El cuarto estaba obscuro. Tan obscuro como la propia Scarlett había querido que fuese, decorándolo con ostentación, como toda su casa.
Las ventanas aparecían cubiertas con pesadas cortinas color ciruela y adosadas en color dorado. Aquello era más lujoso que un palacio y Scarlett era una dama que apreciaba profundamente el lujo, pero que no podía cegarse a la idea evidente de que aquello también era demasiado y "demasiado" nunca había sido sinónimo de "elegante".
Es verdad que Ellen habría desaprobado realmente tal conducta y era cierto que Scarlett amaba a su madre y si deseaba la aprobación de alguien en su vida para todo, había sido la de Ellen. Pero también era cierto que, una vez había muerto ésta, una vez su padre se cayera del caballo y se rompiese el cuello, las personas de quienes Scarlett deseaba aprobación, habían desaparecido por completo de la faz de la tierra y el resto de seres en el mundo, incluyendo sus hermanas, su esposo, sus propios hijos y cada uno de los que la rodeaba, no representaban gran interés para ella.
¿Era triste? Sí.
Scarlett ya no tenía a nadie. Rhett se había ido. La había abandonado y probablemente ya ni siquiera fuese su esposo. Rhett tenía innumerables amistades en todas partes de quienes había podido obtener el favor de un divorcio silencioso y ventajoso, de modo que nadie, incluida la propia Scarlett, tenía porqué saber que estaban divorciados si él lo hubiera querido así.
Su pensamiento voló a Melanie.
Mientras se retiraba las ropas mojadas y las echaba a un lado sobre la alfombra, se sentó pesadamente sobre la cama, y se retiró el resto de sus prendas interiores. Cuando al fin estuvo desnuda, rebuscó en su cajonera, de madera de nogal, y se vistió nuevamente con interiores. Sobre éstos, su bata favorita de terciopelo verde esmeralda y vivos dorados, que hacía juego con sus ojos. Todo esto lo hizo rápidamente, acuciada por el frío que sentía calarla hasta los huesos.
Al terminar, descalza, se deslizó pesadamente en la cama y apagó las velas que reposaban, encendidas y goteando, sobre candelabros de plata en su propia mesa de noche. Alejó el candelabro y se concentró en el enorme ventanal que, sin darse cuenta, había dejado a medio abrir.
La luz de la luna bañó su edredón y en su soledad, Scarlett comprendió las palabras que alguna vez aquella anciana vecina en Tara le había dicho, tras la muerte de Gerald.
La fortaleza de una mujer se paga con la soledad.
Melanie en cambio, siempre vio en Scarlett algo distinto, algo que nadie, ni siquiera ella misma, había tenido la facilidad de ver, pero que para Melanie había sido claro desde el momento en que la había conocido.
Y es que Melanie, como Ashley, sabían que Scarlett era vida pura, un ser elemental que no tenía el menor interés de escarbar profundamente en nada, porque no había necesidad para ella, para quien la vida tenía sólo brillo, emociones, blanco o negro. Melanie y Ashley no eran así.
Seres pensantes e introspectivos por naturaleza, se complementaban bien, no porque fuesen de la misma sangre, sino porque habían nacido ya con la predisposición y el gusto por las cosas bellas, por el fondo de éstas y por cuanto de profundidad tenían. Apreciaban todo de un modo que las personas como Scarlett eran incapaces de entender a menos que fuesen forzadas a hacerlo. Y Scarlett se había visto forzada en el momento en que descubrió que en Melanie no sólo había tenido una aliada en los momentos más duros de su existencia, sino una verdadera amiga que habría dado su vida por ella y que lo había demostrado desde muy temprana su relación.
Scarlett lamentaba haberse dado cuenta muy tarde, en el instante mismo en que Melanie había expirado.
¿Cómo es que había confundido la obsesión con verdadero amor?
Sí, alguna vez había amado a Ashley. Pero lo había amado de un modo infantil, porque, incapaz de tenerle, su única opción había sido meterse a sí misma en la cabeza que aquel varonil joven de rubios cabellos, señorial y altivo pero humilde y de nobles sentimientos, la había amado de un modo tan apasionado que nunca se lo había dicho. Como en las novelas rosas que su padre le traía para mantenerla entretenida después de los chismes en Savannah o en Jonesboro después de hacer las compras junto con el capataz.
Y todo eso había prevalecido a través de los años en Scarlett, y la había motivado en cierto sentido a hacer tantas cosas... Tantas cosas que ahora, mirándolas fríamente, parecían no tener sentido alguno.
Ashley en realidad nunca había mostrado estar interesado de modo romántico hacia ella. Es cierto que se acercaba a ella para hacerle comentarios que a menudo Scarlett olvidaba una vez hechos, porque, dicho sea de paso, estaba más preocupada de que sus mejillas estuviesen suficientemente rojas y redondas, su cabello estuviese impecable y su vestido apareciese perfecto. Le preocupaba lo que Ashley opinara de ella, de su indumentaria, de cómo lucía y eso era todo. Ni una sola vez se dio cuenta de las muchas ocasiones en que había, sin darse cuenta, ignorado los comentarios de Ashley sobre las cosas profundas que a él le interesaban, generalmente palabras ajenas a Scarlett que sonaban bellas en labios de Ashley. Palabras sobre poesía, confidencias sobre la vida, sobre sus pensamientos de la guerra y la esclavitud.
Ahora que Scarlett había súbitamente envejecido, que había pasado por duras pruebas que la hacían sentir una anciana, comprendía que todo habría sido tan diferente y sin asomo de complejidad si Ashley la hubiera amado y entonces ella hubiera podido decir "Seamos amigos, es mejor de esa manera", porque su amor no había sido más que una cuestión de orgullo, de poseerle a la fuerza, porque había poseído el amor de quien ella había querido en cuestión de segundos, porque Ashley no había participado de su deseo y su capricho hacia él.
¡Todo habría sido tan distinto porque no habría amado a Rhett!
Pero de eso no estaba tan segura ya.
Suspiró, agotada y sonrió para sí misma, para el enorme ventanal y para la luna que pareció sonreírle un segundo tras éste.
"... Gracias porque este día ha terminado...".
Dos minutos después de cerrar los ojos, Scarlett O'Hara dormía profundamente, aferrada a la almohada, abrazándose a ésta en que, alguna vez, Rhett había posado su cabeza junto a la suya.