No es un capítulo muy largo, pero es bastante ñoño, por no salirme mucho de la línea del fic jajaja
Espero que os guste y, como ya avisé, este es el penúltimo capítulo.
Gracias por leer y por cada uno de los comentarios!
En este capítulo ha pasado un pequeño lapsus de tiempo con respecto al anterior.
Acomodo mi cabeza en el pequeño cojín que hemos colocado en el suelo, al igual que hemos colocado todo lo demás. Fuera la lluvia cae como si el cielo se fuese a romper, y a Allan le daba un poco de miedo. Además, ¿a dónde vas con un niño pequeño en una tarde lluviosa? Creo que la idea de Kate ha sido, sin duda, lo mejor. No solamente ha calmado los sollozos de Allan tras escuchar los truenos, sino que ahí estamos los tres, disfrutando de un momento de relax en familia en una aburrida tarde cualquiera de un domingo lluvioso. O los cuatro si contamos el, cada vez más abultado, vientre de Kate.
Mi cuerpo sobresale por la manta que hemos utilizado para hacer la cueva en la que estamos metidos, incluso las piernas de Kate sobresalen, el único capaz de caber entero ahí dentro ha sido Allan, que ahora habla sin parar, tumbado entre Kate y yo, o más bien sobre nosotros.
Ella se arrima más a mí y apoya su cabeza sobre mi hombro mientras emite un pequeño suspiro, sin dejar de acariciar la cabeza de Allan.
-¿Estás bien? – le pregunto yo, girando la cabeza lo justo para poder verle la cara, sin que ni ella ni Allan tengan que moverse.
-Mmm – es lo único que dice, mientras asiente sobre mi hombro.
Tuerzo mis labios unos milímetros hacia arriba, para después depositar un suave y dulce beso sobre su cabeza.
-Tengo sueño – murmura ella de pronto.
-Últimamente siempre tienes sueño – digo con una pequeña carcajada – Pareces una zarigüeya.
-¿Una zarigüeya? – levanta su cabeza, quedando a escasos centímetros de la mía. No puedo evitar dirigir mi mirada a sus labios.
-Duermen más de dieciocho horas al día – le explico, mientras, de manera inconsciente, la acerco más a mí con la mano que rodea su espalda.
-Yo no duermo tanto – se queja, en un pequeño susurro, dirigiendo su mirada también a mis labios.
No le contesto. Simplemente recorto esos milímetros que separan mi boca de sus labios y disfruto del contacto de éstos con los míos. Primero una pequeña caricia, después buscando un mayor contacto. De pronto ella introduce su mano por debajo de la tela de mi camiseta, acariciando mis abdominales, o los que estoy intentando pulir saliendo a correr cada día.
-Hey, ¿tengo que recordarte que hay un… dos, que hay dos menores entre nosotros?
-No consideres al bebé un menor – dice, apartando su mano rápidamente – No te importaba anoche cuando…
-Shh – digo, colocando mi dedo sobre sus labios mientras intento controlar una carcajada – Un menor.
Ella se vuelve a tumbar de nuevo, apoyando su cabeza sobre mi hombro, gruñendo.
-Últimamente estoy muy cachonda – dice, como si fuese algo malo – Y gorda, y…
-Y preciosa – le paro yo, antes de que diga alguna otra tontería.
-¿De verdad lo crees? – dice, girando de nuevo su cabeza para mirarme.
Curvo mis labios hacia arriba al ver su cara de inseguridad.
-De verdad lo creo. Estás guapísima, el embarazo te está sentando de maravilla… - veo cómo frunce el ceño tras mis palabras – Osea… no quiero decir que antes no estuvieses guapísima, lo estabas, siempre me has parecido preciosa, pero ahora…
-Déjalo – dice riendo.
-Vale – susurro, cerrando mi boca.
-Papá, di que chi – dice Allan de repente.
Deja a un lado el peluche de elefante con el que estaba entretenido hasta ahora, y comienza a levantarse. Rápidamente lo agarro para que no haga daño a Kate.
