Capítulo 31: Redención
Parte 2
Cuando Levi llegó a la cabaña y notó la ausencia de toda alma, creyó que podría desmayarse ahí mismo. El lugar había sido puesto de cabeza, no rondaba nadie en las cercanías. Su mente comenzó a trabajar a mil pensamientos por segundo y su corazón se agitó mucho más de lo que había hecho durante la batalla.
Se obligó a razonar y pensar rápido. Rodeó la cabaña, y entonces descubrió las huellas de los caballos. Lo guiaban hacia el bosque, solo que seguían dos direcciones opuestas.
¿Qué había pasado?
¿Por qué dos direcciones opuestas?
¿Kenny y Mikasa no estaban juntos?
Inmerso en las huellas del suelo, buscando respuestas, pegó un brinco tras oír un fuerte disparo, luego otro, y el relinchar de un caballo.
Se abrió camino hacia el bosque, intentando por todos los medios, seguir el eco del sonido y obligar a sus sentidos a reconocer el origen de este. Cabalgó, exigiéndole al animal toda la prisa posible, y durante el camino miró hacia todas direcciones, buscando al responsable del disparo.
Sin embargo, mientras más se sumergía en el bosque, más se perdía y sentía que no llegaba a destino seguro. No sabía si llamar a gritos era buena idea, consciente de que podía dar la alarma de su ubicación. Y no podía morir… era una promesa latente en su cabeza. Tenía que salir con vida de todo eso.
Después de todas las vueltas que dio, comenzó a desesperarse, porque no había nada allí, nada que pudiese ayudarle. Y el eco del disparo no era más una señal sino solo brisa confusa, libre en el viento, ondeando entre la hojas de los árboles.
Aun había luz, el sol colaba los rayos entre las ramas y el follaje. Y fue por ese motivo que logró descubrir las huellas ajenas a las suyas en la tierra húmeda. Huellas que abrían un nuevo recorrido para él.
Esperanzado, las tomó, aferrándose a ellas como la última salvación. Y las siguió adonde fuese que lo guiaran, si con eso lograba estar un pie más adelante de la incertidumbre y de aquella desesperante preocupación que lo desgarraba desde adentro y que hacía temblar sus manos sobre las riendas.
El sondeo por el bosque se hizo largo, confuso y desesperante.
O era lo que Levi lograba percibir, porque ante sus ojos angustiados los segundos parecían minutos, y los minutos, horas. El desconocimiento era nocivo, porque no sabía qué hacer ni cómo mejorar su suerte. Sumado a que tras el disparo no hubo novedades, y con eso su mente tenía suficiente para trabajar: no había sido un tiroteo sino un ataque unilateral, ¿y quién era el herido?
Podía sentir el corazón en la garganta y en los oídos mientras seguía recorriendo los caminos del bosque y las huellas que, lamentablemente, comenzaban a tornarse más dispersas.
Cuanto estaba a punto de perder la esperanza, divisó entre unos arbustos una sombra inmóvil y grande, tendida en el suelo…
Cabalgó hacia ella a toda velocidad y se detuvo al llegar a su lado.
Tuvo que reclinarse un poco para verla bien y constatar que aquello de verdad estaba sucediendo. Era uno de los caballos de la carreta en la que habían trasportado a Mikasa… solo uno de ellos. Estaba muerto… herido de bala.
Su mandíbula cayó unos centímetros, incrédulo. Todo aquello le parecía surreal. Rápidamente, sondeó los alrededores buscando al ocupante del animal, pero no encontró el cuerpo.
Comprendió que aquello era más complejo de lo que imaginaba, por lo que decidió bajar del caballo para ir a buscar respuestas. Sostuvo la rienda, haciendo que el animal le acompañase, y se dedicó a investigar la hierba a su alrededor.
Entre las hojas de las plantas que repletaban aquel sector, descubrió densos manchones de sangre. Hizo un mohín desaprobatorio, sin embargo, sin más opciones entre manos, siguió la dirección del rastro. Cuando notó que debía deslizarse por ciertas hendiduras y barrancos pequeños, optó por atar al caballo en un árbol. El tramo siguiente lo recorrió solo.
En diversas ocasiones, su cuerpo tambaleó, amenazándolo con ceder ante la extenuación, su mente se tornaba cada vez menos atenta y su visión más borrosa; y a cada episodio respiraba profundo y se mentalizaba para continuar pese a que un hormigueo tentador lo arrastraba a querer tumbarse para descansar.
No obstante, tras tanta espera, Levi percibió entre el siseo del viento unos quejiditos que parecían ser los de un bebé... y junto a ellos una extraña respiración.
El palpitar de su corazón fue duro y punzante. Soltó un jadeó y se dejó caer por una hendidura que lo llevaba a hasta un pequeño claro. Corrió en la dirección desde la que provenían los sonidos, con tanta exasperación, que no pudo evitar darse contra ramas y troncos.
Llegó a los pies de un enorme árbol, cuyas raíces sobresalientes acunaban el herido cuerpo de Kenny, quien, a su vez, entre sus brazos resguardaba a Niiv.
—¡Kenny!
Corrió hasta él y se aventó al suelo sin mesura, para constatar la salud de su pequeña. Pero Niiv estaba en perfectas condiciones.
—¿Dónde está Mikasa? —exigió.
El viejo respiró con dificultad.
—Huyó, en un caballo —hizo una pausa—. Herí a uno de esos malditos… no van a fastidiar por lo que resta de día. Mikasa fue por ayuda.
Eran palabras un tanto inconexas, pero bastante informativas. Levi supo que debía actuar rápido.
—Kenny, vamos. Ponte de pie, tenemos que salir de aquí.
Entre forzosos respiros, Kenny le respondió:
—Ah, criajo. Es bueno volverte a ver... a salvo. Si te ocurría lo peor, ¿qué iba a ser de esta criatura?
—He vuelto, Kenny. Vamos, ponte de pie.
Levi intentó ayudarlo con ello, pero se detuvo tras oír la risa áspera y sarcástica de Kenny.
—¿Me preguntaste... si puedo?
—Te dispararon —pudo dilucidar tras intentar mover al viejo.
Bajo su cuerpo descubrió la enorme poza de sangre, la sintió entre los dedos, en la camisa húmeda que palpaba.
—Es un milagro que aún respire. De seguro, me dejaron sin espalda.
—P-pero...
—Levi, toma a la niña y sal de aquí —tosió el viejo, y su cabeza resbaló ya sin fuerzas para sostenerse.
Las manos de Levi comenzaron a temblar, tras reparar en la gravedad de la situación.
La pequeña Niiv estaba envuelta en lotes de mantillas, estaba inquieta mas no lloraba, solo berreaba. Levi la tomó rápidamente y soltó una de las correas de su equipo para intentar amarrarla a sí mismo, todo sin abandonar su expresión de derrota y dolor. Y bajo la débil mirada de Kenny.
Cuando hubo terminado, habló.
—Ahora bien, déjame ayudarte... puedes apoyarte en mí...
—Levi...
—No hables porque vas a agitarte —protestó, interrumpiéndolo para no oír aquello que sabía que él quería decirle… aquello que no estaba listo para aceptar.
—Levi... detén tu parafernalia... Se acabó —lo retó una vez más, y Levi sintió ausente aquella manía suya por insultarlo o por ser soez.
Tuvo que parar en seco, y le clavó una mirada poco amigable, una que escondía el inminente dolor.
—Detén tú la tuya —le gruñó —. Basta con el fatalismo, déjame ayudarte.
—Levi, me dieron con una escopeta. Me destrozaron la espalda —buscaba con sus palabras hacerlo entrar en razón, que la lógica fuese mucho más pragmática que sus últimos intentos por respirar—. No me he ido aún, quizás, no debemos este encuentro. Tal vez, me han dado la última oportunidad para redimir mis errores. Un adiós digno...
Levi inspiró aire con fuerza y miró al cielo. Sobre él, las ramas de los enormes árboles se entrecruzaban entre sí, dejando ligeros espacios para la luz del sol.
El pecho comenzaba a estrechársele.
Era una broma... tenía que ser una broma.
—Vas a estar bien, la Legión cuenta con...
