N/A: Este fanfic se encuentra en etapa de edición para hacer su lectura mucho más amena. Agradezco su comprensión.
Derechos: A Hajime Isayama, salvador del mundo, de mi vida, destructor de mis horas de sueño y Dios de la imaginación más hermosa del mundo mundial.
In Fine Temporis
Capítulo 1: Expedición de emergencia
Un, dos, tres. Un, dos, tres. Descanso.
Las palabras se me quedaron pegadas en la mente luego del entrenamiento de la mañana. Rebotaban en mi cabeza, cómo cuando estás por quedarte dormido al final del día y resuenan sin sentido al momento en que tu consciencia empieza a irse con Morfeo. Tenía los ojos entrecerrados y oía las conversaciones de mis compañeros como un murmullo unísono e indescifrable.
Los últimos días, habíamos estado batallando arduamente, planificando y probando nuevas estrategias con los modelos de titán a escala. Habíamos hecho tanto ya, los huesos dolían, pero aun así, todas las ideas estaban sujetas a conjeturas de posibles resultados óptimos, sin embargo, nada era concreto. Recuperar el muro María parecía una utopía casi ridícula, pero aun estando cansados, con bajas considerablemente significativas, entre esos murmullos homogéneos podía percibirse, de alguna forma, la esperanza. Era conmovedor oírles tan entusiastas. Por mi parte, no podía asegurar que me movía la esperanza. Esa palabra tenía un sentido muy sutil para mí; y, por supuesto, la historia que vivíamos, el estado al que había llegado la humanidad era, en todo aspecto, todo lo que se le pudiese atribuir excepto sutil. Pero aun así, de alguna manera encontraba fuerzas y, a duras penas, podía reconocer para mí misma, que era el orgullo que me hacía resistir como una fortaleza, y por sobre todo, mantener a salvo a quienes amaba. Nunca me cuestioné si lo hacía por la humanidad. Mi principal interés englobaba a mis cercanos, que si eran contados con una mano, me sobraban dedos; pero aunque así fuese, significaban, para mí, el hecho de estar en pie. Por otro lado, me sentía fuerte, poderosa y quería atreverme a probarlo todo, confiada de que jamás iba a morir. Era un buen plan cuando la muerte acechaba tan sigilosamente en esos días. Pero aunque confiara en mis capacidades, mi parte cuerda me llamaba a tierra para comprender que no todo podía ser así de perfecto. Ser soldado con reconocimiento por mis habilidades de batalla no significaba estar exenta del todo. Aquellos eran momentos de lucidez. El resto del tiempo me gustaba creer lo de no morir jamás. Sin embargo, mi ímpetu esa mañana parecía haberse evaporado con el sudor del entrenamiento.
Tenía dos teorías al respecto. La primera: no desayunamos como de costumbre; salimos a terreno temprano por la mañana cuando sol recién comenzaba a asomarse. No entendí por qué nos hicieron entrenar sin abastecernos de comida primero, nos dieron el desayuno después. Por ese motivo, no tenía energías ni siquiera de tomar la taza frente a mí. O teoría dos: estaba un poco ensimismada y tensa por los planes de recuperar el muro María. No era que me molestase, al contrario, sabía que era la manera de ir recuperando nuestras vidas poco a poco. Lo difícil sería llegar a nuestra antigua casa y dejar que Eren abriese el sótano… ¿Qué iba a pasar? Me asustaba la idea de todo, que la respuesta fuese a hacerle daño, que de camino resultase herido, que lo raptasen o cualquier cosa terrible de esas que solían ocurrirle a él. Yo siempre iba a estar a su lado para protegerlo, pero, por alguna extraña razón, ahora me sentía algo exhausta e incómoda respecto a la situación.
Una mano pequeña y temblorosa comenzó a deslizarse dentro de mi marco visual (que incluía la superficie de la mesa con mi desayuno), distrayéndome de mis cavilaciones. Dejé caer mi antebrazo con pesadez sobre la mesa y la detuve.
—¿Qué haces? —sentencié, girándome unos pocos grados para mirarla fijamente. Era la costumbre. Sabía quién era.
—¡Pero… Mikasa! —chilló, mirándome con ojos de gato perdido—. Ni siquiera has tocado tu pan.
—¿Y? —insistí, manteniendo el semblante. Sasha me miraba suplicante. Por más que no tuviese las energías de poder tomar la taza, iba a comer de todos modos. Necesitaba energía. Necesitaba reponerme, porque iba a ser un largo día.
Sin embargo, permanecí en ese mismo estado muchos minutos más. Similar a cuando te levantas por la mañana y te quedas viendo un zapato, mientras te das un discurso mental con todo lo que debes hacer: «Levántate, date un baño, vístete, etc». El tiempo pasa y no haces nada.
Sabía que pronto habría reunión. Probablemente, iban a darnos nuevas indicaciones. No creo haberme sentido asustada, no puedo atribuirle esa palabra a esa sensación reacia. Era preocupación, y probablemente porque Eren siempre era el sujeto experimental de todas las estrategias que teníamos. Era como si creyesen que, por poder transformarse en un titán, pudiese hacer cualquier cosa. A mí no me parecía así. A diferencia de todos, yo obviamente seguiría viéndolo como mi familiar. Mi hermano…
Me dolió afirmar eso último, pero no le di cabida a más pensamientos inútiles. No ayudaba quedarse así, pero mi cuerpo parecía no querer moverse.
—Mikasa… —reconocí la voz de Armin, quien estaba sentado frente a mí, mirándome preocupado. Asentí con un ligero hm, dándole espacio a que dijera lo que fuera que tuviese que decir.
—Oye… ¿Podrías poner un poco de atención? Es la tercera vez que intentamos que espabiles —Eren tenía ese tono siempre: tosco, duro. Me había acostumbrado a que fuese así… pero mentiría si dijese que no era una costumbre dolorosa.
Armin lo miró un poco inquieto, luego de ver mi expresión decaída y se concentró en mí nuevamente, ignorándolo.
