Llegó el capítulo final. Quiero agradecer a todas las que me habéis estado leyendo estas últimas semanas, en especial a las que me habéis dejado un comentario amable sobre la historia.
Espero que este capítulo 11 no os decepcione y sigais teniendo ganas de leerme en alguna historia futura.
23 de septiembre de 2011
Bueno, ¡llegó el día! Tanto tiempo esperando esta ocasión y soy un manojo de nervios. Ya es demasiado tarde para echarse atrás y la verdad es que tampoco quiero hacerlo. ¿Qué mejor momento que éste? Tengo que avanzar. Los dos tenemos que avanzar y mirar a un futuro que ansío sea juntos. Si solo pudiera saber lo que piensa él. He depositado tantas ilusiones en este fin de semana. Los dos solos hablando de nosotros, de lo que ha pasado estos meses, de lo que sentimos. Amándonos por fin. Lo he imaginado tantas veces. Ojalá todo vaya bien.
Sentada sobre la cama con las piernas cruzadas volvió a releer lo que acababa de escribir, secándose -sin ser demasiado consciente- el sudor de una de sus manos con el jean que vestía. Estaba contenta, satisfecha por haber puesto punto final al diario de su recuperación, de sus expectativas y de sus miedos. Esa iba a ser la última anotación. Tapó el bolígrafo y lo dejó sobre la mesita de noche, volviendo a centrar su atención en la libreta que descansaba sobre sus muslos para buscar esa foto de los dos que guardaba entre la última página y la tapa. Era imposible no acariciarla una y otra vez. Incluso dormida lo hacía. Acariciarle la cara, ese flequillo rebelde, las mejillas, sus labios. Esa sonrisa, esos ojos que le hablaban. Había hecho eso mismo tantas veces en el transcurso de los últimos meses. No pudo evitar que se le hiciera un nudo en la garganta al pensar que todo se podía ir al traste en pocas horas. Quizás no iba a entender sus razones. Quizás se le había acabado la paciencia. Quizás al aceptar acompañarla solo había sido amable. La dejó cuidadosamente como señal de su último escrito y cerró la libreta. Se la acercó al pecho para abrazarla, acunarla, tratando de reconfortarse, convenciéndose de que iba a ayudarla en el arduo objetivo de explicarse, de abrir sus sentimientos a Castle. Ayudarle a que no tuviera que pasar el dedo por esa fotografía cada vez que le quisiera cerca. Saliendo de su ensoñación, de los recuerdos formados cuando cerraba los ojos, se separó del cuaderno, abrió la bolsa de la ropa que había dejado a su izquierda y la guardó dentro, entre un par de prendas de ropa que iban a evitar que se diera algún golpe y quedara marcada.
Miró su reloj de pulsera. Definitivamente ya les estaba echando el rato encima. No podía tardar mucho en salir a buscarle y emprender el camino a las montañas. El trayecto era largo y no le gustaba conducir de noche por aquellas carreteras solitarias, iluminadas con suerte con la luz de la luna. Con la premura que denotaba su estado de ansiedad cogió el móvil que había tirado encima del colchón un rato antes, cuando empezó a guardar las cuatro cosas que iba a llevarse. Le tecleó rápidamente un escueto ¿Te paso a buscar ya? Y como si sospechara que Castle iba a estar tan pendiente del teléfono como ella clavó los ojos en la pantalla, esperando una respuesta que no llegaba. Impaciente, aún sobre la cama y con las manos sosteniendo el móvil que no dejaba de mirar, sus pensamientos echaron a andar, caprichosos como siempre, insistentes y obsesivos. Pensamientos que revivían momentos especiales que solo eran de ella y de sus largas noches de soledad. Momentos que había depurado con cada visualización, con cada repetición que su mente le regalaba. Inevitablemente volvió a imaginarse que le besaba bajo alguna de la tormentas que solía castigar las noches de los meses de otoño en esa zona, sin importarles acabar completamente mojados; sintió las mariposas revolotear en su estómago mientras bailaban muy juntos cualquier canción en Tommy's; vibró al hacer el amor lenta y románticamente al lado de la chimenea o más juguetonamente en la pequeña ducha o en medio del campo. Le volvió a imaginar divertido, atento, cariñoso. El mejor de los amantes. El mejor de los amigos. Se volvió a imaginar libre de culpas, de miedos, contenta, feliz, capaz de todo por ese hombre del que estaba completamente enamorada en silencio. Cerró los ojos. -Basta, Kate. Puede salirte mal. -Suspiró profundamente antes de levantarse y calzarse sus botas de trekking. Esas que siempre llevaba para andar por la montaña. Se sobresaltó por el sonido de su teléfono estando aún con una rodilla en el suelo, que empezó a sonar justo cuando acababa de hacer el último nudo.
