Disclaimer: A veces pienso que Rumiko Takahashi me odia. Ya saben, por lo de los personajes.
Deseo y consumación III.
"Miró para el cielo, sonriendo de manera brillante.
Estaba feliz.
Demasiado.
Habían pasado tres meses, tres meses desde que ella era la chica de InuYasha y tres meses en los que algunas jóvenes la odiaban por eso, exactamente. Y no es que le importara en sí el hecho de no haber podido estar con él (en el sentido sexual, se lo había prometido), si no que había logrado estabilizar a un novio digno de ella, y conservando la naturalidad de Taishō; con sus humores de perro, sus arrebatos y sus malas palabras. Tal como lo había conocido casi tres años y medio atrás. Tal y como se había enamorado perdidamente de él en todo ese tiempo.
Y ese día cumplían tres meses exactos. Estaba feliz. Demasiado.
Esperó a InuYasha lo que restaba del día, y él, nunca más llegó…"
—Mmmm. Basta… —pidió en susurro, sin querer mandarlo a volar con un golpe. Siguió sintiendo el reparto de besos en su cuello, que, al parecer, no cesarían por las buenas—. ¡Kōga, déjame ya! —se separó del joven alcoholizado y lo miró molesta. Ella estaba mareada, pero no lo suficiente como para acostarse con alguien por quien tenía el mismo apetito sexual que por una patata.
Kōga la miró raro, perdido. Estaba consciente de que su comportamiento no era de nada bueno, y que estaba borracho. La verdad es que fingía el estado etílico, porque realmente estaba en todos sus cabales. Unas copitas de más, sí, pero tenía los sentidos bien puestos, y lo que estaba haciendo no era producto del alcohol, sino del deseo que traía por Kagome desde la maldita secundaria. Y ese estúpido de Taishō se la había quitado ¿y dónde estaba ahora? Maldito cabrón.
—Todavía piensas en InuYasha, ¿no es así? —soltó él, sin opción a reparos. Kagome achicó los ojos, con ganas de matarlo.
—Es un nombre que prefiero no recordar —fue lo único que dijo, soltando su abrigo y dejándolo caer en el mueble de la sala de su departamento.
InuYasha…Sí. Le hacía mucho daño recordar ese nombre.
—¿Por qué no quieres ser mía, Kagome? Yo puedo hacerte feliz, no tienes por qué…
—No me interesa, Kōga —comentó Kagome, con toda la parsimonia que el alcohol en sus venas pudo ofrecerle—. Ahora vete, por favor —pidió irritada, sin alzar la voz. Wakayama hizo ademán para protestar, pero Kagome lo cortó—. Vete, ahora.
El aludido agarró su chaqueta, se la puso al hombro y con mirada desquiciada salió del departamento.
—¿Cómo que Kagome está indispuesta? —gruñó, con las ganas de matar a flor de piel.
—Señor, le repito que la señorita Higurashi se encuentra ocupada en estos momentos, me dejó orden de no pasar a nadie para su departamento. Lo siento mucho —habló la secretaria, con un tono formal.
Se cabreó aún más.
—¿No sabe con quién demonios está hablando usted? Soy InuYasha Taishō —se presentó.
—Señor Taishō, estoy consciente de su apellido y de lo que significa, pero mi trabajo no tiene nada que ver con eso. —Una vez más, el tono de la recepcionista enfadó a InuYasha.
—Y una mierda. —Insultó—. Voy a entrar.
La joven rubia alzó un alarido de frustración pura, al no poder ejercer su autoridad. Se contuvo de llamar a seguridad, porque bien sabía, y si era inteligente como parecía, que hacer meter en problemas legales a un Taishō, era casi nulo. Si InuYasha efectivamente (aún) no había hecho nada contundente, entonces era mejor quedarse con eso y no decir nada.
Caminó a como las zancadas le permitían avanzar. Haber encontrado a Kagome le había tomado menos de tres días. Contrató al mejor de los detectives de Tokyo, y pudo dar con ella en menos de lo que se imaginó. Sabía dónde trabajaba, dónde vivía y que estaba estudiando la Universidad en su último nivel. Su madre aún vivía en el templo junto con su hermana Sango, que se casaría con Miroku en pocos meses. Eso lo sabía por su amigo, mas no por un detective o cosa que se le pareciera.