—Termina tu desayuno. Hoy tenemos reunión, es importante —Armin siempre tenía la delicadeza exacta para decir las cosas. No solo utilizaba los medios orales para persuadir a las personas, sino que hacía uso de la manera precisa de cómo decirlas.
Moví el rostro en afirmación con suavidad. «Despierta, Mikasa», me reté a mí misma y comí tan rápido como me fue posible.
Camino al lugar de encuentro, y un poco más despierta que antes, la reunión que tomaría lugar dentro de poco parecía interesante. Rumores entre los soldados que formábamos parte de la Legión de Reconocimiento comentaban sobre una nueva expedición al exterior, esta vez arriesgándolo todo, ya que se hablaba sobre un plazo de tiempo considerablemente superior a cualquiera antes realizado. No sabía con exactitud cuánto tiempo sería. Todos, expectantes, sacaban sus propias conclusiones.
El tema era que los recursos dentro de las ciudades escaseaban, y aunque la población se había visto reducida en gran cantidad el último tiempo, nuestros recursos no eran suficientes para sustentarla. Las raciones de comida disminuían considerablemente, entre otras materias primas. Era muy probable que nos hicieran ir en búsqueda de la mayor cantidad de suministros para, al menos, poder respirar fuera del agua que nos tenía hasta el cuello, por un buen tiempo más.
Nos agrupamos en el lugar de encuentro, quedándonos en silencio al momento de llegar. Frente a la masa reunida, se hallaban la mayor Hange, el comandante Erwin y… el capitán Levi, como de costumbre.
El comandante Erwin estaba erguido y en una postura rígida. Siempre era así, pero ese día me dio la sensación de que lo estaba un doscientos por ciento más de lo común. La tensión no tardó en aparecer entre la multitud a medida que nos íbamos incorporando, sin embargo, fue nada en comparación a lo que vino después.
La charla fue extensa, sobre todo por las intermisiones, discusiones y entre tiempos que se dieron a medida que se nos iban dando indicaciones. Pero no todo pasó por nada, hubo razones y motivos de peso para que la multitud reaccionara de la manera en que reaccionó.
El plan era el siguiente: «La expedición de emergencia». Llamada así por su carácter de urgente. No obstante, el comandante se encargó de manifestar, con detalles muy específicos, la situación en la que nos encontrábamos. Los resultados eran críticos. Si no nos movíamos o hacíamos algo a tiempo, probablemente comenzaríamos a morir de hambre y el tema titanes pasaría a ser un asunto menos importante. Por otro lado, había muchos asuntos políticos internos, sociales y económicos, pero esa mañana no hablamos de administración social, sino que la charla se dirigió directamente al plan. Saldríamos de los muros durante un par de días, para recolectar la mayor cantidad de materias primas posibles. Acompañarnos por carruajes para almacenar los productos y emplear la formación usual que utilizábamos para expediciones serían nuestros pasos a seguir. Sin embargo, esta vez, intentaríamos llegar más allá de dónde alguna vez llegamos. Entendí que el comandante lo había previsto así para abarcar mayor cantidad de recursos en función de las necesidades críticas por las que la población estaba pasando.
—¡Es una locura! —exclamó Jean, mirándonos a todos, confundido y agobiado—. De todos los actos suicidas, este es, finalmente, el más efectivo.
—Piénsalo. Si no nos movemos, moriremos aquí igualmente —Eren, por cierto, siempre llevándole la contra. Aunque tenía toda la razón. La situación estaba llegando a los límites. Si nos arriesgábamos a salir, había una esperanza de salir victoriosos y seguir luchando por el sueño efímero de ganarles a los titanes, pero si nos quedábamos de brazos cruzados, moriríamos de la manera más absurda e irónica en ese momento: de hambre.
Hange tomó lugar cerca de Erwin y añadió:
—No deben entrar en pánico —siempre con esa imagen suya, tan apacible—. Iremos con refuerzos. Si bien estaremos arriesgando más de lo usual, creo que si acatamos las indicaciones al pie de la letra, podríamos lograrlo. Vale mencionar que otras de las intenciones de esta expedición es poder recolectar información sobre los titanes, pero ciertamente en un segundo plano. No es el objetivo principal, ni secundario. Aprovecharemos la oportunidad, pero bueno, eso está bajo mi cargo —se encogió de hombros, mientras desenrollaba un pergamino.
—Durante el transcurso de la tarde, nos veremos en los salones para dar las instrucciones pertinentes —exclamó el capitán Levi, casi queriendo cerrar el tema. Se veía con un rostro tenso… Bueno, no era algo muy curioso de ver en él, pero sentí que no estaba de acuerdo con lo planteado.
«Pero no tenemos opción», pensé. Sacudí la cabeza y volví a lo mío.
—La decisión ha sido tomada —vociferó Erwin—. No tenemos opción. Cuento con ustedes.
—¡Sí, señor! —saludamos y la reunión finalizó.
La multitud comenzó a dispersarse y, entre las personas, busqué con la mirada a Eren. Había salido del tumulto casi eyectado. Quise seguirle el ritmo, pero iba a paso desenfrenado. Necesitaba hablarle o no iba a quedarme tranquila. Sin embargo, hice hincapié en ese sentimiento. Paré en seco.
Eren siempre había sido así. Nos protegía y procuraba que nada malo fuese a pasarnos, pero era orgulloso. No podía hablar de sentimientos con él. Aun cuando era consciente de cuánta gratitud le debía, su actitud hacia mí siempre era renuente, dura e incluso, en ocasiones, algo violenta. Yo no era débil, pero, de un tiempo a otro, había comenzado a molestarme, a dolerme aquel comportamiento desagradable que tenía conmigo, como si le molestara, como si todo lo que yo dijese estuviese mal. Mi único interés era protegerlo, y aunque era difícil para mí reconocerlo, le amaba con mi vida por ser quien era, por ser quien había sido conmigo. A veces creía que quizás él lo había olvidado por completo.
Me sentía un poco absurda por intentar recordárselo siempre, pero eso no era excusa para que esta no fuese otra ocasión. Me adelante en un trote ligero, mientras llamaba su nombre en voz alta, para que pudiese escucharme y pegar media vuelta. Lo logré.
