de espacio y se lo iba a dar. Al menos, por algunas horas.
—Hasta pronto. —Fue su respuesta, y mi preocupación creció al volver a ver esa mueca extraña en su rostro.
Me subí al coche con brusquedad y aceleré, queriendo que esa presión en la boca del estómago se fuera de una maldita vez.
Cuando dije que tenía papeles que revisar, obviamente mentí. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Tenía orgullo después de todo. Lo peor es que estos últimos días había adelantado mucho trabajo, ya que no tenía nada más que hacer. Bella estaba estudiando, por lo tanto no podía pasar tiempo con ella y ella tampoco demostró indicios de querer verme. Diablos. Golpeé el volante con fuerza y estacioné el coche hasta lograr tranquilizarme. No debía conducir en este estado.
Solté un suspiro exagerado. Sabía que una cosa así podía pasar. Carajo, ¿en qué estaba pensando? Era obvio que las cosas cambiarían aunque ambos insistimos en que no sería así. A pesar de que había sido una noche maravillosa y el mejor regalo que me hubiesen hecho jamás, tendría que haber sospechado que eso podría arruinar nuestra hermosa relación.
Haber tenido… no, no había sido sólo sexo, eso lo tenía muy claro, y creo que esa era una de las cosas que me tenían muy inquieto. Haber estado junto a Bella fue… sublime. Fue maravilloso, inimaginable y, obviamente, había superado por completo todas mis expectativas. La deseaba como nunca había deseado a una mujer. Pero no sólo hablaba del deseo físico, claro que no. Ella era muchísimo más importante que eso. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cuándo malditamente lo iba a comprender?
Pero… siempre había un pero en la historia, maldita sea. Al día siguiente de haber tenido una hermosa y muy placentera noche y también una mañana agitada, el hechizo se había roto. Sí, fue así como si nada. De un momento a otro la Bella divertida había desaparecido. Desde ese momento estuvo distante, fría y era muy difícil lograr que me mirara a los ojos cuando me hablaba.
Ese fue el momento en que supe que algo había cambiado. Y no era un cambio favorable, desgraciadamente.
Volví a suspirar con pesadez, sintiendo mi cabeza volar y volar a la velocidad de la luz. Muy bien, no aguantaría mucho más tiempo así, debía hablar con Bella y rápido. Con un mejor semblante, bajé del coche y fui hasta la heladería. Sabía que un poco de helado de chocolate y vainilla lograría alegrar a mi Voz de Pito; y si no era así, al menos lo habría intentado.
Al llegar a su departamento, éste estaba vacío así que entendí que aún estaban disfrutando de la exquisita —nótese el sarcasmo— cena irlandesa. Se la podía meter bien en el… Suspiré, realmente estaba comportándome como un lunático. Dejé el helado a un costado y me senté a un lado de la puerta del departamento de Bella y esperé, esperé y esperé. Seguramente, si alguien que me conociera bien me viera en este estado se burlaría de por vida, pero la verdad no me importaba en lo absoluto. Sólo necesitaba estar bien con mi Voz de Pito.
Cuando pasaron más de dos horas de estar sentado como un tonto allí, se escucharon algunas voces del otro lado y me paré rápidamente; nadie se tenía que enterar que estuve esperando bastante tiempo, claro que no. Me alegré que Bella hubiese salido sola y no junto a su sombra —como estaba pasando a menudo—. Sus ojos se abrieron al verme y Fofi comenzó a luchar en sus brazos para acercarse a saludarme.
—¿Edward? —La sorpresa era notoria en su voz. Me alegré de sorprenderla. Fofi bajó de sus brazos y estuvo junto a mí en unos pocos instantes, la abracé en mi pecho y besé su cabeza, como sabía que le gustaba—. ¿Qué haces aquí?
—Bueno… no lo sé realmente. —Eso era totalmente verdad, sólo tenía la necesidad de estar junto a ella y había venido, sin que importara nada más—. Pero como no pudimos cenar, traje el postre —añadí, mostrándole el helado. Rogué internamente que no se hubiese derretido.
—¿Hace mucho estás aquí?
«¿Qué responderás a ello, ah?».
No tenía que decirle que el culo me había quedado cuadrado de tanto esperar, por supuesto que no. Así que opté por la salida fácil. La mentira, por supuesto.
—Acabo de llegar —mentí con naturalidad. Sonreí sintiéndome orgulloso por ser un hábil mentiroso.
Al entrar a su departamento, otra vez esa sensación extraña se apoderó de mí. Tenía la leve sospecha que algo malo pasaría, aunque no quisiera pensar en ello. Nuestra charla era fría, casi como si fuéramos dos desconocidos. Hasta tenía la leve sospecha que Bella quiso que miráramos una puta película para no tener que mantener una conversación conmigo. Ese pensamiento me entristecía; al igual que sentirnos tan distantes.
Realmente no estaba prestando atención a la pantalla de la televisión, mi vista estaba centrada en Bella aunque no expresara ni siquiera un poco de miedo por la película. Tenerla aquí, sentada a mi lado, comiendo el helado y su vista clavada en la pantalla del televisor, pero al mismo tiempo sentirla tan lejos, era algo realmente frustrante. Casi podría afirmar que la situación sería igual si estuviese o no aquí junto a ella. Suspiré y acaricié a Fofi, creo que era la única que estaba a gusto conmigo.
Si negaba que no intenté acercarme a ella mentiría con mucha soltura; mi brazo descansó en el respaldo del sofá, casi acariciando imperceptiblemente la piel de su nuca, pero ella ni se inmutó. Volví a suspirar una vez más, me sentía muy frustrado y odiaba no saber qué hacer. Cuando la película se bañó de sangre esbocé una amplia sonrisa; la idea de Bella disfrutando una película de terror me causó gracia. Al menos me pude olvidar un momento de la tensión que se palpaba entre los dos.
«Quizás un poco de acción ayude a calmar la cosa, ¿no crees?».
«No te gastes en hablar, porque no hablaré contigo».
«Tengo la paciencia de un campeón, viejo, esperaré lo que sea necesario para que me escuches de una vez».