De camino al departamento 235, chocó con alguien que le pareció conocido. El olor a alcohol lo asqueó. El aludido pasó sin decir nada y mirar a nadie, se notaba que tenía prisa. InuYasha juró que conocía a ese tipo de coleta, pero no pudo saber nada de él, conocía a cientos de hombres con rasgos parecidos; aunque ninguno era un alcohólico, realmente. No le tomó atención y siguió su camino.
Cuando estuvo frente al departamento de (se supone) Kagome, el corazón le golpeteó con locura. ¡Eran tres años sin verla! Por Dios. De todas las chorradas que su padre le había hecho, la más grande y que más le había dolido, era la de haber perdido a Kagome, desaparecido y no haber asomado ni un cabello durante tanto tiempo. A veces deseaba que su padre se muriera por un tiempo, extrañarlo, volver a quererlo más y que reviviera para seguir disfrutando de su prescencia. Pero la vida era así, injusta. No tenía más remedio, y ahora, era mayor y un empresario del dominio de su padre, pero con el dinero y cabronada suficiente como ir por la mujer que le había robado el alma, recuperarla y no dejarla ir más.
Tocó la puerta, con las manos casi temblando. Aún tenía esa sonrisa arrogante que sabía él, volvía loca a Kagome.
Escuchó que la puerta era abierta lentamente. Era hora.
Los ojos de Kagome cayeron desorbitados en sus propias cuencas. Abrió la boca de manera lenta y casi imperceptible. Sintió el corazón demasiado acelerado para estar dentro de su pecho, y la respiración demasiado mezquina con ella. ¿Acaso ese era…? No, no podía ser. Lo vio sonreír de esa manera tan suya, y casi se desmaya.
—¿Qué sucede, pequeña? ¿No me saludas?
Se había quedado sin palabras y con los nervios de punta, sin opción a decir algo.
—I…InuYasha. —Logró articular, saliendo de su trance. ¡Eran tres años, por Dios! No habían sido un día, ni dos, ¡tres años! Había desaparecido sin decir palabra y ahora estaba allí, parado, mirándola con una sonrisa y un brillo en los ojos que aún no describía—. ¿Qué haces aquí? —fue lo único que pudo preguntar, abrumada por las emociones. Las ganas de llorar comenzaban a hacerse presentes, y ella no estaba dispuesta a humillarse ante ese maldito…amor de su vida.
—Kagome…—Sintió la mano potente de su chico, agarrarla por el brazo, antes de que pudiera cerrarle la puerta en la cara. No soportó la presión, ni las emociones, ni poder palpar con claridad el calor de ese hombre. Lo amaba, lo amaba más que cuando habían sido pareja en la secundaria. InuYasha se sintió miserable, en serio, no tenía palabras para disculparse o para expresarle lo mucho que la necesitaba en esos momentos. Decirle lo mucho que estaba enamorado de ella y que extrañarla, era demasiado poco en su condición.
—Déjame, InuYasha —para este tiempo, la voz de Kagome sonaba quebrada, y dolida. Las lágrimas habían empezado a rodar sin pereza sobre el rostro pálido y contraído de dolor—. Hace mucho que…dejé de quererte.
—No digas tonterías, Kagome —el solo hecho de pensar en esa posibilidad, lo enfermaba—. Todo esto es culpa de mi padre, él…
—Ya basta —se soltó, de manera brusca—. No mientas más ¿por qué no aceptas que te hartaste de mí y preferiste huir, desaparecer para no hacerme daño? —colocó dolorosa ironía en esa última frase. InuYasha comenzaba a perder la paciencia. Había tenido que mentalizar que obviamente, Kagome no iba entenderlo—. Vete de aquí, por favor. —Eso le recordó a Kōga.
