Hola a todos. Después del exabrupto de hace dos semanas, aquí me tienen otra vez, tratando de exorcizarme a través de lo único con lo que puedo hacerlo: la escritura. Sigo sin superar la temporada 8, lo admito. Y fue tan fuerte el impacto que no me atreví a abrir un documento de word en muchos días por temor a lo que pudiera resultar de ahí. Sé que no suelo dejar notas de autor largas; siempre he sido de la opinión de que una historia que requiere ser explicada más allá de la misma narración, no está bien escrita. Sin embargo, hoy hago una excepción, pero no para explicar el fic, sino mis motivaciones.

Como autora, el principio básico en el que fundamento mi escritura es el equilibrio. Para mi no hay historia si no nace de un balance perfecto de mi parte con respecto a la historia y a los personajes, sean estos míos o ajenos. No soy capaz de construir una narración si no estoy en paz con cada personaje y con cada palmo del argumento; si no me siento capaz de ser objetiva por encima de mis emociones. Cuando siento que puedo romper ese equilibrio y cargarme hacia algún lado, mejor me abstengo, porque lo que resulte no será de mi agrado. De modo que por eso tomé unos muchos días antes de volver a intentar escribir algo sobre Castle. Tenía mucho coraje con Beckett como para poder ser justa con ella, y bastante indignación con Rick como para tratarlo con respeto en una historia. Los días seguían pasando, los episodios emitiéndose y las cosas empeoraban para mí; de modo que me arriesgué a hacer un experimento...es decir, esto que tienen ante ustedes y que nace como ONE-SHOT, pero queda con un final abierto a la posibilidad de continuarse si ustedes lo piden. Ya tengo toda la trama armada en mi cabeza y en las hojas de un cuaderno; pero serán ustedes quienes me indiquen si desean que siga con el relato o si se queda como un one-shot; de cualquier forma tiene la estructura para dejarlo así.

Me veo en la obligación de advertirles que este capítulo es fuerte, doloroso, angustioso, muy crudo. Es, como ya les dije, la forma que encontré de limpiarme la mente y quedar en paz con lo que pasa en Castle ahora, para poder volver a los fics que tenía planeados antes de todo este despropósito. Creo que, al menos hasta ahorita -después de 7000 palabras-, lo estoy consiguiendo. Y aquí aprovecho para ofrecer una disculpa a WriterBoy35 porque no he sido capaz de terminar el primer capítulo del multi-chapter que empecé, basado en una sugerencia suya. Pero te prometo que no está olvidado y que después de lo que ha sido esta catarsis, estoy lista para poder darle forma sin verme influida por lo que el inicio de la temporada 8 nos ha dejado. Espero que al menos este one-shot obre como compensación para ti.

Dicho lo anterior, los dejo leer. Por favor, háganme saber si desean que continúe. Las condiciones bajo las que desarrollaré la historia, en caso de que la siga, se las explicaré en el próximo capítulo.

Muchas gracias a todos y cada uno por su apoyo y sus palabra que son invaluables e inspiradoras para mí. Un fuerte abrazo.

Val.

CASTLE Y SUS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE ABC STUDIOS.


Un sábado más que la encuentra en el mismo lugar y de la misma manera. Son las 10 de la mañana de un día casi tan nublado como su ánimo. Y ella, Katherine Beckett-Castle, no se siente capaz de hacer ninguna otra cosa que no sea contemplar la nada de una insípida pared blanca, desnuda, desprovista de adornos y de cualquier objeto que pudiera imbuirle calidez o belleza. No se trata de eso. Nunca se trató de eso…al contrario. Desde el momento mismo en el que, luego de casi dos meses de vivir en un hotel, finalmente optó por alquilar un departamento pequeño, cercano a la 12ª comisaría, desde el momento en que puso un pie en ese lugar al que ha llegado a odiar, supo con certeza que eso no sería jamás ni remotamente cercano a un hogar. Debía ser –y lo ha sido- una guarida; un lugar dónde dormir durante las pocas horas que su consciencia se lo permite; dónde pretender que come y, sobre todo, ha sido el espacio lúgubre, apagado, silencioso y sombrío en el cual desplegar el tablero del crimen que le está permitiendo seguir, con pasos lentos y lastimosos, un nuevo camino en la búsqueda de esa justicia que se ha convertido en su obsesión y su calvario desde hace más tiempo del que quiere recordar.

Ese minúsculo apartamento ha sido su prisión y su purgatorio a lo largo de seis meses… No, en realidad el mundo entero es un purgatorio, un infierno, sin él, sin Rick. que ama. Viviendo día a día sin la dicha de su compañía, sin la tibieza de su amor y sus cuidados; con el miedo permanente y constante de perderlo en cualquier momento…de que alguien más se lo arrebate. En ese escenario, esa desolada vivienda es el menor de sus problemas. Pasea Kate la vista por el entorno que se ha visto obligada a habitar el último medio año, y no puede menos que reforzar ese sentimiento de pena por sí misma. Es un espacio abierto en el que se distribuyen muebles funcionales y prácticos, de buena calidad, pero fríos e impersonales. Una sala dispuesta sólo para cumplir con la función de recibir a su único visitante en un área común; una cocina reducida, con una mesa y cuatro sillas, que la mayor parte del tiempo sirven como área de trabajo, cubiertas de expedientes, documentos, informes periciales, fotografías y recortes de periódicos…mientras que sobre las barras que rodean a una estufa que rara vez se usa, generalmente reposan contenedores de comida para llevar que quedan siempre casi llenos. Una recámara adyacente –con un baño diminuto- ocupada por una cama individual y el mínimo de muebles indispensables. Un guardarropa bien equipado que, para cuando llegó a esa casa, ya estaba completo luego de haber dejado un espacio vacío en el loft. Cortinas genéricas, muros pálidos y desnudos… Ese es el lugar donde sobrevive Kate Beckett; un lugar que nada tiene que ver con ella y que se ha ocupado de mantener así a modo de constante recordatorio de lo que es su existencia sin su esposo: una carcasa hueca, helada; un remedo grotesco de lo que fue su vida junto al único hombre al que ha amado así, y que la ha amado como ningún otro.

