N/A: Creo que la única promesa que puedo mantener es… voy a terminar esta historia. Sé que he demorado demasiado, pero sinceramente la vida ha sido más dura de lo que he presupuestado. Es casi un milagro que esté aquí, actualizando. Muchas veces, quise abandonar todo, pero la idea no me hacía feliz. Por eso, he resistido hasta ahora.

El inicio de este capítulo es solo amor y paz; es una escena que tenía muchas ganas de narrar, hace tiempo. Y luego viene el desmadre, as per usual. ¿Pueden creer que esta idea ha estado lista como desde el 2017? Dios. Why?...

Espero les guste. Aquí van a pasar cosas locas y que nos van a crispar los nervios, pero ¡resistan! Pronto entenderán todo.

Muchas gracias a quienes todavía esperan este fic, a quienes aún lo leen y comentan. No saben cómo me alegra y me gratifica haber llegado a ese punto en que hay gente que lo ha leído por millonésima vez xD Yo también :c jaslkd Ahora tendremos algo nuevo que leer, perdón:'c

Ya estamos de vuelta, próximos al final.

Matt


Capítulo 32: Disposición

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¿Cuáles son los límites de esta disposición?

«Tú verdad, Mikasa Ackerman. Aquella que temes revelar por miedo a romper con tus ideas arbitrarias».

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El claro de la luna bañó el sendero de camino hacia su nuevo hogar, iluminándolo como si le indicase la meta de su recorrido. Ante tan inevitable realidad, Levi expelió un largo suspiro; el hecho en sí era sobrecogedor, de una magnitud que aún no mesuraba en complejidad.

Durante aquel último período, percibía el tiempo más apretado, tal como una escasez que comenzaba a tornarse mezquina y que precisaba solventar. Estaba más atareado que nunca, así que no disponía del espacio suficiente para reflexionar. Sin embargo, un súbito segundo fue lo que bastó para que se detuviese a pensar, a contemplar la morada estando a tan solo un sendero de distancia; inmerso en su perplejidad, reparó precisamente en lo que estaba haciendo en ese momento: iba de camino a su hogar.

Su hogar, su casa, su propiedad… suya.

Volvió a suspirar cuando se encontró frente a la modesta casa frente a sí, bella y tan acogedora. Las luces estaban encendidas y por eso concluyó que Mikasa estaba despierta. Se cuestionó por qué ella le habría esperado tanto. Era tarde por la noche.

No obstante, cuando abrió la puerta y dio los primeros pasos al ingresar, la encontró allí, al cruzar la sala de estar, ordenando el comedor con tanta paciencia que Levi no supo dilucidar si estaba concentrada o muy agotada.

Ella, al penas verlo, reaccionó ensanchando sus brillantes ojos grises e hizo un ademán de moverse; fue un respingo que la acusó de querer aparentar o de tener intenciones de retirarse para ir en búsqueda de alguna cosa, como si algo pretendiese o quisiera conseguir antes de que él llegase. Finalmente, se detuvo sin saber cómo reaccionar en realidad. Miró a todos lados sin excusas entre manos y decidió permanecer en su lugar para recibirlo con una cálida sonrisa.

Levi enarcó una ceja, curioso ante su comportamiento.

Mikasa había vestido ropa bonita, aplicado un poco de maquillaje, color en sus mejillas y tinta en sus labios, y había peinado su largo cabello. Lucía linda, aunque a decir verdad lo era, todo el tiempo, pero algo había en ella que, esa noche, destacaba en particular.

―Bienvenido a casa ―dijo, tímida, y Levi tuvo que fruncir los labios para atrapar y retener la risa de ternura que amenazaba con escaparse. Tanto esfuerzo había en todo. Lo notó cuando vio la mesa servida, todo en orden, todo esperándolo a él―. ¿Cómo estuvo tu día?

Levi se preguntó cuántas veces habría practicado ese diálogo durante el día para decirlo bien sin titubear. Meneó la cabeza en negación y caminó hacia ella.

―¿Era esto necesario? ―expresó retórico―. Tanto desgaste con lo cansada que estás… No necesitas sorprenderme, Mikasa. Hiciste eso hace mucho tiempo ya.

―Sé que trabajas demasiado. ¿Acaso no estás exhausto tú también? Quería darte una sorpresa ―admitió, sonrojándose y eclipsando el rubor de su maquillaje.

«Tan hermosa… tan contradictoriamente fuerte y tierna a la vez».

―Funcionó perfectamente, no solo por la cena en sí ―Levi tomó el rostro de la joven con suma delicadeza y con su pulgar acarició su mejilla, sintiendo en su yema la tersura de su lisa piel, interrumpida solo por la grieta de aquella vieja herida, cortesía de Eren. Levi suspiró, agotado―. Tus intenciones son todo para mí, Mikasa. Estoy tan conmovido y tan cansado al mismo tiempo que voy a explotar si sigo sin saber cómo congeniar ambos sentimientos.

Rio con torpeza mientras negaba para sí, fascinado por las emociones vivificantes que aquella mocosa insolente despertaba en él.

Y ella sonrió para luego recibir un cálido beso de saludo. Levi al fin estaba en casa.


Durante mucho tiempo, creí vivir en una burbuja de momentos contenidos, instantes imaginarios y volátiles que surcaban mis ojos como un sueño. En mi infancia, todo giraba en torno a la imagen íntegra de mis padres, todo se reducía a eso: a la protección que podía otorgarme mi hogar, la seguridad y sabiduría que podían legarme mis progenitores; el resto, como los detalles en el arte, eran paisajes, formas y colores que percibía a mi alrededor.

Luego, llegó la inesperada muerte de aquellas personas que significaban mi todo y, junto con ello, el sufrimiento. Posteriormente, apareció Eren. Con él, mi noción más certera sobre los muros, sobre los titanes, sobre la guerra, sobre el concepto de libertad.

Sin embargo, nunca, jamás, había reventado aquella burbuja para salir del ensueño casi literario y enfrentar lo que, por mucho tiempo, había olvidado e ignorado: mi vida corría peligro.

No era un conflicto general, como el asunto de los titanes. Era puntual y me rondaba como una silueta fantasmal que se esconde en todos los rincones.

A seis meses de la muerte de Kenny, sus palabras aún no me abandonaban: sé una Ackerman. Mas no eran las únicas, había algo más, algo que él había dicho y que comenzaba a cobrar sentido y a tomar un significado fuerte y vivo: «Tú verdad, Mikasa Ackerman. Aquella que temes revelar por miedo a romper con tus ideas arbitrarias… Terminarás como yo…».

¿Por qué querría ser una asesina?, fue lo que pregunté envuelta en tirria, queriendo alejarme desesperadamente de cualquier parentesco suyo. Pero él respondió que no se trataba de lo que yo quería, en realidad…

«Tus raíces, tu naturaleza indómita te arrastrarán a ello»…

…Sino a luchar por vivir. Eran ellos o yo.

Y ellos me querían muerta. A mí hija, a Levi, a mí.

Y no podía darles el honor de acabar con nuestra existencia, no sin antes tomarme yo la atribución de sacarlos del camino. No por gusto, ni por odio. Por supervivencia.

Inhalé profundo por la nariz y solté el aire por la boca.

Sí, seis meses habían transcurrido ya desde el accidente en la ciudad, desde la muerte de Kenny, desde el nacimiento de Niiv, desde que nuestras vidas dieron un giro radical. Y, sin embargo, pese a todo el tiempo transcurrido, la Facción seguía guardando silencio. Muchas cosas habían sucedido, muchos planes fueron urdidos, y nuevamente nos tenían al borde de la locura con su usual modus operandi de desaparecer, multiplicarse en las sombras, y atacar en el momento menos esperado.

« ¿Cuándo llegará el día en que deje de pararme en esta ventana a mirar hacia el exterior con expectación? ¿Cuándo dejaré de esperar que algo malo ocurra? ¿Cuándo podré admirar el paisaje sin esperar que, de entre las sombras, nuestros captores asomen con armas entre los brazos? », pensé.

Ansiaba tanto que fuese pronto para así disfrutar de aquel sueño como debía.

Miré por sobre mi hombro para contemplar la cama a mis espaldas…y sonreí con suavidad al percibir la silueta en la oscuridad.

De todas formas, nunca hubo nadie. Ni una sola sombra agazapándose entre los parajes. Y aun así, a dicha ventana volvía siempre, con el temor de que algo incordiase nuestra paz.

Llevábamos tiempo trabajando, tiempo entregando todo lo que estaba a nuestro alcance para continuar, pero ciertamente así había sido: posterior al ataque en la ciudad, Olsson había callado sus movimientos, consciente de su derrota, atento a sus bajas, astuto en su estrategia al saber que le llevábamos ventaja.

Pero aunque incluso se planteó, en diversas reuniones, que era posible que el tipo en cuestión hubiese escapado para no regresar ―esto debido a su extenso tiempo sin reaccionar ni dar señales― yo sabía, presentía que volvería para atacar y, como siempre, lo haría bajo el más profundo silencio.

―Mocosa ―oí un gruñido carrasposo que logró sacarme de mi mente por un momento―, o te relajas tú o lo hago yo. Escoge.

Solté una risilla tímida, casi muda de no ser por lo espontánea que resultó ser.

―No quería despertarte.

―Eso da igual ahora. Incluso, si estuvieses aquí conmigo, podría percibir tu ansiedad. Estás tan inquieta que vas a romper los vidrios con esa aura tuya ―Levi se desperezó mientras intentaba sentarse en la cama.

Sentí un poco de culpa por influir en su usual intermitente sueño de esa manera. Pero no había forma de apaciguar mis temores excepto clavarme en la ventana para escudriñar hacia el exterior, y así tener la evidencia palpable de que nada malo iba a ocurrir en verdad.

Sé que Levi lo entendía, no buscaba forzarme a olvidarlo. Tan solo quería brindarme paz, que pudiese tener un minuto de sosiego.

―Tengo miedo ―susurré luego de haber vuelto hacia él y haberme sentado a su lado. Hundí mi boca en su hombro desnudo y allí liberé mi sórdida confesión.

―Aún si tus temores fuesen a hacerse reales ―dijo, inclinando su rostro hacia el mío, creando una distancia íntima―, ¿no tenemos armas aquí acaso? Eres fuerte como un titán, testaruda como la mocosa que eres y valiente como nadie. Y me tienes a mí. Así que ¿cuál es el punto?

Encogí los hombros, torpe sin llegar a comprender mi propia incertidumbre, y me escondí aún más en su figura, por poco enterrando el rostro en su cuello.

―Niiv…

―Niiv duerme plácidamente en este momento, Mikasa ―insistió―. Y le importan tres cuarto de rábano lo que pase afuera. Nos tiene a ambos, y bien sabes que cuando se trata de ella no hay clemencia para nadie.

―No es justo vivir así para siempre ―gruñí.

―No será para siempre ―Levi me rodeó con sus brazos y me llevó con él a recostarme―. Sabes que no. No voy a decirte que tengas paciencia porque vaya que no la tienes, nunca. Soy testigo y una pobre víctima sobreviviente de ello ―tras oírle, pellizqué su cintura por fastidiarme. Dio un respingo y repuso―: El punto es que sé que no podré calmar tu ansiedad, es algo que deberás hacer tú; pero, al menos, ten en cuenta que no estás sola. Si yo tuviese que entregar mi vida por ustedes…

―No me…

―Dije ―insistió, sosteniéndome con fuerza―: si yo tuviese que entregar mi vida por ustedes, con gusto lo haría, Mikasa.

Fue cuando noté que el rumbo de la conversación se había vuelto preocupantemente serio.

Alcé mis ojos hacia los suyos, puesto que me encontraba acunada en su pecho. Apenas pude percibirle entre las sombras, pero fui consciente de que me miraba fijamente.

―Yo no quiero que te mueras, tonto ―espeté, y aunque intenté sonar seria, no pareció más que un berrinche.

Mi voz se oía ligera y prieta, como si apenas circulase aire por mi garganta. Entre la angustia y la tristeza, mi pecho se encogía cada vez más; y me desesperaba ante las horrendas imágenes catastróficas que surcaban mi mente cuando consideraba los diversos escenarios.

Quería terminar con la Facción y con cualquier amenaza hacia nuestra familia, pero eso no significaba que estuviese dispuesta a arriesgarlo a él. El fin de todo era que pudiésemos vivir tranquilos, sin el resentimiento de gente ajena adherido a nuestra nuca, murmurando, conspirando, deseando nuestro deceso.

Quería acabarlos, pero no perder nada en el proceso. O toda la batalla carecería de sentido.

