Tercera parte y última de lo que inicialmente pretendía ser un one shot. Espero que os guste.


Escucha el portazo de la puerta cerrarse tras el precipitado manotazo que le ha propinado al entrar, y al momento se recrimina distraerse con tales estupideces. Tenía que ser precisamente ahora. No le cuesta demasiado volver a concentrarse en él, en su camisa, en empezar a sacársela del pantalón a estirones mientras caminan a trompicones hacia la habitación, sin dejar de besarse, de tocarse, evitando golpearse con muebles, con la alfombra, con los marcos de las puertas, de estorbarse con sus rodillas mientras avanzan. Se deja quitar la camiseta que viste aún resistiéndose a separar las manos de los botones de la camisa que va dejando ir con inusitada torpeza. Sus dedos se molestan entre sí, los ojales parecen más pequeños y encima los pies de ella no hacen más que pisar los de él al querer acelerar la llegada a su destino común. El sonido de besos húmedos y necesitados, los ligeros jadeos de un hombre y una mujer enamorados y por treinta y cinco días separados, mezclados con el suave aterrizar de las prendas que van desapareciendo de sus cuerpos les acompañan hasta la estancia más privada del apartamento de la inspectora. Quieren, quiere recuperar el tiempo perdido, quiere volver a sentirlo por fuera y por dentro. Ya. Le necesita como no pensaba era posible y quiere ser amada y amarle como ha soñado cada vez con más insistencia durante todos y cada uno de los días de su larga ausencia. Echa el cuello de la camisa de Rick hacia atrás, bajando las mangas que quedan atrapadas por las grandes manos de aquel que la viste. "Te-tenías que quitar los botones antes", "Nunca te los abrochas". El escritor escapa de su inoportuna mordaza con bruscos tirones y celebra su libertad dirigiendo rápida y simultáneamente sus manos al cierre del sujetador y a la parte baja de la espalda despojada por fin de ropa. Acercándola a él, haciéndole saber entre besos que él la desea tanto como ella a él. Se acabó por fin el tiempo de añorarle, de llorar su tristeza, de sentirse sola, de romperse la cabeza con lo que estaría haciendo y con quién, de escribirse, de imaginarse, de buscarle, de todo. Con los pantalones desabrochados, haciendo equilibrios para mantenerlos en sus caderas hasta estar seguros de no trastabillarse con ellos, caen sobre el mullido colchón sin dejar de buscar sus bocas, sus cuellos. Aterriza de espaldas sobre las sábanas, soportando parte del peso de Rick al caer sobre ella, que intenta aligerarlo apoyando parte de su peso sobre el antebrazo. Y la mira. Se la come con la mirada. Y dedica ese breve tiempo muerto que se dan para apartar con la mano que le queda libre el pelo rebelde que se cruza en su cara. "Te he echado tanto de menos". Las voces de los dos se entrelazan a la vez que lo hacen sus manos. Se regalan miradas profundas que expresan amor, deseo, complicidad. Miradas que dicen sin palabras cuánto se han añorado durante tantos y tantos días, cuánto han pensado en el otro, cómo han deseado estar ahí y ahora. Sin saber cómo, lo que quedaba de ropa decora acrobáticamente los muebles que les rodean. Dedos cruzados. Ya no hay prisa. Tienen todo el tiempo que quieran para sentirse, para disfrutarse, para amarse. Ella sobre él. Dirigiendo con maestría movimientos rítmicos, lentos, sensuales, acompasados. Movimientos que se vuelven más rápidos, más descontrolados, más intensos. Movimientos que les llevan donde solo quieren llegar uno con el otro, siempre con las manos unidas.

Da un sorbo a su cerveza intentando no deslumbrase con los rayos de sol que apuntan directamente a su cara. De nada le sirven las gafas de aviador que usa normalmente para protegerse de la claridad, tiene que cerrar los ojos para no cegarse. No se cansa de recrear una y otra vez en su mente los momentos de felicidad que está compartiendo con Castle desde su reencuentro treinta y cinco días atrás. Estos sí que le han pasado volando. Ironías de la vida supone. Es tan feliz ahora. Sentada en esa terraza frente al paseo marítimo, deja la jarra sobre la mesa y aprovecha la cercanía del bol de chips para llevarse un par de ellas a la boca. Es testigo de cómo un par de ciclistas sortean a una patinadora que se cruza con ellos y sonríe al verles girar su cabeza a la vez para observarla por detrás. Hombres, piensa divertida. Vuelve a dirigir su mirada hacia la playa, hacia los jugadores de vóley, hacia esos dos niños que intentan hacer un castillo de arena imposible. Adora esa época del año -el otoño-, cuando empieza a ser plausible la frágil calidez del verano venido a menos, cuando los días aún largos, sin frío y sobre todo cuando puede compartirlos sin reservas con él. Atrás quedan los inacabables y calurosos días recordando a solas sus bromas, su encanto, su sonrisa, sus caricias, sus besos; cinco largas semanas sintiéndose vacía y triste. Echa hacia atrás la cabeza buscando una posición más cómoda, estira las piernas todo lo que puede y cruza sus manos sobre su regazo, recibiendo encantada uno de los últimos baños de sol de la temporada. Y vuelve a sonreír. No le puede pedir nada más a la vida. Es completamente feliz. Ahora y así sí. Relajada, enamorada, acompañada, segura, amada. Tan amada de hecho... Y con los ojos cerrados vuelve a verse apoyada en aquella barandilla de casa Rick un rato antes.