—No necesito propaganda, Levi. Es todo, todo lo que pude hacer por ustedes...
—Durante todos estos años, fuiste un miserable conmigo... —lo interrumpió, como si quisiera decirle que, por todas sus falencias, lo mínimo que podía hacer era intentarlo. Quería exigirle tanto, lo que toda su vida no había podido.
Y resultaba que él se resignaba a partir. Justo cuando ya se había acostumbrado a tenerle cerca de nuevo, a soportar su presencia y a imaginar una vida futura en la que él se hacía presente para llenar el vacío de un abuelo que su hija no tendría…
—Ah, lo sé... sé que fui más que miserable.
—Así que lo mínimo que puedes hacer es intentarlo… —lo expuso, sin miedo al sentimentalismo que había tras todo eso, sin miedo a doblegarse.
—¿Intentar qué? ¿Engañarte una vez más y decirte que estaré bien? —tosió, y por el gesto escupió sangre—. Ah... ya no siento el cuerpo, mis manos están incalculablemente frías...
Y Levi no pudo evitar tomárselas. Cuando lo hizo, Kenny dio un respingo.
—Vaya, las tuyas están muy cálidas... déjalas conmigo un momento, hasta que me vaya...
Era algo cruel de pedir, pero a Levi no le importaba. Cumplió a cabalidad.
—¿Por qué...? — susurró Levi, con la voz temblorosa y los ojos repletos de lágrimas iracundas—. Nunca pudiste hacer otra cosa excepto ocasionar dolor.
—Es mi naturaleza, supongo. Pero era la vida de la pequeña o lo mía... prioridades son prioridades. De igual forma, mi enfermedad iba a matarme. Será mejor si parto pronto y me ahorro una vejez de malestar.
Levi apretó las manos de Kenny, las que a cada minuto se volvían más frías.
—Salvaste a mi hija...
—Y lo volvería a hacer —carraspeó. Su propia respiración comenzaba a ahogarlo—. Ya casi no veo bien... Levi. Haz de saber que la niña que llevas en tus brazos es el vivo retrato de Kuchel, y aun así mil veces más hermosa. No permitas, nunca, que sufra por llevar este condenado apellido...
—Lo haré...
—Su vida siempre estará primero que la tuya...
—Lo sé...
—Y tendrás que estar siempre a su lado.
—Sí, lo sé...
—Sé el padre que yo no pude ser...
Tras esas palabras, Levi le clavó una mirada fija, inocente, la mirada que Kenny recordaba de cuando Levi era un niño. Fue duro, sus palabras, el momento, los recuerdos, la petición… todo. Tras eso, fue inevitable que una de las lágrimas que estaban contenidas en sus ojos azules resbalase por su mejilla, arrastrando a las otras.
—Kenny —musitó, trémulo y dolido, desamparado, resignado ante la situación y ante la verdad: no había nada más por hacer.
—Sé fiel a tu mocosa, y da gracias por esta suerte tuya, porque yo que ella ya te habría dejado hace tiempo... —rio, tosiendo al final—. Nunca pude ser un padre. Pero me voy contento tras saber que pude entregar mi vida como abuelo.
Kenny echo la cabeza hacia atrás y sus ojos se perdieron entre las ramas y las luces.
Levi se acercó a él... sin soltarle la mano y llevó la otra a tomar su rostro.
Había tantas cosas que quería decirle, pero arrepentido se resignó a aceptar que ya no había tiempo. De todos modos, muchas de esas cosas no eran más que nimiedades y absurdos rencores. Pero sí había algo que podía decir, sí había algo que era más importante que cualquier otra cosa, y no podía dejar ir la oportunidad:
—Kenny, si bien nunca antes, este último tiempo... sí fuiste un padre. Y yo —el hombre hizo un último esfuerzo para alzar el rostro y mirar a Levi—... yo... te perdono. Te perdono, Kenny. Gracias, y perdóname también.
—No hay nada que perdonar —le sonrió —. Ni agradecer... hijo mío...
Tantas muertes antes, algunas siendo él su ejecutor o solo un mero testigo, Levi había aprendido a reconocer el último respiro...
Y sabía bien que la respiración de Kenny no se debía al cansancio.
Se inclinó sobre él y posó su frente sobre la del viejo mientras sus lágrimas bañaban el rostro vetusto.
Y tras aquel gesto de redención, Kenny Ackerman fue libre, de todas las cargas que lo ataban a la vida. Finalmente, tras el ansiado perdón y amor correspondido del que consideraba su hijo, exhaló su último estertor.
Lo siguiente se redujo a recuerdos fugaces, imágenes y luces que, dispersas, se entrecruzaban entre sí.
No tenía fuerzas para andar, ni para permitirse luchar, ni siquiera para sostenerse en pie, y temía por la vida de su bebé. A tientas, recordó donde estaba su caballo y se preguntó cómo haría para subir hasta ahí con la niña en brazos y con tanta fatiga. ¿Cómo había hecho Kenny?
Kenny…
Kenny… Kenny…
Un fuerte dolor le apretó la garganta.
Estaba próximo a desfallecer ―por el cansancio, el impacto, la sed― cuando reconoció las voces de algunos soldados llamarlo en la distancia. El escuadrón asignado por Erwin estaba allí. Los vio de lejos, sombras entre los árboles, sombras que avanzaban hacia él y le hacían señas.
Se desplomó, pero su hombro se apoyó contra el caballo frente a sí, reteniéndolo de caer al suelo.
Luego de eso, no tenía muchos recuerdos.
De un momento a otro, veía el castillo frente a él y más sombras a su alrededor. Estaba sobre una carreta… Entre aquellas personas difusas, de pronto, emergió el rostro más bello que había visto jamás.
—Levi —y su preciosa voz tan lejana—, estás bien, estamos bien. Ya estás a salvo.
Cuando despertó, se encontraba en su habitación.
Se removió sobre la cama con suavidad, y gracias a ese gesto reparó en que le dolía cada fibra del cuerpo. Suspiró cansino, aún sin reponerse del todo, y se sentó en la cama con cuidado. Tras espabilar, alzó la mirada para estudiar su lugar, y se contentó tras saber que todo estaba en orden.
Incluso, una pequeña sonrisa se le escapó cuando notó la cuna dispuesta a un par de metros de su cama.
Sin embargo, el esfuerzo hecho con el fin de levantarse, acusó el dolor en su estómago que opacó todo lo demás. Fue cuando recordó que se encontraba herido. Se quitó las frazadas de encima y revisó la enorme venda que le rodeaba la zona abdominal. La removió un poco y de allí vio asomar los ungüentos que tenía aplicados. Aquello iba a dejar una cicatriz.
Hizo un mohín, disgustado con la idea, pero resignado a aceptarla. No es que fuese un vanidoso ni mucho menos… pero si a Mikasa sí le importaba… Negó y aterrizó su mente. Se sintió un mocoso ante aquella idea tan tonta, mas la justificó con su reciente despertar y aturdimiento.
Sin embargo, el pensamiento acarreó consigo otra idea más a su cabeza: ¿Se habría enterado Mikasa ya… de Kenny?
¿Quién se lo habría dicho? ¿Qué habían hecho con el cuerpo?
Sin soportar más sus cavilaciones, se puso de pie de un solo golpe para no hacer más tortuosa la situación. Llevaba puesta ropa ligera, y se preguntó de pronto quién habría ayudado con eso. Mas todo eran gajes de la cruenta batalla a la que se había sometido.
Caminó hacia la cuna y allí encontró a su pequeña Niiv. Yacía dormida o eso parecía, y en su diminuta cabecita vestía la gorra que su madre había tejido con tanta antelación para ella.
Fue inevitable llevar las manos a sostenerla.
Era un ángel, por donde se mirase, celestial, sublime, perfecta.
Sintió las piernas frágiles, porque jamás creyó poder contener dos sentimientos tan inmensos: la más profunda y dolorosa agonía y, al mismo tiempo, la más inmensa alegría y amor. Hundió su rostro sobre el abdomen de su hija y se quedó así un momento, maravillándose con el aroma novedoso y tan puro. Aún dolía Kenny, su ausencia lo tumbaba, pero Niiv lo alzaba.
No podía resistirlo más.