Cuando pensó que había podido olvidar el sabor de los besos dulces de InuYasha, estaba en la más grande equivocación. Volver a sentir los labios de él posados sobre los suyos, de manera demandante y llena de ansias, la dejó en blanco. Enredó los brazos alrededor del cuello de InuYasha, correspondiendo al marcado paso que él le pautaba, correspondiendo con las mismas emociones y desesperación que él le profesaba. Había extrañado sus besos, su sonrisa… ¡Todo! InuYasha lo era todo, y su partida le había dolido en lo más hondo.
Se separaron jadeantes, él con el rostro lleno de lágrimas que no le pertenecían, y ella, con los labios hinchados. La distancia que InuYasha permitió fue casi mínima; apenas para mirarse a los ojos y decir lo que deseaba.
—¿Sabes que en este momento me vale mierda lo que pienses? —Le susurró al oído, sin dejar de jadear—. Tú, eres mía —esa no era una recomendación: era un mandato—. Eres mi chica. —Sentenció, y sin más, volvió a besarla.
Kagome quiso sonreír entre el beso. Se sintió en la gloria al escuchar esas palabras. Se sintió segura. Ya no importaba nada más, ni siquiera tantos años de abandono; se estaba dando cuenta de que era una estúpida, que tenía que hacerlo sufrir, no perdonarlo, que la reconquiste. ¡A la mierda! Ella ya no quería sufrir más, y si le había pedido que se marchara, era para salvar "la dignidad" que tenía. Le daba lo mismo, amaba a InuYasha, y no le importaba que la tacharan de lanzada, resbalosa, cualquiera, estúpida o lo que le dijeran.
Lo amaba.
Punto.
—InuYasha…—susurró, cuando sintió los besos avanzar por el cuello.
—Kagome —pronunció él, deteniéndose— lo que pasó…
—Shh —Kagome colocó un dedo sobre los labios de su chico, y sonrió—, eso ya no importa. Te amo —le confesó, y supo que no tendría nada más que agregar.
Cerraron la puerta. Se dejaron caer sobre la alfombra, que ahora lucía más acolchonada que nunca. Se dejaron llevar, de nuevo habían caído en ese mar de sensaciones inexplicables, en esos suspiros y exhalaciones. Mejor de lo que eran en sus sueños de adolescentes y adultos.
La mano de InuYasha rodaba tranquila y casi en cámara lenta por la piel de Kagome, sacando lo que encontraba a su paso; deleitándose de la suavidad y la excitación que sentía al tocar las piernas torneadas de su chica, colándose por entre la falda que aún no era candidata a salir. Mientras Kagome recorría con irrealismo la espalda de su amado, arrancándole roncos gruñidos cuando las manos le llegaron hasta el pantalón, vacilando en tocar el borde y regresar hasta la parte baja del ombligo, o quedarse allí, sintiendo de manera indiscriminada la eminente erección, que ella misma se había encargado de provocar.
Sonrió.
InuYasha rasgó la blusa de seda, se abrió paso por entre los pechos de Kagome, inspirándose de ese olor embriagante que tanto había extrañado y deseado en la adolescencia, y todo ese tiempo que estuvo fuera de ella, sin dejar de pensarla. Esta vez no habría chicas que quisieran entrar desesperadas al baño, una hermana descuidada que entraba sin tocar, o un celular que timbrara en el mejor momento, que pudieran impedirle que Kagome fuera suya, ya no más malditas interrupciones. Pasó tres años con el sabor de Kagome en los labios e imaginándose el resto de ella en los sueños, deseando sacársela dos segundos de la cabeza, y golpeándose mentalmente por haber desperdiciado la oportunidad de grabársela toda cuando eran pareja.
Pero ahora la tenía allí, pudiendo sentirla toda, recorrer su cuerpo, besar sus labios y entrar en ella.
—InuYasha —se arqueó Kagome, cuando sintió por fin y por primera vez a InuYasha dentro.
