Los personajes son de Rumiko Takahashi y/o la persona a desconocida a la cual se le ocurrió la brillante idea de dar vuelta los personajes 2+1 (corazón subnormal ._.)
Ella vio que el resto del mundo se empezó a distorsionar y se preguntó si alguien le había obligado a tomar alcohol mientras dormía, cosa bastante estúpida pero se podía decir que ni siquiera se encontraba en su sano juicio. Y todo por culpa de que Kagome no hacía nada más que captar su atención, y lo peor es que él no pareció ni darse cuenta de que sus ojos dorados se apagaban con maravilla a las fracciones masculinas, aunque extasiándose mucho más con los gestos que podría reconocer en cualquier parte, pues se le hacían tan únicos que cuando los veía no hacía más que sentir que era una increíble forma tan evidente e incluso inocente en la que Kagome se expresaba, sacando sus sentimientos por cada invisible poro de su piel.
¿Era normal?
Sí, claro que lo era. Mirarlo como boba sin decir nada, en un lugar en el que más de treinta personas lo observaban todo en silencio.
Jodidos humanos subnormales del futuro.
— ¿Por qué se quedan ahí parados? ¡Ya deberíamos haber abierto la tienda! ¡Apresúrense! —chilló con energía la voz de Hôjo, con aquella característica alegría.
Todos se movieron de inmediato, pero Inusakuya se plantó en el mismo lugar, enfrentando con la mirada a Kagome.
—¿Qué demonios? —empezó bruscamente. ¿Qué se suponía que tenía que decirle? Reclamar era su derecho ¿o no? Se vistió así solo por el…
Pero…
"¡Pues Kyô era mucho mejor en todo lo que hacía que tú! ¡Sólo aléjate de mí!"
Apretó los labios, olvidándose temporalmente de que él se hallaba a solo unos centímetros de distancia, mirándola fijamente.
Solo estaba allí para darle unos simples chocolates, eso era todo. Luego se iría al otro mundo sin decir nada a nadie.
Miró sus ropas entre sus brazos y la apretó contra su pecho. También, en un ataque de rabia pateó el suelo con fuerza.
—¡¿Por qué mierda es tan difícil?! —una patada más, y luego otra.
No importaba que de nuevo fuera el centro de atención, tampoco le interesaba el hecho de que todos acabasen por darse cuenta de que se encontraba descalza. Todo daba igual, se encontraba molesta.
No podía hacer nada por él, nunca. Siempre su personalidad tenía que entrometerse y arruinarlo todo.
—¡Maldito Kagome! ¿Por qué dejas que te haga daño? —gritó, los alumnos seguían mirándola con atención.
Ella dejó caer sus ropas y caminó hasta al centro, frente al pizarrón. Kagome entrecerró un poco los ojos, muy acostumbrado a aquel tipo de rabietas.
Cuando ella no sabía que decir, simplemente gritaba.
—¡Idiota!
Su espada chocó con fuerza contra el material duro. Nadie dijo nada.
—¡No entiendes! ¡No entiendes!
Y finalmente la pizarra de partió en dos y cayó al suelo.
Kagome maldijo un poco.
Ella bajó la espada aún cubierta por la funda negra, con orgullo.
—¿Viste, Kagome? —exclamó con ilusión. Ni siquiera alcanzó a voltear el rostro para cuando vio como Kagome la tomaba de los hombros y la miraba severamente.
—Ven conmigo.
Y la arrastró afuera del salón, cerrando con fuerza la puerta al salir.
Supo que moriría. Él no estaba nada feliz.
Esperó a que dijera algo, retorciéndose con un poco de temor a que utilizara el conjuro, pero los minutos pasaron y Kagome lo único que hizo fue inclinarse un poco a su altura y arreglar su vestidito que se había desordenado un poco con sus movimientos, jalándole la falda al percatarse de que esta se subió un poco.
—¿Por qué estas vestida así? Llevas maquillaje.
Estaba maravillado por su aspecto, claro, lucia linda aun con aquella pañoleta cubriendo sus orejas, pero Inusakuya era demasiado ingenua como para captar el efecto que causaba en él.
—Esa chica rara dijo que…—se detuvo. Las mejillas se le sonrojaron de golpe.
—¿Vas a ayudarnos? —quiso facilitar. La conversación le sonaba muy fría. Bajó la cabeza y los mechones oscuros consiguieron cubrir sus ojos.
