Ok. Vale, no tengo perdón. Debería haber subido este capítulo siglos atrás, pero nos dieron una prórroga hasta el día 31 (así que ya sabéis cuando pasaros para el último capítulo xD) y luego yo he tenido movidas familiares y se me olvidó. Vergüenza para mis vacas. Muchas gracias, como siempre a esas personillas que me han ido dejando reviús (de verdad :D). Gracias a Christine C, Guest, lucas1177, Little Feniix, Neelie Cole, yumeatelier, SARAHI, xonyaa11, Hika-chan, Neki Rainbow Snape, Deardeay y mESTEFANIAb.
SYMPATHY
Capítulo 5: Consecuencias
Harry se mojó los labios y giró la cabeza para mirar a Hermione. Tenía la sensación de que no había escuchado bien. Un pitido extraño se había asentado al fondo de su oído y notaba sus mejillas arder. Estaba seguro de que todas las cabezas del palco estaban giradas hacia él.
Ron se estaba mordiendo los labios para no romper a reír y los ojos le brillaban con malicia. Casi como si le acabaran de dar el mejor regalo de Navidad, giró la cabeza hacia él. Probablemente buscando un gesto de reconocimiento. Harry estiró un poco la comisura de sus labios.
—Creo que lo mejor será que nos vayamos —dijo Hermione, agarrándolo por el codo, como si estuviera intentando sujetarlo—. Ahora.
—Sí. —Harry asintió con la cabeza y se dejó llevar hacia las escaleras de las gradas. Ron echó un último vistazo al campo, aún con la sonrisa en los labios, antes de seguirles.
Harry bajó las escaleras delante de Hermione, con su mano en la espalda empujándole hacia delante. Pasaron por delante de un grupo de chicos de Gryffindor de tercero, que se giraron al verlos. Uno le dio un codazo a otro y sonrieron, divertidos. Harry apretó el paso, tanto que en el último tramo de las escaleras Hermione tuvo que hacer una pequeña carrera para ponerse a su altura.
Por suerte, la mayoría de la gente aún estaba dentro del Campo de Quidditch. Los pocos (muy pocos. Una pareja que andaba cogida de la mano cerca del Bosque Prohibido, demasiado a lo lejos para fijarse en ellos, y un grupo de chicas de Hufflepuff de quinto –o así- sentadas cerca del puente de madera) que estaban fuera, no habían visto el final de la prueba. No habían oído las palabras de Malfoy y, aunque los miraron con curiosidad, no había burla en sus ojos.
Solo el reconocimiento al que Harry ya se había acostumbrado.
Y, por primera vez en lo que llevaba de curso, Harry agradeció que existiera la Torre Oscura. Un lugar en el que poder esconderse de todas las miradas curiosas. Donde solos sus amigos (y Malfoy y sus secuaces, claro) podían entrar.
Ninguno de los tres dijo nada hasta que la pared encantada que daba a su Sala Común se cerró tras de ellos. Harry se dejó caer en su sofá favorito, justo delante del fuego y apoyó la cabeza en su mano.
—Qué prueba más horrible —murmuró Hermione, pasándose la mano por el pelo y sentándose en el reposabrazos del sofá—. ¿Cómo se les habrá ocurrido hacer una cosa así?
Harry se encogió de hombros.
—Quizá pensaron que sería gracioso —opinó Ron, dejándose caer al otro lado de Harry y poniendo los pies encima de la mesita de café que estaba frente a ellos—. Hombre, y gracioso ha sido.
—Ron —le regañó Hermione.
—Ahora cada vez que nos vea sabrá que lo sabemos. —Colocó los brazos detrás de su cabeza—. Oh, va a ser tan divertido.
—Ron —insistió Hermione—, no se te ocurra…
—No voy a decirle nada —replicó él—. Aunque bien sabes que se lo tiene más que merecido. Se merece que lo torturen un poco. Todo este tiempo metiéndose con nosotros –y con Harry. Especialmente con Harry. Y ahora resulta que él…
Harry cerró los ojos, incómodo.
Era absurdo, no había otra palabra. Como bien había dicho Ron, Malfoy era un grano en el culo. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Incluso cuando intentaba pasar desapercibido, acababa haciendo algo estúpido y llamativo.
Como apuntarse al Torneo de los Tres Magos.
