N/A: Hola después de tanto tiempo. Yo sé que a estas alturas es posible que tenga muy pocos lectores, muchos de los pioneros que siguieron esta historia ni siquiera son parte del fandom ya. Pero esto es más para mí, desde el día en que me prometí que terminaría esta historia. Sí, este capítulo es viejo y estaba pensado para ser del modo en que es. No, no cambié nada. Solo tenía que escribir lo que estaba pauteado en el Outline, pero la vida me ganó y siempre me gana. Pero si me debo algo, siempre me lo pago, porque me lo merezco. Y merezco leer mi historia terminada. Aunque me tarde más de lo que mis lectores puedan tolerar. Una disculpa a todos por la espera, pero a ustedes no les importan las excusas.
Si siguen aquí, dispuestos a leer, sepan que les debo todo y los amo.
Disclaimer: este cap puede doler, ser raro e incómodo, pero luego van a entender. Traten de leer sin juzgar. TRATEN.
Saludos de Matt.
Capítulo 33: Ab imo pectore
Parte 1
Había pasado tiempo desde la última vez. Y, pese a todo el entrenamiento y el tiempo de experiencia que había curtido en cada práctica, parte de toda esa habilidad se había drenado a causa de la falta de acción.
Ahora de cabeza, pendiendo a metros sobre el suelo, sintiendo la tensión en cada músculo producto de la fuerza de las correas, recordaba cómo era… No obstante, sin apresurarme a saltar y girar, abalanzarme contra cada árbol, me permitía reencontrarme con el hábito de usar un equipo de maniobras.
Mi largo cabello se balaceaba de un lado a otro como la hierba con la brisa; podía percibirlo si entreabría un poco los ojos. La tensión se volvía una extraña presión en mi cuello y, entretanto, la sensación amenazaba con convertirse en un relajante mareo. Tenía que volver a levantarme, pero aquel sentimiento de abandonar el cuerpo sobre el vacío invocaba memorias que me susurraban lo adictivo que podía ser.
Reuní fortaleza en el centro de mi abdomen y aprovechando la articulación del equipo, me enderecé, sin abrir los ojos de inmediato con el fin de evitar la consecuencia de haber pasado posición invertida tanto tiempo.
Cuando al fin el síntoma se desvaneció, mis párpados se abrieron lento, habituando mis ojos a la luz del sol. La inmensidad del terreno verdoso se emplazó ante mí. Los abetos cercaban el horizonte del paisaje y, sobre sus cumbres, las nubes avanzaban emulando un desfile parsimonioso.
―¿Mucho mejor? ―la voz de Hange me trajo de vuelta a nuestro propósito de estar ahí―. ¿No?
―Ha pasado tiempo… No quiero sentir que he perdido mis talentos.
―No tus talentos. Todo lo que sabes está exactamente ahí ―volteé a verla, sorprendida al no haber notado el momento en que había hecho uso de su propio equipo para llegar hasta mi lado. Su dedo índice, apuntaba mi cabeza―. Estuviste embarazada, no perdiste la memoria, Mikasa. Son cosas distintas.
―Se ha sentido como un poco de ambas ―tras mencionarlo, Hange pegó un salto para subir aún más a la cima de aquel árbol del que pendíamos. Escogió una rama para ubicarse y desde allí me hizo señas para que le acompañase.
No tardé en unirme a ella.
―¿Ves? Ha sido fácil para ti subir hasta aquí.
―Subir árboles no es mi preocupación… quizás, sí me preocupa un poco más pensar en enfrentarme a un titán ágil.
―Lo dices por el aspecto de la ciudad luego de aquella vez…
―¿Por cómo terminó todo? ¿Por qué otra cosa podría ser? Incluso, Levi casi perece en esa batalla. La cicatriz en su abdomen quedará allí para siempre ―terminé mis últimas palabras casi susurrando, y es que la sola idea de su deceso rondaba mi cabeza, y no como una preocupación lejana…
―Y aun así, logramos resistir. No pretendo desestimar tus miedos, Mikasa, pero creo que estos tiempos difíciles ya nos han curtido bastante. Sin embargo ―hizo una pausa, esperando que voltease a verla, y así fue―… lo que me inquieta más no son tus inseguridades sino más bien tu actitud últimamente.
Tensé mi mandíbula y fruncí los labios ante tan incómoda insinuación. Mis esfuerzos por mantenerme al margen comenzaban a resquebrajarse, dejando en evidencia lo que había bajo lo que yo había maquillado ya. Pero, pese a saber que aquello amenazaba con desmoronarse, era imperante sostener aquel teatro hasta que todo llegase a su fin.
―¿Qué actitud?
―Tal parece que huyes, como si todo el tiempo estuvieses escondiéndote de algo.
―Creo que ambas sabemos que llevo escondiéndome bastante tiempo ya… ¿No era eso algo obvio?
―Más aún… ―dudó, como si no tuviese las palabras a mano para explicarlo.
Y de eso me valí para limitar los avances de aquella conversación.
―Es igual que siempre. No hay nada nuevo en todo esto… yo solo…
―¡El almuerzo está por comenzar! ―la inesperada voz de Armin nos hizo pegar un brinco.
Ambas miramos hacia abajo y le encontramos allí, en los pies donde las raíces asomaban irregulares sobre el suelo.
―¡Oh, Armin! Qué buena noticia. Comenzaba a rugirme el estómago.
Hange no tardó en descender del árbol y, tras aterrizar, dijo breves palabras a Armin. No le pude oír desde donde me encontraba, y aunque hubiese querido intentar percibir aunque fuese una fracción de su charla, no pude. Para cuando me dispuse a bajar, ella se había dirigido hasta su caballo para moverse en dirección a los cuarteles.
Por ende, acabé deslizándome suavemente con ayuda de las cuerdas para caer con un salto grácil. Luego, me dispuse a ir en búsqueda de mi propio animal que también pastaba cerca de nosotros.
Mas cuando quise avanzar, Armin se interpuso en mi camino.
―Ella tiene razón.
Me detuve en ese mismo instante.
―¿Armin?
―Algo sucede ¿no, Mikasa? Yo creo que es así. Nunca has sido una experta mintiendo ni ocultando cosas. Te conozco bien, y creo que algo pasa. Ahora que estamos solos, ¿podrías decirme qué es?
Bajé la mirada tras liberar un extenuado suspiro. Fruncí los labios de nuevo, porque no podía hablar por más que así lo quisiera. Y me sentía egoísta, dolida; mi corazón palpitaba fuerte en mi pecho mientras escondía la verdad tras la mordida que apretaba sin piedad.
Cerré los ojos un momento buscando exactamente qué contestar.
―No creo que existan palabras qué describan el temor que siento en estos momentos, Armin. Y sé que las justificaciones a sus dudas se respaldan en quien fui antes y los tropiezos que cometí, pero debes recordar que ahora no se trata solo de mí ―esta vez, fue Armin quien bajó la mirada. Sabía a quién me refería―. Por lo que más quieras, si no son ellos, entonces sé tú quien me dé un minuto de comprensión. Quizás, solo eso sea suficiente.
―Mikasa, no quería…
―No, está bien. Entiendo tu preocupación. Pero… No busques cosas donde no las vas a encontrar. No hay más qué saber.
Giré sobre mis pies, dándole la espalda, y caminé en búsqueda de mi caballo. Apreté los ojos con fuerza y contuve el aire con el fin de reprimir mis ganas de gritar. Resistí, resistí como quién se auto infringe una herida con la mano y un puñal. Así de bruto y despiadado era el sentimiento en mi pecho encogido hasta la agonía.
―Bien, pero ―sin embargo, él tenía algo que decir, él siempre tenía algo más que decir―… solo por si fuese necesario, Mikasa, está bien que recuerdes los resultados. ―Volteé mi rostro hacia él. Mi mentón descansó en mi hombro―. Aprender de los errores es lo mejor que podemos hacer. Si no quieres cometer más de ellos, sería bueno que recordases el pasado. Espero que ahí encuentres los resultados de todas las veces que decidiste no decir u ocultar la verdad. Y que estés siendo suficientemente responsable.
Y cuando decía algo más, siempre sabía exactamente «qué».
Porque a él nunca podía mentirle.
No esperó una respuesta de mi parte. Avanzó hasta su propio caballo que se encontraba allí y lo montó para salir de inmediato en dirección de regreso a los cuarteles.
De pronto, fui yo sola en medio del campo de entrenamiento con equipos. Allí, el peso de la culpa me hundió con su enorme puño de hierro, y dudé, como llevaba dudando desde hacía tiempo ya, desde aquella vez en que había mirado a la muerte a los ojos en aquel frío callejón sin salida.
El viento sopló, removiendo los ramajes y la hierba, sopló fuerte como si tuviese intenciones de moverme incluso a mí, de empujarme a actuar y acabar con aquel suplicio quedito que moraba en mi interior, haciéndome rehuir la mirada de las personas que más amaba.
No obstante, como un sucio recordatorio, un sonido peculiar me hizo aterrizar.
Crack.
Fuerte y agudo resonó a través del viento y, alerta, reaccioné virando hacia la dirección desde la que provenía.
Mis ojos se ensancharon y fruncí el ceño por inercia. Revisé cada tramo de paisaje buscando la rama rota o, mejor aún, las sombras de los captores que conocía tan bien, pero no se encontraban allí. Luego del crujido, solo hubo silencio. También, un poco más de fresco viento. Nada que destacar, en realidad, nada más excepto el recordatorio.
Estaban acechando. No podía hablar. Seguía cautiva en mi propia libertad.
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Levi hizo uso de su día de descanso para quedarse cuidando a Niiv. Sabía que yo tenía reunión con Erwin y que Hange aguardaba por llevarme al terreno de entrenamiento para ayudarme a retomar el ritmo. Fue cuando decidió que podía tomarme mi tiempo con ello. Y dado a que por el trabajo no solía pasar largos períodos con nuestra pequeña, no desperdició la oportunidad que acaba de surgir. Aquello me daba tranquilidad. Pese a que confiaba plenamente en Armin y Sasha para los cuidados de Niiv, no había nadie más idóneo para el puesto que su propio padre.
Así que tras reunirme con Erwin y tras finalizar mi entrenamiento junto a Hange, almorcé en el comedor junto a los demás para luego permitirme un espacio a solas en la armería del castillo. Tenía recuerdos allí… recuerdos del día en que Levi y yo luchamos con espadas…
«Ha pasado tiempo».
Fue conmovedor pensar en lo infantil que había sido en aquel entonces. Y a pesar de que dichos recuerdos pudiesen estar a la vuelta de la esquina, se sentían tan lejanos, como si años se hubiesen sentado en medio de toda la historia. Y debía sentirse así por todos los eventos fugaces y convulsos que se habían desencadenado sin tregua alguna, estirando el último año como si hubiesen sido seis.
Un día, miraba a Eren con esperanza, cautiva en la ilusión de mi amor por él; en un pestañeo, me encontraba casada con el capitán del Escuadrón de Operaciones Especiales y habíamos tenido una hija.
Y ahora…
Liberé un suspiro agónico a la vez que bajaba la mirada hasta mis manos. Había tomado asiento sobre el suelo sin más, al costado de uno de los enormes ventanales que apuntaban hacia la inmensidad del paisaje. La tarde comenzaba a tornarse un poco pálida debido a la enorme nube que comenzaba a surcar el cielo, eclipsando el sol.
El día afuera parecía fresco, si es que no frío. Frío como el metal entre mis dedos.
En mis manos, giraba de un lado a otro la daga que Armin y Sasha me habían obsequiado hacía tiempo atrás. Era preciosa, siempre lo pensaba cuando me quedaba viéndola por más tiempo del que podía permitirme. Sin embargo, su significado era oscuro y su propósito cruel. Tal como la contradicción del mundo en que vivíamos: hermoso y cruel.
Empuñé la daga, sosteniéndola con fuerza, tanta, que mi mano tembló. Sin darme cuenta, mi mandíbula estaba tensa también, lo noté cuando hice mis dientes rechinar. Esa daga tenía un nombre como destino… y quería jurar al viento, a mí misma, y a todos los posibles dioses que ese nombre jamás sería Levi Ackerman…
Inhalé aire con fuerza tras sentir que comenzaba a ahogarme con mis propias ideas. Una fría lágrima cayó, acariciando mi mejilla y reventó en el filo de la daga que aun sostenía. Volví a mirarle para contemplar como la gota resbaló para caer y perderse en la tela de mi ropa. Giré el filo de la daga que no tardó en alinearse en ángulo con mi rostro, y en él se reflejaron mis ojos iracundos. No había tristeza del todo, sino más bien rencor e impotencia. Rencor contra la misma persona a la que miraba…
―Mikasa…
Guardé la daga en su estuche tras oír la tenue voz que replicó mi nombre. Dulce y cálida como siempre había sido.
―Christa…
―Historia ―corrigió con una sonrisa pobre y fingida.
―Es verdad ―suspiré una vez más―. Siempre lo olvido.
―Y yo siempre te lo recordaré hasta que te acostumbres ―apresuró sus pasos y acomodó su faldón para poder sentarse en el suelo frente a mí.
Cuando lo hizo, soltó los hombros y me observó comprensiva.
―¿Estabas llorando? ―musitó, avergonzada de pronto por soltar una pregunta tan invasiva.
―No ―no importaba que los errores hubiesen sido perdonados, aún podía ver las cicatrices del pasado; Historia se había ganado una absolución, mas no mi confianza. Y eso lo sabía bien, ella no intentaba avanzar más de lo que yo permitía. Leía bien mis gestos y sabía cuándo su solidaridad no era bienvenida.
―Está bien ―bajó la mirada y se mordió el labio, pensativa. En realidad, no estaba ahí para tener una charla grata conmigo. Algo imperaba entre sus preocupaciones y podía notarlo en la rigidez de su postura y en el ligero titilar del brillo de sus ojos analíticos―. Entonces, supongo que es buen momento para entrar en conversaciones más complejas.
El concepto supo amargo. Tras todo lo que había ocurrido, «complejo» resultaba engorroso viniendo de ella. Y no quería enfrentarme a una encrucijada en la que tuviese que tomar una decisión que no fuese de mi agrado, sobre todo, si la involucraba. Me había prometido su amistad para luego demostrarme que, ante cualquier dificultad, no iba a mesurar represalias si tenía que arriesgarlo todo por sus intereses.
No sabía qué era aquello que debíamos conversar y, sin embargo, ya había comenzado a alzar frente a ella los muros de mi desconfianza.
―¿Qué es? ―bufé, exasperada por la espera.
Historia alzó sus ojos hacia mí, enseñándome su expresión dolida. Quizás, a ella también le agotaban mis actitudes, mi irrenunciable aspereza.
―No podemos seguir odiándonos ―soltó sin más.
―Yo no te odio ―suspiré, relajándome en el acto tras darme cuenta del tinte del asunto.
―Sabes a lo que me refiero ―insistió, endureciendo más su rostro si podía―. Sé lo que hice, sé que no confías en mí, pero ―hizo una pausa al darse cuenta de que comenzaba a alzar la voz y a agitarse―… hay algo más importante en todo esto…
―Tu ascenso como reina. Eso deberí…
― ¡Lo sé! ―espetó―. Pero aún no lo entiendes, ¿verdad?