Sonreí agitando mi cabeza; aún no podía creer que escuchara voces en ella. Luego, volví mi vista a Bella ya sin aguantar un momento más sin hablar con ella.
—Interesante elección —murmuré, apretando mis labios para no reír.
Su cabeza giró hacia mí, y me deleité con la belleza de sus ojos. Era tan hermosa que nunca podría describirlo con las palabras exactas. Su belleza natural sobrepasaba cualquier belleza que conocí en mi vida; no me cansaría de repetirlo todos los días. Es más, podría quedarme horas sólo deleitándome con ella, sin cansarme en absoluto. Un momento, ¿qué estoy pensando?
Su voz me sacó de mis confusos pensamientos, gracias a Dios.
—Me gustan este tipo de películas, ¿no lo sabías?
Sonreí.
—¿Disfrutas de ver sangre por todos lados? —pregunté y lo que esperaba sucedió. Sonreí aún con más fuerza, verla reír era absolutamente maravilloso—. Allí está.
Su frente se arrugó y me pareció una imagen muy tierna.
«Te estás volviendo un marica».
«Cállate, Armando».
—¿Qué cosa?
—Tu sonrisa, la verdadera —respondí con convicción—. No sé qué es lo que te sucede, Bella, pero odio no saberlo. —Hice una pausa—. ¿Me dirás?
Dudó un momento pero luego, irguiendo sus hombros, se levantó del sofá. No lo dudé e hice lo mismo. Para ser sincero no aguantaba ni un solo segundo más estando sentado. Podía sentir que nuevamente la tensión volvía a envolvernos. Y esta vez con creces. Maldita sea.
—¿Por qué te noto rara? —pregunté sin poder evitarlo; las dudas se arremolinaban en mi cabeza. Necesitaba volvernos a sentir cerca, sentir que todo estaba bien. Ya no quería sentir este miedo irracional a perderla. Sentía un vacío muy grande en el pecho de sólo pensarlo.
Podía ver en su rostro el remolino de sensaciones que estaba atravesando. Mi pulso se aceleró y cuando di un paso hacia ella y ella retrocedió, supe que hoy se abría aún más ese abismo que comenzó a abrirse hacía cinco días. La miré con un profundo dolor. Primero, por no saber qué hacer, por sentirme tan desorientado y por ser tan idiota en intentar recomponer alguna cosa que ni siquiera sabía que había hecho. Y, segundo, por sentir que estaba dejándome perder a la única mujer que realmente me hacía sentir cosas que nunca nadie me hizo sentir. ¿Por qué mierda tenía que ser tan estúpido? ¿Por qué no podía decirle lo que estaba pasando por mi cabeza e intentar buscar una solución entre los dos?
Entonces… llegaron esas palabras por las que tanto temí.
—Ya no puedo seguir con esto, Edward.
Mi cuerpo se tensó completamente. Mi boca enmudeció y sentí como si todo se derrumbara en mis narices. Cosa que estaba sucediendo. La miré, la miré y la seguí mirando, como si en algún momento estallaría en carcajadas y me dijera: «Eres un tonto, ¿en serio te lo creíste?», pero esa frase nunca llegó. Es más, cada vez estaba más convencida de haber tomado una decisión. Decisión que estaba matándome, pero era demasiado estúpido como para decirle realmente lo que estaba pasándome.
—Que nada cambió, Edward… —suspiró con voz triste—. Todo está igual, siguiendo su curso. Tú sigues siendo tan bueno conmigo, tan amable, tan… arg. —Tomó sus cabellos, signo que estaba muy frustrada. Eso lo sabía bien, la conocía demasiado bien—. No dejas de tratarme como a tu mejor amiga, no dejas de decirme que me quieres y sé que me quieres pero… eso no es suficiente para mí. ¿Entiendes?
Realmente quería decirle que sí, que comprendía perfectamente y que yo también sentía que no era suficiente. Que nunca tendría suficiente de ella y que realmente quería dejar todo atrás y comenzar una nueva aventura desde cero, esta vez siendo real desde el primer momento. Pero no pude decir nada de ello, mi mente estaba completamente nublada, perdida, confundida. Ni siquiera podía encontrar palabras coherentes y sólo era bueno en meter la pata una y otra y otra y otra vez.
«Sólo dilo, hombre, dile todo lo que sientes».
«No es tan fácil, Armando».
«Sé valiente, Edward. Por amor a Dios, sé valiente, maldita sea».
Bella hablaba, hablaba y hablaba dándome razones por las cuales quería dejar el trato; que termináramos puesto que eso sería lo mejor para ambos y eso era algo que estaba matándome por dentro. Por otra parte, no encontraba ninguna respuesta que decir, sólo trataba de despejar la tormenta que se había formado en mi mente. De un momento a otro sentía que todo estaba de patas para arriba y que todo esto era culpa mía. Nada más que mía. No sabía qué pensar, entender o decir; me sentía realmente frustrado. Entonces… en ese preciso momento, en el cual mi cabeza estaba llena de confusión, terror y desespero, las palabras que no esperé llegaron.
—Me enamoré de ti —dijo luego de un momento en silencio—. Eso es lo que sucede.
Me quedé de una sola pieza.
Sentí el pavor envolverme con fuerza.
Ella siguió hablando valientemente, y aunque una parte de mí la oía con mucha atención otra más grande estaba muy lejos de aquí. Volando a miles y miles de kilómetros.
¿Cuántas veces había dicho que nunca permitiría enamorarme? ¿Qué el amor no estaba hecho para mí ni tampoco yo estaba hecho para una relación? Quizás, la convicción de ese pensamiento hacia seis meses atrás no tenía ningún margen de duda pero ahora… ahora todo era diferente. Bella era diferente y yo era diferente cuando estaba junto a ella.
Entonces… todo cuadró.
El primer día, aquel primer día en que la vi sentada con los rayos de sol iluminando su dulce rostro. Aquel primer día en que no medí consecuencias y sólo podía pensar en la idea de presentarla a mi familia, de sentir que mi Voz de Pito pertenecería a ella sin ningún problema aparente. Aquel día en que su sonrisa me deslumbró, en el cual su simpatía me desestabilizó y su espontaneidad se robó toda mi curiosidad. Aquel día en que sólo pensé en ella y en nadie más que ella. Aquel día en que confundí amistad con amor. Y aquel día en sólo pensé hacerla feliz, sin que importara nada más.