Y ahora Malfoy no solo había llamado la atención sobre su persona, le había colocado a él en una situación incómoda y precaria. No sabía cómo iba a reaccionar el colegio. Y probablemente saldría al día siguiente en El Profeta. O en el Corazón de Bruja. O, peor, en los dos para asegurarse de que toda la comunidad mágica se enterara del cotilleo.
El correo iba a ser un infierno.
Abrió los ojos.
—¿Y si Malfoy solo lo ha dicho por…? —Hizo un gesto vago con sus manos—. Ya sabéis, es Malfoy y todo eso. Quizá lo único que pretendía era… eso.
Hermione y Ron compartieron una mirada incómoda, como si no supieran muy bien qué decir. Harry se mojó los labios, nervioso, intentando encontrar el punto exacto en el que romper las palabras de Malfoy y deshacerse de ellas.
—Harry, no estoy diciendo que Malfoy no sea capaz de resistirse a los efectos de un suero de la verdad.
—Yo sí —dijo Ron sonriendo con cierta malicia. Hermione puso los ojos en blanco antes de continuar.
—Pero, de poder, ¿crees que realmente pasaría…? ¿Por todas las otras cosas que dijo?
Harry clavó la mirada en el fuego. El fuego. Al parecer, Malfoy se sentía incómodo delante del fuego. Y, aunque era cierto que Harry nunca lo había visto sentarse junto a él, quizá todo había sido un elaborado plan para que pareciera que estaba siendo sincero. Solo…
Solo que sonaba estúpido. Hermione tenía razón. Suspiró.
—Sigue siendo lo mejor que ha pasado este año —opinó Ron.
—Va a ser un infierno.
Hermione le sonrió con cariño y le acarició suavemente el hombro, intentando consolarlo. Harry se inclinó un poco más hacia ella, dejándose abrazar, cuando la puerta de la Sala Común se abrió. El corazón le dio un salto y se incorporó, esperando ver la cara de Malfoy. En su lugar, solo eran Dean, Neville y Seamus.
—Le han dado a Malfoy treinta y cuatro puntos —anunció Dean, como si fuera lo importante del evento—. A Daviau, treinta y ocho y, a Radkov, veintitrés.
—Ha huido del campo antes de que dieran los resultados —dijo Seamus tirándose en uno de los sillones más cercanos—. El muy cobarde.
Harry no le contradijo. Principalmente, porque Malfoy se había ganado aquella reputación a pulso durante los siete años anteriores. A pesar de todo, también era cierto que aquel podría haber sido el momento más valiente de su vida. Tal y como había actuado justo antes de responder, tenía la sensación de que sabía qué era lo que iba a decir antes de decirlo. Aun así, había tomado la poción.
Giró la cabeza para mirar a Neville. Se había apoyado en el alféizar de una ventana cercana. Tenía el rostro girado ligeramente hacia los terrenos del castillo y llevaba un cárdigan de punto. Al notarlo, Neville se ruborizó y sonrió levemente. Incómodo. Como intentando no actuar de manera rara y fallando de manera estrepitosa.
Harry apartó los ojos.
—¿Cuál fue el secreto de Radkov? —preguntó, intentando cambiar de tema.
—No consiguió romper la barrera de Daviau, así que ninguno —explicó Dean encogiéndose de hombros.
—¿Creéis que su padre se enterará de esto? —Seamus soltó una risotada ante su propia ocurrencia, echando la cabeza hacia atrás y negando levemente—. Merlín.
Harry se hundió un poco más en su asiento, mordiéndose la lengua para no mandarlos a la mierda.
—Oye —dijo Neville acuclillándose frente a él en un tono bajo, como si no quisiera que los demás le escucharan, y apoyando una de sus manos sobre su rodilla para no perder el equilibrio. Harry miró la mano y apretó los dientes. Quería que la levantara y que dejara de sonreír así. Que dejara de mirarle como si de verdad le importara él o sus sentimientos—, si quieres puedo cambiarte la cama.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, cambiando su postura y obligando, así, a Neville a apartarla.
—Bueno, ya sabes.
—¿Ya sé qué? —Quizá había levantado un poco la voz. Quizá, en realidad, Neville no había sido tan silencioso como había pretendido. Quizá los ojos de Seamus habían caído en el gesto según lo había hecho y Hermione se había tensado tanto como si la rodilla fuera la suya.
Neville se mojó los labios, claramente nervioso.
