Holaaaa ... sé que la mayoría de ustedes no podrán creer que esté actualizando esta historia y los que lo crean, no recordarán de que trataba o, en su defecto, no habrán leído ninguno de los capitulos anteriores pero, es real, estoy actualizando y tengo toda la intención de seguir haciéndolo hasta que la historia este acabada por muy increíble que parezca.

He observado que varios seguidores de esta pagina están (o han) abandonando las historias de Castle desde que la serie terminó y lo considero una pena porque muchas de las historias son geniales y algunas de ellas están incluso siendo interrumpidas por falta de inspiración, seguidores, reviews, visitas o muestras de interés por parte de los lectores. Y eso me hace pensar que pronto no quedará un alma viviente por aquí por lo tanto, y con toda la pena de mi corazón porque habría sido genial que pudiéramos mantener con vida a los personajes que tanto amamos por este medio, en algún momento me veré obligada a desertar yo también pero nunca haría algo así sin terminar antes las historias que alguna vez comencé así que ... aquí lo tienen, un capitulo más de esta historia.

Espero que disfruten la lectura aunque no sea un capitulo especialmente feliz y disculpen los errores de dedo y/o faltas de ortografía, ojalá que no entorpezcan la comprensión


Capítulo XI

Kate abrió los ojos sujetándose el vientre mientras sus ojos se ahogaban en lágrimas y la máquina que controlaba los latidos de su corazón comenzaba a pitar ininterrumpidamente.

-¿Mi bebé? –le preguntó a Lanie girando la cabeza.

-Tranquila él está bien ahora.

-¿Rick? –volvió a preguntar con el rostro inundado y las manos temblorosas.

-Él … necesitaba tomar un poco de aire y el doctor dijo que tardarías dos horas en despertar. Visiblemente unos simples sedantes no pueden doblegar mucho tiempo la voluntad de Kate Beckett. –le respondió, tratando de distender y hacer sonreír a su amiga –Apenas hace cuarenta minutos de eso. Llamaré a Rick y al doctor para que vengan.


En cuanto recibió la llamada de Lanie, Castle se encaminó velozmente hacia el hospital. Gracias a Dios no estaba muy lejos y en menos de tres minutos –contando con que el elevador estuviera esperándolo y no se detuviera en cada planta- se encontraría sosteniendo la mano de Kate.

No se sentía preparado, no sabía cómo iba a lograr tranquilizarla cuando sentía que él mismo moría de miedo y angustia por lo que pudiera pasarle a su bebé. Y no solo eso, su mente lo torturaba incansablemente insistiendo en que todo era su culpa, que si hubiera estado más pendiente de Kate, habría notado esas molestias que el doctor aseguraba que ella llevaba sufriendo varios días; su propio cerebro lo acusaba de ser un mal padre y un mal novio por haber antepuesto la escritura del capítulo con que Gina lo presionaba, a la consulta con el obstetra recalcando que, como consecuencia de ello, ahora se encontraban en esa situación. Si él la hubiera acompañado, si hubiera sabido, nunca le habría permitido estresarse tanto en el trabajo los últimos días, habría hablado con la capitana para que la sacara del caso –aunque eso le asegurase la furia de Beckett cayendo de lleno sobre él-, en cuanto se dio cuenta de que le estaba quitando el sueño y, definitivamente habría vigilado más detenida y concienzudamente sus movimientos –conscientes e inconscientes- y así, con toda certeza habría notado sus malestares y la habría llevado –a la fuerza si era necesario- de inmediato al consultorio.

Castle estaba seguro de que ella no había estado ignorando las señales a propósito, porque no le importara la salud de su bebé, sino que, simplemente, estaba tan metida en el caso que su cerebro no le permitía ninguna distracción, convenciéndola de que aquello no era grave y que, en cuanto atraparan al culpable, iría al hospital a que la revisaran y se quedaría allí en reposo una semana completa si era necesario para la salud de su pequeño. El problema es que esa obsesión por atrapar al culpable, no le permitió caer en la cuenta –y él podría poner su mano en el fuego por que ni siquiera le pasó por la mente, sin temor a equivocarse- de que todas esas pequeñas molestias y manchitas oscuras, eran el preludio de un calvario que Castle esperaba con todo su corazón, que no acabara en tragedia.

Sin apenas ser consciente del trayecto en el elevador y por el pasillo que separaba este de la habitación de Kate, Rick se encontraba frente a la puerta, ansiando encontrarse junto a la cama de la mujer a la que amaba con cada célula de su ser y que sabía sumergida en un mar de angustia en esos momentos pero, al mismo tiempo, muerto de miedo al pensar que no sería capaz de mantener suficientemente a raya su propia congoja como para poder calmarla a ella.