Se giró sobre sus pies y me miró con expresión aburrida. Eso me dio una clavada en el pecho.
—¿Hm? —enarcó una ceja. Procuré llegar a su lado antes de decir cualquier cosa.
—Eren, ¿podemos hablar un momento? —lo miré algo apenada, a la espera de su respuesta.
Dudó unos segundos, mirando un punto fijo en el suelo, como si no estuviese pensando para nada en lo que le había mencionado.
—Sí, vamos —terminó diciendo, y nos alejamos del lugar en dirección a los establos que, por ahora, estaban vacíos de cualquier rastro humano.
Caminamos en silencio, tortuoso silencio. A veces, sentía como si Eren estuviese enojado conmigo todo el tiempo. El camino se me hizo eterno, y ni siquiera el ruido de las botas sobre la tierra logró distraerme. Iba tras él. Él adelante, caminando a paso firme y decidido; yo, arrepintiéndome en un pequeño porcentaje de haberle pedido que hablásemos.
Se adelantó varios metros, para llegar al lado de un establo en el que descansaba un caballo negro. De pie, se inclinó apoyándose en la pared de madera de dicho establo y se cruzó de brazos.
—¿Y bien? —rompió el mutismo de inmediato.
—¿Tienes cosas qué hacer? Te noto con prisa —mi voz sonó suave y triste. Siempre tenía ese tono. Nunca había logrado cambiarlo, aun cuando intentaba sonar molesta, me irritaba que mi voz, demasiado femenina para mi gusto, no tuviese presencia.
Eren suspiró hastiado. Lo noté porque relajó los hombros.
—¿Qué opinas del plan que el comandante nos reveló hoy? —esa fue su pregunta predeterminada para romper el hielo, sin saber que era justo lo que estaba esperando para tomar la palabra.
—Sabes lo que pienso. Sé en qué condiciones estamos, pero estoy cien por ciento segura de que serás, claramente, el mayor responsable de la expedición —solté sin más.
—¿Qué quieres decir con eso? —comenzó a molestarse. Bien, aquí vamos de nuevo.
—Van a usarte. En cualquier momento, cuando la situación se salga de las manos: «Eren, utiliza tu poder de titán». Bien, y luego de eso, terminas herido, una semana en cama y sin poder reivindicarte por un largo tiempo.
Me miró con el entrecejo fruncido, a tal punto, que sentí que su piel se iba a romper. Lo había ofendido, al parecer. Me miraba casi con odio. No entendía por qué. Relajó un poco su expresión para volver a tomar lugar en la conversación.
—Soy el arma más poderosa y efectiva que tenemos hasta el momento. ¿Por qué no habría de ayudar? Para eso hice un juramento el día en que lo perdimos todo. Prometí que ningún otro ser querido moriría por mi culpa, por mi debilidad. Quiero ganar, Mikasa. Quiero ganar y sentir que toda la mierda por la que hemos pasado ha valido la pena.
—Yo tampoco quiero perder a un ser querido de nuevo —hundí mi nariz dentro de la bufanda que siempre traía conmigo—. Y he estado a punto de perderte muchas veces. No quiero que vuelva a suceder… es por eso que yo–
Se me acercó a la velocidad de la luz, y eso fue lo que precisamente vi segundos después. Una luz relampagueante a causa del golpe que me propino en la frente con su cabeza.
—¡Basta, Mikasa! —me gritó—. ¿Por qué mierda no maduras? —«¿Eh? ¿El qué?». Lo miré confundida—. Estamos en una crisis, en estado de guerra, ni siquiera con humanos, sino con monstruos de los que no conocemos un tercio. La vida se ha convertido en una lucha, vivir o morir. ¡Déjate de sentimentalismos estúpidos!
Sí, ahí iba de nuevo, con los gritos —cuando yo ni siquiera había alzado la voz—, con la actitud violenta y las hordas de palabras dolorosas que salían de su boca.
—¿En serio estás luchando sin un sueño, Eren? —relajó su postura para mirarme con un rostro aún más confundido que antes—. Dices que quieres luchar y ganar, y vivir, por supuesto. ¿Y qué harás por vivir? Si, hipotéticamente, ganásemos… ¿Qué harías después? ¿Seguir peleando? —inquirí.
De nuevo, su rostro ofendido tomo lugar y se enojó aún más.
—Yo, simplemente, quiero que dejes de estar sobre mí todo el tiempo. Me asfixia —ya no gritaba, su voz había bajado a un tono muy grave y oscuro—. ¿Por cuánto más tendré que repetirte que no soy tu hijo ni tu hermano pequeño?
—Eres mi hermano —asentí, convencida.
—No. Somos familia, porque crecimos juntos, pero no somos hermanos. No me debes nada. Hice lo que habría hecho con cualquier otra persona que hubiese estado en peligro. No iba a dejarte ahí; quería protegerte y ayudarte. Ya lo hice. No me debes nada.
Y con eso se retiró, dejándome de pie frente a los establos con la sensación más amarga que había sentido. Y lo peor de todo fue que, de un momento a otro, me sentí irremediablemente sola.
Me quedé en aquel lugar sin saber qué hacer. Estaba confundida. Me paseé en círculos un par de veces. Tal vez debí haberme ido de inmediato. Tal vez debí obedecer a Eren y ser responsable con mi trabajo dentro de la Legión de Reconocimiento. Todos debían estar haciendo algo ahora y yo estaba preocupándome por algo absurdo. Sin embargo, no hubo caso alguno. Mi respiración se agitó y comencé a llorar. No sonoramente. Las frías lágrimas se deslizaron por mis mejillas, y más que de pena eran de rabia, porque me sentía estúpida y patética, protegiendo y amando a alguien a quien no le importaba ni un poco. Lo peor de todo era que eso no mataba los sentimientos dentro de mí y la gratitud infinita que sentía hacía él.
Además, para mí pésima suerte, ese día no era el mío, porque lo que ocurrió después fue infinitamente peor.