Enarqué una ceja, petulante e irritada por lo indirectas que me resultaban sus palabras. De pronto, sentí como si hablásemos el mismo idioma en distintos idiolectos y que una pequeña, pero determinante incongruencia, nos separaba del entendimiento.
―Tu ascenso al trono significaría acabar con la corrupción y tener aliados en el poder… ―titubeé, confusa al no tener la seguridad de que ese era el objetivo al que apuntábamos.
―Mi ascenso significaría terminar de una vez por todas con la cacería de los Ackerman, decretar su penalización inmediata ante un ataque de cualquier naturaleza, cerrar este episodio y devolverles la paz y la libertad que tantas veces les prometieron falsamente ―sus ojos se repletaron de lágrimas al apenas decirme todo aquello.
Y si bien no logró llevarme al llanto a mí, si consiguió cortar mi respiración y hacer que me encogiese en mi lugar, sintiéndome sobrecogida y vulnerable frente a una propuesta inesperada que no sabía cómo enfrentar.
―¿Por qué estás haciendo esto? ―jadeé.
―No te creas tan importante ―bromeó entre lágrimas y suspiros ligeros―. Sé lo que hago, y sé lo que ha significado para toda la Legión y su misión el hecho de que una Facción sostuviese una persecución incansable contra los mejores de sus soldados ―miró su regazo, donde descansaban sus manos entrelazadas. Se humedeció los labios, evidenciando su ansiedad, y continuó―. No permitiré que esto siga involucrando el tiempo y el presupuesto que tanto nos ha costado adquirir. Los mercaderes son exigentes y, ahora mismo, con todos los problemas a nivel de organización, la confianza de las personas está rota. El asunto de los titanes se hunde bajo un lote de cosas por hacer, sin embargo, cuando todo esto llegue a su fin, no habrá paz del todo para los demás. Allí aguardarán todos los pendientes que nos permitimos aplazar.
Aspiré con dificultad mientras enderezaba mi espalda para destensarme e intentar tragar todo eso. Porque Historia tenía la razón.
Y aquello era todo lo que más incordiaba mi paz: cómo la Facción había conseguido orillarnos a todos a sus caprichos. No era que lo no pensase o que nunca hubiese tenido remordimientos por ello. En realidad, era una cruz que cargar aun si no fuese yo la culpable.
―Es algo que tengo bastante presente de todos modos.
―No intento culparte, Mikasa ―de pronto, sentí su mano sostener la mía. Se había inclinado hacia mí―. Pormenorizo la situación, pero nada de esto es tu responsabilidad. No obstante, es una de las cosas que haré si logro reclamar ese maldito trono ―clavé mis ojos fijos en ella para prestarle genuina atención―. No somos enemigas. Todo esto nos vuelve aliadas en vez de lo contrario. Y haré todo lo que esté en mi poder con tal de redimir mis errores. Quizás, no logre ganarme tu confianza, pero sí quiero merecer tu perdón, y no parecer que lavé mis manos como una ingrata desleal. Te consideré una amiga antes, y aun creo que lo eres, incluso si yo no lo soy para ti. Te estimo, quiero que lo sepas. No sin dejar en claro antes que primero está salvaguardar la posición de la Legión, pero eso no quita que me preocupe por ti y por los tuyos, sobre todo, por Niiv.
Sonrió tras decirme todo eso, y yo no pude hacer otra cosa excepto envainar mis armas. Suspiré, resignada a aceptar que Historia no se equivocaba, y que pese a todo, su plan era lógico y vital. Tanto para mí como para la Legión y el resto de las personas.
―Tal vez, sea mi turno de pedir perdón ―admití.
―Oh, no es necesario ―sacudió su mano en el aire para detenerme.
―Lo es. Tampoco he sido justa contigo, y es que en este momento no hay otra cosa que pueda importarme más que mi familia. La desesperación de querer proteger a los tuyos te hace tomar decisiones radicales y, en su defecto, cometer errores.
―Sé lo que te hicieron ―me interrumpió―. Sé lo que le hicieron a tu gente, a tu familia, a tus raíces. El capitán Levi comentó lo que Olsson alcanzó a comunicarle durante la batalla en la ciudad. Y tras los análisis de Hange, se llegó a la conclusión de que el linaje Ackerman, todo su clan, fue intervenido a la fuerza para crear súper soldados ―tragué con fuerza mientras fruncía el ceño y apretaba los labios a causa de la repulsión que me producía oír todo aquello―. Ha sido una de las cosas más crueles que me ha tocado oír en mi corta vida, y por ello es que tengo la certeza de que no deberías pedir disculpas, Mikasa. Si mis antecesores cometieron errores, yo romperé esta cadena de eventos desafortunados. Te lo debo, por haber traicionado tu confianza.
―Sé lo que hiciste ―musité, esta vez, sin poder contener las lágrimas frías y despiadadas―. Solo buscabas sobrevivir. ¿No he mentido y huido yo también muchas veces ya? He crecido, Historia. Entiendo todo ahora. Solo que ―fue un desafío reunir las palabras―… es más de lo que dijiste, no puedo confiar en ti ahora. Pero una tregua está bien. Sabes que no dijimos nada desde aquella vez, nunca nos dispusimos a enfrentar nuestras diferencias y el silencio fue un buen aliado de nuestra desidia. ¿Cómo podría volver a confiar si ni yo misma te di espacio a decirme lo que pensabas?
Ubiqué mi mano derecha frente a ella, esperando que estrechase la mía. Todo resultaba más claro entonces.
Historia me miró, conmovida por el ofrecimiento, y sin dilación sostuvo mi mano con fuerza mientras asentía vigorosamente, apretando los párpados para terminar con su llanto de una buena vez. Inspiró aire hasta repletar sus pulmones y, al expirar, disolvió la tensión que había traído encima todo ese tiempo.
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Al final de aquel mes, Erwin Smith decidió que ya era tiempo de revisar los últimos detalles de la nueva misión. Tenía estipulada una fecha y no tenía intenciones de postergarla por ningún motivo. Para ser sinceros, una determinación que amedrentaba cuando recordaba el origen de tal iniciativa. La verdad oculta tras el silencio de mis sellados labios y que rondaba amenazante entre los confines de mi conciencia.
A todos los participantes de dicha misión se les encomendó entrenamiento intensivo. Los pasos a seguir, formación y detalles serían entregados cuando Erwin dilucidase qué procedimiento resultaba mejor: rápido, económico y eficiente.
De momento, nuestro único objetivo era entrenar, ejercitar, pulir. Y, para mí, callar… callar y callar. Hasta que nuestras vidas no corriesen peligro. Y bien sabía que no había indicios ni certezas de que eso fuese a ocurrir. Me aferraba quieta al silencio como un desgraciado que se agarra a una cuerda rota con tal de no caer al vacío. El peso del tiempo seguía rompiendo hilos, y parecía como si mi cuerpo fuese a ceder en cualquier minuto.
Aun así, resistí. Llevé a cabo las órdenes sobre el entrenamiento. No había sido tan complejo como lo creí. Ser madre liaba un tanto las cosas pero, por gracia divina, Niiv nunca era un impedimento. Era tan quieta, tan tranquila, que no manifestaba mayor queja cuando me veía realizar abdominales en el suelo de la sala de estar de nuestro hogar. Siempre me gustaba acomodarla sobre el sillón a mi lado entre cuantos cojines pudiese, por seguridad. Desde allí, me observaba atenta e, incluso, parecía divertida con mi función de ejercicios. Lo sabía por esos aplausitos casi insonoros y sus característicos «bu» cada vez que algo llamaba su atención.
Lo único que sí exigía eran sus momentos conmigo. Eso no lo postergaba ni me permitía debérselos. Cuando eso ocurría, comenzaba a emitir gruñiditos rabiosos y me miraba casi ofendida, haciendo pucheros. Con eso, no podía evitar recordar a su padre, quién siempre aguardaba por mí con los ojos estrechados, expresión injuriada, protestando silente al saberse ignorado cada vez que, tras estar ocupada, él era el último en la lista. No obstante, sus berrinches me hacían sentir amada. Eran mi familia. Los amaba también con mi vida.
Y lo recordaba siempre, cada día. Aun cuando debía dejar a Niiv sobre mi pecho para poder hacer abdominales inversos (las rodillas al pecho en vez de alzar el torso). A veces, ella simplemente se acurrucaba contra mi cabeza y jugaba con mi cabello. Aquello era demasiado. Tanto amor y tanta paz proveniente de una criatura tan pura lograba hacerme caer en un profundo sueño, por lo que, en ocasiones, cuando Levi llegaba a casa se encontraba con dicha escena: yo dormida sobre la alfombra del suelo con Niiv abrazada a mi cabeza. Algunas veces, se unió, dejándose caer vencido por el cansancio junto a nosotras; otras veces, nos alzó, una a la vez, para llevarnos a dormir en la habitación…
¿Cómo no iba a ser posible salvar todo eso? ¿Cómo iba a entregar tanto sacrificio por el egoísmo de alguien más? ¿Por qué no podía yo merecer eso también, al fin: una familia feliz?
Mis manos temblaban cada vez que lo recordaba, y un despiadado vacío me acechaba, un terror mortificante, una perdida nonata y la posibilidad latente… Estaba tan asustada, pero tan cansada a la vez como para hacer algo al respecto.
Sufría con cada retraso de Levi cuando sabía que debía haber llegado a casa. Imaginaba siempre lo peor hasta que lo veía cruzar por la puerta. Al voltear su mirada hacia mí, enarcaba una ceja al no comprender mi expresión de alivio.
Sin embargo, aquel día no llegó cómo esperaba.
Ejercité durante toda la mañana y, posteriormente, me dediqué a almorzar junto a mi hija. Le había prometido a Hange que se la llevaría para realizar sus controles de rutina. Así que preferí no caer en la desesperación ni sacar conclusiones apresuradas sin antes consultarle a ella misma donde se encontraba Levi.
En la parte posterior de nuestra casa, habíamos habilitado un pequeño establo donde dejaba mi caballo cada vez que volvía de cualquier lugar. Erwin Smith había considerado que era lo mejor para así tener mayor libertad al momento de desplazarme. No le parecía correcto que contratase carreteros con la situación con afrontábamos. Y, tras haber experimentado la última angustiante situación ―de la que en ocasiones buscaba rehuir―, se lo agradecí enormemente.
Por lo que, tras haber almorzado y preparado a mi hija, fui en búsqueda de mi caballo para trasladarme hasta los cuarteles.
Al apenas llegar, Hange nos recibió con los brazos abiertos (o al menos a Niiv) y su eterna sonrisa al vernos cruzar el umbral de la puerta de su oficina.
― ¡Miren quién está aquí! ―chilló a todo volumen, haciéndome arrugar todo el rostro a causa del sonido estridente―. ¡Por todos los cielos, mira esos ojos azul tormenta que intentan absorberme el alma!
―Hange…
―Ah, hola Mikasa ―me sonrió tras haber reparado en mi obvia presencia y tras haber tomado a Niiv en sus brazos―. Qué bueno que recordaste el control. Vamos a ponernos al tanto de cada detalle, de cada célula de esta criatura preciosa, y así nunca tendrás que enfermarte, ¿sabes? ―sus últimas palabras fueron más agudas e iban dirigidas solo a la niña que sostenía.
―En realidad, y curiosamente, ella nunca se enferma ―fruncí el ceño, reparando en ese detalle.
―Tendrá buenas defensas ―Hange encogió ambos hombros sin quitarle atención a Niiv.
―No… lo digo en serio. Es curioso.
―Serás, entonces, un extraño caso de madre que se preocupa porque su hija «no se enferma».
Sacudí la cabeza ante lo lógico de su comentario y lo poco usual de mis preocupaciones. A veces, Niiv en sí me parecía inusual: tan quieta, silente, observadora, sana. En ocasiones, era como todo bebé y balbuceaba o lanzaba cosas, no obstante, casi nunca lloraba. No si no era imperativamente necesario. Mas mi mayor curiosidad era que nunca enfermaba, no había tenido fiebre ni una sola vez.
Quizás, debía agradecer nuestra suerte antes de juzgarla.
Por esto, abandoné de inmediato tales pensamientos para concentrarme en lo que realmente me angustiaba de momento.
―¿Cuánto tiempo crees que tomará el control? ―pregunté a Hange mientras extendía mi mano para enderezar la diadema de Niiv.
―¿Por qué me lo preguntas? ¿Necesitas tiempo para ti?
―¿Está Levi aquí aún? No llegó a casa a la hora de siempre.
―Oh… ―emuló un sonido preocupado y acusatorio, y sé que lo hizo para fastidiarme.
―Hange ―gruñí, apurando su respuesta.
―Vaya, Mikasa, era una broma ―rio―. Sabes que Levi te ama ―sonrió luego―. Acabó este día entrenando a un escuadrón nuevo que ingresó la semana pasada. Y dado a que estaba agotado, creo que se fue a descansar… al lago. Si no escuché mal, eso fue lo que dijo.
El lago. Sabía perfectamente a qué lugar se refería.
―¿Podrías…? ―no supe cómo pedírselo, como tener la osadía de encargarle a mi hija para tener un momento a solas con Levi, hablar con él. Solo necesitaba un poco de tiempo.
―Claro que sí ―asintió sin siquiera dejarme continuar―. ¿Por qué diría que no?
En un gesto conmovido, mi mano fue a sostener su brazo con delicadeza.
―Gracias ―suspiré.
Y besé a mi hija para despedirme de ella por un instante.
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No tardé en montar mi caballo y enfilar rápidamente hacia el lugar que conocía tan bien. Me adentré por el sendero boscoso, surcando los obstáculos y las ramas más agrestes, sin embargo, al llegar a mi destino, Levi no se encontraba allí.
Resistí la tentación de perder la cabeza y, por un segundo, llamé al oxígeno a calmar la ansiedad de su ausencia. En el fondo, sabía que nada malo había ocurrido y que, si Levi había estado trabajando durante todo el día y no se había ido a ningún otro lugar, mi única posibilidad era encontrarlo allí, solo que no en aquel exacto lugar.
Bien sabía que él tenía un talento nato para encontrar lugares agradables. Y era probable que hubiese sumado uno más. Por lo que volví a cabalgar, esta vez, rodeando el perímetro para poner atención en cada pista y rincón para ver si podía encontrarlo mediante todo lo que sabía de él.
«El ruido del agua, el viento, el aroma de la hierba, el cielo», pensaba mientras dejaba atrás las zonas más boscosas y cerradas. Necesitaba dar con un sitio limpio, amplio y luminoso.
Tras detenerme a pensar en profundidad, el siseo lejano de lo que parecía ser líquido me distrajo, haciéndome voltear con el fin de dar con su origen. Fruncí el ceño y cerré los ojos para concentrarme en la dirección desde la que provenía y, así, con los párpados sellados moví las riendas del caballo para darle las indicaciones que debía seguir. Confié en mi experiencia como soldado y me relajé mis músculos, cediéndole a mi animal la libertad de llevarme adelante hacia la incertidumbre.
No tardó más que un par de minutos en dar con nuestro destino.
