Capítulo nueeeeeeeeeeeeeeevo. Os alegrará saber que este jueves tengo mi último examen y a partir de entonces tendré la cabeza más despejadas y las chapuzas estas serán un poco menos demigrantes, pero bueno. Mientras tanto he hecho lo que he podido :_ en fin, quería agradeceros la espera y la insistencia en que colgase nuevo capi, me alegra saber que a pesar de todo esto sigue teniendo un poco de fuelle xddd. Espero que os guste :D.
5
Verla combatir con el viento en contra era precioso.
Verla era lo más parecido a tener una leyenda viva manifestándose ante sus ojos. Verla era como mirar hacia su propio futuro juntos a través de un periscopio; estirándose, moldeándose y puliéndose con un esfuerzo digno de mérito. Verla le hacía sentir una cálida ola de esperanza inundando su cuerpo de pies a cabeza, porque a su lado lo imposible se quedaba reducido a una mera hipótesis pesimista.
Rick Castle lo ponderó en silencio mientras la observaba hacer los ejercicios de rehabilitación sobre la esterilla azul, en el lado opuesto del porche que daba a una explanada medianamente amplia. Se encontraba a una distancia prudencial de ella, sentado de piernas cruzadas, en contra de lo que ella le había pedido. El escritor había alegado que, ya que tenía finalmente la oportunidad no pensaba dejarla sola, salvo cuando fuera al baño. Y era más una cuestión sobre los límites establecidos por ella que por los de él.
Beckett simplemente suspiró, resignada, pero con una suave sonrisa.
Se había resentido varias veces mientras flexionaba su cuerpo, haciendo hincapié de cintura para arriba y respirando con pesadez mientras cerraba los ojos, y él visualizaba la línea de su mandíbula contraerse con violencia sobre su piel. Castle murmuraba en voz baja, más bien para sí mismo que para la detective, que ella podía con eso y con cualquier cosa que se le pusiera por delante. Kate Beckett volvía a recomponerse, frunciendo el ceño y repitiendo el ejercicio, y él soltaba el aire tranquilo.
Y era algo precioso ver a alguien luchando con esa devoción contra su propia fuerza. Era precioso verla y, al mismo tiempo, ver las cosas tan grandes que producían gestos pequeños como ese, aun contando con experiencias devastadoras que frenarían los pies de cualquiera.
Si alguien alguna vez le preguntase por qué estaba dispuesto en dedicar el resto de su vida literaria al álter ego de aquella mujer, le describiría ese momento con pelos y señales.
—Llevas más de cinco minutos sin hablar. ¿Pretendes marcar una meta personal o algo así, Castle? —musitó, mirándole pícara de reojo. Él se encogió de hombros.
—Tengo buenas vistas.
—Sí, se ve que disfrutas con esto.
—No te imaginas cuánto, detective —bromeó, arqueando una ceja con aire seductor.
Beckett dejó escapar una carcajada fatigada, poniéndose en pie, estirando sus brazos hacia el cielo y flexionando la cintura hacia delante. En mitad del ejercicio, perdió el equilibrio ligeramente, balanceándose sobre sus pies mientras gimoteaba con los ojos cerrados. El escritor se puso en pie de un salto, deslizándose alterado hacia ella. La detective alzó su mano delante de él.
—No.
—Kate, para. Ya has hecho suficiente y vas a acabar haciéndote daño.
—No —repitió, sacudiendo su cabeza, concediéndose algo de tiempo para tomar aire—. Déjame acabar.
—¿Por qué siempre tienes que… demostrar todo? —replicó resoplando, dando un paso más hacia ella—. Alguna vez… —tragó saliva— ¿alguna vez me dejarás ayudarte, Kate?
Se mantuvo en silencio, apoyando sus manos sobre sus rodillas flexionadas, inspirando y espirando aire buscando normalizar el ritmo de su respiración. Torció su cabeza con cuidado hacia Castle, desplegando sus labios con esfuerzo para regalarle una suave sonrisa.
—Sólo… quédate cerca. Quédate a mi lado.
Castle entreabrió sus labios como si estuviera a punto de decir algo, pero optó por limitarse a asentir y mimetizar su expresión, sentándose a su lado, tan cerca que rozaba la esterilla con la punta de sus zapatos.
—Siempre lo estoy —respondió dulcemente, haciendo que la detective le mirase con una frágil veneración que consiguió erizarle el vello.