A veces se le funden las pesadillas con la realidad. Sobre todo en los días malos, que últimamente son todos. Existir se ha vuelto una cuestión de mera supervivencia básica desde aquel día hace ya tres semanas- en que esperó inútilmente que Castle apareciera por la comisaría hasta que al final de la jornada, debió resignarse a que, pese a lo llamativo que ese caso pudiera ser para él, su marido no aparecería. Quizá al día siguiente –pensó entonces-; quizá es que no se había enterado aun de la clase de crimen con el que estaban lidiando en la 12ª; quizá es que algún compromiso con la editorial le había impedido acudir hasta entonces. Y ese montón de 'quizás' empezó a convertirse en un suplicio en cuanto se dio cuenta de las crudas implicaciones de separarse de su marido. Durante años habían aprendido los dos a mantener un contacto frecuente que no dejaba lugar para especulaciones sobre sus respectivos paraderos cuando no estaban juntos. Después de que se volvieron pareja y especialmente tras la desaparición de Rick el día de su boda truncada, era difícil que permanecieran separados por demasiadas horas; pero cuando por alguna razón eso pasaba, el contacto a través del teléfono era constante y destinado a mantenerlos actualizados respecto a los itinerarios y destinos de cada uno. No había planes personales o profesionales que no fueran compartidos de forma inmediata y directa; consultados, discutidos y consensados a conveniencia y deseo de ambos. Ella, en resumidas cuentas, sabía siempre dónde estaba su esposo; cuáles eran sus compromisos profesionales y en qué fechas. Nunca tenía ni siquiera que preguntar para estar al tanto hasta del último detalle de la vida de Rick. Y reconoce, con nostalgia, lo orgullosa que se sentía de eso. De ahí lo duro de enfrentarse un buen día con la incómoda realidad de ya no tener acceso a él ni a ninguna información directa sobre su vida cotidiana; ¿y lo peor? Por elección propia.

Con inmensa melancolía recuerda, mientras bebe un sorbo de café tibio y desabrido, los meses inmediatos posteriores a la desdichada noche en que abandonó su hogar y a su esposo para perseguir uno más de sus demonios. Recuerda el severo conflicto de emociones al que se sometió desde el momento en que Rita, la madrastra de Rick, la puso ante las implicaciones de la decisión que tenía que tomar; el tumulto emocional que hubo de enfrentar en cuanto puso un pie fuera del loft, con lágrimas en los ojos, el corazón hecho añicos y la súplica de un perdón inmerecido a flor de labios. Cada minuto, cada segundo a partir de entonces fue librar una batalla una y un millón de veces…cruel, despiadada, implacable. La lucha eterna entre mantenerse firme o mandar todo al demonio y volver a él. Y cuando lo vio por primera vez rondar la comisaría, buscando los pretextos más absurdos para unirse al equipo en la resolución de crímenes, la batalla interna tomó nuevas dimensiones, torturándola sin clemencia. Tener que colocarse la máscara de indiferencia –que las más de las veces fallaba-, despacharlo con cajas destempladas y voz seca y firme, pedirle que respetara su petición de tiempo y espacio…todo eso la mataba despacio una y otra vez, exigiéndole un esfuerzo titánico que nunca antes había tenido que hacer a esa escala. Porque, sí, es cierto que a lo largo de cuatro años perfeccionó el juego de ser perseguida y pretender que no quería ser alcanzada; era difícil entonces mantener la fachada de indiferencia para esconder y disimular sentimientos y sensaciones que brotaban por cada poro y se desbordaban por su mirada. Pero fingir indiferencia ahora, siendo su esposa y luego de siete años de una historia vasta y enriquecida con las experiencias más extremas, es agotador, desgastante y muy, muy cruel… A veces el dolor es tan agudo, tan intenso, que siente como si una buena parte del corazón –y de la vida- le estuviera siendo arrancado a trozos, con saña y sin misericordia.

Mantener a Rick Castle con los brazos extendidos no fue nunca una tarea placentera; detrás de todos los subterfugios a los que recurrían ambos para mantener a raya sus verdaderos sentimientos, se escondía un amor fiero que dolía de tan intenso cuando, estando a solas, los anhelos y deseos reprimidos se elevaban por encima de los intentos de acallarlos; cuando, estando juntos, la proximidad y una atracción arrasadora convertía en un verdadero alarde de fuerza de voluntad el mantenerse firme en su determinación de no cruzar las líneas auto impuestas. Entonces era difícil contenerse, callar, mentir, disimular, esperar, temer; pero ahora… ahora es una proeza que le está consumiendo la vida a Kate. El esfuerzo ha estado siendo de tal magnitud, que hay momentos en los que ya no logra diferenciar entre lo que es en el fondo y lo que aparenta ser en la superficie. Mantener en su lugar esa máscara dura y perfecta de mujer fría, calculadora, en permanente control de sus emociones y sus decisiones, ha sido lo equivalente a dejarse rodar por un abismo por voluntad propia, viendo impasible cómo quien más la ama la contempla sin poder hacer o decir nada para evitarlo.