Lo sentí detenerse de pronto y gruñir temeroso como si no quisiera seguir avanzando. Fue entonces cuando abrí los ojos lentamente, enfrentándome a la contundente luz que parecía rebotar sobre una superficie lustrosa. En efecto, era agua. No obstante, lo que parecía un lago no era más que el estancamiento de una enorme y preciosa cascada que se inyectaba a toda velocidad, blanca y espumosa cuyas gotas salpicaban cubiertas de luz como diamantes ligeros.
Ante mis ojos, divisé un pequeño roquedal que cercaba la zona y que había sido el motivo por el que mi caballo no se había atrevido a continuar. Decidí que lo mejor era avanzar a pie si quería permitirme una búsqueda más exhaustiva. Até al animal a un árbol, asegurándome de que allí tuviese suficiente para pastar y dejé mi abrigo sobre él.
Por primera vez, desde hacía bastante ya, teníamos un radiante día caluroso.
No tardé mucho tiempo en dar con lo que buscaba. Fue cuando pude respirar en paz.
Sin más, me deslicé por las rocas para descender lo más cerca del agua que me fuese posible. Entre todas ellas, encontré una suficientemente plana, por lo que me acomodé para tomar asiento allí; recogí las piernas y me las abracé para luego depositar mi mentón sobre mis rodillas.
Luego, me dediqué a contemplar la imagen frente a mí.
No llevaba nada en la parte superior, no vestía nada más que las gotas cristalinas y esplendentes que se resbalaban por su mentón hacia su pecho, su abdomen que se contraía cada tanto con los escalofríos producidos por el contacto de la brisa contra su piel húmeda. Su cabello caía hacia atrás, otras gotas más osadas se aventuraban por su fuerte espalda cincelada de músculos marmolados. Cuando giró nuevamente, incursioné hacia terrenos más bajos y supe que había llegado suficientemente lejos cuando divisé la cicatriz que siempre traía a mí mente el más duro de los recordatorios. Bajo esta, el pantalón húmedo del uniforme se apegaba a su anatomía.
Suspiré sonoramente, y quizás mi pequeño quejido fue dejado en evidencia a causa de la brisa. Porque Levi pudo escucharme.
Volteó en el acto, ensanchando la mirada con sorpresa.
―¿Mikasa?
―Hola.
―¿Cómo…?
―Lugares bonitos ―sonreí, ocultando mi repentina angustia―, siempre es fácil encontrarte.
―Vengo a lugares bonitos a buscar ninfas silvestres ―sonrió de vuelta; su atípica sonrisa ladina y engreída, ese gesto exclusivo que solo me enseñaba a mí―. Hoy es mi día de suerte.
Bajé la mirada en un pobre intento por ocultar mi sonrojo y mi condena, porque mientras él aún podía disfrutar de tales momentos, en mi mente el miedo se escondía culpable, temeroso de mostrarse sin más ante los ojos que destaparían la verdad, la misma que podía llevarnos a la muerte.
Así que fingí tranquilidad, me mordí la lengua una vez más y admiré al hombre que avanzaba cada vez más hacia a mí. Hasta que lo tuve al frente.
―Las ninfas no se involucran con los mortales ―bromeé, entendiendo rápidamente sus intenciones de querer arrastrarme al agua junto a él.
―¿Y qué podría ofrecer este mortal para convencer a esa ninfa de que rompa sus principios? ―su voz oscura provocó que un intenso escalofrío descendiese por mi espalda.
De pronto, me vi cohibida.
Siempre era sí… Pero más ahora.
¿Podía ser la culpa?
―Aparentemente ―mi voz se vio interrumpida por la sensación de sus manos frías. Lentamente, acarició las botas que llevaba, pero había cruzado el límite donde acababa el cuero para encontrarse con mi piel tibia, y maldije haber tenido la idea de usar un vestido ese día―… no importa.
«Aparentemente, rompiste mis principios hace tiempo ya»… no lo dije. No tuve energías ni voluntad para hacerlo.
Simplemente, empujé mis caderas para dejar que la curva de la roca hiciera las veces de resbaladero y así caer al agua. En ese punto, no era suficientemente profunda, pero aun así el contacto repentino con el frío logró que liberase un quejido ahogado.
Levi rio con ligereza.
―Qué falta de respeto ―me quejé mientras intentaba recomponerme tras tan aguda sensación.
―Pasará después de un momento ―sus manos me sostuvieron de la cintura para acercarme más él.
―No sé si te refieres al frío o a las faltas de respeto ―gruñí.
―Al frío, claro está ―confesó engreído, y por ello le di un golpe suave en el pecho―. Yo te puedo abrigar ―susurró sobre mis labios, apegándome cada vez más hacia su anatomía húmeda y suave.
―Estás hecho un cubo de hielo. No seas ridículo ―negué con la cabeza y le abracé con fuerza, buscando contrarrestar la angustia que se resistía a dejarme ir.
―Después de un momento, se pasa… Todo pasa al final…
Antes de que pudiese protestar, me había sostenido de ambos brazos para arrastrarme hasta la zona más profunda de aquel lago espumoso y radiante. Pero todo el debate sobre el frío no había sido más que una jugarreta momentánea. Como había notado antes, el sol creaba una atmósfera cálida y acogedora.
Así que, al cabo de unos segundos, nadie me arrastraba. Fui yo misma quien se sumergió gustosa, no sin antes remover mi vestido, estrujarlo al máximo, y luego lanzarlo con fuerza hasta la orilla. Hice lo mismo con mis botas. No había nadie ahí excepto nosotros, después de tanto…
Era un obsequio del tiempo que no me permitiría rechazar. Quizás, el miedo de perder algo nos empuja a querer retenerlo en miles de recuerdos, cuantas veces sea posible. Desconocía los resultados de nuestra historia, pero allí me encontraba, hurgando en la necesidad de contener los minutos dentro de lo eterno, creyendo inocentemente que, si lo apresaba allí, entonces, no se iría después.
Levi nadó hasta mí. Yo intentaba guardar el recuerdo de la sensación de humedad sobre mi piel que luego era acariciada por la repentina y bien recibida calidez de los rayos del sol. Y, de pronto, fui sorprendida por un beso reconfortante.
Gracias a eso, volví mi atención hacia al responsable de tal acción.
―Quiero estar contigo, te extraño ―confesé mientras lo observaba, y sé que para él no era posible comprender en su totalidad el significado de mis palabras, pero, aun así, hizo el esfuerzo de entenderlas bajo su percepción.
―Sí, lo sé ―asintió, fijando la mirada con algo de melancolía sobre la superficie del agua―. Pero estamos juntos ahora, ¿no?
―Recuerdo cómo solía ser antes… Quisiera que fuese igual, más Niiv entre nosotros y con momentos de calidad. No esta pesadilla…
Cuando sentí que mis lágrimas comenzaron a caer, me hundí en el agua, dejando a la vista solo mis ojos cerrados, buscando que así mi llanto fuese camuflado. Pero Levi no tardó en rodearme en un fuerte abrazo, haciéndome apoyar mi rostro en su cuello. De él sí que no podría huir jamás.
Las gotas calientes salían expedidas de mis ojos y reventaban contra la piel de Levi, contrastando con el frío. Solo por eso, él sabía que yo seguía triste. Porque yo no quería mirarlo… No era capaz.
―Niiv está con Hange, ¿no es así? ―preguntó, sacándome de mi inmersión.
―Con Hange, sí ―fruncí el ceño, confundida.
―Está segura entonces.
―Sí, claro. O yo no estaría aquí, para empezar.
―Lo sé… Quiero enseñarte algo. ¿Puedo?
―¿Qué es? ―con el agua, limpié mi rostro, lavando las lágrimas que habían caído instantes antes.
―¿Qué importa? Vamos, juega conmigo ―indicó, tomándome de la mano y arrástrame con él.
―¿Qué clase de amenaza es esta? ―protesté.
Pero Levi insistió, llevándome consigo hasta los pies de la cascada.
―Confía en mí, mocosa testaruda.
―Sí, capitán ―seguí su juego.
Entonces, se detuvo en seco.
―¿Sabes lo útil que hubiese sido oír tan sencilla frase hace tiempo, mucho tiempo atrás?
Le di un empujón a modo de queja, apurándolo a enseñarme lo que quería. No le di espacio a entretenerse con otras ideas.
Y así, de un momento a otro, Levi me llevó a traspasar la cortina de agua blanca para acabar apareciendo en lo que tenía el aspecto de ser una pequeña cueva. No era profunda, ni parecía recorrer más camino hacia el interior de aquel lugar. Era más una hendidura que nos recluía allí y nos alejaba de toda la civilización, resguardándonos tras la intimidad de su secretismo, protegiéndonos de la crudeza de la realidad.
Lo agradable de aquel lugar era que no parecía abarrotada de ramajes y maleza, o muchas plantas. Más bien, era un espacio rocoso y vacío, y bastante limpio. Aquel último dato me hizo comprender las razones del porqué Levi había encontrado este lugar interesante. Tenía dos cosas que le hacían feliz: paz y limpieza.
El único detalle que mencionar podía ser la oscuridad, sin embargo, la cascada actuaba como una suerte de ventana provista de cortinajes. Algo de luz dejaba pasar.
―Deberíamos mudarnos aquí ―bromeé.
―¿Te gustó? ―quiso saber Levi, y tras verme apoyada en una roca, no tardó en acercarse a mí para abrazarme nuevamente.
―Muchísimo. Por favor, nunca pierdas este talento de encontrar lugares bonitos ―musité mientras acariciaba sus brazos firmes y fríos―. Son parte de ti. Eres tú reflejado en distintos lugares hermosos y tranquilos.
―Eres lo mejor que puede pasarle a alguien, ¿lo sabías? ―me interrumpió, sosteniéndome en sus brazos para tomar asiento sobre una roca lisa y para sentarme a mí sobre sus piernas. Allí, me acurrucó junto a él y permanecimos así, concentrados en la paz de aquel lugar, en el siseo permanente del agua.
―¿No es un poco arriesgado aseverar eso, sobre todo con la situación que enfrentamos? ―mi aura fatalista volvió a aflorar y con ella el recuerdo del cañón del arma de Olsson sobre la cabeza de Niiv. Tragué duro y cerré los ojos con fuerza.
―Mikasa… ¿qué estás diciendo? Lo que esté pasando con la Facción no es tu culpa…
―Pero si nunca hubiésemos estado juntos, no habrían atacado como lo hicieron.
―Y yo seguiría siendo un pobre infeliz amargado, luchando por un mañana sin un real futuro.
―¿Qué quieres decir? ―balbuceé, cuando el aire empezó a escasear y garganta se sentía cada vez más estrecha. Era una lucha inacabable entre mi llanto y yo misma.
―Lo sabes bien… ¿Estás arrepentida de todo esto?
―¡No! Pero no quería arrastrarnos a esto.
―Mikasa… Tú no creaste una Facción. Deja de asumir culpas ajenas ―se molestó―. ¿De qué estás hablando?
―Nunca tuve miedo hasta que te tuve a ti y a Niiv en mi vida ―lloré―. ¡Tengo miedo! Y estoy tan cansada…
El enclaustro del silencio asfixiaba aunado a los resonantes latidos de mi corazón que muchas veces palpitaban en mi garganta. Nunca me sentí tan sola como cuando callaba, como cuando tenía entre mis manos información que nadie más podía tener. Yacía cautiva en la ansiedad y la desesperanza de saber que, sin importar cuánto tiempo dejase pasar, nuestro destino era el mismo.
Nadie iba a ayudarnos.
―¿Hay algo que quieras decir? ―la voz de Levi se tornó más seria.
Lentamente llevé mis ojos a su rostro, sintiéndome indirectamente regañada. Intenté calmar mi respiración mientras repasaba su expresión, buscando encontrar allí una respuesta sin dejar en evidencia mi desesperación.
―¿Por qué lo preguntas?
―Que por qué ―gruñó y alzó su rostro al cielo, queriendo calmarse. De pronto, parecía molesto―. Dicen que se llama… ¿matrimonio? Dicen. Quiero decir… parece que te conozco ―me increpó esta vez afirmando su agarre a mi silueta, aprisionándome allí como si yo fuese a salir corriendo con la respuesta en las manos―. De nuevo, traes contigo ese mal semblante y esa actitud secretista. ¿Qué es aquello que no me estás diciendo?
―No especules ―tragué duro―. Si hubiese algo, ya te lo habría dicho.
―Sí, claro… Igual que todas las veces anteriores. ¡Ya habla de una buena vez!
«El costo es… asesinar a Levi Ackerman», las palabras afloraron como un fantasma en el medio de la noche a la par que observaba los orbes azules frente a mí.
Náuseas psicosomáticas me atacaron en cuánto pensé en lo más desgarrador de aquella probabilidad: no verlos nunca más.
Nunca. Jamás.
―No uses eso contra mí…
Sorpresivamente, sentí el agarre de su mano, sosteniendo mi mandíbula para obligarme a ponerle atención.
―Mikasa…
Mis latidos se multiplicaron, ganando fuerza y velocidad a medida que los segundos pasaban sin respuesta alguna por ninguna de las dos partes.
Levi frunció el ceño sin dejar de mirarme, buscando entender a qué se debía mi evidente pero silenciosa inculpación. Algo había ahí, y yo sabía que él podía sentirlo.
Mis manos comenzaron a temblar y no tuve control sobre ellas.
Él miró mis manos y luego a mí, de nuevo, directo a los ojos.
.
.*.
.
El tiempo pasó y el día de la misión llegó, tan rápido, y ya no hubo más prórroga. Todo permaneció igual.
La noche anterior, Erwin citó a reunión a todos los involucrados en aquella nueva operación. El escuadrón de Hange, el mismo Erwin, el escuadrón de Levi. Y eso era todo. El comandante había sido severo y directo en su toma de decisiones: no más involucrados excepto los más directos. Sin embargo, algo que me molestaba profundamente y ante lo que no pude apelar fue una sola presencia que Erwin consideró oportuna dentro del equipo, por su sabiduría, por su táctica estratega: Armin Arlert.
―Creí que sus decisiones serían más excluyentes, comandante ―manifesté en cuanto nos dio la noticia.
Todos los citados en la sala voltearon a verme.
―Y lo han sido. Ni siquiera Eren vendrá con nosotros. Sasha Braus y Eren se quedarán con Niiv mientras ustedes van a la misión. Eren es otra de nuestras armas más poderosas con la que contamos. No puedo permitirme arriesgarlo. Sumado al hecho de que esto no tiene nada que ver con él. Más sé que su utilidad aquí, en los cuarteles, será más que bienvenida. Tenemos planes A, B y C en caso de ocurrir una tragedia mayor. Planes que, por seguridad, no revelaré de momento. Sin Eren, queda una plaza disponible. Y Armin es un buen postor.
―Pero…
―Está bien, Mikasa ―Armin me interrumpió―. No hay objeciones de mi parte.
Claro que nos las había. Nunca las habría.
No podía con su lealtad y nobleza, mucho menos ante una situación que, en diversas ocasiones, reiteré que no les incumbía. ¿Por qué tenían que arriesgar sus vidas?
Una sed vertiginosa surgió desde lo más profundo de mi ser, casi un instinto primitivo y voraz que demandaba a toda costa acabar con Thomas Olsson. Era enfermizo. Lo añoraba. Casi con la misma intensidad con la que añoraba la libertad y la paz. Porque podía encerrarme en las montañas y olvidarlo todo hasta el final de mis días si eso nos garantizaba la felicidad. Mas no iba a permitirle el privilegio de acabar con mi vida, ni con la de mi hija.
