Disclaimer: La mayoría de los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, sólo aquellos fuera de la Saga y la trama son de mi completa autoría.


Outtake 2: La resignación de un padre celoso.

EDWARD POV.

Suspiré con frustración, o mejor dicho, gruñí lleno de frustración lanzando el sobre color blanco al escritorio. Un sobre que ni siquiera me atreví a abrir, pues no necesitaba hacerlo para saber qué era lo que contenía, contenía la invitación a mi jodido funeral... o al menos eso era para mí. Al final Giovanni había tenido razón y terminaríamos siendo familia legalmente, ese pequeño engendro de Gian Lucca había terminado por salirse con la suya y arrebataría a mi pequeña princesa para siempre de mi lado. Sí, el muy desgraciado le propuso matrimonio unos meses atrás y mi dulce niña no dudo en aceptar.

Gian Lucca era un tipo... decente y me agradaba, de verdad que me agradaba, pero sólo cuando se encontraba a una distancia mínima de cien kilómetros de mi hija. Algo que no tenía la suerte de que ocurriera con mucha frecuencia, así que la mayor parte del tiempo me pasaba buscando mil y una formas de despellejar al chico.

Aflojé el nudo de mi corbata, me levanté y dando grandes zancadas salí del despacho, necesitaba aire fresco que me ayudara a enfriar mis ideas y tal vez así no iría a romperle la cara a Giovanni. Y es que él era el mayor responsable de que estuviera pasando por esa situación, ¡con un demonio! Debió haber sido padre de una linda chica en lugar de Gian Lucca, o bien pudo haber hecho voto de castidad y nunca haberse casado con Jane.

Al pasar por el recibidor mi estomago dio un vuelco, Ariadne, mi mujer y las amigas de ambas, así como las demás mujeres de la familia, se encontraban ultimando los últimos detalles para el gran día. Ari alzó el rostro y al verme me dio una luminosa sonrisa, correspondí al gesto con algo que podía apostar era más una mueca torcida y nada agradable a la vista, y seguí mi camino hasta llegar al jardín. Con las manos metidas en los bolsillo de mi pantalón caminé un largo rato por el lugar, me senté bajo la sombra de uno de los tantos árboles que había y de pronto, me sentí como un viejo de cien años.

Mis hijos crecieron tanto y sin que me diera cuenta, estaban formando sus vidas lejos de casa, e incluso mi Ari estaba por casarse y comenzar su propia familia. Ya no quedaba rastro de aquellos pequeños que nos pedían a Bella y a mí les leyéramos un cuento antes de dormir, aquellos niños que temían a la oscuridad y se colaban a nuestra habitación las noches de tormenta, convirtiendo una cama de dos en una de seis; esos niños a los cuales les enseñé a andar en bicicleta y con los cuales pasaba horas jugando en el jardín.

Solté un melancólico suspiro ante los cientos de recuerdos que llenaron mi cabeza, si pudiera echar el tiempo atrás y así lograr que mis hijos volvieran a ser los niños que querían pasar todo el tiempo jugando con sus padres, no dudaría mi un jodido segundo en hacerlo.

—Si suspiras así una vez más, acabarás con todo el oxigeno del planeta —dijo una divertida voz, me puse en pie de un salto y sonreí cuando Keily se lanzó sobre mí abrazándome con fuerza—. Te eché de menos, papá.

—Yo también te eché de menos, mi princesa. ¿Cuándo regresaste? ¿Por qué no avistaste que llegabas hoy? —pregunté apartándome lo suficiente para poder verla, lucía aminada y radiante, nada comparada a la Keily que ocho meses atrás se marchó hecha pedazos—. Creímos que llegarías hasta mañana.

—Acabo de llegar, y si no les avisé, fue porque quería darles una sorpresa —se sentó en el pasto cruzando las piernas al tipo indio y la imité—. Por lo que veo, mamá no mentía al decir que no estabas llevando muy bien el matrimonio de Ari y Lucca.

—No es fácil aceptar que los hijos crecen. Algún día, y espero sea muy lejano, entenderás a lo que me refiero.

—Papá, no por crecer dejaremos de ser tus hijos. Y así estemos al otro lado del planeta y tengamos sesenta años, siempre necesitaremos tus concejos, tu cariño y apoyo.

—Y yo siempre estaré para ustedes —sonrió y no pude evitar sonreír al ver como sus ojos brillaban—. Al parecer tu estadía en África te sentó bien.

—Sí, lo hizo —su respuesta fue vaga, bajó la mirada y comenzó a jugar nerviosamente con las hebras de césped.

—Keily, ¿ocurre algo cariño? —se apresuró a negar, pero el que evitara verme a la cara, fue una clara señal de que algo estaba ocultándome.

