¡Hola! ¡Feliz año nuevo!
Comienzo 2022 con otro nuevo capítulo, que cierra etapas y abre otras para los personajes de la Orden del Fénix. No quiero extenderme mucho, pero espero que os guste, que os haya gustado la introducción de Hestia, quien hoy tendrá un mayor protagonismo, así como Remus y Gisele, que hoy cierra una etapa importante. El título del capítulo es una canción de Sergio Dalma que os recomiendo porque habla sobre los nuevos comienzos, los errores y la confianza en un futuro mejor. Dedicado especialmente a Gisele.
No digo más, os lo dejo.
Capítulo 28: Se empieza nuevamente
La vida en la colonia de licántropos recuperó una cierta normalidad tras el asalto de la Orden del Fénix. Una vez solo, y con la consiguiente desconfianza que se generó en el grupo, Remus optó por distanciarse lo máximo posible de la mayoría. Solo se unía a Bert durante las comidas, y estaba más callado de lo habitual.
Afortunadamente, todos desconfiaban de todos y nadie encontró extraña su actitud huraña. El descubrimiento de Rachel había llevado a Greyback y los suyos a considerar muy seriamente si habría más infiltrados entre ellos. Remus había acertado, los habían registrado a todos. Había hecho bien en librarse de su varita y los dispositivos con los que se comunicaba con la Orden, porque habría sido imposible ocultarlos.
También se alegró de haber mantenido una distancia con Rachel. Nadie parecía haberle relacionado a él, más que a otros como Ealdian, con la traición de ella. Durante días, sintió las miradas sospechosas de este, pero consiguió evitarle lo máximo posible. No sabía si podía fiarse de él.
El problema era que ahora estaba solo, sin posibilidad de contactar con la Orden. Su misión había pasado de tratar de evitar ciertas acciones, como había intentado hacer con el orfanato, a simplemente ser testigo de lo que iba ocurriendo. Sabía que todo sería más difícil y se tiraría meses sin poder transmitir nada a los suyos, pero al menos se alegraba de saber que Rachel estaba a salvo. A partir de entonces, solo tendría que cuidar de sí mismo.
- ¿Hidromiel, Lupin?
Greyback apareció de la nada, cuando él estaba recostado, a la entrada de la gruta, haciendo la guardia. Desde la muerte de Keesha, las categorías habían cambiado un poco y los más jóvenes habían sido obligados a servir como guardianes, sin distinción. El grupo de la licántropa había perdido ciertos privilegios y estaban con más ganas de pelea que nunca.
Remus sintió que el pecho le daba un salto ante su repentina aparición, pero trató de mostrar neutralidad en su rostro. Greyback se sentó junto a él, ofreciéndole una sucia botella añeja. Él la observó, algo desconfiado.
- Creí que los bienes aquí eran escasos.
- Solo para aquellos prescindibles –rio Greyback, agitándola frente a su rostro, desafiante-. ¿Quieres seguir siendo uno de ellos?
¿Estaría envenenada? Lo dudó por un momento, pero no podía hacerle ese feo a Greyback si quería ganarse su confianza. Ese desafío en modo de pregunta le abría opciones que no podía rechazar. Le arrebató la botella con decisión y le dio un trago, para después retorcer la cara por su fuerte sabor.
Greyback soltó una carcajada.
- No es tan pura como a la que debes estar acostumbrado, ¿eh?
Remus se limpió la boca con la manga de la túnica, y observó su expresión.
- ¿Qué quieres decir?
En ese momento, una pareja de jóvenes licántropos que regresaban de inspeccionar la zona cruzaron la entrada de la gruta. La chica los miró con curiosidad, pero el chico pronto le asió del brazo y tiró de ella, lejos de la mirada de Greyback.
Una vez estuvieron a solas, Remus vio cómo la expresión de este pasó de despreocupada a más fiera.
- Muchacho, engañarás a muchos de aquí, pero no a mí –le advirtió, acercándose a él-. Sé quién es tu padre, conozco más de ti de lo que crees.
Remus se mostró estoico pese a su cercanía. Podía oler su pestilente aliento, veía las ronchas pegadas a la piel de su cara, bajo la descuidada barba, producto de la dura vida que había llevado. Él intentó mantener su expresión neutra, eso no era nada que no hubieran previsto antes.
- Quizá lo que conoces no sea suficiente –dijo, con fingida indiferencia.
Para demostrar que estaba tranquilo, dio otro largo sorbo de la botella, sin apartar la vista de él. Esta vez ya esperaba el fuerte sabor y su rostro no se contrajo.
Greyback le observó seriamente durante unos segundos, antes de echarse a reír. Su risa era dura, afilada como la de un cuchillo.
- Tienes valor, eso te lo admito –le reconoció. Pareció relajarse a su lado, pero Remus sabía que seguía observándole detenidamente-. Pero me pregunto qué interés puede tener en este lugar alguien a quien se le llegaron a abrir, incluso, las puertas de Hogwarts.
No solo sabía quién era, lo que era normal porque no había ocultado su apellido. Su revelación mostraba que le había seguido la pista, que sabía cómo había ido su vida. Afortunadamente, también era una opción que el propio Dumbledore había considerado.
- ¿Te sorprende que lo sepa? –preguntó Greyback, esperando verle en un renuncio-. Eres cercano a Dumbledore, tu padre lo es.
Remus ya estaba preparado, así que se mostró tranquilo.
- Lo fui durante bastante tiempo –admitió, encogiéndose de hombros, como restándole importancia.
La mirada de Greyback se volvió más afilada.
- ¿Y ahora?
- Ahora he salido al mundo real –Remus lo miró directamente a los ojos, con desafío-. Fuera de Hogwarts, el mundo es más complicado. Y Dumbledore no lo entiende, igual que no lo harán mis amigos, ni siquiera mi propio padre.
No era una mentira lo que estaba contando. Ninguno de ellos podía entender lo complicado que era el mundo para él. Podían solidarizarse con él, tratar de ayudarle, mostrarle apoyo. Pero no lo entendían. Nadie más lo hacía. Solo los suyos. Rachel tampoco lo había entendido, hasta que fue mordida. Ella creyó hacerlo, quizá por eso la diferencia entre la expectativa y la realidad fue tan dura para ella. Quizá por eso se había revelado tanto. Quizá por eso había hecho todo lo que había hecho. Quizá trataba de huir de esa realidad.
No permitió que sus pensamientos se distrajeran con ella y se centró en Greyback, que le miraba con una satisfecha mueca.
- Te has dado cuenta de que no importa lo limpio y reluciente que parezcas, ¿eh? Al final, eres un paria como todos nosotros –parecía disfrutar con ello, y Remus sintió ganas de atacarle, pero, en cambio, le devolvió la sonrisa-. La apariencia solo es un caparazón, pero todos son capaces de ver lo que hay en tu interior.
Le miró intencionalmente, pero Remus no respondió. No tenía nada nada que decirle. Desgraciadamente, tenía razón en ello. No importaba lo pulcro, educado y intachable que pareciera. En cuanto se conocía su verdadera naturaleza, y gracias al registro del Ministerio ésta era pública y notoria para cualquiera que le empleara, él quedaba aislado de la sociedad. Ninguna amistad podía librarle de su verdadero destino.
La sociedad les dejaba muy pocas opciones, y una de ellas pasaba por encomendarse a Greyback. Él conocía la verdad de primera mano y la exponía sin problemas. No era extraño que consiguiera convencer a tantos licántropos, cada vez a más. Era el único que les hablaba, el único que ofrecía alternativas. Ni siquiera Dumbledore podía hacer eso.
Estuvieron unos minutos en silencio, pero la presencia y la mirada de Greyback le incitaban a continuar la conversación. Estaba claro que el licántropo quería ver hasta dónde podía llegar. Remus suspiró.
- Nuestras oportunidades son limitadas, desde luego –reconoció-. Haga lo que haga, me sienta como me sienta, no puedo huir de lo que soy.
Greyback se rio, arrebatándole la botella y bebiendo el contenido hasta que este le cayó por el cuello.
- ¿Así que las palabras llenas de amor de Dumbledore ya no tienen el mismo lustre cuando te cierran todas las puertas de la sociedad? –preguntó con sorna, lamiéndose el alcohol de los labios.
Remus sintió una incómoda afinidad con sus palabras. Greyback era especialmente peligroso por lo convincente que resultaba. No decía ninguna mentira. Solo alimentaba el resentimiento que generaba una situación real. Una discriminación de la que él no tomaba parte, al contrario, la sufría, pero de la que, de una forma retorcida, conseguía sacar partido.
Se quedó de nuevo en silencio, confiando en que Greyback se cansara y se marchara. Él tendría que quedarse hasta el amanecer, pero confiaba en librarse de él pronto. Estaba demasiado tenso a su lado, aunque tratara de fingir tranquilidad.
En cambio, Greyback se puso más cómodo y le miró de nuevo, intensamente.
- Te consideré a ti como el posible topo, Lupin.
Lo sabía. Tanta atención no era casualidad. Remus luchó para que su cuerpo se mantuviera relajado. Le miró, con un intento de sana curiosidad.
- ¿En serio?
Pero Greyback no lo miraba, si no que observaba el espeso bosque que los rodeaba, ya bañado por la potente luz de la luna nueva que teñía de plata la copa de los árboles.
- Muy inteligente por parte de Dumbledore enviar a una chica –dijo, con una carcajada-. Nos ciegan tanto que difícilmente las consideramos una amenaza, ¿eh?
El modo en que lo dijo le molestó, pero, de nuevo, se calló. Era mejor mantener un perfil bajo con ese tema. Sin darse cuenta, Greyback prosiguió.
- Pero te vi luchar cuando llegó Dumbledore con su tropa. Fuiste de los pocos que no huyó. Ese modo de saltar sobre ese tipo… ¿Llegaste a morderlo?
Así que le había estado observando, incluso en ese momento. Hizo bien en disimular. El hecho de pensar en morder a James, a cualquiera de sus amigos, había sido una pesadilla recurrente durante su adolescencia, por lo que no pudo evitar un escalofrío ante su mención.
- Eh… no. No lo logré –dijo, intentando mostrar un poco de decepción en su voz.
Greyback le palmeó el hombro.