Bien sabía Olsson que ninguno de los dos ganaría. Y eso calentaba más mi sangre y mis ganas de oírle soltar los últimos estertores entre mis manos.
Porque no solo planeaba arrancarme de mis sueños… sino que también había asesinado a mi familia: a mis padres, a los posibles familiares que no pude conocer… a Kenny Ackerman.
―¿Mikasa?
―Sí ―volví a la Tierra.
―¿Estás poniendo atención? ―rezongó Gunther.
―Es normal que se pierda en sus pensamientos. Nadie de nosotros entiende todo lo que esto significa ―defendió Hange, siendo su empatía ampliamente bien recibida.
Pude ver como varios en la mesa bajaron la mirada a sabiendas de lo que eso significaba. Qué sencillo era hablar cuando no se tenía una cacería «personal» y sanguinaria a las espaldas; qué sencillo era cuando no tenías una vida pequeña a tu cargo… Los comprendía, de todas formas. Entendía su preocupación, pero esta vez también me entendía a mí. Ya no postergaba mis propios intereses, ya no más.
―Necesito que descansen lo mejor posible―retomó Erwin cambiando de tema, esta vez, ganándose la atención de todos―. Los tanques están cargados de gas y las cuchillas están afiladas. Bien saben que la munición no nos sobra, tenemos pocas armas y pocas balas. Úsenlas cuando sea en extremo necesario. Apelo a su criterio, por favor. Doy fe de sus capacidades y habilidades con las cuchillas. Ríndales honores a sus puestos.
―Recuerden emprender retirada cuando no dispongan de defensa a la mano, no arriesguen más de lo que deberían. Reduzcamos los daños y los costos al mínimo. Sabemos que es una misión difícil y que requiere más mesura de la que lo haría una batalla contra titanes ―continuó Hange.
La reunión acabó tarde, aunque no lo suficiente como para entorpecer el sueño y descanso de nuestros compañeros. Sin embargo, antes de que Levi y yo pudiésemos abandonar la oficina, Erwin Smith llamó a nuestros nombres, haciendo uso de su tono autoritario y nos obligó a regresar.
No tardamos mucho en voltear hacia él y descubrir en su rostro duro y firme la seriedad de lo que anhelaba comunicar. Notamos también que Hange también había permanecido a su lado, cruzando los brazos y con la mirada gacha mientras esperaba que el comandante rompiera el silencio y la tensión.
Cuando tomé asiento, Levi lo hizo en el acto también, ocupando el puesto a mi lado, y por debajo de la mesa tomó mi mano, estrechándola con afecto. Volteé a verlo buscando respuestas en su rostro o queriendo contestar si es que él tenía algo que ver con todo aquello, pero por el contario solo hallé su usual ceño fruncido y algo de incertidumbre.
―¿Se hacen alguna idea de por qué los he dejado a ambos aquí? ―suspiró el comandante, sentándose frente a nosotros.
Hange se quedó de pie.
―¿Qué tal ir un poco más al grano, Erwin? ―gruñó Levi―. Si mal no recuerdo, tenemos una misión mañana.
―Y eso quiere decir que… ¿Irás a dormirte ahora mismo en este instante y no puedes solo porque yo te lo impido? ―Levi calló y entrecerró los ojos, ofendido.
Ciertamente, con toda la preocupación, parecía un acto imposible de concebir. Claro estaba que esa noche no podríamos dormir. Así que Erwin usó ese recurso a su favor.
―¿Es algo grave? ―inquirí, suavizando la situación.
―En efecto, Mikasa, lo es. Vale decir que me sorprende que seas tú quién lo pregunta.
―¿Qué quieres decir? ―Levi chasqueó la lengua, exasperado por los rodeos del comandante.
―Mañana es la misión que deberíamos considerar «la última» contra la Facción. No habrá más oportunidades ―esta vez fue Hange quien habló, usando aquel tono de voz lúgubre y pesado que pocas veces solía oírse en ella. Fue capaz de reducirnos a Levi y a mí en un profundo silencio obediente y atento―. La Legión no puede permitírselo, nosotros no podemos, ni sus amigos pueden. Hace unos instantes fuimos tajantes en la austeridad que enfrentamos en materia de recursos, pero mañana apostaremos la vida con tal de ganar. No queremos que olviden eso.
―Ni mucho menos ―Erwin alzó la voz―, queremos que olviden que, al volver, alguien los espera.
Al mismo tiempo, casi como gemelos sincronizados, Levi y yo inhalamos aire y abrimos nuestros ojos en toda magnitud.
―¿Tienen indicaciones? ―exigió Hange.
―¿Indicaciones…? ―titubeé.
―¡Indicaciones, Mikasa! Indicaciones en caso de ocurrir lo peor. ¿Qué pasará si uno de los dos o si ambos perecen en batalla? ¿Qué pasará con Niiv?
―Eso no sucederá… ―el aire se volvió denso y yo solo pude fingir cuanto teatro me fue posible. Extraje fortaleza de los rincones de mi ser que no sabía que tenía―. Volveremos.
―Ese es precisamente nuestro principal interés. No queremos volver a mirar los ojos de una niña huérfana que no tendrá donde ir y cuyo destino se decidirá por mera burocracia. Es por eso que les aparté un momento antes de que se retiren a su descanso: es imperativo que vuelvan con vida y que entiendan el peso de todas las cosas que están en juego en este momento. Por eso, Levi, Mikasa … En caso de suceder lo peor, ¿cuáles son las indicaciones? ―espetó Erwin.
Y, por primera vez, Levi y yo fuimos frágiles ante aquel nuevo escenario.
―¿Podemos confiar en alguien? ―habló Levi―. Todos aquí tienen sus vidas hipotecadas en la Legión. Sin importar el grado de confianza que podamos profesarles, ninguno cumple con el perfil idóneo para proteger a nuestra hija. Pero, de ser extremadamente necesario… diría… Preferiría que no saliese de aquí.
―¿Qué quieres decir? ―intervino Erwin.
―Acá tienen armas. Podrían protegerla bien. Si algo nos pasa, a Mikasa y a mí, vendan nuestra propiedad, y con eso… podrían costear los cuidados de Niiv. No sé cuál será el final de nuestras vidas, y con esto me refiero a todos nosotros, por lo que no puedo garantizar que esto sea así al cien por ciento. Sin embargo, no pretendo permitir que seamos mártires en esta contienda. Niiv no quedará sola, porque si alguien tiene que entregar su vida, no será Mikasa ―volteé a verlo casi ofendida, ensanchando mis ojos ante sus sorpresivas palabras que, a la vez, sonaban mortíferas en mi cargo de consciencia―. Alguien tiene que volver… Uno al menos.
Inhalé abundante en el intento agitado de querer acotar algo, mas no pude. A sus palabras sucedió un silencio profundo y meditabundo. Erwin Smith, quien había mantenido sus brazos cruzados, los liberó a la par que suspiraba exhausto. Se humedeció los labios mientras observaba a Levi con una expresión casi críptica. Luego, simplemente dijo:
―¿Mikasa?
Sus palabras fueron una evidente búsqueda de aprobación, como continuidad para todo lo que Levi acababa de decir.
Honestamente, si lo analizaba, no era que tuviese mejores opciones en la carta. Ni siquiera consideraba la posibilidad, porque en mi apabullada mente, pese a los espectros circundantes que susurraban pesadillas de muerte, una luz de esperanza me arrastraba a creer que volveríamos todos con vida.
―Sí ―no quise profundizar en ello―, uno al menos.
Dije esto como una suerte de respuesta al azar, que postergaba una responsabilidad que, ilusamente, creía poder manejar mejor después. Como si fuese a haber un espacio para organizarlo mejor…
No lo había.
Y aun así respondí, buscando terminar con el asunto.
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.*.
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Entonces, el día llegó.
Y pese a toda la disposición que abrigábamos con afán, el día no estuvo de nuestro lado. Grandes y oscuros nubarrones surcaban el cielo, amenazando con el vaticinio de un desenlace siniestro. El viento barría las hojas que se acababan arremolinando por montones. Era temprano, y aun así todo parecía oscuro.
―Lloverá ―dijo Hange, mirando al cielo mientras todos los encomendados a la misión alistábamos las carretas a las afueras del castillo.
―Lo dudo. Solo es un día oscuro ―comentó Erwin Smith―. Solo eso y nada más.
―Pero y si llueve…
―No pasa nada si llueve ―espetó, cortando las palabras de Hange y mostrando con eso su inquebrantable determinación: iríamos a donde había que ir, si llovía o relampagueaba.
Luego de oír su breve charla, me dispuse a volver al interior del castillo con el fin de despedirme de la única que persona de la que no querría despedirme jamás.
Avancé hasta la oficina de Hange y, al ingresar Eren estaba allí. Vi en su rostro genuina preocupación y algo de tristeza al verme ingresar de pronto en la estancia. Hacia un rincón, sentada en un sofá, estaba Sasha, compartiendo casi la misma expresión que llevaba Eren. Y, más importante que todo eso, entre sus brazos sostenía a mi hija.
Me acerqué a ella rápidamente y me hinqué en el suelo para quedar a la altura de Niiv. Sasha se acomodó para darme mayor acceso a ella, y al apenas tenerla frente a mí, a mi pequeña corderita, algo se rompió en mi interior.
«Papá volverá, lo prometo», pensé y con eso traje de inmediato el pavor, el horror y el asco que sentía hacia mí misma por aún tener aquello en mente. Pero no podía evitarlo. Y el tiempo había transcurrido y ni una sola idea había surcado mi mente para poder evadir tan cruento final. Porque si no era yo, con mis propias manos, lo haría Thomas Olsson de igual forma. Asesinaría a Levi…
«No quiero pensar en esto, no quiero, por favor, tiene que parar», me recriminé a medida que apretaba los párpados con fuerza y presionaba mi frente contra la de mi pequeña hija que balbuceaba sin comprender qué sucedía.
―Vas a volver, ¿verdad? ―musitó Sasha con un endeble y pobre hilo de voz.
―Sasha ―intervino Eren.
Asentí con nerviosismo, frunciendo los labios.
―No es como que tenga otra opción, ¿no? ―sonreí, no por felicidad, fue más bien un gesto escueto y resignado al saber todo lo que nos deparaba en aquel lugar.
Todos creían que atacaríamos de sorpresa… Y yo era la única que sabía que eso no era así.
Que ellos, Olsson y sus pocos hombres restantes, estarían esperando.
―Vuelve ―insistió Sasha, con aquel mismo tono quebradizo.
Y entendí entonces porqué lo decía. Ella no solo me veía como amiga, me veía más bien como familia. Todo lo que rodeaba a mi vida era mucho más complejo de lo que había sido alguna vez. Con el paso del tiempo y las experiencias, lo que alguna vez había sido la simple relación de amistad confidente de un romance secreto, era ahora una conexión profunda que conocía todas las aristas del panorama, no porque lo hubiese atestiguado desde fuera, sino porque también había sido parte de ello. Y así era, no solo para Sasha, sino para todos mis cercanos. Entre risas y momentos, llantos y batallas, habíamos conseguido consolidar una suerte de dinámica familiar.
Y Sasha, como una tía putativa, sufría al pensar que Niiv fuese a quedar sin una mamá.
Ahora veía todo eso con ojos distintos, con otro sentir.
―Volveré ―asentí, mirándola fijo, sin saber qué estaba afirmando realmente―. Solo… quiero pedirte un favor. Yo sé…
―Con mi vida ―me contestó firme y segura de sus palabras, sin siquiera dejarme terminar la petición.
―Y con la mía ―se sumó Eren, entendiendo en el acto también lo que iba a pedir.
«Yo sé que es mucho pedir, pero, por favor, cuida a mi hija como si fuese tuya».
―Les debo tanto ―bajé la mirada, escondiendo la angustia apabullante―, tanto, tanto…
―Mikasa, tienes que ser fuerte. Sabemos que lo eres, pero hoy ―Sasha alzó su vista al frente, obligándome a recuperar la compostura para poder verla a los ojos―, hoy debes serlo mucho más. Debes ir. Las carretas están aguardando.
Suspiré sonoramente y apreté un beso vigoroso en la frente de Niiv, y al retraerme pude ver sus inmensos y preciosos ojos azules mirarme con inocencia. Estaba seria, y pese a que siempre lo estaba, ahora parecía preocupada también. Confundida, sería mejor decir. No entendía las expresiones en el rostro de su madre ni porque estaba siendo abandonada en brazos que no eran los de sus padres.
―Aun así ―inhalé y boté el aire con pesadez―, si yo no llegase a volver…
―Sí, eso también ―Eren volvió a irrumpir―. Todo esto, Mikasa, lo tenemos más que claro. No hay mejores manos en las que pueda estar Niiv. Sabes bien que todos la amamos como si fuera nuestra.
Me puse de pie, irguiéndome con gallardía, buscando darme coraje a mí misma. Y, luchando contra el suplicio de querer devolverme y no ir a ningún jodido lado, volteé, avanzando con seguridad.
―Gracias. Nos vemos pronto ―solté, volteando un instante antes de desaparecer tras la puerta.
La última imagen que retuvo mi retina fue a Niiv mirándome, un puchero comenzando a dibujarse en pequeña boca rosada y un «bu». Cerré los ojos y todo aquello se esfumó tras la oscuridad de mis párpados.
Me fui, sin mirar atrás.
Cuando salí del castillo, Levi esperaba por mí. Su rostro reflejaba profunda angustia y preocupación. Él había tenido que despedirse también.
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.*.
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El galopar de los caballos pegaba contra el lodo a medida que nos acercábamos al objetivo.
Erwin Smith había revisado las indicaciones una y otra vez, memorizando el recorrido que debíamos seguir. Nunca se detuvo, tampoco dudó. Había trazado aquel mapa desde antes y con vasta preparación. Confiaba en la ruta tanto como confiaba en sus capacidades. Asimismo, confiábamos nosotros que, sin dilación, seguíamos sus pasos con las manos firmes en las riendas.
Pese a nuestra convicción y esperanzas, el día no parecía favorable. Las nubes no se disipaban y, pese a que ya no llovía, el suelo era un desastre. Lodo y peñascos. Y más peñascos… y más peñascos a medida que dejábamos atrás la zona segura al cruzar el bosque que blindaba las tierras conocidas.
Más allá, todo era nuevo, nuevo y confuso.
El terreno parecía inhóspito. Los tonos de grises cubrían todas las laderas del camino. Rocas y nada más a lo largo de todo el recorrido. Aquel lugar no era más que un desierto pedregoso por que el circulábamos sin certezas.
―Llevamos tiempo cabalgando por aquí, pero el paisaje no parece cambiar ―dijo Armin de pronto, y se corrigió en el acto al notar su desliz―…comandante.
Pude oírle porque iba tras ellos. En realidad, íbamos todos agrupados, no obstante, yo me encontraba en la posición perfecta para poder oír su charla.