—No—frunció el ceño. Kagome no entendía nada, o más bien no tenía el autoestima como para imaginar que lo estaba haciendo por él—…ella dijo que seguramente te haría feliz.
El resto de los sucesos fueron muy simples. Kagome alzó los ojos, sorprendido al principio, sonrojado después y la sonrisa no apareció en sus labios hasta minutos después de que aquellas palabras salieran vergonzosas de los labios de la chica perro.
No importaba que tan bien la conociera, ella siempre venía con sorpresas.
—Y también—siguió hablando ella, apartando la mirada del rostro iluminado del muchacho—. Sé que no debí decir eso.
Sonó muy despacio, pero él la escuchó. La sonrisa automáticamente se expandió y disfrutó del orgullo roto de Inusakuya.
Pero no se iba a quedar así, ella tenía que compensar las buenas palabras con algo insultante y un rostro rojo.
—N-No te creas mucho por eso, ¡Je! Tampoco es como si me importara.
Ahí estaba. La conocía muy bien.
—Sí, sí, como sea. En fin, si vas a ayudarnos a atraer clientes ¿No crees que deberías soltar a Tessaiga?
—¿Qué mierda te pasa, Kagome? ¿Has perdido la cabeza? —frunció el ceño, sacudiéndome la cabeza en negación. Entendió que convencer a una persona como ella sería trabajo titánico, y con el poco tiempo que les restaba jamás podría arrebatarle su preciada espada. Usar el conjuro tampoco era buena idea, con los alumnos pasando por allí, apurados porque dentro de poco iniciaría la competencia entre las clases, no era nada favorecedor.
Y él que solo quería estudiar. Ojalá viniera Tarzán en su rescate, de paso recordaba un poco su infancia.
De cualquier forma, fuera de tema ¿Dónde se encontraban a una sirvienta con una espada? Muy de manga, muy de animé. Aunque lo innovador atrae curiosidad, y si tenían suerte, clientes.
—Deberías ponerte zapatos—recordé.
—Esa niña me dejó estar así.
¿Se refería a Hôjo? Probablemente.
Era divertido, porque la única que parecía niña, la única infantil no era precisamente Hôjo.
—Por cierto, tú hueles más a hembra que ella.
Vaya insulto a su hombría. Le frunció el ceño, entrecerrando los ojos mientras deseaba que fuera un mal chiste del cual ella se reiría cuando se encontrara a solas, aunque Inusakuya no era ese tipo de personas que salían con bromas. Una vez ella en medio de un delirio, en su forma humana y totalmente inconsciente de sus palabras le había dicho que su olor era atrayente, que era delicioso. El momento fue hermoso hasta que dijo que Miraiko era una pervertida del demonio y que olía a "pejelagarto". ¿De dónde sacaba ella la creatividad para los insultos? Ni puta idea.
—Como digas—optó por tragarse las ganas de gritarle y mandar su orgullo por el retrete—volvamos.
Caminó hacia el salón, sabiendo que ella le seguía por el sonido del cascabel que ella siempre llevaba atado al cuello. Siempre le gustó ese detalle en la vestimenta de la chica, le quedaba perfecto y daba aquel aire de mascota mimada.
Cuando entraron ya todo estaba listo. Los pétalos de rosa se esparcían por el piso y las mesas cubiertas de un mantel color carmín estaban perfectamente adornadas. Quedaban adentro dos chicos más aparte de los tres amigos de Kagome que también vestían unos pañales y poseían entre sus manos un arco y una flecha con punta en forma de corazón, además de Hôjo y las anfitrionas y anfitriones, que resultaban ser los más atractivos y los que atenderían a los clientes, claro. Los demás se fueron a disfrutar del festival, desinteresados en seguir aportando a la clase.
Las puertas del instituto se abrieron, el juego empezaba.
—Bien es hora, ¡Esforcémonos! —gritó Hôyo tras un megáfono innecesario, pues todos estaban en silencio y hubieran oído de igual manera si ella hubiera hablado sin aquel artefacto que no hizo más que dejarlos sordos a todos—Roromiya-san, ¡no te contengas!
—Solo tengo que cocinar—dijo una muchacha en una esquina tras un mesón improvisado, encendiendo una parrilla portátil mientras reía nerviosamente.