- Tenemos un poder, Lupin –le aseguró-. Mucho más del que muchos de aquí se creen. Por eso nos tienen tanto miedo. Podemos joderle la vida a una persona, incluso con nuestra forma humana. Recuérdalo la próxima vez que tengas la oportunidad. Te hará sentir menos vulnerable frente a una varita.
- Claro –murmuró, aterrado por el placer que vio en sus ojos ante esa posibilidad.
Algo de ello debió notársele, porque Greyback sonrió, divertido.
- Aún te asqueo, ¿eh? Se nota que no te convencen mis ideales.
Su rostro se enmudeció, tornándose más serio. Tenía que disimular mejor.
- ¿Aún no te fías de mí, pese a lo que viste? –le preguntó, intentando mostrarse desafiante.
- No me fío de nadie, Lupin –respondió Greyback, con sus dorados ojos relampagueando-. Menos aún de los limpitos ex alumnos de Dumbledore que buscan la aprobación de los magos como un perro persiguiendo una galleta.
Perro. Ese insulto se le clavó en la piel a Remus. Su mejilla se crispó de rabia y su expresión se volvió más fiera, desafiante.
- Y, si no te fías de mí, ¿qué hago aún aquí? ¿Por qué no acabas conmigo?
La expresión de Greyback se endureció, y Remus comprendió que se había pasado, había ido demasiado lejos. Había sido una de las pocas veces en las que había permitido que sus emociones le ganaran. Greyback le saltaría encima en cualquier momento, estaba seguro. Apretó la mandíbula y le devolvió la mirada, desafiante. Si iba a morir, sería con la cabeza alta.
Sin embargo, los ojos de Greyback se tornaron pensativos y curiosos. Le dio otro golpe en el hombro y se puso en pie.
- Porque aún eres joven y no renuncio a que te conviertas en un lobo tan fiero que pondría los pelos de punta a su propio padre –le dijo, mirándole desde la altura.
Se giró y su risa se perdió con él en el interior de la gruta. Remus se estremeció. No sabía si lo había dicho porque aún desconfiara de él o por simple diversión, pero aquello sonaba a promesa. Sabía que era capaz de corromper a cualquier incauto. Greyback creía que lo lograría también con él. Y Remus confiaba en ser más fuerte que todo esto.
El sol comenzaba a caer en alguna parte al norte de los Montes Grampianos, en la región más alejada de Escocia, cuando un grupo de personas apareció, de la nada, en la falda de una de las montañas.
Afortunadamente, como ya preveían, no había muggles ni ninguna vida humana por la zona. Nadie, aparte de una pequeña manada de yaks salvajes, fue testigo de cómo el grupo se derrumbó contra el suelo y el líder, un hombre maduro que se mantenía en forma, dejó caer una vieja lata de refresco que habían usado como traslador.
- Por los pelos –dijo Dorcas, apenas sin aliento.
Su pecho subía y bajaba con rapidez. Estaba agotada y aún alterada por la pelea a la que se habían visto expuestos, casi sin esperarlo. Junto a ella, Sturgis se apartó el pelo de color pajizo de la cara.
- Esta vez, creí que no lo contábamos.
Edgar fue el primero en tratar de incorporarse, llevándose las manos a las lumbares con un gesto de dolor.
- ¿Cuántos habéis contado? –preguntó-. Juraría que eran más de diez.
- Al menos quince –puntualizó Caradoc, que necesitó ayuda para incorporarse-. Está claro que están armándose.
El grupo mostró su acuerdo con murmullos cansados y varios de ellos trataron de levantarse, mientras otros remoloneaban, sabiéndose por fin a salvo. Entre los más activos, Benjy apoyó la espalda contra una roca, con gesto agotado. Las duras semanas de misión comenzaban a pasarles factura a todos.
- En las primeras incursiones hemos encontrado a menos –dijo, revisando un arañazo de poca importancia que se había llevado en el estómago cuando se había cruzado en el camino de Caradoc para evitar que le golpeara una maldición-. ¿Por qué creéis que están aumentando los grupos?
- Está claro que ha corrido la voz de que estamos tratando de ponerles obstáculos para acceder a las criaturas peligrosas –respondió Edgar-. Con los gigantes y los trolls hemos llegado tarde, pero nos hemos adelantado a ellos en algunas interesantes. No han podido tocar a los dragones ni a los graphorns.
- Eso ha sido gracias a Gisele –aseguró Dorcas, dirigiéndole una cansada sonrisa a la chica, que permanecía en el suelo respirando con dificultad, pero con actitud satisfecha-. Yo ni me habría acordado de la existencia de estos últimos. ¿Cómo caíste en ello?
Gisele notó que todos se habían hecho la misma pregunta, por lo que se obligó a incorporarse sobre sus codos para explicarles la intuición que había tenido. No había querido detenerse a hacerlo cuando se dio cuenta de que tenían poco tiempo para acudir a las manadas de graphorns, una vez perdidos los trolls.
- Bueno, cuando vi que los trolls se unirían a los mortífagos, se me vinieron a la mente. Los graphorns viven en las montañas, a veces en comunidades cerca de estos, y los trolls tienden a forzarlos a ser usados como montura, aunque a ellos no les gusta. Recordé la dureza de su piel, que es mayor que la de los dragones, por lo que pueden rechazar la mayor parte de hechizos, y que sus cuernos son de oro. De hecho, hace décadas estuvieron en peligro de extinción porque los cazadores furtivos los atrapaban para vender sus cuernos. Pensé que, además de servirles de escudo, podrían conseguir financiación a través de ellos en el mercado negro.
- Y muy bien pensado –aprobó Caradoc, con una sonrisa orgullosa-. Al menos les hemos evitado acceder a ellos. Buen trabajo, niña.
Este le dirigió una mirada significativa a Edgar, que asintió un poco más reticente. Una comunicación que solo vieron ellos dos. Gisele estaba satisfecha con su actuación, pero decidió mostrarse un poco humilde.
- No lo habría logrado si tú y Edgar no hubierais confiado en mí y no me hubieseis dejado guiaros.
Dirigió la mirada al padre de Anthony que, tras mirarla con seriedad, acabó asintiendo en reconocimiento a ella. Era un avance que había logrado en las últimas semanas, así que podía darse por satisfecha.
Horas después, cuando hubieron descansado y Benjy se hubo asegurado de que no estaban heridos más allá de unas magulladoras, comenzaron a caminar en busca de un buen lugar donde acampar. En pocas horas oscurecería, por lo que necesitaban establecer pronto el campamento.
Gisele hablaba con Dorcas y Sturgis, satisfecha por su reconocimiento y sintiéndose útil en esa misión. El ambiente había pasado a ser jovial y estaba relajada, cuando notó que sus compañeros miraban por encima de su hombro y se apartaban, dándole un gesto de ánimo. Al mirar tras ella, vio que Edgar se había acercado a ella y caminaba a su lado.
- Has hecho un buen trabajo –la felicitó, sin dejar de mirar al frente.
- Gracias –dijo, tornándose seria. Tras unos segundos de silencio, dudó, pero añadió-. Y gracias por darme la confianza. Sé que te ha costado.
La expresión de Edgar era callada y pensativa. Llevaba días siendo así. Tenía un carácter líder, y no solía participar de las bromas de los más jóvenes, aunque sí sabía dirigirlos; pero, desde que había comenzado a confiar en ella, estaba más callado de lo habitual.
Ella había notado su mirada sobre ella durante esa misión, pensativa, dubitativa. La relación entre ellos siempre había sido respetuosa, hasta los últimos tiempos, pero tampoco especialmente cercana. El carácter de Edgar no permitía demasiada confianza. Y todo lo sucedido entre Tony y ella no había ayudado en nada a mejorarlo. Así que le dejó escudriñarla mientras ella mantenía su paso.
Pasó un rato hasta que Edgar volvió a hablar, y parecía que había ensayado largamente lo que estaba diciendo.
- Quizá mi dolor y sobreprotección me ha cegado un poco sobre tu criterio a la hora de juzgar los riesgos de una situación.
Ella permaneció callada, consciente de que, en ese momento, no estaban hablando de la misión ni de criaturas mágicas. El tema era más importante y de mayor calado. Le miró y vio sufrimiento en su mirada.
- La verdad es que, en parte, temo que quieras tomar ese riesgo con Tony por un sentimiento egoísta –reconoció Edgar, casi a regañadientes.
Gisele se detuvo, estupefacta.
- ¿Egoísta? –preguntó.
El resto les vio detenerse e hicieron el amago de hacerlo también, pero fue Dorcas la que intuyó la importancia de esa conversación y les instó a dejarlos solos. Cuando se hubieron alejado más, Edgar suspiró.
- Hace meses que le dejaste, pero os mantenéis ni en un sitio ni en otro, sin tomar una decisión –explicó, para mostrar todo lo que le llevaba a dudar de sus intenciones-. Está claro que tú no puedes mantener una relación como si nada hubiera ocurrido; lo entiendo. Pero también recuerdo que tú no eras especialmente familiar, incluso antes de casaros. Me pregunto si todo lo que te ha pasado el último año: la boda, tener al niño… No sé, que te haya superado.
De repente, las piezas encajaron para Gis, que le miró dolida.
- ¿Crees que arriesgaría la vida de Tony para ser más… libre?
Era evidente la acusación en su pregunta, pero aquello no amilanó a Edgar. No cuando se trataba de su hijo.
- Soy su padre, necesito saber las motivaciones de tu postura.
- Las motivaciones son que Tony lleva meses congelado, sin mejorar ni empeorar –insistió ella, casi enfadada-. Puede tirarse toda la vida en esa cama. Y le conozco, sé que él no lo querría. Sé que querría arriesgarse.
Le miró con fiereza, y masticó cada silaba cuando puntualizó:
- No pienso en mí cuando hablo de esto.
Edgar le analizó durante un rato, antes de apartar la mirada y frotarse los ojos con cansancio. Estaba mentalmente agotado, emocionalmente desestabilizado.
- Mi hijo y yo siempre hemos tenido esta pelea por mi necesidad de protegerle. Es tan impetuoso…
Gis sonrió, acostumbrada ya a ese dilema. Era una constante en la vida de Tony.