―Esta zona está bastante alejada de la civilización ―explicó Erwin―. No es curioso que sea un lugar tan desolado. No hay nada de provecho aquí para la humanidad. Las personas construyen lejos de estos lugares. No son útiles a menos que tengas algo que esconder…
Armin asintió ante la lógica de esas palabras. Claro que la Facción tenía bastante que esconder, claro que había sido difícil encontrarles, no sin que ellos mismos revelasen su ubicación para invitarnos a una amena confrontación no diplomática.
Analizándolo de ese modo, tal ubicación explicaba por qué nunca habíamos sabido de sus movimientos: nunca estuvieron a nuestro alcance.
Aquello solo me dirigió hacia otro pensamiento: «Si nunca estuvieron a nuestro alcance, entonces, nada de esto estuvo nunca en nuestras manos». Solo fuimos piezas de su tablero de ajedrez, nos usaron a su favor hasta que nos arrastraron hasta donde querían… con la ayuda de un repugnante ser traidor que los empujaba al abismo al no saber cómo salvar a los suyos y ni siquiera a sí misma.
Todo aquello me provocó nauseas, sumado a una mezcla de pánico y expectación. Mis manos comenzaron a temblar sobre las riendas, no supe si por la ansiedad o si por la cantidad de fuerza inverosímil que comenzaba a aplicar sobre ellas.
«¿Cómo puedo encontrar la absolución para toda esta historia?».
Nunca tuve un plan, ni supe qué esperar. Y, sin embargo, no me detuve en ningún momento.
«El costo es… asesinar a Levi Ackerman».
Seguimos avanzando, sin dudar.
No, no me detuve en ningún momento.
Hasta que el impacto nos obligó.
Erwin gesticuló, alzando su brazo en el aire, dándonos la señal para detenernos y siseó, solicitando silencio inmediato. Y le obedecimos, siendo el casco de los caballos el único sonido perceptible.
Entre todos volteamos a vernos y luego viramos nuestros rostros hacia el frente para encontrarnos de lleno con nuestro destino: una enorme fortaleza emplazada en la punta de un alto risco, enraizada en la corteza del suelo, casi incrustada en la elevación de piedra. Intimidaba a la vista, puesto que no parecía un palacio ni castillo, ni morada alguna. Era más bien el nido del que germinaban peligrosas criaturas, comandadas por un aborrecible líder obsesivo y enfermo.
Allí debíamos llegar.
―No será tan sencillo ―masculló Gunther, obligándonos a acercarnos para oírle.
―Es como una suerte de castillo viejo construido a base de la misma roca que forma el risco ―añadió Petra―. No sabremos si tiene puertas o pasadizos secretos… Estamos en desventaja.
―Tendremos que explorar ―Erd meneó la cabeza, sin dejar de mirar hacia aquel lugar que aun parecía lejano.
―No tenemos tiempo ―discrepó Hange.
―A menos que podamos rodear la zona de la manera más silenciosa posible ―sopesó Erwin, y luego suspiró, cerrando los ojos para ganar compostura―. Tenemos el factor sorpresa. No nos esperan, y si conseguimos ingresar sin alterar el orden, eso funcionará a nuestro favor. Tanto más si logramos ser hábiles y rápidos.
«Factor sorpresa», pensé mientras sentía mi estómago encogerse y una profunda sensación de nauseas subir hasta mi garganta. Mi corazón cosquilleaba en mi pecho por los martilleos insistentes y mi piel se erizaba a ráfagas intermitentes. Incluso, respirar se hacía difícil, mas fingí en todo momento, tensando la mandíbula para mantener el rostro firme.
―Podríamos dividirnos en equipos ―se sumó Armin―. Comandante, quiero decir, un equipo a cargo del asalto y otro a cargo de la defensa.
―No me da confianza separarnos por ahora ―suspiró―. Debe haber una manera.
Y la hubo. Nuestras mejores aliadas serían las bengalas. Los caballos no podrían avanzar con nosotros, puesto que necesitábamos de todo el sigilo posible. Por ende, los caballos quedarían a la espera en una zona cercana a cubierto de las vistas de la fortaleza. Dos soldados del escuadrón de Hange aguardarían por nosotros y, en caso de necesitar refuerzos o un escape forzoso, serían avisados con el disparo de una bengala.
Por lo que el ingreso a la fortaleza fue a pie, encubiertos tras los relieves y formaciones rocosas del terreno.
Nuestro sondeo sirvió para reconocer las zonas de ingreso a semejante monstruosidad frente a nosotros, y, para nuestra suerte, dimos con pequeñas entradas que guiaban a distintos pasadizos que parecían ser subterráneos. La puerta principal aparecía tras recorrer un camino empedrado, y era de firme madera y portentosa estatura. Fuera de ella, algunos hombres armados rondaban de un lado a otro.
No obstante, los pasadizos parecían pequeños agujeros en los costados de la fortaleza, como salidas de emergencia que parecían ignoradas.
Conseguimos ingresar de forma silenciosa, comunicándonos con señas y miradas, pero cuando estuvimos al interior del edificio, Erwin se atrevió a susurrarnos con basta determinación:
―Levi, Mikasa, separémonos ―un sonido forzoso a causa de su respiración ansiosa―, ustedes busquen a Olsson.
―¿Y ustedes?
―Vamos a acabar con ellos, intentando usar el mayor sigilo posible, para ir recortando todas las zonas de vigilancia. Si Olsson decide dar la alarma, será demasiado tarde y con suerte habremos reducido su número de efectivos.
― Comandante…―titubeé.
―Háganlo. Son ustedes a los que busca, estoy seguro de que estará más que contento de tenerlos a ambos a la vez, y asimismo estoy suficientemente seguro de que ustedes podrán abatirlo. Hagamos esto de una vez y volvamos a casa.
Era la primera vez que oía a Erwin hablar de esa forma, refiriéndose como «casa» al castillo que nos abrigaba mientras sacrificábamos nuestras vidas. Y sé que —debido a la historia que nos involucraba a Levi y mí— lo que antes no era más que un edificio militar, sombrío y formal, era ahora un lugar más cálido por todo lo que representaba y por como los buenos recuerdos le habían hecho mutar.
Todo se veía como una de las más valientes misiones que habíamos tenido que enfrentar, pese a haber surcado los aires tantas veces antes para derribar titanes. No obstante, a cada paso que nos acercábamos al desenlace, los latidos de mi corazón se volvían más fuertes, como si planeasen asesinarme; la culpa martillaba dolorosamente en mi garganta como el dolor de la angustia previa al llanto; y mis fuerzas flaqueaban cuando me daba cuenta de lo que estaba sucediendo: el final al que yo misma me estaba orillando…
Fue tarde cuando espabilé tras haberme perdido en mi propia mente.
El equipo había seguido su rumbo, y Levi me halaba con prisa para arrastrarme hacia adelante.
Hacia aquel destino fatal.
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.*.
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Recorrimos los pasadizos con una prisa sobrenatural. El tiempo apremiaba, y Levi se mostraba ansioso, puesto que él mismo también deseaba acabar con todo aquello tanto como yo.
―Creo que lo voy entendiendo ―comentó de pronto.
―¿A qué te refieres?
―No es muy diferente a todos los castillos. Al final de este pasadizo, es probable que encontremos dos cosas: algún pasillo principal del interior o alguna sala. Así que prepara tu arma, porque es posible que nos demos de frente con alguno de sus hombres y, si tenemos suerte, con el mismo Thomas Olsson.
―Bien.
Recorrimos los pasadizos oscuros y estrechos de la fortaleza, desplazándonos como sombras silenciosas. Levi iba adelante, su figura ágil y alerta, mientras yo lo seguía de cerca, sin saber realmente cómo reaccionar ante todo aquello. La atmósfera era pesada, cargada de tensión, y el eco ligero de nuestros pasos parecía perseguirnos en la penumbra, haciendo las veces de pisadas ajenas, las que lograron hacerme voltear varias veces.
Los pasadizos parecían interminables. No eran sino una maraña de corredores laberínticos que amenazaban con desorientarnos, y quizás el mismo Olsson había querido que así fuese. Las paredes de piedra, frías y húmedas, reflejaban una luz tenue proveniente de las antorchas dispersas a intervalos irregulares. A medida que avanzábamos, el silencio se rompía ocasionalmente por el crujido de madera vieja o el goteo constante del agua que se escurría por alguna grieta. Y cada sonido hacía que mis sentidos estuvieran en alerta máxima, haciendo reaccionar con ligeros espasmos asustadizos.
―Mantente cerca ―murmuró Levi, su voz apenas un susurro.
Asentí, aunque él no pudiese verme.
La familiaridad de su presencia me abrigaba de una calma momentánea, pero desaparecía rápido cuando notaba que comenzábamos a acercarnos más…
No podíamos permitirnos ningún error; sabíamos que Olsson nos esperaba en algún lugar de esta fortaleza, y que cualquier paso en falso podía ser el último.
Pero entonces… ¿cuál era el paso correcto?
Nos detuvimos en una bifurcación, y Levi levantó una mano para indicar silencio. Escuchó atentamente, con sus ojos enfocados en algo que yo aún no podía discernir.
―Por aquí ―decidió Levi.
Tras seguir sus indicaciones, el primer hallazgo fue una puerta que a cada tramo se hacía más clara. Era pesada, de madera maciza reforzada con hierro, y parecía conducir a una sala más grande. No había luz abundante en su interior, y eso lo supe porque el halo que marcaba los bordes y destacaba en la penumbra era tenue, casi imperceptible.
―¿Lista? ―preguntó Levi, girándose para mirarme por un instante. En sus ojos vi una mezcla de determinación y una sombra de preocupación.
No había palabras que pudiese enunciar. Con el ceño fruncido y la ansiedad mordiéndome la garganta, sentí, y en un gesto involuntario, mi mano fue a sostener la daga en mi costado.
Levi bajó sus ojos hacia la misma dirección y pareció comprender. Volvió a verme fijamente y asintió.
Luego, nos aventamos a cada extremo de la puerta que anunciaba el final del recorrido de aquellos pasadizos. Cada uno de nosotros a cada lado de la puerta, arma en la mano y el intento forzado de contener la respiración. Detrás de esa puerta no había ruidos, no parecía percibirse ningún movimiento desde el exterior. Levi tomó el pomo y lo giró de una vez, lazándose con fuerza al interior y apuntado con agilidad.
Era una sala, en efecto, pero no había nadie allí.
En el corazón de aquella vasta fortaleza yacía una habitación que desafiaba toda lógica y boicoteaba nuestras expectativas. Daba el aspecto de una especie de santuario enigmático cuya arquitectura había sido diseñada con el fin de atentar contra todas las leyes.
La habitación era inmensa. Los techos se elevaban hacia lo alto en una bóveda de piedra imponente, sostenida por pilares gruesos que se erguían como guardianes hacia el cielo. La piedra, desgastada y marcada por el tiempo, parecía albergar tantos secretos... A cada costado de aquel espacio, unas escaleras serpenteaban hacia arriba con elegancia hasta finalizar en un piso superior.
Desde abajo, la visión era difusa, como si la realidad misma se desdibujara en la oscuridad, puesto que allí no había una sola vela encendida. Entonces, comprendí que la escasa iluminación que trazaba el halo de la puerta provenía de la insipiente luz de una ventana que también se hallaba en las alturas.
Era visualmente atrapante… Y no pude comprender los motivos de la Facción de hacerse con un lugar tan espacioso y estético, si sus fines no calificaban en la misma dinámica. O quizás… sí. Quizás asesinar requería de un portentoso lugar perdido en la nada…
Escondí un suspiro.
La confianza estaba rota desde hacía tanto, y aun así Levi y yo decidimos que no podíamos negociar en aquel momento. Al finalizar aquellas escaleras, había algo, aquel piso superior que ocultaba aún más que todo el misterio al que ya estábamos siendo expuestos.
Nuestra ascensión fue lenta y deliberada. Todo podía ocurrir: o allí no había nada o nos encontrábamos con todo. De pronto, nuestro desaforado ingreso a aquel lugar se había convertido en un desafío silencioso sumado a la invitación al peligro por hallarnos en territorio desconocido.
Sentí los pasos de Levi a mis espaldas, amortiguados como las pisadas algodonadas de un felino; motricidad perfecta sobre la superficie. Fuera de eso, no había nada más, excepto por intervalos en que nuestra respiración nos acusaba de estar ahí. El aire estaba cargado por la expectación como si el tiempo mismo contuviese el aliento ante el eco de cada paso dado.
La escalera parecía extenderse hacia lo infinito. Cada peldaño era un recordatorio palpable de la única certeza con la que contábamos: irónicamente, la incertidumbre. Mi andar resonaba contra la piedra gastada, haciendo las veces del eco de un tic tac que acrecentaba la tensión. A mi lado, Levi avanzaba manteniéndose alerta, pero su cuerpo dibujaba una silueta erguida y segura, pese a la vulnerabilidad que nos rodeaba en aquel lugar oscuro y desconocido. Tragué con dificultad al verlo tan inamovible en su determinación, mientras yo me mordía las paredes internas de las mejillas ante cada pisada que nos acercaba al peligro y me alejaba a mí de tomar una mejor decisión.
Quise detener todo de una sola vez. Quizás, ese era el momento.
Y lo perdí.
Entonces, la voz de Thomas Olsson, aquella que tanto odiaba, rompió el silencio con su tono sarcástico y cortante. Sus palabras se deslizaron en el aire como serpientes venenosas, rebotando en las paredes, haciéndonos reaccionar de inmediato como animales al acecho. Levi apuntó hacia el piso superior mientras yo sostenía mi propia arma con una mano y con la otra palpaba la daga que traía conmigo también.
―Quizás ―y eso era todo lo que había dicho para luego asomar su figura en las alturas de aquel piso superior. Tras mostrarse, continuó―: …quizás, esa es la razón por la que eres merecedora de tanto afecto. Eres leal, Mikasa Ackerman. O mejor dicho, real con tus palabras.
Y volvió a dejar un espacio de silencio cuya única intención era amenazar con la realidad: por qué estábamos ahí y para qué.
Levi mantuvo su vista fija en él, intentando no distraerse con sus palabras. Por la forma en la que estrechaba sus ojos, supe que intentaba planificar un ataque en cosas de segundos, calculando distancias y tiempos requeridos, como resolver todo y salir ilesos.
No obstante, no era mi caso, porque mi mente estaba inmersa en lo que estaba aconteciendo de forma tan inverosímil frente a mis ojos. Thomas nos tenía en su trampa. Y yo entendí de inmediato qué es lo que buscaba hacer con las palabras que comenzaba a utilizar.
No iba a conseguirlo tan fácilmente.
―Tú no sabes nada de mí ―espeté con recelo, sin querer ascender otro escalón. Desde la altura de aquel piso superior, Thomas nos miraba con desdén. Su largo abrigo negro le daba un aspecto espectral y de repulsiva superioridad, una que se había inventado para sí mismo y para amedrentarnos de alguna forma.
―Oh, lo que yo sé es que te pedí traer a Levi Ackerman con vida, y eso hiciste. Se agradece tanta cortesía.
Y tan ingenua como era cuando el pavor se apoderaba de mí, no mesuré el mal del que aquel hombre era capaz. Porque sus intenciones eran macabras y no había otra forma de explicarlo.