Se llevó a la bebé consigo y se recostó en la cama nuevamente, apoyando a la niña contra su pecho, quien se acomodó de inmediato, aferrándose a su calor, casi reconociéndolo a través de sus gestos.
—Soy mitad responsable de que estés aquí —le habló, susurrando sobre su cabeza—. No sabía que podía hacer cosas tan bonitas… —musitó, antes de volver a quedarse dormido y ser consciente de la angustia que ansiaba con emerger y que no lo logró.
Minutos más tarde, volvió a despertar, pero ya no se encontraba solo en su habitación.
A su costado, sentada en una silla, una preciosa criatura angelical que recordaba muy bien velaba su sueño. Y era una ironía pensar que pese a su piel pálida, sus ojeras y sus labios resecos y sin color, siguiese pareciéndole increíblemente hermosa. El largo cabello lacio y negro caía cual cascada a los costados de su rostro, encerrando su expresión sombría y dolida. Su mandíbula se encontraba tensa, y por un momento Levi pensó que quizás ella estuviese enojada con él, solo que entre las muchas cosas que tenía en mente no hallaba argumentos para eso, ni recordaba motivos para que lo estuviese.
Se aferró a la bebé en su pecho como si buscase protegerla y protegerse del inminente ataque de la criatura angelical a su lado.
Mikasa era todo un misterio cuando guardaba silencio.
―Ymir… ―fue la primera palabra que dijo.
―Lo sé ―respondió ella con voz seca y sin una mísera intención de gesticular.
―Kenny ―musitó, con la garganta estrecha, sin saber cómo explicarle todo eso.
―Lo sé ―ella insistió―, Hange me lo dijo.
Cuando volteó a mirarla fijamente, encontró en sus ojos cristalinos llamas ardientes y lacerantes; el más profundo dolor y resentimientos unidos con fervor.
―No, no lo sabes ―espetó―. No los detalles. Solo yo estuve ahí… y bueno, Niiv. Mas dudo que una lactante pueda explicártelo.
Levi no acababa de acostumbrarse a esa parte de ella, a esa parte donde transformaba el dolor en distancia, rencor, enojo, frialdad, tanto como si evitase, por todos los medios, sentirlo o enfrentarlo. Él sabía bien que ella, contra todos sus anhelos, había creado lazos con el viejo, que pese a sus diferencias e intentos por acabar con la vida del otro, en el fondo de su corazón lo quería… demasiado. Sí, demasiado para su gusto. Y allí estaba la consecuencia, allí se encontraba entonces el resultado de aquello que él hubiese querido evitar: que ella sufriese innecesariamente.
Pero Kenny era familia o lo más cercano que ambos habían tenido en mucho, mucho tiempo.
¿Cómo quitarle ese derecho a lamentarse? Ni él mismo podía controlar los flujos de tristeza que iban y venían, aturdiéndolo y amenazando con botarlo al suelo. Estaba agotado, y ya no sabía decir si por la batalla o por Kenny Ackerman.
―¿Sabes? ―acaparó su atención mientras sobre su pecho la bebé dormía y él le sobaba los pequeños muslos regordetes con los pulgares, trazando círculos cariñosos―. Lo intenté… pero él no quiso…
―Sí ―suspiró, bajando el rostro hacia sus rodillas. No sabía si la joven buscaba interrumpirlo o si solo se preparaba para oír el resto.
―No has comido nada ni bebido. Puedo verlo, tus labios están secos ―ella volvió a mirarlo, esta vez, con una mirada más mansa, casi tímida―. Aun así, eres bella ―admitió, haciéndola esconder su rostro entre las cortinas de su cabello.
―Siempre lo supe… siempre… ―musitó, maltrecha―… Desde que me comentó su plan, desde que me pidió huir en el caballo… yo siempre lo supe ―inspiró con temblores entrecortados―. Él sabía que no volvería.
―Oye ―Levi intervino con su tono tajante―, ¿de qué estás hablando? No vayas a tomar culpas que no te corresponden. Sabes bien que cada quien es responsable de las decisiones que toma. El viejo quiso ayudarte, quitarte un peso de encima, no cargártelo.
―Es inevitable ―admitió ella, con lágrimas en los ojos, pero no en sus mejillas.
Las contuvo con orgullo, porque Kenny se lo había pedido: sé una Ackerman.
―Lo sé ―suspiró Levi.
―Pero sé que te duele más que a mí ―declaró, clavando aún más profundo la estaca que él ya tenía en el corazón. Y hubiese llorado, salvo que él sabía bien, desde muchos años antes más que los de ella, que aquello no resolvía nada―. Debes descansar… Ha sido demasiado para todos.
Extendió los brazos y él le tendió a la bebé. Un escalofrío novedoso lo recorrió de pies a cabeza cuando fue testigo de la soltura con la que ella tomaba a Niiv, como si tuviese tanta experiencia en ello. Mikasa siempre había sabido como aferrarse a sus instintos.
Tras dejarla dormir en la cuna, ella volvió a él y se sentó a su lado en la cama.
―Historia…
―Ya conversamos ―la joven contestó rápido, y eso fue respuesta suficiente para él.
―Me alegro de oírlo.
Antes de que pudiese añadir algo más, los dedos curiosos y delicados de Mikasa fueron a hurgar en las vendas que rodeaban su abdomen, y encontraron allí los bordes de lo que era una herida mayor, que tomaría tiempo en cicatrizar. Se detuvo un momento, preguntándose cómo había sido…
―Un titán me atrapó, entre sus tirones y mis vueltas, acabé enrollándome con la cuerda ―le contó como si le hubiese leído la mente.
―Ya estás aquí ―lo interrumpió, sin querer saber más para evitar la imagen resultado de lo que hubiese ocurrido si él no hubiese tenido tanta suerte como para zafarse…
El solo soplido de una imagen fugaz le provocó nauseas. Qué afortunada se sintió de tenerlo consigo.
Desesperada, destrozada, cansada y sobrepasada, se acercó a él para dejarse caer en su pecho. Él no tardó en rodearla con sus brazos para aferrarla con los vestigios de fuerza que le quedaban.
―Estás aquí, aún puedo sentirte, aún puedo tocarte ―aspiró con tristeza, con temor de que aquello dejase de ser de ese modo algún día.
―Por mucho tiempo más, lo prometo ―él depositó un beso sobre su cabeza y luego sobre su boca cuando ella alzó su rostro para enfrentarlo―. Solo… la batalla fue un tanto más cruenta de lo usual y aposté bastante. No creo que vuelva a suceder.
Ella hizo un mohín desconfiado.
―Aún falta deshacerse de Olsson ― frunció el ceño―. Mientras viva, no tardará en hacerse con más titanes ágiles.
―Según las reuniones que tuvimos con Kenny… Rod Reiss tenía los sueros. Es el único lugar de donde pudo extraerlos Olsson. Kenny buscaba a este sujeto con ahínco. Solo nos resta dar con su paradero para así cortarle los suministros a la Facción ―Levi se acomodó sobre su cama; la herida ardía.
Por ende, Mikasa le dio su espacio, sabiendo que el peso de su cuerpo desnivelaba la superficie.
―Lo siento… Como si fuese el momento adecuado para hablar de estas cosas ―negó, frunciendo los labios―. Lo siento ―suspiró, dejando a Levi en completo silencio―… lo siento tanto. Esto no debió pasar nunca, y ahora somos los tres… solo tres. Nunca hubiésemos podido jugar a la familia feliz, lo entiendo, pero era un dulce ensueño creer que sí.
―Kenny hizo todo cuanto pudo para redimir sus errores, Mikasa.
―Y, aun así, siento que lo necesito, que voy a necesitarlo por mucho tiempo más ―presionó los párpados con fuerzas mientras intentaba calmarse y añadió―: Por eso es doloroso, mas sé que debo aceptarlo.
―Y sumado a eso redirigir los pensamientos a hacia lo que más urge de momento ―cuando Mikasa alzó la mirada, vio a Levi emitir un gesto con su cabeza en dirección a la cuna―. Hay mucho qué conversar. Sabes bien que no podremos mantener a nuestra hija aquí, en los cuarteles. No por mucho tiempo. Tienes que mantenerte firme, porque tenemos demasiados desafíos en el tintero, y no son menores.