- Es valiente y siempre se ha arriesgado por lo que cree. Es una de las cosas que nos unen -–dijo, con un toque de cariño al pensar en él-. Edgar, sé que, desde fuera, parecemos la pareja más disfuncional del mundo. Puede que lo seamos, puede que no funcionemos como tal. Pero lo único que tengo claro es que, durante este tiempo, tu hijo se ha convertido en un pilar de mi vida. Hoy por hoy, es mi mejor amigo. Y el padre de mi hijo. Le quiero vivo y le quiero bien. Jamás desearía nada malo para él.
Y por fin Edgar se convenció de la sinceridad de sus palabras. Puede que no funcionaran como pareja, era verdad. Puede que hubiera sido un matrimonio precipitado y destinado al fracaso. Pero se conocían, se respetaban y se querían. Claro que Gisele no querría que nada malo le ocurriera a Tony. Se avergonzaba de que aquello hubiera estado en el fondo de su mente durante tanto tiempo.
Cuando ese pensamiento se hubo resuelto, la verdad fue más evidente que nunca. Y le hizo sentirse vulnerable. Ya no tenía que ser fuerte porque no tenía que protegerle de ella. Así que no le quedaba otro remedio que dejar salir esa fragilidad.
- Tengo miedo de perderle –confesó, y sus ojos, siempre firmes, se llenaron de lágrimas sin derramar.
Gis se alarmó del cambio de tornas, pero comprendió perfectamente que Edgar había sido el fuerte durante demasiado tiempo. Se acercó a él y le posó la mano en su brazo, en señal de apoyo.
- Edgar, ahora mismo, le has perdido –le recordó. Directo y sin anestesia, pero tenía que escucharlo-. Tony no está. Y la única posibilidad de conseguir que vuelva es arriesgándonos.
No dijo más, dejó que sus palabras se abrieran paso en su mente. Durante varios minutos, Edgar observó el frío paisaje que les rodeaba, se impregnó del helado viento que azotaba sus cabellos y dejó que le entrara por los pulmones y le aclarara la mente y los ojos. Inspiró hondo, guardándose las lágrimas.
- Tienes razón –reconoció, finalmente-. Me has demostrado que eres confiable y… Quizá sea hora de probar tu punto –añadió, no sin dificultad-. Me cuesta admitirlo, pero creo que tienes razón. Él arriesgaría lo que hiciese falta para poder volver con nosotros.
Gis sintió aflojarse un enorme peso que llevaba meses instalado en su pecho. Le miró, expectante, con un asomo de sonrisa.
- Entonces… ¿Darás tu consentimiento al tratamiento?
Edgar se mordió el labio, aún dubitativo, pero asintió.
- Cuando volvamos a Londres, hablaré con Regina, a ver qué opina ella. Pero sí, tienes mi apoyo.
Gis le devolvió una amplia sonrisa que le hizo tener esperanzas de que aquello funcionase. Entendió por fin a Tony. Quizá valía la pena arriesgarse a que todo saliese mal, siempre que se pudiese uno rodear de alguien que le daba esperanza.
Era sábado, por lo que Grace, que nunca había sido de madrugar, aprovechó para dormir la mañana. Debía haber entrado ya el mediodía cuando ella sintió que comenzaba a despertar. La habitación estaba completamente iluminada por el sol y ella enterró la cara en la almohada, que aún conservaba el olor de Sirius.
Él se había pasado esa madrugada por su casa, como comenzaba a ser habitual, aunque hacía horas que se había marchado, dejándola ocupar toda la cama, tal y como a ella le gustaba.
Por el momento, preferían mantener su relación en secreto, sin decírselo a nadie y sin ponerle un nombre. ¿Reconciliación? No era algo que hubieran hablado, realmente. Simplemente, habían comenzado a pasar tiempo juntos en las últimas semanas. Ese tiempo había sido casto hasta que, sin planearlo, una noche la cosa llegó a más. Y también la noche siguiente. Y así sucesivamente.
Estaba comenzando a ser habitual que él llegara de madrugada, cuando nadie más estaba despierto, y se marchara antes de que amaneciera. Él no tenía dónde ir, porque había dejado la Academia definitivamente, pero habían pactado tácitamente llevar las cosas con discreción, por lo que siempre abandonaba el piso antes de que saliera el sol. Ya habían dado demasiado que hablar a los demás.
Grace se encontraba en un estado entre el sueño y la vigilia, disfrutando de su aroma varonil, cuando un fuerte golpe contra la ventana la sobresaltó. Un segundo después, estaba en pie, aturdida y despeinada, pero enarbolando su varita. Hasta que no vio la sombra de unas alas, no comprendió que una lechuza se había estampado contra el cristal.
Gruñó mientras la veía desaparecer, camino al ventanal del salón. Con paso enfadado, salió de su habitación y cruzó la amplia estancia.
- Maldito pajarraco, qué susto –gruñó.
En el salón, Rachel cerraba la ventana, tras haberle dado una golosina a la lechuza y recogido la carta que esta traía.
La miró comprensiva y le enseñó el pergamino.
- Han estado llegando toda la mañana –le contó. Y, al ver la expresión de alarma de Grace, añadió-. No es grave, no te preocupes. Son notas de la madre de James, para Lily. Imagino que sobre la boda.
- Pobre Lily… -suspiró Grace, que sabía que su amiga ya estaba muy agobiada con el tema de la boda.
Paseó por el amplio apartamento, sin molestarse en vestirse, muy cómoda con la vieja camiseta que usaba para dormir, y se dejó caer en uno de los taburetes que había frente a la barra americana que separaba el salón de la cocina.
- ¿Qué haces? –preguntó, al ver a Rachel rodeada de cacharros y con el fuego encendido.
- Estoy preparando el desayuno –le explicó ella, como si no fuera obvio-. ¿No te gustaban los huevos revueltos?
Desde que la habían rescatado, Rachel se había quedado a vivir con Lily y con ella. Antes de unirse a la misión de Remus, ella había abandonado su piso. Tras curar sus heridas, ni habían hablado, ya que el tema era bastante delicado, pero no le dieron tampoco opción a marcharse a otro lugar que no fuera con ellas.
Era cierto que Grace le había guardado bastante rencor por lo que le había hecho a Remus, pero todo había quedado olvidado después de que casi la matara toda una colonia de licántropos. Hasta ella tenía sus límites.
- Sí, claro –le contestó, distraída por verla tan arreglada y despejada. Debía llevar horas levantada. Rachel era como Lily, le gustaba madrugar. Pero, a diferencia de esta, en los últimos tiempos no tenía un trabajo al que ir-. ¿Llevas mucho despierta? –preguntó, con cautela.
¿Habría visto a Sirius marcharse? No es que fuera asunto suyo, pero prefería que no fuera consciente de sus idas y venidas. Rachel se giró y la miró. ¿Parecía un poco divertida? Grace no sabía si se estaba imaginando cosas.
- Oh. No he madrugado –dijo, de modo casual-. ¿Por qué lo preguntas?
Le pareció que estaba disfrutando de ello, pero, de nuevo, no sabía si era su imaginación. Rápidamente, puso su expresión neutra en el rostro.
- Nada. Como has dicho que las lechuzas han llegado durante toda la mañana… -aquello no le estaba saliendo bien, así que decidió cambiar de tema-. No tienes que cocinar.
- Es mi modo de agradecerte que me dejes quedarme aquí –dijo Rachel, volviendo su atención a los huevos.
Los terminó de revolver, antes de colocarlos en un plato y ponérselos delante. Grace no se hizo de rogar, y agarró un tenedor al momento.
- Es lo menos que podía hacer –declaró, con la boca llena.
Rachel le pasó también una taza de café y cogió otra para ella misma. La observó durante unos segundos mientras comía en silencio. Grace siempre solía estar de mejor humor tras su dosis diaria de cafeína.
Lily no estaba en casa, pues esa semana trabajaba de noche en San Mungo, y Grace había tenido que madrugar el resto de la semana para ir a la facultad. Así que ese era, realmente, el primer momento tranquilo que pasaban las dos solas desde que había regresado. Había cosas que sabía que tenía que decir, pero las había evitado. Grace no era demasiado de hablar cuando algo le incomodaba, así que tampoco le había presionado. Pero ella sabía que no podía, simplemente, pasarlo por alto.
- Grace, hay algo que quiero decirte –dijo, una vez ella acabó de desayunar.
La rubia dejó de masticar y la miró un poco tensa, lo que puso nerviosa a Rachel. Pensaba que la iba a pillar más relajada. Pero ya era tarde para echarse atrás.
- Sé que las cosas acabaron mal entre nosotras –continuó-. Todo lo que ocurrió entre Remus y yo… Quiero que sepas que comprendo que te pusieras de su parte, me parece la actitud más lógica.
Grace suspiró. Por un momento, creyó que iba a confesarle que había visto a Sirius marcharse esa mañana.
- Rachel…
Se tomó unos segundos para pensar en lo que iba a decir. Había esperado haber pasado por aquello sin necesidad de tener una charla, y creyó que Rachel lo agradecería. Pero estaba claro que su periodo con los licántropos le había dado ganas de enmendarse, además de las nuevas cicatrices que había coleccionado. A ella, sin embargo, le había pillado por sorpresa y no sabía cómo afrontar ese tema.
- Quizá fui injusta contigo. Vale, creo que sí que te comportaste un poco como una zorra –dijo, brutalmente sincera. Al ver la expresión de Rachel se detuvo e intentó ser más suave-. Quiero decir, que odio que le hicieras daño a Remus. Y ya sabes que el tema de los cuernos no lo llevo especialmente bien –Rachel fue a interrumpirla y ella supo que había vuelto a pasarse-. Sí, ya sé que técnicamente Remus y tú ya lo habíais dejado cuando Benjy y tú… Bueno, que no quiero meterme en eso. No voy a fingir que no estoy de parte de Remus, pero quiero que sepas que no te juzgo. Y que sé que no soy nadie para meterme en tu vida.
Eso era real y sincero. Si quería que los demás dejaran de hurgar en sus asuntos, debía actuar en consecuencia y dejar de juzgar lo que cada cual hiciera con su vida. El propio Remus le había pedido que no se pasara con Rachel, ¿quién era ella para entrometerse?
Rachel se quedó unos minutos callada, y Grace tuvo claro que estaba intentando no sentirse ofendida por sus palabras. La verdad era que había sido un poco bruta. Tenía que controlar la influencia de Sirius sobre ella.
- Bueno, puedo entenderlo –dijo Rachel, finalmente, un poco a regañadientes-. Es difícil no involucrarse cuando está sufriendo alguien que te importa.