Todo un mar de emociones se acumuló en el vientre bajo de esos amantes, que se miraban y no evitaban gemir con cada entrada y salida. Era la gloria. Infinitamente y sin temor a equivocarse, habían construido el paraíso sobre la alfombra. Subían, bajaban, reían, suspiraban. Eran como una Coca-Cola uhh por dentro, ohh afuera. El sudor les empapaba el cuerpo, estando desnudos; ellos se fusionaban, eran uno solo en ese instante y el placer que sentían, iba más allá de lo que pudieron haber imaginado cuando sólo se deseaban.
Los besos iban y venían, las exhalaciones de los nombres de cada quién…
InuYasha…
Kagome…
InuYasha…
Kagome…
Uno más excitado que el otro, sin conciencia de nada más que no fuesen ellos, y lo que estaban sintiendo. Las embestidas fueron más rápidas, más bestiales, lo que empezó como un reencuentro pasivo y romántico, ya parecía un ritual de apareamiento: el placer comenzaba a desesperarlos. De pronto, el corazón se les aceleró a niveles impensables, la adrenalina los obligó a desear gritar, y los espasmos los orillaron a clavar las uñas en lo más cercano que tenían: ellos mismos.
—InuYasha…no puedo…yo… —se mordió los labios, para no gritar—. Ahh —se arqueó, en un momento de desesperación.
—Vamos, Kagome —roncó, casi cubriéndola con su propio cuerpo, sin dejar de entrar y salir con rapidez—. Hazme sentirlo, pequeña, te necesito —Kagome se sintió más amada, factor que ayudaba a que…—, vente conmigo, Kagome, pequeña. Te he extrañado tanto —susurró InuYasha, casi sin conciencia, pero diciendo la verdad— y he deseado tenerte tantas veces que me hace daño.
—Por Dios… InuYasha —sentía asfixia, pero era lo más hermoso de su vida. Se mordió de nuevo.
—Vente, Kagome —repitió, con la poca cordura que poseía en esos momentos.
No hizo falta más. El cuerpo de Kagome explotó en un orgasmo abrazador que trajo consigo el de InuYasha, también, liberándolos y casi trascendiendo de su cuerpo con el espíritu. Sintieron una paz en el alma y una felicidad que los abrumaba, sin poder pensar en nada más que ellos. InuYasha cubrió el orgasmo recíproco con un par de embestidas más, y salió delicadamente de ella, recostándose a su lado.
—Oh, Dios —suspiró Kagome, con su voz angelical, embobando a InuYasha. Estaba claro que ese comentario era lo único que conseguía para explicar lo que había sentido y estaba sintiendo en esos momentos.
—Lo sé, pequeña —la atrajo a su cuerpo y le besó la frente, llena de sudor igual a la de él. Afirmó que él también sentía algo descomunal dentro. Había follado muchas veces, se había imaginado a sí mismo follando con Kagome, pero eso había traspasado las barreras de sus deseos. Había sido el mejor sexo de su vida.
Porque lo había hecho con amor. Simple: ese era el toque secreto.
Higurashi se abrazó con tal anhelo a InuYasha, que se sintió perturbada. Dejarían pasar un par de minutos hasta que sus instintos los obligaran a devorarse de nuevo en otra posición.
Pasó delicadamente la mano por la espalda de su chico y sonrió; se veía tan hermoso cuando dormía. Tres horas haciendo el amor en otros lugares del departamento, le causaba gracia. Habían empezado en la alfombra y terminaron en la cama.
¡Cómo lo amaba!
—¿Qué tanto me ves? —era increíble cómo cambiaba de humor tan rápido.
—Observo lo bello que eres. Eso es todo —comentó con parsimonia, mientras acariciaba su pecho, esta vez.
InuYasha se sonrojó ante el halago. ¿Él, bello? Kagome era un ángel, esa mujer era su todo. Sonrió de nuevo, mientras la besaba.
—Mañana tengo trabajo, InuYasha, debo descansar —se removió entre las sábanas mientras bostezaba, con cansancio.
—¿Cómo de trabajo? —inquirió él, como si no fuese obvio. Kagome lo observó, confundida—. Soy un Taishō —era la primera vez que luciría su apellido con orgullo— ¿y cómo es que la novia de un Taishō debe trabajar?
