Ahora sí, este es el último trocito de la historia.

También va por Val, que me propuso un epílogo y que me persiguió hasta convencerme de que era una buena idea. Y como sé que le gusta lo romántico (y últimamente más que lo romántico), no he podido hacer otra cosa que escribir en esta línea.


Dos años y algunos meses más tarde.

Había sido un día soleado y muy caluroso. Inusualmente bueno para estar entrado el mes de septiembre. Eran conscientes de que ya no iban a poder disfrutar de muchos días más de playa este año, y sin duda ese era el mejor momento del verano para hacerlo. Sin problemas para poner la toalla, sin que niños y no tan niños pasaran a su lado llenándoles de frías gotas de agua y arena, sin peleas por una sombrilla o tumbona, sin tener que remojarse a menudo para soportar el calor. Tenían suerte de que el acceso a su playa de Los Hamptons no fuera fácil si no se hacía a través de las casas que ocupaban la primera línea de mar. Y aunque las acumulaciones fueran muy raras ahí, con el fin de agosto, la playa había quedado definitivamente para solo ellos dos. Miraba, con una rara mezcla de nerviosismo y serenidad, el cielo y su inmiscible y perpetua alianza con el mar. La tarde iba avanzando sin apenas dar tregua hacia lo que él auguraba sería otra magnífica puesta de sol. Tenía que ser así. Los rayos de sol seguían brillando sobre el mar, afortunadamente ya sin tanta insistencia como horas antes, sobre todo porque no tenían nada que hacer frente a la luz que a sus ojos irradiaba la mujer que emergía de vez en cuando entre las aguas. Y que volvía a sumergirse, dejando el paisaje casi falto de interés.

Sentado en la arena, apoyado en sus brazos que descansaban hacía atrás y con los pies cruzados, intentaba adivinar por dónde aparecería Kate esta vez. A saber... Levantó la vista siguiendo por segundos el errático vuelo de una estilosa gaviota que seguramente celosa de pasar desapercibida desplegaba frente a él su mejor actuación acrobática. Volvió al mar ¿Dónde estaba? Sal ya. Caída en picado el ave que casi al momento y con pez en boca remontaba el vuelo, aumentando si fuera posible su desasosiego. Sal ya, Kate. Se quitó las gafas de sol, como si así dejara de perderse los detalles y la pudiera ver nadando, como si nada. Saludándole con la mano ¡Sal! Dispuesto a ir a por ella, se limpiaba las manos de arena, sin dejar de mirar a un lado y otro sobre la despejada superficie del mar, y cuando ya se incorporaba apareció justo delante de él. Escultural. Tranquila. Como una diosa. Echando atrás la cabeza, escurriendo con sus manos el pelo, y tras un par de segundos, le buscó, dirigiéndole su mirada enamorada y su sonrisa exclusiva. Anda, ven a bañarte, le leyó en sus labios mientras acompañaba el mensaje con su movimiento de cabeza, indicándole el camino al agua. Negó mientras se colocaba de nuevo las gafas. Estaba él para baños. Notaba aún el ritmo acelerado de su corazón. Ese corazón que prácticamente le había salido por la boca al no verla, al pensarla perdida. Volvió a su posición inicial, alcanzando en su camino el botellín de agua que descansaba a su derecha, bebiéndose la mitad. Intentando sin demasiado éxito templar los nervios. Esa mujer le iba a matar a disgustos. Y de amor. Esa mujer... Esa mujer que salía del agua y se le acercaba, apoyaba sus manos en la camisa abierta que vestía y le daba un cándido beso antes de sentarse en su toalla.

-El agua está buenísima ¿Por qué no has querido acompañarme? -Miraba a su compañero.

-No me hacía falta entrar para comprobar que está muy buena. Mira cómo me has dejado. -Señalaba la camisa, su torso y el bañador empapado, mientras que la culpable se divertía por su pequeña gesta.