No. Definitivamente Katherine Beckett-Castle no era así; no es así. Cuando su esposo demolió todas los muros y derribó todas sus defensas, lo que quedó expuesto fue una mujer cálida, cariñosa, espontánea, feliz, vulnerable y, por encima de todo, profundamente enamorada…comprometida con su relación, con los juramentos hechos a lo largo de siete años y reafirmados en una tarde de noviembre, frente al mar y una espectacular puesta de sol; una mujer que prometió un siempre que, a la vuelta de casi un año, se está disolviendo en nada. Pero esa mujer aún existe; nunca ha dejado de existir debajo de la coraza inflexible, gélida…cruel. Ahí sigue todavía y sufre; sufre más allá de lo que cualquiera pueda imaginarse y por motivos de naturalezas tan variadas que difícilmente pasan por la mente de alguien. No es sólo el pesar de sentir sobre sus hombros la muerte de cinco personas que perdieron la vida como consecuencia de algo hecho por ella y que en su momento parecía inocuo; no es nada más el martirio de creerse la obligada a hacer justicia y a terminar con una amenaza que seguirá cobrando vidas si no se detiene de forma definitiva. Todo eso supone una carga dura de sobrellevar, es cierto; pero sería perfectamente soportable si tan solo… Si tan solo pudiera compartirla con la única persona en este mundo en quien confía con su vida y con su corazón: su esposo; su compañero de vida y de trabajo; su mejor amigo; su alma gemela; su razón de ser feliz. Si esta batalla la librara junto a él, todo sería más fácil, más rápido, menos asfixiante y doloroso. Y esa es la causa más profunda de su sufrimiento…la ausencia del único que puede darle luz y alivio.

De hecho, al inicio de toda esta pesadilla, hubo dos posibilidades que realmente Kate nunca contempló. Una, no seguir el caso. Jamás fue una opción para ella dejar en paz al dragón y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Y la otra, seguir con la investigación sin Rick. Hasta antes de su última conversación con Rita, Kate estaba tan resignada a volver a lidiar con sus demonios resurgidos, como a llegar hasta el fondo de la mano de su compañero. No más secretos. Juntos habían vencido a Bracken, juntos vencerían a quien estaba detrás de él. Pero todo cambió en cuanto esa mujer se encargó de mover su ángulo de enfoque y la puso frente a la verdadera magnitud del adversario y de las implicaciones de enzarzarse en su cacería. Cualquiera que se enlistara en esa cruzada, tendría una diana en la espalda y un mercenario siguiéndole los pasos y buscando un tiro certero y letal. Fue entonces la realidad cayó de golpe sobre Kate, achicándola, estremeciéndola ante las espantosas posibilidades. Los lazos emocionales son debilidades; son los eslabones más frágiles de la cadena. Una vez estando tras los pasos de LockSat, cualquier persona atada a la joven capitana representa un punto a través del cual neutralizarla. Eso por sí sólo le hizo sentir a Kate la necesidad inmediata de poner entre ella y su esposo toda la distancia posible, puesto que la sola idea de permanecer junto a él, representando prácticamente una amenaza de muerte segura, le sigue provocando nausea y un dolor sin medida ni nombre; pero más allá de poner distancia física para pretender que se rompían lazos, estaba entonces el hecho más importante, la razón por la que resultaba más urgente alejarse de Rick: si se quedaba a su lado, sería materialmente imposible seguir el caso sin que él se diera cuenta. Si se daba cuenta, empezaría a investigar él también y eso… ése es un riesgo al que de ninguna manera lo sometería. Un mundo en el que Rick no exista no es siquiera concebible para Kate…pero la muerte de su esposo por causa de ella, es impensable; es una condena con la que no podría vivir. De modo que había que evitar a toda costa que Castle se involucrara; que estuviera lo suficientemente cerca como para que el enemigo lo considerara su talón de Aquiles. Tenía ella que lograr que su esposo estuviera a salvo; que su corazón siguiera latiendo aun y cuando para lograrlo, tuviera que lastimarlo más allá de lo que jamás se podrá perdonar. Abandonarlo, mantenerlo alejado, haciendo todo lo que tuviera que hacer para conseguirlo...ése es su dolor más hondo y su remordimiento más atroz; el esfuerzo más penoso que ha tenido que hacer en toda su vida.

Lleva como heridas sangrantes los recuerdos que se han convertido en su penitencia: la mirada de Rick -cuando la vio partir aquella noche de otoño- cargada de una mezcla densa de dolor, coraje, impotencia, miedo, incertidumbre y millones de preguntas sin respuesta; la expresión de ese rostro tan amado cada vez que, con toda la ilusión del mundo, se acercaba a la 12ª para ayudar a resolver un homicidio con la esperanza de que al recorrer otra vez el mismo camino, recuperaría el corazón y la presencia de la esposa ausente; y el desencanto mal disimulado cada vez que su mujer, deliberadamente recubierta de esa capa de desinterés y hielo, le exigía que se fuera, que respetara su necesidad de espacio y tiempo, poniéndolo en segundo lugar con el pretexto de una llamada o un interrogatorio o cualquier otra bienvenida distracción.

Más de una vez se ha preguntado si, de estar ella en el lugar de él, habría sido capaz de soportar tanto desaire, tantas evasivas, tan pocas y vagas explicaciones, y aun así seguir al pie del cañón, dispuesta a esperar, a aguantar, a insistir a pesar de los rechazos constantes e injustificados. La respuesta siempre ha sido la misma: no. Ella no podría haber soportado tanta prueba en contra, a pesar de la desgastada frase de "te amo y siempre lo haré". Esas palabras, para ella, perderían todo su sentido y su poder bajo la contundencia de los hechos. Y es entonces, en ese punto de la dolorosa reflexión, cuando a Kate le llega de golpe una revelación desoladora. Las últimas tres semanas de absoluta distancia y silencio por parte de Rick cobran sentido. Todo tiene un límite, incluso él, con su amor desmedido, su lealtad a prueba de todo y su disposición a esperarla y a recuperar un amor que jamás perdió ni perderá. Sí, todo tiene un límite…y Rick ya llegó al suyo. No hay amor, por muy fuerte que sea, que salga ileso de una prueba así; que sea inmune eternamente a un maltrato de ese calibre. No hay "te amo" capaz de neutralizar los efectos de acciones que gritan todo lo contrario.