-Hola. ¿Ya estás? ¿Salgo? -contestó directamente Beckett al ver la cara de Castle en la pantalla.
-Hola. Acabo de leer tu mensaje. Sí, ya estoy listo. Cuando estés llegando me llamas y bajo. Así no hace falta casi ni que pares el coche.
-Hombre, parar tendré que parar. Bien tendrás que dejar la bolsa o lo que lleves en el maletero, ¿no?
-Ah, ¿pero es que tengo que llevar bolsa? Entonces... -a pesar de que Kate no quiso añadir nada, en realidad se sonreía al otro lado de la línea. Tras unos días de incomodidad parecía que la complicidad volvía a estar presente entre ellos. Después de tantas y tantas semanas sin saber el uno del otro, tras semanas de enfado y aislamiento, se iba recuperando lentamente su particular normalidad. -Vale, vale, sin bromas. Lo tenía que intentar. Ya la tengo preparada. -Su tono de voz le hizo parecer francamente decepcionado porque ella no le hubiera seguido la corriente o que se hubiera hecho la ofendida con algo más que con el silencio.
-Tardo cinco minutos en salir y lo que me lleve llegar hasta tu casa. Supongo que a esta hora el tráfico estará imposible.
-Siempre puedes poner la sirena.
-Claro, ¿Cómo no se me había ocurrido, Castle? Oye, vamos a llegar tarde y no sé si el sitio donde podríamos ir aún nos servirán cenas. Así que voy a mirar qué tengo en el frigorífico y cuando nos situemos y vaciemos las bolsas, podemos hacernos algo rápido ahí. -mientras hablaban ella ya había localizado una bolsa de fríos y empezaba a meter todo aquello que les iba a permitir prepararse por lo menos un sandwich. -Y miraré si tengo algún vino que esté bien en casa. Cuando me fui dejé cervezas y algún otro refresco, pero poco más. Mi padre y yo nos acabamos la última botella decente que había este verano. Y claro, podemos beber agua en lugar de vino porque igual con el vino parece que yo, que nosotros... -siempre había pensado que compartir un buen vino a solas con alguien denotaba cierta intimidad. Como en sus sueños. No podía evitar verse a su lado, sentada en el suelo, disfrutando de los reflejos del fuego en sus ojos, en su piel. Pero en el punto en el que estaban, quería huir de cualquier situación incómoda antes de poder poner todas las cartas sobre la mesa. De qué manera más tonta se había metido en ese jardín del que no sabía cómo salirse.
-Hey, tranquila. Llevamos vino, claro. Y de eso me encargo yo, inspectora. No sabía lo que le ocurría a Beckett pero desde luego no estaba como siempre. La notaba inquieta, preocupada, con ganas de explicar algo que retenía y que no sabía cómo abordar. Realmente estaba expectante. Casi tanto como despistado. Pero lo primero que tenía que conseguir es que se relajara. -Venga, coge lo que tengas que llevarte y sal de casa rápido. Como llegue mi madre antes que tú se va a poner inaguantable de nuevo. No sabes qué interrogatorio ayer por la noche. Que si dónde, que si por qué, que si va más gente. Me preguntaba menos cuando iba al instituto.