Kagome paró en seco todas sus actividades mentales. Palideció. ¿Novia? ¿Es que InuYasha tenía idea de lo que eso significaba? Sabía muy bien que era su chica, él mismo se lo había dicho antes y después de desaparecer. InuYasha la miró asombrado, como si le pareciera que eso debería parecerle natural a la azabache. Kagome sabía que eran algo, pero el noviazgo era lo más serio que existía antes, un paso antes del matrimonio. Entonces, InuYasha…
—¿Quieres casarte conmigo? —la pregunta no fue una propuesta, sino para verificar en sí el contexto de la insinuación anterior. El tono de Kagome fue casi neutro, no daba crédito a esa posibilidad.
—Exacto. Gracias por ahorrarme el bochorno de pedírtelo con una serenata —afirmó con exquisita tranquilidad, mientras sonreía.
¡Dios! Kagome se quedó de piedra. No lloraría (aunque ganas no le faltaban), no lloraría.
—¡InuYasha! —se abrazó a su (ahora) novio para besarlo y reír abiertamente de la felicidad. ¡Iba a ser su esposa! ¡La señora de InuYasha Taishō! Y no es que le importara el apellido, le valía una mierda; lo único que la hacía feliz era saber de quién iba a ser la esposa. Y claro, como iba a casarse con InuYasha ¡Iba a casarse con InuYasha! ¡Qué todas se murieran de la envidia!, pues su boda sería… ¡Un momento!—. Tu padre, InuYasha… —entristeció al instante—, no creo que él conceda…
—¿Y a mí qué? —rechazó, irritado. Agarró a Kagome del mentón con calculada sutileza—. Él ya me quitó una vez todo al alejarme de ti, Kagome —le besó en la frente, mientras veía cómo los ojos de su pelinegra se aguaban—. Eres mía, pequeña, y no permitiré que mi padre vulva descaradamente a separarte de mí. Nunca.
—Pero InuYasha…
—Ya soy un hombre —interrumpió— y tendrá que pasar por la ley si es que se le ocurre tratar mal a mi esposa.
Sobraron cualquier clase de comentarios extras para ese momento. Un beso y una mirada, probablemente era todo lo que ese cuadro ameritaba. Kagome volvió a abrazarse tan fuerte de InuYasha, que por un momento creyó estar soñando. Pero era real.
Sonrió.
Ella sólo había deseado ser de InuYasha una noche. Se había convertido en su chica.
Y terminaba siendo más, mucho más que solo: La chica de InuYasha.
FIN.
Qué cosas. ¿A quién le agradó esta cursi historia? Gracias a ustedes la he terminado, muchas gracias por los 50 reviews, chicas, ustedes son lo máximo.
Después de tanto tiempo prometiéndole y prometiéndole a Aomecita Taisho en Facebook, que iba a actualizar, pues aquí está cariño, espero de todo corazón que te haya gustado mucho y gracias por hincarme a seguirlo. Estreno mi laptop con #LCDI para deleite de ustedes. El lemon no está explicito, Aomecita, cómo pudiste leer, ya que se me hace muy cliché. Todo el mundo sabe lo que pasa: besos en el cuello, en los senos y penetración ¡bah! Quise agregarle algo de sentimientos xD lo mismo con eso de proponer matrimonio con un anillo (me cansé de eso y de hacerlo yo misma) y que InuYasha tenga que decir: "¿Quieres casarte conmigo?" Nah, InuYasha no es de esos, así que yo misma se lo ahorro.
Besos cariñosos a:
Emi Hike.
KEwords.
Serena tsukino chiba.
Elvi.
Tsuki No Koi.
FlourchusTaisho.
SangoSarait.
Setsuna17.
Misel-kuchiki.
Sailxrmxxn.
Miu-nia.
Neri Dark.
Pollito Masche.
Leesli de Taisho.
Nicolet divine light.
Aomecita Taisho.
Minidracula3.
FernyInuBellamy.
Zambitamt1975.
Yura Zambrano.
Espero verles pronto en otra creación.
Nos leemos, bellezas.