Disclaimer: Aún no puedo obtener los derechos sobre los personajes de: Rumiko Takahashi. [Pero sí sobre los míos.]


Perdidos| Chapter 4.


Su mirada estaba perdida, vagaba por cualquier punto de la oscura habitación de la que era presa en ese momento, en aquel en el que sentía que nada tenía un maldito sentido, en el que se miraba perdida.

"—¿Me amarás siempre? —Inquirió, con los ojos brillantes ante la luz de la luna de aquel departamento, desnuda, entregada a él, sintiéndose solamente suya.

Toda la vida, Kagome. —Su cuerpo varonil, enterrado en el suyo, sus brazos fuertes y sudados formaban una especie de prisión de la que ella era suma prisionera, prisionera que no quería escapar. Sintió como la besó, la besó con ansias, sellando esa promesa mientras apretaba la mano derecha con la suya, dándole a entender que lo cumpliría.

La amaría siempre."

Qué tonta. Nunca debió creerle, nunca debió entregarle todo y nunca debió esperar decirle todo lo que sentía, ahora veía que había sido tan cursi, tan boba, como solo ella lo podía ser. Porque a veces amar con toda el alma, no es suficiente. Lo sabía, ella jamás fue correspondida, jamás recibió un poco de eso que ella le daba.

¡Claro, quería sexo gratis! Como sabía que ella siempre estaba allí, como nunca le decía que no, entonces por eso la mandó a la mierda en el primer momento, cuando supo que realmente ella estaba dispuesta a formalizarlo, que ya no sería un noviazgo tonto de preparatoria, sino que sería algo más.

Ella sería su mujer. Tal y como él se lo repetía.

"Eres mía" —le solía decir, cuando veía que alguien la pretendía. ¿Cómo no darse cuenta? InuYasha siempre la celó por tener miedo a perder el sexo gratis que tenía siempre ¿no?, tenía miedo saber que esas noches de juego se irían si otro la enamoraba, y luego de quince años; Kagome apenas se daba cuenta.

¿Boba? ¿Dónde?

Siempre creyó que él la amaba, que la protegía porque realmente quería tenerla viva para hacerla su mujer, para saber que ella estaría el resto de la vida a su lado, ella quería convencerse a estas alturas de la vida, que InuYasha no mandó por la borda todos esos años de amor. A pesar de todo, a pesar de que le dijo aquello tan hiriente una tarde, ella lo buscó, fue tras él a buscar pruebas, y qué encontró:

"—Oye, ¿has escuchado sobre la nueva amante de Taishō InuYasha? Dicen que es la secretaria de Aby-sama. —Unas policías que pasaban por la oficina general, empezaron a murmurar los nuevos chismes de la institución?"

¿Amante? —Eso era lo que se le había pasado por la mente de una niña de dieciocho años que estuvo desde pequeña en un cuartel para abandonados.

Su mundo se cayó pedazo por pedazo, ¿así que era eso? ¿Por ese motivo la dejó? Tenía otra… no supo en qué lugar se quedó, total, ella había hecho mucho para entrar allí, como policía local, chica sin mucha experiencia. Intentó no llorar a mitad de la jefatura de Tokio, era demasiado para ella. Su primer día agregada al grupo y se enteraba de que el amor de su vida la había dejado para irse con una secretaria.

No sabía qué pensar.

Años, a Kagome le había costado años integrarse como una de las mejores espías de su país, trabajando para las fuerzas armadas de su patria, coronarse como una gran trabajadora, cooperando junto con el peor y a la vez mejor hombre que había conocido en la vida. En esos momentos lo odiaba.

Maldito.

¿Cómo había reaccionado al verla llegar con la jefa de pabellón?: como un loco. Había dejado de reír con sus compañeros, había fruncido el ceño al verla y había gritado las siguientes palabras, las cuales Kagome nunca en la vida iba a olvidar, ¡nunca!:

"—¡¿Qué demonios haces aquí tonta?! —La gente se quedó sin aliento ante ese grito exasperado, sus ojos mostraban pánico, miedo y enojo—. ¡¿No te quedó claro que eres lo peor que me ha pasado en la vida?! ¡¿No te dije que siempre fuiste un juego?! ¡Te dejé porque me harté de ti! ¡Deja de seguirme! ¡Me estresas, boba!"