―Está bien, tonta ―se defendió Levi, siguiendo mi comentario a modo de jugarreta―. Pero quiero que lo sepas ―besó mi frente―. Por ustedes soy capaz de todo y más. Me costó tanto poder rehacer mi vida, poder salir del abismo en el que me encontraba, poder llegar a ti y tener todo lo que tengo ahora. No voy a permitir que me lo arrebaten ―retomó la seriedad―. Por eso, si tengo que entregar mi vida para salvar el tesoro más grande que he conseguido en todos estos años, lo haré. No es mi opción número, ni dos, ni tres, ni mil… Solo quiero que comprendas mi disposición en el asunto, y que tengas la ansiada paz que mereces. Estaremos bien, pase lo que pase.

―Confío en ti, Levi. No tienes que demostrármelo. Lo sé. De antemano. La confianza que te tengo es anticipada. Existe antes de cualquier decisión que tomes.

―Y yo también confío en ti. Por eso, no he perdido la cabeza con el asunto. Me preocupa, pero no me abisma. Y deberías intentar hacerlo también. Mente fría para tomar decisiones frías.

Solté un largo suspiro mientras me dejaba caer a su costado, de espaldas, y fijaba mis ojos en el techo. Tenía razón. Yo estaba perdiendo energías complicándolo todo, en vez de priorizar mis estrategias. Pero había descubierto que, cuando eres madre, tu juicio se nubla hasta lo impensable y vives con miedo, por el amor incalculable que eres capaz de profesar y que te vuelve pequeña, te postra sobre tus rodillas, tan inmenso y majestuoso por sobre ti, que perderlo, perder lo más hermoso que has creado puede arrancarte la cordura.

No se trataba solo de mí. De mi vida y mi seguridad, se trataba de Niiv, de Levi, de lo nuestro, nuestra vida, nuestra familia, nuestro todo. Y eso lo volvía más complejo.

Sin embargo, tras oír las sanadoras palabras de mi amado insufrible, parte de toda la angustia cesó, y solo quedó conmigo la dicha, la inacabable felicidad de saber que tenía conmigo a una persona tan maravillosa como él. Cuán afortunada era por ello, cuanta gloria recorría mis poros cuando lo veía a mi lado con su presencia intimidante, sus ojos invaluables y su personalidad irritantemente atrayente.

Cuán afortunada era por tener la llave de ingreso a todas sus puertas, todas sus facetas, sobre todo, a su mejor versión.

―Gracias ―respiré pausadamente, sintiendo un curioso alivio embargarme completa.

―Mañana, Sasha y Armin vienen a verte ―lo sentí removerse y, luego, sin que pudiese premeditarlo, lo tenía sobre mí, entre mis piernas―. ¿Por qué no piensas en eso? Es mucho mejor. Sé que estarás feliz de verlos.

―Los extraño mucho ―asentí y me mordí el labio inferior por haber soltado eso con tanto arrebato.

―Y ellos a ti. Siempre vienen de visita, pero sabes que últimamente el trabajo ha sido… extenuante.

―También sé que necesitan tiempo para sí mismos ―sonreí con añoranza―. Aunque aún no formalizan nada públicamente. Solo viven y es como si todos tuviésemos que asumirlo por consecuencia ―protesté.

―Lo dice quien hizo exactamente lo mismo hace tiempo atrás...

Shht… ―busqué silenciarlo mientras sentía sus labios caer suavemente sobre los míos. Él acabó callándome a mí.

Habría protestado por el uso de sus tácticas traviesas de no ser porque fueron eficazmente positivas.

Mi concentración transitó desde la Facción hacia sombras en la oscuridad, allí en la penumbra donde la incertidumbre se volvía mucho más interesante.

Tiempo y distancia, cansancio y quehaceres eran los nuevos límites que se imponían entre nosotros. Por lo que aquel momento novedoso e íntimo sucedió como una recompensa ante tanta sequía. Tormenta sobre mí, otra vez.

En el instante en que las palmas de mis manos se deslizaron suavemente por sus firmes costillas, no hubo espacio para persecuciones, conflictos, titanes, gente, demás y etcétera. Todo en ese momento nos pertenecía y detenía el tiempo; una conspiración clemente trabajando en pro de nosotros.

―Eres un depravado y un vulgar ―rezongué, por medio de un extenuado suspiro, tras oír la sarta de imposibilidades inicuas que había susurrado en mi oído, las que, contrariamente a lo esperado, me asediaron con intensos escalofríos. Lo sentí reír roncamente al saberse victorioso por mis reacciones, al saber que él podía cohibirme así aún… así siempre―. Maldito…

―Mocosa de mierda… ―resopló―. Preciosa…

Su boca ansiosa, mis muslos palpando su cintura suave y cálida, su peso cargando contra mí… Cuánto le había extrañado; porque mientras más tiempo tuviese para compartir a su lado, más adicta me volvía a su presencia rodeándome, nunca ocurría al revés. No era posible para mí encontrar algún punto en el que prescindir de él.

Lo amaba y lo reclamaba entre las sombras y el haz de luna que apenas iluminaba la habitación. Mas como siempre, el tacto fue más eficiente que cualquier otro sentido. Sobre todo, al sentir el sudor tibio entre las hebras de su cabello lacio y mis dedos danzando allí, parsimoniosamente, acariciándolo mientras con un beso apasionado sellaba todos esos sentimientos.

Y pese a que, como reacción ante los afectos recibidos por mi cuerpo siempre mantuviese los ojos sellados, esa vez intenté entreabrirlos cuanto me fue posible, para retener sus expresiones en mi retina, para recordarme a cada segundo que era real, que no era un sueño, que, sin temor a equivocarme, podía admitir que era realmente bueno.

Y que, por consecuencia, me hacía sentir infinitamente bien a mí.

Muy bien. Demasiado bien.

Al cabo de unrato, me encontraba sentada en la cama, apenas cubierta con la sábana superviviente de todo el evento. Estaba agitada, con la boca seca y fría por los excesivos jadeos y con el cabello húmedo; incrédula, viré el rostro para posar mi mentón sobre mi hombro. Desde allí, contemplé a Levi casi con indignación.

Él reposaba quedito mientras respiraba con calma. La misma sábana blanca cruzaba su cintura y se enredaba en su cadera y entre sus piernas, dejando solo a la vista su pulcro vientre inclemente, todo su torso, y si subía más, su cabello alborotado, sus mejillas sonrosadas y sus ojos tormentosos y brillantes.

El amanecer apenas comenzaba a alzarse, dando pasos a las primeras trazas de luz. Cada minuto transcurrido alumbraba el cuarto a pequeños tramos, y yo podía analizar las facciones a mi lado con mayor facilidad.

Pero sí. El resultado era el mismo: me indignaba.

―¿Cómo te atreves? ―reclamé sin un trasfondo real, solo mero capricho de hacerle saber cuánto me irritaba lo inmensamente atrayente que era a mis ojos, Los mismos que no le abandonaron por largos segundos.

―¿Ahora qué hice?

―Todo ―contesté rápido sin dudar.

Y me cuestioné si era normal querer golpear a alguien por desearle con tanto afán, si aquel ímpetu iracundo y el amor que sentía por él podían estar en la misma medida.

―No estamos en el juicio de Eren para que me mires con esa cara ―se defendió, arrugando la frente con preocupación.

Exhalé a través de mis labios, relajando mi rostro. Tampoco quería intimidarle.

―Levi ―en cambio, le regalé una mirada intensa que exigía atención―, solo… ten cuidado con las cosas que me pides… tal vez, resulte que no pueda decirte que no1.

Sé que con eso desperté algo en él. Pero él había empezado. Si tuviese que amparar mi postura, esa sería mi defensa. Culparlo de haber encontrado la manera de sortear mis fronteras… las mismas que nunca defendí.

Culpable también.

Sin que pudiese premeditarlo, logró tumbarme de nuevo sobre el colchón ―y maldije sus dotes de ladronzuelo hábil―; allí, me mantuvo entre el calor de sus brazos fuertes y sus caricias que buscaban hacerme dormir, porque de lo contrario no conciliaríamos el sueño nunca.

Así que dejé mis caprichos de lado.

De todos modos, adoraba poder quedarme así, iniciar mi día con su gratificante presencia a mi lado. Garantizaba un par de horas más de sueño antes de la llegada de la plena mañana, energías durante el día y paz hasta la próxima noche.


Aquel día de reencuentros y ocio fue excepcional.

Fue un paréntesis en las vidas agitadas de todos. Grandes recuerdos fueron almacenados durante la jornada; todo lo que rodeó a la misma, construyó el más merecido encuentro, como un respiro, la pausa antes de continuar con la inevitable guerra que dormía… por mientras, solo dormía.

Y Armin adoraba esas reuniones amigables, casi familiares. Más cuando podía acompañarse de Sasha.

Eran instantes entrañables en los que, por un período breve y casi onírico, podía palpar la felicidad y la paz que alguna vez había conocido de pequeño. Y si bien nunca sería igual, no perdía la oportunidad de disfrutar de la experiencia. Los aromas, las sensaciones, el tiempo, el día y todo cuanto yacía a su alrededor evocaban memorias de la alegría.

Así era siempre. Así era cada vez que visitaban la casa de los Ackerman.

Y sabía que era así, sabía que sería un buen día, desde que Mikasa abría la puerta y desde dentro el intenso aroma a limpieza invadía sus fosas nasales, hasta que en la tarde la despedía y, tras marchar, notaba cómo le costaba caminar luego de tanto comer. Claramente, Sasha no objetaba al respecto.

Eran sus descansos favoritos, debía admitir. Ya los había hecho parte de su itinerario.

El hogar de los Ackerman era exquisito y casi refinado, salvo que en un sentido muy particular. No se trataba de lujos, sino de comodidad. Del aroma acogedor, el aura misma del lugar que provocaba querer abandonarse sobre la limpieza del suelo y yacer ahí hasta el fin de los tiempos. Todo estaba perfectamente limpio y ordenado, y, como un añadido, la decoración también resultaba relajante a los ojos. Nada estaba fuera de lugar.

Al apenas llegar, Armin siempre escogía el sillón de la sala de estar para instalarse allí y echar la cabeza sobre el respaldar mientras miraba al techo. Juraba que podía quedarse en esa posición sin más y, aun así, sentirse completamente bienvenido y pleno.

Después de todo, luego de trabajar constantemente con la muerte entre las manos y la alarma de la tragedia al borde de un abismo, no había cosa en el mundo que funcionase mejor que visitar a Mikasa, a la pequeña Niiv… y, a veces, si no traía mal genio, al capitán Levi.

Le resultaba incluso sanador verlos convivir mientras, afanosamente, ambos se movían por la cocina con el fin de conseguir un contundente almuerzo que ofrecerles.

Y Sasha siempre estaba ahí. «Ayudando».

Si él, tras llegar, apuntaba al sillón, Sasha hacía su tan conocida ruta hacia la cocina.

― ¡No me ayuden! ―rezongaba Mikasa―. Ustedes son los invitados.

―¡Dices eso para sacarme de la cocina! ―se defendía Sasha―. ¡Cruel!

―Si te dejo a cargo, vas a comerte todo antes de que siquiera esté listo.

―¡Bruja!

Y el solo oírlas discutir en la cocina era parte también de lo dichoso que se sentía durante aquellas visitas. Era el instante de pausa y silencio que necesitaba para darse el espacio de pensar, razonar, lo increíblemente afortunado que era por aún tener la oportunidad de compartir con ellas, de oírlas vivir, de no llorarlas.

Todo era tan volátil en su existencia que, aquella novedad de darle espacio a una sencilla rutina familiar, era la gloria. Pago suficiente por todo el sufrimiento al que se habían acostumbrado ya desde sus más tempranas vidas.

―Armin, ¿te sirvo té? ―la voz de Levi lo sacó de sus pensamientos. Alzó sus ojos para encontrarlo en la cocina a la que tenía vista desde la sala de estar; él estaba concentrado en verificar que el té de su tetera estuviese en el punto perfecto, y ya había colocado las tazas sobre la isla. A su lado, Mikasa procuraba que Sasha no se comiera todo, puesto que troceaba los alimentos para el almuerzo, y mientras, ella le daba papillas a Niiv, quien estaba sentada en su característica sillita para bebés.

Sí. La corderita ya tenía 6 meses.

―Muchas gracias, capitán ―asintió Armin con una enorme sonrisa en respuesta. Los tecitos de Levi eran otra cosa favorita de su descanso―. Si no es mucha molestia ―añadió por cortesía.

Y luego reparó en cómo Levi viró su rostro hacia Mikasa y con mucha sutileza, casi imperceptiblemente, le susurró: «Amor, ¿quieres también?». Ella solo asintió con vigor sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.