—Ustedes chicos bonitos—esta vez se dirigió a los intentos de mayordomos, la mitad de hombres y la mitad de mujeres, vistiendo el mismo uniforme. En total eran unos diez, o quizás más. Inusakuya y Kagome se pusieron junto a ellos, entendiendo que era el grupo al cual correspondían— Si no maravillan al público mejor no hagan nada.
Seguía gritando en el megáfono. Inusakuya cubrió sus lastimadas orejas tras la pañoleta.
—Y las haditas también, no olviden que cumplen un rol importante.
—¡Oye! ¡No somos haditas, somos Cupidos!
—Lo mismo—sonrió radiante la chica, alejando un momento de sus labios el megáfono. Un alivio para algunos.
Luego de eso, todos se esforzaron al máximo. Muchas parejas llegaron a comer y a disfrutar de una velada romántica. Gente de todas las edades, chicos de otras escuelas, padres de alumnos y hasta un viejo solitario llegó pidiendo mesa para dos, alegando que su novia era demasiado hermosa como para ser vista por simples ojos humanos. Definitivamente era un loco, pero nadie le dijo nada, al fin y al cabo pagó por la comida.
—¿Debo decir eso? —hizo una mueca. Kagome perdió la cuenta de cuantas veces le había respondido esa pregunta.
A ambos los pusieron en la puerta, para cumplir la función de un letrero e invitar a pasar y capturar a cuanta gente pudieran. Sin embargo, él había hecho todo el trabajo mientras que ella solo se quedaba parada viendo a la gente que pasaba por allí.
—Sí, vamos, grita, no es tan difícil.
Inusakuya dejó de mirarlo, para observar al frente y tomar aire de una bocanada.
—¡Oigan desgraciados, pasen aquí sino quieren que les parta por la mitad!
Muy a su estilo.
Toda la gente a su alrededor se la quedaron mirando, y al cabo de unos segundos ya no había nadie.
Huyeron.
—Eso es todo lo contrario a lo que te dije que dijeras—negó con la cabeza Kagome, desaprobando su actitud con algo de cansancio. ¿Cómo por un momento llegó a pensar en esto como una buena idea? De cualquier forma, si es que a ella se le caía ese pañuelo blanco de la cabeza y sus orejas nada humanas quedaban al descubierto, estarían perdidos, jodidamente perdidos. Sería el fin del mundo, una catástrofe. Nadie podía descubrir el verdadero lugar de origen de Inusakuya. Por ahora, estaba bien con presumir que una chica tan linda como ella era su novia y nada más que SU novia.
Que mentira.
—Esos cobardes—gruñó, cruzándose de brazos—…Kagome, no niegues que lo intenté.
¿Cómo alguien tan apretable podía aterrorizar a un montón de personas hasta el punto de que todas ellas huyeran como si no hubiera un mañana?
Era cosa de locos.
—Eres una mala chica, eso no se hace—fingió enojo, moviendo el dedo índice de derecha a izquierda frente a aquellos bellos ojos dorados.
Como le encantaba molestarla así.
—¡Oye! —ella frunció los labios, casi formando un puchero, con sus mejillas sonrosadas y el ceño fruncido—¡No soy tu mascota!
Quiso disfrutar más del momento que estaba pasando con ella, pero el pasillo empezaba a poblarse de nueva gente que curiosa buscaba un lugar en el cual pasar el rato, y su deber en estos momentos no era precisamente distraerse.
Al final, Inusakuya se quedó callada y muchas personas fueron atraídas por la peculiar mirada que posaba en cada uno, tan psicópata que al final por miedo las personas terminaban adentrándose en el lugar. Algunos se quedaron admirados por sus extraños rasgos físicos y la fotografiaron, la mayoría chicos.
Muchos de los clientes también salieron con fotografías de ellos mismos junto con alguno de los chicos semi-desnudos que hacían de Cupido, en la mayoría chicas.
—No puedo creer que hayan personas que realmente quisieron sacarse una foto con ustedes—Kagome hizo una mueca antes de soltar una carcajada.
Inusakuya cuando los vio frente a ella cubrió sus ojos como lo hizo cada vez que se les cruzó.
— ¿Qué le pasa? Ya nos pusimos el uniforme—murmuró uno.
—Kagome, tu novia resultó ser muy linda, si hasta parece tímida.
