Heeeeeelou again! Bueno, para empezar siento la larga ausencia, pero el verano le chupa las ganas de pensar a cualquiera. Segundo, milagrosamente no se me hanb quitado para esto, lo cual es un logro viniendo de mi xdd. De todos modos está un poco flojillo y tal (como ya he dicho, es verano y las musas tambien estan de vacaciones xdd), pero espero que aun siendo mediocre os guste! :D


Derrick Storm

Su favorito era Derrick Storm.

Todavía la llamaban Kate cuando lo descubrió; una cría que hace relativamente poco había empezado a atarse los cordones sola, comparado con lo que le quedaba por delante. Casi rozando la flor de la vida, lo normal sería imaginar que fingía ser adulta si la hubieras visto; jovial, rebelde y atrevida aprendiendo a ser sensata, básicamente como cualquiera que tuviera su edad.

Salvo que lo suyo no se daba en condiciones normales ni estaba guionizado por una fórmula general. Quizá hacía un par de semanas sí, pero no en ese momento cuando buscaba dejar de recordar cómo era exactamente el féretro de su madre —en vano, porque al fin y al cabo era un recuerdo sobre su madre y prácticamente el último que tendría. Era una joven que pasaba más tiempo llorando y con la cabeza agachada que afrontando una resaca con un chiste en la punta de la lengua.

Desde el día que murió daba vueltas por su despacho, observando su escritorio lleno de papeles sobre casos, tan intacto como lo había dejado ella la última vez que se sentó en él; como si fuera a volver en cualquier momento. Como si no se hubiera ido para siempre. Y pareciendo una casualidad, descubrió un libro en las estanterías mientras desempolvaba recuerdos.

Se titulaba Derrick Storm, escrito por un tal Richard Castle.

Apretando el anillo de su madre con fuerza contra su pecho y aguantando las lágrimas, la curiosidad por aquel libro de ficción entre las decenas de ellos dedicados al ámbito jurídico fue lo único que consiguió evadirla lo bastante como para olvidarse de llorar. Se sentó sobre el suelo con las piernas cruzadas, apoyando el lomo del libro sobre éstas y, por primera vez desde que se levantó de la cama, dejó de agarrar el anillo. Y leyó.

Leyó sin darse cuenta de cómo caían las horas. Leyó sin reparar en su estómago rugiendo. Leyó sin parar hasta que la falta de luz solar era tan obvia que tuvo que parpadear largamente un par de veces antes de levantarse y ponderar lo fácil que parecía ignorar su duelo exterior e interior con ese libro bajo el brazo. Como un talismán.

Como lo que prometía ser su salvavidas. ¿Cómo decía que se llamaba su escritor?

Richard Castle. Procuró grabárselo a fuego. Richard Castle en la librería. Richard Castle en la biblioteca. Recitándolo como una oración. Siempre terminaba buscando su nombre en esos lugares donde había libros y siempre acababa con uno en la mano, como un impulso irrefrenable. Y leía la primera página, y la segunda, y la tercera...

Y sin querer, había convertido lo que empezó de manera inusual en un hábito tan normalizado como lavarse los dientes, que la aliviaba cuando se acordaba de su madre y le prometía que la justicia y la verdad siempre prevalecen sobre todas las cosas.

Sintiendo que le hablaban, no fue muy difícil crear una conexión emocional

con sus novelas. Cada una de ellas era una equis en su calendario simbólico. Una fecha a recordar. El primer libro. El segundo. Los tres que se compró de golpe y otros tantos que vinieron después. El primer suspiro. La primera sonrisa.

El día que le conoció; después de horas y horas de pie avanzando lentamente y apretando el libro contra su estómago, mordiéndose el labio hasta hacerse sangre esperando que así dejase de temblar. Se iba a volver loca.

Estuvo poco más de un minuto enfrente de él. No supo si el tiempo iba demasiado rápido o demasiado lento. Era breve y eterno. Era mágico. Oír su voz ronca pero sugerente darle las gracias y decirle hola y adiós. Al natural, visto en carne y hueso ganaba una infinidad de atractivo, si eso era todavía posible. Le temblaban las piernas. En ese pequeño momento, contó tantas nimiedades sobre él que se sintió estúpida.

Pero dejó de contarlas cuando sus miradas chocaron. Sus ojos eran del color del mar en un día de verano, del cielo en el ocaso. Eran del color de su futuro; del color de su salvación. Richard Castle era su salvación.

A partir de ahí supo en lo que se había convertido, agarrándose a sus palabras como nadie con dos dedos de frente haría en los 9 de enero o durante el síndrome de abstinencia de su padre o cualquier cosa que pareciera acabar en un abismo abriéndose bajo sus pies. Cualquiera que viera la estabilidad de padre e hija en vivo, descartaría cualquier posibilidad de que aquel intento de familia se sanase lo bastante como para no acabar debajo de un puente.

