Helooou! Bueeeno, esto es algo que se me ocurrió espontáneamente. Probablemente fruto del estrés de los examenes y bah. Siendo sinceros, porque soy más perra que Rantanplan xddd. Y bueno, como busco cualquier excusa para procrastinar mi inspiración me hizo un favor (no) y me iluminó con esto (gracias pero no). Y nada, iré actualizando según me dé. Son una especie de one shots por así decirlo con los rasgos personales del caskett. Sencillo, no? ;) Bueno, espero que os guste! :)


Jim

Miró su reloj. Las nueve y media, con su vaso de agua de siempre en su cafetería de siempre. No le preguntó a su hija por qué quiso quedar para cenar aquel día.

Él ya lo sabía.

Jim era abogado, veterano y curtido en lo suyo —quizá demasiado curtido para desgracia de su hija—, tan acostumbrado a tratar con la mentira que desmantelar el estropicio de turno de una niña de ocho años o la escapada nocturna de una de diecisiete era para él como coser y cantar.

Estaba orgulloso de su densa templanza y perspicacia elegante que, si no le había hecho ganar todos sus casos, al menos casi todos. Pero más aún estaba de haber traspasado sus valores más inherentes a su pequeña y ver el reflejo de todos ellos en sus ojos desde que a lo único a lo que se dedicaba la pequeña Kate Beckett era a chuparse el dedo pulgar. Veía en ella un horizonte prometedor. Con sus cualidades y, además, la tenacidad y amor por la verdad y la justicia de su madre, aquel bebé dejaría huella en un futuro.

Y con esa predicción basada en su experiencia como el poderoso abogado que era, no le costó demasiado llegar a una conclusión cuando su hija le preguntó con voz temblorosa si podía quedar esa noche. En el lugar de siempre. A la hora de siempre. Entre suspiro y suspiro. No inquirió en detalles; asintió como si creyera que su Katie podría verle y contestó con un "vale, cariño".

La puerta de la cafetería se abrió, dando paso a la joven que le buscó con la mirada y alzó su barbilla sonriendo nerviosa, pero emocionada.

—Hola, papá —le saludó. Él se levantó, fundiéndose en un cálido abrazo con ella. Él se separó, apartándole un mechón y colocándoselo detrás de la oreja.

Era adorable cuando estaba a punto de confesar algo lo bastante íntimo para ella como para parpadear sin parar y atragantarse con su saliva; Jim creyó ver al reflejo de una pequeña Katie intentando confesar sus primeras mentiras.

A sus treinta y dos años, nada parecía haber cambiado en esos pequeños momentos entre ellos.

—¿Qué tal? —le preguntó. Ella se encogió de hombros, suspirando.

—Bien. Muy bien —se sentó enfrente de él, quitándose la cazadora que llevaba—. Bueno, te preguntarás por qué te he pedido que vinieras.

Jim asintió, pero sin demasiada curiosidad. La miraba con esa confidencialidad que usaban cuando era una niña y se prometían a base de gestos esconder ese secreto que nunca supo Johanna. Kate reaccionó riéndose en silencio.

—Bueno, te habrás dado cuenta de que últimamente estoy… diferente. Bueno, no diferente, quiero decir. Ya sabes, diferente pero… ¿no diferente?

Jim soltó una carcajada. La joven se habría limado en algunos aspectos, pero en otros era un diamante en bruto. Seguía divagando hasta desgastar tanto su intención por decir algo que incluso ella se perdía. Yendo directa al grano pero dando rodeos y girando sobre sí misma. Lo suyo más bien se basaba en la negación de la negación.

Se acordó de aquel día que le llamó por la noche, unos cuatro años atrás. Lo primero que le dijo después de saludarle fue "papá, no te vas a creer a quién he conocido hoy". Oyendo su voz tan emocionada, se la imaginó sonriendo como pocas veces ha visto desde que murió su madre. "¿Te acuerdas de aquel escritor de misterio que tanto me gusta? Bueno, ya le había conocido antes en sus firmas de libros, pero esta vez le he conocido bien. Ya sabes, conocer. Hablar", siguió, tartamudeando ligeramente.

Desde entonces no recuerda otra conversación en el que el tema recurrente no sea ese. El escritor de misterio.

—Buenas noches, ¿qué van a tomar? —preguntó una de las camareras.

—Yo un café. ¿Y tú, papá?

—Otro.

En las noches siguientes, fue lo mismo. Hablaban de ellos, de cómo les había ido el día, lo típico entre padre e hija. Y después, no sabían cómo, el tema volvía a salir a colación. Empezó con su hija quejándose de que el escritor la seguiría en su labor de documentación para su próximo libro y lo insufrible que era aguantar a ese hombre durante más de dos minutos. Jim preguntó por qué y Kate le respondió con simplicidad "porque, en teoría, soy su musa". Y la conversación se suavizó en cuanto reconoció en voz alta lo que era para Castle.

