A veces se siente más el protagonista de una película o serie de televisión que el afamado escritor de novelas de acción que es en realidad. Y es que desde hace poco más de cuatro años, desde que se topó con ella por casualidad y empezó a seguirla con toda la intención, su vida es un tiovivo de emociones y experiencias que nadie en su sano juicio podría haber imaginado vivirlas, ni siquiera parcialmente. Un azar que podría definirse de juguetón ha ido sirviéndoles escabrosos asesinatos en bandejas engalanadas con maldiciones, vudú, secuestros, tesoros, caza recompensas, drogas o como en esta última ocasión, zombis. Lo cierto es que hace unas horas no daba crédito de la tremenda suerte que había tenido con el caso que iba a ser su última participación como consultor civil con la NYPD. Quería que fuera especial, recordarlo por más tiempo que pasara y por dios que lo ha logrado, aunque sea por razones que nada tenían que ver con su planificada y necesaria partida de la 12.

Kate Beckett. El nombre detrás de una mujer que le quita el hipo y la vida. La única capaz de hacerle pasar en cuestión de segundos del total decaimiento a la euforia más absoluta. O al revés.

Pensando en ella sigue sentado en la misma posición en la que estaba cuando se fue Alexis, abstraído, percatándose de lo cerca que ha estado de acabar con todo. Recordando las puyas, indirectas, frases con doble sentido que se han ido lanzando las últimas horas. Cuando un hecho relevante en tu vida sucede, lo recuerdas. ¿Y si no se está preparado para encarar la verdad? Discursos entrecortados de forma caprichosa con imágenes que recuperan las muchas situaciones cómplices, divertidas, comprometidas y compartidas con Beckett. Recuerdos que vuelven a no doler. Tú tampoco estás nada mal... La próxima vez, que sea sin el tigre... Siempre podemos abrazarnos, Castle… Sé hacer un truco con unos cubitos de hielo… Claro que yo tampoco quiero que te pase nada, Kate. Soy tu compañero, tu amigo. ¿Es eso lo que somos? Tras un buen rato perdido en sí mismo se levanta del sofá con esa tonta sonrisa que se ha perpetuado en su cara desde que ha quedado en verse con ella mañana en la comisaría. ¡Mañana! Los puños cerrados, los brazos doblados a la altura de su cintura acompañados por un ¡Si! rabioso, casi inaudible, son la clara manifestación del éxito interno vivido esta tarde. Y se da cuenta de que podría perfectamente parafrasear a su madre con un "para ser un hombre que se gana la vida con las palabras, te es imposible encontrarlas cuando realmente importa". No puede, por más que se esfuerza francamente le es imposible expresar cómo se siente ahora mismo. Está simplemente… exultante. No puede estar quieto, vibra de pies a cabeza, quiere saltar, apretar a correr, abrazarse a una farola al más puro estilo Gene Kelly mientras grita al cielo y al mundo: "¡Estaba yendo a terapia!". Imaginarse la escena le saca una nueva sonrisa y de su ensimismamiento y decide que ya es momento de lavarse esa cara con la que ha sido capaz de asustar a Alexis, y encandilar a una Kate a la que le ha parecido de lo más favorecedora. Debe ser amor. Debe ser amor se repite cuando un suspiro velado interrumpe sus atropellados pensamientos. De camino al baño del dormitorio, su sonrisa vuelve a ensancharse recordando sus palabras, mientras niego con la cabeza. Rick, Rick,… ya no eres un niño de ocho de años con una nube de azúcar, ahora pareces más bien un quinceañero al que le ha guiñado el ojo su amor imposible. Enfrente del espejo del lavabo, con ambas manos apoyadas a los lados del lavamanos, observa el magnífico trabajo que han hecho en su rostro. Extraordinario, aunque definitivamente no favorecedor. Sin apartar la vista de él, su mente vuelve a viajar a la 12 situándose -cómo no- otra vez frente a la mujer de su vida, de sus sueños y últimamente de sus pesadillas. No sabe las veces que durante la tarde el eco de su voz reconociendo que está casi lista para aceptar todo lo que pasó ese día irrumpe sin pedir permiso en su cabeza. Como un tsunami esta revelación se ha llevado todo resquicio de la desesperación de no sentirse correspondido que le ha acompañado como una pesada losa las últimas semanas, impidiéndole razonar y actuar de manera coherente. Todo lo que pasó. Se le empieza a erizar el bello de nuevo al recordar que ha reconocido en voz alta y frente a él que quiere que esté presente cuando caiga el muro. Y vuelve a revivir el torrente de sensaciones que le ha dejado inmóvil frente a Kate mientras procesaba lo que le estaba queriendo decir. Su imagen se percibe cada vez menos nítida en el espejo a medida que un agradable cosquilleo que anticipa lo que puede suceder cuando entre los dos hagan trizas esa pared decide intensificarse en su estómago. Maldice de pronto el nuevo ataque de pánico que muy inoportunamente se interpone entre su recién estrenado estado de felicidad y el peso de lo vivido en demasiadas ocasiones. Sus dudas, miedos, falta de decisión o quién sabe el qué que impide una y otra vez que un paso adelante no signifique dos atrás. Todo lo que pasó. Las innumerables preguntas que desde hace semanas se amontonan en su cabeza vuelven a reclamar ese protagonismo solo acallado ligeramente con la firme decisión de abandonar su colaboración con la policía de Nueva York. ¿Se refería a su confesión en el cementerio? ¿Caerá realmente pronto ese muro o ha sido su manera de volverle a ilusionar con una relación que no tiene intención de iniciar y todo para que siga acompañándola, agasajándola? ¿Realmente…?

Basta.

Se incorpora decidido, se quita los andrajos que cubren su torso, abre el grifo y se lava la cara y las ideas de manera dedicada hasta que un renovado Richard Castle se aparece frente a él. Esta vez tiene de ser diferente. Será diferente. Se pasa los dedos de su mano derecha por el flequillo, tirándolo hacia atrás, y en su recorrido a su postura natural se frota la incipiente barba. Va a dejarla ahí porque realmente no le queda nada mal. Echa un último vistazo a su reflejo, que le devuelve una sonrisa confiada. Un último guiño al espejo y al caso antes de apagar la luz del baño. Ironías de la vida, porque hoy al más puro estilo Kyle Jennings, vuelve a vivir.