Y volvió a ver su futuro juntos, inestable, sin esclarecer, trazando su silueta en el horizonte como un boceto; le pareció prometedor sólo por el hecho de presenciar a Kate Beckett entregada en cuerpo y alma a luchar por ello y, a su vez, se presenciaba a sí mismo luchando de su mano, sin predestinar ni definir nada, simplemente dejándose llevar.
Eso ya era mítico.
Gina le había enviado un mensaje recordándole que tenía que terminar de escribir el libro y mandarle el manuscrito de los dos últimos capítulos, así que aprovechando el breve descanso hasta la hora del almuerzo, se sentó en los escalones en los que había estado anteriormente su compañera leyendo, se colocó el portátil en su regazo y dejó rienda suelta a su imaginación.
Se sorprendió a sí mismo cuando revaloró la situación de las semanas anteriores, cuando el simple hecho de vislumbrar el nombre del documento le provocaba dolor de estómago y la tentación de seguir aplazando su trabajo vencía a su escasa fuerza de voluntad para quitárselo de encima; pero en ese momento, sus dedos se movían con autonomía. Las palabras afloraban con una agilidad de la que, si alguna vez fue testigo, no supo reconocer ni valorar hasta ahí, cuando su creatividad brotaba con efervescencia sin ni siquiera pararse a pensar dos veces lo que escribía. Y al retroceder y mirar hacia atrás, sólo para cerciorarse de la coherencia de lo que había puesto, se asombraba del sentido que todo parecía cobrar.
Era lo más parecido a reinventarse a sí mismo.
Estaba tan ensimismado en su tarea, manteniendo sus ojos pegados a la pantalla que no reparó en que la detective estaba detrás de él, acercándose con inocente curiosidad, mirando por encima de su hombro lo que estaba redactando.
—¿Aumenta el Calor?
El escritor se sobresaltó, reconectando con la realidad inmediata, girando su cuello hasta establecer contacto visual con su compañera. Miró su pantalla y volvió a mirar de vuelta a Beckett, observándola sentarse a su lado. Él asintió.
—Me ha venido un golpe de inspiración y he querido aprovecharlo. Además, Gina lleva varias semanas insistiéndome en que lo acabe ya, que los de la editorial quieren dejar de verse con las manos vacías y… bueno —puso sus ojos en blanco, frunciendo sus labios mientras agitaba su mano con aburrimiento— todo ese rollo.
—¿Para cuándo tienes que entregárselo?
—Me han puesto de límite hasta la tercera semana de junio. Pero claro, es bastante relativo. Además, no soy muy fan de las fechas límites.
—Sí, dios no quiera que a Rick Castle se le acabe el procrastinar y trabaje como una persona normal —comentó, con sutil ironía.
—Detective, me ofende sobremanera. Por favor, sea delicada —se llevó la mano al pecho, presionándolo con melodramatismo mientras se balanceaba de un lado a otro con el ceño fruncido. Ella dejó escapar una carcajada.
—Y dime… —se acercó a él sugerente, asomando su cabeza por debajo de la barbilla del novelista, intentando tener un mejor ángulo de la pantalla— ¿algo que puedas adelantarme?
—Ah, no —plegó la pantalla de su portátil—. Lo siento, Beckett. Es secreto profesional.
—Por favor, Castle. Soy la inspiración, ¿no crees que merezco un pequeño incentivo?
—Guau, Katherine Beckett predicándome por un poco de miga argumental. Pero no es que seas una fan ni nada —ella lo escrutó suspicaz—. Está bien, está bien. A ver…
Rick Castle se rascó suavemente el mentón, mirando hacia el cielo pensativo. Tras un breve momento, volvió su vista a la detective con una sonrisa sugestiva.
—Nikki y Rook se acuestan múltiples veces.
—Dios, Castle —resopló, apretando sus labios en un esfuerzo de reprimir su sonrisa.
—Es verdad. Es más, hay una escena en la que juegan a algo parecido al Strip poker, pero…
—Vale, ya está —le interrumpió, levantándose alterada—. Dice mi padre que espera que te guste el solomillo con puré de patatas —dijo, dirigiéndose al interior de la casa.
—El final te será familiar.
Beckett se detuvo frente al umbral de la puerta, dándose media vuelta, observándole con precaución. Entreabrió la boca, la cerró, sacudió la cabeza; él torció su cuello hasta tener una mejor imagen de ella.
—¿Familiar?
—Familiar.
La vio tragar saliva, agachar su mirada, desde su posición podía percibir la creciente tensión que comenzaba a agarrotar sus músculos.
—¿Me voy a arrepentir de leerlo? —preguntó, insegura. Él se encogió de hombros.
—Espero que no.
—¿Esperas que no?