-Te quejas por todo. –Evidenciaba mientras se secaba el dorso de las manos en la toalla. -Te vas a hacer viejo antes de tiempo. Te das cuenta, ¿verdad? Aunque te quiero igual. –Le estiraba del brazo para darle otro beso al quejoso pero guapísimo hombre que tenía a su lado.

El sol estaba cada vez más bajo, el mar seguía en calma y la luz de la tarde cada vez oscurecía más las aguas, que contrastaban con el dorado de la arena. -No me cansaría de estar aquí, de ver un y otro atardecer contigo, de pasear de un extremo a otro de esta playa, de descubrir nuevos matices de la palabra felicidad. No hay otro sitio en la tierra en el que quiera estar. -Y se acercó a él, como muchos meses atrás, apoyándose la cabeza en su mejilla. Dejándose abrazar por él. Tras unos minutos con la mirada perdida, cogió la barbilla de su compañero y giró su cara hacia la de ella, reclamándole un beso que solo iba a mejorar el momento.

-Me ha gustado esa frase. Definitivamente soy una buena influencia para ti. Creo que la usaré en mi próximo libro. -Le apuntaba al separarse.

-¿Qué frase?

-"... Descubrir nuevos matices de la palabra felicidad...", me encanta cuando la dura detective Beckett se convierte en la romántica Katie. Esa que solo yo conozco. Me hace sentir poderoso.

-No me tomas el pelo, ¿o sí? -Se incorporaba para mirarle a los ojos a través de las gafas. Subiendo una ceja, dejando claro que tenía una duda más que razonable sobre la seriedad de lo que acababa de confesar Rick.

-Siemp... ¡Nunca! -y con una sonrisa de oreja a oreja le robaba un beso más. Y otro más. Era simplemente adictivo. -Nunca bromearía con eso. -Y se estiraron en la arena, buscándose las manos, cogiéndoselas. Mirando los dos al cielo lleno de pájaros que a una altura imposible disfrutaban a sus anchas de su libertad.

Echando el cuello un poco más para atrás, vio a poca distancia la nevera portátil que Castle había llevado hasta la playa. Se soltó de su mano y se incorporó lentamente con intención de mirar qué había dentro, y refrescarse la boca y la garganta que el agua salada de mar había resecado. -¿Queda agua?

-Shhh… ¡Estate quieta! No, no queda. –Con un rápido movimiento quedaba de rodillas cerrando la puerta superior que empezaba a abrir Kate.

-¡Castle! ¡Que tengo sed! ¿Qué te pasa? ¿Qué hay ahí dentro? –Fruncía el ceño, mientras las preguntas y posibles respuestas se agolpaban en su mente de inspectora.

-¿Tienes sed? Ten, acábate la mía. –Le acercaba su botellín medio lleno sin quitar su otra mano de la tapa.

-Castle, no. No quiero tu agua. ¿Por qué no me dejas mirar lo que hay ahí? –intentaba quitar uno a uno los dedos de Rick que hacían fuerza para no moverse de donde estaban.

-Es mía. –Kate no pudo dejar de reírse ante su salida de chiquillo y la cara de total inocencia que la acompañó.

-Eres adorable cuando te pones así. Ven, tengo ganas de achucharte.

-A mí no me vengas con este tipo de argucias para que baje la guardia. Soy incorruptible y no vas a conseguir nada por ese camino, preciosa. Anda, aprovecha que soy un caballero y te doy lo que queda en mi botella. -Kate dudaba si aceptar o no la oferta que le hacía. –Relájate, mujer. –Y la inspectora aceptó lo que quedaba de agua. – Por cierto, ¿Te pongo crema? Hace rato que no lo hago. –Se bajaba ligeramente las gafas de sol, subiendo sus cejas seductoramente.

-Y dale con la crema. Castle, ¿Cuántas veces me has puesto esta tarde? Además ahora el sol apenas calienta.

-Me gusta mimarte, masajearte la espalda y... La espalda. Aquí solo masajearé la espalda. Déjame darte un poco más de crema… Vaaa, seguro que lo estás deseando. Lo presiento.