¿Le dijo «amor»?, se preguntó Armin, sonrojándose sin sentido. Eso creyó oír. Era curioso verlos hablarse así, puesto que siempre habían sido tan reservados.

Y hubiese tenido más tiempo de profundizar en ello, de no ser porque Sasha interrumpió la escena.

―¡¿Y a mí no me va a ofrecer?! ―chilló, ofendida.

―¿Para qué? Ya me sé tu repuesta ―aclaró Levi sin perturbarse―. Es obvia.

―Usted y Mikasa conspiran en mi contra ―comenzó a berrinchar.

Armin solo pudo reír para sí mismo, sin dejar de contemplar tan cálida escena. Por algún motivo, se llevaban bien. A Levi no le molestaba su presencia, y aunque por mucho tiempo, desde su postura como subordinados, le temieron y consideraron como una persona agresiva, con el paso del tiempo y sus momentos fuera de Legión, terminaron descubriendo que, por el contrario, era muy agradable a su manera, con un humor muy particular, uno que requería de mucha fortaleza para no acabar ofendido.

Pero, sobre todo, Armin acabó por reconocer que Levi podía ser un muy buen amigo, que poseía una bondad inimaginable, escondida tras su eterno semblante apático. Solo había que tenerle paciencia y aprender a conocerle bien. Después de eso, valía la pena complemente.

Y se regocijaba al pensar que Mikasa había acabado inmersa en tan hermoso destino. La veía tan contenta, como una niña con un juguete nuevo, y era lo que parecía cuando meneaba la cuchara frente al rostro de la pequeña Niiv, quien a su vez miraba a su madre como la cosa más bella que podría llegar a admirar en su existencia.

Realmente, ambas lo eran.

Pero Niiv cada día comprobaba lo mucho que podía llegar a tener de Levi. Y este último, aún no tenía valor para decir cuánta razón había tenido Kenny: Niiv era el vivo retrato de Kuchel, pero infinitamente más hermosa. Pese al tiempo, aún tenía el recuerdo del rostro lozano de su madre antes de que esta enfermara. Y cuando admiraba a su pequeña, lo encontraba allí, en sus facciones.

Pero Armin, quien no tenía tales recuerdos, veía en la niña los dulces contornos del delicado rostro de Mikasa, decorado con todas las características más llamativas de Levi.

La pequeña Niiv de seis meses tenía poco cabello y un listón azul en la cabeza; finas cejas y unas pestañas dispuestas a llegar al cielo, como las de su padre; unos tormentosos ojos azules, profundos e hipnóticos; una fina nariz respingada y petulante; y una pequeña boca pomposa de color rosa fuerte, perfectamente alineada al medio de sus redondas mejillas. Y era seria, curiosamente seria y silenciosa, excepto cuando estaba con Sasha y acababa exhausta a causa de la risa.

No obstante, la mayor parte del tiempo, si no se movía, parecía una pintura. Silente y curiosa. Tomaba las cosas y las giraba en todas direcciones; le gustaba mirarse en los espejos y palpar su propio reflejo; por su corta edad, podía rodar por el suelo y, a veces, sentarse o intentar gatear; y cuando algo realmente merecía su opinión, clamaba un sencillo «bu».

Armin adoraba sus «bu». Sobre todo, cuando iban dedicados a él, puesto que para Niiv su cabellera rubia le resultaba muy interesante. Siempre que la sostenía en brazos, ella llevaba sus manitas hasta el flequillo y lo tomaba como si quisiera estudiarlo. Luego, decía bu y daba un aplauso que no alcanzaba a oírse.

Sí, cuán grata era la vida desde que la pequeña había llegado. Qué alivio y qué respiro había sido quitarse la cruenta imagen de la guerra para, por un segundo, soñar con la vida, con un mañana.

Armin daba las gracias cada día. Y más cuando recordaba cuanta pelea tonta habían atravesado Mikasa y Levi antes de poder llegar hasta aquel punto. Reía cuando recordaba sus intensas ganas de abofetearlos a ambos, porque había ocasiones en las que ni él mismo quería, podía ni debía tenerles paciencia.

Pero la había tenido. Y esa era la consecuencia.

No se arrepentiría jamás.

―Niiv tiene sueño ―espetó Levi tras haber servido todos los tés, y luego haber volcado la atención hacia su hija.

Había bostezado y parecía cada vez más inclinada hacia un costado.

―Sí, ya comió ―indicó Mikasa, acercándose a la pequeña para sacarla de la silla.

―Dame ―dijo Levi, uniéndose a ella―. Yo la llevo.

Y la cogió con tanto cuidado, tanto amor, que Armin creyó poder ahogarse con su té. No podía reprimir ya las sonrisas que emergían sin recato alguno ante cada gesto inesperado de las personas más hoscas que había conocido en su vida.

Eran todo un caso.

Sin embargo, deshizo su sonrisa y se concentró por completo en la imagen de su mejor amiga, tras verla mirar a Levi con un deje de tristeza, como si algo se hubiese removido dentro de ella. Acaparó su atención al hacerle cuestionarse si esa era la mirada correcta, si el sentimiento acompasaba con todo el contexto.

Levi abrazó a Niiv, la besó, y tan hermoso fue verla sonreír ligeramente luego de eso. Apoyó su cabecita contra el pecho de su padre y se dejó descansar sobre él mientras este la cargaba hasta su cuna para dejarla dormir.

Mikasa no dijo nada, pero sus ojos húmedos hablaron mil palabras.

Fue por eso que Armin decidió acercarse a ella y acariciar su espalda. Con su gesto la hizo reaccionar, espabilar; ella volteó a verlo sorprendida, con sus grandes ojos grises anegados.

―¿Armin?

―¿Sucede algo, Mikasa? ―si bien el joven comprendía que nada malo ocurría, sabía que había un sentimiento escondido y que debía ser liberado.

Mikasa no solía hablar con frecuencia, pero aquello que callaba era algo que, Armin suponía, valía la pena oír.

―Puedes leerme tan bien ―murmuró Mikasa, y volteó a ver a Sasha quien se encontraba lavando la loza que había sido utilizada ya―. Estoy feliz.

―Por un momento ―él contuvo la respiración, luego suspiró, relajándose―, creí que estabas triste. Lo vi en tus ojos.

―No es tristeza... no del todo. Es… ―ella dudó un segundo, y por el nerviosismo, cogió un mantel para secar sus manos, como un acto al azar―. Es melancolía.

―¿Recordaste a tus padres? ―inquirió él, intentando ser sutil.

―Sí y no ―sonrió ella con añoranza―. No de la forma en que crees. Ellos tenían una vida feliz; no era perfecta, no carecía de conflictos, pero se amaban tanto quesiempre los resolvían. No importaba cómo. No dejaban de despedirse con un beso aun si habían discutido, ni iban a dormirse enojados. Era su regla número uno como matrimonio ―Armin no dejó de mirarla, y ella volteó sus ojos a él nuevamente―. Estoy feliz, porque yo tengo lo mismo ahora. ¿Entiendes, Armin? Acabo de darme cuenta de que escogí al hombre perfecto como padre de mi hija.

―Acabas de darte cuenta, dices ―gruñó Armin, y con eso la hizo reír y, por el esfuerzo que eso significó, también dejó ir las lágrimas que había retenido―. Dios, Mikasa… Enhorabuena.

La joven limpió sus mejillas y volvió a reír. No era que no lo hubiese notado antes. Era solo que, en aquella ocasión, al fin había tenido el espacio preciso para razonar sobre ello. Y el poder de la realización, de parar un segundo para tomarle importancia a las cosas que se olvidan con la rutina, muchas veces aturde.

Claro que lo sabía. Por eso le había escogido. Pero, entonces, lo había corroborado por infinita vez.

―¡Me cansé! ―espetó Sasha tras volver de sus labores, y con eso sacó al resto de su burbuja.

―Está bien. El estofado ya está en la olla. Pronto, será nuestro turno de almorzar.

Le dijo Mikasa y caminó hacia ella hasta posicionarse tras sus espaldas luego de verla tomar asiento frente a la isla de la cocina.

Armin lo había visto ocurrir antes, y en dichas acciones veía reflejadas los más grandes temores de Mikasa asimismo como sus agradecimientos. Ya no contenía sus emociones, no cuando temía perder, no cuando la vida se encargaba de enseñarles siempre que nada podían retener, nada era eterno.

Mikasa rodeó a Sasha con sus brazos, cruzándolos a la altura del pecho de la joven, y apoyó su mentón sobre la cabeza de la misma. Aspiró el aroma de su cabello, limpio y con estelas frutales, y luego refregó su rostro hasta encontrar mayor apoyo en su mejilla, su mejilla izquierda contra la suave corona.

Sasha solo frunció los labios con timidez y bajó la mirada hacia la mesa mientras recibía la caricia. Sonrió tras unos segundos y llevó sus manos a sostener los antebrazos de Mikasa contra su pecho.

―Gracias por estar aquí ―murmuró Mikasa, pero aun así Armin pudo oírla.

Esta vez, Sasha sonrió ampliamente, y tan seria como casi nunca podía oírsele, respondió:

―No hay nada que agradecer, Mikasa.

―Es imposible no hacerlo. De verdad, a los dos ―Mikasa se dirigió hacia Armin sin soltar a Sasha en ningún momento―. Gracias.

Armin sonrió también, y asintió suavemente aceptando las palabras de su amiga.

Minutos más tarde, para alegría de Sasha, finalmente compartieron el almuerzo en el luminoso comedor, con las ventanas dando paso a la agradable brisa. Y, por un instante, en el ambiente solo fue audible el repiqueteo de los cubiertos sobre la loza.

Cada vez que Mikasa cocinaba ocurría del mismo modo.

―¿Nadie dice nada? ―bromeaba Levi.

―Es que los estofaditos de Mikasa son… ―y, entonces, Sasha replicaba un sonido tal como un «slurp, slurp, slurp».

―No te dejes engañar. Tiene un plan malévolo para engordar a todo el mundo.

―No es cierto, Levi ―rezongaba Mikasa.

―Subí un par de kilos por tu culpa.

―Exactamente, un par. Es decir, dos… dos kilos, que pudieron ser de músculo ―lucía tan dulce cuando protestaba tras sentirse atacada―. Deja de reprochármelo.

Armin echó a reír.

―Tu comida es exquisita, Mikasa. No te sientas culpable porque no podamos cerrar la boca cada vez que venimos a verte.

―¡Delicioso! ―exclamaba Sasha a cada cucharada que se aventaba la boca.

―No pueden cerrar la boca porque Mikasa cocina para todo un regimiento ―insistía Levi, solo por el capricho de molestarla.

―Coman lo que puedan ―se sonrojó, y él adoraba verla así.

Aquellos eran los momentos que valía la pena retener en la memoria. Armin lo sabía bien.

Y tras haber intentado sus mayores esfuerzos para acabarse el magno plato que su amiga le había servido, miró por la ventana al día a las afueras de aquel parsimonioso hogar, y una pesadez cayó sobre sus hombros al pensar que, inevitablemente la jornada tendría que concluir.

Cerró sus ojos y aspiró profundo, alejando el pensamiento innecesario.

Entonces, una vez más, Sasha lo sacó de su órbita.

―¿Se va a comer eso? ―le habló a Levi, y todos los presentes voltearon a ver el plato que aún tenía una porción de estofado.

Levi frunció el ceño, dudando, tras sentir su sentido de la limpieza emerger con urgencia.

―Pero…

―No lo tocó ―los ojos de Sasha parecían rogar.

―Mikasa sírvele más ―encogió los hombros.

―No queda más ―masculló ella―. Así que no creas que cocino para todo un regimiento.

―¡Por favor! ―su voz era un hilo de súplica.

―Sasha ―suspiró Armin.

―Está bien, pero…

―¿Cuál es el problema? ―protestó.

―¿No es eso algo… grotesco?

―Da igual, capitán. De todos modos ―lo interrumpió, poniéndose seria nuevamente―, me parece imposible llegar a intoxicarme. Si Mikasa aún no ha muerto, eso ya dice bastante…

Un par de segundos del silencio más sepulcral y tétrico del que habían sido testigos jamás surcó la mesa.

Mikasa quiso reír, pero prefirió mantener una postura reservada; Levi estrechó sus ojos, ofendido, para contemplar a Sasha y a su expresión de entender el lío en que se había metido; Armin creyó que sus ojos escaparían de sus cuencas.

―Braus… tienes cinco segundos de ventaja para empezar a correr…

Aquel día fue cerrado por el más bello de los atardeceres.

