Disclaimer: Personajes y lugares pertenecen a Tolkien® y al que le correspondan las patentes de sus libros.
"Este fic participa en el Reto #08: "La frase de la inspiración" del foro "Cuando los hobbits descubrieron internet".
Disfruten.
Queonda.
Lo había notado agitado, exaltado desde que lo había visto entrar, con su típico aire de tranquilidad y sabiduría casi extinto. Algo en él no estaba bien, lo supe con sólo escuchar el golpeteo en mi puerta de entrada de madera verde musgo. Su toque calmado había desaparecido, casi habría creído que se trataba de uno de los jóvenes primos de mi sobrino.
Me saludó con fulgor y corrió a descansar sus pies sobre el sillón más espacioso que ocupaba una de mis salas de estar más frescas. La tarde calurosa de verano que se vivía en esas fechas no era lo acostumbrado para los de su raza. Aun cuando le serví algo fresco para beber, la energía de su cuerpo no hizo más que acrecentarse. No me dejó tiempo para formalidades, abrió su boca y comenzó a largar frases casi sin control mientras yo servía el té de las cuatro con algunos bocadillos para la ocasión. A penas me hube sentado, él acabó de relatar los sucesos de Erebor y los reinos aledaños.
Exhaló, cansado. Aun así, su sonrisa no se esfumaba.
—¿A qué se debe tu visita?— le pregunté, intentando no sonar muy rudo. Me había interrumpido en plena lectura, aunque no quisiera admitirlo.
Se deshizo de su capa y aclaró su voz.—Hemos recibido noticias de enanos que han estado vigilando el linde oeste de las Montañas Nubladas, específicamente donde aún se encuentra una de las edificaciones más importantes de los de nuestra especie. – Un brillo iluminó sus ojos. Yo sabía a qué lugar se refería, había leído algo sobre el tema algunos años antes con poco interés, debo admitir. –Las Minas de Moria. Parece que la actividad en ese lugar ha cesado.
—¡Excelente!— exclamé, sin entender a qué punto quería llegar.— ¿Té?— le ofrecí.
—Esas son buenas noticias— prosiguió, ignorando mi proposición— Las tropas de orcos deben de haber disminuido, la gran horda de orcos que solían ocupar ese territorio debe haber disminuido. ¿Sabes lo que significa, Bilbo?— me preguntó. Lo miré, completamente desconcertado. Algo en él no me estaba gustando, no pude descifrar si era su semblante o algo más. Me daba mala espina, le presté más atención.— ¡Podemos volver y levantarnos en armas contra los enemigos restantes! Imagínate, sería como recuperar la Comarca de las manos de unos orcos aprovechados.
Sinceramente, no podía imaginarlo. Ni creía que fuera algo plausible, algo que alguna vez fuera a suceder. Lo observé cerrar sus puños, una sonrisa de lado a lado dibujada bajo su barba blanca, espesa y trenzada.
No respondí. Sólo lo observé por encima de la taza de té sobre mis labios, tomándome el tiempo de analizar lo que eso significaría. Él era un gran amigo, pero las historias que había leído sobre ese lugar eran aterradoras, protagonizadas por un monstruo de poderes inimaginables. Temí por lo que pudiera pasarle al querido enano. Sin embargo, mi boca no pronunció palabra alguna. Bajé lentamente la taza, ante la mirada expectante, casi perdida, de mi compañero.
—Sé de qué hablas. Pero, ¿Has pensado en los riesgos? ¿Qué tal si ese lugar no es como crees?
—Por eso he venido.— me respondió. Sabía que algo se avecinaba, pero no pude haber concebido en mi mente lo que seguía.— Tienes que acompañarnos.
Pueden imaginar mi rostro al escuchar eso. Estaba completamente atónito. ¿Yo? ¿En otra aventura? Era cierto que yo había adquirido un gusto por las aventuras, pero…
—¿Pero no es acaso…?—
—¿…Un lugar peligroso?— terminó mi frase.— No sabemos lo que podemos encontrar allí, deberíamos ser tan sigilosos y pequeños como un Mediano para lograr investigar si el lugar en verdad está casi desolado. Además, tú tienes esa habilidad especial que…— y su voz calló, dándome a entender a lo que se refería.
