Suya.


— ¡Inu!— Gimió la azabache mientras el recorría la parte superior de su cuerpo con su lengua, no había parte de ella que no hubiera sido probado por el muchacho de cabellos plateados. Las pequeñas manos de ella se aferraban en la espalda del chico mientras este la envestía con salvajismo, sus pechos rebotaban un poco por el movimiento que hacían, arriba y abajo, ese era el ritmo que llevaba todo su cuerpo, al igual que el de el—Inu…

—Mía. — Gruño este mordiendo levemente el cuello de la chica, esta se quejó un poco al sentir que él le clavaba los dientes un poco para luego separarse y mirar orgullosos la marca que estaba en el cuello blanquecino de la muchacha. Su marca. Suya.

La azabache lo miro frunciendo levemente el ceño y abriendo su boca para decir algo, pero toda la mínima cordura que había logrado atrapar se esfumo en tan solo segundos cuando los labios del hombre se unieron con los suyos en un apasionado beso, ella apretó un poco más sus piernas alrededor de la cintura del pelinegro y empezó a mover sus caderas nuevamente sintiendo así olas de placer rodearla, así empezaron con una nueva "ronda" entre besos y carisias, a las que adictos se volverían.

.

.

.

Se miraron a los ojos, se sentían satisfechos, felices, sabían que luego de eso no podrían volver a verse, pero poco les importaba eso, ahora lo único que les importaba era estar juntos. Kagome, regalándole una de sus sonrisas que podrían derretir el ártico, acaricio su mejilla antes de acercarse a su rostro y el la hizo conformarse al plantarle un beso en los labios, fue un beso lleno de dulzura, dulzura que no había tenido con nadie desde que su ex prometida había muerto en aquel accidente de tránsito. Ambos se sumergieron en una pequeña burbuja para protegerse de todos aquellos pensamientos irónicamente les había hecho conocerse.

—Debo irme…— Susurro Kagome entre el beso haciendo que la burbuja en la que estaban se rompiera. El peli plata dejo de besarla y no pudo evitar sonreír con un tinte triste en sus ojos color ámbar.

— ¿Ahora? ¿Por qué no después, eh, Kagome? — Pregunto, cortante de cierto modo.

—Si… Bankotsu estará preocupado, InuYasha.

InuYasha frunció el ceño el oír el nombre de su enemigo, lo peor de todo de no poder tenerla era que ella pronto le pertenecería a el mercenario, tan solo imaginar a Kagome con un vestido de novia yendo al altar para unirse a un hombre toda su vida, que no era el, le daba rabia.

Pero aun así la dejo ir, no podía hacer nada para impedirlo, su matrimonio ya estaba hecho y el no podía romperlo solo con llegar a la puerta y decirle que la amaba, al menos tenía el consuelo de haber sido quien haya posesionado el cuerpo de aquella hermosa chica que se había convertido en mujer en sus brazos… Tenía el consuelo de que, ella, era simplemente Suya.