Armin montó su caballo y rio al ver a Sasha adelantarse nerviosamente, puesto que Mikasa había asomado tras la puerta para despedirles y Levi venía tras ella. Pese a que Levi había cedido a darle su comida, y a que ella no cesó de pedirle perdón, la jornada transcurrió tranquila.

Se acompañaron de una grata conversación y de preguntas a Mikasa sobre su nueva vida. Siempre había algo nuevo que contar, sobre todo, cuando trataba de Niiv.

Hasta que la nombrada despertó y llegó la hora de jugar y volver a curiosear.

Fue cuando los visitantes decidieron que era hora de partir. Y con la hermosa luz del atardecer, tomaron rumbo de vuelta a los cuarteles, dejando atrás a Mikasa quien sostenía a su pequeña entre los brazos.


―Han pasado seis meses. A veces, tiendo a pensar que sería bueno considerar la posibilidad de olvidarlo.

Fijé mis ojos en su figura, sin evitar mostrar un rostro irritado. Había pasado tiempo desde nuestra última reunión; desde que, siquiera, me hubiese aparecido por las instalaciones de la Legión. El comandante1 Erwin Smith sostenía a Niiv en sus brazos y respondía a todas las inquietudes que hube manifestado al apenas comenzar nuestra charla. Le había visitado en su oficina.

Él reposaba en su enorme sillón dispuesto en su escritorio, y yo frente a él, me había acomodado en una silla que me había ofrecido tras saludarme.

―Pasaron años antes de que volviesen a atacar utilizando su absurdo argumento inquisidor ―contendí.

―Motivo por el que no lo he arbitrado de esa forma. Solo es una tendencia a «querer creer» ―explicó con sutileza, imperturbable ante mi molestia. Sus ojos analizaban a Niiv incansablemente mientras su mente divagaba en las ideas―.En el fondo, sé que no es así, que siguen urdiendo un plan que desconocemos, y que si bajamos la guardia, estaremos ofreciéndoles una oportunidad única en una bandeja de oro.

―Sé que es agotador ―repliqué, dándole a entender que no minimizaba todo el esfuerzo que significaba trabajar en ello, el planificar una defensa a ciegas.

―No más que pensar en titanes ―sonrió Erwin cuando descubrió que Niiv intentaba sostener el colgante que él portaba en su cuello―. Al menos, tenemos una certeza en mente: acabar con la Facción. En cambio, para el misterio sobre los muros y todo lo que conlleva, ¿cuánto tiempo no ha pasado ya?

―Solo espero que podamos acabar con todo esto pronto.

―Por lo menos, avanzamos ―Niiv alcanzó a darle un pequeño manotón en la mejilla tras un fallido intento por tocarlo con cariño. Para Erwin no fue más que una cosquilla―. Eren ha estado ayudando bastante con todo esto. Junto a Historia hemos estado buscando la manera de llevarla al trono sin que todo parezca un sinsentido para la gente y, por supuesto, que no acabemos poniéndola en riesgo con todo lo que sucede.

―Si lográsemos dar con la Facción, podríamos justificar su intervención en medio de todo. Culparlos… Y que Historia asuma su rol tras revelarse ante la comunidad como una suerte de heroína. No me importaría si se atribuye todo el crédito. Todo es mejor que la situación en la que nos encontramos ahora. Sin Policía Militar, con Nile Dawk tras las rejas, con el tiempo trascurriendo sin tregua, y con la incertidumbre de las personas apurándonos a nuestras espaldas. La Guarnición no da abastos.

Y era cierto. El que estuviese al tanto del peligro que suponía la Facción para los Ackerman no quitaba mi preocupación sobre lo que ocurría al interior de los muros. Los crímenes habían aumentado y el comercio de drogas se había disparado también. Las pérdidas ocasionadas por el ataque en la ciudad habían dejado sin recursos a muchos quienes, en su desesperación, buscaban surgir a toda costa.

La Guarnición intentaba suplir todas las necesidades de la población tras la inestabilidad de la Policía Militar. Pero no era tan simple. Muchos conflictos comenzaban a escapar de sus manos.

―Al menos, el regreso de Zacklay nos ha garantizado paz y protección. O sería yo quien estaría tras las rejas ahora.

Bajé la mirada con timidez. En ese aspecto, tenía razón. Las alusiones de Erwin Smith a la influencia de la Policía en todos los ataques resultaron provechosas. Todo calzó en la justa medida, y sus argumentos se volvieron incuestionables.

Lograron torcer el brazo de los planes que, en un comienzo, estaban destinados a destruirnos a nosotros.

Fue gracias a todo eso que los designios de Zacklay tuvieron mayor sentido y nuestra demanda se aceptó casi sin demora.

Llevábamos ventaja en tales aspectos. Y podíamos continuar con la coronación de Historia. El único conflicto era que aún no dábamos con el paradero de su padre. Y dado a todos los conflictos externos que nos rodeaban, temíamos ponerla en riesgo si ella salía a la luz. Ya le habían capturado una vez.

―Aun así, ha pasado tiempo. Tiempo que tendríamos de ventaja con ella como soberana.

―Hay cabos que atar ―de pronto, noté como Erwin ofrecía su palma a Niiv para que esta diera golpecitos con la propia. Sinceramente, Smith hallaba en ella la paz que tanta falta le hacía; cuando la tenía en brazos, parecía olvidar todo por un momento―. Creo que todos hemos fortalecido nuestra paciencia este último tiempo. Pero no debemos relajarnos ―de pronto, frunció el ceño―. Seis meses son más que suficientes para abastecerse de recursos y atacar. Así que… debemos continuar. Si lo pensamos bien, el sujeto quedó con las manos vacías desde la última vez. Seguramente, ha estado intentando evangelizar a más descerebrados sin criterio.

―Y podría usar el ataque en la ciudad como una excusa…―ensanché los ojos ante mi hallazgo.

Claramente. Eran sus bases para atraer más feligreses, más la infalible técnica de «te lo dije»: por causa de la Legión, se desató una batalla en la ciudad en la que muchas personas perdieron todo.

Pero eso no era más una vil falacia.

Erwin asintió levemente, sopesando mis palabras.

―Como respaldo para fundamentar su odio hacia nosotros, dado que ha incluido a la Legión en ello.

La parte más dolorosa de todo, lo que, para Levi y para mí, era culpa sobre los hombros: la inclusión de terceros inocentes.

―Por protegernos a nosotros ―admití derrotada.

―El amigo de mi enemigo es también mi enemigo ―tanteó, recordando si el dicho versaba de esa forma.

―Algo así ―asentí y suspiré para luego mirar al suelo con resignación.

Erwin Smith estaba en lo cierto.

Durante todo aquel tiempo, la Facción no había atacado porque Olsson necesitaba reclutar más ingenuos que estuviesen a su disposición. Engatusarlos con la falsa sensación de honor y heroísmo, y alimentarlos con un resentimiento que no les era propio. Y ante una realidad tan cruda como la que enfrentábamos, en la que nacíamos con una noción de futuro incierto, era inevitable que un par de almas desgraciadas se aferrasen a la idea de una retribución cuantiosa por su lealtad, y cuán tentador sonaba tal cuento de hadas, cuando se tiene tanto miedo a morir en el olvido o, peor aún, a existir en la miseria.

Alcé mis ojos hacia Niiv, quien aún intentaba llamar la atención de Erwin, y reafirmé mis convicciones.

Ella era todo lo que necesitaba para luchar, para vencer el cansancio, el sueño, el miedo.

Cuánto amaba a esa corderita de ojos tormenta y piel invernal. Por ella, entregaba mi vida y más.

Por tales motivos, pese a todo lo que me ocupaba en aquel entonces, habíamos pautado una reunión junto con Erwin para hablar sobre los planes en caso de un ataque de la Facción. Era momento de reincorporarme de a poco, no a las labores de siempre, pero sí a las novedades y determinaciones que comenzaban a tomarse.

Sobre todo, porque tarde o temprano tendría que entrar a la batalla. Para ese entonces, Armin y Sasha habían jurado con sus vidas que cuidarían de Niiv si era necesario que fuese yo al frente a defender nuestras vidas. Conocía bien mis capacidades, y estábamos dispuestos a todo con tal de acabar con aquel mal que no hacía más que incordiar nuestra verdadera labor como Legión.

―Comandante ―me puse de pie, rodeando el escritorio para llevarme a Niiv―, muchas gracias por su tiempo.

―No será la última reunión, Mikasa ―me entregó a mi hija―. Debes prepararte, necesitamos trabajar bien en esto. Aún nos queda Rod Reiss en el tintero… Los sueros que tenía Kenny, ¿recuerdas? ―asentí, instándolo a seguir―. Pese a toda su ayuda, lamentablemente, el señor Ackerman dejó este mundo con algunas incógnitas para nosotros.

―Rod Reiss sigue escondiéndose ―informé―. Kenny no sabía cuál era su nuevo paradero.

―Ni tampoco el porqué de la persecución a los Ackerman ―indicó, viéndome mientras entrecerraba los ojos con duda.

Negué con suavidad mientras acunaba a Niiv contra mi pecho, sosteniéndola con firmeza.

―Tampoco lo sabía.

―¿Y tú quieres saberlo? ―la pregunta de Erwin me dejó en claro que, más que una duda, era un ofrecimiento, como si buscase brindarme la posibilidad de sumarlo a ese tintero de pendientes; si yo decía que sí, él lo consideraría.

Pero la verdad, mis intenciones vagaban lejos de eso.

―No ―dictaminé segura de mí misma―. Soy una persona normal, íntegra y con valor. Y ninguna secta estúpida de fanáticos sin argumentos va a hacerme creer lo contrario. Aunque a sus ojos yo sea una abominación, porque resulta que un viejo linaje se opuso a sus intereses. Bueno… ellos ahora se oponen a los míos. Cualquiera sea el resultado de nuestro origen, comandante, no cambiará mi decisión. Su exterminio es inevitable.

―Que así sea ―aceptó, enseñándome en su rostro su propia determinación y la sinceridad que emanaba de sus palabras.

―Nos vemos pronto.

―Le dejaré saber a Levi cuando será nuestra próxima reunión ―se puso de pie para acompañarme hasta la puerta, y antes de que pudiese salir de la oficina, añadió―: Adiós, Niiv. Sé una buena Ackerman.

―Di adiós, Niiv ―la motivé y tomé su bracito para recordarle el movimiento que siempre hacíamos al despedir a Sasha y Armin cuando nos visitaban.

Aún era muy pequeña para entenderlo, pero captó lo que pedía y apenas sacudió su muñeca para seguir el movimiento indicado.

Erwin sonrió, emocionado por el gesto, puesto que, al no verla tan seguido como nosotros, siempre encontraba nuevos detalles en ella o se sorprendía cuando hacía algo nuevo en cada encuentro. La despidió sosteniendo su pequeña manito y a mí con un asentimiento de su cabeza.


Antes de tomar rumbo a mi hogar, decidí permitirme unos breves minutos de aire en la ciudad. Sabía que era época de cosecha fresca y que en la feria del centro se vendían los mejores productos. Así, tendría una buena minuta que ofrecer para la cena.

Con Niiv en mis brazos, recorrí las calles abrigadas por el sol, miré hacia todos los rincones y los puestos rodeados de personas que sostenían los productos en las manos, probaban algunos, olían otros. Era un día tranquilo, como mucho, resonaban las delicadas voces de las personas que llegaban a algún acuerdo con los vendedores y que se llevaban una buena oferta a casa. Eso, y el ligero siseo del viento que sacudía los banderines que cruzaban los tejados de los edificios de uno a otro.

En ocasiones, algún cuchicheo tímido me sacaba de mi órbita, y entonces descubría a algunos transeúntes observando a Niiv, sonriéndole o haciéndole mímicas. Hablaban de lo bonita que era, de lo adorable que lucía con su diadema en la cabeza, de lo preciosos que eran sus ojos.

―¡Es un primor! ―decían.

«Por supuesto que lo es», pensaba yo. «Yo la hice», y la apretaba más contra mí, como si con ese gesto buscase protegerla de las miradas excesivas.

―¿Quieres una trocito de banana, princesita? ―la señora del puesto de frutas al que me acerqué también se distrajo con mi hija. Mientras yo me dedicaba a escoger un par de peras y naranjas, Niiv recibió la fruta con algo de torpeza.

Nunca pregunté por el nombre de aquella vendedora, pero ella nos conocía de antemano, de todas mis visitas anteriores. Incluso, conocía a Levi también, y yo había llegado a creer que se había flechado por él, puesto que cuando hacíamos las compras juntos, ella siempre añadía un par de frutas más a la bolsa. En diversas ocasiones le gasté bromas a Levi al respecto: «Vas a acompañarme más seguido», le decía. «Me estás utilizando», protestaba él. «No me arrepiento de nada», siempre era mi última respuesta.

