Disclaimer: Esta historia ni sus personajes me pertenece, solo la estoy adaptando con algunos de los personajes de la saga de la grandiosa Stephenie Meyer, la historia pertenece a Quinn.
2º Epílogo
"¿No se lo dijiste?"
Isabella Cullen podría haber dicho más, y de hecho quería decir más, pero las palabras eran difíciles, con la boca abierta ligeramente. Su marido acababa de volver de una loca carrera a través del sur de Inglaterra con sus tres hermanos, en persecución de su hermana Alice, quien había, según todos los incidíos, escapado para casarse.
Oh, Dios mío.
"¿Ella se ha casado?", preguntó Isabella frenéticamente.
Edward lanzó su sombrero sobre una silla con un hábil y pequeño giro de su muñeca, una esquina de su boca levantada en una sonrisa satisfecha cuando lo hizo girar al aire en un perfecto eje horizontal. "Todavía no", contestó él.
Entonces, ella no se había fugado para casarse. Pero ella se había escapado. Y lo había hecho en secreto. Alice era la amiga más cercana de Isabella. Alice, quien se lo contaba todo a Isabella. Alice, quien al parecer no le decía todo a Isabella, se había escapado a casa de un hombre que ninguno de ellos conocía, dejando una nota en la que aseguraba a su familia que todo estaría bien y que no debían preocuparse.
¿No preocuparse?
¡Dios mío!, uno pensaría que Alice Cullen conocía mejor a su familia. Ellos estarían frenéticos, hasta el último de ellos. Isabella se había quedado con su suegra mientras que los hombres buscaban a Alice. Esme Cullen había presentado una buena fachada, pero su piel era sin duda cenicienta y Isabella no podía ayudar pero notaba el temblor de sus manos en cada momento.
Y ahora que Edward había regresado, actuaba como si no pasara nada, sin contestar a ninguna de sus preguntas a su agrado, y más allá de todo esto…
"¿Cómo no has podido decírselo?", preguntó ella pisándole los talones.
Él se repanchingó en una silla y se encogió de hombros. "Ese no era realmente, el momento apropiado."
"¡Has estado fuera cinco días!"
"Sí, pero no todos ellos han sido con Alice. Un día de viaje para ir y otro para volver, después de todo."
"Pero… pero…"
Edward utilizó la mínima energía para echar un ligero vistazo por la habitación. "¿No se supone que has ordenado el té?"
"Sí, por supuesto," dijo Isabella pensativa, puesto que esto no había pasado más de una semana desde el matrimonio, no había aprendido que cuando llegaba su marido lo mejor era tener siempre la comida lista. "Pero Edward…"
"Me apresuré a regresar, lo sabes."
"Puedo verlo," dijo ella, fijándose en su pelo húmedo y azotado por el viento. "¿Cabalgaste?"
Él cabeceó.
"¿Desde Gloucestershire?"
"Desde Wiltshire, en realidad. Nos alojamos donde Benedict."
"Pero…"
El le lanzó una sonrisa encantadora. "Te eché de menos."
Isabella todavía no estaba acostumbrada a su afecto y se ruborizó. "Yo también te eché de menos, pero..."
"Ven a sentarte conmigo."
¿Dónde? Isabella casi había exigido. Porque la única superficie plana era su regazo.
Su sonrisa, que había sido el encanto personalizado, creció más cálidamente. "Te echo de menos ahora," murmuró.
Para su mayor vergüenza, su mirada se movió al frente de sus pantalones de montar. Edward dejó salir una risa parecida a un ladrido y Isabella cruzó sus brazos. "Edward, no," advirtió ella.
"¿No qué?," preguntó él, todo inocencia.
"incluso si nosotros no estuviéramos en la sala de estar, e incluso si las cortina no estuvieran abiertas…"
"Un fastidio fácilmente remediable," comentó él echando un vistazo a las ventanas.
"E incluso…", dijo ella apartándose, su voz subiendo en intensidad, pero no en volumen, "nosotros no estamos esperando a una criada que entrará en cualquier momento, la pobre tambaleándose bajo el peso de nuestra bandeja de te, eso significa que…"
Edward soltó un suspiro.
"..¡no has contestado a mi pregunta!".
El parpadeó. "Me he olvidado absolutamente de cual era"
Pasaron diez largos segundos antes de que ella contestara. Y luego: "¡Voy a matarte!"
"De eso, estoy seguro," dijo él con brusquedad, "Sinceramente, la única pregunta, es cuando."
"¡Edward!"
"Podría ser más pronto mejor que más tarde," murmuró él. "Pero en verdad, pensé que me daría una apoplejía, provocada por mi mal comportamiento."
Ella le miró fijamente.
"Tú mal comportamiento," aclaró él.
"Yo no tenia mal comportamiento antes de que te encontrara," replicó ella.
"Ah, jo, jo," se rió él. "Ahora si que es bueno."
Isabella se vio forzada a cerrar su boca. Porque, maldito sea todo, él tenía razón. Y de eso se trataba, como había sucedido. Su marido, después de entrar en el hall, quitándose la chaqueta y besándola profundamente en los labios (delante del mayordomo), la había informado alegremente, "Ah, y a propósito, nunca le dije que tú eras Whistledown."
Y si había algo que pudiera contarse como mal comportamiento, tenía que ser que ella había sido durante diez años la autora de la ahora tristemente célebre "Revista de Sociedad de Lady Whistledown. Durante la pasada década, Isabella, bajo su seudónimo, había logrado insultar más o menos a casi cada miembro de la sociedad, incluso a ella misma. (Seguramente, la aristocracia hubiera desconfiado si ella nunca se hubiera burlado de sí misma, y además, ella realmente se pareció a un cítrico demasiado maduro con los espantosos amarillos y naranjas con los que su madre siempre la había forzado a usar.)
Isabella se había "retirado" justo antes de su matrimonio, pero una amenaza de chantaje había convencido a Edward que la mejor manera de actuar debía ser revelar su secreto en un magnífico gesto, y entonces él había anunciado su identidad en el baile de su hermana Daphne. Había sido todo muy romántico y muy, bastante, magnífico, pero hacia el final de la noche se había echo evidente que Alice había desaparecido.
Alice había sido intima amiga de Isabella durante años, pero ella todavía no sabia del gran secreto de Isabella. Y ahora ella todavía lo desconocía. Había abandonado el baile antes de que Edward lo hubiera anunciado, y él al parecer, no había tenido a bien decir algo una vez que él la había encontrado.
"Sinceramente," dijo Edward, su voz contenía un desacostumbrado sonido de irritabilidad, "es lo menos que se merecía después de lo que ella nos había hecho pasar."
"Bueno, sí," murmuró Isabella, sintiéndose bastante desleal al decirlo. Pero el clan entero de los Cullen había estado loco de preocupación. Alice había dejado una nota, era cierto, pero de algún modo se había mezclado con la correspondencia de su madre y había pasado un día entero antes de la familia se hubiera asegurado de que Alice se había ido por propia voluntad, pero les había llevado otro día removiendo su habitación antes de que encontraran una carta del Sr. Jasper Hale que indicaba que ella se había escapado con él.