Grace llegó a preguntarse cuánta de la comprensión de Rachel era real y cuánta se debía a la gratitud que le tenía por haberle dejado vivir en su casa. Sin embargo, como quería pasar el tema cuanto antes, no insistió.
Además, estaba segura de que Rachel sí veía la dificultad de ser imparcial cuando alguien a quien quieres está sufriendo. Ella misma había renunciado a Benjy para marcharse a ayudar a Remus en la misión. No conocía los detalles, pero sí sabía que había pedido expresamente ir con él. Eso significaba que él aún le importaba, ¿no?
- ¿Cómo está tu rodilla? –preguntó, en referencia a la lesión que más le había costado curar.
Rachel agradeció el cambio de tema.
- Mejor –declaró, moviéndola arriba y abajo-. Hestia es fantástica, casi milagrosa.
La nueva sanadora los había puesto a punto a todos a lo largo de esos días y, por supuesto, se había encargado de tratar hasta la más leve herida de Rachel. Era un lujo nuevo contar con manos expertas y profesionales sin el miedo a que se les cayera la coartada. Lily aún estaba aprendiendo y Benjy era un aficionado entusiasta, pero Hestia era una profesional cualificada y dedicada. Era una gran aportación.
- Le salvó la vida a Lily –le recordó Grace, como muestra de su gran habilidad-. Reconozco que tiene un carácter algo peculiar, pero no se puede negar que es muy buena en su trabajo.
Rachel sonrió. El carácter de Hestia era polémico. En el cuartel se dividían entre los que la adoraban y a los que ponía nerviosos, sin medias tintas.
- Lo sé, a mí también me saca algo de quicio con tanta alegría y positivismo –reconoció, aunque con un toque de cariño.
Aunque ambas estaban de acuerdo, a Rachel le producía algo de nostalgia. Su antiguo yo habría adorado la forma de ser de Hestia, con esas ganas perpetuas de sonreír. La mordedura y la guerra le habían amargado por completo su carácter. Quizá el de la mayoría. La culpa no era de Hestia.
- Gis va a adorarla –predijo. Al menos su amiga, pese a todo lo que había vivido, conservaba esa parte de sí misma. Era algo que admiraba de ella-. Siempre cree que nos faltan sonrisas.
- Quizá tenga razón –repuso Grace, pensativamente. Y la mención a su amiga, le recordó su misión-. Puede que vuelvan pronto, ¿sabes?
Rachel la miró, curiosa.
- Ah, ¿sí?
- Contactaron con Alice ayer, y parece que están finiquitando la misión –le informó.
Alice se lo había contado a Sirius, y él a ella. Era algo que les alegraba a todos. Hacía semanas que el grupo se había marchado y, aparte de los riesgos que estaban tomando, les echaban en falta. Estaban en números muy reducidos y en misiones como la de la guarida de licántropos se había notado su ausencia.
- Bien –respondió Rachel, contenta de tener a Gisele de vuelta-. Creo que han estado semanas fuera, y han tenido muchos riesgos. Se merecen descansar.
Eso le hizo plantearse más cosas, ya que ella estaba durmiendo en la habitación de Gis. Cuando esta regresara, ¿qué pasaría? ¿Compartirían la habitación? ¿Gis se plantearía volver con sus suegros, ahora que Tony estaba en San Mungo? Ella no tenía dónde ir. Había dejado su piso antes de marcharse. Y los últimos días los había pasado en casa de Benjy.
Pensar en él también le puso nerviosa. Era algo que había evitado conscientemente. Le había extrañado no encontrarle cuando la rescataron, pero pronto le informaron de su misión. Sabía que, si hubiera estado allí, habría sido el primero en acudir en su ayuda, pese a lo que hubiera pasado entre ellos. Se preguntaba qué pasaría cuando volvieran a encontrarse.
- ¿Te agobia? –le preguntó Grace, interrumpiendo sus pensamientos.
Rachel dio un salto.
- ¿Eh?
- Volver a ver a Benjy –contestó ella, con bastante naturalidad. Rachel sintió que la incomodidad regresaba, pero Grace fue más directa-. Mira, sé que no somos las mejores amigas, pero siempre nos hemos llevado bien. No quiero que sientas que, porque estás en mi casa, tienes que tragarte todo lo que sientes.
Eso había sido muy comprensivo para ser Grace, lo que ella agradeció. Ya estaba demasiado confusa como para volver a ponerse a la defensiva.
- Él y yo acabamos antes de que me fuera –le explicó-. Fue un error, yo… pensé que era el único que podía entenderme. Pero no es verdad. Ninguno podéis. Tendréis muy buenas intenciones, pero no lo entenderíais. Remus siempre lo supo, pero yo era nueva en esto, y me obcequé.
Grace abrió la boca, dispuesta a discutir eso de que no podrían comprenderlos, pero en ese momento la puerta se abrió, dando paso a una agotada Lily. La pelirroja arrastró los pies, vistiendo aún su uniforme verde lima y su cabello recogido en una descuidada trenza apartada a su espalda.
- Qué bien huele –murmuró, con voz cansada.
- Hola Lils –le saludó su mejor amiga, acercándose para ponerle las manos en los hombros y guiar su somnoliento cuerpo hasta la cocina. Lily parecía a punto de derrumbarse-. Hoy has hecho horas extra, ¿no?
- ¿Te apetece desayunar antes de irte a la cama? –le propuso Rachel, girándose hacia la cocina para encender de nuevo los fuegos.
- Por favor –suplicó la pelirroja, dejándose caer en el taburete al lado del que ocupaba Grace y posando la frente en la barra-. Ha sido una noche horrible. Una niña pequeña ha sido poseída y ha matado a sus padres y lo ha intentado con sus abuelos. Es dantesco. Y siguen atacando a muggles, ya no saben dónde colocarlos para que no interactúen con los demás pacientes. No sé cómo lo harán durante mucho tiempo más para ocultar el secreto.
Sin saber cómo consolarla, Grace le pasó una taza de leche sola, fría, como le gustaba a Lily, y le dio una palmadita en la espalda. La pelirroja se incorporó para dar un trago, pero se sintió incómoda al notar que se había sentado encima de algo. Se removió y sacó una chaqueta de cuero de debajo de su trasero, extrañada.
- ¿Qué hace esto aquí? –preguntó-. ¿No es de Sirius?
Alarmada, Grace se la arrancó, consiguiendo que su amiga le mirara extrañada.
- Eh, sí. Puede –improvisó-. Creo que ayer se pasó para preguntar por Rachel.
- Ah, ¿sí? No le vi –repuso la aludida.
Esa vez, Grace estaba segura de que no se había imaginado el tono jocoso.
- Estabas en la ducha –insistió, un poco molesta, no sabía si con ella, o consigo misma por haber sido pillada-. Se marchó enseguida, ya sabes.
- Claro –aceptó Rachel, aunque su tono dejaba claro que no se lo creía. Sin embargo, la mirada de Grace la instó a cambiar de tema. Se volvió hacia la pelirroja, que las miraba entretenida, captando más de lo que ellas creían-. Lily, ¿te apetece tarta de zanahoria para la cena? He pensado en probar la receta de mi padre
Esos días que había permanecido en su casa, Rachel estaba convirtiéndose en toda una cocinitas. Siempre se le había dado bien el arte culinario, especialmente los postres. No en vano, su padre era pastelero. Pero en los últimos días había decidido compensar su falta de ocupación y el que no le dejaran visitarle en San Mungo, para hacer honor a sus recetas.
Lily sonrió ante la mención de la tarta de zanahoria, al tiempo que aceptaba los huevos revueltos que Rachel le tendía. Estaba muerta de hambre.
- Eso me recuerda –repuso Grace, que le pasó el fajo de cartas que Rachel había dejado en la encimera-. Quizá alguna de estas hable de tu tarta nupcial.
Lily se quedó con el tenedor suspendido en el aire, mirando las cartas con horror.
- No puede ser –murmuró.
Grace suspiró.
- Tu suegra está desatada.
De repente, se le había quitado el hambre. Apartó el plato a un lado y volvió a posar la frente contra la encimera, soltando un lastimero sollozo. Sus amigas se apiadaron de ella, pero, al mismo tiempo, otro golpe en la ventana les avisó de la llegada de una nueva carta. Un segundo después, alguien llamó a la puerta.
Mientras Rachel iba hacia la ventana, Grace comprobó quién había llamado. Unos segundos después, volvió acompañada de un sonriente James.
- ¡Hola chicas! –saludó, con su efusividad habitual-. Solo pasaba para asegurarme de que todo estaba bien tras… ¡Lily! ¿Qué ha pasado? ¿Estás herida?
Su actitud jovial cambió de golpe y se lanzó sobre su prometida, rodeándola con los brazos.
- No, estoy bien –murmuró ella, dejándose abrazar y apoyando la cabeza en su pecho-. Solo cansada.
- Otra más –anunció Rachel, enarbolando otra carta. Lily gimió-. Han estado llegando toda la mañana.
Confuso, James recogió la carta, ya que Lily no parecía tener intención de abandonar sus brazos. Entonces, reconoció la letra de su madre y bufó.
- Tengo que encontrar el modo de frenarla.
- No quiero sonar desagradecida –murmuró Lily, con voz cansada-. Tu madre es genial, tan pendiente de todo. Está tan ilusionada… Si mi madre estuviera aquí, estaría igual que ella. Pero, con todo lo que está pasando, esto me está superando.
- Ya le he dicho que me escriba a mí, que tú tienes mucho trabajo –insistió él, frustrado por el nulo caso que le había hecho su madre. Suspiró-. Perdóname.
A duras penas, Lily levantó la cabeza de su pecho y la posó en su frente.
- No, perdóname tú –insistió, enderezándole las gafas, que se le habían torcido-. Sé que ella solo quiere compartir conmigo su ilusión. Y hay cosas que tienen que ser sorpresa para ti. Solo es que estoy agotada, y me agobia la perspectiva de una gran boda.
James la estrechó en sus brazos y le besó la punta de la nariz.
- Siempre podemos fugarnos –le dijo en voz baja-. Mantengo la propuesta.
Lily le sonrió, con los ojos empañados de sueño, pero el corazón abrigado de emoción.
- ¿Y desilusionarlos a todos? –le preguntó, con una graciosa mueca.