-Cuidado, el bebé, ¿recuerdas? – le digo, sentándome como puedo, a su lado, señalando el vientre de Kate.
-¿Etá durmiendo? – pregunta él, agachándose de una manera graciosa y posando una mano sobre la camiseta de su madre.
-Sí, está durmiendo – le susurro con una sonrisa.
Kate remanga su camiseta de premamá unos centímetros, dejando al aire su vientre. Me quedo embobado contemplándolo durante unos segundos. Es increíble cómo ahí dentro puede estar creciendo una nueva persona, una persona fruto del amor entre Kate y yo. Igual que Allan, solo que esta vez puedo estar ahí para disfrutar de cada minuto, cada segundo a su lado.
-Rick... – la voz de Kate, y el contacto de su mano sobre mi brazo, hace que vuelva a la realidad, para contemplar cómo Allan acaricia el vientre de Kate con la palma de su mano. Lo hace de una manera suave y delicada, como si fuese consciente del cuidado que hay que tener.
Kate y yo nos miramos, sonriendo, al mismo tiempo que contenemos el aliento ante ese bonito y emocionante gesto. El único sonido que se escucha debajo de la manta, o cueva, en la que estamos metidos, son los sonidos que hace Allan. No llegan a ser palabras, aunque tampoco son balbuceos, y es que no es la primera vez que parece dirigirse al bebé haciendo esos sonidos, como si se comunicase con él, o ella, de esa manera.
No puedo evitar sentir cómo el corazón empieza a latir más rápido dentro de mi pecho, conteniendo la emoción, cuando Allan se inclina, apoyando su cabeza sobre el vientre de Kate, cerrando los ojos al hacerlo, para, dos segundos más tarde, posar sus pequeñitos labios sobre su vientre.
-Oh, Rick… - la mano de Kate se aferra más fuerte a mi muñeca, y cuando la miro veo sus ojos brillantes, mientras trata de contener las lágrimas.
No puedo evitar coger a Allan entre mis brazos y tumbarlo entre nosotros dos. Kate lo abraza también, hasta que, inevitablemente, empezamos a agobiarlo y él se remueve, poniéndose de nuevo en pie.
Veo cómo me mira con el ceño fruncido y de pronto se cruza de brazos.
-Papá, di que chi – dice, en un tono de enfado.
-¿Qué diga que…? – de repente algo en mi cabeza hace click, y se exactamente a qué se refiere – Pero… ¿ahora?
-Chi.
Él parece seguro y convencido y… bueno, tampoco es un mal momento, pienso. De hecho es un momento perfecto.
-Tienes razón, creo que es el momento – le digo, inclinándome yo también.
-¿De qué estáis hablando? – pregunta Kate, apoyando su cabeza sobre su brazo.
-Espéranos aquí – le digo, mientras ayudo a Allan a salir de la cabaña.
En realidad llevo a mi hijo conmigo porque, desde que la semana pasada cumplió dos años, anda más avispado que nunca y, si compartes un secreto con él, será mejor que sea un secreto que no te importe que desvele en cualquier momento, a cualquier persona que a él le parezca conveniente.
Todavía recuerdo como el día anterior, cuando salíamos a pasear, una anciana se acercó a saludarlo simpáticamente y a él le pareció el momento oportuno para contarle que su mamá tenía una pistola en casa y la utilizaba mucho. La cara que puso la señora no tiene precio, pienso, riéndome. Pero que estropee la sorpresa a Kate… no, eso no puede hacerlo.
-A ver – digo, dejándolo en el suelo cuando hemos llegado a mi dormitorio - ¿Recuerdas cómo lo hemos ensayado?
-Chi – dice él, de forma evidente, colocándose después en el suelo, de rodillas – Achii – dice, feliz, mostrándome todos sus pequeños dientes.
-Perfecto – digo yo, satisfecho, extendiendo mi mano para recibir su palma abierta sobre la mía.
-Aquí papá – dice él, dirigiéndose al cajón exacto donde tengo guardada la pequeña caja.