Teniendo en cuenta todo eso, Edward tenía algo de razón.
"Nosotros tenemos que volver en unos días para la boda," dijo él. "Podemos decírselo entonces."
"Oh, ¡pero no podemos!,"
Él hizo una pausa. Entonces sonrió. "¿Y por qué?", preguntó, sus ojos descansando sobre ella con gran aprecio.
"Ese será el día de su boda," explicó Isabella, consciente de que él había estado esperando una razón de lejos más diabólica. "Ella debe ser el centro de toda la atención. No puedo decirle algo como esto."
"Un poquito más altruista de lo que me gustaría", reflexionó él, "pero el resultado final es el mismo, así que tienes mi aprobación…"
"¡No necesito tu aprobación!," le interrumpió Isabella.
"Pero no obstante, la tienes," dijo él suavemente. "Nosotros mantendremos a Alice en la oscuridad." Él golpeó ligeramente las yemas de sus manos y suspiró con un placer audible. "Esta será la boda más excelente."
La criada llegó en ese momento, llevando una bandeja de té pesadamente cargada. Isabella trató de notar que ella soltó un pequeño gruñido cuando fue capaz de dejarla.
"Puedes cerrar la puerta detrás de ti," dijo Edward, una vez que la criada se había enderezado.
Los ojos de Isabella se lanzaron hacia la puerta, después a su marido, quien se había levantado y cerraba las cortinas.
"¡Edward!," aulló ella, porque sus brazos se habían movido sigilosamente alrededor de ella, y sus labios estaban sobre su cuello, y ella podía sentir como se volvía líquido por su abrazo. "Pensé que querías comer," jadeó ella.
"Lo hago," murmuró él, tirando del corpiño de su vestido. "Pero te deseo más a ti."
Y como Isabella se hundió en los cojines que de algún modo había encontrado en su camino hacia la lujosa alfombra, ella en verdad se sintió muy amada.
Varios días más tarde, Isabella estaba sentada en un carruaje, mirando fijamente hacia fuera de la ventana y reganándose a sí misma.
Edward estaba dormido.
Ella era una patosa al sentirse inquieta por volver a ver a Alice otra vez. Alice, ¡por amor del cielo! Ellas habían sido tan cercanas como hermanas durante más de una década. Más cerca. Excepto, quizá… no lo bastante tan cerca como cualquiera lo hubiera pensado. Ellas habían mantenido secretos, ambas. Isabella quiso retorcerle el cuello a Alice porque no le había hablado sobre su pretendiente, pero realmente, ella no tenía con que defender su argumento. Cuando Alice averiguara que Isabella era Lady Whistledown.
Isabella se estremeció. Edward estaría esperando con impaciencia el momento, él era sin duda diabólico en su regocijo, pero ella se sentía algo enferma, francamente bastante. No había comido en todo el día, y ella no era de la clase de las que se saltaba el desayuno.
Retorció sus manos y estiró el cuello para tener una mejor visión fuera de la ventana, pensaba que debían haber enfilado la entrada de Romney Hall, pero no estaba realmente segura, entonces miró de nuevo a Edward.
Él estaba todavía dormido.
Ella le golpeó con el pie. Suavemente, por supuesto, porque ella no era excesivamente violenta, pero realmente, no era justo que él hubiera dormido como un bebé desde el momento en que el carruaje había comenzado a rodar. Se había colocado en su asiento, la había preguntado por su comodidad y antes de que ella le hubiera contestado "Muy bien, gracias," sus ojos estuvieron cerrados.
Treinta segundos más tarde, él estaba roncando.
Realmente, no era justo. Él siempre se dormía antes que ella en la noche también.
Ella le golpeó con el pie de nuevo, más fuerte esta vez.
Él masculló algo en sus sueños, cambiando de posición ligeramente, y se desplomó en la esquina.
Isabella se deslizó hacia él. Más cerca, más cerca…
Entonces ella colocó su codo en un ángulo agudo y le golpeó en las costillas.
"¿Qué…?" Edward saltó despertándose inmediatamente, parpadeando y tosiendo, "¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?"
"Creo que ya hemos llegado," dijo Isabella.
El miró por la ventana, y después a ella. "¿Y necesitaste informarme de esto atacando mi cuerpo con un arma?"
"Fue mi codo"
Él lanzó una mirada a su brazo. "Tú, mi querida, estás en posesión de codos sumamente huesudos."
Isabella estaba bastante segura de que sus codos, o cualquier parte de ella, para el caso, no eran huesudos en lo más mínimo, pero poco iba a ganar contradiciéndole, así que dijo, otra vez, "creo que hemos llegado."
Edward se inclinó hacia el cristal con un para de parpadeos somnolientos, "Creo que tienes razón."
"Esto es encantador," dijo Isabella, fijándose en los exquisitamente cuidados jardines. "¿Por qué me dijiste que estaban abandonados?"
"Lo están," contestó Edward, dándola su chal. "Aquí," dijo él con una áspera sonrisa, como si todavía no estuviera acostumbrado a preocuparse por el bienestar de otra persona de la manera en que lo hacia. "Todavía hace frio."
Todavía seguía siendo bastante temprano en la mañana, la posada en la que habían dormido estaba sólo a una hora de viaje. La mayor parte de la familia se había hospedado con Benedict y Sophie, pero su casa no era lo bastante grande para acomodar a todos los Cullen. Además, había explicado Edward, ellos estaban recién casados. Necesitaban su intimidad.
Isabella abrazó la suave lana a su cuerpo y se apoyó contra él para observar mejor por la ventana. Y, para ser honestos, porque la gustaba apoyarse contra él. "Pienso que parece encantador.", dijo ella. "Nunca había visto tantas rosas."
"ES más agradable él exterior que el interior," explicó Edward, cuando el carruaje se detuvo. "Pero espero que Alice cambie eso."
Abrió la puerta él mismo y saltó hacia fuera, luego la ofreció su brazo para ayudarla a bajar. "Bienvenida, Lady Whistledown…"
"Sra. Cullen," le corrigió.
"Como usted quiera llamarse," dijo él con una gran sonrisa, "sigues siendo mía. Y este es tu sino"
Cuando Edward dio un paso a través del umbral del que debía ser la nueva casa de su hermana, fue golpeado por un sentimiento de alivio que fue tan insorprendente como inesperado. A pesar de toda la irritación hacia ella, también amaba a su hermana. Ellos no habían estado particularmente unidos en su crecimiento, él era mucho más cercano en edad a Daphne, y Alice a menudo no parecía gran cosa hasta su maldita idea de última hora. Pero el año anterior habían estado más unidos, y si no hubiera sido por Alice, él nunca hubiera descubierto a Isabella.