Reflexivamente, toqué el bolsillo izquierdo de mi chaleco, mis ojos abiertos en su esplendor. Un extraño dolor se apoderó de mi cuerpo, pero fue algo pasajero. Algo me obligaba a retraerme, a no aceptar esa propuesta. Era arriesgada, sí. Pero una nueva aventura no vendría mal.
De pronto, mi pequeño sobrino Frodo ingresó a la casa, saludando cordial y formalmente al enano para luego seguir su camino hasta su cuarto. Entonces fue cuando la cruda verdad cayó como peso muerto sobre mis hombros: las cosas ya no eran como antes. Seguí con la mirada al joven Bolsón hasta perderlo de vista.
—No puedo hacerlo. Ya he elegido mis propias ataduras.
El semblante del otro cambió, sus ojos demostraban furia. —¿Por él? ¡Que sea fuerte! Sabrá cuidarse solo, aún estará aquí cuando regreses.— No acoté una palabra. Él no creería la historia de ese pequeño.— ¿Acaso no lo ves? La fortuna y el honor de mi pueblo están casi al alcance de la mano. Sin ti se perderán muchas vidas, no puedes negarnos.
Lo miré directamente a los ojos. –Ya he tomado mi decisión, maese Balin. Y tampoco creo que tú y los demás enanos deban partir hacia ese lugar, será su sentencia de muerte. – Se levantó de su asiento, acercándose peligrosamente a mí. Permanecí firme, aunque lentamente comencé a hundir mi cuerpo en el sillón en el que estaba sentado.
—¿Elegirás tu cómoda choza por encima de la vida de los de nuestra raza?
Pues, si lo ponía de esa manera…—No es eso. Es sólo que…
—¡Nunca creí que un hobbit tan honrado pudiera ser tan egoísta!
—¡No tienes por qué gritarme!— exclamé, algo aterrado. Pero mi decisión estaba tomada.— ¡Pueden hacerlo sin mí!
La oscuridad se cernió sobre su semblante. Y lo recordé: Balin me observaba con la misma mirada que me había propinado Thorin Escudo de Roble en Erebor, cubierto por el oro de su pueblo y la maldición del dragón corriendo por sus venas.
— ¡No todo es tan sencillo, Bilbo!— exclamó él, en un ataque de rabia repentino. Reaccioné escondiéndome detrás de mis brazos, aun sosteniendo la taza en mis manos — No es como tener un anillito mágico que te desaparece para ya ganar la batalla. Cualquier tonto lo logra así. Esto es una guerra verdadera, nunca podrías siquiera intentar comprenderlo. ¡Eres un hobbit, por el amor de todos los enanos! Simple y aburrido, sin nada más que ofrecer que una hogaza de pan y un saludo de buenos días.
Auch.
Ambos permanecimos en el lugar, respirando agitadamente. Estaba acostumbrado a cualquier clase de chisme o defenestración de mi apellido alguna vez noble. Pero él había sido tan seco, tan… sincero. Balin nunca pensó que sus palabras hirieran tanto como un arma. Ni yo lo había hecho.
Luego de todo lo que había hecho por él, luego de arriesgar mi pellejo y mi honor… ¿tan inútil creía él que yo era?
No dejé que lágrimas escaparan de mis ojos. El rechazo de un amigo era algo con lo que nunca había creído llegar a lidiar. Nunca creí que los corazones rotos pudieran venir de amistades de tal clase. Pero supe que no era él el que hablaba; lo vi en su rostro mientras gritaba. Su corazón se había corrompido por la vanidad y la avaricia. Al igual que con el Rey Bajo la Montaña.
Corrí mi rostro hacia un lado, separando nuestras miradas. Intercalando mis ojos entre la mesa de café y el suelo de madera, esperé a que él se alejara. Fúrico y cegado, tomó su capa y se abalanzó sobre la puerta, cerrándola estrepitosamente detrás de sí.
Me levanté y llevé las cosas a la cocina. Aún serio, lavé los utensilios lenta y pensativamente. Una lánguida y solitaria lágrima se deslizó por mis abultadas mejillas.
Al terminar, pasé mis dedos por mi cabello, todavía algo alterado. Pero es hasta hoy que creo que he tomado la decisión correcta, y es lo que veo cada vez que Frodo me sonríe. Quizás aún esté esperando que él vuelva, disculpándose por lo ocurrido; quizás no lo hago. Pero sé que no lo volveré a ver.
Desearía no tener esa certeza.
Frase: Nunca pensó que sus palabras hirieran tanto como un arma. Palabras: 1325.