—¿Mikasa Ackerman? —oí una voz masculina que me congeló la espalda. No quería voltear, no quería, pero entendía la falta de respeto que sería y que me comprometería al ignorar al capitán.
—Capitán Levi —saludé, erguida. Lamentablemente, no me dio tiempo de limpiarme las lágrimas, pero mantuve un semblante de rigidez para que no me viese en ese estado tan deplorable.
Se quedó viéndome con su rostro inexpresivo y enarcando una ceja. Estaba como a la espera de una respuesta, pero no supe qué decir. Gracias al cielo, él ayudó a romper la tensión… aunque no mucho.
—Mikasa… dirígete a cumplir con tus labores. Y, por favor, no vuelvas a mezclar tu vida personal con el trabajo dentro de la Legión o me veré en la obligación de pedir que te reporten. No necesitamos obstáculos —¡Enano de mierda!, fue lo primero que vino a mi mente.
—¿Estuvo escuchando todo este tiempo? —me quejé bruscamente, traté de no ser tan ruda, pero me fue imposible. Fuera del deber, él no me agradaba en lo absoluto, es más, me causaba repulsión y no iba a hacer diferencias si daba un paso más de donde estaba.
—Estaban gritando —alzó la voz tajantemente, a la vez que abría la puerta del establo—. Y este es mi caballo. No podía interrumpir su juego de la casita, pero tampoco iba a retirarme.
—Lamento que haya tenido que escuchar todo eso —redirigí mi mirada hacia otro punto del lugar. Era humillante, pero tenía que salvarme de la situación. No lo lamentaba en sí, me daba lo mismo, pero, por asuntos de formalidad y protocolo, tuve que manifestar mis disculpas.
Pasó de mí, guiando a su caballo, sin embargo, algo más le dio un toque más tenso a la situación.
—No seas estúpida, Ackerman —se detuvo unos segundos a esperar mi respuesta. No me estaba mirando.
—¿Por hablar con mi familiar en los establos? —me enojé, sin limitarme a pensar que era un superior.
—No… No es por eso.
Siguió caminando unos pasos más y de pronto, de un salto, se subió a su caballo y se retiró, desapareciendo del lugar.
La sensación que quedó dentro de mí, luego de ese episodio, fue tan confusa que no pude meditarla. No di más paso a cavilaciones sin sentido. Salí de ahí a toda prisa para disponerme a trabajar durante el día. No quería pensar, no más.
Soy fuerte, soy la mejor en lo que hago. ¿Qué estoy haciendo ahora?
Faltaban pocos días para la expedición. Estábamos preparando todo para que las cosas salieran como se había estipulado. Los carruajes estaban siendo reforzados al máximo para soportar todo el peso que les fuera posible. Los caballos estaban siendo entrenados y alimentados correctamente. Sus pezuñas habían sido limadas y se les habían cambiado las herraduras. Los equipos de maniobras estaban en perfectas condiciones. Todo previsto para que no ocurriese nada fatídico; si había que utilizarlos durante la salida, estos funcionarían perfectamente. Equiparon tanques de gas, bengalas de color, y por cierto, las espadas estaban más filosas que nunca.
Era de enorgullecerse si se pensaba, pero realmente estábamos anticipándonos a una carnicería ineludible y, sumado a esto, muchos de mis compañeros tenían los rostros contrariados, otros simplemente estaban aterrados.
—¿Crees en la probabilidad de que esto sea posible? —pregunté a Armin, quien estaba a mi lado. Compartíamos el almuerzo en los comedores, junto a Sasha, Connie, Annie —de visita—, Jean, y Christa.
—Bueno… —dudó durante unos segundos—. No es que me fascine la idea. Pienso que tiene muchos contras, pero…
—Es una locura —interrumpió Jean—. Piénsenlo: pérdidas de hasta casi un treinta por ciento hemos tenido por salir durante un día. ¿Cuántos días estaremos fuera?
—Estoy segura de que el comandante piensa que si llegamos un poco más lejos, podríamos llegar a las villas abandonadas para poder guarnecernos o refugiarnos si así lo necesitásemos —comentó, tímidamente, Christa.
—Sí… puede ser. ¿Pero qué tan a salvo estaremos bajo viejas paredes que un titán podría botar con una palmada? —discrepó con sutileza, como siempre, Armin.
—Escuché que querían tomar otro camino… de todas formas no es de mi incumbencia —manifestó Annie, mientras estaba de brazos cruzados, con su misma cara de ignorarlo todo.
—Annie, tú perteneces a la Policía Militar, no hagas comentarios tan certeros. Te recuerdo que quienes vamos a salir, somos nosotros —entristeció Armin.
—De todos modos —Connie rompió su silencio—, pensemos lo que pensemos sobre qué nos tocará, no importa qué sea, tendremos que ir y obedecer —se encogió de hombros con una sonrisa.
—A veces, dices cosas coherentes —berreó Sasha con la boca llena.
—¡¿Qué quieres decir?! —gruñó Connie.
Todos en la mesa rieron, enternecidos por la situación, y comenzaron a lanzarse bromas entre ellos. Yo me quedé en silencio buscando respuestas en mi mente. Un poco sobre la expedición, un poco sobre qué nos depararía mañana, un poco sobre Eren… y aunque me causaba una extraña sensación en la boca del estómago, un poco también sobre el capitán. No hallaba sentido para lo que me había dicho días atrás, cuando me vio en la conversación con Eren. Para poder evitar pensamientos que me llevasen a él, había optado por hacerme creer a mí misma que lo había dicho para fastidiarme. Sin embargo, mi cerebro tomó otra decisión y fue como si quisiera que esas palabras significasen otra cosa.
Un estruendo nos sacó a todos de nuestras realidades. Pegamos un saltito del susto y, de inmediato, vi reclutas pararse de las mesas y a otros voltear a mirar que había sucedido. Escuché muchos: «Oh, ayúdenlo», y de pronto, mucho revuelo. Tuve un mal presentimiento, y me puse de pie de inmediato para caminar entre quienes se habían puesto de pie. Di empujones para que me permitiesen avanzar… y ahí estaba, tirado en el suelo, desvalido: Eren.