-Eres un pesado. Va, dame esa crema. Pero no te creas que me he olvidado de que me estás ocultando cosas, y quiero que conste que esto no es bueno para la estabilidad de nuestra relación –Se estiraba boca abajo, preparándose para recibir de nuevo las manos del escritor sobre su piel.

-Soy un pesado, de acuerdo. Pero me quieres. Antes lo has confesado. –Con la cabeza reclinada sobre sus brazos cruzados Kate se sonreía como la tonta enamorada que era, mientras él, a horcajadas sobre sus piernas, le deshacía el lazo del top del bikini estirando una de las cintas. Se echaba un poco de crema en las manos, frotándoselas, intentado trasladar su calor al fluido que iba a repartir por la espalda de su compañera.

Realmente lo de la crema era lo de menos. No podía estar alejado de ella. No podía dejar de tocarla, de cuidarla, de darle todos y cada uno de los caprichos que tuviera. De manera sorprendente, con el paso del tiempo su deseo, sus ganas de ella y de mucho más, crecía y crecía.

-Lo primero que me enamoró de ti fue tu espalda. - Empezaba a pasar sus manos desde la base del cuello, desde las cervicales a las dorsales. Y repetía el experto movimiento.

-Dirás mi espalda baja, ¿no?

-Adoro nuestra conexión, amor. -Y ambos se rieron, ensayando una vez más su perfecta sincronía.

El rato fue pasando, con una Kate relajada y adormilada que hacía callada compañía a la lectura del escritor. Recostado de lado en su toalla para no perderla nunca de vista, se sumergía en la lectura del último buen libro que había empezado, esperando paciente que el día fuera llegando a su fin y que con él, la bella durmiente se desperezara.

-Me hacía falta dormir estos diez minutos. He quedado como nueva. -Se sentaba en la toalla mirando como Rick ponía el punto de libro donde se había quedado y lo dejaba a su lado, dirigiendo a ella toda su atención.

-¿Diez minutos? Menos mal que eres mejor con los asesinos que con el tiempo, cariño, porque no das una. -Ella buscaba entre sus cosas la camiseta que llevaba cuando llegaron y se la ponía. -Ha pasado casi media hora, dormilona.

-Pues parecían diez minutos -Decía estirándose, quitándose la pereza que aún le quedaba en el cuerpo. -Tenías razón. Hoy también tendremos una puesta de sol de foto. El cielo está increíble.

-Si... Y creo... Creo que ha llegado el momento. -Girándose, agarraba por una de las asas la nevera y la arrastraba hacia él, mientras la inspectora seguía, curiosa, sus movimientos sin perderse detalle. Desplazó la tapa hacia atrás y tras buscar en su interior le acercó una copa de champán. -Ten, cógela. -Una enorme sonrisa se esbozó en su cara. Nunca dejaría de sorprenderla, y le amaba por ello. Y por mil cosas más. -¿Aguantas la mía mientras abro la botella? -le daba también la otra copa. El ruido del hielo al quebrarse acompañó la salida de la botella de su escondite. -Ha mantenido bien el frío. -se tranquilizaba el escritor sosteniéndola en su mano.

Empezó a quitar la envoltura de papel de aluminio que cubría el tapón y siguió girando el aro de metal para aflojar la jaula de alambre que protegía el corcho, intercalando siempre miradas que buscaban la aprobación de quien le aguantaba las copas. Kate no podía apartar los ojos de su pareja. Algo tan simple como abrir una botella de champán, se tornaba tremendamente sexy cuando era él quien lo hacía.