Más lágrimas pesadas y de dolor brotaron de sus ojos, con el alma rota al recordar eso que la lastimaba, ¿cómo no odiarlo cuando gritó todo eso en frente de medio pabellón de policías? Recordaba que en ese momento se sintió una basura, lágrimas de tonta no evitaron rodar por sus ojos, cierto era que desde pequeña, frente a la perdida de sus padres, ella se había acostumbrado a ser fuerte, no una tonta, pero con InuYasha todo era diferente.

Se sintió estúpida una vez más.

Y desde ese día, después de llorar noches enteras, decidió que él no la lastimaría más, él no sería el motivo de su llanto y de su dolor, no más, no más InuYasha. Aprendió a vivir junto a él y a tragarse todo sentimiento que le produjera escuchar su nombre y ver sus ojos dorados que la volvían loca. Ella aprendió a fingir delante de él, a olvidar cada noche de delirio y pasión, a olvidar cada beso que le había dejado estampado en los labios, en el cuello, en todo el cuerpo.

Todas aquellas caricias y gestos que le brindaba; tuvo que aprender a olvidar cada rose, cada sonrojo y promesa olvidada en una cama, escuchada por cuatro paredes y dicha por él, tuvo que aprender a tratar de olvidar las veces que le hizo el amor y como ella se sintió con cada abrazo, cada vez que sobaba su cabello y le decía su frase más linda para dirigirse a ella: pequeña.

Por eso odiaba que le dijera esa palabra, porque le hacía recordar esos tiempos buenos y malos en los que ella amaba escuchar ese susurro, como solo él podía, como solo a él se lo permitía. Su cuerpo, nunca jamás profanado por alguien más que no fuera él, ese maldito desgraciado que la hizo infeliz toda la vida, porque hasta para estar con él, tuvo que pasar de todo, incluyendo mujeres que deseaban hacerle la vida pedazos en el ejército.

Ella había conocido a sus actuales amigos en la lucha, en la escala de los peldaños para llegar a ser lo que era en ese momento, ser una profesional en el arte de acabar con la mafia, con solo treinta años de edad.

Y al cabo de esos años, InuYasha se encargó de seducirla, al tiempo que ella cumplía más años y se ponía más bonita, solo quería sexo, de eso Kagome estaba segura. ¡Maldita sea, solo la usaba! Y lo peor fue enterarse el número de amantes que metía en su cama cada fin de semana, sus farras; sus amigos, las copas, el sexo, el engaño, y las palabras de Kikyō: "Él te ama más de lo que te imaginas…" ¡Mentira! InuYasha no amaba a nadie.

Se encargó de hacerle la vida infeliz y de tratar de arruinar todo lo que sentía por él: —Aún te amo, InuYasha —soltó al aire, tratando de desahogarse—, pero eso no evita que olvide que yo solo fui un juego para ti.


Arrojó todo lo que pudo al piso.

¡Maldición!

Había cometido estupideces en la vida, había hecho muchas cosas imbéciles, pero el haber dejado a Kagome por una tontería había sido la peor burrada de su vida. ¡Infeliz! Kagome…su Kagome, esa Kagome que era todo para él, esa que le había entregado siempre todo sin pedir algo a cambio, esa mujer siempre estuvo dispuesta a ser suya sin rechistar, esa que estuvo a punto de dejar el lugar donde estudió y se preparó por irse con él.

Esa que era la dueña de su alma y cada fibra de su ser.

Y aunque sonara muy cursi, y aunque no tuviera las agallas de decirlo: la amaba, la amaba más que a su vida y no podía negar que le había dolido en lo más profundo su comportamiento.

Hacía años, cuando su hermano mayor, Sesshōmaru, le dijo que entrara a las fuerzas armadas, sintió todo su mundo caerse; ¡él quería hacer a Kagome su mujer! ¡Su esposa! No podía, si entraba a ese lugar todos sus sueños de tenerla se irían abajo, todo se destrozaría. No tenía el valor de decirle que no podía casarse con ella por miedo a que le pasara algo, ser la mujer de un espía es peligroso, él no se permitiría que algo malo le pasara.