―Muchas gracias, señora―asentí ante su gesto de regalarle fruta a mi hija―. Sin embargo, no sé si se la coma. Apenas he intentado darle banana en puré.

―Claro, es muy pequeña aún.

―Tiene seis meses. Acabo de empezar con las papillas.

―Pero es bueno que los bebés puedan curiosear sobre cosas nuevas. No tiene que comérselo del todo.

―Y de igual modo, va a echárselo a la boca ―encogí los hombros y le cedí la bolsa para que pudiese pesarla.

Luego de eso, seguí mi recorrido para abastecerme de un poco de verduras. De paso, aproveché la situación para descansar, para darle un repaso a los puestos de cosas novedosas con tal de despejar mi mente por un momento. Entre los cuidados de Niiv, la Facción, el trabajo y todo lo que estábamos planificando, casi no tenía espacio para alzar la vista un momento y admirar la belleza de las cosas banales.

No podía permitirme gastar el dinero de manera tan absurda, ni pretendía hacerlo. Pero el simple hecho de distraerme por un momento fue suficiente.

No obstante, sí me permití comprar un pequeño muñequito para Niiv: era un conejo de felpa. Durante el camino lo sacudió y tiró al suelo en diversas ocasiones. Si al comprarlo era de tono cremoso, al cabo de unos minutos, el pobre animal subsistía en la miseria. Pero no podía molestarme con ella, y agradecía el perfecto manejo de la paciencia al que ella me sometía.

Solté un largo suspiro. Ella, siendo tan pequeñita y nueva en este mundo, me había enseñado tantas cosas.

―Cómo te amo, ¿sabes? ―le dije, y ella solo fijaba sus ojos en el muñeco―. Algún día entenderás estas palabras y todo lo que significan.

―Bu.

―Sí, algún día entenderé yo también qué significa eso de bu. ¿Será un: yo también, mamá?

―Bu.

―Lo tomo ―me reí, y seguí distraída con ella y su belleza, su ternura, su rostro tan familiar, Levi Ackerman tallado en toda su piel. Rocé mis labios contra su sien y deposité un beso allí―. ¿Cómo puedes ser tan hermosa? ―seguí hablándole―. Quiero ser tú.

Tal fue mi perdición en ella, que no reparé en el camino que transitaba. La feria había finalizado hacía varias calles ya, y me había alejado bastante del centro. Miré a todos lados buscando reconocer algo en particular y bufé hastiada al descubrir que tendría que dar vuelta para llegar al centro nuevamente y dar con un carretero.

―Mira lo que provocas, Niiv.

―Bu.

Analicé mi posición por un momento y recordé que podía tomar un atajo, que no era necesario recorrer toda la feria nuevamente para llegar a mi destino. Además, comenzaba a hacerse tarde, y la brisa que por ahora era amigable, tarde o temprano, acabaría volviéndose más gélida. Y no quería exponer a mi hija al frío.

Si acortaba el camino, funcionaba mejor. Por lo demás, anhelaba llegar pronto a casa, puesto que esa noche Levi estaría con nosotras. Erwin le había asignado días libres y no quería perderme ni un segundo de ellos.

Tomé el camino que había sido mi alternativa a recorrer todo el circuito en reversa. Las calles allí parecían más vacías, más silenciosas, y creí que de ese modo podría avanzar más rápido, llegar más pronto…

Hasta que sentí las pisadas como latidos a mis espaldas…

.

«Me he dado cuenta de que el fin del tiempo no está tan lejos».

.

Volteé.

Sí, contuve la respiración y volteé.

Pero al girar el rostro no vi nada.

Apresuré un par de pasos más, pero me detuve. Y, esta vez, giré el cuerpo completo, esperando encontrar allí la explicación al pánico inconmensurable que me atacó de un momento a otro. Pero nada, ni sombras, ni animales falderos, ni el viento. Ni una sola cosa que hubiese podido emular el inconfundible sonido de los pasos contra el suelo.

Tragué con dificultad, confundida y asustada, sin saber si devolverme a tomar el camino largo o continuar. Y aunque hubiese querido retornar al punto de inicio, ya había avanzado un buen tramo. Faltaba poco para llegar al centro nuevamente y así buscar ayuda o, en el mejor de los casos, un carretero que pudiese llevarme a casa.

Niiv permanecía tranquila, al menos. Su cabeza reposaba en mi pecho porque, probablemente, estuviese quedándose dormida. Aquello me permitía pensar con facilidad al tener mis sentidos más atentos. Era un punto a favor.

Así que decidí continuar, caminando lo más rápido que podía.

Entonces, los pasos volvieron…

.

«No podemos rezar para salvar nuestras vidas».

.

Pasos lentos y resonantes que emulaban un reloj programado a acabar con su conteo en cualquier momento. Un evento designado a ocurrir en el último tic… tac. Pasos que contaban los segundos de antesala al cambio, al final del viaje.

Mi instinto de supervivencia se activó, alerta a todas las señales tras sentir el escalofrío barrer a lo largo de mi espalda.

No pude hacer otra cosa más que afirmar a Niiv con fuerza y echar a correr, sintiendo cómo el bolso que traía con mis compras se golpeaba contra mi cuerpo en cada bote que daba.

Quizás, estaba volviéndome loca y no era más que una ilusión como cada noche que me paraba en la ventana de mi habitación, esperando desvanecer mis irracionales miedos. Pero mi crisis interna aumentó en el instante en que reconocí el palpitar de esos pasos.

Al correr, ellos aumentaron su pulso también.

De un momento a otro, la paz se desvaneció, resbalándose de mi cuerpo para dar paso al terror, puesto que solo tenía a una persona en mente, una sola persona que estaba interesada en seguirme hasta el final, contra todo, dando su vida por ello.

El pánico se convirtió en jadeos, aire frío clavando en mi garganta prieta; los latidos de mi corazón se aceleraron dos veces por el esfuerzo físico y por el pavor. Sentía calor en mis mejillas, ardor en la cabeza y clavadas punzantes que me aturdían incansablemente. Las piernas me temblaban, y aun así las forzaba a sacarme de ahí a toda carrera.

De pronto, el atajo que parecía tan amigable, se convirtió en un laberinto extenso y complejo. Quizás, me perdí, en mi desesperación por huir; quizás, ese no era el camino que recordaba. Quizás, todo no era más que una pesadilla.

Eso hubiese querido.

Los pasos siguieron, pero nadie los reclamó.

No importó cuántas veces volteé desesperada a encarar a quién fuese que se hallase ahí.

No encontré a nadie.

Lo único que portaba conmigo, y siempre era así, era mi daga. La misma que Armin y Sasha me habían regalado. No podía portar armas más complejas con la bebé en mis brazos, pero estaba dispuesta a valerme del filo de la única amiga que me acompañaba si con eso conseguía salvarnos.

Por un momento, creí poder respirar en paz, al comenzar a ver calles más luminosas, lo que anunciaba la cercanía al centro.

Aceleré mis pasos aún más, casi trastabillando en el proceso, pero entonces…

Entonces… el peso de algo mucho más fuerte y grande me golpeó, lanzándome sin piedad contra la frialdad del adoquín y hacia la oscuridad de un callejón sin salida. El eco de las cuerdas de un equipo de maniobras resonó en la distancia y también el chirrido metálico de los ganchos al ser desprendidos.

Solo sé que cerré los ojos con fuerza y encerré a Niiv en mis brazos de manera instintiva, encorvándome dentro de todas mis posibilidades para ver si con eso conseguía protegerla del daño. Raspé el piso, el golpe me obligó a desplazarme un par de metros, y luché reciamente para que todo el aterrizaje se amortiguase en mí, pese al dolor de mis costillas y mis hombros.

La oí llorar, la sentí removerse, y al percibir que mi recorrido se había detenido, abrí los ojos con desesperación para constatar que ella se encontrase bien. Y lo estaba, no había rasguño alguno en su rostro, solo el terror palpable y su desconcierto ante lo que acababa de ocurrir.

Sin embargo, reaccioné en el acto, intentando removerme para ponerme de pie, pese a los magullones que debía tener en todo el torso. Mi bolso se había rajado por completo, estropeándose sin remedio; la fruta yacía desperdigada hacia todas direcciones, aplastada, destruida, irrecuperable. Pero nada de eso importaba…

Toda mi atención se centró en mi hija. Cuando conseguí mantenerme sobre mis dos pies, volví a sostenerla con fuerza entre mis brazos, priorizando su protección. Revisé su rostro nuevamente, buscando encontrar alguna herida que no hubiese percibido antes, mas lo único que mis ojos reconocieron fue el negro cañón del arma que no me apuntaba a mí.

Apuntaba a Niiv… su cabeza.

―Sé que eres inteligente ―esa voz―, por lo que no harás nada estúpido. No se te ocurra mover un nervio, perra Ackerman.

―Olsson, por favor ―respiré entrecortadamente, moviendo mi mano sobre el arma para alejarla de la cabeza de Niiv.

―Deja el arma tal y donde está ―masculló carrasposa y forzosamente. Colérico.

―¡Apúntame a mí! ―exigí en el mismo tono.

Para mi respiro, accedió. Y pude sentir el gélido metal raspando mi sien.

El tiempo transcurrió lento. Hubo minutos de densa tensión entre ambos antes de que cualquiera dijese algo. Niiv había guardado silencio, mas observaba lo que apenas veíamos en la sombra del sujeto frente a nosotras. Sus ojos de pronto parecían más redondeados que de costumbre, y pese a que no entendía, estaba asustada.

Yo sentía el corazón en la garganta, en los oídos, el estómago se me encogía cada vez más hasta doler, mis extremidades temblaban y me costaba respirar.

Los pensamientos en mi menteviajaban a toda velocidad y solo podía pensar en cómo, cómo íbamos a salir de ahí, cómo podía tomar la daga, cómo sobreviviríamos.

Olsson no era más que un espectro en la oscuridad. La escasa luz que se colaba desde la parte más alta de aquel callejón que conformaban los enormes edificios solo alcanzaba para revelar la mitad de sus facciones, sus ojos brillantes, parte de la barba que delineaba su mentón, su eterno abrigo negro y largo, y un sombrero que lo cubría un poco más.

―¿Equipos de maniobras? ―escupí con desdén, cortando el silencio.

―Ya lo sabían, ¿por qué preguntas algo tan obvio? ―gruñó―. Que parte de mi Facción se infiltró en la Policía Militar, específicamente, en el Escuadrón de Control Anti-personal. Sé muy bien cómo sacar provecho a mis oportunidades.

―¿Qué quieres? ―lancé, perdiendo los cabales producto de la presión a la que me sometía todo el encuentro.

―Eso también lo sabes ―presionó el arma con mayor fuerza contra mi cabeza, provocándome un ligero y molesto dolor―. Pero debido a que todo esto me ha hecho perder más tiempo de lo que había presupuestado, sumado a todas las bajas que he enfrentado, tengo un trato para ofrecerte.

―Olvídalo ―negué en el acto, sabiendo que no estaba dispuesta a negociar con él.

―Como si estuvieses en posición de negarte… No seas patéticamente ridícula ―su voz ronca y tétrica era forzosa, buscaba amedrentar.

Y estaba agitado, tanto como yo.

―Todo esto, todo este tiempo, la muerte de personas importantes e inocentes… todo ha sido por tu culpa. Por tu culpa y la de los ignorantes que te siguen a ciegas sin cuestionar. Mi familia, nuestro honor, todo lo que alguna vez nos perteneció… ―el dolor de los recuerdos clavó en mi garganta, y aun así me mantuve firme para continuar―, ¿qué te hace pensar que quiero hacer un trato contigo?

―Que quieres ver a tu hija con vida ―declaró, dejando de lado el sarcasmo para volverse fúnebremente serio.

Por primera vez en todo el encuentro, alcé mis ojos para clavarlos directamente en los suyos.

―¿De qué hablas?

―Existe una posibilidad de acabar con todo esto... sin que tu hija muera. Y creo que vas a aceptar. No tienes opción… o morirán ambas ahora, en un par de minutos. Y luego… iremos por el hijo de puta que te preñó. ¿Vas a escucharme ahora… o tengo que reventarles la cabeza a ti y a tu cría?

Lo dijo con calculadora frialdad, cuidando que cada palabra fuese dicha a la perfección para ser oída sin problemas. Tragué con dificultad, comenzaba a hacerse tarde, y en ese momento dudaba enormemente de que pudiésemos salir con vida de allí.