Un sollozo estrangulado, ahogado, desgarrador, irrumpe en la quietud asfixiante de la estancia. Kate se lleva las manos a la frente y deja que las lágrimas fluyan sin restricción ni mesura. El agobio, el dolor que siente son tales, que no dejan lugar a nada más. La comprensión plena de que, a estas alturas, puede haber perdido sin remedio lo más importante y valioso de su vida, le rasga el alma en dos con la eficacia de una hoja fina, precisa, punzante. Es como tocar fondo finalmente en ese hoyo negro en el que volvió a dejarse caer. A su alrededor no percibe nada más que soledad, frío, oscuridad y silencio. Una carencia de todo, un dolor calcinante que hace que respirar duela. No sabe de dónde agarrarse para emerger; hacia dónde voltear para ver un resquicio de luz; de dónde sacar fuerzas para seguir. Sin él…sin él no hay nada.


Son las 4 de la tarde. Ahora llueve. La capitana Beckett intenta mitigar el dolor de cabeza que le ha dejado una hora y media de llorar desconsoladamente por la inminente pérdida del amor de su vida. Luego de haber vaciado su cuota de lágrimas, de haber maldecido a la vida, a la suerte y a su maldita obsesión, la parte más obstinada y fiera de su carácter emergió de entre las cenizas, haciéndola decidir que no debía dar nada por supuesto y mucho menos por perdido. El hecho de que no haya visto a Rick las últimas semanas no quiere decir nada. La gira promocional de su nuevo libro –de la que se enteró gracias al website del autor- debe ser la única causa de que Rick haya estado ausente. No puede dejarse llevar por el pánico a estas alturas; no cuando ha llegado tan lejos y no cuando carece de evidencia verídica para suponer que Rick haya cambiado de opinión. De modo que se secó las lágrimas, se duchó con agua tibia, se puso ropas limpias y cómodas, y se dispone ahora a salir con rumbo al hogar que dejó hace menos de un año y justo antes de cumplir su primer aniversario de bodas. Se esfuerza en no detenerse a pensar en ese tópico en particular. La tarde y noche del 11 de noviembre de 2015 son un recuerdo tan agridulce que hay momentos en que recordarlo le resulta amargo. Un encuentro fortuito, un arrebato de pasión y deseo que fue más un desahogo de frustración y rabia contenidos que el encuentro dulce, romántico, feliz y perfectamente planeado que debió ser. Y lo arruinó ella…justo como todo lo demás. Con tesón pone a un lado esos recuerdos que, en este momento, no hacen sino restarle al poco valor que tiene, cuando es tanto el que necesita. Ya no hay nada que pueda hacer para cambiar el hecho de que enturbió una fecha que tenía haber sido memorable y cuya sombra va a quedar ahí, entre los dos, indefinidamente, sin importar lo mucho que se esfuerce en compensarlo en los años venideros…si es que los hay. Pero este no es el tiempo para acobardarse con dudas –aun cuando estén perfectamente fundadas-; bastante es con tener que enfrentar a Rick luego de semanas de no saber de él, y con tener que explicarle la verdad. Porque esa es la determinación recién tomada. Está muy cerca ya de cerrar el círculo en torno a su némesis. Falta poco ya. Si toman todas las precauciones necesarias, quizá haya manera de salir ilesos de esto; al menos físicamente, porque emocionalmente ya no hay manera borrar las cicatrices, y ésa es una realidad con la que tendrá que lidiar cada día del resto de su vida…sólo espera que sea junto a él.

Una Kate determinada, decidida, dispuesta a mover cielo, mar y tierra por recuperar su felicidad y su vida, abre la puerta de su apartamento con la intención de dirigirse al loft, cuando se encuentra inesperadamente con Henry de pie en el umbral. El impacto tarda sólo segundos en llegar y generar su efecto. Ese rostro le es suficientemente familiar como para reconocerlo casi de inmediato pese a que sólo se han visto unas pocas veces y en casos de extrema necesidad. Después de todo, ese hombre de aspecto benévolo y comprensivo es el que tuvo que responder el aluvión de preguntas de la entonces detective Beckett respecto a su legítima boda con Rogan O'Leery. Fue Henry quien, a petición de su cliente –Rick Castle-, le ofreció a Kate los documentos de disolución del matrimonio que debían firmar ella y el bueno-para-nada de O'Leery a fin de que se pudiera llevar a cabo la boda entre ella y Rick. Sí, no hay duda, se trata ni más ni menos que del abogado de Richard Castle en la puerta del apartamento de Kate, sosteniendo una carpeta con un fajo de documentos, además un sobre blanco cuyo destinatario es K. Beckett.

Kate siente como se le congela la sangre y se le atasca la respiración entre pecho y espalda, quemándole los pulmones con puro miedo, con adrenalina que fluye desbocada por el torrente sanguíneo, alertando a cada célula de que hay riesgo. Sí, el riesgo inminente de ser sometida a uno de los efectos más nocivos de su ofuscación y su obsesión: perder a quien representa desde siempre su razón para seguir viviendo. Ahora sí hay evidencia; tangible, contundente, esperando por ella en las manos de la última persona relacionada con su esposo a quien quisiera ver en este momento.