Mira el horizonte. Sin centrar la mirada en nada en concreto. Quizás aquella embarcación que desde ahí parece minúscula, o la fina estela de espuma que teje al surcar el horizonte; o las rocas sobre las que rompen unas dóciles olas; los destellos del sol sobre las aguas tranquilas; o los osados bañistas que hacen unos largos sin importarles la temperatura del mar. Perdida en sus pensamientos, disfrutando de nada y todo se siente rodeada de pronto por sus brazos. Sorprendida por unos besos que recorren lentamente su cuello, su mentón, y de nuevo su cuello y su hombro. Nota cómo sus manos juguetonas suben sin demasiados reparos desde su vientre hasta sus senos, acariciándolos delicadamente sobre la ropa.

-Estamos en la terraza, Castle.

-Ya...

-Nos pueden ver.

-No hay nadie. Es propiedad privada. Si nos vieran no dirían nada. -Busca el borde de la camiseta de Kate, y desliza una de sus manos por debajo, notando la calidez y suavidad de esa piel que le hechiza, rozando y frenándose deliberadamente a la altura del encaje que decora el sujetador. Sin dejar de besarla. -Les denunciaría.

-Rick... Aquí no. -Intenta en vano retirar su intromisión.

-Aburrida. -Pero la conoce lo suficiente como para saber cuándo es mejor ceder. Sin dejar de besarla, le busca tentativamente una mano que permita llevarla ahí donde se sienta más segura, menos cohibida. Ahí donde pueda seguir dedicándole todas las atenciones que quiera regalarle lejos de cualquier preocupación. Nunca se alegraría tanto de que la diseñadora decidiera disponer un sofá encarado a las vistas que le ofrece su privilegiada ubicación, justo frente a la terraza de la que escapan con urgencia y contenida diversión. Se sientan uno al lado del otro, cruzando sus miradas. La de él, llena de deseo; la de ella, de expectación. Y sin muchos preámbulos él le sujeta la cara con ambas manos, la besa con vehemencia, mientras ambos se acomodan entre los cojines que decoran el tresillo.

Están tan bien juntos, se entienden tan bien en todos los sentidos. Levanta imperceptiblemente la cabeza para observarle furtivamente por encima de las gafas de sol. Qué guapo es y cómo llega a quererle. Es como volver a ser una quinceañera, ser la protagonista de un cuento de hadas en la que la desdichada joven encuentra a su príncipe azul o a un valiente caballero. Un héroe, su héroe, con las mangas de la camisa vueltas hasta medio brazo, sus Ray-Ban marrones, el flequillo despeinado, concentrado en alguna de las noticias del periódico que ojea mientras va apurando lentamente su jarra de cerveza. Y está loco por ella. Cómo han cambiado las cosas en su vida y su ánimo apenas en un mes y medio. De la desesperanza, la tristeza, el decaimiento al estado de perpetuo entusiasmo por lo que cada nuevo día le puede deparar a su lado. Le sorprende la tranquilidad que le da su mera presencia, el poderse levantar y acostarse a su lado, el compartir un buen vino como suelen hacer en NY, una cerveza como ahora mismo, un café...

Con las dos tazas de café recién preparado se apoya en el marco de la puerta que da a la terraza donde momentos antes él fue a buscarla para compartir intimidad. No se cansa de mirarle. No se cansa de recibir esa dosis de paz que su presencia provoca en ella. La expresión tranquila, las manos cruzadas sobre su bajo vientre. Le ve relajado. Tanto que se atrevería a asegurar que está dormido.

-Ummmm... ¿Café? - Con los ojos cerrados, inspira tanto aire como le es posible. Le encanta su aroma.

-Sí, me he preparado uno y te he hecho otro para ti. Pensaba que estabas dormido. - Ataviada únicamente con su camiseta y un culotte, se acerca a la mesa de cristal que descansa al lado de la tumbona sobre la que está reclinado Rick.