Y sin Isabella, él sería…
Era gracioso. No podía imaginarse que sería de él sin ella.
Miró hacia atrás a su nueva esposa. Ella estaba contemplando el pasillo de entrada, intentando no ser demasiado obvia en ello. Su cara era impasible, pero él sabia que ella tomaba nota de todo. Y mañana, cuando reflexionaran sobre los acontecimientos del día, ella recordaría hasta el último detalle.
La mente como un elefante, tenía ella. Eso le gustaba.
"Mr. Cullen," dijo el mayordomo, saludándolos con un pequeño movimiento de cabeza. "Bienvenidos a Romney Hall."
"Un placer, Gunning," murmuró Edward. "Realmente siento lo de la última vez."
Isabella le miró con recelo.
"Nosotros entramos algo… bruscamente," explicó Edward.
El mayordomo debía haber visto la expresión de alarma de Isabella, porque agregó rápidamente, "Yo me salí del camino."
"Oh," comenzó ella a decir, "Estoy tan…"
"Sir Japer no está," la interrumpió Gunning.
"Oh," Isabella tosió torpemente. "¿Va a estar bien?"
"Un poco de hinchazón alrededor de la garganta," dijo Edward, despreocupado. "Espero que él esté ahora mejor." La cogió inclinándose hacia sus manos y dejó escapar una risa. "Oh, ese era yo," dijo él, cogiéndola su brazo para conducirla a través del pasillo. "Acabo de verlo."
Ella hizo una mueca. "Creo que pudo ser peor."
"Posiblemente," dijo él bastante animado. "Pero todo resultó salir bien al final. El hombre me gusta bastante ahora, y más… Ah, Madre, estás aquí."
Y, por supuesto, Esme Cullen llegaba animadamente por el pasillo. "Llegáis tarde," dijo ella, aun cuando Edward estaba bastante seguro de que no lo hacían. Se inclinó para besarla en la mejilla que ella le ofrecía, a continuación se hizo a un lado cuando su madre se acercó a tomar las dos manos de Isabella en las suyas. "Mi querida, te necesitamos adentro. Eres su asistente principal, después de todo."
Edward tuvo una repentina visión de la escena, una manada de hembras habladoras, todas hablando una sobre otra sobre minucias, él no podía comenzar a preocuparse de ello, mucho menos entenderlo. Ellas se contarían todo unas a otras, y…
Se giró bruscamente. "No," advirtió, "digas una palabra."
"Pido tu perdón." Isabella reveló un pequeño enfado de justificada indignación. "Soy yo la que dije que no le diríamos nada el día de su boda."
"Estaba hablando con mi madre," dijo él.
Esme sacudió la cabeza. "Alice va a matarnos."
"Ella casi nos mató ya, escapándose como una idiota," dijo Edward, con desacostumbrada brevedad de carácter. "Ya he ordenado a los demás que mantengan sus bocas cerradas."
"¿Incluso a Hyacinth?," preguntó Isabella sin convicción.
"Especialmente a Hyacinth."
"¿La sobornaste?," preguntó Esme. "Porque no lo hará a menos que la sobornes."
"¡Por Dios!," murmuró Edward. "Uno pensaría que yo me uní a esta familia ayer. Desde luego que la soborné." Se giró hacia Isabella. "Ninguna ofensa a adicciones recientes."
"Oh, no tomé ninguna," dijo ella. "¿Qué la diste?"
Él pensó en su sesión de negociación con su hermana más pequeña y casi se estremeció. "Veinte libras."
"¡Veinte libras!", exclamó Esme. "¿Te has vuelto loco?"
"Supongo que podría haberlo hecho mejor," replicó él. "Y sólo le he dado la mitad. No confiaría en esa chica por lo que pudiera lanzar (soltar). Pero si ella mantiene su boca cerrada, seré otras diez libras más pobre."
"Me pregunto hasta donde podrías lanzarla," reflexionó Isabella.
Edwardse giró hacia su madre. "Probé con diez, pero ella no cedió." Y luego hacia Isabella. "No lo bastante lejos."
Esme suspiró. "Debería regañarte por esto."
"Pero no lo harás." Edward la dirigió una sonrisa.
"Que el cielo me ayude," fue su única respuesta.
"El cielo ayudará con cualquier tipo que sea lo bastante loco como para casarse con ella," observó él.
"Creo que hay más en Hyacinth de lo que vosotros dos le concedéis," indicó Isabella. "No deberíais subestimarla."
"¡Por Dios!," contestó Edward. "Nosotros no hacemos eso."
"Eres tan dulce," dijo Esme, inclinándose hacia delante para darle un improvisado abrazo a Isabella.
"Solo es por un puro golpe de suerte que ella no ha asumido el control del mundo," murmuró Edward.
"No le hagas caso," le dijo Esme a Isabella. "Y tú," agregó ella, girándose hacia Edward, "deberías dirigirte inmediatamente a la iglesia. El resto de los hombres ya han bajado. Es sólo un paseo de cinco minutos."
"¿Estás planeando caminar?", preguntó él dudosamente.
"Por supuesto que no," contestó su madre con desdén. "Y seguramente nosotras no tendremos un espacio libre para ti en el carruaje."
"No soñaría con pedirte uno," contestó Edward, decidiendo que un paseo solitario con el aire fresco de la mañana era decididamente preferible a un carruaje cerrado rodeado de acompañantes femeninas.
Se inclinó para besar la mejilla de su esposa. Junto a su oído derecho. "Recuerda," susurró, "no lo reveles."
"Puedo guardar un secreto," contestó ella.
Sus mejillas se sonrojaron y él la besó otra vez cerca del oído. "Te conozco tan bien," murmuró.
Él casi pudo oír crujir a sus dientes a su izquierda.
"¡Isabella!"
Alice comenzó a saltar de su asiento para saludarla, pero Hyacinth, quien estaba supervisando la preparación de su peinado, hundió su mano sobre su hombro, casi amenazante, "Abajo".
Y Alice, quien normalmente habría matado a Hyacinth con una mirada, sumisamente continuó en su asiento.
Isabella miró a Daphne, quien parecía supervisar a Hyacinth.
"Ha sido una larga mañana," dijo Daphne.
Isabella caminó hacia delante, dando un suave empujoncito a Hyacinth para apartarla, y cuidadosamente abrazó a Alice para no despeinar su tocado. "Estás preciosa," la dijo.
"Gracias," contestó Alice, pero sus labios temblaban, y sus ojos estaban húmedos y amenazaban con desbordarse en cualquier momento.
Más que nada, Isabella deseaba tomarla a parte y decirla que todo iba a estar bien, y que ella no tenía porque casarse con Sir Phillip si no quería hacerlo; pero como todo había sido dicho y hecho, Isabella no sabia si todo iba a estar bien, y ella más bien sospechaba que Alice realmente tenía que casarse con su Sir Jasper.