―¿De qué estás hablando? ―gruñó Levi, y en ese mismo instante sus palabras significaron una punzada en mi corazón. Porque yo ya lo sabía, no había escapatoria… Todo aquello no había hecho más que acorralarme.
―Oh, interesante― interrumpió una vez más, Olsson, soltando entremedio una risa escabrosa, como si disfrutara de aquel momento―. No le has dicho. Veo que cumpliste incluso eso a cabalidad.
―¿Decirme qué, Mikasa?
La voz de Levi vibraba en tonos de confusión, mas al encontrarme con sus ojos vi la chispa de comprensión, como si de alguna forma comenzase a darle forma a aquel accidental descubrimiento. Pude ver la lucha en su interior, la batalla entre seguir con la misión o dejarse envenenar por las palabras de Olsson que se hacían curiosas, sobre todo, cuando yo misma no parecía confundida con lo que estaba ocurriendo.
Por un momento, el silencio se volvió extenso mientras compartíamos miradas de tormento, por lo que Olsson insistió una vez más.
―¿Decirle qué, Mikasa?
Mis manos temblaban, sin embargo, intenté mantenerlas firmes para no dejar en evidencia mi debilidad en aquel momento, momento para el que nunca pude estar preparada, aun cuando lo había intentado…
Una mano sosteniendo el arma que apuntaba hacia Olsson y la otra reposaba sobre la daga que se hallaba en mi costado. Toda esa situación no había hecho más que perforar mi tan irrompible determinación, mas sabía que no podía permitirle a ese maldito enfermo manipular las cosas. Es lo que intentaba hacer, destruirlo todo, no solo en lo físico, sino incluso llevarnos a un destino fatal corrompiendo incluso nuestros lazos.
―Nada ―respondí a la pregunta con voz firme, aunque sentía que mis palabras apenas eran un susurro en la vasta sala.
Mi mirada se encontró una vez más con la de Levi, buscando desesperadamente una señal de comprensión, un atisbo de perdón en sus ojos que ahora lucían oscuros como las nubes de una tormenta violenta.
Sin embargo, en lugar de encontrar comprensión, encontré solo confusión y preocupación en su mirada.
«¿Qué hiciste?», sentía la exigencia en sus ojos, mirándome fijo y desesperados al descubrir que una vez más le había ocultado información.
Y toda esa exigencia la merecía, su desprecio si cabía, porque había permitido, de la forma más absurda e insulsa, que aquel hombre que nos había dado cacería antes ―y que lo seguía haciendo― sembrara la discordia despiadadamente entre nosotros. Porque siempre di por garantizado que mis decisiones eran mejores, porque siempre creí que podía resolverlo sola… y este era el resultado.
Porque pensé que podía. Y no pude…
―En realidad, ahora todo parece más claro, ¿no es así? ―clamó aquel hombre, desde las alturas y, mientras tanto, más hombres armados aparecieron a su alrededor, formando un semicírculo a sus espaldas, con sus cañones apuntados hacia nosotros.
Levi y yo nos enfrentamos a un tenso impasse a cada milésima de segundo que transcurría mientras la sombra de Thomas se cernía sobre nosotros, como si nos envolviese de formas tan metafóricas. En medio de todo el caos y la confusión, aquella verdad que por tanto quise evadir se convirtió en una sombra esquiva, en un destino incierto que se deslizaba entre nuestros dedos como arena fina. Estaba perdida… perdida en un laberinto de mentiras y engaños, luchando por encontrar mi camino de regreso a la luz, dando botes con desesperación contra las paredes, pero no había salida.
Y la luz ya no estaba, ni la redención era posible alcanzar.
―Ella lo sabe perfectamente bien. Y sabe cuánto vale tu vida, Levi Ackerman, sabe negociar y aceptar un buen precio… como la perra que es.
Sentí cómo el mundo se desmoronaba a mi alrededor, cómo la verdad cruel y despiadada se abría paso entre las sombras de aquella mentira que había mantenido tan bien hasta entonces.
Levi sostuvo el arma con fuerza sin dejar de apuntar, su mandíbula se hallaba tensa por la ira contenida, pero Thomas evitó cualquier arrebato de su parte con un gesto tranquilo, como si buscase amansarlo con sus cínicas intenciones que, al final, solo buscaban causar más daño.
―No lo intentes. Si me matas, las órdenes son más que claras: mis hombres irán por su hija. Y ustedes no quieren eso, estoy seguro. Así que… Levi, no lo hagas. De todos modos, tu hija vivirá, por un buen precio, uno que Mikasa está dispuesta a pagar. Uno que acordamos a tus espaldas, como ella siempre suele hacer. Porque siempre es así, ¿no? A tus espaldas…
Y cómo odié cuando usó aquella gran debilidad a su favor.
Levi me miró confundido con dolor en su mirada, y al milisegundo volvió a ver a Thomas. De pronto, todo lo que era la determinación para la batalla se tornó confusión y dolor. Y yo era la culpable.
Mis manos temblaban, mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas, por deshacer el daño que había causado. Pero las palabras se atascaron en mi garganta, atrapadas por el peso abrumador de la culpa y la desesperación.
―Mikasa…
―Levi…
―Hazlo, Mikasa. Acaba con todo esto de una sola vez. Toma lo que te pertenece, y vete a vivir una vida en paz. ¿No es eso lo que siempre has querido? ―siguió riéndose de mí, mientras yo buscaba por todos los medios redimir esa situación: «Si salimos corriendo, nos dispararán, son más que nosotros: si luchamos, podríamos ganar, quizás… pero Olsson podría escapar como siempre hace… ¿Qué hago ahora? ¿Qué hago?».
―Mikasa, por favor, ¿de qué mierda está hablando? ―Levi exigía respuestas, pero mi mente buscaba desesperadamente soluciones. Pensaba en mi hija, que estaba en peligro, y cada mirada de desconcierto de Levi me dolía profundamente. Sentí que algo reventaría dentro de mí en cualquier momento… hasta que Olsson decidió que no era suficiente, que podía estropearlo todo un poco más.
―¡De la reunión que tuvimos hace un tiempo atrás! ―bramó, cansándose de tanto rodeo―. Hicimos un trato y no te lo dijo, ¡no te lo dijo para poder traerte aquí!, frente a mí, a una muerte segura ― alzó la voz con furia, haciéndonos reaccionar al mismo tiempo. Ambos volvimos a alzar nuestras armas hacia él, como si eso fuese a funcionar…
―¡No lo escuches!… ―vociferé forzosamente, y me dispuse a subir los escalones para atacarle, no obstante, tras la figura de Olsson, los hombres armados avanzaron también, apuntándonos a Levi y a mí, haciendo que me detuviese por acto reflejo.
―No tengo todo el día, Mikasa―. El ambiente comenzó a tornarse cada vez más asfixiante en la sala, como si el peso de nuestros destinos pendiera de un hilo frágil. Thomas Olsson se erguía frente a nosotros con una sonrisa retorcida, portando el poder de su manipulación como un arma afilada. ―Mikasa ―insistió―, tienes la oportunidad de liberarte de las cadenas que te atan a Levi. ¿No quieres vivir en paz, lejos de la guerra, el estigma y el peligro?
Levi observaba la escena con una máscara de impasibilidad, ocultando el torbellino de emociones que rugía en su interior. Lo conocía… estaba intentando procesar todo lo que estaba viviendo. De pronto, no me miraba, solo a Olsson y a sus hombres. Cuando volví a mirar al frente, oí su voz a mis espaldas:
―No lo hiciste, ¿no es así? Este es otro más de sus juegos… ―dijo, y sentí el frío recorrerme de pies a cabeza, inactivándome en aquel mismo instante… miedo y dolor mezclados para germinar en una sensación agobiante, como si todo hubiese acabado en aquel mismo instante. ―Porque tú nunca me traicionarías de esa manera…
Y, en el fondo, sus palabras se oían más como si quisiera convencerse a sí mismo…
Un calor fluyó por mis mejillas a la vez que mi estomago parecía encogerse cada vez más hasta doler. No podía con todo eso, no podía con ello, ni con Olsson y sus trampas, ni con Levi sufriendo a mi lado, mucho menos con el horror de pensar que mi hija corría peligro. Olsson nunca quiso negociar, nunca se trató de eso… nos tenía atrapados.
«Fui tan estúpida»…
Inhalé, ahogándome con mi propia respiración puesto que, sin darme cuenta, la había estado conteniendo. Me armé de valor para jugar mi última carta.
―Levi, tan solo… no lo escuches. Tenemos que salir de aquí ―susurré agitada, mirando a todos lados para buscar algún punto o algo que pudiese ayudarme a salir de tan funesta encrucijada.
Y como no podía avanzar, busqué retroceder, bajando los escalones.
―¿Y tú crees que mereces su lealtad después de todo esto? ¿Crees que hay perdón luego de que lo arrastrases hasta aquí para intercambiar la vida de él por la de tu hija? ―los ojos de Thomas giraron hasta clavar en los de Levi, y los míos propios se abrieron en su totalidad sin poder dar crédito a lo que aquel hijo de puta estaba haciendo, y me detuve en el acto para estudiar la expresión de Levi―. De eso iba todo. Ella sabía que los estaríamos esperando, así como yo sé ahora mismo que tus compañeros intentan acabar con nosotros desde las sombras mientras ustedes venían por mí. Así que toma una decisión, Mikasa: deshazte de este esperpento ahora ante mis ojos o que la vida de un inocente pague por sus asquerosos pecados.
Su rostro parecía caer a pedazos de cristal roto sobre el suelo… y me condenó al más grande de los infiernos en el momento en que, por primera vez, me miró fijo, su pupila directo en la mía, ya no esperando respuestas, sino, acusándome derechamente.
―Mikasa ―titubeó―, por favor… ¿Qué mierda está pasando?
Abrí la boca y no pude decir nada. Rápidamente, volví a desviar mi atención hacia la puerta por la que ingresamos hacia aquel lugar. Sin darnos cuenta, estaba resguardada por hombres armados. La única salida estaba descubierta… pero no importaba tampoco, puesto que estaba demasiado lejos para correr hasta ella y no ser víctima del impacto de las balas de todos los presentes.
―Tanto silencio. ¿Por qué lo dudas, Mikasa? ―insistió Olsson, goteando veneno cada tanto cuando notaba que mi interés se desviaba de él―. ¿No ves que te estoy ofreciendo una salida? Solo tienes que deshacerte de él y todo esto terminará.
―Mikasa ― Levi intervino de nuevo, su voz más suave, casi suplicante―, por todas las estupideces que alguna vez se te ocurrió cometer, dime que no es verdad. No puedes haber hecho un trato con él... ¿Por nuestra hija? ¿Cuándo… cómo?
Y sus palabras siguieron golpeándome, como una mazo gigante y despiadado, haciendo que la culpa y la desesperación aumentasen a cada instante. Estaba comenzando a perder los cabales… porque no podía oír a Olsson y su cizaña, a Levi con su dolor, y pensar en como huir sin arriesgar la vida de mi hija en el intento. La cordura comenzaba a deslizarse, desprendiéndose de mí tramo a tramo, y una pésima mezcla entre el poder despertado y la estupidez comenzaba a acecharme.
―Levi, escúchame…
―Vamos, Mikasa― Olsson interrumpió bruscamente―, ¿por qué sigues dudando? Todo lo que tienes que hacer es matarlo. Sigo esperando… y creo que tú hija también.
―Mikasa… tú no traicionarías a nuestra familia de esta manera…
«Cállate», gruñí en mis pensamientos, y cerré los ojos con fuerza para respirar un segundo.
«Esto no está bien, no está bien, no»…
Mi propia voz mental empezó a ser un nuevo martirio. No sabía cómo reaccionar, y eso mismo aunado al deseo por sobrevivir creó una nueva puesta en escena para mí, donde mis emociones fueron el detonante de una suerte de locura temporal que brotó producto de toda la desesperación.
Dejé de razonar.
Las palabras de ambos repicaban en mi mente, un martilleo constante que me estaba llevando al borde del colapso. Sentía cómo la presión se acumulaba, cómo el mundo se volvía cada vez más estrecho y sofocante, tanto, que si tuviese un puño, ese mismo estaba estrechándose contra mi garganta.
―¿Qué esperas, Mikasa? ―continuó Olsson, su voz llena de impaciencia―, hazlo ya. Mata a Levi y libérate.
―¿Cómo pudiste…? Y la confianza…
―¡Cállate! ―espeté de pronto, haciendo que todo volviese al más sepulcral silencio. Mi arma… apuntaba a Levi esta vez.
Fue una reacción involuntaria. Un mareo me atacó y todo comenzó a girar demasiado rápido.
―Hazlo, Ackerman.
―¡No puedo! ―chillé furibunda.
Hasta que entonces… lo oí. Dio sus órdenes.
―Vayan y tráiganme a la niña. Está en el castillo, con Eren y los demás. Usen titanes de ser necesario.
―¡No! ―sentí que me desgarraba la garganta.
Todo ocurrió demasiado rápido.
La presión en mi pecho se volvió insoportable. Tuve que dejar de respirar para no ahogarme, por contradictorio que eso suene. Abrumada por el terror de oír las órdenes del maldito asesino, corrí en dirección al piso superior… pero Levi me detuvo, quitándome el arma para lanzarla lejos de mi alcance.
No estaba pensando…
No había ni un solo pensamiento cuerdo en mi cabeza.
Sentí como si mi mente hubiese sido raptada. Yo ya no estaba ahí. Cuando sentí el tirón en mi mano, despojándome del arma, actué por instinto, como si no fuese Levi quien estaba frente a mí.
Para cuando recuperé mis sentidos, él seguía ahí, pero estaba boqueando, intentando procesar lo que acababa de ocurrir…Sus ojos, siempre tan firmes y llenos de determinación, ahora mostraban una mezcla de sorpresa y dolor desgarrador.
Y yo intentaba comprender por qué… por qué, en cambio, no podía yo morir en aquel instante.
Cuando bajé la vista, el golpe de realidad fue indescriptible. Todo lo que vi fue mi mano empuñando la daga, y esta misma atravesando el abdomen de Levi… justo bajo sus costillas. Podía sentir el pulso irregular de su respiración reverberar a través del mango, la tenue vibración de su vida en el espacio tan estrecho de mi puño… Cada jadeo trémulo enviaba ondas de angustia por mi brazo…
La daga… la daga que había sido un regalo tan especial…
Lentamente, mientras sus respiraciones entrecortadas marcaban los segundos de mi condena, alcé mis ojos para verlo...
Por un instante, tan breve que no se podía retener entre las manos, el tiempo se detuvo.
Indigna y desdichada, osé a contemplar su rostro mientras gruesas lágrimas surcaban mis mejillas. Su expresión acusaba tremendo dolor… en todas las formas posibles en las que algo puede doler. Sus mismos lagrimales estaban repletos hasta rebalsarse, soltando goterones gruesos… su ceño fruncido amenazaba con romperse y no podía hablar… Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero ni un solo sonido abandonó sus labios… Solo una tos ronca que logró hacerme sentir el desprecio más grande que podría llegar a sentir por mí misma… una tos que lo hizo botar sangre, misma que fue a parar contra mi mejilla.
En su mirada pude percibir el deje de una suplica tardía, como si estuviese pidiéndome algo que sabía que yo no podía conceder.
