Disclaimer: ¿Reconoces algún personaje o algún fragmento de los libros? Es normal, no son míos y no me pertenecen.

Después de mucho tiempo, he regresado a estas viñetas. No sé si quede alguien a quien le interese leerlas, o alguien que siga aquí después de tantos años. De cualquier manera, escribir este fic es un pendiente personal mío. Si alguien disfruta leyendo, el cometido está más que logrado.


Princesa de Mármol

Tres.

Los escucho forcejear y se me revuelve algo extraño en el estómago. Sé que no se están haciendo daño real, pero aun así una angustia hasta ahora desconocida para mí me pone la piel de gallina.

Estamos en el gimnasio de la escuela, si es que se puede llamar así a un patio seco con un pequeño naranjo en una esquina, rodeado por una cerca de madera que se cae a pedazos. Es un espacio decrépito, pero como es el único terreno al aire libre de la institución, a alguien con mucha prisa y poco interés en los alumnos se le ocurrió denominarlo gimnasio.

Me aprieto las manos nerviosamente, una contra la otra, mientras los demás chicos a mi lado gimen y vitorean según sea la situación. De verdad que preferiría estar en el bosque, buscando algo con que alimentar los estómagos vacíos de mi familia, que aquí, perdiendo el tiempo y los nervios mientras dos chicos que no tienen ni la mitad de preocupaciones que yo, luchan el uno contra el otro.

– Hey, Catnip – me saluda Gale, encontrándome entre la multitud y abriéndose paso entre los cuerpos de dos de mis compañeros de clase –. ¿Es que no te emociona la lucha?

Lo miro de mala manera y él esboza una sonrisa mordaz:

– Esto es una pérdida de tiempo.

Asiento con la cabeza y devuelvo mi vista al frente, hacia las espaldas de mis compañeros de clase y el pequeño pasillo que han dejado libre para que los que nos colocamos un poco más más atrás podamos de todos modos tener una buena vista de lo que sucede dentro del círculo de lucha.

Es el último día de la semana de los deportes en la escuela, una especie de competencia deportiva en la cual se enfrentan chicos de todas las edades para competir en una de las modalidades contempladas: lucha cuerpo a cuerpo, carreras de velocidad, levantamiento de objetos pesados e incluso lanzamiento de bala. No sé a quién se le habrá ocurrido semejante tontería, porque la mayoría de los chicos que asistimos al Colegio estamos desnutridos y lo que menos nos apetece es gastar la poca energía que obtenemos de la comida en competencias sin sentido en las que no ganamos nada. Obviamente, la mayoría de los participantes en la semana del deporte son hijos de comerciantes, porque están mejor alimentados y por lo tanto pueden darse el lujo de hacer esfuerzos extra que no pongan en peligro su precaria salud.

La gente grita de emoción y tanto Gale como yo intercambiamos miradas de asombro. ¿Qué sucedió en los pocos momentos en los que no prestamos atención?

Gale me hace una seña con la cabeza y nos acercamos todo lo que podemos al círculo de soga que han puesto para mantener a los espectadores fuera del área delimitada para la lucha.

– ¿Es que se ha acabado ya? – pregunto, porque no hay nadie en el centro del círculo.

– No – responde Gale, y me señala a un grupito de hijos de comerciantes que parecen animar a un par de chicos rubios, los hijos del panadero –. Seguramente les han dado un descanso antes de terminar la lucha.

Miro el reloj gigantesco del muro a mi izquierda y descubro que falta solamente media hora para que todo este espectáculo termine y Gale y yo podamos salir del Colegio e ir a cazar. Será muy tarde como para atrapar una presa decente, pero siempre podemos echar mano de los vegetales e ir al fresal, a fin de cuentas hace al menos una semana que le hemos vendido la última bolsa al padre de Madge.

Alguien hace sonar una campana en algún lugar y ambos hermanos se alejan de su grupo de amigos y vuelven al centro del círculo. Se ponen frente al otro, en posición de lucha y yo vuelvo a sentir un extraño nudo en el estómago en el momento en el que comienzan a forcejear.

– ¡Vamos, Peeta! – grita alguien justo a mi lado. Me vuelvo hacia mi derecha, con el ceño fruncido, e identifico a Delly Cartwright como la propietaria del chillido. Pongo los ojos en blanco, porque me molesta demasiado la gente ruidosa.

Entonces algo sucede. El menor de los hijos del panadero tiene a su hermano por el cuello, en un claro movimiento de dominación, pero se distrae cuando escucha a Delly gritar su nombre. Vuelve la vista hacia donde estamos nosotros, pero su mirada no se detiene en Delly, sino en mí. Me mira directo a los ojos y yo le sostengo el contacto, atenta a esos ojos azules cubiertos parcialmente por las ondas de cabello que se le pegan en la frente.

No deben ser más que unos pocos segundos de distracción lo que genera nuestro cruce de miradas, pero el chico pierde de tal manera la concentración que afloja demasiado el agarre que sostenía contra su hermano, porque éste último se zafa de su incómoda posición y hace un movimiento de brazos y piernas tan rápido que no hay manera de frenarlo ya.

Peeta Mellark acaba dándose de bruces en la tierra.


Una viñeta situada mucho más en el pasado que las anteriores, ya he advertido desde el inicio que ninguna seguía orden cronológico. Espero que quien sea que se pase por aquí a estas alturas esté bien. Besos gente bonita.