La joven asintió, una y otra vez, dándole la razón a cada una de sus palabras. La situación con la Policía Militar era un desastre, por poco, el asunto de la Facción se encontraba disperso, tenían una pequeña criatura entre brazos que dependía de ambos… Tenían que continuar, la vida seguía, y el paso del tiempo no se detenía por ningún motivo.
Tenían que avanzar.
―Sé una Ackerman ―sentenció, poniéndose de pie de pronto, dispuesta a echar andar su día, consciente de que aún restaba mucho hacer―. Fueron unas de sus últimas palabras para mí. Y eso es lo que haré.
―Sé que lo harás.
Mas antes de que pudiese continuar, un destello vino a su mente, trayendo otro recuerdo que no pudo evitar verbalizar en cuanto lo sintió manifestarse.
―«Seres mandados a hacer por la realeza para confinarse como sus perros, hasta que su súper arma se volvió en su contra» ―dijo sin más, dejando perpleja a Mikasa.
―¿Levi? ―la obligó a devolverse y prestarle atención.
―Eso fue lo que Olsson dijo ―jadeó, su abdomen comenzó a doler―. Según entiendo… es lo que dijo sobre los Ackerman… mandados a hacer, quiso decir ¿creados?
Boqueó, oxigenándose, buscando soportar el dolor. Plantó la parte trasera de su cabeza sobre los cojines y se quedó así, descansando un momento mientras Mikasa, de pie y sin saber cómo reaccionar, hacía trabajar su mente.
―¡Le pediré medicinas a Hange! Deberías estar durmiendo ―sacudió la cabeza.
―Mikasa ―se quejó, llamándola para evitar que marchara.
―Levi ―ella fue tajante―, no importa ya. Cómo fue… eso ya no importa. Estamos aquí y estamos con vida, y eso es motivo suficiente para querer defenderla del resentimiento injustificado de una persona que cree hacer el bien. Lo de Olsson y todo lo demás, se resolverá luego. Por favor, descansa.
Luego de eso, la vio salir de la habitación.
El último mes transcurrió en un pestañeo; treinta días insertos en un segundo.
El día que vivíamos se presentó con inmensos nubarrones esponjosos y baja temperatura. La brisa soplaba vigorosa y gélida, peinando las cabezas, sacudiendo los árboles y barriendo las hojas. La última batalla había sido una enseñanza dura y un evento que marcó grandes cambios, y como si el clima supiera de esas cosas, interactuaba manejando el escenario a su antojo.
El viento se lanzó enérgico una vez más y arrastró mi cabello detrás de mis hombros. Me encontraba de pie sobre el muro, mirando en dirección a Stohess, una ciudad antaño primorosa y ahora abatida hasta los escombros. Sin embargo, allí abajo, donde las personas eran diminutas figuras trabajólicas, el sudor emanaba de todas las pieles que perseveraban por recuperarla. Caballos halaban de las carretas atiborradas con remanentes de sueños pasados, y tras un mes de continuo esfuerzo, parecía lucir un poco mejor.
Tras el ataque, los altos mandos clavaron sus ojos inmediatamente sobre la Legión. Erwin Smith era el principal responsable al que acusaban. No obstante, el trabajo arduo, aquel que llevábamos meses maquetando, rindió sus frutos en el momento en que el comandante recopiló toda la información, documentos e informes que respaldaban su defensa.
No había nada más que discutir. Kenny Ackerman y todos sus aportes nos habían salvado la vida.
Posterior a ello, Darius Zacklay ordenó arrestar a todos los sospechosos de la Policía Militar, incluyendo a Nile Dawk quien ya había sido acusado con anterioridad, sumado a que todos sus integrantes permanecerían bajo investigación lo que durase la tramitación del juicio de los culpables. Por tales motivos, fue la Guarnición quien debió asumir mayor responsabilidad en tales aspectos (debido a la ausencia de la Policía Militar trabajando regularmente).
A la Legión se le cedió el apoyo que necesitaba. El regreso de Zacklay había sido provechoso, y sumado a la demanda previa que pesaba contra la Policía Militar, se volvió mucho más sencillo limpiar el nombre de nuestra institución.
El ataque en la ciudad salió a la luz bajo la justificación de que una facción externa buscaba acabar con la Legión de Reconocimiento por asuntos de conflictos de intereses. De ese modo, protegieron la identidad de Levi y la mía. De lo contrario, informar que éramos el objetivo hubiese supuesto una persecución nueva e innecesaria de manos de quienes nos viesen como un potencial peligro.
Sin embargo, debido a la descomunal cantidad de titanes que había tomado participación en ello, gran parte de los ciudadanos alzaron su voz en desacuerdo y con recelo. Se prometió, sin certezas como siempre, que se realizarían las investigaciones pertinentes respecto al caso, y aquello bastó para mantenerlos silentes durante un tiempo.
Y gracias a las infinitas hordas que les habían atacado, la presencia fugaz de Ymir había pasado desapercibida. Una posible respuesta fue revelada ante nuestros ojos y arrebatada en el acto. Olsson sabía cómo y dónde atacar, de ello no teníamos dudas. El final de Ymir había sido un golpe duro para toda nuestra generación de soldados, pero no más de lo que podía ser para Historia.
Nuestra reconciliación fue breve y corta de palabras. Tras enterarse de la muerte de Kenny y yo de la de Ymir, Historia me visitó en mi habitación. En silencio, tomó mi mano y me arrastró a sentarme en el borde de la cama junto a ella. Lloró en silencio durante varios minutos en los que la acompañé con respeto y sin nada que decir. Cuando terminó, me miró con sus inmensos ojos celestes. Solo respondí: «Está bien. Entiendo». Y todo lo demás, continuó a su ritmo.
Debido a lo traumático de su pérdida, el comandante Erwin decidió postergar su proclamación como reina. Sumado a eso, aún restaba por hallar a Rod Reiss, quien debía ser su padre. Anunciar algo tan delicado, con entes peligrosos resguardándose entre sombras, no parecía un buen plan. Debíamos protegerla a como diese lugar.
Así, volvieron los días de trabajo intensivo.
Por otro lado, tal y como había previsto antes, desde aquel evento y en adelante comenzó la «nueva vida»: horas sin dormir, sin descansos, mi existencia completa destinada a un solo objetivo. Y, pese a todo, me gustaba…
Cuando la situación caótica tras la batalla encontró un punto de equilibrio y las cosas dentro de la Legión dejaron de sentirse convulsas, mis compañeros hicieron espacio en sus vidas para conocer a la nueva integrante silente entre todos nosotros; omnipresente en un comienzo y tan real entonces: mi hija. El primero de todos ellos en sostenerla entre sus brazos fue Armin, quien la miraba con dulzura en sus ojos y una sonrisa tímida, pero con una curiosidad impresionante tras ser la primera vez en su vida que se permitía sostener un bebé.
Una tarde, en que acompañaba a Levi en la sala de reuniones, Armin se alejó de la charla que sostenían junto con Hange para consentir a quién llamaba su sobrina.
Luego de mirarla durante largos segundos, simplemente musitó:
―Se parece demasiado al capitán Levi…
―¿Qué dices? Si es hermosa… ―Hange le había oído con sus increíbles habilidades de percibir las palabras ajenas y las cosas que no le incumbían.
―No he dicho lo contrario ―comentó Armin, volteando a verla, sin entender el punto. Y pude reconocer el pánico en su rostro tras reparar en que Levi escondía en la sombra de su flequillo la más irritada expresión jamás vista.
―Cuatro ojos de mierda…
En segundo lugar, estuvo Sasha con quien conocimos las primeras risitas de Niiv.
―¡Te comeré! ―le gritaba, haciéndole gracias mientras la sostenía en el aire, y Niiv intentaba mirarla para comprender quién era ese ser y por qué era tan ruidoso.
Al cabo de unos minutos, lo tenía. Niiv se estaba riendo.
―¡Te comeré, lo juro! ―insistía, y eso solo conseguía hacerla reír nuevamente―. Te quiero tanto pastel de cereza, papita horneada, pancito dulcecito, corderito blandito…
―Deja de ver a mi hija como comida ―espetaba Levi tras oírle decir la sarta de sobrenombres que Sasha había designado para ella.