Mi corazón no cesaba su carrera estrepitosa para lanzarse al abismo. Tenía que pensar, planificar en segundos, y el tiempo seguía transcurriendo.

Nunca me había sentido tan perdida, ni siquiera en el campo de batalla, rodeada por monstruos que superaban mi tamaño por montones. En ese momento, veía a la muerte a la cara, con resignación y sin más solución en el tintero que oír su oferta. Incluso, eso si así conseguía un par de minutos más para buscar una solución que me permitiese salir de ahí.

―¿Qué quieres? ―repetí la pregunta, esta vez, esperando el detalle de sus intenciones.

―Es simple… bastante simple ―asintió, complacido con mi disposición a oírle―. ¿Cuántos hijos puede parir una mujer en toda su vida? ―fruncí el ceño, confundida―. Sin embargo, ¿cuántos puede repartir un hombre?

―¿Cuál es el punto? ―sacudí la cabeza, apresurándolo.

―Podrías quedarte con tu hija, irte lejos… como lo hizo la asquerosa de tu madre. Nunca les encontraron, ¿no?… Hasta que un par de «traficantes» llegaron a tu hogar… ―la forma en la que enunció la palabra traficantes, casi burlesca y cómplice, despertó una alerta en mi cerebro.

―Fueron… ―mi voz se alzó y titubeó al mismo tiempo, conectando el sentido al que me guiaban sus tortuosas palabras. No fue necesario más para comprenderlo.

―Sí… no fue casualidad ―sonrió satíricamente, ensanchando los labios para relucir sus dientes blancos. No era más que la vacía sonrisa de un asesino que disfrutaba cada segundo de la tortura psicológica a la que me estaba sometiendo―. Tu padre era un inútil. No más que un Ackerman defectuoso que nunca pudo despertar su poder. Fue fácil…

―¡Hijo de…!

―Quieta ―apretó el arma nuevamente contra mi sien, recordándome que aún estaba ahí―. Si no quieres que el arma apunte a la mocosa, quédate quieta ―bufó, tratando de calmarse luego de mi exabrupto―. Ya sabes cómo va. Si quieres vivir, si quieres ver a tu cría crecer, puedes irte lejos y nunca hablarle de este asqueroso linaje mutante contra natura. Así crecerá como una niña normal y todo habrá acabado.

―Nos quieres mandar a vivir lejos… ¿eso es todo? Que mi familia se esconda en las montañas, como mis padres… ―intenté hablar con fortaleza mientras las lágrimas recorrían mis mejillas.

―¿Quién dijo tu familia? ―volví a fruncir el ceño sin conseguir entender a dónde quería llegar―. Es una oferta para ti y tu hija.

―Pero…

―El costo es… asesinar a Levi Ackerman.

―Estás enfermo ―mascullé, mirándolo con todo el odio que me era posible y sin saber cómo podía resistir todo el dolor al que me subyugaba.

―Si lo haces, serás libre. Y yo te contaré la verdad de todo, todo lo ocurrido con tu linaje, los motivos de la Facción, y así entenderás muchas cosas.

―Todo lo que necesito entender, Olsson ―respiré casi agónica―, es que ustedes asesinaron a mi familia. Y que, solo por eso, no merecen nada de mí. Ni mi tiempo, ni mis oídos. No hay, en este mundo, posible razón que me convenza de que hubo un motivo válido para todo este suplicio.

―Tu hija es una razón ―insistió―. Levi Ackerman es una piedra en el camino.

―Pensé que éramos los tres ―recordé su insistencia a acabarnos del todo. De pronto, solo se trababa de Levi.

El dolor de cabeza era insoportable y no podía conectar la información, y aunque quisiera exigirle respuestas y luego acabarlo, debía comprender que me encontraba en una postura considerablemente inferior.

―Su rama del linaje es primigenia ―al oír eso último, estreché los ojos intentando entender―. Sí, es hijo de una puta y de uno de sus clientes, pero sus orígenes son primigenios ―aclaró tras ver mi rostro desfigurado por el desconcierto―. Sin embargo… ¿Quieres saber por qué su padre nunca volvió? ―no podía creerlo, todo lo que estaba oyendo era inverosímil. Era como si aquel sujeto nos hubiese conocido desde siempre, como si hubiese escrito nuestra historia él mismo.

―¿De qué estás hablando? ―jadeé, aferrando a Niiv con más fuerzas tras oírla berrear temerosa.

―Según sé ―hizo una pausa, mirándome con tanto odio como jamás nadie antes había hecho. Sentía sus intensas ganas de disparar en cada poro de mi piel, como si fuese a concretarlo de un momento a otro―… su padre era parte de la Facción; su misión era atrapar a Kuchel, no fijarse en ella ni mucho menos preñarla. En cuanto se dio aviso de su error, fue aniquilado como todos los desertores. Ella nunca lo supo. Yo nunca les conocí, puesto que para la época aún no era líder de la Facción, pero conozco la historia ―mi labio tembló y me ahogué con mi propia respiración. Cerré los ojos con fuerza para luego abrirlos de nuevo y mirarle fijamente―. ¿Sabes por qué seguíamos a Kenny, a Kuchel, a su padre? Porque fueron los primeros intervenidos del linaje ― ¿Intervenidos?... ¿qué?...―. Su familia fue pionera del linaje. Y necesito… con urgencia, que todo el vestigio del comienzo de esta pesadilla sea exterminado.

―¿Qué tiene que ver mi hija en todo esto? ―gruñí, y las lágrimas siguieron cayendo.

―Aunque tu padre no desarrolló el poder, aún portaba los genes para que tú sí lo manifestases. Y Levi Ackerman, siendo parte del linaje primigenio, sería lo que podríamos denominar «puro». Por lo tanto, este engendro que portas en tus brazos será mucho más fuerte que ustedes dos juntos ―apuntó a Niiv con el arma nuevamente, y aunque intenté quitarla, no se apartó―. Es peligrosa ―aseguró―. Y si quieres que viva con normalidad, deberás alejarla de todo esto. Y asesinar a Levi Ackerman. Si no lo haces… morirán los tres, hoy.

Su voz ansiosa y carrasposa no hacía más que evidenciar cuánto lo ambicionaba, que toda su coartada funcionara.

―Nunca podrás garantizarme nada… ¿Cómo quieres que confíe en ti? Aun si hiciese eso, irías tras nosotras para asesinarnos.

Entonces, sonrió. De la misma repulsiva forma de siempre, ese maldito gesto que lo hacía lucir más enfermizo aún.

―Eres astuta, una basura muy astuta ―masculló―. No tienes más opciones, no por ahora. Si lo haces, al menos ya no tendrás que vivir pegada a la ventana de tu hogar, mirando las sombras que tienen formas sospechosas…

Con eso, mi respiración se cortó.

Lo sabía. Lo había sabido… desde siempre.

No era mi imaginación.

Ellos estaban acechándonos.

Su plan era imposible, sus ideas aborrecibles y no podría llevarlas a cabo jamás. Pero si aceptaba, él me dejaría ir, y podría resolver el asunto con el tiempo. Seguiría viva, podría pedir ayuda, tanto más que negándome y pereciendo junto a mi hija en un frío callejón. Tenía que hacerlo por ella, por zafarnos de la situación y estar a salvo.

En ella debía pensar antes que en cualquier otra cosa.

―¿Qué tengo que hacer? ―fingí aceptar y traté de inspirar con calma.

―Ten ―al momento de decir eso, deslizó un pequeño trozo de papel en el bolsillo de mi camisa―. Esta es la ubicación de una de nuestras bases. Es un castillo abandonado cerca de un barranco. El terreno es amenazante y traicionero. No confíes. De nada servirá que intentes engañarme… estamos en todas partes, estamos escuchando, mirando, alerta. Si intentas salirte con la tuya, lo sabré. Si alertas a la Legión, lo sabré. Si intentas escapar, lo sabré. ¿Queda claro? ―asentí, solo con el fin de apurar las cosas―. Dentro de estos días, un hombre llegará a ustedes con información valiosa. Erwin Smith estará feliz de saber que cuenta con nuestra ubicación oficial. Los llevará hasta allá, y tú irás. Idearás un plan para llevar a Levi Ackerman conmigo, y le matarás frente a mis ojos. Si no lo haces tú, lo haré yo. Entonces, te contaré toda la verdad. La única evidencia de su muerte que aceptaré será la que me dejen mis propios ojos. No hay otra. ¿Que-da cla-ro?

―Sí ―asentí rápidamente.

―Tu hogar está bajo vigilancia durante veinticuatro horas. La Legión también lo está. Todos y cada uno de ustedes están siendo vigilados. Así que no intentes tergiversar las cosas o morirán los tres antes de que puedas conseguir idear un plan siquiera. Tengo hombres aún bajo mi mando. No te recomiendo ser imprudente.

―Está bien. ¡Lo haré! ―chillé exaltada a causa de la conmoción, y aunque mis palabras fuesen una mentira, el simple hecho de esbozarlas me produjo náuseas.

―Claro que lo harás ―sonó amenazante―. Estaré mirándote. Sabré cada uno de tus pasos.

Y disparó.

El sonido quedó atrapado en las paredes y reverberó seco. A ello le siguió el aleteo de los pájaros que reposaban cercanos y que huyeron despavoridos. Cerré los ojos producto del impacto…

Pero no me disparó a mí.

Ni a Niiv.

Disparó al aire y, en el momento en que el estruendo me obligó a encogerme en mi lugar, huyó. El ruido de los cables fue casi imperceptible. De un momento a otro, ya no estaba allí.

Mi boca estaba reseca, mis mejillas húmedas y la garganta me dolía como si me hubiesen clavado un puñal. Niiv inspiraba entrecortado, saliendo de su shock para comenzar a llorar.

No esperé más.

Eché a correr a toda velocidad.


Cuando estuve en la seguridad de mi hogar, cerré puertas y ventanas sin contemplación, casi abalanzándome sobre ellas y manoteándolas con torpeza. Me llevé a Niiv conmigo para darle un baño y cambiarle de ropa pese a que parecía no haber sufrido daño alguno. Luego, hice lo mismo conmigo, ya que, tras el ataque mis, prendas se habían ensuciado y roto en algunas zonas. Revisé todo mi torso y verifiqué que los raspones no eran tan graves como el dolor acusaba. Sin embargo, estaban allí, por lo que decidí aplicar pomadas para ayudarme a sanar.

Luego de tan fatídico encuentro, y de asegurarme de que Olsson no supondría un peligro, corrí hasta el centro de la ciudad y por poco brinqué sobre la carreta que pretendía contratar. El señor a cargo me observó horrorizado y preguntó insistentemente si me encontraba bien, si me habían asaltado, si necesitaba ayuda. Con las manos temblando y los ojos repletos de lágrimas, le extendí el dinero mientras negaba. Le pedí, supliqué, que por favor me llevase a casa sin preguntar más.

Y así lo hizo.

Más tarde, me encontraba en allí, con Niiv arropada y acomodada entre los cojines sobre el sillón de la sala de estar, y yo de pie en la cocina, con el cabello húmedo, mirando a la olla que emitía vapor donde se cocía la que sería la cena.

Mi corazón latía más quieto, pero mi ansiedad no mermaba. A ratos, no era miedo sino tirria, veneno ácido recorriendo mis venas y un terrible deseo de acabarlo, de acabar con la vida de Thomas Olsson.

Durante muchos años, la muerte de mis padres no había sido más que consecuencia de un mundo cruel y la existencia de personas corruptas en él. En ocasiones, para proteger mi cordura, había creído que, así como las injusticias y los asaltos ocurrían día a día, su asesinato había sido cosa de azar. Una pésima coincidencia…

Pero estuvo planificado, sentenciado a suceder. Y había tenido a uno de sus responsables frente a mis ojos, riéndose de mí, disfrutando con mi dolor. ¿Cómo era posible?... No hubo nadie dispuesto a ayudarnos…

Y tampoco sucedería. Ni ahora ni nunca.

Así que tenía que luchar… solo que no sabía cómo. ¿Cómo mover mis piezas en aquel tablero donde mis manos y mis pies estaban atados, y mi boca estaba amordazada? ¿Cómo poder ejercer justicia cuando lo que está en tu contra en más grande que tú?

¿No ha sido así todos estos años?, me preguntaba a mí misma. Claro que sí. Era cierto que llevábamos años peleando contra algo que nos superaba en tamaño y fuerza, y, sin embargo, habíamos resistido cada embate tortuoso, cada traición, cada error. Habíamos entregado el alma en ello.

Y sabía que, por mi pequeña familia, arriesgaría eso y más. Pero, ¿hasta dónde estaba dispuesta a llegar? ¿Cuáles son los límites de esta disposición?...