- Una escapada romántica, tú y yo, me parece mucho mejor –insistió él-. Nos iríamos a Escocia, una taberna rural, flores, velas…
Lily gimió, encantada con la imagen mental que se le venía a la cabeza. Habían fantaseado recurrentemente con ello en las últimas semanas y la perspectiva se había vuelto más atractiva a medida que su boda crecía y crecía.
- Suena muy, muy bien –aseguró, dándole un pequeño beso en los labios.
James empezó a animarse. Le apartó de la cara los mechones que se le habían saltado de la trenza durante las arduas horas de trabajo, y le masajeó con cariño el cuello.
- Nos ahorraríamos todo el agobio y pasaríamos directamente a la luna de miel –auguró, con una sonrisa pícara.
Le pasó la punta de la lengua por los labios y Lily se colgó más de su cuello.
- Cada vez se ve más tentador –le confesó. Le besó despacio y, cuando se apartó, los ojos le brillaban más, aunque parecía tener menos sueño-. ¿Sabes? Si todo esto es soportable y aún estoy cuerda es porque sé que esto acaba contigo y conmigo yendo a vivir a nuestra propia casa. Solos.
James le frotó la nariz contra la suya.
- Eso lo puedo solucionar enseguida, sin necesidad de una gran boda.
- ¡No me vais a dejar sin ser dama de honor! –gritó Grace.
Ambos pegaron un brinco. Habían olvidado que sus amigas se encontraban en el piso. Estas se habían apartado para darles intimidad, pero Grace no había podido evitar intervenir al ver en qué derivaba la conversación.
James le fulminó con la mirada por cortarles el rollo y Lily se rio, sin muchas ganas.
- Me parece que esa boda ha dejado de ser solo nuestra –anunció. Se giró hacia su prometido y le besó de nuevo-. Tenemos que apretar los dientes y seguir.
- Pues habrá que encontrar nuestros momentos –dijo él.
Acto seguido, la cogió en brazos, haciendo reír a Lily. Ella se agarró a su cuello y le abrazó con fuerza.
- ¿Tenías intención de irte a algún lado ahora? –le preguntó entonces, intencionalmente.
La sonrisa de él le dejó claro lo que pensaba de sus planes anteriores a tenerla en brazos. Cuando se perdieron por la puerta de la habitación de Lily, Grace y Rachel regresaron a la cocina.
- Me parece que el desayuno se va a quedar así –se lamentó Rachel, sintiendo que se perdiera una receta que la estaba enorgulleciendo.
Grace se limitó a silenciar la pared que unía el salón con el cuarto de Lily. Sabía lo que vendría a continuación.
Como cada vez que había un periodo de calma en la Orden, la mayoría de ellos aprovechaba para descansar, tomar aire y reagruparse. Eran pocos, cada vez menos, y la guerra estaba encrudeciéndose. Por eso era tan importante robar momentos a la vida cuando la oscuridad dejaba de apretar, momentáneamente.
Sin embargo, eso era más complicado cuando la seguridad de otros dependía de uno. Y era eso lo que le ocurría a Fabian durante esos días. Tras volver a ser él mismo y recuperarse, pese a seguir aún débil, no podía relajarse todo lo que le hubiera gustado. La realidad era que Remus se había quedado solo e incomunicado. Ya no tenía allí a Rachel para ayudarle, ni contaba con los dispositivos para pedir ayuda por si le atrapaban, porque se los había pasado a James junto a su varita por el miedo a que le registraran.
Había sido inteligente, pero peligroso. No había nada que les pudiera avisar de que su vida en esos momentos pudiera estar corriendo peligro. Fabian era responsable de él, tenía que ponerle solución a aquello.
Pero la realidad era que era un ingeniero terrible. Tras electrocutarse por enésima vez, soltó un exabrupto y tiró el aparato que estaba intentando crear al otro lado de la habitación, donde se estampó contra la pared, lo que le ganó una mirada de reproche de Emmeline, que estaba a un par de metros de lugar donde el cachivache se había estrellado.
Varios de ellos habían ido a pasar la tarde al cuartel, para poner en orden las cosas en ese gélido día, y estaban esparcidos por la habitación, trabajando en un cómodo silencio. A su lado, Marlene levantó la mirada del libro que estaba leyendo y le levantó una ceja, con esa calma que la caracterizaba.
Fabian se encogió un poco y se recostó contra la mesa, frotándose el pelo con ambas manos.
- Soy un desastre con estos cacharros –lamentó-. Ojalá fuera tan listo como tú.
Lo había intentado por horas y, pese a que ella le había ofrecido ayuda, él había intentado sacarlo adelante solo. De todas formas, era una idea absurda, porque Dumbledore le había impedido jugar con la misión de Remus acercándose a la guarida de nuevo para poder darle los nuevos dispositivos. Pero no podía quedarse de brazos cruzados a esperar una noticia fatídica.
Marlene cerró el libro y le sonrió, comprensiva.
- Bueno, quedamos en que yo era la lista y tú el guapo, ¿recuerdas? –bromeó, alargando la mano para acariciarle el pelo.
Él la miró, confundido por sus palabras. No recordaba esa broma ni sabía a qué se refería, lo que Marlene comprendió al ver su expresión.
- Era un chiste que me dijiste hace unos días –le recordó. Pero él mantuvo su misma expresión de extrañeza-. ¿No te acuerdas de nada de lo que ha pasado durante este tiempo?
Fabian pestañeó, intentando recordar.
- Sí, claro. Hay recuerdos borrosos, creo que tienen que ver con los momentos en los que la euforia era demasiado fuerte –explicó. No era de extrañar que sus momentos menos nítidos tenían que ver con las escenas con más intimidad con Marlene, visto así-. Hestia me contó que la maldición funcionaba como una especie de droga alucinógena, que cegaba por momentos.
Marlene le miró con culpabilidad.
- Aún no sé cómo no me di cuenta de que no eras tú mismo –murmuró, mordiéndose el labio-. Sí que te notaba extraño, pero tú decías que era porque casi nos habían matado ese día y que estabas eufórico por la vida, que había que disfrutar cada momento. No me pareció tan mala explicación, y hemos estado tan estresados que casi lo agradecí...
Al ver que su novia se comenzaba a encoger, producto de la culpabilidad, Fabian agarró su mano y le besó los nudillos.
- Bueno, no es del todo malo –le dijo-. Gideon dice que siente que tuviera que haber recibido una maldición para que me relajara un poco. Cree que en los últimos tiempos me he vuelto un amargado.
Marlene se rio en voz baja.
- Tu hermano no tiene remedio –pero volvió a ponerse seria al recordar que el hechizo que ella le había mandado casi le había dejado inconsciente en medio de una peligrosa misión-. Y yo no tengo perdón. ¿Quién me iba a decir que un hechizo tan inofensivo casi te cuesta la vida?
Llevaba días lamentándose de ello, era un tema que no acababan de cerrar por la culpabilidad que sentía. Sin importarle que hubiera más personas en la habitación, Fabian la cogió en brazos y le obligó a sentarse en sus piernas, pese a las protestas silenciosas de Marlene, que se sonrojó al ver las sonrisitas que les dedicaban Frank y Alice.
- Aquí viene mi chica tremenda –bromeó, besándole la cabeza-. Te recuerdo que solo me dejó sin fuerzas, no me dejó al borde de la muerte.
- Sí, pero sin fuerzas mientras estábamos rodeados de licántropos –puntualizó ella, relajándose a su pesar, ya que no podía librarse de su abrazo.
Fabian la estrechó entre sus brazos.
- Eso no podía preverse –después se rio contra su cuello, susurrándole al oído-. Y, por lo poco que recuerdo, he sido un dolor en el culo, así que probablemente me lo gané.
Marlene se tapó la boca con la mano cuando una carcajada se le escapó. Pese a que no había protestado por su actitud más risueña, disfrutaba con volver a tener con ella al Fabian más tranquilo del que se había enamorado. Le dio un beso en la mejilla.
-De todos modos, ¿me perdonas?
Él la miró pícaramente.
- Solo si me das un beso y me ayudas a encontrar un modo más fiable de contactar con Remus antes de que se lo carguen.
Ella le dio un beso rápido y apurado, sabiéndose observada, y se puso de pie de un salto.
- Ahora sí que vuelves a ser tú –se alegró, contenta de tener con ella al Fabian que ponía a los demás por delante de sí mismo.
Aburrida y tras horas sin leer realmente los documentos que Moody le había dejado durante los últimos días, Emmeline alternaba su mirada entre el cacharro destrozado que Fabian había lanzado y a él y Marlene, que habían dejado los arrumacos, pero seguían hablando en voz baja, con esa intimidad que les caracterizaba sin que necesitaran tocarse.
- Emmeline, ¿me oyes? ¿Puedes ayudarme?
Una voz la sobresaltó, y se giró a tiempo de ver a Hestia Jones a punto de caer bajo el peso de un montón de cajas.
Dando un bote, se puso en pie y acudió en su auxilio. Con un golpe de varita hizo levitar las cajas cuya estabilidad peligraba, y agarró dos de ellas para ayudarla a colocarlas sobre una mesa vacía que estaba al lado de la que había usado ella para fingir que trabajaba.
- ¿No usas la magia? –preguntó, al verla conseguir estabilizarse sin echar mano de su varita.
Hestia sonrió, como siempre hacía. De oreja a oreja y con una vitalidad que le ponía nerviosa.
- A veces, es mejor usar directamente las manos –le dijo, risueña.
Emmeline no respondió, pero la ayudó a colocar todas las cajas encima de la mesa. Hestia le sonrió.
- Te he estado llamando desde que he entrado. ¿Tan interesantes son esos documentos, que no me oías?
La joven morena se sintió sonrojar, de manera inexplicable.
- Perdona, estaba distraída.
Algo en la sonrisa cómplice de Hestia le incomodó más aún, por lo que apartó la mirada. Hestia continuó hablando.
- También el ambiente no ayuda- como Emmeline no sabía a qué se refería, no le contestó, pero eso no impidió que la sanadora siguiera con su perorata-. Dumbledore no me dijo que aquí mezclan alegremente el deber con el placer.