—¡Eren! —escuché a Armin detrás de mí.
Nos apresuramos y lo tomamos para reincorporarlo lentamente y sentarlo sobre una silla. Apenas reaccionaba y respiraba dificultosamente. De pronto, Jean apareció con un plato con agua y se lo aventó en el rostro. Eren comenzó a toser exageradamente, tratando de respirar bien. Le di una mirada de desaprobación a Jean, sabía que no se llevaban bien, pero ¿era necesario hacer eso? De todas formas, logró que Eren espabilara y volviera en sí, así que no juzgué sus medios de atención al paciente.
—Eren, ¿qué ha sucedido? —me senté a su lado para sostenerlo. Se notaba que estaba débil y cansado como si hubiese ido a una misión él solo. No quise presionarlo, ni nada por el estilo. Después de nuestra conversación, sabía que tenía que considerar límites antes de dirigirme a él, aventándole preguntas y más preguntas.
Tosió un buen par de veces más, tratando de aclararse la garganta y esbozar alguna señal.
—El… —siguió tosiendo, al parecer le había entrado agua en la nariz— experimento…
—¿El experimento? —preguntó Armin, desentendido.
—Tuve experimentos de rutina hoy, con Hange, pero fue demasiado, me siento… mal —habló cada vez más pausado hasta terminar en un suspiro y se relajó hacia atrás, mirando hacia el techo.
La ira subió como fiebre roja por mis mejillas y entré en aquel estado sobreprotector que siempre emergía en mí, inevitablemente.
En el momento en que Eren dijo esto, vislumbré una sombra hacia el final del pasillo donde se encontraba la puerta de ingreso a los comedores. Se desplazaba por fuera. Me puse de pie, violentamente, y caminé a pasos agigantados y veloces para salir de ahí cuanto antes.
—¡Mikasa! —escuché un grito. «Armin», pensé.
Nunca antes me había sentido con tanta decisión, pero, a raíz de todos los eventos que habían acontecido últimamente, me sentía llena de energías negativas, sobrecargada, ofuscada al no poder gritar y patearlos a todos. ¡Idiotas!, pensé.
Cuando llegué al pasillo, vi a Hange caminar hacia no sé dónde, porque en ese momento no estaba procesando nada en mi mente, excepto alcanzarla y decirle unas cuantas verdades.
—¡Hange! —clamé. Sí, me sentía muy molesta.
Se volteó con total relajación y me sonrió. Nunca nada la perturbaba.
—Oh, Mikasa —sonrió aún más—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Eren… —bufé, a causa de la ira que no me dejaba respirar pausadamente—. ¿Por qué hizo eso?
—Ah… Eren —bajó la mirada—. Mikasa, son experimentos de rutina. Es consensual. Nadie ha obligado a Eren a nada. Conoces la importancia de esto, ¿no?
—¿Y justo antes de la expedición? —vociferé, pero me aclaré la garganta en el acto, notando que me estaba sobrepasando.
—Oh, bueno. Levi me lo pidió, no podía negarme… así que… —la interrumpí, de inmediato, con un gruñido gutural que incluso me asustó a mí misma.
La dejé hablando sola y seguí mi camino en dirección a las oficinas donde, probablemente, iba a encontrar al culpable y a perder mi bota en su culo.
—¡Mikasa! —me llamó Hange, en un intento fallido por controlarme.
La tragedia estaba regada. Llevaba mucho tiempo callándome, ¿cuánto más iba a soportar?
No me manejaba muy bien en los asuntos de las oficinas, pero, relacionando los caminos, sabía que podría encontrarlo. Por otro lado, no tenía ni ligeramente pensado qué iba a decirle al maldito enano cuando lo tuviese frente a mí. De seguro iba a vomitar palabras y, según mis cálculos, eso siempre había sido más efectivo que cualquier otra cosa.
Entré por un pasillo y encontré una puerta entreabierta. No necesitaba meditar sobre lo obvio. Me aventé sobre la puerta para abrirla del todo y entré como un rayo hecho de ira.
—¡Capitán! —grité. Iba a ahorrarme saludos, cordialidades, todo. Nada me importaba en ese momento.
—Hola —me dijo, rompiendo la formalidad. Paré en seco, un poco extrañada por su actitud.
«¿Qué quiere decir con hola?». Sacudí la cabeza, volviendo a lo mío y evadí todo tipo de distracción.
—¿Por qué le hizo eso a Eren? —traté de conservar la calma, aunque inútilmente.
—Sabía que vendrías —estaba más preocupado de unos papeles que estaba ordenando sobre la mesa que de mí, a pesar de encontrarme hecha una furia dispuesta a todo.
—¿Por qué? —dije, con tono pesado.
—Porque era obvio que vendrías a defender al mocoso —siguió ordenando.
—Me refiero a por qué lo hizo —encogí los ojos.
Dejó de prestarle atención por un momento a sus asuntos y me miró. Sus ojos contorneados de oscuridad, enmarcados por sus finas cejas le daban un toque aterrador, pero a mí no me importaba. No iba a amedrentarme.
—Son experimentos de rutina.
—¿Experimentos de rutina?¿Justo antes de la expedición? Saben que transformarse para él es cansador, ¿qué pasa si lo necesitan durante la expedición? No va a poder rendir. Dejen de verlo como si se tratase de un esclavo, denle un respiro. Si sabían que lo iban a utilizar como herramienta para esta misión, ¿por qué lo agotaron antes de tiempo?
—Mikasa —siguió revisando papeles—, pretendemos que Eren controle su titán y pueda mejorar… no involucionar. No le vamos a llevar comida a la cama cada vez que se transforme. Necesitamos soldados, no maric…
—Suficiente —lo interrumpí.
—Medita las cosas antes de venir a increparme a mi oficina con argumentos sentimentalistas.
No era el primero que me trataba de sentimentalista. Eren también lo había hecho. Me dolió un poco, no de quién venía, sino más bien porque esa percepción de mí era reiterativa.