Al llegar a la adolescencia para nadie fue un secreto que Keily sentía por Danton, el hijo de Alice y Jasper, un cariño que iba más allá de un cariño fraternal, lo cual le trajo más de una pelea a mi hija con Carolie, la hija de Emmett y Rosalie. Poco después de que mi hija cumplió veinte años Danton le pidió fuera su novia y ella feliz aceptó, fue una relación de cinco años llena de altos y bajos, rupturas y reconciliaciones, hasta que poco más de ocho meses atrás Carolie anunció que estaba embarazada y el padre de su hijo era Danton.

Keily pasó días deprimida, encerrada en su habitación llorando hasta que el agotamiento la hacía caer dormida. De más está decir que, al verla así, en más de una ocasión quise salir y matar a Danton por el daño que le hizo a mi niña, pero Bella me hacía entrar en razón y evitaba que cometiera una locura. Keily estudió medicina y se había especializado como pediatra, un buen día salió de su depresión y nos comunicó que se iba a África, pues le habían hablado de un proyecto para llevar atención medica a las regiones más pobres y no dudo en aceptar. Bella y yo no estábamos muy convencidos al principio, pero nuestra hija necesitaba un tiempo alejada y terminamos por apoyarla, creyendo que el tiempo lejos le ayudaría a superar lo pasado con Danton. Pero al parecer no había sido así.

—Papá, en serio no pasa nada.

—Eres tan mal mentirosa como tu madre —resopló con frustración, alzó el rostro y clavó sus ojos, tan verdes como los míos, en mí.

—En verdad no pasa nada, al menos no de lo que seguro piensas —se puso en pie y sacudió las hebras de césped que se pegaron a su ropa—. Mejor vamos adentro, cuando llegué Ari estaba a punto de un colapso, llorando y diciendo que cancelaría la boda.

—¿Por qué pensaría en cancelar la dichosa boda dos día antes?

—Por ti. Cree que estás enojado con ella por aceptar casarse con Lucca, y está segura de que no volverás a hablar con ella por el resto de tu vida.

—Yo no he hecho nada para que ella... —me quedé callado al darme cuenta de que sí, sí había hecho mucho para que mi hija creyera que no estaba de acuerdo con su boda. Algo que en el fondo era cierto, pero que creí había podido ocultar lo bastante bien como para que no lo notara—. Creo que necesito hablar con ella.

—Así es. Pero por favor, se prudente y piensa bien en lo que le dirás. Ari está muy sensible por todo el asunto de la boda, el estrés la está acabando.

—Y yo no he hecho mucho para ayudar, ¿cierto? —mi hija asintió y me puse en pie—. Bien, vamos a buscar a tu hermana.

Rodeé con mi brazo los hombros de mi hija y mientras una, de nuevo animada y emocionada Keily me contaba sobre su estadía en África, regresamos a la casa.

En cuanto entramos al recibidor el ambiente se tornó tenso, Carolie acabada de llegar y sentí como mi hija se tensaba al verla y al pequeño que sostenía en sus brazos; Bella me veía con reproche y cuando busqué a Ariadne no la encontré por ningún lado.

—Está en su habitación, habla con ella y por tu bien Edward Cullen, espero que puedas calmarla —asentí a las palabras de mi cabreada esposa.

—¿Quieres venir conmigo? —Keily negó y me dio una sonrisa de apoyo.

—Me quedo aquí para ayudar con lo que sea que estén haciendo. Soy la hermana de la novia y la dama de honor, debí ayudar más con los preparativos —las palabras de mi hija rompieron un poco la tensión del ambiente, aunque la incomodidad seguía siendo evidente.

Subí las escaleras con toda la calma del mundo, retrasando tanto como pudiera el encuentro con mi hija, pues necesitaba pensar muy bien cómo y qué debería decirle a Ariadne.

Una vez estuve parado frente a la puerta apoyé la frente en ella, respiré profundo un par de veces y armándome de valor golpeé la madera con mis nudillos. No obtuve respuesta por lo que volví a intentar, cuando al tercer intento no hubo respuesta alguna de mi hija, abrí la puerta y entré a la habitación.

Ariadne se encontraba acostada boca abajo en su cama, su cuerpo se sacudía y ahogados sollozos inundaban el lugar. Un sentimiento de angustia me embargo por completo al verla así, pues sabía bien que era el único responsable del estado en que se encontraba.

—Ari, ¿podemos hablar un momento? —al escuchar mi voz se puso en pie de un salto, clavó sus enrojecidos ojos en mí y se lanzó a mis brazos llorando desconsolada.