«Tú verdad, Mikasa Ackerman. Aquella que temes revelar por miedo a romper con tus ideas arbitrarias… Terminarás como yo…».

« ¿Por qué querría ser una asesina?».

«Tus raíces, tu naturaleza indómita te arrastrarán a ello»…

―¡No! ―grité y me llevé ambas manos a la cabeza ante la desesperación.

No voy a matar a nadie, no voy a matar nadie…

A nadie excepto a ti, Thomas Olsson.

Todo lo que había dicho podía ser mentira, podía ser un sucio engaño. Y, sin embargo, no podía dejar de sentir que todo no era más que verdad, la repugnante y despreciable verdad que nos fue encubierta durante años. Ahora la tenía en mi poder, tenía en mis manos la verdad, una opción y ninguna noción de cómo resolver la encrucijada.

Y mientras me devanaba los sesos buscando respuestas, la olla hirviente comenzó a rebalsarse, ocasionando más caos aún. Al menos, logró hacerme espabilar, y en mis intentos por apagarla y limpiar el desastre, acabé quemándome la mano. Un grito de frustración fue arrancado de mis labios y no tardé en buscar agua fría.

No podía. No podía.

No conseguía conectar nada en mi cabeza.

No encontraba ni un solo vestigio esperanzador de solución.

El llanto fue inevitable, y no pude decidir qué dolía más, si la vida misma o la mano que, rojiza, intentaba sanar bajo el agua.

Era el momento idóneo para estar sola, para idear un plan que resolviese aquel escenario que nos arrastraba al fin de todo. Pero nunca las cosas ocurrían como lo quería, como lo anhelaba, ―y aquel evento ocurrido era la mayor evidencia―, pero no contaba con que, aquel día, Levi llegase antes de lo estipulado a casa.

Al cruzar la puerta, se encontró con la cena estropeada, la casa con poca luz, y a mí con el rostro destruido mientras intentaba calmar el ardor punzante en mi mano. Dejó sus cosas a un costado, y tras reparar en la presencia de Niiv en el sillón, guardó un poco la calma y caminó hasta mí para prestarme ayuda.

―¿Qué ocurrió? ―inquirió y extendió su mano pidiendo la mía para revisarla.

―Me quemé ―dije en breve, sin poder sobre mi voz, sin poder mirarlo a los ojos, sin poder tolerar su presencia en la escena.

―¿Fue muy profundo? ―acercó su rostro a mi mano.

―No, solo tomé la olla sin un mantel. Alcancé a soltarla rápido. Es que se estaba rebalsando…

―¿Por qué? ―su ceño fruncido por la confusión solo logró hacerme sentir peor.

Estaba ocultándole la verdad.

―No calculé bien el tiempo ―quise evitar con todas mis fuerzas que no se aventurase a sacar conclusiones.

―Mikasa, tú sabes bien cómo cocinar. Nunca te distraes. ¿Por qué estás llorando?

―Me distraje con Niiv ―me excusé―. Y lloro porque… me dolió mucho.

―Tú no lloras por estas cosas ―encogió los hombros, mirándome incrédulo.

―¡Basta! ―chillé, quitándole la mano para sumergirla en el agua nuevamente―. Me siento mal porque acabo de estropear la cena y porque dañé mi mano. ¿Podrías…?

―Mikasa ―clamó, poniéndose más serio de lo usual―. ¿Pasó algo? ―caminó hasta mí, siguiéndome, y cogió mi rostro en la palma de su mano para observarme con mayor atención.

Aun así, no pude mirarle a los ojos.

―No quería dejarte sin cena ―titubeé.

―Comí antes de venir ―sobó mi espalda, cerrando más la distancia entre ambos―. No tienes que llorar… Sabes que no tienes que cocinar para mí, Mikasa. Mi único descanso es verte, estar contigo, con Niiv, que pasemos tiempo juntos. No importan otras cosas…

No pude contra eso. Simplemente, me lancé a sus brazos, dejándome caer con desamparo, y sollocé, abrazándole con vigor, como si buscase encerrarlo en mi interior, si así podía mantenerlo a salvo. Enclaustrarlo dentro de mí para que nada pudiese hacerle daño.

Luego, lo solté para verlo fijamente por primera vez en todo ese tiempo, y lo sostuve de los hombros para mantenerlo allí. En su mirada, descubrí sentimientos confusos y preocupación. Sus pupilas iban de un lado a otro sobre mi rostro y su ceño permanecía fruncido. Sin más, lo besé, llevando uno de mis brazos a rodear sus hombros y mi otra mano a sostener su mejilla para acabar, al final, en la parte posterior de su cabeza.

Estaba vivo. No me lo habían arrebatado.

Me aparté un par de veces con el propósito de dejarle respirar, pero tras unos segundos volvía a repetir, callando sus cuestionamientos beso tras beso.

Hasta que, a causa de uno de mis deslices, logró zafarse.

―No, no seas tramposa ―protestó contra mis labios―. No me engañes de esta manera. Bueno, si quieres puedes engañarme luego, pero primero dame una explicación, mocosa llorona.

―No hay nada que explicar ―suspiré―. He tenido un mal día, es todo.

Y no podía hablar, no podía si es que ellos seguían acechando. Quería gritar, quería clamar por su ayuda, pero temía despertar a la mañana, si es que lo hacía, y encontrarme con los restos de lo que no pude salvar con mi silencio.

―Pero ya casi acaba ―me calmó, relajando la voz, paseando sus manos por mi cabello, peinándolo con sus dedos.

―Qué bueno que estás aquí ―intenté sonreír para él, buscando suavizar la situación, mas sé que mis esfuerzos no fueron del todo fructíferos.

―Estás cansada, Mikasa ―me besó―. Ve a descansar, yo termino de limpiar todo esto ―acarició mis mejillas con amor, sin dejar de mirarme comprensivo.

―Llevaré a Niiv a dormir…

―Yo la llevo ―negó―. Ve a descansar ―insistió más riguroso―. Además, quiero estar un momento con ella.

Presioné mis párpados con fuerza y aspiré, conteniendo el oxígeno unos segundos.

―¿Qué haría yo sin ti? ―musité, permitiéndome quebrarme un poco más.

―Llorar… como la mocosa que eres.

Ciertamente… llorar, llorar como un condenado al averno, como precisamente me sentía en ese momento.

―Levi…

―Ve ―me apresuró y se alejó parabuscar a Niiv.

Al apenas acercarse a ella, la saludó con el mismo entusiasmo de siempre.

―Hola, diosa de mi vida.

―¡Bu! ―y ella fue feliz al verlo.

Y anhelé desesperadamente su capacidad infantil de olvidar con tanta facilidad todo lo que habíamos vivido hoy hasta conseguir eliminarlo.

No pude más con la escena.

Tomé la propuesta de Levi y me escapé camino a nuestra habitación.


Era posible que hubiese dormitado durante un par de minutos. No pude determinarlo con precisión. Lo cierto es que la oscuridad de la noche cubrió por completo la habitación y apenas era visible un pequeño haz de luz emanante desde la rendija inferior de la puerta.

Afuera, ni siquiera podía percibirse algún grillo rezagado.

Me removí sobre la cama, buscando explicaciones a lo ocurrido, mas solo tenía en mente las palabras de Levi, quien me había enviado a descansar. Tal vez, había sido tan extenuante para mi cerebro procesar todo lo ocurrido que probablemente sufrí una suerte de desmayo. No recordaba casi nada luego de ingresar al cuarto.

Sin embargo, sin importar lo breve de aquel apagón mental, este mismo había funcionado para mermar el pavor, despedir al miedo irracional, y aterrizar los pies en la tierra, despertando mis alertas y sentido de supervivencia nuevamente.

Me senté sobre el colchón y me tomé un par de segundos, esperando que eso me ayudase a volver en sí del todo. Y cuando lo logré, se desató el diluvio. No a las fueras, no era el cielo gritando a borbotones. Eran mis pensamientos. Mismos que nacieron gota a gota y que, ahora, conformaban un charco que crecía con el paso del tiempo. Tarde o temprano, mi cabeza comenzaría a anegarse. Mientras, tenía que aprovechar los espacios para salir a flote y respirar tragos de cordura.

La Facción había asesinado a mis padres. La Facción había destruido, fuese indirectamente o no, la vida de Levi. La Facción siempre había estado presente en todo, alrededor de nuestras vidas como inmersa en ellas, tal como un espectro que ronda silencioso, al que se le atribuyen respuestas lógicas para anular su realidad.

El tiempo barrió sus huellas, pero no su existencia. Y supieron muy bien cómo contratacar, cómo usar el paso de los años a su favor y no verlo como una desventaja. A diferencia de la Facción, que supo hacer uso de sus influencias y sus contactos, los Ackerman siempre permanecieron dispersos y solitarios, como lobos esteparios sin manada. Y eso comenzaba a cobrar factura. La desinformación significó su acta de defunción.

Y si no actuábamos pronto, luego sería la nuestra.

El asunto era que mi mayor temor era real, que mi vigilia nocturna frente al ventanal no era una locura. Allí, entre las sombras, ellos se ocultaban, acechaban, esperaban y escuchaban. Si hablaba, si descubrían el más mínimo intento de llamado de auxilio de mi parte hacia Levi, acabarían con nuestras vidas sin excepción.

¿Podría correr el riesgo? No quería hacerlo. No quería arrinconarme a jugar con la suerte. «Puede que me descubran, puede que no». El costo a sacrificar era demasiado alto, y si perdía, no quedaba en desventaja, sino que, por el contrario, quedábamos todos automáticamente fuera del juego.

Y todo perdía sentido.

De todos modos, el plan seguiría su curso. Sabía que pronto Erwin nos llamaría a una reunión para planificar los próximos trabajos a realizar, mas entonces ya no sería solo por ese motivo; él lo diría, celebraría la victoria de saber la ubicación de Olsson… Y yo solo tendré que guardar silencio. ¿Cómo les podré alertar?

Necesitaba encontrar la forma de avisar sin alterar el curso de las cosas. Mas cuando buscaba dichas respuestas, se agotaba mi respiro, y volvía a sumergirme en la irresolución. Todo volvía a inundarse en mi mente.

Más tarde, Levi me acompañó. Llegó a la habitación, se desvistió conservando su ropa interior y se acostó a mi lado. Nos mantuvimos frente a frente sin encender luz alguna. Su respeto a mis pausas y su silencio prudente fueron evidencia de que buscaba brindarme paz, no quería agotarme con cuestionamientos.

En el fondo, él sabía que algo pasaba.

―¿Ya no vas a pararte a la ventana? ―susurró.

Negué con la cabeza.

Y dudaba poder hacerlo de nuevo, porque ya no tenía razones para hacerlo, ya no servía de nada. Y no quería volverme loca mirando a todos lados para descubrir dónde estaban en verdad.

Suspiré, calmando la ansiedad que amenazaba con emerger nuevamente.

―No tiene sentido ―respondí, murmurando también.

―Nunca lo tuvo ―comentó con, a mis ojos, exasperante inocencia.

No pude evitar clavarle mi mirada, no con molestia, sino con vasta frustración. No podía hablar, no de momento.

―Dejemos eso, por ahora.

―¿No vas a decirme qué pasó hoy? ―insistió―. Sé que no fue por la comida. Sé que no te enfrascas en esas nimiedades. Tuviste un mal día, y sé que no fue por ninguna de tus excusas. Estoy aquí para que puedas decirme todo lo que sientes, todo lo que pasa por tu cabeza, y si no quieres oír una respuesta, entonces, no diré nada. Pero háblame si lo necesitas.

―No por ahora. Puede que olvidarlo sea lo mejor. Cuando encuentre el momento, si lo encuentro, te lo haré saber.

―Estaré esperando ―sentí su mano en mi cadera, luego ascendió hasta mi cintura y fue a parar a mi hombro―. Por ti, siempre estoy esperando.

Me tragué el dolor a bocanadas a la vez que controlaba mi respiración para no ahogarme ahí mismo. Ya no se trataba solo de mí, sino de nuestras vidas. Tenía que ser astuta, minuciosa, y tomar las decisiones correctas si no quería arruinarlo.

Y odiaba admitirlo. Odiaba con furia y con todo el rencor que tenía que hubiesen encontrado la manera perfecta de ponernos en una encrucijada tan irresoluble. Si caminaba a la izquierda, me quemaba. Si caminaba a la derecha, una daga se clavaba en mi pecho. Si me movía al frente, me lanzaba al vacío. Si retrocedía, me hundía en el abismo.

Nunca podría. Nunca.

Por mis propias manos nunca ocurriría.

Renegaba y renegaba los aplastantes pensamientos que me atormentaban.