Eren fue el tercero. Y tras acostumbrarse a ella, su única interacción se reducía a entregarle su dedo índice para que ella lo sostuviera. Le sonreía, palpaba sus mejillas, mas prefería conversar conmigo sobre sus ideas de mis padres siendo enormemente felices si pudiesen presenciar ese momento. Asimismo, los suyos.
Hange se auto proclamó su tía honoraria. No necesitaba permisos de nadie, no preguntaba, la sostenía a su antojo y pasaba por alto todas las miradas desaprobatorias de Levi. Tenía ganado su puesto, de todos modos. Más que tía, era una suerte de doctora personal. Sin embargo, a Levi siempre le urgía manifestar que sentía que «la loca parecía contenta con su nuevo material de estudio».
Levi siempre se irritaba cuando se trataba de manos ajenas sobre Niiv, y aquello solo me proyectaba una dulzura imposible de describir. Era una sensación envolvente y cálida, algo que me hacía sentir tranquila y cómoda, segura al saber que él sería un buen padre, pese a que pudiese creerse lo contrario.
«No la toquen, no la miren, no osen a respirar cerca de ella», podía verlo todo el tiempo, en sus gestos, en sus reacciones, en su afán por querer retenerla todo el tiempo para sí mismo.
El Escuadrón de Levi dejó de llamarse como tal para designarse como Escuadrón de Niiv. Ellos mismos lo decidieron desde que la vieron y cayeron rendidos a sus pies.
―Se lleva mejor conmigo ―presumía Auruo.
―Ni siquiera te presta atención, me mira más a mí ―contraatacaba Erd―. Le diré a mi novia que quiero uno de estos.
―Ni se te ocurra ―rezongaba Levi.
―Es un encanto ―balbuceaba Petra mientras le sostenía las manitas y le hacía ruiditos ridículos.
―Totalmente, me agrada más que sus padres ―acordaba Gunther.
―Oye… ―y antes de que Levi pudiese continuar, intervenía yo.
―Totalmente, Gunther.
En el caso de Erwin Smith, las cosas resultaron un poco más particulares. Podría decirse que su primer encuentro con Niiv fue un tanto más personal, sin embargo, no menos cálido. Erwin, como todos los mortales que trabajábamos para la Legión, había soñado alguna vez con casarse y tener una familia. Sé que el sentimiento de sostener a Niiv entre los brazos por primera vez fue bastante agridulce, pero no dejó que aquello lo derribase. Dio espacio a la tristeza, a la añoranza, y posteriormente continuó como todos los demás: con mimos y jugarretas. Se hacía gracioso verla entre las enormes manos de Smith, como si no tuviese más tamaño que el de un melón.
Una tarde en la que me encargaba de recopilar unos informes en la oficina del comandante, tuvimos una conversación que sacudió mi mundo. Mientras él se entretenía con la pequeña, yo me encargaba de revisar los archivos.
―Mikasa ―inmersa en mi qué hacer, no reparé en el tono de su voz ― supongo que, junto a Levi, han pensado en el futuro.
Tras eso, alcé mi vista de lo que estaba haciendo y le presté atención.
―¿Cómo dice?
―¿Entiendes que no puedes tener a esta pequeña aquí durante mucho tiempo más? ―Niiv estaba entre sus brazos siendo acunada―. No es cómodo para ti ir de un lado a otro con ella. Lo sé.
Era un asunto que comprendía y que sabía que debía manejar, solo que lo había postergado por todo el trabajo que nos aquejaba. Pero me parecía preocupante que Erwin lo mencionara, puesto que aún no teníamos planes en la carta para descartar; solo los problemas, mas no las soluciones.
―Puedo hacerlo, comandante. Es más trabajo, pero…
―Mikasa ―intervino, mostrándose más estricto―, no estás durmiendo, casi nada. Levi me lo dijo. Lamento saberlo, porque sé que es algo que concierne por completo a tu nueva vida como madre. No obstante, como tu comandante, no puedo hacer la vista gorda. Son dos cosas incompatibles. Quizás, puedas tomarte algún tiempo para que puedas adaptarte… Aún tienes trabajo de oficina, pero considero que podríamos hacer reajustes en tus horarios. Esta sobre exigencia podría llevarte a enfermar, y te quiero de vuelta íntegra. ¿Comprendes?
Bajé la mirada con tristeza, siendo consciente de que no podía reincorporarme a mis labores por completo. Lo había forzado tanto, sabiendo que era inevitable. Me exigía sin consideraciones excepto llevar a cabalidad todas mis tareas: como soldado, como madre, como persona.
Pero había sido demasiado.
―Entiendo, comandante.
Acepté sus indicaciones y me retiré del lugar con los informes bajo uno de mis brazos, y, con lo que me restaba de uno y el otro, sostenía a Niiv. Al verme en ese escenario, comprendí que no, no podía continuar así. La Facción aún tenía a su líder vivo y cualquier ataque a nuestras instalaciones podía ser fatal para mi hija… Mi salud pendía de un hilo, el juicio de Levi también por todo el trabajo doble que debía hacer…
Necesitábamos un hogar.
Con esa certeza en mente, me retiré hacia la que era nuestra habitación de momento (la que había sido de Levi alguna vez). Allí, alimenté a Niiv un instante antes de llevarla dormir. Luego, fue mi turno de dirigirme hasta la cama y, tras sentarme de golpe, sentí una corriente de cansancio recorrerme de pies a cabeza. Solo ahí fui consciente de cuán agotada me encontraba, al punto de perder la consciencia en cualquier momento.
Y solo llevaba un mes resistiendo aquel ritmo de vida: noches sin dormir, trabajo excesivo y maternidad.
Levi aún tenía trabajo y tardaría en llegar. Tenía que idear algo para poder comenzar aquella conversación tan trascendental y agobiante a la vez. En las condiciones que enfrentábamos, sería difícil poder adquirir una propiedad. Con la llegada de Niiv a nuestras vidas, las finanzas se vieron arduamente afectadas y no sabía cómo podría enfrentar una nueva labor en medio de todo: mantener un hogar.
Sentí que la cabeza me explotaría pronto, que no sería capaz de resistir todo eso.
Sin embargo, como una señal divina o por la última gota de sentido común que me permitió mi juicio, la respuesta llegó a mí.
―La cabaña de mis padres ―murmuré mientras me sobaba la cabeza y miraba hacia al frente, confundida.
Y junto a eso, un alivio relajante me cubrió completa, prometiendo un futuro más esperanzador.
Sabía que no tenía pensado volver allí, que no tenía interés en volver a habitarla… pero significaba una buena suma de dinero si conseguía venderla junto con los cultivos que incluía. Por lo menos, para cubrir gran parte de una nueva casa.
Emocionada ante aquel descubrimiento, anhelé poder contarle mi idea a Levi para que pudiese ayudarme a llevarla a cabo, y tal como si lo hubiese invocado con mi mente, le vi aparecer tras la puerta minutos más tarde.
―Levi, qué bueno que ya llegaste. ¿Sabes? El comandante Erwin conversó conmigo hoy, y bueno, yo estuve pensando que… ¡Levi! ―protesté tras verlo derrumbarse abatido en la cama no sin antes arrastrarme consigo para tumbarme también. Estaba hecho trizas y no estaba prestándome ni remota atención―. Escúchame… ―supliqué bajito, hundida bajo el brazo con el que me había halado.
―Mrrg…
―No sé qué quiera decir eso, pero yo sí tengo algo importante para decir ―me liberé para poder sentarme en la cama.
Con eso, logré hacerle reaccionar, y luego preguntó lo mismo de cada tarde:
―¿Cómo está mi corderita?
―Se acaba de dormir. Déjala descansar ―el tono de mi voz se volvió triste, y por ese motivo Levi se obligó a recuperar energías.
Tomó un largo respiro y se reincorporó para prestarme atención. Luego de analizar mi expresión con mayor detalle, se tornó más serio y preocupado. Frunció el ceño y clavó sus ojos en mí a la espera de mis respuestas.
―¿Ocurrió algo?
Asentí.