-Señora Castle, buenas tardes –inicia tentativamente el abogado al percatarse de la reacción de quien aparentemente sabe bien lo que su presencia ahí significa.

-Abogado, buenas tardes –apenas si atina Kate a formular el más elemental de los saludos sin que la traicione el miedo que la está acicateando y las ganas de llorar que empiezan a volverse incontrolables, mientras los nudillos de su mano derecha se vuelven blancos a fuerza de hacer presión sobre la perilla de la puerta-. ¿En qué puedo servirle?

-Vengo en representación del Señor Castle y a petición de él para hacerle entrega de esto –le explica al tiempo que tiende la carpeta y el sobre a la atribulada mujer que los recibe con mano trémula.

-Pase, por favor; siéntese. –Con dificultades logra encontrar en alguna área de su cerebro las fórmulas sociales requeridas en estos casos; pero sus pensamientos están lejos, en otra parte de la ciudad; allá donde su corazón se quedó desde hace ocho meses.

-Gracias, señora Castle. Pero no hay necesidad, no pienso quitarle mucho tiempo. En realidad la finalidad de mi visita es hacerle entrega de esos documentos de parte de Rick.

-¿De qué se trata todo esto, licenciado?

Está retrasando lo inevitable y ella lo sabe perfectamente. Se niega a abrir esa carpeta, consciente de lo que contiene, como si postergando pudiera revertir los hechos. Sin embargo, no hay manera de retrasar el momento… uno de los peores de su vida además de la muerte de su madre y de la desaparición de Rick. Quisiera detener el tiempo o, mejor aún, regresarlo hasta el momento maldito en que decidió perseguir sus ideales de justicia a costa de su propio matrimonio. No quiere presenciar lo que sigue; no quiere leer los documentos que acompañan la carta de Rick; no quiere que Henry le mencione esa palabra a la que está temiéndole como nunca le ha temido a nada en la vida. Pero ya no puede esquivar la debacle; el abogado se apresta, diligente y dispuesto, a entregar el mensaje que le fue conferido, ajeno al dolor lacerante que su presencia le está infligiendo a quien espera sus palabras como una condena a muerte. El momento temido llega, implacable, doloroso, irremediable.

-Señora Castle, lo que me he permitido entregarle es una demanda de divorcio a petición del señor Richard Castle; además de una misiva de índole personal enviada por él para usted. Todas las condiciones están expresas en las cláusulas del escrito, pero tengo la indicación expresa de quedar a sus órdenes de forma permanente para aclarar cualquier duda de su parte antes de que firme. Naturalmente que no tiene que ser ahora; debe consultarlo con su abogado antes de hacerlo. Una vez que haya firmado, hágamelo saber y yo enviaré por los documentos para proceder con el trámite.

El discurso ha sido eficiente, fluido, profesional; es evidente que ha sido dicho muchas veces y se es consciente de lo que se está poniendo ante el receptor de tan duro mensaje. Es casi la actitud de un médico que proporciona información a los familiares sobre el estado crítico de un paciente. Se pone distancia y se procede de forma concisa y directa, sin dejar lugar para emociones que son inoportunas. Sin embargo, para Kate es como si el mundo -su mundo- hubiera perdido el eje y girara errático, tambaleándose junto con ella, sacudiéndola, cimbrándola hasta donde no sabía que podía doler. Durante segundos que parecen eternos, cede a la sensación indescriptible del dolor extendiéndose despacio por cada resquicio de su alma, de su mente…y hasta de su cuerpo. Porque sí. Sí duele físicamente. El pecho se le comprime, su estómago se contrae por el peso descomunal de una angustia que pugna por disolverse en lágrimas agolpadas ya en los ojos cansados y adoloridos; la cabeza palpita en las sienes con un dolor pulsante, agudo, constante…como un martilleo potente, demoledor. Hay una especie de debilidad que se apodera de sus extremidades; su cuello se siente rígido, cansado, como si de golpe hubiera caído sobre ella el peso del mundo entero junto con esos papeles en los que su esposo, el hombre que más ha amado, le está pidiendo que salga de su vida definitivamente. Su mente es como un limbo en el que, por el momento, no entra ni sale nada; sólo hay capacidad para una única certeza que se agita salvaje, lastimando, desgarrando, destruyendo lo que encuentra a su paso: esperanzas, sueños, ilusiones, promesas. Piensa Kate que quizá mejor era la incertidumbre que la plena conciencia de una realidad que no se siente capaz de soportar. No tiene idea de cuánto tiempo ha pasado en ese trance, cuando la voz del abogado -en la que percibe una nota escondida de preocupación y simpatía-, despidiéndose, la obliga a volver a la realidad, aunque apenas lo necesario para despacharlo y cerrar la puerta. Una vez a solas, no atina siquiera a dar un paso más allá de la puerta. Se desliza hacia abajo con la espalda pegada a la madera, mientras potentes sollozos la estremecen y gruesas lágrimas fluyen por sus mejillas en caudales salados, escaldando, dejando un rastro húmedo y caliente en la piel tersa. El silencio del diminuto departamento se llena ahora con gemidos roncos, con palabras ininteligibles que brotan a medias, incoherentes y angustiosas, en forma de fervientes súplicas. Como un mantra se escucha solamente, una y otra vez, la misma lastimosa frase.

-No me dejes, Rick…por favor, no me dejes.