Lo bonito para Jim fue ver el paso del tiempo y la evolución de su hija marcados en esas conversaciones y todas esas veces que quedaban para comer o cenar. O verse porque se echaban de menos. Se dio cuenta de que Kate no sólo no podía dejar de hablar del escritor, sino que le encantaba hablar del escritor.

El primer año para quejarse. El segundo para reconocer que no era tan mala su compañía. La conversación se dulcificaba cada vez más y el tono de voz de su hija pasaba de ser áspero a melódico a medida que iba contando las hazañas que día tras día ella y el, al parecer, no tan insufrible escritor lograban conseguir juntos. Hasta que llegó el día en que no supo decir cosas malas de él, sólo buenas.

Como el abogado que era, empezaba a entrever que algo se estaba forjando ahí, pero no quiso decir nada. Sólo se limitaba a animarla y darle coraje cuando alguna mujer —que Kate ponía por los suelos, hablando con sinceridad— salía en el tema por intentar seducir al escritor. Y, finalmente, la prueba del algodón vino cuando se enteró de que su hija había estado saliendo con un tal Tom Demming después de que hubiera cortado con él.

No sin antes decirle que el novelista se había ido a los Hamptons con su ex mujer a pasar al verano haciendo de todo menos escribir.

—Lo que quiero decir es que… tú sabes cómo soy yo con las relaciones, papá. Que me cuesta abrirme y demostrar lo que siento y aún más confiar en que la otra persona pueda ser un apoyo para mí.

—Sí, sí que lo sé —sonríe con evidencia—. El pobre Josh fue un ejemplo.

—Oh, Josh —ella niega con la cabeza, mirando al techo con ligera lástima.

Josh fue el mejor de los ejemplos. Se enteró un día por casualidad como se enteró de lo de Demming. Kate le dijo "¿Sabes? Noto a Castle un poco incómodo cuando está Josh alrededor".

"¿Josh? ¿Quién es Josh?"

"Mi novio."

"¿Tienes novio?"

Y decidieron cambiar de tema. A partir de ahí, todo fue aún más irrefutable. Beckett hablaba de Josh si su padre se lo preguntaba, pero daba lo mismo si lo hacía o no; automáticamente Richard Castle volvería a ser el protagonista o bien de su felicidad o de su amargura. Castle. Todo era Castle. Tras un caso peligroso, la oración recurrente de Beckett para tranquilizar a su padre era "no te preocupes, estaba con Castle". Y Josh no sabía nada de que su novia había estado desafiando a la muerte. El pobre Josh no sabía nada, y ahí Jim fue consciente de los pequeños secretos que se guardaban Rick y su hija. Secretos que poco a poco hicieron que Beckett empezase a referirse a él como "su compañero".

Confiando más en él que en su propio novio, era obvio que su relación con Josh no se dirigía a buen puerto, pero ¿quién era él para decir nada?

—Alguien me dijo una vez que me escondía en relaciones como la que tenía con Josh por miedo —la sonrisa de Kate cambió ligeramente y Jim pudo ver cómo se derretía emocionalmente.

—Quizá tenía razón.

—Quizá no. La tenía —asiente.

Quizá por eso le extrañó que, casi de forma súbita, su hija no volviera a hablar del escritor. Que desde hacía unos meses, el tema Richard Castle sólo se asomaba cuando Jim preguntaba por él, y ella se limitaba a dar respuestas cortas y nerviosas. Al principio pensó que algo malo había sucedido con él. Después recordó que ya había pasado Kate por eso durante un tiempo y, nuevamente y para mal, hablaba de él. Además, las cosas volvieron a enderezarse entre ellos, al menos eso le dijo ella.

Y, progresivamente, sin motivo alguno, Kate no volvió a hablar de él. Fue otra de las cosas que no se atrevió a cuestionar. Pero la incertidumbre acabo saciándose y su aguda inteligencia no tardó en atar cabos. Además, su hija sonaba feliz. Estaba feliz, radiante como no lo había estado en años. Siendo tan importante para ella como siempre supuso, ¿qué le habría hecho ser así?

Sólo tenía que sumar dos más dos.

—Pero ¿sabes qué? Ese alguien me ayudó a dejar de tener miedo. A darme una oportunidad. A reinventarme. Y… —resopló, rascándose la nuca.

Y Jim, como siempre había hecho en su tarea como padre, decidió encerarle el camino.

—Lo sé, Katie. Lo sé —la camarera se acercó a su mesa, sirviéndoles los cafés. Jim removió el suyo, con interés—. Dale saludos de mi parte a Rick cuando le veas esta noche —sentenció, dando un sorbo a su café mientras le guiñaba un ojo.

Y su hija se mordió el labio, con timidez. Aquel gesto hizo que su padre se deshiciera.