―Erwin conversó conmigo hoy sobre mi situación ―me mordí el labio inferior―. Cree que no debería estar trabajando, sobre todo, por mi rol como madre. Dijo que estaba pasándome la cuenta.
―Mikasa ―me interrumpió―, sabes que no tienes ninguna obligación de continuar con el trabajo de la Legión, no mientras Niiv te necesite encarecidamente. Erwin fue flexible con ello, y lo sabes. Puedes reincorporarte siempre que estimes conveniente.
―Nunca será conveniente, Levi. Ya no puedo arriesgar mi vida hasta la muerte, ¿entiendes?
―Ni yo ―asintió―. Pese a que sigo luchando, ahora tengo una certeza en mente: debo volver a como dé lugar. Sabré cuando detenerme. Antes íbamos a la batalla sabiendo que nuestro límite era la muerte; ahora es diferente. Erwin lo sabe y lo acepta. Hemos entregado todo a la Legión y por eso nos ha cedido esta flexibilidad.
―Quiero trabajar. No puedo estar quieta ―admití, frunciendo la boca y jugando con mis dedos por el nerviosismo. Levi lo notó, y por eso su mano fue al rescate de la mía.
―Mikasa… puedes seguir trabajando si así lo quieres, pero si no te es posible, no te obligues.
―El tema es que ―lo miré a los ojos, tímida, esperando que me ayudase a resolver todo eso―… Levi… ―bajé la mirada, ansiosa por exponerlo, pero temerosa de enfrentarlo―. Bueno… necesitamos un hogar. No podemos tener a Niiv más tiempo aquí.
―Lo sé ―asintió, acercándose a mí mientras me rodeaba con su brazo―, y por eso estamos trabajando arduamente, pero puedo hacerlo solo… quizás, sea más complejo, pero estoy seguro de que…
―No, Levi. Necesitamos acortar los plazos. Es por eso que tengo una propuesta ―abrió los ojos con sorpresa para luego mirarme confuso; segundos más tarde, asintió para darme paso a hablar―. Venderé la cabaña de mis padres.
―No ―espetó, rechazando de inmediato la idea.
―No te estoy preguntando, te estoy informando ―indiqué, retomando mi postura.
―No tienes que hacerlo, Mikasa ―sacudió la cabeza con un deje de desesperación―. Encontraremos la manera.
―No me importa, Levi. No como tú crees ―confesé―. Sabes que no podré habitar ese lugar nuevamente. No sin derrumbarme. Prefiero que me sea de ayuda. No puedo convivir con esos recuerdos, pero puedo transformarlos en algo útil. De eso se trata, y por mi hija estoy dispuesta a hacerlo. Eso y más.
―Hay muebles que pueden sernos de ayuda en la casa que dejé en el subterráneo. Puedo recuperarlos.
Con eso di por aceptada mi propuesta.
―Bien, hazlo.
Me sentí victoriosa. Durante mucho tiempo, mi vida se había resignado a los temores, al trabajo extenuante, a las preocupaciones, a una carga constante pesando contra los hombros. Sin embargo, en ese momento sentí como una parte de todo eso se liberaba y me dejaba un espacio para respirar.
Sabía que era una buena idea. Amaba a mis padres y a nuestros recuerdos, pero también amaba a mi hija, y estaba dispuesta a apostar lo que fuese por entregarle lo mejor de mí. Así mismo me habían enseñado mis progenitores, y ese era el legado que buscaba mantener.
Para distraerme de mis pensamientos, Levi me rodeó con sus brazos y dejó un camino de besos desde mi frente a mi quijada.
―Eres tan valiente ―aspiró cerca de mi oído―. Y yo tan afortunado por verlo día a día.
―Tú también lo eres ―incliné mi cabeza hacia sus caricias―. Sé que esto es nuevo para ti, pero lo has hecho bien, Levi. Y estoy orgullosa de ti.
Se detuvo para observarme con sus ojos conmovidos y su boca cerrada en una línea recta. Era una reacción torpe y tan dulce al mismo tiempo.
―No he hecho nada extraordinario ―comentó.
―Eso crees ―encogí los hombros―. Pero no es así. Estás desviviéndote por este proyecto de vida que nos aterra y nos emociona a la vez. Gracias, Levi, por atreverte a vivir esta vida conmigo.
―Lo haces ver como si fuese algo terrible ―negó―. ¿No has pensado que esto es todo cuanto quería contigo?
Fruncí el ceño como si con eso pudiese evitar la emoción que me embargaba, mas como era lógico, no fui capaz de resistirla. Llevé una de mis manos a sostener su rostro para atraerlo hacia mí y recibir sus besos con complacencia. Era la primera vez en mucho tiempo que podíamos estar así de nuevo, fundidos en un abrazo, mis manos revolviendo su cabello y luego el peso de su cuerpo botándome sobre la cama. Allí, sostuvimos el abrazo para tomar una siesta pacífica durante un par de horas antes de retomar las labores sin pausa.
Además, aseguraba que pudiésemos planificar la venta con la mente descansada y fría.
Cuando despertamos, Niiv lo había hecho también y se entretenía mirando las figuras que pendían sobre su cuna.
Así como en tantas otras ocasiones, volví a pensar en él. Un par de semanas se habían se habían sumado a aquel último mes, y si bien acepté que debía continuar y mantuve mi promesa de ser una Ackerman, durante los atardeceres ventosos escapaba hacia las almenas del castillo para admirar el paisaje y ver el sol caer, casi esperando que, desde entre los árboles, una sombra alta y de sombrero apareciera para permitirse ser uno entre nosotros.
Nunca ocurrió.
A veces, fijaba la vista sobre Levi en las diversas ocasiones en las que me ayudaba a asear a Niiv, y añoraba que Kenny pudiese verlo, con las manos algo torpes y la mente muy despierta, atento a cada paso a paso, casi con temor de arruinarlo. Cuando nuestra hija se encontraba bañada, la arropaba y luego le acariciaba las manitos. Cuando el amor era demasiado inmenso, se inclinaba hasta ella y presionaba su frente sobre la suya. Finalizaba con un par de besos sobre sus mejillas redondeadas.
Sí… ojalá Kenny lo hubiese podido ver…
A ambos, realidad.
Levi, como padre, era todo un caso particular. Podía creerse que por su naturaleza austera sería incapaz de lidiar con algo como aquello, que su pasado oscuro y días de dolor le habían destinado a pasar el resto de sus días como un hombre descorazonado y parco. Ahorrativo de palabras, prefería decir, pero nunca, jamás, insensible. Había cerrado tantas bocas, todas las que pudo cuando le veían andar con Niiv entre los brazos, cuando llegaba de la ciudad con compras que eran su orgullo; incluso, ignoraba todas las miradas sobre él cuando era mi turno de cargarla, nos aventurábamos por los pasillos y él no podía quitar los ojos de ambas ni su tierna sonrisa.
No, mil veces no. Levi Ackerman no era un mal padre porque había sufrido. Levi era el mejor padre por esa misma razón, porque en sus dolores encontró oportunidades, y jamás permitiría que su hija pasara por las mismas desdichas que él. Porque ni siquiera era cierto que quien siembra vientos, cosecha tempestades. Existía algo llamado «perdón».
«Mikasa», como madre, no era muy diferente. Cuando me preguntaba si estaba haciendo las cosas bien, veía a Niiv con las mejillas sonrosadas, reír contenta, tan sana y bonita mientras yo traía la apariencia de un espectro, y me respondía que sí, probablemente las cosas estuviesen saliendo según lo programado.
―Kenny dijo que Niiv tenía un gran parecido a mi madre ―comentó Levi.
Nos encontrábamos en su oficina mientras podíamos permitirnos un breve descanso. Niiv tenía controles con Hange, quien la llevaría de vuelta en un par de minutos.
Levi estaba en su escritorio, sumido en un lote de papeles mientras yo tenía una sorpresa entre manos que no me había animado a comunicarle.
―¿Qué crees tú? ―pregunté, caminando hasta a él.
―Yo creo que… jamás creí poder amar tanto a alguien en tan poco tiempo ―confesó, dejando de hacer lo que estaba haciendo para prestarme atención.
Había llegado hasta su lado, haciendo que alzara el rostro para mirarme hacia arriba. Inevitablemente, sus manos fueron a buscarme para ofrecerme asiento sobre sus muslos. Accedí con delicadeza, como si el gesto fuese protocolar.