Había oído retazos y pedazos. Alice había estado residiendo en Romney Hall durante más de una semana sin chaperona. Su reputación quedaría echa andrajos si esto se escapara, que seguramente pasaría. Isabella sabía mejor que nadie el poder de la tenacidad de los chismes. Además, Isabella había oído que Alice y Anthony habían tenido una conversación.
El matrimonio, parecía, era el final.
"Estoy tan feliz de que estés aquí," dijo Alice.
"¡Dios mío!, sabes que nunca faltaría a tu boda"
"Lo sé," Los labios de Alice temblaron, y su cara adquirió aquellas marcas de expresión cuando una está intentando hacerse la valiente y piensa realmente que puede tener éxito. "Lo sé," dijo ella de nuevo, un poco más firme. "Por supuesto que no. Pero esto no disminuye mi placer por verte."
Era una frase extrañamente rígida en Alice, y durante un momento Isabella olvidó sus propios secretos, sus propios miedos y preocupaciones. Alice era su amiga más querida. Edward era su amor, su pasión y su alma, pero era Alice, más que nadie, quien había formado parte de la vida adulta de Isabella. Isabella no podía imaginarse como habría sido su última década sin la risa de Alice, su sonrisa, y su infatigable buen humor.
Incluso más que su propia familia, Alice la quería.
"Alice," dijo Isabella, agachándose a su lado y poniendo un brazo alrededor de sus hombros. Ella aclaró su garganta, sobre todo porque estaba a punto de hacer una pregunta para la cual la respuesta probablemente no importaba. "Alice," dijo ella de nuevo, su voz cercana a un susurro. "¿Quieres esto?".
"Por supuesto," contestó Alice.
Pero Isabella no estaba segura de creerla. "Dime..." Ella se abrazó a si misma. E hizo aquella pequeña cosa con su boca que trató de ser una sonrisa. Y la preguntó. "¿El te gusta? ¿Tu Sir. Jasper?"
Alice asintió. "Él es… complicado."
Lo que hizo que Isabella se sentara. "¿Estás bromeando?"
"¿En un momento como este?"
"¿No eres tú la que dijo siempre que los hombres eran criaturas simples?"
Alice la miró con una expresión extrañamente de impotencia. "Pensaba que lo eran."
Isabella se inclinó hacia ella, consciente de que las habilidades auditivas de Hyacinth eran claramente caninas. "¿Tú le gustas?"
"Él piensa que hablo demasiado."
"Hablas mucho," contestó Isabella.
Alice la lanzó una mirada. "Podrías al menos sonreír."
"Es la verdad. Pero lo encuentro agradable.
"Pienso que él también lo hace," dijo Alice con una mueca. "Algunas veces."
"¡Alice!", llamó Esme desde el umbral de la puerta. "Deberíamos ponernos en camino."
"No querríamos que el novio pensara que quieres escapar," bromeó Hyacinth.
Alice se puso de pie y enderezó los hombros. "Bastante me he escapado recientemente, ¿no crees?". Se giró hacia Isabella con una juiciosa, melancólica sonrisa. "Es el momento de que empiece a correr y de que pare de correr."
Isabella la miró con curiosidad. "¿Qué quieres decir?"
Alice sacudió la cabeza. "Es sólo algo que oí recientemente.".
Fue una declaración curiosa, pero no era el momento de investigar más a fondo, así que Isabella se movió para seguir al resto dela familia. Después de haber dado unos pasos, no obstante, el sonido de la voz de Alice la hizo detenerse.
"¡Isabella!"
Isabella se dio la vuelta. Alice estaba todavía en el umbral de la puerta, a unos buenos diez pasos detrás de ella.
Ella tenía una extraña mirada en su cara, una que Isabella no podía interpretar en absoluto. Isabella esperó, pero Alice no habló.
"¿Alice?", dijo Isabella tranquilamente, porque parecía como si Alice deseara decir algo, sólo que no sabia como. O posiblemente qué.
Y entonces…
"Lo siento." Soltó Alice, las palabras salieron apresuradas de sus labios con una velocidad que era sorprendente, incluso para ella.
"Estás perdonada," resonó Isabella, sobre todo de la sorpresa. No había considerado que era lo que Alice podría decir en aquel momento pero una disculpa no habría encabezado la lista. "¿Por qué?"
"Por guardar secretos. No está bien hecho por mi parte."
Isabella tragó suavemente. Por Dios.
"¿Me perdonas?" La voz de Alice era suave, pero sus ojos eran urgentes, y Isabella se sintió como de la peor clase de farsante.
"Por supuesto," balbuceó ello. "No es nada." Y no era nada, por lo menos cuando se comparara con sus propios secretos.
"Debía haberte contado sobre mi correspondencia con Sir Jasper. No sé porque no lo hice al principio," continuó Alice. "Pero entonces, después, cuando tu y Edward empezasteis a enamoraros… pensé que era… pensé era justo porque era mío…"
Isabella cabeceó. Ella sabía mucho sobre el deseo de algo que fuera suyo.
Alice dejó escapar una risa nerviosa. "Y ahora, mírame."
Isabella lo hizo. "Estás preciosa." Era la verdad. Alice no era una novia serena, pero ella era una brillante, y Isabella sentía que su inquietante ánimo se aligeraba y finalmente desaparecía. Todo estaría bien. Isabella no sabía si Alice experimentaría la misma dicha en que ella había encontrado en su matrimonio, pero ella por lo menos sería feliz y contenta.
¿Y quien era ella para decir que el nuevo matrimonio no podría caer locamente enamorado? Cosas más extrañas habían sucedido. Enlazó su brazo con el de Alice y la dirigió hacia fuera al pasillo, donde Esme había levantado la voz hasta volúmenes inimaginables.
"Creo que tu madre quiere que nos demos prisa," susurró Isabella.
"Aliiiiiiiiiice!," gritó Esme de forma contundente. "¡AHORA!"
Las cejas de Alice se levantaron mientras que miraba de reojo a Isabella. "¿Por qué piensas que hace eso?"
Pero ellas no se apresuraron. Cogidas del brazo se deslizaron por el pasillo, como si fuera el pasillo central de la iglesia.
"¿Quién habría pensado que nos casaríamos unos meses una antes que la otra?," murmuró Isabella. "¿No habíamos dicho que seríamos viejas brujas juntas?".
"Podemos ser viejas bujas," contestó Alice alegremente. "Simplemente seremos viejas brujas casadas."
"Eso sería espléndido."
"¡Magnífico!"
"¡Estupendo!"
"Seremos las líderes de un desfile de brujas!"
"Árbitros de la crónica del gusto."
"¿Qué," exigió Hyacinth, las manos en sus caderas, "es de lo que vosotras dos estáis hablando?"
Alice levantó su barbilla y bajó su mirada hacia su nariz. "Eres demasiado joven para entenderlo."
Y ella y Isabella prácticamente se derrumbaron por un ataque de risa.