Cuando Emmeline la miró, extrañada, vio que su mirada pícara observaba a Marlene pasándole la mano por el pelo a Fabian. Ella se giró también hacia Frank y Alice, pero el matrimonio trabajaba en silencio, sin interactuar entre ellos, y supuso que se refería solo a su amiga y su novio. Sin embargo, como no sabía si Hestia pretendía hacer una crítica y ella no estaba dispuesta a meterse con Marlene, cambió de tema, observando el contenido de las cajas que había traído Hestia.
- ¿Son pociones?
La sanadora cambió la expresión al observar la multitud de frascos que había traído. Más profesional, pero, de nuevo, con esa eterna sonrisa.
- Curativas, sí –le dijo. Le cogió del brazo y la hizo acercarse a ella, lo que incomodó a Emmeline, poco acostumbrada a ese tipo de personas que necesitaba contacto para comunicarse, incluso con meros conocidos.
Suponía que Hestia era del tipo que mostraba fácil afecto por sus compañeros, lo que no dudaba que gustaría a algunos, pero no a ella. Durante toda su vida, Emmeline había rehusado del contacto con los demás. Solo se había sentido cómoda con muy pocas personas en su vida. Y ninguna de ellas era una recién llegada a su vida.
Su compañera no pareció notar su reacción, porque comenzó a explicarse, con un cambio de semblante que Emmeline supo interpretar. Estaba orgullosa.
- Quiero tener un buen surtido a mano en el cuartel ante cualquier imprevisto que pueda surgir. Y pronto os daré un curso rápido para poder atenderos entre vosotros, por si hay una urgencia y yo no puedo escaparme de San Mungo tan rápido como quisiera. Al menos, debéis aprender lo básico. Tengo entendido que, hasta ahora, solo un par de vosotros conocen los primeros auxilios, pero me aseguraré de que todos tengáis las nociones básicas.
Emmeline se quedó impresionada.
- Es una buena idea –murmuró.
La sonrisa de Hestia estalló de nuevo.
- ¡Me alegro de ver algo de buena acogida! Cuando se lo dije a Sirius, se limitó a rodar los ojos.
Emmeline se calló, sin saber qué decir. Podía imaginarse perfectamente la cara de Sirius ante una perorata como la de Hestia. No era el más considerado con aquellos que no eran sus amigos, y él era uno de los pocos que se defendía en sanación, así que consideraría su idea una pérdida de tiempo. Pero ella tampoco era nadie para criticar a un compañero.
Ante su silencio, Hestia la observó.
- Te veo con fuerzas. ¡Me alegra saber que ya estás del todo recuperada!
Ella se quedó algo confusa, y se alejó, con la excusa de recoger los documentos que había fingido leer por horas. Entonces recordó.
- Oh, cierto –murmuró, sentándose de nuevo en su silla-. Dumbledore me dijo que tú fuiste la encargada de cuidarme cuando estuve en San Mungo. Perdona por no haberte dado las gracias antes, no puedo recordar nada de aquella época.
Lo cierto era que tendría que haber tenido la iniciativa de darle las gracias cuando Dumbledore le informó. Había tenido alguna oportunidad en los últimos días. Pero no se había atrevido a ser ella quien iniciara una conversación. Hestia parecía tan feliz como siempre, incapaz de ofenderse por nada. Había algo entre agradable e irritante en ello.
- Tranquila, me lo imaginaba –dijo, sentándose a su lado, sin preguntarle de nuevo. Después, su expresión se tornó más concentrada, mirándole los ojos, analizando sus rasgos-. Conseguimos sacar la magia negra de tu cuerpo y parece que las torturas no te han dejado secuelas. Era un shock psicológico, pero claramente tu mente estaba lejos. A nivel psíquico podría haber sido grave, pero la tortura no duró lo suficiente como para afectarte al cerebro de forma permanente –después, pareció darse cuenta de la seriedad del tema y volvió a su expresión risueña habitual-. Que sepas que fuiste una compañera muy grosera. Me tiré semanas hablando sola. Menos mal que ya tengo práctica.
Emmeline se quedó callada, incómoda. No era buena manteniendo conversaciones sin sentido y el humor de Hestia la dejaba sin palabras. Pero su compañera no pareció percibirlo o, al menos, no le dio importancia.
- No eres muy habladora, ¿eh? Por suerte para las dos, yo ya me he acostumbrado a esa dinámica entre nosotras. Nos llevaremos bien.
Y, sin moverse de su asiento, sin dejarle un espacio libre ni preguntarle, se estiró y acercó la primera de las cajas y comenzó a clasificar las pociones tarareando una canción por lo bajo. Emmeline no pudo volver a concentrarse en el resto de la tarde, aunque tenía que reconocer que tampoco había podido antes. En la otra punta de la habitación, vio que Marlene y Fabian ya iban haciendo progresos en un cachivache que tenía mejor aspecto que el que él había estrellado un rato antes contra la pared. Y, no supo por qué, se sintió inexplicablemente molesta.
Apenas un par de semanas después, a unos días de Navidad, el grupo que había explorado todo Reino Unido en busca de criaturas fantásticas vulnerables regresó a Londres.
Cansados, sin haberse dado una ducha en condiciones en semanas, y con un éxito muy exiguo, el grupo entró en el cuartel con los pies pesados y el ánimo dividido entre los éxitos y los fracasos que habían acaecido en el viaje. Esperaban encontrarse un ambiente muy tranquilo, con, como mucho, unas pocas personas de guardia, pero la realidad fue todo lo contrario.
Repartidos por toda la habitación, casi todos los miembros de la Orden del Fénix se encontraban realizando una especie de actividad que no llegaron a comprender en u primer momento. Parecían repartidos por tareas, unos estaban estirados en el suelo mientras otro compañero se inclinaba sobre ellos, pasando la varita a lo largo de sus cuerpos.
- Ahora, toca realizar el hechizo de análisis general para saber si hay maldiciones ocultas –ordenaba en voz alta una mujer joven, morena y de aspecto jovial, mientras se paseaba entre ellos-. No, Gideon, el movimiento de muñeca es hacia dentro. Verás.
La joven se inclinó contra él y, agarrando la mano de su compañero, le mostró el movimiento de forma correcta.
Al fondo de la habitación, James y Sirius no parecían muy dispuestos a prestar atención y se pasaban el rato burlándose entre ellos y haciendo bromas privadas, lo que estaba distrayendo a Grace y Rachel, que practicaban cerca de ellos y les pedían silencio para poder escuchar las indicaciones de su maestra.
- ¿Qué es esto? –preguntó Edgar a Emmeline, que era quien les había abierto, sin comprender lo que veía, pero reconociendo a la sanadora de su hijo.
Hestia se giró y la sonrisa le iluminó el rostro cuando le reconoció.
- ¡Señor Bones! ¡Qué alegría verle! ¿Ya han regresado? Gisele, ¿qué tal todo? Ah, y tú debes de ser Benjy. Me han hablado de ti, vamos a trabajar muy bien juntos.
Su vitalidad tomó por sorpresa al grupo, que no conseguían mantener el ritmo de su conversación. Al percibir su asombro, Frank se adelantó, solícito.
- Creo que la mayoría no conocéis a nuestra nueva incorporación. Hestia Jones es sanadora en San Mungo. Precisamente, estaba dándonos una clase básica de primeros auxilios.
- Me pareció una buena idea para que estéis preparados ante cualquier eventualidad, antes de poder ser tratados en condiciones en el cuartel –añadió ella, entusiasta.
- Algo muy prudente e inteligente que muchos harían bien en apreciar para no acabar medio muertos de nuevo –comentó Alice, dándoles a James y Sirius una mirada de advertencia.
Ambos se callaron al instante ante su escrutinio, y Hestia soltó una risita divertida por la efectividad de la aurora.
- Os invitaría a uniros, pero seguramente estéis cansados por el viaje y querréis descansar.
Antes de que alguno pudiera responder, la puerta del despacho interior se abrió y Dumbledore salió por ella, seguido de Moody y Elphias Dodge, con quienes había estado reunido la última hora.
- ¡Por fin llegasteis, amigos! Llevamos horas esperándoos –les saludó.
- ¿De verdad? –preguntó Fabian a su gemelo en voz baja, que respondió con un encogimiento de hombros y una sonrisa socarrona.
Dumbledore se adelantó, dando la mano, primero a Edgar y, uno a uno, a todos los demás.
- Por favor, pasad. Descansad. Han sido semanas muy duras –dijo, empujando a Dorcas suavemente del hombro-. Estaréis agotados.
- Lo estamos, pero yo agradecería poder ir a San Mungo a ver a Tony cuanto antes –respondió Edgar-. Estoy seguro de que los demás te pondrán al día sin problema.
- Por supuesto.
Antes de que pudiera moverse, Gisele se puso a su par.
- Yo te acompaño, si no te importa.
Fue una sorpresa general que Edgar no solo no se lo impidiera, si no que le cedió el paso para que se marchara por delante de él. Solo los que habían compartido viaje con ellos compartieron una mirada de comprensión.
- Entonces, ¿objetivo logrado? –preguntó Moody, yendo directo a la cuestión.
Tras unos segundos de desconcierto, Caradoc respondió.
- Sí y no.
Ante la confusión de todos, fue Dorcas quien añadió:
- El parte de la situación requiere mirar la situación de cada especie. No ha sido una victoria completa, pero creemos que les hemos adelantado en varios puntos.
- Valdría para política, no me he enterado de nada de lo que ha dicho –murmuró Gideon, ganándose algunas risas.
Sin unirse a ellas, Dumbledore les invitó a acompañarle dentro de su despacho e instó a los demás a continuar con su trabajo.
- Está bien –repuso Hestia, cuando volvieron a quedarse solos-. Repitamos la última revisión.
- Ya lo tenemos, Hestia. ¿No podemos dejarlo por hoy? –preguntó James, ya cansado de repetir todo el rato lo mismo.
- En realidad, si revisaras a Sirius con el movimiento de muñeca que tienes colocado ahora mismo le saldría un trapo de cinco metros por la boca –le informó esta, divertida-. No es que yo me queje, quizá por fin vuestras compañeras podrían atender en condiciones, pero os aseguro que eso no os salvará la vida si estáis solos en una emergencia real.
Las carcajadas se extendieron por toda la habitación, salvo por el propio Sirius, que rodó los ojos y le dio una patada a su mejor amigo.