Estaba nerviosa.
―Ella es…
―Es hermosa ―me interrumpió―. Gracias.
Enarqué ambas cejas con sorpresa.
―¿Por qué motivos?
―Por aceptar recorrer este camino conmigo.
―Oh, es eso ―sonreí, sabiendo que no podía postergarlo más―… Bueno, respecto a eso, creo que el tiempo abrió otra senda para nosotros. O podría decir que despejó las rocas de entremedio…
Levi frunció el ceño, confundido. Recosté mi cuerpo un par de grados sobre el suyo y le enseñé el pequeño documento que llevaba entre manos y que no me atrevía a soltar hasta entonces.
De todos modos, él me lo quito y lo leyó:
―Publicaron tu cabaña en el periódico.
―Y tengo un interesado…
Su rostro giró hacia mí abruptamente.
―¿Tan rápido… cómo?
Encogí los hombros y sonreí tímida.
―Quizás, solo fue coincidencia, Levi ―comencé a mecer un pie con ansiedad―. Pero… ¿no es eso bueno? Comienza a irnos bien. El encargado de la imprenta me comentó que estaba en búsqueda de una propiedad de ese tipo. Dijo que si nadie más la solicitaba, podía darme una buena oferta.
Se quedó viéndome por largos segundos con inseguridad y un deje de escepticismo. Estaba pensando demasiado para mi gusto. No pude evitar darle una bofetada suave, sin golpearle realmente. En vez de rechazarla, apoyó su mejilla en la palma de mi mano.
―Aún no puedo creer que estés haciendo esto…
Por haber dicho eso, mi mano se convirtió en una garra que le estrujó la mejilla hasta robarle un gruñido.
―Y yo no comprendo qué es lo que no entiendes de que quiera deshacerme de la propiedad en la fallecieron mis padres… ¿No he sido clara?
―Suficientemente clara ―alegó, tras temer por la seguridad de su rostro―. Creo que es tiempo de tener una casa en mente.
―¿Qué tienes tú en mente? ―me acomodé, aferrándome a él para no resbalar de sus piernas, y él me hizo la tarea más fácil al reclinarse y reposar hacia atrás.
―En el fondo ―calló unos segundos―… cualquier lugar de este mundo, donde te encuentres tú, es un paraíso. Lo que decidas, para mí estará bien.
Tomé aire, respiré profundo.
―Dices eso porque llevamos solo cinco meses de casados ―refuté, escudándome del sonrojo. ¿Cómo era posible que aún me hiciera sentir así?
―Ay, señora… ―protestó cínicamente, burlándose de mí.
―¿Qué dijiste? ―mascullé, indignada puesto que él sabía cuánto me molestaba que me llamase de ese modo.
―Todo estará bien ―suspiró―. Es lo que digo, Mikasa. Contigo, con Niiv, los tres juntos en un mismo lugar es todo lo que puedo desear. No me importan los lujos exagerados ni ese tipo de cosas mientras todo esté en orden y estemos cómodos.
―Bueno, caballero ―rezongué―. Al menos, permítase ayudarme a decidir cuando llegue el momento.
―No me digas caballero. Tengo treinta y uno.
―Entonces no me digas señora, solo tengo dieciocho.
―Uff…
―Quiero decir… ―titubeé y me sonrojé sin tapujos esta vez―… Lo siento.
Sus brazos me presionaron contra sí y sonrió levemente, haciéndome fijar los ojos sobre él con curiosidad.
―Da igual ―sostuvo mi mano y la llevó hasta su rostro para depositar un beso en ella―, no es como que me moleste…
Le propiné un codazo. Fue en ese momento que Hange entró en la oficina sosteniendo a Niiv y lanzándonos miradas suspicaces. No pude evitar ponerme de pie para correr hacia ella y recibir a mi hija, no obstante, Hange dio un paso al costado, evitándome.
―Ella dice que quiere estar más tiempo con su tía Hange.
―Cuatro ojos, suéltala.
―Se encuentra en perfecto estado ―ignoró a Levi para informarme―. Pesa cuatro kilos ya. Todo está bien con ella, excepto porque quiere quedarse conmigo más tiempo, ¿no es así?
Niiv frunció el ceño y soltó un largo bufido.
―Hmmf...
―¿Eh? ―la sorpresa de Hange era todo una obra teatral―, ¿la has oído? ¡Bufó!
―Así es ―extendí mis brazos para recibirla con una sonrisa.
―Dios, sí tienes a quién a salir… ―Hange fastidió a Levi quien se sumó a mi lado para acariciar a Niiv.
El tiempo siguió transcurriendo, sin embargo, se sentía tan diferente al tener una vida bajo tu responsabilidad. Todo era más fugaz, perdí la cuenta de los días, sencillamente, me entregué a mis labores y a mi hija, y todo lo demás asemejaba a imágenes fugaces pasando por mis costados, como los árboles que olvidaba a mis espaldas al volar con el equipo por el medio de un bosque.
El asunto de Ymir siguió vigente durante mucho tiempo más. No obstante, al pasar los días, comenzó a perder su espacio en las reuniones. Ymir nunca tuvo algún cercano aparte de Historia, y ella desconocía por completo sus dones. A nadie confesaba sus vivencias personales y era bastante reservada y apática. No había persona que nos pudiese revelar su origen o por qué habría callado tanto tiempo. Ni siquiera sabíamos si ella sabría algo sobre los titanes o si solo era portadora del poder.
Historia lo superó con el tiempo. En el fondo, todos en la Legión nos mentalizábamos para la pérdida. La resignación siempre llegaba antes que todo lo demás. O, al menos, eso fue lo que nos hizo creer Historia. Sabía que debía prepararse para encontrar a Rod Reiss, su padre, y posteriormente para asumir como reina legítima. Hasta ese día, se encontraba trabajando junto con el comandante Erwin y en ocasiones junto con Darius Zacklay.
Las pocas veces que conversamos limitó todos sus sentimientos y apreciaciones sobre Ymir. Aquella vez que había llorado sosteniendo mi mano había sido la última. Pretendía ser fría todo el tiempo y aferrarse a la promesa de un futuro en el que ella encontraba algo más que hacer con su existencia. De momento, solía preguntarme cómo me encontraba ―lo decía por Kenny― y yo siempre respondía: soy una Ackerman.
Ella me sonreía, y luego me ignoraba para dedicar el resto de nuestros encuentros a Niiv. Solía llevarle obsequios como diademas y calcetines. Luego partía, despidiéndose con su sonrisa triste y apagada. No le negaba la posibilidad de interactuar con mi pequeña, puesto que eran los únicos momentos en los que la veía con luz en la mirada.
Un mes más tarde, finalmente, ocurrió.
Mi antiguo hogar logró venderse.
Tras enterarme, llené mis pulmones de aire y, con el rostro al cielo y los ojos cerrados, exhalé paz. Por mucho tiempo, había sostenido una cuerda astillosa que me ataba a un doloroso pasado, y en aquel momento, sentí mi ajada mano soltarla al fin, dando paso a un alivio inconmensurable. El daño estaba hecho, pero abrí las puertas a la cicatrización, al descanso que tanto añoraba.
Mis padres eran libres. Yo lo era.
Luego se sumó una nueva tarea, aún más caótica que todo lo que estábamos haciendo hasta el momento. Como una suerte de acto piadoso, Erwin le concedió a Levi una semana libre para que pudiese acompañarme a tomar la gran decisión: adquirir una propiedad. Y este último a su vez, se encargó de trasladar los muebles útiles de su casa en el subterráneo. Algunos fueron directo a restauración y otros estaban impecables. Hizo lo mismo con las cosas de su habitación, seleccionando qué podría llevar con nosotros. Asimismo yo, con algunos muebles de mi antiguo hogar.
Fue todo demasiado rápido, porque no había tiempo para pensarlo, para regatear, ni siquiera para disfrutar el proceso. No podíamos seguir teniendo a Niiv entre soldados y reuniones militares. Así que la compra fue expedita, no obstante, la mejor decisión que tomamos juntos. Se ajustaba bastante a nuestro presupuesto y nos dejaba un margen para comprar cualquier cosa que hiciera falta.