—Bueno, ya sabes. Por si… —Se encogió de hombros y, durante un instante, Harry se sintió más por él. Solo un segundo. El tiempo suficiente para recordar que Malfoy estaba en una posición muy similar a la que él mismo estaba.
—¿Por si qué? ¿Por si me ataca en mitad de la noche? —Neville se apartó cuando Harry se levantó—. ¿Por si me mira mientras me cambio? ¿Por si me intenta seducir? ¿Por si qué, Neville?
El rubor de sus mejillas había dejado de ser de incomodidad a vergüenza. Abrió los ojos, sintiéndose un poco perdido y se mojó los labios.
—Yo, no…
—Entérate que Malfoy no me ha molestado en lo que va de curso. Y yo no he vuelto a decirte nada.
No se había dado cuenta de lo que había dicho hasta que se dio cuenta del silencio y de las miradas de sus amigos. Respiró hondo y pasó entre ellos para subir las escaleras hasta su habitación. Ignoró la llamada suave de Hermione y cerró la puerta detrás de él.
—Por si te sentías incómodo. —Fue lo último que escuchó antes de cerrar la puerta.
Ron no tardó más de cinco minutos en subir. Y lo hizo solo, sin Hermione. Llamó a la puerta y, a pesar de que también era su cuarto, esperó pacientemente a que Harry le dijera que pasara.
—Eso ha estado fuera de lugar.
Harry lo miró tumbado desde la cama. Ni siquiera se había quitado los zapatos, que ahora descansaban sobre la ropa limpia que habían dejado los elfos domésticos pulcramente doblada sobre su cama. Si Hermione hubiera ido detrás de Ron, habría fruncido el ceño y le habría dado una buena reprimenda.
Como era de esperar, a Ron le dio igual.
—Neville no tiene la culpa.
—Ya lo sé —respondió con cierta desgana.
—Solo está intentando ser un buen amigo…
—Ya…
—¿Sabes? Fue Malfoy el que lo gritó a los cuatro vientos. —Harry apartó las piernas para que Ron pudiera sentarse sobre sus túnicas-ya-no-tan-limpias—. Si quieres comportarte como un idiota con alguien, tienes todo mi apoyo para gritarle a él.
Ron sonrió y Harry le dio una patada floja en los riñones con la punta de sus zapatos.
—Lo tendré en cuenta.
—Oye, si quieres podemos decir que Hermione está embarazada. Ya sabes, para redirigir la atención.
Harry negó con la cabeza, sin poder evitar esbozar una sonrisa en sus labios.
—Te mataría —dijo y Ron sonrió también, sin poder evitarlo—. Da igual. Ya se cansarán…
—Siempre lo hacen, ¿verdad?
Ron tardó un rato en decir nada más. Simplemente se quedó callado un rato, con las manos entrelazadas en su regazo y con el ceño ligeramente fruncido.
—Oye… —giró la cabeza hacia Harry y esbozó una sonrisa floja. Harry le conocía desde hacía el tiempo suficiente como para saber que iba a intentar tener una de esas conversaciones.
—No, Ron, no me gusta Malfoy —le dijo dándole otra patada en el mismo sitio.
—¿Tú estás aseguro? —Harry frunció el ceño sin entender muy bien por qué su amigo sonaba tan esperanzado.
—Ron.
—Seamus está organizando una porra ahí abajo sobre qué es lo que va a pasar —explicó encogiéndose de hombros—. He apostado cinco galeones a que accederías a tener una cita con él.
—Ron, tú no tienes cinco galeones —replicó Harry, ignorando la otra parte.
—Claro, por eso he subido. ¿Me prestas cuatro galeones? Mejor si son los cinco, la verdad.
—No voy a salir con Malfoy, Ron.
Ron le sostuvo la mirada durante un par de segundos sin mudar una expresión seria y, después, soltó una carcajada grave. Casi aliviada. Por un instante, Harry se preguntó si aquella había sido la forma más retorcida que Ron había encontrado para preguntarle si le interesaba Malfoy.
—Tú sabrás, pero Seamus lleva ya cincuenta y tres galeones recolectados. Y mañana va a hablar con el resto de cursos.
—Vosotros sí que sois buenos amigos.
—¿Entonces? Nos podemos repartir el bote, digamos, al cincuenta-cincuenta.
Quizá en otras circunstancias, a Harry no le hubiera importado. Aunque solo fuera para molestar a todos los que estaban apostando. Pero se trataba de Malfoy. Y no solo eso, también estaba el otro tema. La parte que hacía de toda aquella situación completamente estrafalaria.