«Edward… no».
Pero también estaba la otra parte. Aquella que me hacía sentir inseguro, inapropiado y no merecedor de mi Voz de Pito. Sabía que estaba mal tomar esta decisión por los dos, pero… ¡vamos! ¿Qué tenía para ofrecerle? Ella merecía a alguien que la amara sin límites, que supiera darle más amor del que ella era capaz de sentir. Y… yo, yo no sabía nada de todo eso. No sabría cómo comportarme, como actuar; como… amar. Una vez lo intenté y fallé absolutamente, no quería que luego Bella terminara odiándome. No podría soportarlo.
Por eso, elegí la salida fácil, elegí comportarme como el idiota que era; sintiéndome preso del miedo de esa horrible sensación que me hacía no sentirme apropiado para Bella. Por ese sentimiento de ahogo que me hacía sentir que era un cobarde, por no luchar por lo que realmente me importaba.
Sabía que me arrepentiría toda mi vida de esto, pero no podía permitirme lastimarla. No me lo perdonaría nunca.
—Lo siento… —musitó apenada.
Cerré mis ojos dejándome envolver por la dulzura de su voz. Realmente quería decirle que yo también estaba muy confundido; que ella me había cambiado y que estaba dispuesto a ser valiente e intentar algún tipo de relación con ella. Quería decirle que por primera vez en mi puta vida la opción de enamorarme ya no me causaba terror, sino una felicidad extrema por saber que ella me amaba y que a mí no me costaría trabajo amarla, si no es que ya lo hacía. Quería decirle tantas cosas, pero no podía hacerlo. Simplemente…, no pude.
—Yo lo siento… —musité débilmente.
«Jamás te perdonaré esto».
«Nadie me odia más que yo en este momento, Armando».
Y… luego, sintiendo el automático andar de mis pies, salí del departamento, sintiéndome realmente idiota por haber dejado que el miedo le ganara al primer sentimiento que sentí de ser realmente feliz.
.
.
Volver a la rutina no era nada sencillo.
Mi cuerpo funcionaba como un autómata. Mi cabeza estaba muy lejos de aquí. Y todos a mi alrededor me preguntaban qué estaba pasándome, pero claro que no podía hablar de hablar con nadie de lo que me estaba pasando realmente. Y el peso del secreto de nuestro trato —ahora deshecho— cada vez pesaba más, mucho más. Estaba mal. Me sentía mal. Y no podía dejar de pensar en Bella ni un solo segundo.
Cuando lograba dormir aunque sea unos minutos, ella estaba en mis sueños.
Cuando me despertaba de ese breve sueño, ella lo hacía conmigo.
Cuando estaba solo en mi oficina —como ahora— todos los recuerdos de ella me atacaban con fuerza.
Y así la lista podía seguir y seguir.
Hoy hacía exactamente seis meses que nos habíamos conocido y, en consecuencia, que comenzamos con nuestro loco trato. Si nos hubiésemos mantenido con las "reglas" del principio, hoy era la fecha de vencimiento de nuestra mentira. Pero la realidad era otra, porque en este momento me daba cuenta que nuestro trato dejó de ser trato desde hacía varios días.
Dejé de escribir en la computadora y saqué el celular de mi bolsillo; últimamente no quería mirarlo. Bella también estaba presente allí, ya que sólo esperaba sus mensajes, sus llamadas o sus divertidos WhatsApp; también me daba cuenta que ella me cambió en más de un sentido. Antes de conocerla, sólo utilizaba el teléfono móvil con cosas referentes a la empresa, nunca había estado tan pendiente de los mensajes que recibía fuera del trabajo, ni mucho menos de una mujer. Pero mi Voz de Pito no era una mujer cualquiera. Ella era mi dulce Bella.
Sin darme cuenta mis dedos pulsaron las teclas para abrir la conversación de WhastApp que tenía con ella; había miles y miles de mensajes y no era una exageración. Sonreí con tristeza al leer algunas anécdotas graciosas y sentí una punzada en el pecho al leer su preocupación por mí cuando salí de viaje o tenía algún negocio complicado que cerrar. Bella siempre estaba presente. ¿Cómo es que recién me daba cuenta de ello?
Miré hacia arriba, cerrando mis ojos y de puro masoquista, abrí la galería de imágenes, la mayoría de las fotografías pertenecían a mi Voz de Pito. Supongo que tomarle fotos sin que se diera cuenta se había transformado en uno de mis deportes favoritos. Había sido un gran fotógrafo: ella cocinando, bañando a Fofi, durmiendo, leyendo, junto a Caroline o disfrutando del sol en el parque, nuestro parque. Era hermosa por donde la mirase. Y la había perdido. Me había dejado perderla.
—¿Edward?
Levanté mi cabeza levemente y me encontré con Daniel y Brad parados detrás de mi escritorio. Suspiré internamente, sin querer escuchar sus charlas psicológicas conmigo. No estaba de humor.
—Si vienen a…
Brad sacudió la cabeza.
—Hermano, no nos gusta verte así. —Bufé, últimamente todo el mundo me decía eso—. Estás hecho un zombi, Edward, y no necesitas refugiarte en el trabajo. Sabemos que estás mal y estar aquí como un murciélago en su cueva no te ayudará en nada.
—Creo que eso ya lo escuché antes, ¿no creen? —Apreté mi celular con fuerza, queriendo descargar mi enojo conmigo mismo de alguna manera—. No quieren que esté en mi departamento, ahora tampoco en el trabajo. ¿Qué se supone que debo hacer?
—Intentar volver a ser el Edward de siempre —respondió Daniel—. Mira, Edward, no somos quiénes para meternos en tu vida, pero realmente estamos preocupados por ti. Jamás te hemos visto así. No comes, no ríes, ni siquiera has ido a jugar con tu sobrina. Nos tienes mal, amigo, y ni siquiera permites que te ayudemos.
—¿Ayudarme? —reí sin ganas.
Brad se cruzó de brazos y me miró con intensidad.