Y entonces… poco a poco… poco a poco… noté como empezó a desvanecerse en mis brazos hasta que su imagen, que momentos antes había estado tan firme ante mí, se disolvió cuando Levi ya no pudo sostener su propio cuerpo.
El mundo a mi alrededor se desmoronaba, pero dentro de mí todo se había detenido. Mi mente giraba a toda velocidad como si estuviese atrapada en una vorágine de emociones, pero mi cuerpo se negaba a responder. Mis extremidades estaban pesadas, ancladas al suelo por un peso invisible. Mis ojos, abiertos de par en par, no podían apartarse de la escena ante mí, pero todo lo que veía era un borrón de formas y colores, como si aquella locura hubiese envuelto mi visión.
El sonido se volvió distante y amortiguado, tal como si me sumergiera bajo el agua. Las voces a mi alrededor eran ecos lejanos, meros susurros en comparación con el latido ensordecedor de mi propio corazón. Intenté moverme, gritar, hacer algo, pero mi cuerpo estaba inmóvil, mis músculos rígidos como piedra. El pánico y la desesperación se arremolinaban en mi interior, pero era como si una barrera invisible me impidiera expresar el llanto contenido y el grito agónico que de momento estaba recluso con todo lo demás.
Mi raciocinio corrió en círculos, atrapando mis pensamientos en una repetición interminable de la misma imagen, la misma idea, el mismo terror. Sentí un frío gélido que se extendía desde mi pecho hasta la punta de mis dedos, una parálisis glacial que me mantenía prisionera en mi propio cuerpo.
En ese estado de catatonia, el tiempo se volvió irrelevante. Podrían haber pasado segundos, minutos o incluso horas, y yo no lo habría notado. La realidad y la pesadilla se fusionaron en una sola entidad, y yo estaba atrapada en el centro, impotente y sola.
Hasta que sentí el halón violento y doloroso, un tirón brutal en mi cabello que me sacó de mi trance. Grité de dolor y sorpresa cuando Olsson me levantó con fuerza, sus dedos crueles enredándose en mis mechones.
—Vayan y tráiganme al resto del equipo— ordenó Olsson a sus hombres, su voz fría y autoritaria—. Usen titanes si es necesario. No dejen a nadie con vida.
—¡No!
—Shht… —sentí la vibración de su aliento en mi rostro y no pude evitar expresar una mueca de asco, para acto seguido escupirle sin tapujos. Me alzó agarrando mi cabello con demasiada fuerza, levantándome como quien coje a un conejo de las orejas, y pude percibir todo el odio y la ira en su actuar tras mi ataque. No obstante, la imagen ante mi volvió a ganarse mi atención y hacerme ignorar todo lo demás: Levi inerte sobre el suelo de aquella interminable escalera—. Debo darte una lección, así que por ahora necesito tu silencio.
—Déjame despedirme de él —musité, totalmente derrotada y rendida ante todo lo que estaba ocurriendo.
—No.
Con furia me haló de nuevo, haciéndome liberar otro grito aún más duro que el anterior.
—¡Suéltame!
—Vamos, andando. Y ustedes —se refirió a sus hombres que comenzaban a desplazarse fuera de la sala para ir tras los demás—, ignoren lo de la niña. Quédense aquí y desháganse de los demás.
—¡Ese no era el trato!
—¿Qué trato? —escupió en mi rostro a modo de venganza—. Ackerman… vamos a conversar tú y yo ahora. Necesito mantener entretenidos a tus amigos. Es eso… o los mando por tu hija.
—No… por favor…
—Entonces, vendrás conmigo —me zarandeó.
—¡Iré! Pero suéltame… —mis propias manos se cerraron alrededor de sus muñecas, intentando zafarme.
En el mismo estado de estupor, seguí las órdenes de Thomas Olsson como si de un superior se tratase. Mi cuerpo se abandonó ante el dolor y operó de manera automática, moviéndose por inercia y no por voluntad. Mis brazos caían a mis costados, mis ojos no cesaban de lagrimear como si se hubiesen acostumbrado a hacerlo, y mi cerebro aún no conseguía procesar lo que acababa de hacer.
Sentí como si la imagen ante mi se alejase rápidamente, casi sacándome del planeta. Cerré los ojos e intenté aterrizar, porque de pronto lo que era real no estaba a mi alcance. Y no entendía lo que se suponía era tan obvio. No logré comprender si todo aquello era una medida de seguridad de mi apabullado cerebro, o si realmente estaba soñando, si iba a despertarme de un momento a otro…
¿Qué había hecho?
Porque estaba ahí, pero… ¿cómo había llegado?
¿Dónde estaba Levi? Porque él venía conmigo…
Levi está…
—Ackerman— Thomas llamó mi atención. Cuando alcé la vista noté como sostenía la puerta que antes me había parecido tan lejana. En cambio, ahora estaba a pocos pasos de ella. Quise voltear sobre mi hombro para ver atrás, para ver dónde estaba Levi, pero Olsson me detuvo—, para hoy.
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.*.
.
Olsson me arrastró a la fuerza a otra sala. Sus empujones a mis espaldas eran el más vil recordatorio de cuán poco control tenía sobre la situación. La habitación a la que nos trasladó era oscura y opresiva, sus paredes de piedra apenas iluminadas por una tenue luz que parecía provenir de alguna fuente oculta. Era similar a la anterior, pero mucho más pequeña. De pronto, reconocí la fuente de luz: un balcón que tenía acceso tras decoradas puertas dobles.
Mis sentidos estaban embotados, y cada detalle del entorno se difuminaba en una neblina confusa. Mientras Olsson continuaba hablando con una mezcla de desdén y petulancia, me sentí como si estuviera atrapada en un sueño febril, incapaz de comprender completamente lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Cada palabra suya era un eco distante en mi mente, y me costaba concentrarme en algo más que no fuera el zumbido constante en mis oídos.
Mis movimientos eran automáticos, sin dirección ni propósito.
—Ahora vas a quedarte quieta y vas a oírme. Ya sabes cómo funciona todo esto. Un solo paso en falso y lo lamentarás.
Sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y malevolencia mientras intentaba mantener una distancia prudente. En esa sala, había estanterías y otras cosas que no pude reconocer por la escasa iluminación. Miré todo a mi alrededor para intentar reconocer donde me encontraba, pero eso solo lograba confundirme cada vez más.
—Yo…
—Tampoco intentes huir. De todas formas, Levi Ackerman está muerto. No tienes mucho por hacer.
Al oírle decir eso, mi corazón hizo el intento de latir una vez más, con fuerza, pero algo dentro de mí bloqueaba el sentimiento.
—¿Qué quieres de mí? —jadeé.
—Solo que intentes escuchar e intentes entender que todo esto tiene un propósito. Tienes que entender cuál es la historia de los Ackerman, su verdad.
Traté de mantener la compostura, pero el miedo y la rabia competían por dominarme sumados al bloqueo que me impedía moverme. Una bomba que parecía querer estallar pero no podía.
—¿Qué verdad? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Olsson sonrió con frialdad y sacó un pequeño objeto de su abrigo. Era un pergamino. Lo extendió y se acercó a mí para que pudiese leerlo… Era la ordenanza de cacería.
—Los Ackerman —comenzó— son un subproducto de los sueros de titán. Sí, los titanes también provienen de sueros que son inyectados en la médula espinal de un ser humano. El asunto con los Ackerman es que son creaciones diseñadas para ser los guerreros perfectos, infundidos de habilidades excepcionales y lealtad inquebrantable. No usaron las mismas dosis ni compuestos que para los titanes, solo lo suficiente para crear a un ser humano superior, con un poder supremo capaz de combatir todo a su paso. Pero este poder tiene un precio. La existencia de tu clan siempre estuvo al servicio de los intereses de la realeza, por ende, la consecuencia era permanecer a su servicio. Cosa que no ocurrió…
Mi mente corría tratando de procesar lo que estaba viviendo y oyendo. Quería hacer funcionar mis engranajes, pero no podía con eso y con la información que quería ser metida a la fuerza en mi cerebro.
—¿Qué tiene esto que ver conmigo? ¿Con Levi? —pregunté, buscando una explicación que no justificaba (y sé que no lo haría jamás) todo lo que estaba ocurriendo.
Olsson hizo una pausa, disfrutando de mi desconcierto.
—Kenny Ackerman era un hombre complicado. Al igual que tú, fue tentado con la promesa de libertad. Yo le ofrecí lo mismo que te ofrecí a ti: la oportunidad de escapar de esta maldición, de vivir una vida en paz, libre de la sombra del poder Ackerman.
Mis pensamientos volaron hacia Kenny, recordando todas las cosas que él mismo me había contado entonces, los errores que había cometido tras ser envuelto en falsas promesas.
«Kenny»… cerré los ojos con fuerza mientras hilaba las historias y comenzaba a comprender todo.
—Entonces... Kenny intentó matar a Levi porque tú se lo pediste. Le hiciste creer que así encontraría la libertad… o más bien, quisiste darle un propósito… Ese que él tanto buscaba.
—Exactamente —confirmó con pedantería—. Kenny, igual que tú, anhelaba romper las cadenas de su linaje. Pero falló. En cambio, como un idiota disfrutó de jugar a la familia feliz —dijo con desdén—. Ahora, Mikasa, tú tienes la oportunidad de hacer lo que él no pudo. Haz dado el primer paso que acabará con toda esta pesadilla. Serás libre.
—¿Qué clase de libertad es esa? —espeté, sintiendo la rabia encenderse a pequeños destellos que a la vez buscaban despertarme—. Seré prisionera toda mi vida por haber creído que podía encontrar una solución para nosotros. El cuerpo de la persona que más he amado en mi vida yace frío en la otra habitación… ¿Una vida construida sobre traición y sangre? ¿Eso es todo lo que puedes ofrecer?
Olsson se inclinó más cerca, ensanchando su mirada penetrante.
—Una vida en la que tú y tu hija pueden estar a salvo. Una vida lejos del conflicto y el dolor. ¿No es eso lo que deseas, Mikasa?
—Eres un…
Sentí cómo la desesperación volvía a corrientes lentas y tortuosas. Olsson sabía exactamente cómo manipular, cómo jugar, cómo herir .
—El clan Ackerman siempre ha sido una herramienta, una creación de aquellos que juegan a ser dioses. Todo aquí, en estas estanterías, contiene información sobre ello. Cuándo comenzó, por qué y para qué… Es todo tuyo si así lo quieres. Mas vale la pena dejarte en claro mi determinación para continuar con la cacería. Fue por protección. Porque dio la mala suerte de que, al decidir el clan separarse de la realeza, aún portaban sus poderes sobrehumanos. Y se volvieron un peligro para el resto de la humanidad. Fueron libres sí, pero la deuda no había sido saldada. Tenían un compromiso que cumplir, y se lavaron las manos al no estar de acuerdo. ¿Y qué quedo? Usar lo que nunca les perteneció, a su favor.
—Experimentaron con las personas… ¿De qué favor estás hablando? Fueron sometidos a ello, obligados a cumplir con un plan que nunca fue de su propio interés, y cuando quisieron huir para vivir una vida en paz, les dieron cacería como si fuesen animales.
—Es lo que son —me calló—. Y es lo que siempre serán.
—¿Por qué mis padres? —recordé lo que me había dicho aquel día en que nos había acorralado junto con Niiv en el callejón de la ciudad—. Mi papá no tenía ningún poder especial… ¿por qué él?
—Porque había que borrar todo rastro de ello. No importaba si tenía el poder o no. Recuerda que fueron por toda tu familia. Una lástima que el plan haya salido mal aquel día…
—¿Por qué mi hija?
—Porque fue el resultado de una relación entre dos Ackerman portadores. Es probable —dudó unos segundos—… es probable que tu hija sea incluso más fuerte que tú y Levi juntos, si incluso su sangre puede ser útil para crear más sueros para más intervenciones… podrían usarla si saben de su existencia. Eso por eso que siempre los hemos visto como un potencial peligro. No quedan Ackerman en el mundo excepto por ustedes. Lamentable que hayan decidido multiplicarse, como las ratas que son…
—Cállate —bufé con fuerza. Hice el ejercicio de calmar mis pensamientos estridentes para buscar una salida—. Levi está… ya está todo hecho. Déjame ir. ¿Qué quieres de mí?
Entonces, su risa resonó con fuerza, rebotando por todas las paredes.
—Levi está… Levi está… Ni siquiera puedes decirlo bien —me humilló.
Y no pude evitar la vibración de mi mentón y el efecto que sus palabras surtieron en mí, el cómo mi rostro se desfiguró en su lucha por contener el llanto.
—Déjame ir… —berreé en un acto desesperado.
—No te irás tan fácilmente —apenas acabó de hablar, el sonido de un trueno se coló desde el exterior, haciéndome voltear. A través de esas puertas que daban paso al balcón podía entreverse que el cielo había oscurecido. Había comenzado a llover.
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El estruendo de los disparos y el choque de algunas espadas resonaban en el vestíbulo principal de la fortaleza. El lugar, así como el resto de las habitaciones del edificio, estaba sostenido por pilares masivos que ofrecían cobertura en medio de la batalla. Erwin Smith estaba tan agitado como los límites de los vigorosos latidos de su corazón se lo permitían. Todo lo que había sido un ataque sorpresa, de pronto, había acabado como un enfrentamiento alborotado que había ameritado empeñar todos los recursos disponibles.
Ahora, con un brazo herido y sangrando, se cubría tras uno de los pilares para recargar el arma que portaba consigo.
—¡A cubierto! —exclamó tras ser testigo de la ráfaga de balas que atravesaba el aire.
Petra y Gunther se lanzaron detrás de un pilar cercano, sus espaldas contra la piedra mientras recargaban sus armas rápidamente.
—¡Señor, nos tienen rodeados! —gritó Armin, agachado detrás de otro pilar junto a Hange que buscaba procesar el escenario rápidamente.
—Tenemos que romper su formación—dijo Hange, solo para que Armin pudiese oírla—. De alguna forma… Hay que desequilibrarlos — sus ojos brillaron con determinación y realizó señas para Erd y Auruo, que se hallaban en un pilar cercano—. Necesito que flanqueen por la derecha mientras Armin y yo damos cobertura desde aquí.
Ambos asintieron, preparándose para moverse.
El problema principal era que habían conseguido orillar a Petra a un lugar peligroso. Estaba lejos de todos los demás.
Y bien sabían qué ocurría cuando uno del grupo se separaba. Tal parecía que ese era el objetivo de los hombres de la Facción: separarlos hasta conseguir acabarlos uno por uno.
Por ende, Auruo y Erd hicieron uso de los pilares para volar con los equipos y ocultarse en el acto. En cada pilar que aterrizaban, se ponían a cubierto, y disparaban con el fin de reducir el número de atacantes que comenzaban a acercarse al perímetro de Petra.
Erwin, Armin y Hange se encargaban de cubrir el otro extremo del vestíbulo.
Petra disparó hacia los hombres de Olsson que avanzaban hacia ella, con cada bala dirigida con precisión letal.
—¡Cuidado, vienen más desde la entrada principal! —advirtió, mientras otro grupo de enemigos irrumpían en la sala.
