Siempre imaginé cómo hubiera podido ser su historia si a Kate no le hubieran entrado las prisas por esconderse en su habitación. Se ha escrito mucho sobre el 3x22, pero no por ello he querido dejar de compartir con vosotros mi versión. Disfrutadlo.


Una de las ventajas de ser escritor es sin duda la flexibilidad de horarios. Si además eres un carismático novelista superventas, tienes que sumarle el hecho de que se vive bien. Muy bien, para ser exactos. Y no vamos a dar detalles de cómo se divierte ese reputado autor si es guapo, simpático y no tiene pareja. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y a veces –no muchas- resulta que el codiciado soltero está perdidamente enamorado de una inspiradora mujer policía que no le hace demasiado caso, entre otras cosas, porque sale con alguien.

Si estás en esta situación entonces no tienes otra cosa que hacer que esperar pacientemente a que la musa que te tiene embelesado quiera irse a la otra punta del país a investigar un caso personal por su cuenta. Será momento de aprovechar la oportunidad para reservar un par de billetes de primera clase e invitarla a tomar champán contigo las casi 6 horas de vuelo que separan N.Y. de L.A., confiando en que esta vez sí se dará cuenta de que estás ahí.

Llegados a este punto y en el caso que te sientas optimista y quieras ir más allá, podrías pensar en acercarla a su hotel en... pongamos un Ferrari o, ¿por qué no? Invitarla a compartir suite contigo. No importa que sea de dos habitaciones. Hay que tener grandes aspiraciones.

Pero para conseguir que el plan perfecto no solo sean unas líneas en algún guión de televisión de Alexi Hasley, se debe tener algo más que mucha cara, tiempo y dinero. Es necesario ser muy persuasivo y tremendamente imaginativo. Tanto como lo es Richard Castle, y tener además a su fuente de inspiración tan conquistada como ningún novio habría sospechado. Aunque quizás sería más correcto decir que ningún novio habría querido admitir.

Kate Beckett, había atravesado el país en busca de justicia, acompañada como siempre del que se autodenominaba su refuerzo. Y es que como le aseguró a varias millas sobre tierra, no importaba no tener jurisdicción, ir de incógnito era su especialidad. Agarrando sonriente un bolígrafo entre los dientes, recordaba lo discreta que había sido su llegada al hotel en el deportivo rojo que había alquilado en el aeropuerto. Entre cojines, con ropa cómoda, repasaba las notas del caso de Mike Royce que la había obligado a cogerse unos días de vacaciones y viajar precipitadamente a California. De vez en cuando, entre garabatos, buscaba con la mirada a Castle que paseaba con el teléfono inalámbrico por el salón pidiendo que le subieran a su suite la cena para dos.

-Tendríamos que haber ido a cenar a Spago- aún sin proponérselo, parecía que le recriminara el haberle sugerido cancelar la reserva.

-Entre la paliza del viaje y la diferencia horaria estoy muerta. No me lo eches en cara… Ya lo habíamos hablado, ¿no? ¿Qué te han dicho? -le preguntaba mientras él dejaba el teléfono en el terminal.

-Oye, que a mí también me parece bien que nos quedemos. Créeme. Me dicen que van a tardar una media hora en traernos la cena. Se ve que todo el mundo ha pensado en utilizar el servicio de habitaciones a la misma hora y eso que es pronto -le explicaba mientras se dirigía al minibar -¿Te apetece una cerveza y unos cacaos mientras hacemos tiempo? -preguntaba incorporándose con dos Beck's en la mano -¿con o sin vaso?

-Sin está bien- dejaba los papeles al lado para coger una de las cervezas. Aguantándola, Castle se la abría con una mano.

-Voy a por los cacaos -volvía hacia el mueble bar tras dejar su cerveza, también abierta, sobre la mesita.

-Desde esta tarde tengo pensamientos perturbadores contigo... -Rick se giraba subiendo una ceja entre sorprendido y divertido. -No te hagas ilusiones, Castle. He dicho perturbadores. Tú, disfrazado de Gene Simmons es algo que me cuesta de imaginar. Incluso de aceptar -le daba un buen trago a su cerveza mientras esperaba la réplica que sin duda iba a recibir.