Me quedé de pie, frente al mesón sin saber qué más añadir, hasta que él tomó la palabra nuevamente, y me molestaba que lo hiciera, porque cada vez que me decía algo, tenía un significado revelador que yo no conseguía descifrar.
—Siempre estás sobreprotegiendo a Eren. ¿Me pregunto en qué medida él hace esto por ti? —su tono de voz inexpresivo se equiparó a su rostro. Sin sentimiento alguno, soltó esas palabras que para mí resonaron crueles, paseándose socarronamente por mis oídos, sin embargo, él no lo consideró ni un momento. ¿Por qué iba a hacerlo? Todos lo conocíamos por ser un maldito cruel y cretino. A pesar de todas las cosas buenas que podía tener en el campo de batalla y en devoción a sus compañeros, como persona era de lo más desagradable—. Vuelve a tus labores, Mikasa.
—Sí… señor.
Se retiró del lugar con un cúmulo de papeles bajo el brazo, caminando erguido y decidido, con una confianza envidiable.
—Por cierto, Mikasa… —se detuvo en la puerta antes de salir—. Eres una de nuestros mejores soldados. Ejemplar. Así que, por favor, no te dejes llevar por estupideces. Te necesitamos, no seas estúpida —me miró con tanta intensidad, que logró hacerme estremecer. Fue como si su pupila hubiese entrado en la mía, a pesar de la distancia. Luego de una última mirada se retiró.
Solté un suspiro a la vez que me tomaba el rostro entre las manos.
El día.
El día había llegado. Estaba dispuesta ya sobre mi caballo, envuelta en la capa esmeralda con las Alas de la Libertad flameando al viento. El día estaba fresco, corría brisa helada y el sol no abrigaba lo suficiente, sin embargo, no era impedimento para que todos estuviésemos en nuestras posiciones con el pecho inflado.
Siempre, antes de cada expedición, las familias y aldeanos se reunían a nuestro alrededor para ovacionar a los soldados, enorgullecerse. Los vítores se oían por doquier, y además, en el aire había un exquisito olor a pan recién horneado. Evidentemente, llevábamos algunas pocas provisiones para sobrevivir durante los días que estuviésemos fuera. Teníamos, por obligación, que llevar de todo lo que nos pudiese hacer falta.
Mi equipo estaba conformado, esta vez, por Armin, Connie, Sasha, Christa y Jean. Estábamos formados en filas de a dos, a mi lado, por supuesto, Armin se encontraba atemorizado.
—¿Qué pasó con tu confianza? —le comenté en voz baja, intentando que solo él pudiese oírme.
—Nada. Es normal estar nervioso, ¿no? —me miró, esperando una respuesta afirmativa.
—Está bien —asentí, y hundí mi rostro en la bufanda, como de costumbre.
Nuestros superiores estaban al frente, esperando la señal. Aún algunos soldados estaban arreglando algunas cosas, realizando los últimos ajustes para partir.
Durante la noche anterior a este día, estuve meditando acerca de las posibilidades que teníamos. Los contras eran encontrar miles de titanes allá afuera y no ser suficientes para poder contra eso. Segundo, no encontrar los recursos que se necesitaban. De todas formas, se habían preparado ya para eso, puesto que los flancos externos estaban encargados de sondear el perímetro y dar alertas en caso de que encontrasen cualquier suministro útil, minerales, comida, lo que fuese, semillas, hierbas medicinales, todo servía. Por otro lado, estábamos completamente desnudos y frágiles durante esta misión. Aunque encontrásemos las villas, los titanes podrían pillarnos ahí y devorarnos a todos. No era una imagen muy bonita, pero había que estar atento a todas las posibilidades. Sabía que si las cosas iban demasiado mal, Eren era una herramienta importante para ayudarnos a salir de ahí. Podría transformarse y derrotar algunos titanes, mientras nosotros intentábamos escapar. Suponiendo que así fuese, mis cálculos me hacían pensar que sería muy probable que se salvase menos de la mitad de los efectivos.
Otra de las cosas que más me molestaba era que no podría estar al tanto de Eren. No podría protegerlo, ni nada por el estilo. Me dolía, porque había asumido que aunque él no quisiera mi ayuda, mi preocupación era algo personal que tenía que ver conmigo y lo que yo sentía. Entonces, me había decidido por seguir cuidándolo, no importaba qué.
Sin embargo, cuando menos me lo esperaba, el capitán Levi se acercó en su caballo negro cuyo pelaje brillaba con los escasos rayos del sol.
—Capitán —mencionó Armin, con cierta emoción en la voz.
Se acercó a mí, logrando que me tensara por completo. Y, para mi sorpresa, dijo:
—Mikasa… tengo una misión para ti —sonó tajante.
—Sí, señor. Estoy a su disposición —odiaba las formalidades que me doblegaban a decir cosas de ese tipo.
—Estás a cargo de la defensa de Eren. Yo iré con ustedes.
—¿Capitán? ¿Está seguro? —Armin se extrañó.
—¿Alguna duda, Arlert?
—No, señor —Armin se encogió en su lugar.
Se quedó viéndome unos segundos, y tuve que reprimir la sonrisa que quería asomarse en mi rostro sin ningún recato. Se volteó y fue a buscar a Eren.
—Es un cambio drástico, ¿no crees? Digo, justo antes de salir. Se suponía que la formación estaba predispuesta hace tiempo, ¿por qué el capitán habría cambiado de opinión así? —Armin no entendía nada.
Y yo tampoco. Hasta que un pensamiento fugaz vino a mí: ¿Lo hizo por mí?». Recordé la discusión que habíamos tenido hacía unos días y me respondí que sí, probablemente ese era el motivo, era para que no lo fastidiase más. Pero Armin tenía razón, ¿por qué justo antes de salir? ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Volvió al cabo de un rato, con Eren a su lado, y se posicionaron frente a Armin y a mí.
Finalmente, luego de todo eso, no quedó más que asumir que el momento había llegado, las compuertas comenzaron a abrirse haciendo su estruendoso ruido característico. Apreté las riendas y, con el pie firme en el estribo, estaba más que determinada a todo. No iba a flaquear, no esta vez. La valentía se anidó en mí con fuerza y recordé las palabras de Connie: no importaba qué nos esperase afuera, solo quedaba luchar.