-Sí, gracias cariño, menos mal que tú te acuerdas, porque sino…
Él ríe, encogiéndose de hombros de una manera graciosa, mientras me observa sacar la pequeña cajita que guardo al fondo del cajón. La abro para comprobar que el anillo sigue ahí.
-¿Mamá?
-Sí, es para mamá, pero todavía no se lo puedes decir, ¿vale? Recuerda que lo hemos ensayado.
Lo cojo de nuevo en brazos, para así poder bajar antes al salón y no hacer a Kate esperar más. Cuando llegamos, volvemos a entrar en la pequeña e improvisada cueva. Ella está tumbada boca arriba, con las piernas flexionadas mientras acaricia su vientre delicadamente con una mano.
-¿Se puede saber qué tramáis? – pregunta, mirándonos a mí y a Allan intercaladamente, con el ceño fruncido.
-Di que chí – le dice Allan.
Ella alza las cejas, sorprendida y confusa.
-¿Qué diga que chi? – le pregunta en un tono cariñoso.
Allan simplemente asiente y después me mira, como esperando a que sea yo el que dé el paso de una vez.
-Está bien…. – digo, cogiendo aire, tratando de armarme del valor suficiente para hacerlo.
Me agacho, tanto como aquella cueva me lo permite, y coloco mi rodilla izquierda en el suelo, llevando mi mano al bolsillo trasero de mi pantalón, en busca de la deseada caja. Observo al mismo tiempo cómo Kate se inclina, mientras sus ojos comienzan a aguarse con un brillo especial. Allan, por su parte, hace lo mismo que yo, se coloca a mi lado izquierdo, hincando las dos rodillas en el suelo.
-Oh dios mío – dice ella, llevándose una mano a la boca cuando yo abro la pequeña caja de color azul marino que ahora sostengo en mis manos.
Siento que mi voz va a temblar cuando comience a hablar. Como puedo, saco el brillante anillo y dejo la cajita a un lado.
-Katherine Houghton Beckett, eres la mujer más maravillosa que conozco, capaz de estar ahí para mí después de todo lo que hemos pasado juntos – espero un par de segundos, tratando de deshacer el nudo formado en mi garganta – Y no puedo imaginar un lugar para ser feliz que no sea a tu lado, y al lado de la familia que estamos construyendo, así que… ¿quieres hacerme todavía más feliz, casándote conmigo?
-Rick… - veo cómo varias lágrimas resbalan por sus mejillas, lágrimas cargadas de emoción y felicidad – Sí, sí quiero – su voz apenas sale en un susurro, pero es más que suficiente.
No puedo evitar ensanchar mi sonrisa al máximo, acompañando el gesto de un sonido, o casi una carcajada, de felicidad. Cojo su mano, acariciándola, y le coloco con delicadeza el anillo en el dedo anular, aguantando su mano entre las mías después. Le queda perfecto.
-Es precioso – dice, de repente, observándolo.
-Queda precioso en tu mano – le digo yo – Lleva grabadas una R y una K, entrelazadas, acompañadas de un Siempre.
Su sonrisa se hace todavía más grande, remarcando todavía más las líneas al lado de sus ojos. No dice nada pero es más que suficiente para saber que le encanta.
Se acerca a mí y me coge la cara entre las manos, acariciando sus labios con los míos en un largo y apasionado beso. Cuando abro los ojos le seco la cara, mojada por esas lágrimas de felicidad, mientras ella no deja de sonreír.
El sonido de unos pequeños aplausos a nuestro lado hace que ambos giremos nuestra mirada hacia allí, riendo. Allan nos observa aplaudiendo de manera graciosa con sus manitas.
-Ha dicho que chi – me dice, casi gritando.
-Sí, lo ha dicho – le digo yo, atrayéndolo hacia nosotros.
Él se agarra al cuello de ambos y yo coloco una mano sobre el vientre de Kate, sintiéndonos a los cuatro juntos, a nuestra familia, y sintiéndome completa y absolutamente feliz por ello.