"Se han vuelto locas, Madre," anunció Hyacinth.
Esme miró cariñosamente a su hija y a su nuera, ambas habían alcanzado la nada elegante edad de veintiocho años antes de convertirse en novias. "Déjalas solas, Hyacinth," dijo, dirigiéndola hacia el carruaje que estaba esperando. "Estarán bien dentro de poco." Y agregó, casi en el último momento: "Eres demasiado joven para entenderlo."
Después de la ceremonia, después de la recepción, y después de que Edward pudiera asegurarse de que Sir Jasper Hale seria de hecho un aceptable marido para su hermana, consiguió encontrar una esquina reservada en la que pudo arrastrar a su esposa y hablar con ella en privado.
"¿Ella sospecha?," preguntó, burlonamente.
"Eres terrible," contestó Isabella. "Es su boda."
Lo que no era una de las dos respuestas acostumbradas a una pregunta de si o no. Edward se resistió al impulso de soltar un impaciente suspiro, y en cambió ofreció uno bastante suave y cortés. "¿Por eso piensas…?"
Isabella le miró durante diez completos segundos, entonces murmuró, "No sé de lo que estaba hablando Alice. Los hombres son criaturas extremamente simples."
"Bien… si," convino Edward, ya que desde hacia mucho tiempo para él era obvio que la mente femenina era un completo y total misterio. "Pero, ¿que tiene eso que ver con algo?"
Isabella echó un vistazo por encima de sus hombros antes de bajar la voz a un susurro áspero. "¿Por qué iba ni siquiera a pensar en Whistledown en un momento como este?"Tenía razón en eso, aunque Edward era reacio a admitirlo. En su opinión, todo esto tenía que ver con la cuestión de que Alice de alguna manera era consciente de que ella era la única persona que no conocía el secreto de la identidad de Lady Whistledown. Lo que era ridículo para ser exacto, pero aun así, un sueño satisfactorio.
"Hmmmmm," dijo él.
Isabella le miró con recelo. "¿Qué estás pensando?"
"¿Estás segura de que no podemos decírselo el día de su boda?"
"Edward…"
"Porque si no lo hacemos, seguro que ella lo descubrirá por alguien, y no parece justo que nosotros no estemos presentes para ver su cara."
"Edward, no."
"Después de todo lo que has pasado, ¿no te parece que mereces ver su reacción?"
"No," dijo Isabella despacio. "No, no, no, no."
"Oh, te vendes demasiado barato, mi amor," dijo él, sonriéndola benévolamente. "Y además de eso, piensa en Alice."
"No puedo ver que otra cosa he estado haciendo toda la mañana."
El sacudió su cabeza."Ella estaría desolada. Oir la horrible verdad de un completo extraño."
"No es horrible," replicó Isabella, "¿y como sabes que sería un extraño?"
"Hemos hecho jurar a toda mi familia el secreto. ¿A quién más conoce ella en este condado perdido de Dios?"
"Me gusta bastante Gloucertershire," dijo Isabella, sus dientes ahora encantadoramente apretados. "Lo encuentro precioso."
"Si," dijo él ecuánimemente, con el ceño fruncido, la boca apretada y los ojos entornados. "Te ves preciosa."
"¿No fuiste tú el que insistió en mantenerla en la oscuridad durante tanto tiempo como sea humanamente posible?"
"Humanamente posible es cuestión de la frase," contestó Edward. "Este humano," gesticuló innecesariamente hacia si mismo, "encuentra que es absolutamente imposible mantener su silencio."
"No puedo creer que hayas cambiado de opinión."
Él se encogió de hombros. "¿No es ese el privilegio de un hombre?"
Sus labios se abrieron, y Edward se encontró asimismo deseando haber encontrado una esquina tan privada como intima, porque ella prácticamente pedía ser besada, si ella lo supiera o no.
Pero era un hombre paciente, y ellos todavía tenían una confortable habitación reservada en la posada, y todavía quedaba muchas travesuras por hacer allí en la boda. "Oh, Isabella," dijo con voz ronca, inclinándose más de lo que era apropiado, incluso con su esposa, "¿no quieres tener algo de diversión?"
Ella se sonrojó escarlata. "Aquí no…"
Él se rio en voz alta de eso.
"No estaba hablando de eso," murmuró ella.
"Tampoco yo, de hecho," le respondió, completamente incapaz de ocultar el humor en su cara, "pero me alegro de que eso venga a la mente tan fácilmente." Fingió echar una mirada sobre el salón. "¿Cuándo crees que sería de buena educación irse?"
"Definitivamente todavía no."
El fingió considerarlo. "Mmmmm, si, probablemente tengas razón. Lástima, pero", en esas él pretendió aclarar, "eso nos da tiempo para hacer travesuras."
Una vez más, ella se quedó sin habla. A él le gustaba eso. "¿Vamos?," murmuró él.
"No sé que voy a hacer contigo."
"Necesitamos trabajar en esto," dijo él, dando a su cabeza una sacudida. "No estoy seguro de que entiendas los mecanismos de una pregunta de si-o-no."
"Creo que deberías sentarte", dijo ella, sus ojos ahora adoptando ese destello de agotamiento prudente generalmente reservado para los niños pequeños.
O a adultos idiotas.
"Y entonces," continuó ella, "pienso que deberías permanecer en tu asiento."
"¿Indefinidamente?"
"Sí."
Sólo para torturarla, él se sentó. Y entonces…
"Nooooo. Creo que prefiero hacer alguna travesura."
De nuevo se puso de pie y caminó a buscar a Alice antes de que Isabella pudiera incluso intentar lanzarse a por él.
Con una habitación lleno de Cullen. ¿Cuáles eran las probabilidades?
Isabella atascó una sonrisa en su rostro cuando vio dos docenas de cabezas girando en su dirección. "Nada de eso," dijo, su voz salía estrangulada y alegre. "Siento mucho molestar."
Y al parecer la familia de Edward hizo buen uso de su firmeza a su exagerada reacción de "¡Edward, no!", porque todos ellos reanudaron sus conversaciones con apenas un vistazo en su dirección.
Excepto Hyacinth.
"Oh, rayos," murmuró Isabella entre dientes, y corrió hacia delante.
Pero Hyacinth era rápida. "¿Qué está pasando?," preguntó ella, dejándose caer junto a Isabella con una agilidad notable.
"Nada," contestó Isabella, porque lo último que quería era que Hyacinth se sumara al desastre.
"Él va a decírselo, ¿verdad?," insistió Hyacinth, dejando salir un "Euf" y un "Perdóname," cuando ella empujó a cada uno de sus hermanos.
"No," dijo Isabella firmemente, lanzándose entre los niños de Daphne, "él no."
"Él sí."
Isabella paró por un momento y se giró. "¿Ustedes alguna vez escuchan a alguien?"
"Yo no," dijo Hyacinth alegremente.