Pero contra todo pronóstico, consiguió mantenerse en pie. El viento solía soplar en su contra pero ella tenía algo infalible.

Tenía a Derrick Storm. En él empezaba su camino hacia la grandeza. Fantaseando con Derrick Storm. Leyéndolo e imaginándose que es Richard Castle quien le está relatando la historia. Soñando que él es Richard Castle y ella su Clara Strike, de una manera que le parecía casi patética y sintiendo que tenía catorce años en lugar de veintitantos.

Derrick Storm, agarrándola de la mano y ayudándola a ascender hasta convertirse en la mujer que, aunque en diferentes circunstancias, siempre quiso ser.

No pretendía quitarle mérito al resto de creaciones del escritor cuando todos sus personajes estaban bien dibujados, empezando por su primer personaje y acabando por Nikki Heat, la cual era misteriosa, complicada e interesante; el más redondo de toda la analogía, pero demasiado meta como para ser su favorita. No se podía comparar. Ni ella ni ninguno.

No sólo se limitaba a lo heroico del personaje y sus novelas —que eso también—; era una cuestión personal, porque fue él fue el punto de partida. El que había ayudado no sólo a hacerle justicia a cientos de vidas perdidas, sino a salvar la suya propia una y otra vez a lo largo de los años como si Derrick Storm pudiera velar por ella. Y más importante, la había ayudado a reflotar y reinventarse para ser una nueva Kate Beckett.

Fue su efecto mariposa.

Y trece años después de ese día en el despacho de su madre, cuando casi todo había empezado a asentarse como ella quería desde un principio y por fin había salido del cascarón, todavía necesitaba su pequeño momento para homenajear al personaje y sus libros. En mitad de la noche, en silencio, cuando nadie la veía —porque no dejaba de ser algo personal.

Se levantó lentamente, con cuidado, buscando su albornoz a tientas entre la oscuridad, pero dejó de moverse en cuanto notó un brazo envolviendo su cintura y atrayéndola hacia el cuerpo que estaba detrás de ella, cálido y desnudo. Ella se mordió el labio.

—¿Dónde vas? —preguntó el otro, medio dormido.

Ella se giró, observando su cara iluminada tenuemente por la poca luz de la luna que entraba por la ventana. Estuvo a punto de dejar el acto conmemorativo para otro momento, pero él no se iba a mover de ahí.

—A desempolvar recuerdos —contesto con simplicidad, encogiéndose de hombros.

Su novio le sonrió con calidez como si la entendiera, dándole un suave beso en los labios y separándose de ella para volver a tumbarse. Ella se lo agradeció acariciándole con ternura la mejilla antes de levantarse y dirigirse hacia el salón de su casa.

—Cuando termines podrías… ya sabes, desempolvarme a mí —le sugirió.

—Dios, eres insaciable —se rió ella, poniendo los ojos en blanco.

—¿Contigo? Siempre.

Inclinó su cabeza hacia él, guiñándole un ojo antes de darse la vuelta y salir de la habitación. Suspiró, observando la estantería a modo de pared que envolvía parte de la habitación y el despacho, repleta de libros. Se dirigió a unos estantes en particular, en los que la colección de todos los libros de Richard Castle estaban colocados según su fecha de salida.

Sonrió cuando captó uno de ellos en cuyo lomo se leía Derrick Storm. Lo cogió suavemente, lo abrió, acarició la primera página y colocó el libro sobre su pecho como si así pudiera abrazarlo.

Sí, claro que era sólo una pila de papeles con un encuadernado bonito, pero en cada página que se deslizaba por sus dedos había un trocito más de su historia. Una pequeña parte de lo que es ahora. Un sueño hecho realidad. La prueba fehaciente de que la esperanza es lo último que se pierde; pero había algo más importante que todo eso: amor. Si había algo que ese libro le había enseñado es que la fuerza más poderosa que hay en este mundo, por encima de la verdad y la justicia es el amor.

Miró hacia atrás en el tiempo brevemente antes de volver a dejar el libro en su sitio, sonriendo al acordarse de la joven Kate que leía la primera página sin poder imaginarse en qué le depararía el futuro a partir de ese momento.

Suspiró, volviendo a la habitación. Ya que había homenajeado al libro y su personaje, era hora de darle el mejor de los homenajes a su escritor. Después de todo, era el que se llevaba todo el mérito.

—¿Castle? —ronroneó, deslizándose con sensualidad hacia la cama— Espero que no te hayas quedado dormido.


N/A: de verdad les costara tanto tanto TANTO a marlowe y toda esta gente hacer una escena en la que beckett le diga a castle todo esto? Que despues de seis temporada y un intento de boda YA ESTA BIEN. Pero bueno, tengo fe en que algun dia se obre el milagro. Por cierto, mcuhas gracias por leer y comentar estas soseces, sois unos encantos (L)