Sabía que podía seguir viéndola, que estaría siempre cerca de ella, aunque ya no la tocara, pero no sabía cómo decírselo, no sabía cómo terminar algo que él deseaba que durara para siempre, cómo podía romper los sentimientos de su muñeca de algodón.

¡¿Cómo fallar a su promesa de amar por siempre a alguien?! Y era cierto, no dejaba de amarla, no dejaba de recordar sus besos, la manera en la que gritaba y susurraba su nombre cada vez que le hacía el amor, no olvidaba sentir el clímax y todos sus fluidos dentro de él, la manera en la que le decía te amo en el oído, luego de haberla hecho suya sin más que decir, no dejaba de extrañarla, no dejaba de buscar en cada mujer; el dulce tono de su voz, el néctar de sus labios, sus besos, sus caricias, la manera en la que solo ella lo inducía a llegar a la locura sin ni siquiera haberle quitado la ropa.

No dejaba de hacer nada de lo que le había prometido, pero cuando él se marchó, y luego de una semana, la vio allí, parada en frente de él, quiso correr, besarla y decirle allí mismo que lo perdonara por haberla abandonado, pero a cambio de eso la insultó. Cada palabra que escupió en ese momento fue un puñal que él mismo se encargaba de clavarse. Cuando terminó de decirle todas esas cosas, salió.

No pudo evitar entrar a un baño, dañar la pared con su puño y llorar como un condenado por haberla herido de esa manera, llorar de impotencia al saber que nunca cambiaría esa postura, que sintiera lo que sintiera, Kagome tendría que vivir toda su vida creyendo que habían sido verdad todas esas palabras.

Su pequeña nunca entendió cuánto sufría. Se sentía mal porque sabía que ella se desquebrajaba al darse cuenta de que la esquivaba, de que prefería estar en otro lugar que no sea cerca de ella, porque no quería cometer la estupidez de agarrarla por la cintura, estrecharla fuertemente, cogerla del mentón, plantarle un beso y decirle que era la tonta que lo traía completamente loco, con un amor incurable e ilógico. Era un crimen contra su postura hacer eso.

Luego, cando se dio cuenta de que aprendió a vivir con él, encontraron amigos, su hermano y su amiga Kikyō, de la cual estaba perdidamente enamorado aunque jamás lo demostraba. Tuvieron un noviazgo que pasó por momentos difíciles, en los cuales cometieron estupideces, estupideces de las que él mismo se arrepentía. A la final se casaron, y hoy en día eran felices, profesionales y con un hogar estable.

En cambio él… Kikyō era amiga de los dos, sabe su historia y cada punto de vista, pero aunque Kiriyawa sepa la realidad, InuYasha no le permitía que se la contara a Kagome, estaba bien que viviera en ese mundo de mentiras, pensando que él la usaba y seducía. Eso era lo mejor.

Era idiota, lo sabía.

—Te amo, Kagome, te amo y tendrás que morir pensando lo contrario. —Soltó al aire, mirando por la ventana mientras omitía el nudo en la garganta que lo oprimía.

Su celular vibró mostrando un mensaje:

"Duerme, mañana tenemos trabajo"

Kagome había olvidado lo que era el amor…

Continuará…


No quiero joder a nadie, ¿está bien? No quiero que vengan a "vengarse de mí", no quiero que me digan nada, porque por Facebook ya me hicieron pedazos y aquí en FF por interno también. Por favor, —aplico su propia frase que es realmente inadecuada—: Si no te gusta, no lo leas.

Muchas gracias a las antiguas lectoras que me leían o me leen, no sé, les agradezco por dejarme un comentario.

No se preocupen de dejarme más si no desean, no necesito "que mi ego se suba" para decir lo que pienso, que aunque esté mal, es lo que pienso. Pido disculpas a quien ofendí, pero por favor, así como yo a ninguna de ustedes he dejado un comentario ofensivo, hagan lo mismo conmigo.

Cualquier amenaza de muerte, insulto y destrucción moral, por favor dejarme un PM, mi bandeja está abierta. (Porque es seguro que por estas notas de autora recibiré críticas, no me sorprende y sé a lo que me meto.)

Saludos.