Isabella sacudió la cabeza y siguió hacia delante, Hyacinth pegada a sus talones. Cuando alcanzó a Edward, él estaba de pie junto a los recién casados y tenía su brazo enlazado con el de Alice y estaba sonriéndola como si nunca hubiera considerado:
Enseñarla a nadar tirándola al lago.
Cortarla tres pulgadas de su cabello mientras estaba durmiendo
o
Atarla a un árbol de manera que ella no pudiera seguirle a una posada pública local.
Las cuales, por supuesto todas ellas, el sería capaz de hacer, dos que en realidad había hecho. (Aunque Edward no se hubiera atrevido a algo tan permanente como un corte de pelo.)
¡Alice!, dijo Isabella casi sin aliento por intentar sacudirse a Hyacinth.
"Isabella." Pero la voz de Alice sonaba curiosa. Lo que no era una sorpresa para Isabella. Alice no era tonta, y ella sabia que el modo normal de comportamiento de su hermano no incluía sonrisas beatificas en su dirección.
"Alice," dijo Hyacinth, por ninguna razón Isabella podía deducir.
"Hyacinth."
Isabella se giró hacia su marido. "Edward."
Él parecía divertido. "Isabella. Hyacinth."
Hyacinth hizo muecas. "Edward" Y después: "Sir Jasper."
"¡Stop!," estalló Alice. "¿Qué está pasando?"
"Recitar nuestros nombres cristianos, al parecer," dijo Hyacinth.
"Isabella tiene algo que decirte," dijo Edward.
"No."
"Ella sí."
"Yo tengo," dijo Isabella, pensando rápidamente. Ella se abalanzo hacia delante, tomando las manos de Alice entre las suyas. "Felicidades. Estoy muy feliz por ti."
"¿Eso era lo que necesitabas decirme?," preguntó Alice.
"Sí."
"No."
Y de Hyacinth: "Estoy disfrutando inmensamente."
"Er, eres muy amable por decirlo," dijo Sir Jasper, mirando un poco perplejo ante su repentina necesidad de felicitar a los anfitriones. Isabella cerró los ojos por un momento y dejó escapar un suspiro de cansancio, iba a tener que tomar al pobre hombre a un lado y darle instrucciones sobre las sutilidades de casarse con alguien de la familia Cullen.
Y como ella conocía sus nuevos parientes tan bien, y sabia que no había manera de evitar revelar su secreto, se giró hacia Alice y dijo, "¿podemos tener un momento a solas?".
"¿Conmigo?"
Era suficiente para hacer que Isabella quisiera estrangular a alguien. A cualquiera. "Sí," dijo pacientemente, "contigo."
"Y conmigo," insertó Edward.
"Y conmigo," añadió Hyacinth.
"Tú no," dijo Isabella, dijo Isabella sin molestarse en mirarla.
"Pero yo sí," añadió Edward, colocando su brazo sobre Isabella.
"¿Puede esperar?," preguntó Sir Jaspercortésmente. "Este es día de su boda, y espero que ella no desee perdérselo."
"Lo sé," dijo Isabella cansinamente. "Lo siento."
"Está bien," dijo Alice, apartándose libremente del agarre de Edward y se giró hacia su nuevo marido. Ella le murmuró unas pocas palabras que Isabella no pudo oír, después dijo, "hay un pequeño salón justo detrás de esa puerta. ¿Vamos?"
Ella abrió el camino, cosa que satisfizo a Isabella porque le tiempo para decirle a Edward, "No digas nada."
La sorprendió cabeceando. Y manteniendo su silencio, sostuvo la puerta abierta para ella mientras que entraba en el cuarto detrás de Alice.
"No nos tomará mucho tiempo," dijo Isabella, disculpándose. "Al menos, espero que no."
Alice no dijo nada, sólo la miró con una expresión que era, Isabella fue lo suficientemente consiente para darse cuenta, extrañamente tranquila.
El matrimonio la había sentado bien, pensó Isabella, porque la Alice que ella conocía habría estado comiéndose las uñas en un momento así. Un gran secreto, un misterio iba a ser revelado, Alice amaba esa clase de cosas.
Pero ella estaba allí de pie, esperando con calma, una leve sonrisa en sus facciones. Isabella miró a Edward con confusión, pero aparentemente él había cogido sus instrucciones de corazón y su boca estaba firmemente cerrada.
"Alice," comenzó Isabella.
Alice sonrió. Un poco. Apenas en las esquinas, como si ella deseara sonreír más. "¿Si?"
Isabella aclaró su garganta. "Alice," dijo ella de nuevo, "hay algo que debo decirte?"
"¿Realmente?"
Los ojos de Isabella se estrecharon. Sin duda, el momento no llamaba seguramente al sarcasmo. Ella tomó aire, abatida por la necesidad de disparar una réplica igualmente seca, y dijo: "Yo no quería decir nada en el día de tu boda", clavó una mirada en su marido, "pero me parece que no tengo otra opción."
Alice pestañeó algunas veces, pero con excepción de eso, su apacible porte no cambió.
"Puedo pensar en alguna otra manera de decírtelo," Isabella andaba con paso lento y pesado, sintiéndose positivamente enferma, "pero mientras estabas fueras… es decir, la noche que te fuiste, exactamente…"
Alice se inclinó hacia delante. El movimiento fue leve, pero Isabella se dio cuenta, y por un momento pensó, ella no podía pensar con claridad en nada, desde luego, nada que hubiera podido expresarse en una frase correcta. Pero tuvo una sensación de inquietud, una especie diferente de inquietud de la que ya estaba sintiendo. Era una especie sospechosa de malestar y,
"Yo soy Whistledown," soltó ella, porque si esperaba más tiempo, pensaba que su cerebro podía estallar.
Y Alice dijo, "lo sé."
Isabella se sentó sobre el objeto sólido más cercano, que resultó ser una mesa. "Lo sabes."
Alice se encogió. "Lo sé."
"¿Cómo?"
"Hyacinth me lo dijo."
"¿Qué?". Esto de Edward, buscando algo que valiera para atar. O quizás más exactamente, para atar a Hyacinth.
"Estoy segura de que ella está en la puerta," murmuró Alice con un movimiento de cabeza, "En caso de que tú quieras…"
Pero Edward ya había dado un paso delante de ella, abriendo de un tirón la puerta de la pequeña sala. Efectivamente, Hyacinth se abalanzó.
"!Hyacinth!," dijo Isabella con desaprobación.
"Oh, por favor," replicó Hyacinth, alisándose la falda. "No pensarías que no iba a escuchar detrás de las puertas, ¿verdad?. Me conoces mejor que eso."
"Voy a partirte el cuello," soltó Edward. "Teníamos un trato."
Hyacinth se encogió de hombros. "Realmente no necesito veinte libras, la verdad."
"Yo te di diez."
"Lo sé," dijo Hyacinth con una sonrisa alegre.
"Hyacinth," exclamó Alice.
"Lo que no quiere decir," continuó Hyacinth humildemente, "que no desee los otros diez."