—Yo no me arrepiento de haberlo escrito.
La detective agitó su cabeza de arriba abajo lentamente, con los labios fruncidos, ponderando la situación. Había algo en ella que inquietaba al escritor, así que decidió despejar cualquier duda que pudiera surgir dentro de él.
—¿Confiarás en mí, Beckett?
Ella le sonrió de medio lado, mordiéndose el labio inferior y giró sobre sí misma para entrar en la cabaña. Antes de desaparecer, le dijo a su compañero:
—Sigue haciendo tu trabajo, Mono escritor.
Eso le bastó para seguir escribiendo.
Al caer la noche, Castle aprovechó para darse una ducha rápida. El agua tibia caía sobre sus hombros como un soplo de aire fresco, ayudándole a familiarizarse un poco más con el entorno en el que ahora se encontraba. Si bien los Beckett le habían recibido prácticamente con los brazos abiertos, seguía estando lejos de lo que él llamaba hogar, echando de menos ligeramente el respaldo que le proporcionaban su madre y su hija. No es que meterse lentamente en la vida de su compañera fuera como adentrarse en el bosque oscuro, pero por alguna razón, se sentía desnudo emocionalmente delante de ella.
Para alguien que lleva la mitad su vida dedicado en cuerpo y alma a esconderse detrás de lo que la estrategia de marketing de turno sugería, era básicamente bajarse los pantalones y dejarse con el culo al aire esperando a ser azotado voluntariamente. Quería esto, sí, pero también quería protección.
Se preguntó si, por una vez, ambas podrían dejar de ser mutuamente exclusivas. Luego sopesó la otra cara de la moneda; a lo mejor no era cuestión de mutualidad exclusiva, sino de mecanismos de auto–defensa mal establecidos. A lo mejor lo principal era dejar de ir por la vida con una posición defensiva.
Cuando hubo terminado, salió al exterior mientras se peinaba con pereza usando sus dedos, revolviéndose el flequillo. Se había levantado una brisa agradable en el ambiente; ese aire veraniego que olía a césped recién regado y resina. Vislumbró a Beckett tumbada sobre la hierba de la explanada que había detrás de la cabaña, un brazo bajo su cabeza y el otro sobre su estómago, contemplando el cielo. Él se acercó a ella, sentándose a su lado.
—Una noche bonita —comentó, capturando su atención.
—Me gustan las noches así, cuando no hace ni frío ni calor y el cielo está despejado —volvió a desviar su mirada hacia arriba—. En Nueva York no tienes estas vistas.
—No, la verdad es que no. Es lo que me gusta de los Hamptons, la íntima iluminación —estiró su cuello, uniéndose a su compañera—. Y lo que más suelo echar de menos cuando me voy. ¿Sabes? Algún día deberías…
Cerró su boca, recordando lo que les pasó hace un año. Tragó saliva, mirando de reojo a Beckett, que comenzó a agitar sus piernas con inquietud.
Había sido un tema tabú para ellos. Cada vez que alguien sacaba el tema del verano pasado ellos miraban hacia otro lado, rascándose la nuca, revolviéndose el pelo, abstrayéndose de la conversación tanto tiempo como les pudiera permitir la conveniencia social. Para ellos, el verano del 2010 se traba de una venenosa laguna temporal. Un capítulo borroso que preferían saltarse. Si tuvieran el calendario de dicho año a mano, arrancarían junio, julio y agosto y tirarían esas páginas a la basura.
Nadie quiere abrir la caja de pandora cuando sabe que sus secretos están ahí metidos. Ya no era una cuestión de valentía, sino de insensatez.
Ante el ambiente enrarecido que había empezado a materializarse alrededor de ellos, el escritor reaccionó cambiando de tema:
—Oye, ¿no hacéis hogueras aquí por la noche? —Beckett lo miró con el ceño fruncido— Sí, ya sabes. Hacer una hoguera, cantar alrededor de ellas, tostar malvaviscos…
—Oh, sí. Claro que sí, Castle. Espera, ahora voy dentro y saco una guitarra y una pandereta, al más puro estilo country —respondió, empapando su voz en ironía.
—Eh, yo lo haría. El panorama invita a ello —la detective irguió su cuerpo, quedándose sentada.
—Pensaba que nunca habías sido un boy scout.
—Y no lo he sido, pero nunca es tarde —se encogió de hombros, torciendo su cabeza con una sonrisa inocente. Ella se rio suavemente.
La detective cerró sus ojos, elevando su barbilla e inspirando aire largamente, inflando su pecho. El pacífico viento estival le acariciaba el cabello, ondeando sus mechones con delicadeza. Parecía sana. Parecía feliz.