—¿Sabes lo que pienso? —Mi vista se centró en él—. Que por una puta vez debes ponerte los pantalones. —Daniel lo miró sorprendido, mi rostro siguió inexpresivo—. Sí, Edward, debes luchar por lo que a ti te hace bien. Sé que al principio no estuve de acuerdo con tu relación con Bella, pero… en ese momento no lo entendía. Ahora lo hago o intento hacerlo… da lo mismo. Pero sólo con verte así… tan apagado, triste, monótono… me hace decirte todas estas cosas. ¿Bella y tú tienen problemas? Arréglalo, carajo, no hay personas más perfectas que ustedes para estar juntos. Ella la está pasando mal, tú la estás pasando mal. ¿Qué mierda esperan para hablar y solucionar sus problemas?
—¿Cómo…?
Suspiró.
—Jess me lo dijo —respondió sin la necesidad de hacerle la pregunta completa—. Intenta estar bien, pero no es la misma de siempre. Piénsalo Edward, ve a ventilar un poco esa cabeza de chorlito y piensa qué es lo que quieres para ti. Evidentemente, eso que quieres también te quiere a ti. No lo eches a perder.
«Si no tuviera a mi caliente Amanda junto a mí, me haría homosexual para estar junto a Brad. ¡Por más hombres como tú, viejo!».
—¿Por qué no sales de esta oficina de una vez, hombre? —secundó Daniel—. Hace días que no ves el sol. Sal, piensa, reflexiona y deja esa angustia y depresión de lado. Creo que todos sabemos qué es lo que te hace feliz. No seas pendejo.
«Quizás también pensaría en un trío, ¿qué dices?».
Sacudí mi cabeza y reflexionando con las palabras de mis amigos, decidí que era mejor salir de la oficina. Estar encerrado sólo hacía que el sentimiento de ahogo fuese aún más intenso.
Sin darme cuenta había conducido directamente al edificio de Bella. Quizás fue la costumbre que viniese hasta aquí o quizás eran las ganas infinitas que sentía de querer estar junto a ella, o verla desde la distancia; cualquiera de las dos opciones era válida. Cerrando mis ojos, puse el auto en marcha y me estacioné sólo una calle más adelante. Había decidido que quería pasar tiempo en el parque; en nuestro parque. O en el que fue nuestro parque.
Carajo, ya hasta pensaba como un marica.
Encontrar una banca fue casi imposible, por lo tanto no me quedó otra opción que elegir el césped como asiento. Miraba sin mirar a las personas, sólo estaba allí pensando en una única persona y en todo lo que había sucedido en estos últimos seis meses.
Parecía toda una vida.
Y todo había comenzado justo aquí.
Mirar hacia atrás sólo me hacía confirmar y confirmar en todo lo que había cambiado mi vida. Para bien, por supuesto. No sólo me sentía diferente, sino que era alguien diferente. Bella había sacado de mí lo mejor; era la única persona que podía hacerlo. Y a la que había dejado ir. Idiota, idiota, mil veces idiota.
«Vamos Edward, aún hay posibilidades de revertir la situación».
«Ya no sé qué pensar, Armando».
Antes de ella mi vida era monótona, pero luego de haberla conocido, mi vida se transformó en una constante aventura y había hecho cosas que jamás imaginé que haría. La primera y más sorprendente era el haber presentado a una mujer en casa de mis padres, en aquella casa en la que me crié; y no sólo presentarla, sino hacerlo como mi novia —aunque haya sido parte del trato—. Nunca había hecho algo así y mucho menos tenía la intención de hacerlo alguna vez. Luego, el haber conocido a mi suegro —aunque eso también hubiese sido parte del trato—, y sentir esa adrenalina de pensar que estaba robándome a su hija.
Sonreí, Tacoma había sido increíble.
Incliné mi cabeza hacia atrás y suspiré profundamente. Extrañaba a Bella, nos extrañaba juntos, extrañaba esa extraña relación que teníamos. La extrañaba. Punto. Al desviar mi mirada hacia la avenida… toda mi sangre decidió abandonar mi cuerpo.
No estaba preparado para ver eso.
«Carajo. Ni yo».
Había dos personas sonriéndose. Él acercó sus mugrosos dedos a su delicada mejilla y quitó un mechón de cabello que se extendía sobre su rostro. Yo había hecho eso un millón de veces. Ella le sonrió abiertamente, con esa sonrisa dulce, abierta y brillante. La cual me perteneció hacía sólo unos pocos días. Sacudí mi cabeza. No. No me perteneció. Jamás puede pertenecerte algo que nunca fue tuyo. Seguí mirando la escena con el corazón en un puño y creo que este dejó de latir cuando el sujeto le extendió una rosa a la hermosa muchacha. Y se oprimió aún más cuando la muchacha la aceptó con su enorme sonrisa y riendo, completamente feliz.
Dolió. Oh, mierda. Como dolió.
Bella odiaba las rosas. O, bueno, eso creí… pero veo que me equivocaba.
El estúpido Salmón la miraba como si hubiese visto el sol por primera vez y ella seguía riendo y se la veía muy emocionada. Yo me quise morir. El hecho de imaginar a mi Voz de Pito con otro hombre me mataba, pero verla interaccionar con otro que no fuese yo… era completamente una tortura. El Salmón estaba jugando sus cartas. Yo sólo quería hacer de él un plato de salmón ahumado, otra vez. Pero sabía que no tenía derecho. Bella era una persona libre. Ella podía decidir con quién estar. Yo ya no formaba parte de su vida.
«Todavía estás a tiempo de hacerlo, viejo. ¡Ponle huevos!».
Los seguí mirando sin mover un solo músculo. Hablaron de alguna cosa y hasta Fofi se mostró feliz con el irlandés. A mí me incrementaron las ganas de golpearlo, pero sabía que no tenía justificación alguna. El Salmón no me había dado ningún motivo. Él estaba en todo su derecho de querer algo con Bella. Y… quizás, él sí era un hombre para ella.
«¡Maldito cobarde estúpido! ¡No vuelvas a decir eso!».
Observando cómo se iban caminando juntos, me odié un poco más. ¿Por qué tenía que ser tan inseguro?