"Ella me lo dijo ayer por la noche," explicó Alice, sus ojos peligrosamente cerrados, "pero sólo después de informarme que ella sabia quien era Lady Whistledown, y de hecho que el todo el conjunto de la sociedad lo sabía, pero que saberlo me costaría veinticinco libras."
"¿No se te ocurrió," preguntó Isabella, "que si el resto de la sociedad lo sabia, simplemente tendrías que preguntarle a algún otro?"
"El resto de la sociedad no estaba en mi habitación a las dos de la mañana," dijo Alice bruscamente.
"Estoy pensando en comprarme un sombrero," murmuró Hyacinth. "O quizás un poni."
Alice le lanzó una mirada desagradable, luego se giró hacia Isabella. "Realmente eres Whistledown?"
"Lo soy," admitió Isabella, "O mejor dicho…" Ella miró hacia Edward, no exactamente segura de porque lo estaba haciendo sólo de que lo amaba mucho, y él la conocía tan bien, y cuando él vio su sonrisa desamparada, él la devolvió la sonrisa, no importaba lo furioso que estaba con Hyacinth.
Y él lo hacia. De alguna manera, en medio de todo eso, él sabía lo que ella necesitaba. Siempre lo hacia.
Isabella se giró de nuevo hacia Alice. "Lo era," ella enmendó. "No más. Me he retirado"
Por supuesto Alice ya lo sabía. La revista de Lady W se había retirado de la circulación antes de que Alice desapareciera.
"Para siempre," agregó Isabella. "La gente lo ha pedido, pero no seré inducida a coger mi pluma de nuevo." Hizo una pausa, pensando en los garabatos que había emprendido en casa. "Al menos no como Whistledown." Miró a Alice, quien se había sentado cerca de ella en la mesa. Su cara estaba un poco pálida, y ella no había dicho nada de la edad, bueno, la edad de Alice, por lo menos.
Isabella intentó sonreír. "Estoy pensando en escribir una novela, realmente."
Todavía nada por parte de Alice, aunque ella parpadeaba rápidamente, y su frente estaba arrugada como si estuviera pensando arduamente.
Por ello Isabella tomó una de sus manos y dijo la única cosa que estaba sintiendo realmente. "Lo siento, Alice."
Alice había estado mirando inexpresivamente al final de la mesa, pero en esas, se giró, sus ojos encontraron los de Isabella. "¿Lo sientes?" repitió ella, y sonaba dudosa, como si sentirlo no fuera la emoción correcta, o por lo menos, la suficiente.
El corazón de Isabella se hundió. "Lo siento tanto," dijo de nuevo. "Debía habértelo dicho. Debería…"
"¿Estás loca?," preguntó Alice, finalmente parecía estar prestándola su atención repentinamente. "Por supuesto que nunca deberías habérmelo dicho. No hubiera podido guardar ese secreto."
Isabella pareció bastante satisfecha de su admisión.
"Estoy orgullosa de ti," continuó Alice. "Olvídate de la escritura por un momento, yo no puedo incluso entender la lógica de todo esto, y algún día, cuando no sea el día de mi boda, insistiré en escuchar hasta él último de los detalles."
"¿No estás sorprendida, entonces?,", murmuró Isabella.
Alice la lanzó una mirada severa. "Por decirlo suavemente."
"Tengo que conseguir una silla," completó Hyacinth.
"Ya estoy sentada," dijo Alice deslizándose sobre la mesa.
Hyacinth agitó su mano en el aire. "No obstante."
"Ignórala," dijo Alice, centrándose firmemente en Isabella. "En verdad, no puedo comenzar a contarte como estoy de impresionada, ahora estoy con el shock, eso es."
"¿Realmente?" Isabella no se había dado cuenta hasta ese justo momento de cuanto había necesitado la aprobación de Alice.
"Manteniéndonos en la oscuridad durante tanto tiempo," dijo Alice, sacudiendo la cabeza con una lenta admiración. "Por mí. Por ella." Ella levantó un dedo en dirección a Hyacinth. "Es realmente bueno viniendo de ti." En esas se inclinó hacia delante envolviendo a Isabella en un cálido abrazo.
"¿No estás enfadada conmigo?"
Alice se movió hacia atrás y abrió su boca, y Isabella podía ver que ella había estado a punto de decir, "No," probablemente seguido de, "Desde luego que no."
Pero las palabras seguían estando en la boca de Alice, y seguía sentada, pareciendo levemente pensativa hasta que finalmente dijo… "No."
Isabella notaba el fruncido de su frente. "¿Estás segura?" Porque Alice no sonaba segura. Ella conocía el sonido de Alice, era honesto.
"Sería diferente si estuviéramos en Londres," dijo Alice tranquilamente, "con nada más para hacer. Pero este…" Ella echó un vistazo por el salón, gesticulando algo distraídamente hacia la ventana. "Aquí. Simplemente, no es lo mismo. Es una vida diferente," dijo en voz baja. "Soy una persona diferente. Un poco, al menos."
"Lady Hale," la recordó Isabella.
Alice sonrió. "Haces bien en recordármelo, Sra. Cullen."
Isabella casi rió. "¿Puedes creértelo?"
"¿De ti o de mí?", preguntó Alice.
"De ambas"
Edward, quien había mantenido una respetuosa distancia, una mano firmemente alrededor de Hyacinth para mantenerla a una respetuosa distancia, dio un paso al frente. "Quizás deberíamos volver," dijo en voz baja. Extendió su mano y ayudó a Isabella en primer lugar, después a Alice, a levantarse. "Tú," dijo, inclinándose para besar a su hermana en la mejilla, "realmente debes regresar."
Alice sonrió nostálgicamente, la novia ruborizada una vez más, y asintió. Con un último apretón de manos a Isabella, deslizándose delante de Hyacinth (girando los ojos mientras lo hacia) y se dirigió de nuevo a su fiesta de bodas.
Isabella la vio marchar, uniendo su brazo al de Edward y apoyándose suavemente en él. Ambos parados en satisfecho silencio, observando ociosos hacia la puerta vacía, escuchando los sonidos de la fiesta flotando en el aire.
"¿Piensas que sería de buena educación si nos vamos?, murmuró él.
"Probablemente, no."
"¿Piensas que a Alice le importaría?"
Isabella sacudió su cabeza.
Los brazos de Edward alrededor de ella, sintió los labios acariciar suavemente su oído. "Vámonos," dijo él.
Ella no discutió.
El 25 de Mayo, del año 1824, precisamente un día después de la boda de Alice Cullen con Sir Jasper Hale, tres cartas fueron entregadas en el cuarto de Mr. y Mrs. Edward Cullen, huéspedes de la posada de la Rosa y la Zarzamora, cerca de Tetbury, Gloucestershire. Llegaron juntas; todas ellas desde Romney Hall.
"¿Cuál abrimos primero?," preguntó Isabella, extendiéndolas ante ella sobre la cama.