Un ligero rubor se diseminó por las mejillas y el estómago de su compañero
—Es curioso —soltó su compañera.
—¿El qué? —inquirió, torciendo su cabeza hacia ella. Beckett abrió los ojos, manteniendo su vista en el cielo oscuro.
—Cuando estoy en Nueva York esto es lo que más suelo echar de menos, las noches en las que sólo se oye el aire chocando contra las ramas de los árboles, las hojas agitándose, el sonido de los grillos… Los primeros días son una bendición; te tumbas aquí, cierras los ojos, desconectas y te dejas llevar. Todo parece idílico durante la primera semana, desahogándote poco a poco en mitad de ese viaje introspectivo. Luego me vuelvo a acordar de por qué soy una chica de ciudad.
La detective encogió sus rodillas, apretándolas contra su pecho mientras las envolvía entre sus brazos. Tragó saliva, tomándose un poco de tiempo antes de continuar. Castle escuchó atento:
—A partir de la segunda semana se reduce sólo a esto —ondeó su mano en el aire señalando el bosque que se erigía ante ellos—, nada más. Hay días en los que no me importa, ¿sabes? Días en los que puedo vivir con ello. Pero también hay otros días en los que el viaje introspectivo va más allá, y noches como esta se convierten en un infierno personal, oyendo a los grillos y pensando: esto es todo lo que tengo. Estar aquí encerrada esperando a que se obre el milagro temporal y al día siguiente me levante y ya sea septiembre, y pueda volver a llevar una vida normal. Pero no será normal. Nunca será normal —su voz se entrecortó, ella suspiró y se llevó una mano al hueco que había entre sus pechos, frotándoselo suavemente con sus dedos índice y corazón. El escritor se estremeció ligeramente—, y es frustrante que lo que te hace tener apego a un sitio como éste; el retiro espiritual y todas esas chorradas, sea lo que haga precipitarte hacia el vacío. Pero ¿sabes qué es lo peor? Darme cuenta de que estoy sola.
Castle contuvo el aire rezando para que aquello sirviera para aliviar un poco el nudo que se le había formado en la garganta. La mandíbula le temblaba al buscar algo que decirle a su compañera; algo consistente, algo trascendental. Algo que pudiera marcar la diferencia entre aquel día y el anterior, aunque fuera nimia. Ella apartó los ojos del cielo y los dirigió al novelista, que se agitaba inseguro. No parecía esperar algo a cambio, y bien se sabía que Kate Beckett no era de esas personas que buscaban una palmadita en la espalda tras un momento de desolación.
Optó por ser él mismo. Ella había hablado con desnuda sinceridad y el corazón en la mano, lo justo sería hacer lo mismo.
—Llevar una vida normal, ¿eh? Eso está sobrevalorado. Mírame a mí.
—Lo sé —se encogió de hombros—, es algo que uso como consuelo.
—Pero detective —abrió su boca, fingiendo dolor—, tenga cuidado, soy de voluntad frágil.
Ella soltó una carcajada, cosa que fue música para sus oídos tras haberla visto tocando fondo. Beckett golpeó el hombro del escritor con el suyo suavemente, apoyándose en él con precaución, y él la dejó apoyarse. Después decidió continuar.
—¿Y... hoy qué día es? —se aventuró, precavido.
Con una dulce fiabilidad que nunca había visto, posó su mano sobre la de él, envolviendo el dorso con sus finos dedos. Una vibrante oleada sacudió su cuerpo, haciéndole entrecerrar sus ojos.
—El día en el que por fin siento que camino hacia delante —la detective apretó su mano—. Y eso es lo curioso, que después de casi una semana evitando esto, ésta parece una de esas noches que echaré de menos cuando me vaya.
Beckett lo dijo con una voz tan firme que sonaba como una ley inmutable, y a Castle sólo le bastó con mirarla a los ojos para comprobar la fuerza que había adquirido en comparación a lo que había presenciado días atrás al otro lado del teléfono. Quizá esa no fuera la mejor versión de su compañera, pero era una que miraba de frente hacia su futuro sin pestañear.
Y, de momento, era suficiente.
—No estás sola, Kate. Puede que te sientas sola, pero no estás sola. Nunca has estado sola.
—Lo sé. Supongo que… —se relamió los labios, sin romper contacto visual con el escritor. Éste deslizó su mano bajo la de su compañera, sintiendo sus palmas acariciarse y entrelazando con timidez sus dedos— por fin me he dado cuenta.