La formación comenzó a avanzar y me sentí como novata por unos segundos. «Eso es ridículo», pensé. Pero algo me mantenía ansiosa. Preferí no darle cabida. Estábamos saliendo de Trost y no era momento de pensar en nada más que ampliar los sentidos y entrar en modo de supervivencia.
Al igual que en otras ocasiones, nuestros refuerzos volaban sobre nuestras cabezas con sus equipos de maniobra, intentado que ningún titán de los que merodeaban Shinganshina fuese a acercársenos.
Mantuve la vista fija al frente, porque todos sabíamos que no ayudaba en nada mirar alrededor y ver cómo nuestros compañeros perdían sus vidas intentando salvar las nuestras. Yo solo pensaba en proteger a los míos y todo lo demás me importaba una mierda. De esa forma, me endurecía ante este tipo de situaciones que, fuese como fuese, no eran para nada agradables.
Salimos casi invictos de no ser por la pérdida de algunos de los refuerzos, pero la formación estaba intacta. No obstante, fuera de las paredes, todo era distinto. Era como probar una libertad cínica. Estábamos fuera de los muros, sí; podíamos ir donde quisiéramos, ya no estábamos encerrados, pero, lamentablemente, no éramos libres. Éramos prisioneros de la muerte.
Como había dicho Annie, tomamos otro rumbo, un rumbo diferente al que frecuentábamos, y eso, en cierta medida, era bastante inteligente; arriesgado, pero muy inteligente, ya que en nuevos terrenos teníamos más opciones de encontrar suministros, sin olvidar mencionar que íbamos hacia las villas olvidadas y, por cierto, si alguna vez hubo civilizaciones en esos sectores, era muy probable que encontrásemos cosas que nos serían útiles.
La formación se amplió y los flancos se dividieron en pequeños grupos para hacer el reconocimiento del perímetro, y otros grupos para que diesen la alerta de los titanes que se encontraban próximos.
—Las villas han de estar muy lejos de aquí, ¿no es cierto? —me comentó, Armin, mientras cabalgábamos a toda velocidad.
—Lo más probable es que tengamos que acampar esta noche. Por eso, los flancos se han dividido, no solo por la seguridad y la búsqueda de suministros. Veremos la posibilidad de encontrar un lugar que nos mantenga a salvo —Eren se había volteado para decir esto, y en cuanto lo dijo, giró hacia delante de inmediato.
—Se suponía que los titanes eran menos activos de noche —escuché a Jean detrás de mí.
—Se suponía… —repetí.
Mientras seguíamos hacia adelante, la primera bengala mostró su rayo de color en el cielo. Titán a la vista.
«Ya comenzó», pensé. Y de pronto, más y más rayos de colores empezaron a aparecer.
—Son muchos —murmuró, Armin, con temblor en la voz.
A los pocos minutos, un soldado de los que acompañaban al comandante Erwin se dirigió hacia atrás.
—¡Capitán Levi! Hay un bosque a la vista. Los carruajes entrarán y pasarán adelante. Nosotros nos quedamos atrás. Vamos a abrir paso a los carruajes.
—¡Correcto! —contestó Levi.
Nos abrimos paso, los carruajes se adelantaron y, efectivamente, entramos en un bosque. El camino no parecía presentar muchas dificultades. El terreno era óptimo, así que por fin los carruajes estuvieron a salvo.
Sin embargo, todo lo que parecía estar bien, se redujo a nada en cosa de segundos.
Escuchamos un ruido desconocido. Parecía como un zumbido muy grave y potente, molesto para el oído humano. Aumentamos la velocidad, para prevenir cualquier ataque sorpresivo, pero ya era tarde.
—¡Titán! —reconocí la voz de Sasha por su alarido desgarrador.
Lo que estaba a nuestras espaldas no era el menos aterrador de todos los titanes que habíamos visto antes. Tenía una expresión muy maliciosa, pero eso no era lo terrible en sí, era el hecho de que ¡tenía expresión! Nos miraba casi divertido, y poco a poco empezó a correr hacia nosotros. Medía unos siete nada agradables metros y era increíblemente ágil. No era como Eren, no era un humano dentro de un titán, era uno de los comunes, pero mucho más ágil.
—¡Capitán! —el mismo soldado se incorporaba a nuestro lado—. El comandante quebrará el rumbo de los carruajes por un atajo. Que este escuadrón distraiga al titán. Confía en usted.
—Entendido.
En menos de lo que pensamos, los carruajes se desviaron dejándonos solo a nosotros en medio del corredor de árboles, y para nuestra mala suerte (si es que a tanta maldición podía llamársele así) nos dimos cuenta de que no era uno si no tres, tres titanes de siete metros, más rápidos y hábiles que cualquier otro titán.
—Connie, Sasha, distráiganlos y dispérsense entre los árboles —gritó Levi.
Aterrados, pero conscientes de lo que ocurriría si no obedecían, asintieron y comenzaron casi a jugar con los titanes, que intentaban meter sus brazos entre los estrechos espacios de cada árbol sin mayor éxito.
—Capitán, ¿puedo transformarme? —sugirió Eren, desesperado al ver la situación.
—Ni lo sueñes —le gritó —. ¿Por tres titanes? ¿Sabes cuántos vendrán después? Guarda energía.
Lo miré con rencor. Se lo había dicho. Era estúpido experimentar con Eren antes de una expedición.
«Concéntrate», me intervine.
—Dejen a los caballos seguir. Usen el multiaxial —ordenó el capitán. Y todos obedecieron.
La sensación de volar con el equipo de maniobras era fascinante, pero cuando se estaba desesperado por el miedo, se volvía una acción tan vital e innata como respirar.
Subimos hasta los ramajes más altos de los árboles, pero para nuestra sorpresa, los titanes estaban intentando escalar y no les iba nada mal.
Jean y Christa intentaron distraer a uno y acabarlo, pero de un solo golpe, Christa salió volando. Me apresuré, antes de que se estampara contra un árbol y no volviese a despertar para contarlo. La atrapé en el aire— era muy liviana— y la llevé a zona segura.