—Sí, claro, si la conociera sabrías…—un golpe en la cabeza lo interrumpió, obligándolo dejar lo que iba a decir para quejarse por el dolor recibido.
—Cállate.
Había una ley que prohibía que un hombre golpeara a una mujer, ¿pero por qué no había una para los casos en los que la mujer era la que golpeaba y abusaba del hombre? No era para nada justo, una abominable discriminación. Lo peor, es que Inusakuya ya estaba bastante acostumbrada a golpearlo de vez en cuando, en las pocas ocasiones en las que a él se le ocurría decir algo que a ella no le parecía bien.
Era linda como decían sus amigos, pero lo que inspiraba ternura y unas grandes ganas de protección no es su personalidad, sino que su aspecto era el que influía mucho en todo eso. No era que le gustara su forma de ser, no podía pedirle que cambiara, pero precisamente ella no es el tipo de chicas que hablaban con dulzura y vestían de rosa para llamar la atención de los hombres.
Inusakuya era Inusakuya, y es diferente a todas las demás.
—¡Eso dolió!
—¡Je! Deberías sentirte agradecido, me molesté en ensuciarme las manos para ponerte en tu lugar.
—Vaya ego—volvió a hablar uno de los amigos de Kagome.
—En fin. Deberías ir a cambiarte, ya todos lo hicimos.
—¿Eh? —sus ojos se abrieron enormemente tras la palabras del muchacho, como si hubiese recordado algo sumamente importante. Lo miró, temblando y con su rostro enojado— ¿Y mi ropa, Kagome? ¿Dónde demonios esta mi ropa?
Ahí estaban los malditos chocolates…
—Creo que la soltaste cuando golpeabas la pizarra sin ninguna razón—él entrecerró los ojos al recordar eso. Tenía que hacerse responsable por los daños ¿De dónde sacaría el dinero? Sería una total vergüenza pedírselo a su padre…
—No te preocupes…—Hôjo llegó a su lado con el uniforme verde de marinerita, poniendo su mano en el hombro de la muchacha.
Pero Inusakuya rechazó el gesto y se alejó de la joven.
—Tú cállate niña.
—Oye…
—¡Qué te calles!
Estaba irritada.
—Pero es que…
—¿Eres sorda?
—Ohhh ¡Pelea de gatas! —gritó uno de los pocos estudiantes que restaba en el salón, que dejó de alistar sus cosas para irse a su casa y se preparó para ver algo más interesante.
—Yo tengo tu ropa.
—¿Tienes algún retraso o es qu…?—se detuvo abruptamente, dirigiendo su mirada hasta los orbes café de la estudiante— ¿Tú la tienes? ¿Tú tienes mi ropa? —se emocionó, caminando hasta ella.
—Es lo que intenté decirte—se rio sin resentimientos.
—¿Y la pelea? ¿Dónde carajo quedó la pelea? —se quejó el alumno.
—Pensé que Hôjo-san iba a morir—se estremeció Kagome. Y él que estuvo a punto de ir a detenerla.
Cuando Inusakuya recibió sus vestimentas perfectamente dobladas las presiono contra su pecho para asegurarse de sentir el bulto de los chocolates entremedio, y su alivio fue inmenso cuando sintió la caja entre la tela roja. Por fin ya tendría que quitarse aquel atuendo incomodo, que era su segunda prioridad en estos momentos. Caminó hasta la puerta, un poco apurada mientras sentía la mirada de Kagome en su espalda.
—Kagome, necesito hablar contigo.
Fue lo último que escuchó en aquel salón. Era la voz de esa chica llamada Hôjo que tanto se esmeraba en molestar a Kagome. Frunció el ceño, caminando entre el pasillo mientras buscaba el lugar al cual había sido guiada anteriormente para cambiarse, también, además, tenía la cabeza llena de imágenes desagradables en las cual él era seducido por aquella muchacha que olía tan dulce que llegaba a ser desagradable, al menos para sus sentidos desarrollados. ¿Qué le pasaba a Kagome, de cualquier forma? La trataba muy amistosamente, demasiado. Eso no era para nada justo, se supone que él tenía que pasar todo el tiempo a su lado, preocuparse solo por ella, sonreír solo para ella, decir que ella era la única chica que le llamaba la atención. Así debía ser todo. Kagome le pertenecía, y no estaba dispuesta a cedérselo a nadie más, menos cuando era una de esas chicas que siempre aparentan ser muy amables, pero que al final es un método sucio para conseguirse el cariño de la gente.