Kate:

De entre todo lo que a lo largo de los años te he escrito, estas líneas son, por mucho, lo más doloroso que te he dedicado. Créeme, por favor, cuando te digo que tan doloroso ha sido para mí escribirlas, como está siéndolo para ti leerlas. Es una despedida, como sé que ya lo habrás supuesto desde el momento en que Henry puso en tus manos la demanda de divorcio. Me disculpo por no tener el valor de decirte todo esto a la cara, pero es que si lo hiciera, entonces lo que me faltaría sería el coraje para decir adiós y darnos a ambos esa clausura que necesitamos. El círculo debe cerrarse, Kate, a fin de que vivamos nuestro duelo y, con mucha suerte, eventualmente podamos empezar de nuevo.

En honor a la verdad, debo también reconocer que no me siento capaz de decirte a la cara todo lo que necesito decir, sin que me gane la rabia, la decepción, el dolor que todavía –o quizá ahora más que nunca- hierven en la superficie como un ácido corrosivo. Espero que no estés preguntándote el porqué de mi enojo. A estas alturas, si de algo debes estar bien segura, es de mis razones. Lo extraño es, en este caso, que haya yo tardado tanto en llegar a este punto después…después de tanto, Kate. Pero incluso eso tiene una respuesta, y te la voy a dar.

La diferencia entre el antes y el ahora se reduce a que, una vez más, al fin descubrí la verdad que me ocultaste. Y, honestamente, Kate, no puedo decirte qué es, de entre todo, lo que me duele más.

Me mentiste, Kate. Otra vez me mentiste y a escasas horas de haber dicho que no habría más secretos. Ya perdí la cuenta de cuántas veces nos hemos prometido lo mismo sin cumplirlo. Una razón más por la que no quise sostener esta conversación contigo cara a cara fue por evitarme el mal trago de escuchar argumentos que ya conozco. Por ejemplo, que yo te mentí una vez; que te oculté información relacionada con el caso de tu madre e investigué por mi cuenta, a tus espaldas. Estoy seguro que ese sería tu mejor carta en este debate, puesto que me dirás que, al igual que yo en su momento, has hecho lo que has hecho para protegerme. Cierto; te concedo ese punto… con la salvedad de dos significativas diferencias que, si bien no me eximen de culpa, si nos sitúan en planos distintos. La primera, Kate: yo no te oculté la verdad para protegerte, pero NO me alejé de ti para lograrlo; al contrario, me mantuve más cerca que nunca, de modo que pudiera yo estar al tanto de lo que pasara contigo. Para mí no había mejor forma de mantenerte segura que estar a tu lado. Y la segunda: entonces tú yo no estábamos casados…ni siquiera éramos pareja. Yo no rompí ningún juramento en el camino de protegerte; ni tampoco mentí teniendo otra opción. Se me dio la instrucción de mantenerte alejada del caso a cambio de que respetaran tu vida, y eso hice porque para mí, que estés viva es tan importante como que lo estés a mi lado.

Esa noche en que decidiste dejar el que era nuestro hogar, tú y yo ya éramos esposos, Kate. Decidiste dejar a tu esposo para mantenerlo seguro; cierto, es loable esa idea -en teoría-…admirable, heroica; y te lo agradecería, si no fuera por una consideración que me es difícil ignorar. Dejarme o no, no fue en ningún momento tu verdadera encrucijada. Para cuando te enfrentaste con esa disyuntiva, la decisión fundamental ya estaba tomada por ti y solo por ti. Ibas a ir tras LockSat; te ibas a deslizar voluntariamente por esa madriguera oscura y honda otra vez. No hacerlo jamás fue una opción. Cuando llegaste a la parte en la que decirme la verdad e involucrarme en tu cruzada representaba para mí una sentencia de muerte, entonces el dejarme no fue ni siquiera una posibilidad o una opción que tuvieras que pensar. Era sólo un mal necesario; una consecuencia inevitable; un daño colateral que has estado dispuesta asumir con todos sus riesgos, y no sólo una, sino más veces de las que cualquiera debería poder soportar. Y yo fui testigo de eso. En uno y mil momentos vi cómo te debatías entre el dolor de la separación y la necesidad de someterte a ella en favor de tu obsesión; y mismas mil veces en las que yo no tuve ni una oportunidad ante un adversario de semejante calibre. Realmente nunca la he tenido, por más que haya pretendido engañarme.

Llevo dos matrimonios fallidos a cuestas, Kate, y el primero de ellos terminó, como ya sabes, porque una tercera persona apareció en la escena. El detonante de mi divorcio tenía un nombre y un rostro, aun cuando las causas reales fueran mucho más profundas. Ahí al menos podía pretender que el motivo del fracaso era algo o alguien contra quien, en un último caso, podía haber luchado. Pero ahora… ahora simplemente siento que lucho contra un fantasma sin identidad, sin cuerpo, sin nombre. ¿Sabes por qué? Porque contra quien tengo que luchar por sostener esto eres tú. Y me declaro incapaz ante semejante adversario. Desde que te conocí, la historia de nuestra relación ha sido esa… Luchar con uñas y dientes por avanzar meras pulgadas en el camino hacia ti. Luchar para demostrarte que no era el patán que tú pensabas que era; luchar por cada palmo de tu confianza; luchar por conseguir una amistad que me diste en contra de tu voluntad; luchar porque admitieras que sentías amor por mí y porque, finalmente, me dieras la oportunidad de entregarte todo lo que guardaba para ti. Y, por otro lado, esperar. Ese ha sido mi otro requisito para permanecer a tu lado. Esperar a que me juzgaras mejor; esperar a que me aceptaras como amigo; esperar a que dejara de aterrarte la idea de que te amaba y me amabas; esperar a que tus muros se derrumbaran; a que el caso de tu madre se resolviera; a que estuvieras lista para el siguiente paso… y, esta última vez, esperar a que resolvieras lo que ni siquiera sabía yo qué era, para que pudieras volver a mí sin poner mi vida en peligro. A menos de un año de haber jurado en el altar que seríamos compañeros de crimen y de vida, que SIEMPRE nos amaríamos y estaríamos juntos, un buen día simplemente todo se fue al demonio. Tomaste una maleta y, con lágrimas en los ojos, una declaración de amor eterno y un "perdóname", te fuiste, dejando la puerta abierta y mi mente sumida en un caos. Y así empezó, una vez más, el juego al que parece que estamos condenados.