Las siguientes horas fueron pasando muy lentamente. De mi cabeza no podía quitar la imagen del Salmón entregándole la puta flor a Bella. Su sonrisa. Su belleza. En más de una oportunidad tuve que pegarme en la mano para no escribirle un WhatsApp; lo había hecho, pero eliminaba el mensaje antes de enviarlo. Soy cobarde, eso queda más que claro.
Entonces, sin ganas de salir de mi departamento pero siendo consciente que si me quedaba aquí me volvería loco, volví a dirigirme al parque pero esta vez para largar frustraciones haciendo ejercicio. Correr unos kilómetros me haría bien. O, al menos, ayudaría a despejar mi cabeza un momento.
Con la música de AC/DC llenando mis oídos, corría por los senderos del Central Park, había muchas personas que tuvieron la misma idea que yo. El sol estaba poniéndose y los faroles del parque se iban prendiendo de a poco. Cuando sentí que mis piernas no daban más y mi cabeza ya había sido aireada, aminoré mis pasos, relajando mis músculos. Una vez más, sin darme cuenta, mis pies me habían traído frente al departamento de Bella. Suspiré pesadamente, sintiendo que la tristeza volvía a envolverme. ¿Por qué estaba siendo tan masoquista conmigo mismo?
Pensé un poco mejor las cosas y decidí que era mejor dejar de pensar y repensar tanto las cosas. Quizás lo que tendría que haber hecho desde un primer momento era ser valiente y hablar de una vez por todas con Bella. Le diría cómo me sentía, le diría que ella era alguien muy importante para mí y que quizás yo no era el mejor hombre para estar junto a ella, pero que lucharía para serlo.
«Más vale tarde que nunca. Estoy orgulloso de ti, compañero».
«Lamento no haberte oído antes, Armando. Siempre has tenido razón y no supe escucharte».
«Me harás llorar, viejo. Luego nos ponemos sensibles, ve a hablar con tu chica».
Mi chica.
Me gustaba eso.
Con una energía positiva envolviéndome, me decidí a cruzar la calle y buscar a mi Voz de Pito en su departamento. Me sentía valiente y de pronto también comenzaba a sentirme con un humor mejorado. Sabía que no merecía una rápida disculpa, pero ya estaba seguro de la decisión que iba a tomar. No me importaba si era o no el indicado para Bella, pero lucharía para serlo. Porque la quería. Quería a mi Voz de Pito como nunca antes había querido a una mujer. Quería todo de ella. Y esta vez no habría tratos en medio de nosotros. Quería que todo fuese real.
Cuando me preparé para atravesar la acera…
La vi.
Allí estaba. Hermosa. Perfecta. Asombrosa.
Una enorme sonrisa se instaló en mi rostro. Con el solo hecho de verla una vez más mi corazón comenzó a acelerarse y mis ganas de estrecharla a mi cuerpo no hacían más que crecer y crecer. Nos imaginé comenzando una nueva etapa y ese pensamiento me encantó.
«Seremos muy felices los cuatro, Edward».
«No tengo dudas de eso, Armando».
Segundos después, ella observó en mi dirección y se sorprendió al verme allí. Por un momento, sólo nos dedicamos a mirarnos. Miradas fijamente conectadas, sumidos en nuestro propio mundo, separados por una insulsa acera. Aunque pronto eso cambiaría. Desvié un momento mi vista hacia un coche para poder cruzar la avenida y fundirme con mi Voz de Pito. Al dar un paso hacia adelante con total decisión de estar con Bella, me detuve en seco. Mis puños se cerraron con fuerza y ya mis pies no me respondieron.
Algo había impedido que cruzara la avenida.
Mejor dicho, alguien lo impidió.
La buena energía que sentí hacía cinco segundos había desaparecido para volver a convertirse en frustración, inseguridad y miedo. El maldito Salmón había aparecido una vez más, apoyando su mano en el hombro de Bella, con una naturalidad que dolió como los mil demonios. ¿Y si ella había decidido pasar página? ¿Si ya no había espacio para mí? ¿Y si ahora era el Salmón el elegido? Todas esas preguntas se agolparon en mi cabeza, haciéndome sentir peor, mucho peor que antes. Me odiaba por no saber qué hacer. Me odiaba por ser tan débil y tan idiota.
Pude ver como Simon le hablaba y ella aún con su vista mantenida en mí, le respondió. De verdad que quería ir por ella, quería correr a su lado, pero el cuerpo no me respondía. Ver al Salmón allí, me había debilitado completamente. La imagen de esta mañana estaba grabada en lo más profundo y me pregunté si alguna vez podría competir contra él.
Seguí mirándola con intensidad, disculpándome con ella por ser tan cobarde y haberla lastimado. Podía verlo en sus ojos. Sabía que no querría verme. Y me había prometido que no le haría daño; y fallé. Por eso mismo, justo en ese momento, decidí alejarme… aunque esa decisión me rompiera en cientos de pedazos.
«Estás siendo irracional».
«Fui irracional al creer que sí estaba hecho para amar, Armando. Una vez más vuelvo a darme cuenta que eso no es para mí».
Como si estuviera afirmando mis palabras, Bella se preparó para volverse a su departamento junto a su vecino. Yo sólo me limité a jalar mis cabellos y refregar mi rostro. Estaba seguro que me arrepentiría toda mi vida de esto. Pero no quería lastimarla. Quería que fuese feliz.
.
.
—Edward abre la puerta.
Hice oídos sordos y me tapé aún más con el almohadón en la cabeza.
—Sé que estás adentro —volvió a repetir—. Abre la maldita puerta si no quieres que la eche abajo.
Luego de un momento todo volvió al silencio ensordecedor y cerré mis ojos, colocando mi brazo derecho sobre mi cabeza. Me acurruqué mejor sobre el autito que Bella me había regalado en mi último cumpleaños y quise viajar a ese día; realmente éramos felices en aquel entonces. Solté un largo suspiro, estaba siendo el hombre más patético del siglo y me dispuse a dormir, otra vez. Sin embargo, la paz duró pocos momentos, ya que escuché el sonido de la llave abriendo la puerta, un portazo y unos pasos acercándose a mi cuarto. Suspiré profundamente, adiós a la tranquilidad.