- Venga, colocaos –repitió ella-. A la de tres. Uno, dos…
- Bueno, no esperaba que lograrais un triunfo absoluto –repuso Dumbledore, después de que le informaran de forma más pormenorizada-. No me parece sorprendente que los gigantes y los trolls se les unieran, ya los daba por perdidos. Pero ha sido una genialidad lo de los graphorns.
- Obra de Gisele –repuso Caradoc-. Esa chica es fantástica. Asegúrate de que tiene el crédito que merece en el Ministerio, Alastor.
- Te aseguro que me encargaré –respondió este, con sombría satisfacción.
Conocía bien a Bowen, el jefe de Gisele, y este sabía que las actividades de la joven iban más allá de lo que requería el propio Ministerio, pero nunca había preguntado al respecto. Gisele había entrado recomendada y, cada tanto, Moody se interesaba por su evolución, por lo que Bowen no se extrañaba que también éste diera algún reporte positivo sobre ella.
Bowen era un viejo cascarrabias, pero era alguien que valoraba la eficiencia por encima de todo. Si su departamento funcionaba, él no iba a preguntar cómo ni por qué. Era su modo de actuar, y les beneficiaba enormemente.
- Estupendo, pues habéis hecho un buen trabajo –les felicitó Dumbledore-. No dejéis que las pequeñas derrotas os desanimen, habían batallas que ya tenían ganadas de antemano, y conseguiremos contrarrestarlos. Id a casa, descansad, y en unos días volveremos a la carga. Sturgis, quédate un poco, ¿quieres? Elphias y yo queremos que nos cuentes más sobre tu viaje a Brasil.
El joven de pelo pajizo volvió a sentarse, dispuesto a revelar más de lo que había descubierto durantes esos meses fuera. La desaparición de la hija de Caradoc no era, ni en absoluto, lo más acongojante que se había traído de allí.
El resto del grupo estaba recogiendo sus cosas cuando salieron del despacho. Satisfecha por su evolución, Hestia había dado la clase por finalizada, siendo consciente de que el efecto de Alice sobre Sirius y James no duraría mucho más.
- Mañana os enseñaré un par de técnicas más y, por lo pronto, creo que podremos darnos por satisfechos –dijo, entusiasta-. Aunque me gustaría incidir en la importancia de que aprendáis a elaborar las pociones curativas con los mínimos ingredientes. Eso sería positivo. No es mi fuerte, pero puedo encontrar alguna técnica para improvisar un medicamento básico en situaciones extremas.
- Seguro que a Lily no le importa enseñarnos –comentó Grace, sabiendo que su mejor amiga se hubiera prestado a ayuda y, para qué negarlo, con unas pocas ganas de bajar un poco el entusiasmo de Hestia.
- Lily es fantástica en pociones, seguro que está encantada de ayudarte –recalcó Alice, con mucho mejor tono, un poco harta de la actitud de los más jóvenes con la nueva integrante.
Hestia, que no captó la diferencia entre cómo le hablaba cada una o no le importaba, sonrió satisfecha.
- ¡Estupendo! Pues quería comentar algo contigo, Marlene. ¡Ah, Benjy! ¿Puedes venir? Dumbledore insistió en que nos conociéramos bien, ya que tú has sido hasta ahora el encargado de las sanaciones leves.
Éste, que acababa de ver a Rachel al otro lado de la sala, junto a Grace, dio un respingo.
- Eh, sí. ¿Puedo… te importa si antes saludo? –preguntó en voz baja-. Han pasado varias semanas.
Solo recibió una encantadora sonrisa antes de que ella se girara a cuchichear con Marlene.
Inseguro, sintiéndose observado por varios compañeros, Benjy dudó si acercarse, pero, finalmente, las ganas le pudieron. Quería hablar con ella. Hacía semanas que no la veía. Solo había sabido que había regresado durante su viaje de vuelta, y había estado angustiado por si su retorno prematuro había sido por algo grave.
Rachel le miró acercarse y, por un momento, creyó que iba a girarse y darle la espalda. Estaba seguro de que lo había considerado, la conocía lo suficiente como para adivinarlo. Pero, finalmente, le miró y se mantuvo donde estaba. Quizá por la presión de grupo, ya que las miradas de casi todos en la habitación estaban de forma más o menos sutil dirigidas a ellos.
Si las miradas matasen, Benjy sabía que habría caído fulminado al momento. Cuatro pares de ojos, los de Grace, Sirius, James y Peter, le atravesaban sin necesidad de que les mirara para comprobarlo. Lo sentía en cada palmo de su piel. Y no podía reprocharlo, sabía que se lo había ganado.
- Hola –murmuró, cuando llegó hasta Rachel.
Ella le miraba, algo desconfiada, pero una esquina de su boca se elevó imperceptiblemente.
- Hola.
- Edgar y Caradoc me contaron que habías regresado hace apenas un par de horas. No sé mucho, pero me han dicho que tuvieron que sacarte de allí.
- No pasa nada –comentó ella, con voz seca-. No fue nada que no estuviese considerado como posible riesgo.
Benjy la observó, buscando nuevas heridas. Captó un par de cicatrices más, en su cuello especialmente, bajo el grueso collar que siempre llevaba puesto para ocultar su mordedura. Las líneas blancas bajaban ahora hacia su hombro y se perdían en el jersey azul que llevaba puesto bajo la túnica.
- Lamento no haber estado aquí para ayudar –murmuró, apenado.
Rachel se encogió de hombros.
- Ya estuvieron los demás. Y Remus pudo dar la voz de alarma, incluso manteniendo su coartada. La pena es que he dejado de ser útil.
- Pero estás a salvo –repuso él.
Sin embargo, aquello no parecía tener gran importancia para Rachel. Él buscó su mirada, tratando de encontrar algo de esa vieja intimidad que había sido tan confusa e intensa para ellos durante el último año. Pero la mirada de ella era fría, distante.
- Me alegro que vuestra misión fuera bien y que volvierais a salvo. Ya le diré a Gisele que me cuente más detalles cuando vuelva –comentó Rachel, tras unos segundos de silencio.
Un sutil mensaje de que no pensaba tener largas conversaciones con él. Sus últimas charlas aún pesaban entre ellos, las palabras que él había dicho de forma irracional sobre los licántropos, el muro que ella había levantado entre ellos. Había pasado el tiempo, pero no el dolor. Benjy se estaba dando cuenta de lo difícil que sería ponerle remedio a aquello.
- Sí –contestó, tras una pausa bastante larga-. Ya tendremos tiempo de ponernos al día con el trabajo, ahora que ambos estamos de vuelta.
- Parece que no hay mucho estos días –insistió ella, poniendo freno a cualquier intento de él de acercarse.
Él se rindió. No necesitaba un tercer corte para darse cuenta de en qué posición le colocaba Rachel. Ella había acabado con lo que hubiera habido entre ellos. Era turno de él de superarlo. Si podía.
Gisele regresó unas horas después de San Mungo, y acudió directamente al apartamento de Grace y Lily. Cuando llegó, casi parecía que había convocada una fiesta, pues, además de las chicas, se encontró a James, Sirius y Peter allí.
- ¡La magizoologa ha vuelto! –gritó Grace, recibiéndola con un caluroso abrazo.
- ¡Nos alegramos mucho de que ya estés en casa! –le dijo Lily, saludándola con otro abrazo.
Aún llevaba puesta la túnica de San Mungo, de donde acababa de salir, y toda ella olía a pociones medicinales.
- Perdona por el olor. Te he dejado libre la ducha para que te relajes –le cuchicheó al oído.
Gis sonrió. Lily era siempre la más considerada de todos. Tras ella, Rachel la esperaba con una sonrisa y Gis corrió a sus brazos.
- Cuando Caradoc y Edgar nos contaron que habían tenido que rescatarte de emergencia, creí que se me salía el corazón por la boca –dijo contra sus rizos-. Afortunadamente, nos aseguraron que estabas bien. Pero no quisieron decirnos nada durante el viaje porque estaban seguros de que Benjy y yo volveríamos corriendo por ti.
Su mejor amiga le acarició el pelo y negó con la cabeza de forma sutil. Gis lo captó al momento. Nada de mencionar a Benjy.
Sus miradas fueron interrumpidas por el abrazo que James le dedicó, elevándola torpemente por el aire y arrancándole una carcajada. Se alegraba de volver a tener esos atisbos de normalidad con sus viejos amigos.
- Me alegro tanto de veros –dijo, con voz risueña-. ¡Peter! ¿Te has dejado barba?
- Lo intenta –repuso James-. ¿No ves que solo le sale pelusilla? –bromeó, haciéndole cosquillas en la barbilla y ganándose un puñetazo en el brazo de su amigo.
Mientras se reía, Gis vio que Sirius se mantenía algo apartado. Y justo entonces se dio cuenta de que no habían vuelto a hablar desde que ella le había acusado de poner a Regulus por encima de ella, ni después de que éste hubiera muerto.
Ni siquiera había sido consciente de que él había vuelto a la Orden. Parecía haber adelgazado un poco, pero verle allí significaba que había pasado esa etapa de duelo y había regresado con todos ellos.
Sin dudarlo, se dirigió hacia él y alzó los brazos, para darle un abrazo. Su entusiasmo compensó la gran diferencia de altura que había entre ellos, y percibió en su cuerpo el momento en el que Sirius se relajó. Estaba claro que no había sabido qué esperar de ella. Parecía mentira- Como si ella fuese rencorosa, y más con todo lo acontecido.
- Sirius, siento mucho lo de tu hermano –le dijo al oído.
Él apretó el abrazo.
- Gracias –dijo, porque en ese pésame percibió también el perdón hacia él-. Y perdona por…
- No te preocupes –le cortó ella con una sonrisa-. Ya está olvidado.
Él miró por encima del hombro, pero sus amigos seguían a lo suyo, sin prestarles mucha atención. Se inclinó hacia ella, serio, intenso.
- Te juro que te ayudaré a encontrar y ajusticiar a todos los que salen en esa lista. Solo dime qué necesitas, y lo haré.
Gis sonrió.
- No te preocupes por eso. Creo que esta vez no necesitaré ayuda.
Se sentía fuerte. Mucho más de lo que recordaba. Ese viaje le había ayudado a recuperar la confianza en sí misma y en sus capacidades. Durante demasiado tiempo, le habían hecho olvidar quién era, había perdido su voz. Pero ahora había recuperado la confianza de Edgar y de Regina, había conseguido que se arriesgaran por Tony. En un par de días probarían con el tratamiento experimental, tal y como ella insistía.