-¿Sabes? Hoy quería que fuera un día especial. -Empezaba a llenar las copas. -Hace un tiempo pensaba que nada podría superar la belleza de las puestas de sol desde esta playa. Hasta que aquel día llegaste, te sentaste a mi lado y te quedaste conmigo. Y hasta hoy. -Dejaba la botella de nuevo entre los cubitos de hielo que aún cubrían el fondo de la nevera. -La definición de belleza cambió radicalmente, Kate. Casi he perdido el interés en seguir tirando fotos a este cielo, porque ninguna hace justicia de lo que siento cuando compartimos estos momentos. -Acercó su copa a la de ella, brindando y bebiendo. -Gracias por lo que me haces sentir. -Su corazón se había ensanchado tanto con las palabras que escuchaba que casi no tenía espacio para respirar. No recordaba haberse conmovido nunca como en ese instante. Rick volvió su mirada al mar y al cielo, que se volvía a llenar de matices.

-Rick- Reclamaba de nuevo su atención. -Te quiero. -Y le regaló una tímida sonrisa.

Castle clavó su copa en la arena y se llevó una de las manos al bolsillo de su camisa. Sacó un pequeño trozo de papel doblado con el que empezó a jugar. Pasándolo de mano en mano, entre los dedos, sin perderlo de vista. -¿Te acuerdas de esto? -Lo levantaba ligeramente, facilitándole la visión. No tenía ni idea de lo que era ese papel que alguna vez estuvo arrugado, y ahora lo observaba estirado y doblado mientras él lo sostenía entre dos dedos. -Este papel lo llevo conmigo desde el día siguiente a aquella noche en Los Angeles. -Lo abría con tanta delicadeza como si fuera a ella quien tuviera en sus manos, empezando a leer. -"Lo siento. No sabes cuánto. Pero así no era la forma ni éste el momento. Estaré en mi hotel hasta que acabe con el caso. Te llamaré. Kate" En una etapa muy complicada de mi vida me dio esperanzas, fuerzas para imaginar momentos mejores. Juntos, por supuesto. Ese "pero así no era la forma ni éste el momento" fue el clavo ardiendo al que me agarré durante los días que me forcé a esperar una reacción por tu parte. No sabes las veces que lo leí. Las veces que pasé mis dedos por encima de esa frase, como si pudiera sentirte de nuevo mía. Y cuando empezamos esta aventura juntos... Entonces lo guardé para no dejar de valorar lo que tenía. Para no olvidar jamás lo poco que valgo cuando estoy sin ti. Cuando esta tarde te he perdido de vista, ahí mientras nadabas, he vuelto a sentir la angustia de la impotencia. De no haber hecho suficiente para protegerte, para darte todo lo que mereces. Yo... Yo quiero más, Kate. Y me gustaría pensar que tú también. Nos lo hemos ganado a pulso en los últimos cinco años. -Volvía a guardarse el papel doblado en el bolsillo, antes de proseguir. -Antes te decía que hoy quería que fuera un día especial. Un atardecer especial concretamente. El cielo está acompañando, tú estás a mi lado y tenemos champán para brindar por nuevos propósitos. -Se aclaraba la garganta, volviendo a jugar con sus dedos antes de proseguir. -Aquí, al lado de este mar, bajo este cielo increíble, empezamos una relación, hemos evolucionado como pareja y también aquí me gustaría seguir avanzando como algo más. -Los ojos de Beckett se empezaron a llenar de lágrimas contenidas ante lo que imaginaba iba a venir después. Rick descubrió lo que guardaba celosamente entre sus dedos desde que dejó el papel en el bolsillo, y la miró a los ojos que respondían su no formulada pregunta. -Kate, ¿Quieres casarte conmigo?

La mano libre de la inspectora, temblorosa, se aproximó a la mejilla de su compañero, acariciándola con devoción. -Nada me haría más feliz, Rick.

Había sido un día soleado y muy caluroso. Inusualmente bueno para estar entrado el mes de septiembre. Con un atardecer formidable y la mejor compañía. O quizás sería así como ellos lo recordarían.

AHORA SI: FIN


Muchas gracias a los que habéis llegado hasta aquí. Espero seguir contando con vuestra confianza en mi próxima historia: Punto de Inflexión.

Nos leemos en unos días.