-Ya estoy acabando. -cambió ella de tema. -Mientras hablamos estoy preparando lo que faltaba. Ahora sí que está todo listo. Te llamo al llegar, ¿de acuerdo?
-Sí, claro. Hasta ahora.
-Espera, espera, no cuelgues. -no fue lo suficientemente rápida. Cuando iba a marcar su número, entró de nuevo una llamada de Rick.
-Hola. Esto no es acoso. Es que me ha parecido que decías algo cuando te colgaba.
-Sí, así es. -se sonrió. -Es que no me he acordado de decirte que te lleves algo de abrigo. Un jersey o polar es suficiente. A finales de septiembre por las tardes ya empieza a refrescar. ¡Ah! También nos puede sorprender alguna tormenta. El tiempo es bastante inestable.
-Cada cosa que me explicas me hace tener más ganas de estar ahí. No sé si te lo he contado alguna vez pero me encanta que llueva y si estoy en la montaña aún más. El olor a tierra mojada me resulta inspirador. La tendencia al cobijo que tenemos todos frente a las tormentas, la intimidad que evocan en uno simplemente me relaja. Aunque no te negaré que otras veces despierta mi lado salvaje, o podría llamarle infantil, y me apetece salir a mojarme, disfrutar del agua tocándome la cara y... Vamos, que me gusta que llueva. -Kate no daba crédito a lo que escuchaba. Era como trasladarse de nuevo a ese coche que aparcaba a unos metros de la cabaña, como volver a correr a resguardarse intentando no acabar empapado, como perderse otra vez en la boca del escritor mientras las manos de ambos recorrían sus cuerpos, sin importarles nada más que sentir, como entrar tropezándose con todo a... -¿Kate? ¿Estás ahí?- definitivamente algo le pasaba e iba a descubrir qué era.
-Sí, perdona. Es que... A mí no me gustan demasiado. De hecho me asustan. Pero quizás me podrías enseñar a apreciarlas. -Ella sabía exactamente cómo él lo podría lograr. -No hace falta que contestes. Te dejo o tu madre llegará antes que yo. No tardo nada. -Y colgó.
¿Qué había pasado con esa llamada? Aún se notaba el corazón acelerado y la respiración agitada. Desvió la vista desde la nada hasta la mano que sostenía el iphone. Le temblaba de manera perceptible. Ella reviviendo su fantasía casi perfecta y él... Él casi parecía que había entrado en su mente y podía leerla. Que había escogido una de sus estudiadas conversaciones y había decidido hacerla realidad. Una de esas que daban paso a lo que ella más deseaba ahora mismo. Quererse sin condiciones. Disfrutar de la intimidad como lo habían hecho de la amistad desde que se conocieron. Era una señal. Estática en medio de la cocina, con la bolsa de comida inclinada a sus pies y la de ropa al lado de la entrada, seguía mirando el teléfono. Y como si sus dedos tuvieran viva propia, buscaron y apretaron la app del tiempo. Sol con lluvias a última hora de la tarde. Hoy, mañana y el domingo. Flexionó las rodillas y miró al techo, dejando escapar una carcajada. ¡Imposible! ¡No podía ser sólo una casualidad!
No supo el tiempo que paso desde que se despidió del escritor hasta que volvió a la realidad. Castle. Martha. Me va a matar. Tras comprobar que llevaba todas las llaves, se echó las bolsas a la espalda y sin perder más tiempo cerró la puerta de su apartamento. Todo aquello significaba algo. Tenía que significar algo. Quizás era un adelanto de todo lo que estaba por venir. Sonrió. Sonrió cada vez más confiada. Ahora sí, estaba ilusionada, estaba completamente convencida de que esos días marcarían un punto de inflexión en la vida de los dos. Guardó el móvil en su bolsillo y picó el ascensor, dispuesta a empezar su sueño. Dispuesta a que esta vez fuera real.
FIN
Espero volver pronto con alguna nueva historia (por supuesto romántica). Mientras tanto, nos leemos en Seducere.
Isabel