—¿Qué carajos pasa contigo? —La voz inconfundible de Emmett se escuchó alta y encabronada.
No respondí.
—Deja de comportarte como un idiota y dime de una vez qué es lo que pasa contigo —siguió diciendo; sentí una almohada aterrizar cerca de mi cabeza—. En la oficina me ignoras, pero no dejaré que lo sigas haciendo. Preguntaré una vez más, ¿qué mierda pasa contigo?
Quizás fue mi enojo conmigo mismo. Quizás ya estaba cansado de lidiar un montón de cosas en soledad. O, simplemente, estaba tan cansado de sentirme tan triste, que ya no aguanté sostener mi máscara de fortaleza. De todos modos, de alguna manera u otra iba a desmoronarme. Utilizando movimientos abruptos, me senté en la cama y miré a mi hermano. Ya podía sentir como la furia y el enojo fluían libremente por mis venas. Ya estaba cansado de guardar todo para mí; necesitaba sacarlo.
—¿Quieres saber qué mierda me pasa? —Emmett me miró un poco sorprendido por el tono de mi voz—. Te contaré una hermosa historia para que comprendas.
Me puse de pie y comencé a caminar por mi cuarto. La decisión de contar todo ya estaba tomada.
—Un hombre atormentado por su familia por su puta y escasa vida amorosa decidió cometer una locura para dejar de sentirse observado y señalado con el dedo por su hermosa pero molesta familia. Sólo necesitaba un poco de tranquilidad, de paz y dejar de escuchar esas estúpidas preguntas referentes a la novia fantasma que todos deseaban que tuviese o de nombrar a la edad y afirmar que ya estaba comenzando a envejecer y no tendría nadie a su lado.
Emmett se mantuvo en silencio, seguramente preguntándose qué carajos estaba diciendo.
—Una hermosa tarde, conoció a una hermosa muchacha en un hermoso parque. ¿Dije muchas veces la palabra «hermoso»? Quizás es porque sólo puede pensar en ella ahora, ¿entiendes? —sonreí sin humor. De verdad era patético—. Entonces… siendo impulsivo por primera vez en su vida, armó un plan perfecto… o eso creía. Después de todo, ¿qué podía salir mal? Sólo tenían que fingir ser una pareja enamorada, sin enredos, sin reclamos… con un objetivo en común: hacerle creer a los demás que eran una hermosa y unificada pareja. ¿No es una idea brillante? Mataban dos pájaros de un tiro, o mejor dicho las familias de esa "pareja" caerían en la trampa. Y lo hicieron, claro que sí. Pero ninguno estaba preparado para las consecuencias.
Mi voz sonaba triste, casi derrotada. Los ojos de Emmett me buscaron, estaba seguro que las piezas comenzaban a cerrar en su cabeza. Le sonreí, sintiéndome patético.
—¿Cuáles fueron las consecuencias?
Suspiré.
—La chica se enamoró. —Tragué pesado al recordar el rostro de Bella al decir esas palabras. Me rodeó un sentimiento cálido. Y creo que por fin estaba entendiendo la magnitud de esas palabras. Ella se enamoró de mí. Me amaba. Lo había dicho. ¡Carajo, lo había dicho!
—¿Y el chico?
Tomé una fuerte bocanada de aire. Entonces… lo acepté, por fin podía ver todo con más claridad.
—También —fue mi simple respuesta.
«¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Sabía que podías hacerlo, Edward».
Emmett se acercó a mi lado y colocó su mano sobre mi hombro.
—Sólo te diré dos cosas —sonrió de lado—. La primera, eres el idiota del año. Créeme, dudo que haya alguien tan idiota como tú. ¿Armar todo un plan para hacernos creer a todo el mundo tu relación con Bella? Realmente están dementes, hermano. ¿Y sabes cuál es la mejor parte? Que todos caímos como estúpidos. Todo el mundo lo creyó y, siendo sincero, jamás sospeché de nada de esto. Y, la segunda, que aún eres más idiota de lo que cabe. ¿Qué rayos estás haciendo aquí sufriendo como pendejo? ¿Te das cuenta de lo has dicho? Has reconocido que estás enamorado de Bella. Tú, hombre de las cavernas, el que dijo y no se cansó de repetir que nunca se enamoraría. Mírate, sólo te falta un oso de peluche y una caja de pañuelos usados y completas el cartón.
Por primera vez desde que todo comenzó, sentí como si me hubiese sacado cinco toneladas de encima. Había contado mi mayor secreto. Ya no tenía que lidiar con el peso de todo el trato para mí solo. Al sentirme así de bien me pregunté cómo es que no había hecho esto antes.
—Entonces… ¿No estás enojado?
Emmett me miró con una ceja alzada.
—Por supuesto que lo estoy —respondió con naturalidad—. ¿Cómo se te ocurrió haber hecho todo eso? Mentirnos en nuestras propias narices… —Negó con la cabeza—. Pero siéntete orgulloso, puedo asegurarte que nadie sospechó de la mentira. —Sonrió de lado—. Sin embargo, me alegro que esa cabeza hueca que tienes haya pensado en hacer esa locura.
Lo miré con una mueca de extrañeza.
—No hubieses conocido a Bella si ese "plan brillante" no hubiese existido. —Palmeó mi hombro—. Y ahora no podría ver a mi hermanito sufrir por amor.
«Realmente estamos sufriendo, grandote, no te burles».
En ese momento, el sonido de mi risa me sorprendió. Desde aquella fatídica noche en el departamento de Bella no había sonreído ni una vez… hasta ahora. Me sentí libre, esperanzado y con fuerzas renovadas para continuar. Estaba feliz por haber abierto los ojos —un poco tarde hay que admitir, pero era mejor que nunca—, y entender qué era toda esa confusión que comencé a sentir hacía mucho tiempo. No era nada más y nada menos que el comenzar a sentirme enamorado. Y… sí, es un poco marica reconocerlo de esta manera, pero estaba orgulloso de que hubiese ocurrido. Me había enamorado de mi Voz de Pito. ¡Carajo, quería gritarlo!