No encuentro la manera de describirte las horas ni los días que siguieron a tu partida, Kate. Cuando tú me volviste a ver, con lo que te encontraste fue con el mismo payaso de siempre que, otra vez, intentaba abrirse paso a tu comisaría con el solo objetivo de poder estar cerca de ti…igual que siete largos años atrás. Siete años, un mundo de experiencias compartidas y un matrimonio después, y volvía yo a ser reducido a la categoría de " un inconveniente" del que había que sacudirse, cuando apenas unos días atrás me insistías que fuera a la 12ª contigo aunque fuera en calidad de tu proveedor de café. Los primeros años a tu lado fueron maravillosos, Kate; a pesar de tu actitud y la mía. Los disfruté y los atesoro. Ocultar nuestra innegable atracción detrás de bromas incesantes, coqueteos audaces y construcción de teoría, es parte de nuestra historia, de nuestra evolución, del camino que nos llevó a ser lo que hasta hace un año fuimos. Pero estaría yo mintiendo si aseguro que, a estas alturas de nuestro camino, yo he disfrutado de revivir nuestros inicios. Hay algo retorcido en intentar hallarle el encanto al hecho de ser tu marido y tener que abordarte a través de subterfugios inventados por mí; de enfrentar desaires a los que te obligabas con la deliberada intención de mantenerme lejos y de no ablandarte tú; de atestiguar cada paso que ibas dando para retirarte conforme el tiempo pasaba.

Y quizá te preguntes qué fue lo que me hizo seguir ahí, procurándote a pesar de que me pediste tiempo y de que te fuiste de casa. Después de todo, sabemos los dos que sí puedo alejarme si tú me lo pides, y para muestra bastan los tres meses posteriores a la muerte de Roy. ¿Por qué insistí tantos meses en abrirme paso para estar cerca de ti aunque fuera en el trabajo, bajo el pretexto de recuperarte recorriendo el camino que inicialmente me llevó hasta tu corazón? Te voy a dar la respuesta. Esas horas que siguieron a tu despedida fueron algunas de las más dolorosas de mi vida. El dolor me aturdió durante muy buena parte de la noche. No dormí, ni siquiera me acosté; sólo me quedé petrificado en algún rincón, mirando al techo sin lograr despojarme de la sensación de agobio que me impedía hilar dos pensamientos coherentes. Estaba demasiado embotado como para llorar o beber. Sólo sentía cansancio, frío y una confusión que me absorbía como el ojo de un tornado y no me dejaba escapar. No sabía qué creer ni qué querer. No entendía nada. Sólo me invadía la sensación de pérdida, de vacío, de tristeza y de derrota. Así fue como vi llegar las primeras luces del día. Fue la voz de Alexis la que me sacó del trance con una efectividad que nada ni nadie más puede tener. Me obligué a salir de mi catatonia con la única finalidad de que mi hija no me viera así, una vez más, por ti. Realmente yo no sabía nada; no tenía nada que suponer o temer más allá de tus palabras de que aún me amabas y que esperabas volver alguna vez.

Conforme el día transcurrió lo único que cambió fue que las preguntas fueron tomando forma al mismo tiempo que una penosa certeza: me estabas ocultando algo. No tenía idea qué ni por qué, pero era evidente que, definitivamente, sí había más secretos entre tú y yo. Entonces de la tristeza pasé a la indignación, a la rabia. Las palabras de William Bracken han permanecido dando vueltas en mi cabeza como un disco rayado desde entonces, Kate, agrietándome el corazón y la vida; tú nunca vas a conformarte con ser sólo la Señora Castle. Ha sido una agonía ir convenciéndome poco a poco de que realmente ese infeliz te conoce mejor que yo. Y el hecho de que cuando te hice yo a ti esa pregunta, por toda respuesta haya obtenido tu frase de despedida esa noche, es una herida que no ha dejado de supurar. Pero aparentemente tenemos más en común de lo que ya creíamos. Yo tampoco me quedo en paz con mis obsesiones, Kate. Mi necesidad de respuestas puede llegar a ser tan compulsiva como la tuya, y bastó una semana para que tomara la decisión de encontrar la verdad detrás de tu elección; así tuviera que pasar por encima de mi dignidad y mi amor propio para lograrlo; así tuviera que convencerte a ti y a todos de que lo único que me movía a perseguirte otra vez era el fútil intento de recuperarte.