Compramos una casa en medio de un verde terreno, repleto de flores pequeñas y árboles. Era bastante similar a la cabaña de mis padres, y eso hizo que Levi me gastase un par de bromas sutiles. Sin embargo, aquel sitio era más grande y no se encontraba en alturas. Era un terreno cerca de la ciudad, puesto que no se me antojaba estar tan lejos de la civilización ni tampoco cerca. Era una ubicación idónea y espaciosa.
La escogí de ese modo, puesto que sabía que uno de los sueños de Levi era tener una tienda de té. Podríamos tener los cultivos en casa y él dejaría de preocuparse de eso. Cuando se lo comenté, me dio un abrazo que por poco compromete mi vida.
Él hacía todo lo que estuviese a su alcance para entregarme felicidad, ¿por qué no iba a hacer yo lo mismo?
Aquella semana que Erwin nos regaló fue un ir y venir: cajas por todos lados, carretas y más carretas, desorden ―uno que a Levi le engrifaba los nervios―, y un agotamiento descomunal. Por suerte, no estuvimos solos. Nuestros amigos y compañeros se las arreglaron para tomarse un tiempo, uno cada día, para ayudarnos con el traslado y el orden en casa. Petra fue quien más motivación mostró, sobre todo, con la decoración del hogar. Se maravillaba con la elección que habíamos hecho, puesto que, si bien era una propiedad modesta, era preciosa. Lo que más le había gustado era que tenía dos plantas. En la primera se encontraba la sala de estar, cocina y comedor más el baño. En la parte superior, se hallaban las habitaciones, que contaban con una vista espectacular hacia las montañas lejanas y un bosque que cercaba el sector. Tenía buena iluminación y ventilación, contaba con grandes ventanales y espacios bien distribuidos.
Un domingo, el fin de semana exacto, todo estuvo medianamente en orden. La propiedad era al menos habitable. Si faltaba algo, el tiempo lo diría. Lo indispensable estaba a la mano y era todo cuanto nos importaba.
Cuando todo parecía estar en paz, Levi puso sus manos en la cintura y miró hacia todos los rincones de nuestra casa con satisfacción, sabiendo que al fin las cosas comenzaban a tomar forma. Niiv estaba dormida en su cuna y nosotros terminábamos de acomodar muebles.
Fue cuando decidí irrumpir.
―Falta un detalle ―musité, mirando hacia el montón de cajas que aún no ordenábamos, las que tan solo contenían ropa y cosas que recuperamos de nuestras anteriores habitaciones. Sobre una de ellas, una caja más pequeña contenía algo que yo guardaba con afanoso apego―. Espero podamos usarlo algún día.
El emblema esperaba por alzarse por primera vez, pero no podía permitirme el lucirlo a las afueras de mi hogar, porque era en extremo peligroso. Era ponernos una etiqueta a la fuerza, un indicador que facilitase nuestra ubicación para el Thomas Olsson que anduviese allí fuera, con vida aún.
―Lo usaremos, lo prometo ―comentó Levi, sumándose a mi lado tras entender a qué me refería―. Apenas consigamos dar muerte a Olsson, lo ocuparemos en el antejardín. Será el día en que podamos vivir en paz.
―Aún habrán titanes…
―Al menos, habremos lidiado con la gente de mierda.
―Pero los titanes también son personas… después de todo.
―Señora… ―gruñó Levi, molesto con mi insistencia.
Solté una risilla cansina sin energías para discutir por su amoroso sobrenombre.
―A partir de esta semana que comienza, las cosas se tornarán un tanto más complejas para ti, ¿lo entiendes? ―toqué un tema que implicaba mayor atención y que me traía inquieta desde todo lo de la mudanza.
―¿Crees que no será diferente para ti? ―como siempre, él entendía con rapidez mis intenciones―. El que tenga que estar la mayor parte del tiempo anclado a la Legión no quita que deba delegarte varias tareas pendientes. Será difícil, porque no podré ir y volver todo el tiempo. Y Erwin ya ha sido bastante condescendiente con nosotros como para planteárselo. Me molesta saber que deberás pasar tiempo sola en esta casa, e incluso he considerado que podríamos traer a alguien para que te ayude.
―Sé defenderme bien ―encogí los hombros.
―¿Literal o figurativamente?
―Ambas, Levi ―suspiré―. Podré hacerlo. Nadie sabe que vivimos aquí, así que… no es problema. Además, podré tomarme el tiempo que desee para organizarme, cuidar a Niiv y poner todo esto en orden. Por otro lado, Armin y Sasha prometieron destinarme sus días libres. No estoy sola. Y es probable que también deba darle visitas a la Legión de vez en cuando. Erwin querrá conversar conmigo sobre la situación con la Facción, y así será aunque deba ser con Niiv en mis brazos. Lo haremos bien, por favor, no desesperes.
―Espero… algún día encontrar la forma de compensarte todo esto.
Fruncí el ceño con desconcierto y di un par de pasos para terminar de acércame a él. Sostuve su mano con cuidado, haciéndole espabilar, y aguardé un momento antes de hablar. En sus ojos, como estrellas fugaces, brillos destellaban, esbozando todas las preocupaciones que surcaban su mente de un lado a otro, incansables. Levi nunca había delegado tanto, estaba acostumbrado a ser ejecutor de todos los planes, de actuar y solucionarlo todo. Sin embargo, dado el contexto, era imposible exigirle lo mismo, y esperaba que él pudiese entenderlo a su debido tiempo.
Ningún mérito le era restado por permitirse un espacio. Ambos íbamos codo a codo, trabajando para lograr los mejores resultados posibles.
―Puedes estar tranquilo. Estás haciéndolo bien, y la mayor evidencia de ello es que no me siento sola. Sé que cuento contigo, que estás conmigo en todo momento, aunque no te pueda ver. O no tanto como antes…
Su expresión maltrecha repasó el piso radiante de nuestro nuevo hogar como si hubiese algo más interesante allí. Fue cuando comprendí que aquello también le angustiaba.
―Oh, vamos…
Solté un gruñido, cediendo a las emociones y lo halé hacia mí para darle un abrazo, un fuerte, intenso y apretado abrazo.
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así, no recuerdo bien cómo sucedió el momento posterior a eso. Solo conseguí retener la sensación de su cuerpo alineado en perfecta sincronía contra el mío, la presión de su cabeza contra mi cuello, sus brazos rodeando mis costillas, mis dedos entre su cabello y mi otro brazo sobre sus hombros. El calor que su cuerpo emitía me aplacaba la angustia. Todo allí, en aquel momento, fue un hogar: él, nuestro entorno, los aromas, la comodidad.
Así se sentía. Así era.
Hubiese querido pausar el tiempo justo ahí, justo en aquel descubrimiento de la alegría. Sin embargo, al paso de los segundos y a medida que sentía nuestros cuerpos más fríos y las yemas de nuestros dedos resbalar de nuestras pieles, entendí que debía ser paciente y esperar, esperar porque aquello no fuese un instante sino nuestra rutina, esperar para asentar aún más los cimientos de aquella familia que apenas comenzaba.
Después de todo y como siempre, debía ser paciente, solo un poco más paciente.
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N/A: Shht... Silence in the realm, la autora está que se duerme.
La frase: "Tampoco es cierto que quien siembra vientos cosecha tempestades. Existe algo llamado perdón", es del libro El que siembra sangre, de Arne Dahl. Créditos a él, pero la usé porque he amado esa frase durante años y sentí que aplicaba perfecto aquí.
Me hizo mucha ilusión escribir cómo se rompe la maldición en la vida de los Ackerman, su motivación por crear una nueva vida, sin rencores y sanando dolores. ¿Cierto, Isayama? ¿CIERTO?, ¿AH? Qué lindo sería...
XD Bueno, espero que me perdonen por tanta demora y que hayan disfrutado de ambos capítulo. Cada vez se acerca más el final de IFT y quiero llorar hahaha pero sea lo que sea, será bueno, PORQUE A MIS OJOS, Levi y Mikasa lo merecen.
Nos leemos, criaturas mías.
Cuídense.
Hasta el próximo cap, dentro de este año, I swear it.
Matt