—¿Qué estás esperando?
Asentí como un lunático y me dispuse a irme. Necesitaba decírselo a Bella. Gritárselo si era posible y arrastrarme hasta que me perdonara. La secuestraría si hacía falta, haría lo que fuera para volver a tener una oportunidad con ella.
«Me estás dando un poco de miedo. Hasta piensas como mi Amanda».
«También le diré a ella que la amo».
«Hey, hey, hey… para ahí. Amanda de Armando, Bella de Edward. ¿Okay?».
Sonreí, cazando las llaves del auto para ir en busca de Bella.
—¿Uhm, Edward?
Miré a Emmett, ya con un pie fuera de la habitación. En este momento no me importaba nada, sólo ir en busca de Bella. Ni siquiera me importó el Salmón ahumado, ya no me interesaba porque si él era mejor, yo sería aún mejor que él. Ahora estaba convencido que podía hacer a mi Voz de Pito muy, muy feliz. Y no descansaría hasta lograrlo.
—¿Qué, Emmett?
Sonrió ladinamente.
—Creo que estás olvidándote de algo importante… —Lo miré con una ceja alzada—. Bueno, la mayoría de las personas salen con ropa a la calle… no es que esté en contra del nudismo, pero no creo que sea apropiado reconquistar a tu novia en calzones. —Me miré y… sí, efectivamente estaba con mis calzones de dormir y en cueros. Nada apropiado para ir en busca de mi Voz de Pito—. Y… además, creo que sería mejor que le mandaras algún mensaje… has metido la pata hasta el fondo y deja que ella imponga las condiciones para verse. Creo, hermano, que tendrás que ser muy dócil.
Eso lo sabía, pero no me importaba. Recibiría el castigo que me merecía con tal de volver a estar junto a ella. Asentí estando de acuerdo con mi hermano y me calmé un poco, era mejor hacer las cosas paso a paso para demostrarle a Bella que realmente lucharía por nosotros.
Ver las palomitas azules dolía como una jodida patada en los huevos. Le había enviado un WhatsApp a Bella hacía más de una hora, y aún no llegaba mi respuesta. Había leído el mensaje y también había estado en línea, pero eso fue la última información que tuve de ella. No respondió. No volvió a conectarse en la aplicación. Ni tampoco intentó llamarme al celular. De todas maneras su teléfono estaba apagado. Intenté llamarla una, dos, tres… catorce veces y todas habían saltado al buzón. Y eso me tenía intranquilo.
Sé que había dicho que iba a ir paso a paso, pero no pude hacerlo. Al pasar los minutos me iba desesperando aún más sin tener noticias de Bella y no sé porqué sentía que me estaba perdiendo de algo. Por puro instinto probé con los celulares de sus mejores amigas: Tanya y Jessica no respondieron y supe que Alice rechazó mi llamado a propósito.
Comencé a alarmarme aún más.
—¿Emmett?
Mi hermano me miró, terminando de comer el sándwich que se había preparado.
—Me iré a su departamento.
Elevó sus manos al cielo.
—Ya era hora.
¿Huh?
«¿Ah?».
Lo miré con una mueca, ¿no me había dicho hacía unas horas que era mejor ir lento? Arg, hermanos, ¿quién los entiende?
—Avísame cualquier cosa —gritó cuando ya estaba saliendo de mi piso.
Podía hacer el camino a casa de Bella con los ojos cerrados y no me extraviaría, pero esta vez lo hice en tiempo récord, aún sentía esa sensación de que había sucedido algo… sólo esperaba que no fuera algo grave. Al llegar a destino, el conserje estaba besuqueándose con una chica que había visto un par de veces en el edificio; pasé de largo sin saludar, se veían muy ocupados. Subí corriendo las escaleras hasta llegar al departamento de Bella y una vez que estuve allí, toqué la puerta y esperé.
Volví a tocar y esperé.
Volví a hacerlo y… nada. Ninguna respuesta. Rasqué mi cabeza, completamente preocupado por la ausencia de mi Voz de Pito. ¿Dónde se había metido? Pegué mi oreja en la puerta y agudicé mi oído con la esperanza de escuchar algún ruido por mínimo que sea pero nada. No había nadie en casa. Volví a probar comunicarme con ella y su celular volvía a darme apagado. Probé con el teléfono del departamento y escuché desde la puerta que sonaba y sonaba, pero lógicamente nadie respondió.
«Bella… Amandita, ¿dónde están?».
Recargué mi peso contra la puerta y miré hacia adelante. Entonces, una lamparita se encendió en mi cabeza. Había sólo una persona a la que me faltaba preguntar.
Carajo.
Bien… ahí vamos. Dejé mi maldito orgullo de lado y toqué la puerta. Bella era muchísimo más importante que una tonta pelea de testosterona. A los pocos segundos la puerta se abrió y los ojos del sujeto se abrieron levemente por la sorpresa. Me aclaré la garganta, sin pensar en esa estúpida rivalidad que había interpuesto entre nosotros.
—Edward… —dijo el sujeto con clara sorpresa.
—Hola, Simon —respondí concentrándome para no llamarlo con el excelente apodo que había inventado para él.
Se hizo un silencio entre ambos. Luego, escuché un ladrido y casi me caigo al suelo cuando vi que Fofi le pedía upa al irlandés. Cuando me vio ni siquiera hizo fiesta, es más, me ignoró completamente. Mi orgullo decayó aún más, hasta una perrita prefería al pescado. Cerré mis ojos y mis puños, ahora no me servía de nada frustrarme. Estaba aquí por una razón.
—¿Puedo preguntar cuál es el motivo que te llevó a tocar mi puerta?
Dejé atrás las imágenes de él junto a Bella en el parque abrazándola, también regalándole esa insulsa rosa y hacerla reír, como sólo se reía conmigo hacía unos pocos días. Ahora tenía cosas más importantes en qué pensar.
—Sé que eres una de las únicas personas que sabe donde está Bella —dije sin rodeos—. Necesito encontrarla. Sé que no somos amigos y que no fui la persona más simpática contigo, pero créeme que estoy desesperado. Conozco demasiado bien a mi Voz… —sacudí mi cabeza—. A Bella, y sé que no es de irse sin ningún motivo. Siento que no está bien y necesito estar junto a ella. —Tomé una bocanada de aire—. ¿Me dirás en dónde está?