—Papá... yo no... no —besé el tope de su cabeza y froté su espalda por largos minutos hasta que se tranquilizó un poco. Me senté en el borde de la cama y palmeé el lugar a mi lado para que se sentara—. Hace unos minutos yo... hable con Lucca y... y cancelé la boda —murmuró un par de minutos después.

—¿Hiciste qué?

—Amo a Lucca, pero no quiero... no quiero perderte a ti si me caso con él —mordió su labio inferior y no pude evitar sonreír, Ariadne no sólo era parecida físicamente a mi Bella, sino que también había heredado algunos de sus gestos y manías.

—Lo lamento, cariño. He sido un poco... desconsiderado —giró el rostro para verme y con mis pulgares sequé sus lágrimas—. No es nada fácil para mí, como padre, ver que mis hijos ya no son unos niños. Han crecido tanto y apenas lo he notado.

—Papá, no... —negué interrumpiéndola, o de lo contrario, aceptaría de buena gana que haya cancelado la boda. Así me ganara una buena reprimenda por parte de Bella, y tal vez un par de meses durmiendo en la sala; y eso si tenía suerte de que no me pidiera el divorcio.

—Comprendo que no puedo detener el tiempo, que es imposible hacerlo. Sé que tus hermanos y tú tienen derecho a hacer sus vidas lejos de casa, pero también sé que...

—... Que eso no significa que vayamos a dejar de amarlos, a ti y a mamá —terminó por mí y asentí.

—No fue mi intensión hacerte sentir que... que debías elegir entre seguir con la boda o cancelarla por mí —murmuré sintiendo como poco a poco las lágrimas se agolpaban en mis ojos—. Si tu felicidad es a lado de Lucca, yo... le daré la bienvenida a la familia.

—¿Lo dices en serio? —me llevaría un poco de tiempo terminar de aceptarlo, pero ya había dado el primer paso y estaba en proceso de resignación.

—Claro que sí. Para mí, lo más importante en el mundo son tu madre, tú y tus hermanos. Quiero que siempre sean felices, y si para ti la felicidad se encuentra a lado de Lucca yo... lo aceptaré —una radiante sonrisa iluminó su rostro y me sentí como el más grande de los imbéciles, había hecho pasar un muy mal rato a mi hija a causa de mis tontos celos de padre sobre protector.

—Gracias papi —murmuró y me abrazó con fuerza. Se escuchó el lejano sonido del timbre, y Ariadne se puso en pie en pie de un salto—. Ese debe ser Lucca.

—Anda, ve a decirle que la boda sigue adelante, que en dos días serás su esposa tal y como estaba planeado —asintió y corrió hasta la puerta, pero antes de salir se detuvo y volteó a verme.

—Te amo, papi —dijo y salió corriendo de la habitación.

—También te amo, mi princesa —murmuré a pesar de que ya no estaba para escucharlo.

Un par de minutos después, cuando bajé al recibidor, Ariadne y Gian Lucca hablaban animadamente con todas las mujeres que se habían apoderado de esa área de mi casa, convirtiéndola en su centro de operaciones. Bella, al notar mi presencia, me dio una de sus hermosas sonrisas y señaló el lugar a su lado; suspiré con resignación y me uní al grupo que terminaba de planear la boda.

Dos días después...

—Arí está lista —Bella sonrió y negó al ver que seguía batallando con la endemoniada corbata de moño, se acercó y un par de minutos después el moño estaba perfectamente hecho—. Sophia, Keily y yo nos iremos con Andrei.

—De acuerdo, iré por Ari y nos vemos en la iglesia —besé su mejilla, pues si arruinaba su maquillaje besándola en los labios, mi esposa no estaría nada contenta.

—Edward... prométeme que no intentarás ninguna locura. Como pinchar los neumáticos del coche, secuestrar a Ari, o fingir que tomaste el camino equivocado y así no llegaran a tiempo para la ceremonia.

—Tu desconfianza me ofende, cariño. He hecho todo lo posible por aceptar este matrimonio y...

—Lo sé amor —dijo interrumpiéndome con una sonrisa pintada en los labios—. Solamente estaba bromeando.

Salió de la habitación, no sin antes decirme que me apresurara, así que siguiendo al pie de la letra la orden de mi mujer, me puse el saco y fui a buscar a Ariadne. La puerta de la habitación estaba abierta, por lo cual pude ver como mi hija caminaba de un lado a otro murmurando algo que no era capaz de escuchar. Ariadne era la viva imagen del nerviosismo, pero la imagen que yo guardaría en mi memoria por el resto de mi vida, sería la de la mujer que a pesar de sus evidentes nervios, lucía hermosa y radiante enfundada en su vestido de novia.