-No. Sólo pensaba en ti. ¿No te sientas? -Da un par de golpecitos al reposabrazos de la tumbona contigua a la suya. -Se está de miedo.

-Kate, estaba pensando... -Interrumpe súbitamente el viaje entre recuerdos en el que se ha vuelto a perder la inspectora. Dobla el periódico que está leyendo y lo deja con cuidado al lado de las bebidas. -Kate, ¿me escuchas? Es importante.

-¿M-mmm?

-Hace un rato me ha llamado mi representante. -El tono serio de la afirmación, hace incorporar de su cómoda posición a Beckett, que espera con impaciencia que encuentre el discurso apropiado para que lo que sea tenga que decirle. -Ha sido mientras te duchabas. He estado pensando en cómo abordar el tema desde ent...

-¿Qué pasa, Castle? -le interrumpe.

-Tengo otra gira promocional después de Navidad. -Hace una pausa calibrando el efecto que sus palabras provocan en ella. -Es Europa esta vez. Otras cinco semanas.

No dice nada. No es capaz de reaccionar ante la noticia que finalmente se atreve a darle Castle. Y tras su aparente pasividad, ella se va rompiendo. Con cada palabra que él pronuncia, pierde un poco más su norte, su cordura. La recuperada serenidad se hace añicos en cuestión de segundos. Se envuelve de nuevo de su vieja conocida soledad mientras la tristeza acaba anudándose otra vez en su pecho. Se olvida cómo seguir respirando. No quiere que se vaya. No quiere volver a perderle por unas semanas que le parecerán años. No puede ni imaginarse volver a pasar por ello.

-Kate, no quiero separarme de tí otra vez, pero es mi trabajo. No puedo negarme.

Le escucha y no quiere entenderle. No sabe qué decir, qué pensar. De repente la luz de la mañana ha perdido su fuerza y el otoño es con mucho la más fría de las estaciones del año. ¿Dónde están los dulces recuerdos, las vivencias de las últimas semanas juntos? Está perdida. Y mientras tanto él la mira esperando que diga algo, que reaccione. Los segundos pasan en tenso silencio. Se miran, esperan que alguien de un paso adelante, que aligere con palabras el denso aire que se ha instalado entre los dos.

-No voy a poder, Castle. -Es apenas un susurro, que llega a Rick en forma del más poderoso de los gritos.

-Ven conmigo. -Se decide finalmente a proponerle. Le había estado dando vueltas y más vueltas desde que había colgado a su interlocutor. Él se sentía igual de desorientado que ella. No había sido nada fácil sobrellevar una gira sin la cercanía de su pareja y musa. No quería ni pensar en una segunda. Podía ser un buen momento para dar un paso más en su relación pero igual ella no estaba aún preparada. Ese tiempo que se habían pedido para afianzar su que estaban construyendo, para aprender a compaginar trabajo y vida personal... Quizás ella necesitaba más y sugiriéndole que lo dejara todo por él era presionarla demasiado. Pero ya estaba hecho. Ella parecía necesitarlo tanto como él...

-¿Cómo? -Una pregunta de una desconcertada Beckett que desconcierta a la vez que preocupa a su interlocutor.

-Que vengas conmigo, Kate. -Era el momento más inoportuno para echarse atrás. -Organicémoslo. Pide tus vacaciones, solicita una excedencia, no lo sé. Pensemos cómo hacerlo. Aprovechemos de este tiempo para hacer algo de turismo, para descansar, para explicarle al mundo que estamos juntos. Y que no nos puede ir mejor. ¿Qué me dices? ¿Vienes? ¿Lo hacemos?

Y como si todo fuera una película que se rebobina, todo vuelve a la normalidad. Una pesadilla. Sólo había sido una pesadilla de la que se había despertado en el momento en el que todo se ponía peor. Había despertado de la manera más dulce, reconfortada del apoyo del que es su todo. Ir con él a Europa... Priorizar su relación a su trabajo, a sus obligaciones...

-¡Hagámoslo!

Ambos se miran y sonríen. Sin necesidad de decir nada más, él deja un par de billetes sobre la mesa, se levanta y le tiende la mano que ella acepta sin dilación. Juntos iban a cambiar el significado de hasta entonces tenía cinco semanas de gira y promoción. Agarrados por la espalda, haciendo planes de dos, desaparecen lentamente por un paseo lleno de deportistas de fin de semana, pescadores ocasionales, esculturales jovencitas en patines o parejas enamoradas. Como ellos.


Gracias por leer y comentar.

Nos leemos pronto.

Isabel