—¡Jean! —lo llamó Eren, para que subiese a zona segura.
—¡No vuelvan a hacer nada estúpido! —gritó Levi—. Vamos a entrar por el mismo camino que los carruajes. Pero intentaremos que no nos sigan.
—Son ágiles— añadí—. Es primera vez que vemos titanes de este tipo, capitán.
—Por lo tanto, es la primera vez que ellos nos ven a nosotros —me miró con el entrecejo fruncido.
—¿Entonces…?
—Entonces, aprovecharemos eso para ver cómo actuar.
Nos encontrábamos ubicados en la hilera de árboles del lado izquierdo, pero el atajo estaba por el lado derecho.
—Jean, procura llevarte a Christa contigo. Está un poco mareada —sugerí.
—Connie y Sasha están al frente, esperando. Están camuflados entre las ramas, excelente idea —agregó Eren.
—Entonces, Eren, llévate a Mikasa y a Armin contigo, y crucen rápido —dictaminó Levi.
—¿Eh? Pero Capitán, ¿y usted va a…?
—Seré la carnada. ¡Vayan! —nos obligó.
Se lanzó en picada hacia las raíces de los árboles, a toda velocidad. Los titanes estaban desesperados, parecieron enloquecer con él, como si les hubiesen ofrecido una bandeja llena de manjares. Sin dudarlo, cruzamos hasta el otro extremo y nos reunimos.
Nos quedamos viendo a Levi, que parecía un cuervo volando tan habilidosamente, escabulléndose de las manos de los titanes que a toda costa pretendían devorarlo. Logró matar a uno y subió nuevamente a las ramas más altas, pero aún sin lograr cruzar. Se dio una vuelta y cruzó, y al momento de hacerlo, sin que pudiésemos explicarnos cómo, cortó la nuca de un segundo titán. Llegó a un árbol que estaba al lado de donde nos encontrábamos nosotros mirándolo, atónitos.
Sin embargo, el titán que había quedado vivo, era el primero que habíamos visto, y era el más inteligente de todos. Tomó vuelo y, antes de que pudiésemos decir algo, se azotó a sí mismo contra el árbol, haciendo que Levi perdiese el equilibrio y fuese a dar al suelo.
—¡Capitán! —gritamos todos, en un momento de desesperación y de no saber qué hacer.
—Es uno solo, podemos contra él, ¡vamos! —gritó Jean, pero al parecer el titán lo escuchó y miró hacia donde estábamos.
—¡Idiota! —gritó Eren.
—¡Corran! ¡Váyanse! —gritó Levi, intentando volar con su multiaxial—. Rápido, yo los alcanzo.
Todos se fueron. Primero Sasha y Connie, quienes partieron con el primer «corran». Luego Jean, que intentaba tomar a Christa y volar al mismo tiempo.
—¡Vamos Mikasa! —me gritó Eren y avanzó.
Dudé unos segundos. Me quedé viendo a Levi. Viendo cómo se golpeaba contra un árbol.
—¡No! —grité.
Y desistí de huir.
Salté de nuevo hacia la próxima hilera de árboles, y justo antes de que la mano gigante del titán ágil lograse aplastarlo, pasé por el tomándolo como pude. Pesaba y mucho. Las apariencias engañan.
Nos situé en la parte más alta del árbol y le di espacio para que intentase recuperarse.
—Maldita mierda… —masculló—. Es demasiado ágil.
—¿Está bien? —me cercioré.
Ignoró la pregunta, mirando al titán con vasto odio y repudio. Sus ojos ardían como flamas, pero como flamas cristalinas, un poco azuladas.
—Les dije que se fueran —me dijo, bastante irritado.
—De nada, capitán —comenté cortante, haciendo hincapié en que le había salvado la vida.
Suspiró hastiado.
—Vamos a tener que ingeniárnoslas para cruzar. No puede ver hacia dónde vamos —se veía preocupado.
De pronto, el titán comenzó a emitir ese mismo ruido, aquel mismo zumbido desagradable que había hecho antes y, desde el fondo del corredor de árboles, aparecieron más titanes veloces y ágiles dispuestos a atacar.
—Mierda —exclamó Levi, aún más molesto que antes.
—No podremos entrar por el atajo. Vamos a comprometerlos a todos —reclamé.
—Vamos a tener que seguir hacia adelante por el corredor —asintió Levi.
—¡Entonces, ahora ya! —grité.
Y ambos saltamos para impulsarnos con los equipos. Volamos con desesperación. Yo sabía que él no iba a dejarse asesinar por un titán, menos yo. Eso era algo que él y yo teníamos en común.
—¿Cuántos son? —pregunté, intentando no voltearme.
—Con el que ya estaba, son cinco —me contestó, sin voltear tampoco.
—¿Por qué no lo intentamos?
—Son demasiado ágiles, ¡sigue avanzando!
Al cabo de un tiempo, al menos breve, comenzamos a vislumbrar una luz al final del corredor. No sabía si eso podría ser bueno o malo. Si salíamos a campo abierto, teníamos todas las de perder. Y así fue, pero peor aún.
Me enganché en el último árbol y vi que más allá del esplendor que me cegó por unos segundos, había nada más y nada menos que un barranco.
—¡No hay más dónde ir! —grité. Levi se incorporó a mi lado, en el mismo árbol.
Se quedó viendo el barranco, que aunque no alcanzaba a ser un precipicio, nos iba a costar caro averiguar si podríamos bajar por ahí.
—Capitán… están muy cerca —me estaba empezando a desesperar.
Venían a toda velocidad.
—Tendremos que saltar —sentenció sin más.
—¡Vamos a morir! —espeté.
—De forma un poco más digna —me respondió en el mismo tono—. No hay tiempo de pensar, Mikasa. ¡Ya!
No podía, justo minutos antes había perdido la confianza, pero él no iba a quedarse así. Me tomó con firmeza entre sus brazos y nos lanzamos a lo que la suerte decidiese para nosotros.