-¿Perturbador? ¡Ja! Ya te digo yo que hubo más de una y más de tres que no lo encontraron para nada como sugieres. Ni te imaginas lo que triunfé ese Halloween. No sé si por mi estupendo maquillaje, por el atuendo en general que me quedaba mejor que bien o... por ir todo el día con la lengua fuera -se acariciaba el mentón como si quisiera descifrar un gran enigma. -Ahora que sacas el tema, ¿y qué hay de ti? ¿Tienes fotos? -subía ambas cejas, travieso.

-Aunque las tuviera, ni en sueños te las dejaba ver- dejaba claro mientras Rick tomaba asiento a su lado en el sofá.

-Ya sabes que en mis sueños ni te enfadas ni vas disfrazada… Al menos de Gene Simmons, porque de enfermera guarri...

-¡Castle! No sigas por ahí -le golpeaba la rodilla que tocaba más a ella.

-A veces eres muy aburrida ¿Sabes?- se incorporaba falsamente ofendido para coger un puñado de cacaos con una de las manos -Hemos tenido suerte de que no se les hayan acabado las hamburguesas. Ya sé que no es precisamente una cena de alto postín pero ya que nos quedamos en el hotel, quería que las probaras. No tienen nada que envidiar a las de Remy's. La última vez que estuve aquí quedé absolutamente fascinado.

-¿Hablas de las hamburguesas o de la supermodelo del champán y los masajes?

-Muy graciosa, Inspectora. Hablo de la sup... De las hamburguesas, por supuesto- cualquier tontería valía para que ella esbozara su increíble sonrisa.

Llegó la cena, pasó el hambre, siguieron las risas, desapareció el cansancio, brindaron por el futuro, recordaron historias. Sus historias. Sus inicios. Sus mentores.

-Me sentía intimidada por él cuando le conocí. Escuchaba todo lo que decía y después descubrí que se inventaba historias para tomarme el pelo -ambos se rieron. Beckett se perdía en sus recuerdos sentada de lado en el sofá encarando a Castle -no puedo creerme que no le vaya a ver nunca más- añadía casi para sí misma.

-¿Sabes lo que pensé cuando te conocí? -se apoyaba con su codo sobre el respaldo del sofá, mirándola a los ojos con más intensidad de la que la prudencia recomendaría.

-Umm -le animaba a continuar por inercia.

-Que eras un misterio que nunca iba a resolver -Kate frunció el ceño, sospechando a dónde les iba a llevar esa conversación. Recostada como estaba en el sofá, movió la mano con la que se aguantaba la mejilla, incómoda, para apoyarla su cabeza -incluso ahora, después de haber pasado tanto tiempo contigo, yo... aún me asombra la profundidad de tu fortaleza, y de tu corazón -turbada apartaba la mirada- y lo buena que estás -agradecida por haber aligerado el momento volvió a mirarle a los ojos. Ese hombre era imposible. Y le encantaba.

-Tú tampoco estás nada mal, Castle -le devolvía el cumplido, coqueta, sin percatarse de que estaba jugando con fuego. El ambiente se enrareció súbitamente. Las sonrisas dieron paso a las miradas intensas, y respiraciones cada vez más lentas, profundas. Un parpadeo, seguido de otros tres. Microsegundos en los que aclarar la mente, en medio de un mar de dudas y de deseo. Anteponiéndola al corazón.

Ninguno de los dos se movía. Ninguno de los dos se levantaba, ni con un "buenas noches" se resguardaba de sus sentimientos o de su falta de valentía. Lejos de sus casas, lejos de la familia, eran solo ellos. Ahí estaban, a escasos centímetros uno del otro, exactamente dónde y con quién querían estar.