No obstante, cuando Auruo intentaba recargar, la munición cayó al piso desde las alturas producto de la exasperación y el nerviosismo, puesto que ahí no había titanes. Solo personas. Y la duda danzó en sus manos volviéndolas torpes hasta que el desatino lo hizo perder lo más importante que podía perder en aquel momento.
Erd observó la escena con incredulidad para luego sacudir la cabeza. No tardó en hacerle señas a Auruo para urdir un plan en segundos. Porque había una sola cosa que sabían hacer bien sin esfuerzo adicional.
Erd y Auruo se lanzaron hacia los enemigos, sus espadas brillando en la tenue luz del vestíbulo.
La rapidez fue su aliada y la agilidad de sus movimientos el orgullo de las alas que portaban en su uniforme. Porque antes de que los hombres pudiesen reaccionar, las cuchillas habían hecho con ellos lo que habían hecho tantas otras veces con titanes.
Los cortes limpios casi no soltaron sangre. Y aun si así hubiese sido, no había tiempo para meditarlo.
Más hombre se abalanzaron para atacarlos, pero las espadas golpearon y bloquearon, desviando las armas de los enemigos. Otro corte, y otro corte, fueron dejando un reguero de cuerpos en la sala, mientras otros de los hombres intentaban concentrarse en el resto de los que consideraban invasores.
—¡Erwin, más hombres vienen por el corredor oeste! —gritó Hange, disparando hacia un grupo de soldados que intentaban avanzar desde la derecha—. ¡Armin, necesitamos una distracción! —le ordenó, su voz resonando con la autoridad que su amistosa actitud muchas veces ocultaba.
Mas en ese instante, Armin supo que no podía dudar.
Aun frente a su temor frente a los enfrentamientos físicos, sacó fuerzas de flaqueza para convertirse él mismo en el objetivo de dicha misión.
Asintió rápidamente, con su mente trabajando a toda velocidad.
—¡Cúbranme! —gritó, y salió de su cobertura, corriendo hacia una posición más ventajosa.
Sin premeditarlo y esperando que fuese una buena idea, sacó una bengala de su cinturón y la disparó hacia el corredor oeste, creando una espesa nube tubular y rojiza que desconcentró a los hombres tras hacerlos creer que pudiese tratarse de una bomba u otro tipo de ataque.
—¡Ahora! —exclamó Erwin, liderando la carga hacia los enemigos, haciendo uso de su confusión.
Petra, Gunther, Erd y Auruo se unieron a él, moviéndose como una unidad cohesiva, cada uno cubriendo al otro mientras avanzaban.
El combate fue feroz.
Las balas zumbaban a su alrededor, el choque de espadas y los gritos de los heridos creando una sinfonía caótica. Erwin cortó a través de la línea enemiga con una precisión implacable, haciendo uso de sus movimientos rápidos y eficientes. Petra y Gunther lo siguieron de cerca, cubriendo sus flancos y eliminando a cualquier enemigo que se acercara demasiado.
Erd y Auruo flanquearon por la derecha a modo de proteger a los demás.
Hange y Armin, cubiertos por el humo de la bengala que comenzaba a dispersarse, usaron la confusión a su favor. Hange lanzó más bengalas, creando explosiones con el fin de desorientar a los hombres de Olsson, lo que les dio tiempo para avanzar. Armin, hizo uso de su intelecto táctico para dirigir los movimientos de sus compañeros, identificando puntos débiles en la formación enemiga y comunicándolos con rapidez.
—¡Hange, necesitamos más fuego de cobertura! —vociferó Armin, y Hange respondió con una ráfaga de disparos que mantuvo a raya a la Facción.
—¡Estamos rompiendo su línea! —exclamó Erwin, su espada cortando a través de otro enemigo—. ¡Mantengan la presión!
Pese a la batalla campal que se había desenlazado en medio del vestíbulo, Erwin y los demás comenzaron a ganar terreno. Lo que de pronto parecía imposible de resolver, comenzó a tomar forma hasta ser posible de sobrellevar. Erwin Smith sabía que si conseguían salir de ahí con vida, lo siguiente era buscar a Levi y a Mikasa para socorrerles o ayudarles dependiendo de la situación en la que se encontrasen.
Si bien el conflicto les había mantenido ocupados, Erwin comenzaba a angustiarse al notar el paso del tiempo y no obtener novedades de sus soldados. Porque él les había encomendado una sola misión… pero estaban tardando.
Sin embargo, algo lo distrajo de sus pensamientos fugaces.
Justo cuando parecía que la victoria estaba a su alcance, algo inesperado sucedió.
No lo esperaron, ni lo vieron venir.
Pero fue demasiado tarde cuando la primera explosión ocurrió.
Fue un milisegundo antes de que ocurriese que Smith logró ver a uno de los hombres de Olsson inyectarse un líquido brillante. Y luego todo se distorsionó… no tomó tiempo ni dilación.
Explosión y los gritos de Hange fue todo lo que pudo percibir.
—¡A cubierto! —su voz a punto de rasgarse, y la onda expansiva empujándolo a volar tras los pilares.
Erd fue el primero en enfrentarse al titán ágil que se erguía frente a ellos. Tenía el tamaño suficiente para caber en aquel lugar y, a diferencia de lo que habían visto antes, era absurdamente esbelto. La espada del soldado se movió con precisión letal, cortándole trozos de extremidad, pero el titán regeneró sus heridas casi instantáneamente, haciendo que todos se impactasen ante la sorpresa.
Ese titán era diferente en más de una forma.
Erd apenas logró esquivar un golpe devastador, rodando por el suelo y poniéndose de pie en un fluido movimiento.
Auruo, a su lado, lanzó un gancho hacia uno de los pilares, usándolo para impulsarse y ganar altura sobre el titán. Con un grito feroz, cayó sobre el titán, buscando aterrizar de manera que su espada clavase en la nuca de la criatura… Sin embargo, no alcanzó a ser de ese modo. El ángulo no fue el correcto y la cuchilla se hundió en dirección al hombro.
Auruo abrió sus ojos en toda su magnitud. Mas no alcanzó a reaccionar. El titán se sacudió violentamente, arrojando a Auruo contra los aires, para que terminase azotándose contra un pilar.
Petra corrió hacia él, zigzagueando para esquivar las balas. Rápidamente, se desplazó sobre el suelo, dejándose impulsar, hasta esconderse tras un pilar para arrastrar a Auruo consigo y así sacarlo de la escena. Sus ojos se anegaron de preocupación mientras lo asistía. Auruo estaba gravemente herido, pero seguía con vida.
Pero no hubo tiempo de pensar.
El titán seguía ahí con vida, y no tardó en lanzarse al ataque nuevamente.
Gunther y Hange lucharon contra el titán, haciendo uso de sus espadas y de las armas cuando era necesario. Disparar a los ojos parecía útil, pero la regeneración hizo que cada victoria fuese temporal.
El ejemplar parecía indestructible.
—¡Comandante, necesitamos refuerzos! —gritó Armin—. ¿Dónde están… Levi… y Mikasa?
Erwin se encogió de hombros.
—¡Mantengan sus posiciones! —ordenó Erwin, su voz firme a pesar del caos—. ¡No podemos permitir que nos dividan!
Pese a que fuese una locura, y en realidad siempre lo era, la fascinación de Hange por los titanes no cesó. Y haciendo de esto algo de provecho, comenzó a estudiar los movimientos del titán y a buscar patrones de comportamiento.
—Apunten a los puntos de regeneración antes de que se curen completamente! —exclamó, disparando seguidas veces donde otros habían disparado ya, logrando que un brazo del ejemplar cayese al fin. Sin distraerse de la batalla a su alrededor, sorteaba los disparos entre el titán y los hombres que parecían querer acercarse tras pensar que el titán funcionaba a modo de distracción.
No obstante, parecieron olvidar que aquello era lo mejor que los soldados de la Legión podían hacer.
Y comenzaron a verse superados. Uno de ellos, que parecía ser líder comenzó a realizar señas, buscando reunir a los demás sin que estos mismos lo notasen.
Erd y Gunther fueron quienes, finalmente, lograron abatir al titán ágil.
Para cuando todo el caos hubo cesado, notaron que los hombres de Olsson emprendían retirada. Y si bien aquello les otorgaba un respiro, sabían bien que la batallaba no había terminado.
Entre los escombros, muertos y humo del titan que comenzaba a desvanecerse, Erwin Smith caminó con convicción hacia Petra, puesto que no había pasado por alto el accidente de Auruo.
Petra estaba arrodillada junto a su compañero herido, tratando de detener la sangre que brotaba de una herida profunda en el lateral de su costilla.
—Que te sangre la lengua, pero no esto, Auruo —su voz tembló mientras hacía presión.
Erwin se acuclilló junto a ellos.
—Petra… saca a Auruo de aquí. Ambos vayan hasta donde están los caballos. Los hombres de Olsson fueron en dirección contraria a la puerta por la que ingresamos. Sabes volver. Puedes irte con él.
—Comandante, yo…
—No, ni siquiera dudes. No te necesitamos más aquí. Llévate a Auruo.
—Sí, comandante.
A medida que el humo se dispersaba y que los demás comenzaban a recargar armas y a reponerse tras la batalla, Erwin miró a su alrededor, con su mente trabajando a pulso metódico, buscando concentrarse pese a la exaltación de su palpitar.
De pronto, vio a Hange acercarse hasta él.
—¿Dónde estarán Levi y Mikasa? —murmuró, su preocupación siendo evidente en la arruga entre sus espesas cejas.
Hange también frunció el ceño, reparando en la cantidad de tiempo que llevaban sin saber de ellos.
—Yo iré a buscarlos —dijo con determinación—. No podemos perder más tiempo. Volverán a atacar…
—Rápido —espetó Smith.
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La mirada de Thomas Olsson siempre lindaba entre dos emociones: petulancia y sadismo. Y había reconocido aquello desde la primera vez que le vi. No obstante, ahora me miraba casi con ambición, deseo, si pudiese decirlo así, pero un deseo macabro, proveniente de la idea o todas las posibles ideas y formas en las que podía utilizarme.
Me revolvía el estómago.
—Pensaste que matarlo sería suficiente, ¿verdad —dijo, con su voz sedosa y venenosa—. Que cumplir mi demanda te daría una salida, una oportunidad de regresar a tu hija. Pero, Mikasa, las cosas han cambiado. En realidad, yo he cambiado de parecer. Dudé de que fuese capaz de obedecerme. Sin embargo, dada las circunstancias, y sumado a lo obediente que has sido… he decidido cambiar el rumbo de las cosas.
¿Cómo podía exigir una respuesta a sus palabras?
No me importaba, porque solo un vivo podría preocuparse por ello si eso le costaba la vida. Pero yo no estaba viva. Yo había muerto minutos atrás desde el primer momento en que sostuve la daga…
Lloré tanto que mis ojos estaban secos tal como mi boca. Mi nariz ardía y sentía el aire caliente salir por mis labios entreabiertos. Me mantuve sentada en una silla que el mismo Olsson había acercado hasta mí. Me dejé caer como peso muerto y allí permanecí, inerte, pretendiendo escucharlo mientras no dejaba de hablar, hablar, y hablar…
No me importaba.
Necesitaba salir de allí, necesitaba vivir por mi hija, pero si no era con ayuda, no podría encontrar una escapatoria rápida. Podía enfrentarme a Olsson cuerpo a cuerpo, pero si arriesgaba y perdía… entonces, ni un solo volvería a Niiv… ni uno solo.
Mientras yo divagaba en los parajes muertos de mi mente, Olsson se acercaba lentamente, saboreando cada paso, ignorante de que yo no estaba prestándole atención.
—Eres una criatura despreciable, ¿sabes? Matar a tu propio esposo... ¿Qué clase de monstruo hace eso? Y ahora te haces la víctima, como si todo esto no fuera culpa tuya.
Estaba perdida en las sombras de mi propia mente, y Olsson continuaba su letanía de tortura verbal, cada palabra resonando como un eco distante en mi conciencia entumecida. Mis ojos, en un estado de letargo, apenas podían enfocarse en su figura oscura que se movía lentamente hacia mí. Traté de ignorar sus palabras, de bloquearlas como si fueran simples ruidos lejanos, pero cada una de ellas se clavaba en lo más profundo de mi ser.
—¿No tienes nada que decir en tu defensa? —preguntó con una sonrisa burlona que helaba la sangre en mis venas—. ¿No tienes excusas que tú siempre las tienes para todo? ¿O acaso eres tan cobarde como para no enfrentar las consecuencias de tus propios actos? Tal y como tus antepasados antes que tú…
Traté de apartar la mirada, de alejar sus palabras de mi mente, pero era inútil. Sabía que tenía que encontrar una manera de escapar de esta pesadilla, pero cada intento parecía más fútil que el anterior.
—¿Qué es lo que tanto te preocupa, Mikasa? —continuó, acercándose aún más—. ¿Tu hija? ¿Tu esposo? ¿O acaso es el miedo a enfrentar la verdad lo que te atormenta? Dime, ¿qué clase de madre deja a su hija sin padre?...
Y ese fue el pase de entrada al abismo.
Alcé mis ojos hacia él por primera vez en todo ese tiempo. Y clavé mi pupila directo en la suya,
—Yo no sé si tú lees libros… Yo tengo un amigo, se llama Armin y lee muchos, y a veces los lee para mí… ¿Sabes qué pasa con los villanos en las historias cuando hablan mucho? —eso fue lo que dije, un intento de sonar agresiva mientras esperaba, porque algo dentro de mí se negaba rendirse aun si tenía todas las posibilidades en contra.
La presión en mi pecho era casi insoportable más tragaba bocanadas de aire cada tanto para controlarme porque sabía lo que estaba pasando, como me estaba transformando, y nunca había pasado de un estado tan dócil a la completa perdición de la nada…
Una sola vez… el día en que murieron mis padres. Y no terminó bien.
Entonces, percibí un roce suave, un rumor en el aire, tan imperceptible como el caer de una pluma…
Pero Olsson no lo notó, por estar absorto en su propio espectáculo.
—Te creerás muy noble, ¿verdad? —continuó—. Mentirle a Levi, traicionarlo de esa manera. Todo para salvar tu propio pellejo. Patético.
De pronto, sus palabras dejaron de importar, y solo sirvieron como un camino de esperanza. Si podía mantenerlo hablando, si podía aguantar un poco más, tal vez encontraría una oportunidad, ganar el tiempo que necesitaba.
Porque nunca fui amiga del hastío.
¿A qué hora acababa todo eso? Ese era el problema. Odiaba el teatro tanto como odiaba mi nefasta capacidad de crear uno.
Y sí, es cierto, mentí.
Pero siempre fui una pésima mentirosa. Y disfruté con gusto tras saber que, incluso, una pésima mentirosa como yo podía llegar a tener una oportunidad.
Me reí.
Ciertamente, me reí con soltura y liviandad, desconcertando a Olsson al punto de hacerlo bosquejar temor, desconcierto e incomodidad en su rostro, como si yo le causase repulsión.
Y eso me hizo reír más.
—¿Qué te hace pensar —inspiré entre risas cortadas— …que le mentiría a mi esposo?
El sonido de las cuchillas friccionando a mis espaldas fueron música para mis oídos. Mismo sonido que viajó por el aire y se rompió en el vacío.
Olsson me miró fijo. Y yo a él.