Ok, estaba exagerando un poco, ni siquiera la conocía bien.
No fue hasta que se topó de frente el baño para damas y terminó tras luchar bastante tiempo con el vestidito estrecho, que se dio cuenta finalmente del sentido y significado de sus palabras.
—«Kagome… ¿Me pertenece?» —pensó.
Eso era imposible. Ya estaba decidido que después de todo esto le esperaba la muerte, que lo olvidaría todo y permanecería el resto de la eternidad junto a Kyô en el infierno.
Sí, le daría los chocolates y se iría sin decirle adiós.
Apretó los ojos un segundo y empezó a caminar, alzando la nariz en un intento de percibir el aroma característico del muchacho. Fue difícil, pues aunque haya terminado ya el festival y todos ya se estén yendo a casa, todos los aromas seguían mezclándose en el aire, creando una barrera que le impedía rastrear un olor único y conseguía marearla levemente.
Pero al final, una brisa pasó y trajo el aroma de Kagome, deleitando sus fosas nasales y mostrándole el camino. Así fue como sus pies dieron a parar a la parte trasera del instituto, donde algunos árboles la ocultaban de ambos jóvenes, que parados de frente se miraban.
Inusakuya miró la pequeña caja que guardaba los chocolates preparados por su propia mano, pero que ya no se encontraba oculta entre su ropa, sino que esta vez la tomaba entre sus dedos, preparada para entregarla. Asintió, intentando darse valor y caminar hasta él, deshaciéndose de cualquier forma de la otra muchacha y ser ella la única, pero las palabras de ella la detuvo, y se quedó mirando la escena desde la lejanía.
—Lo entiendo, sé que no puedo cambiar tus sentimientos, pero a pesar de todo ¡No me rendiré, seguiré luchando por ti!
La luz anaranjada del atardecer los bañaba. Parecían la pareja perfecta.
—Aún así, yo no puedo aceptar eso… me siento muy agradecido pero…
—La amas a ella ¿No es así? —soltó el aire, decepcionada. Kagome se ocultó tras su flequillo.
—«¿Es mi culpa?» —la pregunta en su interior el hizo pesar el pecho. Sintió ganas de llorar, pero se reprimió orgullosamente, repitiéndose que soltar lágrimas no era más que un signo patético de mostrar debilidad. ¿Y es que Kagome era tan fiel que ni siquiera aceptaba los chocolates de otra chica, que eran una muestra de cariño según la hermana del mismo? ¿Aun cuando ella no correspondía sus sentimientos y tenía pensando morir por otro hombre?
Quería decirle que era un idiota, que habían personas que se lo merecían más que ella, que incluso alguna gente lo necesitaba más.
No importaba que sin él se sintiera sola, no importaba que Kagome fuera su soporte, el que la hacía feliz y el que la soportaba. Habían más personas que lo querían y disfrutaban su compañía. ¿Quién era ella para arrebatarles el placer a esas personas?
Deseaba poder entregarles a Kagome, pero no podía.
—Sí, la amo.
—Kagome—murmuró, lentamente, disfrutando del sonido de su propia voz pronunciando aquel nombre que tanto le gustaba. Al menos ellos estaban lo suficientemente lejos como para oírla—… quiero ser egoísta esta vez.
¿Qué importaba si la tachaban de mala persona? Quería a Kagome, y deseaba que él estuviera a su lado y la quisiera solo a ella.
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Ay que boneto ;-;
A mi me gustó, si a alguien le dio diarrea de solo verlo, pues cosa de el/ella.
Tengo que preparar una disertación, no sé que carajo hago aquí dioh meoh D:
Miau ('?
Sé que me he tardado una eternidad en publicar, pero entiéndanme ;_; estoy en mitad de pubertad y estoy en esas épocas en las que uno solo quiere morirse y se siente una escoria, así que se me hacía un poco complicado sacar algo de mi cabeza para escribir, pero ya se me pasó un poco y la inspiración me atacó como normalmente lo hace :,)
Y eso es todo, me largo en mi tostadora mitad gato voladora *0*
PD: Gracias por los reviews :3 si quieres insultarme, decir que quieres ser mi amigo, que me ves cuando me baño o cualquier cosa, deja un review J