La mano que no apoyaba en el sofá, avanzó precavida, alcanzando finalmente la mejilla de Kate. Acariciándola tentativamente, valorando incluso su grado de irresponsabilidad. Kate se la cubrió con la suya, inclinando la cabeza intentando sentirla más, asegurándole con la mirada que eso no era un error. Cerró los ojos para aislarse en el sentido del tacto y del olfato. Sintiendo la piel en su mano, oliendo su aroma. No tardaría un nuevo sentido en unirse a lo que únicamente la vista y el oído habían podido disfrutar por años. Rick cerró la distancia entre ambos, besándola lentamente en los labios, como si pudiera pasarse por alto su osadía si hubiese leído mal sus gestos, su mirada, sus silencios, su presencia en el sofá de su suite a pesar de las indirectas y de las directas. A pesar de todo. Pero ella le devolvió el beso, tan lento, tan prudente como el suyo.

Cogidos de la mano habían dado el primer paso, con miedo, pero nada pasó. Quisieron arriesgar y dieron otro paso, y otro, y otro, y con la confianza empezaron a correr. Era el momento de comerse el mundo. De comerse a besos. Cuando las bocas estuvieron exhaustas, fueron las manos las que cobraron vida. Acercándose, buscando sus pieles. Invadiéndolas. Uno avanzaba, la otra cedía terreno conforme, dejándole llevar la iniciativa por una vez. Librando una batalla amañada en la que los dos iban a salir victoriosos. La ropa que al principio protegía celosa cada centímetro de piel, pedía a gritos poder mostrar algo más. La camiseta de Kate cedió, como lo hicieron uno a uno los botones de la camisa de Castle. Jadeos que acompañaban el delicado trato que Rick ofrecía a su cuello, a su hombro, besando, saboreando, deslizando a su paso el tirante del sujetador.

-Para -le decía aún entre besos, sobre sus labios-. Para, Rick -le empujaba ligeramente, apartándole-. Esto no está bien. No así. No puedo. No puedo hacerle esto. No puedo seguir -dejaba ir entrecortadamente.

-Kate, dios... -se separaba Castle aún agitado, respirando con dificultad, apoyaba su espalda en el sofá, cerrando los ojos con fuerza, sus manos sobre las sienes, los dedos hundiéndose en su alborotado pelo.

-Yo... Lo siento. No debimos empezar. Yo... -buscaba atropelladamente esas palabras que tampoco servirían de excusa.

-Dime qué ha pasado aquí. Dime qué he hecho mal. Necesito entenderlo –aún en la misma posición, intentaba comprender cómo se habían torcido tanto las cosas en apenas unos segundos. Calmarse. Situarse.

-¿Tú? ¡Nada! No es culpa tuya, Rick. Es solo... Estoy con alguien -buscaba su camiseta, incapaz de mirarle-. Yo…Creo que lo mejor es que me vaya.

-Quédate. El que sobra aquí soy yo -se levantaba decidido-. Siempre he sido yo el que ha sobrado ¿no es así? El divertido e ingenuo, el tonto escritor enamorado que te sigue ahí donde vas, incapaz de saber cuándo está de más -se iba abrochando la camisa-. No me vengas con que estás con Josh ¿Realmente lo estás? Tú -remarcaba, señalándola, sin levantar la voz- te pasas el día conmigo y pareces encantada. Tú eres la que tonteas con otro. Tú has aceptado compartir esta suite con alguien para el que sabes no eres indiferente. Tú eres la que me has besado ahí. Tú me has empezado a arrancar la ropa. Tú solita te has llevado donde estás ahora mismo -iba forzando a su camisa y su camiseta a entrar dentro del pantalón-. Lo que lamento es haberme dejado arrastrar. Sólo he sido un juego para ti, ¿es eso, no? Saber hasta dónde era capaz de hacer el ridículo cegado por algo que pensaba era de los dos. Tranquila, te lo voy a poner fácil. Ya tienes la respuesta. Hasta aquí -se dirigía hacia la puerta principal, cogiendo por el camino la americana-. Necesito que me dé el aire y hazte un favor, aclárate. Cerrando la puerta, sereno, sin dar golpe, desaparecía de su vista, dejándola excitada, desorientada y más confundida. Abatida se agarró las rodillas, tapando su medio desnudez y hundiendo su cara en ellas, llorando en la soledad de la habitación mientras dejaba escapar al amor de su vida.