Tras una respiración profunda, se adentró en la estancia en la que, probablemente y con un poco de suerte, pasaría bastante tiempo en los próximos días para encontrarse con una imagen que, dentro de lo que cabía, lo tranquilizó un poco. Era cierto que las lágrimas inundaban los ojos esmeralda de ella y corrían libres por su rostro hasta estrellarse y morir en el cuello de la bata que llevaba puesta, pero no estaba gritando cual histérica, ni su piel poseía la palidez mortecina que el pánico trae consigo, tampoco estaba colorada debido a los posibles problemas respiratorios que suelen acompañar a los sollozos incesantes. Ella solo era incapaz de impedir que las lágrimas escaparan de sus ojos porque, como él –o probablemente bastante más que él- debía estar aterrada; lo cual, teniendo en cuenta la situación actual, podía considerarse un estado de serenidad moderada.


En los escasos cinco minutos transcurridos desde que llamara al doctor y a Castle, Lanie había conseguido sosegar un poco a Kate. Le había enumerado vagamente los cuidados que tendría que tener a partir de ese momento, dejándola entrever que la situación era grave pero evitando en todo momento mencionar las escasas esperanzas de vida con que contaba en esos instantes su bebé.

Kate –que a pesar del miedo conservaba su capacidad de percepción en perfectas condiciones- no tenía ninguna duda de que su amiga solo trataba de mantenerla ocupada hasta que llegara Rick, el doctor, o ambos, y también se daba perfecta cuenta de que no le estaba diciendo toda la verdad. Pero decidió dejarlo pasar, concentrándose en lo que sí le estaba contando. También era consciente de que, en el caso de recibir malas noticias, la única forma posible de que no se derrumbara del todo era teniendo a Castle a su lado por lo que prefirió esperar un poco para descubrir lo que su amiga le ocultaba.

De repente y como si de un sexto sentido se tratase, Kate giró la cabeza en dirección de la entrada, en el preciso momento en que Rick reanudaba su marcha hacia ella tras su observación silenciosa.

El "Rick" que escapó de sus labios podría considerarse más un sollozo que cualquier tipo de exclamación, y el temblor que se apoderó de su labio inferior, hizo que el corazón de él se encogiera al mismo tiempo que –sujetado los brazos que ella le tendía- se sentaba en el borde de la cama, abrazándola fuertemente como si quisiera fundirla con su pecho y así protegerla de todo sufrimiento.

Ese sollozo que escapó con su nombre, no fue sino el primero de otros muchos, los cuales fueron acompañados por un sinfín de gemidos y lamentos, y todo aquello que él había temido encontrarse a su entrada en la habitación. Era increíble cómo ella había logrado mantener a raya sus reacciones –si no sus lágrimas- hasta el momento en que él estuviera a su lado, sosteniéndola fuertemente para parar su caída, y esa confianza , la forma en que la dura Detective Beckett se permitía apoyarse en él para mantenerse en pie en esos momentos difíciles, entibiaba hasta limites insospechados el corazón del escritor, convertido en esos momentos en un trozo de glaciar ante el miedo a que la situación en que su bebé se encontraba no tuviese marcha atrás.

-Lo siento…yo no debí…debería –trataba de decir la detective –viéndose interrumpida repetidamente por sus propios sollozos- con la nariz enterrada en el cuello de él- si no hubiera tenido la intención de abortar en un principio…nada de esto estaría pasando ahora…todo es culpa mía –estalló finalmente aumentando –aunque aquello no pareciese posible- su llanto.

-Ey, ey –dijó él, acunando el rostro de Kate entre sus manos, separándola de su pecho y haciéndola mirarlo a los ojos –no vuelvas a decir eso ¿me oyes? –continuó con el tono firme más dulce de que fue capaz, para luego inclinarse y depositar un beso en la coronilla de ella. –Nada de lo que está pasando es culpa tuya, tú no podías saber que algo así sucedería y, definitivamente, está situación, no tiene nada que ver con las decisiones que pudiste pero decidiste no tomar hace alguna semanas. Te diré lo que vamos a hacer ¿de acuerdo? –preguntó, tratando de evaluar el nivel de atención que ella le estaba prestando, y esperó hasta verla asentir- Vamos a hablar con el doctor, hacerle todas las preguntas que necesitemos hasta que todo quede cristalinamente claro, vamos a seguir sus instrucciones al pie de la letra y vamos a confiar en ti y en nuestro bebé, en que ambos tendrán la fuerza suficiente para salir adelante. Y dentro de unos meses -continuó satisfecho de haber logrado que ella enfocara su mirada y su atención en él-, volveremos la vista atrás y, con nuestro pequeño en los brazos, sonreiremos felices de que todo esto solo haya sido una pesadilla, un momento difícil y angustioso que logramos superar con amor y confianza ¿entendido?

Ella volvió a asentir y él le besó ambos párpados –Hinchados por el llanto- y la volvió a apretar contra sí susurrando un "todo va a salir bien" con el rostro hundido en su cabello.