Edward dio un tirón de la camisa que se estaba poniendo para contestar la llamada. "Difiero de tu buen juicio, como siempre."
"¿Cómo siempre?"
Él se arrastró nuevamente dentro de la cama al lado de ella. Ella era notablemente adorable cuando era sarcástica. No podía pensar en otra alma con la que pudiera llevarse mejor. "Como siempre que me satisfaces", corrigió él.
"Tu madre, entonces," dijo Isabella, cogiendo una de las cartas de la sábana. Ella rompió el sello y cuidadosamente desdobló el papel.
Edward miraba como ella leía. Sus ojos se abrieron, entonces sus cejas se levantaron, mientras que sus labios un poco apretados en las esquinas como si se esforzara para no reír.
"¿Qué tiene que decir ella?," preguntó él.
"Ella nos perdona."
"No me imagino que sentido tendría preguntarme por que."
Isabella le lanzó una mirada severa. "Por dejar la boda temprano."
"Me dijiste que a Alice no la importaría."
"Y estoy segura de que a ella no. Pero ésta es tu madre."
"Contéstala y asegúrala que si alguna vez se vuelven a casar me quedaré hasta el final."
"No haré algo así," contestó Isabella, con una burla en sus ojos. "No pienso que espere una contestación en todo caso."
"¿Realmente?". Ahora él estaba curioso, porque su madre siempre esperaba contestaciones. "¿Qué harás para ganarte su perdón?."
"Er… ella mencionó algo sobre la entrega oportuna de nietos."
Edward hizo una mueca. "Estás ruborizándote?"
"No."
"Tu estás…"
Ella le codeó en las costillas. "No estoy. Aquí, léelo tú mismo si así lo quieres. Leeré la de Hyacinth."
"Supongo que ella no devolverá mis diez libras," se quejó Edward.
Isabella sacó el papel y lo sacudió. No cayó nada.
"Esa pícara tiene suerte de ser mi hermana," murmuró él.
"Qué mal espíritu deportivo tienes," le regañó Isabella. "Ella fue mejor que tú, y más brillante, también."
"Oh, por favor," se burló él. "No te vi elogiar su astucia ayer por la tarde."
Ella sacudió la mano por sus protestas. "Si, bueno, algunas cosas son más fáciles de ver en retrospectiva."
"¿Qué tiene ella que decir?" Preguntó Edward, inclinándose sobre su hombre. Conociendo a Hyacinth, era probablemente algún ardid para extraer más dinero de sus bolsillos.
"Será algo dulce, realmente," dijo Isabella. "Nada infame de todas formas."
"¿Leíste las dos caras?," preguntó Edward dudosamente.
"Solamente escribió una cara."
"Inusualmente antieconómico de ella," agregó él, con suspicacia.
"Oh, cielos, Edward, es justo lo que aconteció en la boda después de nos fuéramos. Y debo decir, que ella tiene un ojo superior para el humor y los detalles. Habría sido una magnífica Whistledown.
"Dios nos ayude a todos."
La última carta era de Alice, y a diferencia de las otras dos, estaba dirigida sólo a Isabella. Edward estaba curioso, por supuesto, ¿quien no lo estaría?. Sin embargo, se apartó para dejar a Isabella su intimidad. Su amistad con su hermana era algo que él llevaba a cabo entre el temor y el respeto. El era cercano a sus hermanos, extremadamente. Pero él nunca había visto un vínculo de amistad tan profunda como la que existía entre Isabella y Alice.
"Oh," dejó escapar Isabella, mientras giraba la hoja. La carta de Alice era mucho más larga que las otras dos anteriores, y ella había rellenado dos hojas, frontal y reverso. "Esa pícara."
"¿Qué hizo ella?," preguntó Edward.
"Oh, no es nada," respondió Isabella, aunque su expresión era algo molesta. "Tú no estabas allí, pero la mañana de la boda, ella seguía disculpándose por guardar secretos, y ni siquiera se me ocurrió que estaba tratando de admitir que me guardaba secretos. Me hizo sentir miserable, lo hizo."
Su voz se apagó a medida que leía la siguiente página. Edward se recostó en las mullidas almohadas, sus ojos fijos en el rostro de su esposa. Le gustaba mirar como se movían sus ojos de izquierda a derecha, tras las palabras. Le gustaba ver moverse sus labios mientras sonreía o fruncía el ceño. Era bastante sorprendente, realmente, como se sentía satisfecho, simplemente mirando a su esposa leer.
Hasta que ella jadeó, eso fue, y se giró completamente blanca.
Él se inclinó hacia arriba sobre sus codos, "¿Qué pasa?"
Isabella sacudió la cabeza y gimió. "Oh, ella es ladina."
Condenada privacidad. El cogió la carta. "¿Qué te dijo?"
"Abajo allí," dijo Isabella, señalando tristemente las últimas líneas. "Al final."
Edward bajo sus dedos hacia abajo y comenzó a leer. "Buen Dios, que de palabrería," murmuró. "No puedo encontrar ni pies ni cabeza de ello."
"Venganza," dijo Isabella. "Ella dice que mi secreto es más grande que los suyos."
"Lo es."
"Dice que necesita una compensación."
Edward lo consideró. "Ella probablemente la necesite."
"Para igualar el marcador."
Él la acarició la mano. "Me temo que así es como nosotros los Cullen pensamos. Nunca has jugado con nosotros, ¿verdad?"
Isabella gimió. "Ella dijo que va a consultar con Hyacinth."
Edward sintió que la sangre abandonaba su rostro.
"Lo sé," dijo Isabella, sacudiendo su cabeza. "Nunca estaremos a salvo de nuevo."
Edward resbaló sus brazos alrededor de ella y la atrajo hacia sí. "¿No decíamos que queríamos visitar Italia?"
"O India."
Él sonrió y la besó en la nariz."O podríamos quedarnos aquí."
"¿En la Rosa y la Zarza?"
"Se supone que debemos salir mañana por la mañana. Este es el último lugar que Hyacinth miraría."
Isabella le miró, sus ojos cada vez más ardientes y tal vez un poco traviesos. "No tengo compromisos urgentes en Londres en al menos quince días."
Él rodó sobre ella, tirando de ella hacia abajo hasta que estuvo tumbada debajo de él. "Mi madre dijo que no nos perdonaría a menos que produjéramos un nieto."
"Ella no lo puso en términos tan intransigentes."
La besó, justo en el punto sensible que siempre la hacia estremecerse. "Imagínate que lo hizo."
"Bueno, en ese caso… ¡oh!"
Sus labios se deslizaron por su vientre. "¿Oh?," murmuró él.
"Tenemos que hacerlo lo mejor posible… ¡oh!."
Él miró hacia arriba. "¿Decías?"
"A trabajar," ella apenas alcanzó a decir.
Él sonrió contra su piel. "Su siervo. Mrs. Cullen. Siempre."
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