Había peleado por su marido y había ganado, aún a expensas de lo que ocurriera. Ahora, tocaba luchar por sí misma.
- ¿Seguro que no necesitas mi ayuda? –preguntó él, sonriendo como si pudiera captar por sí mismo la fuerza que latía en su interior.
Gis asintió, satisfecha.
- Sí, creo que por fin sé lo que tengo que hacer –le confesó.
- Ah, ¿sí?
- Lo primero de todo, darme una ducha –anunció, con su habitual risa cantarina.
Recuperar las fuerzas y la confianza perdidas sentaba aún mejor que la ducha y el pijama que estaban esperándole esa noche.
Dos días pasaron, apenas quedaban tres para Navidad, y en San Mungo la tensión se podía cortar con un cuchillo.
Incluso la sonrisa habitual de Hestia se había atemperado, a la expectativa de cómo saldría el tratamiento que ese día le aplicarían a Anthony. Había sido propuesta de ella, así que las consecuencias recaerían en su responsabilidad. Si aquello salía mal, ahora que se había unido a la Orden, no sería un paciente más que no había podido salvar. Sería una mancha en su credibilidad para compañeros cuyas vidas dependían de ella.
Vistiendo su habitual túnica verde, avanzó unos pasos hacia la cama donde estaba postrado Anthony. Al lado de este, los padres de él se veían mortalmente serios. Detrás de ella, Gisele tenía un aspecto enfermizo y parecía estar viviendo los mismos temores que ella. Edgar y Regina habían confiado en ella, la culparían aún más a ella si algo le ocurría a Tony.
Por último, alejado, en la puerta, dando un apoyo silencioso, Dumbledore observaba toda la escena con su imponente presencia.
Hestia suspiró y miró a los Bones, que no apartaban la mirada de su hijo.
- Puede que tardemos unos minutos en ver una reacción.
- Sanadora Jones –habló Regina, interrumpiéndola cuando estaba alzando la varita-. ¿Qué porcentaje de posibilidades hay de que… de que él…?
- Regina –dijo Dumbledore, llamando su atención, antes de que Hestia pudiera volver a explicarle que nada era seguro en un experimento de ese tipo-. Lo único que sabemos es que, siguiendo como hasta ahora, no hay ninguna posibilidad de que Anthony se recupere. Si hay alguna opción de mejora es intentando algo.
Regina contuvo el aliento. Lo habían hablado largamente. Hacía mucho que no veía a Gisele tan segura de algo, y Edgar parecía confiar en ella tras la misión que habían compartido. Aunque él tampoco estaba seguro, habían llegado a la conclusión de que era inmensamente más cruel tener a Tony ahí postrado eternamente, sin intentar que mejorara y dejándole consumirse en esa cama.
Miró a Edgar, cuya pétrea expresión le decía que estaba intentando contener sus sentimientos, y a Gisele, que miraba fijamente a Tony con ojos vidriosos, sin atreverse a devolverle la mirada.
- Está bien –claudicó, dando un paso atrás, para darle espacio a Hestia.
Ella le pidió permiso con la mirada antes de remangarse la túnica y apuntar a Tony con la varita. Su rostro, rígido e inexpresivo, brilló bajo la luz que salía de la punta de esta y se iluminó cuando una burbuja de color amarillo comenzó a rodearle todo el cuerpo.
No eran capaces de reconocer el hechizo que estaba pronunciando Hestia, en un tono tan bajo que era imposible, pero su voz parecía estar entonando una melodía que, de algún modo, calmó los nervios de todos.
Gisele se distrajo y miró a Hestia, que había perdido su sonrisa habitual, y miraba a Tony con una serenidad asombrosa. Era imposible no distraerse con su voz. No habría imaginado jamás que cantaba tan bien.
"¿Por qué estoy pensando en esto ahora?", se reprochó, volviendo la atención a Anthony, y dando un respingo cuando notó que su cuerpo se había elevado un poco sobre la cama.
Hestia dejó de recitar el hechizo y dio un paso atrás, sin apartar la mirada de él. Tony seguía levitando, apenas unos centímetros, y su cuerpo rígido parecía estar totalmente en tensión.
El silencio, sepulcral, duró varios minutos, hasta que Edgar se aclaró torpemente la garganta.
- ¿Cuándo sabremos si ha funcionado? –preguntó, con voz queda.
Pero Hestia no le contestó, pendiente del cuerpo de Anthony. Al verla tan concentrada, Dumbledore dio un paso hacia dentro de la habitación, Gisele la miró extrañada y Regina retorció las manos en su regazo.
Y, de repente, el cuerpo de Anthony cayó de golpe sobre el colchón, mientras él se incorporó, tomando una enorme bocanada de aire.
- ¡Tony! –gritó su madre, dentro de un inmenso sollozo, llevándose las manos a la cara.
Su padre avanzó hacia él, pero Hestia le apartó, inclinándose sobre él para analizarle de cerca.
Los ojos de Anthony parpadearon y Hestia recuperó su sonrisa habitual.
- Funcionó –murmuró en voz baja, sin querer demostrar el alivio que la había embargado.
Esta vez, los Bones la apartaron a ella, lanzándose sobre su hijo. Hestia se movió rápidamente para darles paso y, por el rabillo del ojo, vio que las rodillas de Gis se tambaleaban. Ella y Dumbledore llegaron al mismo tiempo para sujetarla.
- Gracias, Merlín, gracias –susurraba ella, con los ojos llenos de lágrimas.
Una vez la estabilizaron, Dumbledore dio un paso atrás, pero Gis se aferró a Hestia.
- Gracias –le dijo esta vez a ella, atrapándola en un estrecho abrazo que la sanadora agradeció con una pequeña risita.
Durante el poco tiempo que se habían conocido, ambas habían congeniado a la perfección, tal y como había supuesto Rachel. Era difícil encontrar a muchas personas con la capacidad de mantener una sonrisa sincera y la actitud positiva en esos tiempos. La mayoría no eran tan fuertes, se recordó Gis, para tener presente el mérito que suponía. Recuperar la confianza en sí misma, también implicaba recordar eso.
Cuando lo consideró oportuno, y sintió que tenía el control de sus rodillas, se adelantó al otro lado de la cama en la que Edgar y Regina le hablaban a su hijo.
- ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
- Duele todo –respondió él con voz pastosa, pero, no obstante, con una gran sonrisa en el rostro.
- El tratamiento mejorará eso pronto –le prometió Hestia.
Tony giró los ojos y miró a Gis.
- Gracias.
- ¿A mí? –preguntó ella, confusa.
- Lo oía todo –aclaró él, que parecía estar usando todas sus fuerzas para explicarse-. Sabía todo lo que pasaba a mi alrededor. Pero no podía moverme, era tan angustiante. Te oí decir que yo querría probar todo para volver. Tenías razón.
Gis asintió, con un nudo en la garganta. Lo sabía, nunca lo había dudado. Le conocía lo suficiente como para saber que él no querría quedarse acostado, eternamente, sin intentar cualquier cosa para regresar a la vida, aún a riesgo de que la lucha pudiera matarlo.
La sonrisa de Tony se reflejó en la suya y, cuando miró a Edgar, este le dedicó una mirada de agradecimiento que casi le provocó que comenzara a llorar.
Durante un rato, apenas se sintió capaz de decir nada. No hizo falta, los padres de Tony acapararon la conversación, explicándole todo lo que se había perdido, lo mucho que sus hermanos le habían echado de menos. Dumbledore también habló con él, asegurándole que Moody había resuelto todo entre los aurores y que le esperarían lo necesario hasta que estuviera completamente recuperado, igual que la Orden.
Nadie más que ella vio a Hestia deslizarse fuera de la habitación discretamente, pero la mirada de agradecimiento que le lanzó iba de parte de todos.
Al cabo de un rato, ya más calmados y aliviados, los Bones se alejaron con Dumbledore, dispuestos a darles privacidad. A Gis comenzó a dolerle el estómago ante la sonrisa, cada vez más somnolienta, que Tony le estaba dedicando. La reconocía bien. Era como volver a sus tiempos de novios.
- No sabes cómo te agradezco que hayas luchado por mí –dijo, alzando la mano y atrapando un rizo entre sus dedos.
Gis le entrelazó los dedos con los suyos, y giró su palma para darle un tierno beso en ella.
- Pase lo que pase, sigues siendo mi mejor amigo –le dijo, mirándole intensamente a los ojos.
Él asintió.
- ¿Y qué pasará ahora? –le preguntó, temiendo que su declaración tuviera una segunda parte, por el tono en el que había hablado.
Gis titubeó, insegura sobre si dejar el tema para más adelante. Pero Tony parecía fuerte y sereno, y hacía mucho tiempo que ella no se sentía tan valiente. Así que no dudó más en expresar lo que llevaba tiempo rondando dentro de ella.
- Quiero el divorcio.
¡Bombazo para finalizar! Aunque supongo que no pilla de sorpresa a nadie. Anthony y Gis son estupendos, pero funcionan mejor como amigos. Creo que ella realmente nunca estuvo enamorada de él, solo de que nunca la dejó sentirse sola. Él sí de ella, pero las parejas requieren sentimientos por ambas partes. Veremos cómo irán por separado.
Y la conversación de Remus con Greyback la tenía pensada desde hace mucho tiempo. En los libros, parece claro que saben por dónde van las simpatías de Remus y siempre me llamó la atención que pudiera vivir con los licántropos y solo mencionara que Greyback era alguien con quien no se podía discutir. Siempre he pensado que el hecho de que le convirtió y la animadversión que sentía por su padre, lo que le provocaba eran ganas de pasarle al lado oscuro por venganza. Por eso nunca le hizo daño real. Mi teoría, al menos, irá por ahí.
Este capítulo se ha centrado un poco en ver cómo encaja Hestia en el grupo y no he metido mucho a los demás, pero las pinceladas de James y Lily no podían faltar, que les adoro. Y también las alusiones de Grace y Sirius... que se creen ellos que los demás son tontos jeje En el próximo capítulo habrá más de las dos parejas.
Ha habido un par de referencias, muy veladas, a cosas que pasarán en el futuro, pero creo que he sido bastante sutil. Veremos si lo pilláis.
Eva.