No iba a matarlo, no podía. Nunca, nunca.

No era una asesina. Y aunque lo fuese, nunca sería la suya.

Y me convencería de ello, lucharía hasta el final, encontraría la manera sin importar cual fuese. Buscaría cómo sacarnos de la trampa de aquel maldito psicópata, saldríamos ilesos. Quería creerlo, quería creerlo…

Porque no importaba nada más. Éramos tres o éramos tres. Y no tenía más opciones para aceptar. Era todo lo que podía negociar.

Porque Levi y Niiv eran toda mi vida…

Durante mucho tiempo, no fui más que una rosa marchita. Y acabé enamorándome de una tormenta…

¿Cómo podría… siquiera llegar a pensar… en su deceso? La crueldad de las intenciones de Olsson sobrepasaban todos los límites de lo que lo hubiese creído capaz. Los instantes frente a él fueron ratificación de que no le conocía para nada, de que no era más que vulnerable frente a sus movimientos, y de que tendría que aprender a actuar.

No obstante, como resultado de lo surreal que parecía todo, me era difícil pensar con claridad. Estaba aturdida, consternada, dolida. Apenas podía recordar las palabras que no llevaban tanto tiempo en mi magín y que de pronto parecían indefinidas. Solo pinceladas aparecían, surcando los parajes de mi mente como entes dispersos, difuminándose en la nada.

¿Qué había dicho?

Pese a todo, una de todas ellas reverberaba impaciente, susurrando constante, y haciéndose más patente a cada mirada que le profesaba al hombre frente a mí.

Levi… ¿Eres un Ackerman puro?

―¿Qué pasa?

―Te miro ―musité, sin dejar de tener mi completa atención sobre él.

―¿Y qué ves?

―A alguien especial.

Enarcó una ceja con petulancia y dijo:

―No sé cómo tomarme eso. Si como un cumplido o como un insulto.

―Un poco de ambas ―busqué cortar la tensión.

Mocosa… o señora… un poco de ambas ―se vengó, robándome una sonrisa sufrida.

―Levi ―me atreví a liberar un poco de mi tormentosa agonía―… Olsson nos quiere matar. Nos va a matar.

Fue gracias a eso que se acomodó para acercarse más a mí, con la frente arrugada ante el horror y molestia que le habían provocado mis palabras. Me estudió casi metódico, se mordió las mejillas por dentro antes de decirme algo. Y tras una larga pausa, habló.

―No digas eso. No sucederá.

―Es que… lo siento… demasiado cerca... todo el tiempo. Su odio irracional, su obsesión… ―tragué forzosamente―. No descansará hasta destruirnos, de alguna manera u otra ―le lancé una mirada suspicaz, como si con eso buscase revelarle la verdad―. Incluso, intentará ponernos en contra… Y supongo que quiso hacerlo con Kenny también, por medio de Nile Dawk.

―¿Por qué dices eso? ―ahora sí estaba serio, y de pronto me di cuenta de que había soltado demasiada información.

―Porque… así fue. Nile está en prisión por tener vínculos con la Facción, y Kenny trabajó para la Policía Militar, buscando acabar con nosotros. ¿Nunca te preguntaste cuál fue la promesa, la tentadora oferta que lo incentivó a seguir con la misión? He estado pensando mucho y atando cabos ―encogí los hombros―. Eso es todo.

―¿Crees que Olsson buscará separarnos de manera interna como pretendió hacerlo con Kenny? ―asentí, silenciosa, sin perder de vista sus gestos en ningún momento. La charla transcurría a susurros casi ininteligibles, pero temía subir el volumen de mi voz. Incluso eso pareció convertirse en una amenaza―. Puede ser… pero para eso tendría que conseguir ponernos en contra. Y, a menos que le dé una paliza a Eren de nuevo, eso está lejos de suceder…

Fruncí el ceño con molestia y luego proseguí.

―Deberíamos tener cuidado.

―Siempre lo tenemos, Mikasa ―antes de que pudiese insistir en el punto, a modo de comunicarle por medio de susurros lo que no podía en voz alta, él siguió con su discurso―. Mira, estás cansada, y lo entiendo. Y es por eso que intento aliviar tus cargas dentro de lo posible. No me interesa si tengo insomnio, si no he descansado y tampoco si no he comido; para ti, siempre tendré energías. Y no me importa si debo quedarme despierto para que tú puedas dormir. Incluso, eso puedo darte, mis horas de sueño. No hay cosa en este mundo que no haría porque tú estés bien, porque tengas la vida que mereces. Tú me lo has dado todo a mí con solo haberme dado una oportunidad a tu lado. El resto son añadiduras. Por eso… permítete descansar. Yo estaré aquí, vigilando. Y mientras eso sea así, tú puedes dormir tranquila.

―Levi…

El dolor siguió creciendo, esparciéndose a sus anchas con toda libertad.

―Por favor, por un momento, deja de pensar. Estamos trabajando día y noche por una solución…

―Encontraremos la solución― asentí, rindiéndome ante el cansancio.

―Lo sé…

―Encontraremos la solución ―repetí, sabiendo que aquello me lo decía más a mí misma, como un ritual para terminar de creerme que había una salida de todo ese infierno.

La voz de Levi hecha susurros terminó provocándome más agotamiento, y simplemente me dormí, dejando atrás la pesadilla. Al menos, por un par de horas.


Entonces, como todo lo que está dispuesto a acaecer por mano del destino, la reunión con Erwin Smith se llevó a cabo. Salvo que, para mí, dicho destino tenía un nombre y un apellido, y era un informante bastante descortés.

Fue solo un par de días más tarde. Levi llegó con la noticia y yo solo asistí al llamado de la reunión como era mi deber al ser aún soldado de la Legión.

Se desconocían los motivos de la junta, sin embargo, yo ya los sabía con toda precisión, mas en el fondo de mi corazón anhelaba que no lo fuesen, que no fueran aquellos que suponía, añoraba sentir un atisbo de esperanza, que Erwin nos informase de algo totalmente diferente… porque si las cosas seguían su curso… si lo seguían…

Cuando todos los involucrados estuvimos presentes, es decir, el Escuadrón de Operaciones Especiales, Erwin y Hange, la puerta se cerró siendo asegurada. El asunto era confidencial. La enorme mesa nos dio la bienvenida con un ofrecimiento de té caliente. La rodeamos tomando asiento y asignando el puesto de la cabecera para el comandante.

Ante la espera, todos parecían inquietos y se miraban entre sí, buscando respuestas en el otro.

Pero nadie sabía nada al respecto.

Nadie excepto yo.

Por ende, cuando escuché a Erwin hablar, el mundo se detuvo para mí y la ilusión pasajera de una breve esperanza, cayó derrotada a mis pies.

―Un ciudadano anónimo accedió a brindarnos información importante. Prefirió permanecer en el anonimato por su propia seguridad, y se respetó su decisión. Nos ha brindado la ubicación exacta de la base de Thomas Olsson ―fue en ese momento que mis ojos pasaron de la superficie de la mesa a subir lentos escalones hasta el rostro de Erwin… Y, de pronto, todo se sintió como un sueño―. Es un viejo castillo cerca de los barrancos límites al norte.

Volví a bajar la mirada y busqué en mis recuerdos cómo, aquel día en que todo había sucedido, saqué el trozo de papel que Olsson había dejado en mi camisa. Allí, estaban las coordenadas de la ubicación exacta…

―Las coordenadas son…

Sí, Erwin las dijo en voz alta mientras yo las repetía en mi cabeza.

Eran las mismas.

Olsson no me estaba engañando ni amedrentando. Me había dicho la verdad.

―¿Cuáles son las órdenes, señor? ―exclamó Gunther, tomando postura defensiva de inmediato.

―Vamos a preparar una misión lo antes posible. No sabemos si confiar en la fuente o no, pero es el único vestigio de información con el que contamos después de seis meses. Lo intentaremos, de igual modo.

―Perfecto ―asintió en respuesta.

―Aún así, debemos ser metódicos en nuestras medidas. El último ataque en la ciudad fue un golpe bajo para nuestra economía ―añadió Hange―. Es algo a tener en consideración. Después de todo, comprendo que avanzamos guiados por la urgencia extrema.

―El informante no pidió nada a cambio. Es la única garantía que tenemos. No quiso dinero ni favor alguno. Por lo que no era beneficio propio lo que buscaba con esto. Es un campesino humilde e inofensivo; es todo lo que les puedo decir.

―Entonces, tenemos coordenadas. Necesitamos el inventario de nuestras armas y reservas ―la voz de Levi me hizo volver en sí.

―Levi, encárgate tú. Necesito un reporte para saber con cuanta ventaja contamos.

―Sí, Erwin.

Todo acontecía a velocidad vertiginosa.

―Mikasa ―reaccioné con torpeza ante su llamado y no pude evitar mirarle con rostro obtuso―, ¿cómo te sientes para volver a la batalla?

Los presentes me observaron con extrañeza, puesto que creían que yo debería ser la primera en estar satisfecha con el hallazgo. En cambio, me mantuve silenciosa y aturdida gran parte de la reunión.

Levi, sobre todo, fue quien más lo notó debido a las sospechas que traía desde antes.

Reconocí la mirada inquisitiva que me lanzó desde su extremo de la mesa al mío.

―Estoy en forma, señor. Lista para retomar ―fue mi breve respuesta.

―Puedes dejar a Niiv en los cuarteles a cargo de Armin y Sasha. Sé que son de tu confianza. Y dado que no nos acompañarán esta vez, son la mejor protección que podemos brindarle a tu hija. Tal como ahora, ¿no es así? Está con ellos en este momento.

―Así es, señor ―asentí por inercia, sin poder controlar la carrera a la que viajaba mi mente en esos momentos.

No era un truco, ni trampa alguna.

De verdad… Olsson de verdad… pretendía que yo…

―Muy bien. Cuento con el apoyo de todos los presentes. Será una misión con efectivos reducidos, pero espero controlar los daños al mínimo si es que no puedo evitarlos del todo. Hange y yo estaremos trabajando en esta estrategia durante el día…

Siguió, siguió hablando y dando órdenes, pero yo no pude seguir su discurso. Todo daba vueltas en mi cabeza y mi corazón comenzaba a acelerarse sin piedad, provocando fuertes punzadas en mi pecho.

Todo era un sueño. ¿Podía ser… un mal sueño?

Si me hablaron, no lo supe. Si dijeron algo más, no lo noté.

Me puse de pie en dirección a la salida de la oficina sin mirar a ningún lugar realmente.

―¡Mikasa! ―alguien habló, y no pude percibir quien. ¿Eren?

―Mikasa ―esta vez, fue la voz de Hange―. ¿Qué sucede? ¿Te sientes bien? Te ves muy mal, ¿qué pasa?

La miré sin poder enfocarla realmente y negué con la cabeza repetidas veces.

Tenía que salir de ahí cuanto antes.

―Comandante ―hable en voz alta―, quedo atenta a sus órdenes. Estaré a la espera de las indicaciones para esta misión.

―Que así sea ―me respondió, aunque dubitativo ante mi actuar.

―Con permiso.

No esperé más y salí del lugar, aventurándome a toda carrera por el pasillo. Sin embargo, antes de poder llegar más lejos, pasos a mis espaldas me alertaron, salvo que sabía a quién pertenecían.

No estaba lista para dar una explicación.

Excepto porque no fue eso lo que me pidió.

―¡Mikasa! ―dudé en voltear, hasta que sentí su mano sosteniendo mi muñeca con fuerza, haciéndome girar producto del ímpetu con el que me sostuvo. Sus ojos me escrutaron con preocupación y ansiedad, apurando mi respuesta.

No pude hacer más excepto quedarme viéndole sin saber que decir.

Sus ojos exigían mil explicaciones y los míos le lanzaban gritos de ayuda desesperados. Y pese a eso, entre nosotros solo reinaba el más profundo silencio.

¿Cómo explicarle?

Entonces, su mano soltó mi muñeca y sostuvo mi mano, haciéndome llevar mi atención hacia su gesto inesperado. Fue cuando lo entendí.

Volví a mirarle con un suspiro muerto en mis labios.

Sin más tardanza, tomé una decisión.


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N/A2: Ya. Este final es muy confuso, lo sé, pero va a tomar sentido, lo juro.

Por lo demás… paciencia. Estoy de vacaciones hasta el lunes. Así que hago lo que puedo.

1.- "Ten cuidado con las cosas que me pides… tal vez, resulte que no pueda decirte que no1". Frase inspirada en la canción Good Enough de Evanescence.

Hasta aquí por ahora, señores, me retiro. ¡Que pasen bomnitas fiestas!

Matt