Ésa es la razón, Kate. Por eso y nada más que por eso me mantuve cerca, imponiéndote otra vez mi presencia aun cuando de sobra sabía que te incomodaba en la medida en que te hacía titubear respecto a tu determinación de seguir lejos. Sé leerte mejor que nadie y en ningún momento dudé de que me amaras; podía ver claramente cada uno de esos instantes en que te debatías ferozmente entre tu necesidad de volver a mí y tu sed de justicia; fui también testigo de cada una de las ocasiones en las que nuestro amor perdía la batalla contra tu disposición al sacrificio. Nuestra relación -lo que ha ido quedando de ella- perdió esa lucha demasiadas veces como para salir ilesa. Lo que no cura el tiempo, lo mata el tiempo… eso dicen; y correr ese riesgo de someterse a la distancia y al tiempo dentro de un matrimonio es estar dispuesto a pagar un precio muy alto. Me amas y eso lo sé; nunca lo he dudado. Te amo también y tampoco voy a negarlo. Pero ya logré entender que el amor no basta para sostener una relación. Hay elementos, como el respeto, la confianza, la voluntad, sin los cuales el amor no es suficientes para mantener a flote el barco. Debemos reconocer, aunque nos duela, que realmente no hemos aprendido de qué se trata estar casados. No alcanzamos a asimilar el nivel de compromiso e involucramiento que implica. Siempre voy a valorar el hecho de que hayas optado por romperme el corazón (y romper el tuyo en el proceso) antes de exponerlo a recibir una bala, Kate. Pero si me dieran a elegir, hubiera preferido mil veces que la posibilidad de perder lo que tenemos hubiera bastado para que soltaras la investigación y te quedaras junto a mí. Como ya te dije, sé que nunca tuve siquiera la menor oportunidad en esa apuesta; ya hice las paces con eso. Pero siento que es mi obligación advertirte que lo que tú estás enfrentando se llama adicción, Kate. Tu enemigo no es LockSat… Tu enemigo eres tú. No tengo que explicarte cómo funcionan las compulsiones; tú ya viviste eso, estando del otro lado. Un adicto, Kate, no se cura nunca. Vive permanentemente con las tentaciones en frente, luchando contra ellas y negándose a consumir ni una sola dosis porque eso desde luego que no lo cura, sólo lo hace recaer. Tú elegiste perseguir una obsesión más, ceder a la tentación; y esperar que una vez agotada esa "última dosis" la compulsión se acabe, eso es ingenuo, poco realista y una clara muestra de que tienes un problema qué reconocer y qué atender si quieres poder vivir realmente tu vida alguna vez.

Siempre habrá socios de los criminales que continuarán con la tarea de aquéllos a los que arrestes, Kate. Siempre habrá una macabra investigación que te tiente, así como siempre una copa será una tentación para el alcohólico. Es valiosa tu sed de justicia y tu deseo de hacer de éste, un mundo mejor. Pero tienes que elegir de una vez y por todas. Si vas a consagrar tu vida a eso, debes viajar sola por la vida y agradecer por cada día que sobrevivas. Ser una heroína solitaria te convertirá al final en la mártir que dio la vida por aportar un grano de arena al mundo. Nadie podrá estar a tu lado porque correría peligro. Privarás a muchos de ti, pero ésa es tu elección y eres tú quien vivirá con las consecuencias. Yo, bajo estas condiciones, no voy a seguir a tu lado. No son las ideales para constituir el fundamento de un matrimonio ni de una familia. Simplemente no funcionaría porque yo viviría preguntándome si no hay algo que me ocultas, temiendo que el día menos pensado descubras que hay otro dragón por encima de Bracken y Locksat, y que por algo que hiciste cazándolos a ellos, resulte muerto alguien más y tú corras a perseguir a los responsables, dejándonos otra vez atrás. El riesgo existirá siempre y yo no puedo vivir con eso. Lo siento…créeme, Kate, lo siento mucho.

Los últimos meses de nuestro primer año de casados se convirtieron en un desastre –incluido nuestro primer aniversario-; el segundo año empezó mal y ha ido a peor. No sabes cómo me duele que sean esos los últimos recuerdos con los que nos quedemos de nuestra historia, Kate. Pero no ha sido mi elección. Hemos vivido momentos muy duros a lo largo de nuestra vida juntos. Momentos en los que ambos hemos experimentado el dolor de creernos perdidos para siempre a manos de algún enemigo. Los dos meses durante los cuales hubiste de lidiar con mi ausencia y con la espantosa incertidumbre de no saber si vivía o moría, son una deuda que llevo conmigo y que tenía toda la intención de saldar en los años de vida que me quedan, viviéndolos contigo y para ti; ya no tendré esa oportunidad y te pido perdón por eso. Quiero que sepas que, a pesar de que ya no estamos juntos, no hay un momento para mí de paz ni calma, sabiendo que corres de frente hacia la posibilidad de un final trágico que me aniquilará de por vida, Kate. Tú estás siguiendo el camino que elegiste, y decidiste ponerme a un lado porque cualquier cosas es tolerable para ti excepto la idea de mi muerte. Supongo que es entonces a mí a quien le toca lidiar con la alta probabilidad de que seas tú quien muera, y yo sí que no tengo nada que decir o hacer, más que esperar y rogar cada noche, a quien me quiera escuchar, que te proteja y te cuide como yo no puedo hacerlo.

Kate –finalmente-, te suplico, como último gesto de buena voluntad, que no alarguemos innecesariamente esta agonía, por favor. No más de lo que ya lo hemos hecho. Tienes los documentos del divorcio en tus manos ahora; revísalos con tu abogado y fírmalos cuanto antes, si estás de acuerdo con lo estipulado ahí. Sólo te pido que hagamos esto lo más rápido posible. Es justo y necesario.

Te amo, Kate, con todo lo que soy. Para mi desgracia, el amor no es suficiente.

Cuídate y decídete a ser feliz.

R. Castle.

Sus manos tiemblan, sus ojos se nublan con lágrimas que no han dejado de brotar desde hace horas. Los pliegos de papel blanco llenos con la perfecta caligrafía de Rick, yacen apretados contra su pecho que se estremece con sollozos desgarradores, emergiendo desde el dolor más profundo y crudo. Cada palabra hiere, se clava fina y precisa en su alma atormentada; las verdades queman y los remordimientos matan lenta y agónicamente. Un frío de muerte le congela hasta los pensamientos, pero el llanto no cesa y el dolor no para. Se acabó todo y la vida pierde su sentido. Ahora sí ya no le queda nada.


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