De camino a la iglesia Ariadne no dejaba de retorcer sus manos con nerviosismo, respiraba profundo y se removía a cada dos segundos, clavaba la mirada en mí y se removía de nueva cuenta. Abrió la boca con intensión de decir algo en más de una ocasión, pero al final terminaba por no decir nada y simplemente soltaba un pesado suspiro.

—Tranquila, todo irá bien. Y estoy seguro de que Gian Lucca no tiene intensión de dejarte plantada —me dio una nerviosa sonrisa y negó.

—Lo sé, y no es eso lo que me preocupa —clavó sus marrones ojos en mí y preguntó—: ¿Papá... estoy haciendo lo correcto?

—¿Ahora tienes dudas? —asintió y quise darme de topes contra la ventanilla, no estaba preparado para algo como eso y asegurar que al final del día la boda se llevara a cabo.

—Sé que es tonto, pero Lucca y yo hemos estado juntos toda la vida y... ¿Qué pasa si nos casamos y después nos damos cuenta de que no era lo que queríamos? Nunca nos dimos la oportunidad de conocer a otras personas y tal vez... tal vez... nosotros no... no...

—Cariño, respira o tendrás un ataque de pánico —asintió y respiró profundo un par de veces—. Ese chico te ama, se nota por la forma en que sus ojos brillan cuando estás a su alrededor, y te ve como si fueras lo más maravilloso del mundo. Él nunca se arrepentiría de casarse contigo, no es idiota y sabe que no encontrara a alguien mejor que tú, ni recorriendo todo el mundo. ¿Tú lo amas?

—Sí, lo amo.

—Entonces no tienes que seguir pensando tonterías, ¿de acuerdo? —asintió y tomé su mano dándole un suave apretón.

Un par de horas después mi Ari era oficialmente la señora Lowell. Sonreía yendo de un lado a otro por el salón junto a su esposo, saludando personas y charlando con amigos. Keily se acercó a donde Bella y yo estábamos sentados con nuestros amigos, un chico alto de cabello rubio oscuro y ojos azules la acompañaba y ambos lucían bastante nerviosos.

—Papá, mamá les presento a Brandon... mi novio —risitas ahogas fueron soltadas por Emmett, Jasper y Giovanni.

—Un placer conocerles, señores Cullen —Bella se apresuró a tomar la mano que el chico le ofrecía.

Mi querida esposa me dio un fuerte codazo para que reaccionara y no dejara a Brandon con la mano tendida en mi dirección.

—¿Cómo y dónde se conocieron ustedes? —pregunté con más rudeza de la que pretendía.

—Brandon es doctor, nos conocimos en África donde trabajamos juntos y... El mundo es muy pequeño ¿saben? Brandon es hijo de sus amigos, Tanya y Alistair.

Hacía años desde la última vez que vimos a Tanya y Alistair, aunque seguíamos en contacto por teléfono. La última vez que estuvieron en Nueva York sus hijos, todos unos adolescentes rebeldes, no quisieron acompañarles.

—Tanya me llamó hace un par de días, se disculpó por no poder venir para la boda de Ariadne y me habló de ustedes.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —gruñí la pregunta y Bella entrecerró los ojos.

—No me gruñas Edward Cullen.

—Debiste decirme, así habría estado preparado para esto y...

—Nosotros iremos a... donde sea que no les escuchemos discutir —dijo Keily interrumpiéndome, tomó la mano de Brandon y huyeron a paso rápido.

—¡Pronto tendremos otra boda! —chilló Alice emocionada.

—Ni lo menciones, enana —me sacó la lengua en un arranque infantil y cruzó los brazos enfurruñada.

—¡Vamos Edward! —exclamó una divertida Jane—. Creí que ya lo estabas superando, que por fin habías comprendido que tus hijos crecieron y dejarías de ser tan celoso y sobre protector con tus hijas.

—Como si eso fuera posible —aportó Rosalie viendo sus uñas con fingido interés—. Edward será un padre celoso hasta el día de su muerte.

—Ya basta, no fastidien más a papá —dijo Sophia acercándose y me abrazó.

—Tú no te vas a casar nunca, ¿verdad mi bebé? —frunció el ceño, después de cumplir trece me prohibió llamarla mi bebé. Aunque seguía haciéndolo de vez en cuando.

—No te preocupes papi, yo no me pienso casar —Sophia me dio una sonrisa, besó mi mejilla y antes de marcharse riendo a carcajadas dijo—: Lo mío no son las bodas, soy más abierta y prefiero la unión libre.

Tomé de un trago el contenido de mi copa y respiré profundo unas cuantas veces ignorando las risas los que se decían mis amigos y mi esposa. Esa fue su venganza por haberla llamado mi bebé, o al menos eso esperaba.


Hola! Hace un par de días me encontré este Outtake en mi compu, no estaba terminado y me di a la tarea de terminarlo, espero les gustara :)