Silencio.
No había más nada entre nosotros dos. Luego de lo que pareció una eternidad, finalmente habló.
—¿Realmente es importante para ti, cierto?
Bajé la guardia, él intentaba ser amable conmigo, yo también pondría amabilidad de mi parte.
—Es una de las personas más importantes en mi vida —respondí con convicción—. Sé que no merezco tu ayuda por como he sido contigo, pero estoy desesperado. Ya no sé en dónde buscarla.
Acarició a Fofi y curvó una pequeña sonrisa.
—Sabía que eres un hombre inteligente. —No entendí a qué se refería, ni tampoco tuve tiempo para preguntarle pues comenzó a hablar inmediatamente—. Bella recibió una llamada de Tacoma y hemos hecho todo lo posible para que viajara enseguida.
¿Tacoma? ¿Viajar? Por Dios, ¿algo había sucedido con Marie?
—¿Ella… ella?
—Tranquilo —dijo rápidamente—. Todo estará bien, sólo sé que hospitalizaron a Marie y sospechan de un infarto… sin embargo no sé detalles, ni nada de eso. Bella tampoco tenía mucha información, por eso no dudó ni un solo segundo y nos pusimos en marcha para conseguir un pasaje. Debe estar por aterrizar en Tacoma si no es que lo ha hecho ya.
—Debo ir junto a ella —lo pensé en voz alta.
Simon asintió.
—Sé que te necesita —aseguró.
Y en ese momento ya no lo vi como un rival, sino como un buen amigo que se preocupaba por mi Voz de Pito.
«Bien, creo que vamos progresando. Ahora ponte los pantalones y vamos a buscar a nuestra Voz de Pito. ¡No tenemos tiempo que perder!».
Tomé un suspiro pesado. Armando tenía toda la razón del mundo, no había tiempo que perder. Bella nos necesitaba. Y nosotros la necesitábamos a ella. Ya no podía aguantar ni un minuto más lejos de ella.
«Lamento haberte separado de Amanda, Armando».
«¿Quién te dijo que nos separaste?».
«¿Cómo?».
«Yo no soy idiota como tú, viejo. No iría a desperdiciar mi tiempo, ¿sabes? Gracias al cielo, tu cabeza de chorlito no es algo contagioso».
«¿Eso quiere decir que tú y…? No. No necesito saber nada de eso».
«¿Estás seguro? Podríamos ayudarte. Tenemos mucha imaginación».
—¿Uhm, Edward? —Alcé la vista, observando al Salmón. Él me dedicó una sonrisa amistosa—. No dejes que otro sea el afortunado.
Asentí, incapaz de decir alguna palabra. Él suspiró y besó la cabeza de Fofi. Saber que ahora la perrita no me quería y prefería al Salmón antes que a mí, me ponía mal, pero sabía que merecía todo esto, me había comportado como un idiota, perdiendo a la única mujer que estaba aprendiendo a amar. Pero no… aunque me costara reconocerlo y odiara doblemente a Simon porque 1) ni siquiera tenía motivos para odiarlo y 2) debía agradecerle por todo esto, debía luchar para volver a recuperar a mi dulce y hermosa Voz de Pito. Pero esta vez de verdad.
Antes de que el Salmón ingresara a su departamento, las palabras sólo fluyeron.
—Simon… —lo llamé; él me miró con curiosidad—. Gracias, en serio.
Negó con su cabeza.
—No tienes nada que agradecer… —sonrió levemente—. Y será mejor que te des prisa, ella te necesita.
Al voltearse y entrar en su departamento, lo primero que hice fue sacar el celular de mi bolsillo y marcar a mi única salvación.
—¿Para qué soy bueno, hermanito?
Suspiré.
—Necesito el primer vuelo que salga a Tacoma, y rápido.
—¿Al fin poniéndole el pecho a la situación?
«Nos pondremos de rodillas si es necesario, hermano».
«¿Sabes algo? Tienes toda la razón».
—Sí, Emmett —suspiré—. ¿Ya lo tienes?
Se escucharon unas risas.
—Esto es muy divertido —sus risas perduraron—. Bien, lo tienes bien merecido.
—¿Puedes dejar de dar vueltas?
—No hay vuelos en primera clase disponibles, en ninguna compañía. —Solté un profundo suspiro—. ¿Sabes lo que eso significa?
Sabía muy bien lo que significaba. Pinché el puente de mi nariz. Bien, mi Voz de Pito valía muchísimo más que un puto viaje en clase comercial. Cerrando mis ojos y rezando en voz baja porque no tuviese un molesto chiquillo de acompañante, y pensando sólo en estar con Bella y recuperar lo que teníamos... Acepté.
—Recuérdame nunca olvidar esto.
Tras finalizar la llamada, mis pies volaron solos; necesitaba estar listo lo antes posible para estar en el único lugar en el que quería y necesitaba estar.
Junto a Bella.
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¿Recuerdan los viernes de actualización? ¡Pues hoy volví! hahahahaha.
¡Hola a todos! Hace muuucho tiempo que no me pasaba por aquí y lo siento mucho, pero la "vida real" no colabora con mi tiempo libre. Como había prometido hace bastante tiempo, aquí está el último outtake de la historia. Así que, oficialmente, "Trato Hecho" está terminado :')
La verdad, infinitas gracias por seguir este largo camino junto a mí, con las esperas, tardanzas, frustraciones, pero por sobre todo seguir constantemente desde el otro lado. Obviamente Ojitos y Voz de Pito aún tienen muchas aventuras que seguir viviendo, así que los estaré esperando con la secuela (la próxima semana más o menos sabré porqué fecha estaré publicando, lo diré en el grupo ^^. Y por si alguien lee mi fanfic en proceso "Fantasmita" será actualizado la próxima semana).
Una vez más, gracias por todo. Isa, como siempre, no sé cómo agradecerte que estés para mí cuando te necesito (L).
¡Los espero en la secuela! Muchos, muchos besos :*
Alie~