—Usó la palabra enamorado. —Hizo una mueca—. No usó cuelgue, gusta, enamoriscado, obsesionado, atraído… Usó enamorado. Ron, eso es jodidamente raro.
Jodidamente raro porque Malfoy no le conocía de nada. No habían tenido una conversación, una de verdad, desde el castigo que habían compartido en el Bosque Prohibido a los once años. Uno no podía enamorarse de otra persona sin conocerla. Era absurdo y terriblemente invasivo.
Enamorado.
—Sin posibilidades —añadió al darse cuenta de que Ron estaba esperando—. Sin posibilidades.
De hecho, Harry hizo el propósito de olvidar todo el tema lo antes posible. Así que cuando Ron se levantó para bajar para cenar porque, honestamente, ya era hora, Harry le acompañó. Aguantó estoicamente las miraditas de Lisa y Terry y sus cuchicheos mientras salían de la Torre Oscura. Había algo tranquilizante en tener a sus amigos justo a su espalda y, aunque hubo miradas, nadie se atrevió a salir a su camino para darle su opinión.
A fin de cuentas, era Harry Potter. El Salvador del Mundo Mágico.
También se disculpó con Neville. Porque, en el fondo sabía, la proposición había sido sin malicia y hecha con el único propósito de hacerle sentir más cómodo. Y que no era culpa suya.
Sin embargo, y a pesar de todo, no pudo evitar notar que Malfoy no entró aquella noche en el Gran Comedor. Ni, tampoco, que Parkinson lo hizo cerca del final de la cena, únicamente para llenar un plato con comida y volver a desaparecer con él.
Eran las dos y Malfoy no había vuelto a su cuarto. Los suaves ronquidos de Ron resonaban por toda la habitación y la luz del baño, cuando Harry había salido de él de su pequeña visita nocturna, había iluminado brevemente su cama antes de desaparecer tras la puerta. Las cortinas estaban corridas y la ropa limpia que habían dejado los elfos domésticos aquella mañana sobre sus camas seguía allí, perfectamente doblada. Harry se rascó la nuca y volvió a su cama, intentando enviar al fondo de su cabeza cualquier tipo de preocupación por Malfoy. Malfoy ya era un adulto y sabía tomar sus decisiones (por muy discutibles que fueran, en su mayoría).
Tiró de las sábanas de franela hasta el cuello y metió los brazos debajo, intentando escapar del ambiente frío de la habitación. Había una estufa en el centro de la sala, como la había en el resto de las habitaciones del castillo, pero aun así era febrero y el frío de la noche se colaba por las grandes ventanas enrejadas de la torre.
En realidad no había pensado mucho en que Malfoy no fuera a volver a dormir. A fin de cuentas, bueno, Malfoy les había rehuido todo lo posible hasta el momento. Se acostaba más tarde y, él mismo lo había dicho, se levantaba antes no verlos. Se giró en la cama. Y, bueno, cómo saberlo. Quizá había conseguido otro sitio para dormir. Desde el sofá de la Sala Común de Slytherin (de alguna forma, Harry dudaba que Malfoy se atreviera a echar una cabezadita en la de la Torre Oscura) hasta la cama de algún compañero.
La imagen de Malfoy mandando a Goyle a dormir al sofá mientras le usurpaba él la cama le hizo sonreír. Era tan idiota como para hacer algo así, claro. Y Goyle para seguir sus órdenes.
Se giró hacia el otro lado.
En realidad era fácil saber dónde estaba Malfoy. Lo único único que tenía que hacer era abrir el Mapa del Merodeador y buscar el diminuto punto que iría acompañado de su nombre. Y si Malfoy estaba en Slytherin o usurpándole la cama a Goyle, ya estaba. Cerraría los ojos y no volvería a preocuparse por él.
El mapa estaba en su mochila. Aquel año le había sacado, seguramente, el mejor uso hasta el momento. Lo había usado, sobre todo, para librarse de las aglomeraciones de alumnos. Lo abrió sobre su regazo e iluminó su superficie apergaminada con su varita.
Empezó por lo obvio. Los puntos de sus compañeros en la Torre Oscura estaban quietos, realmente quietos. Pero entre ellos no había ni rastro de Malfoy (aunque tanto Parkinson como Goyle estaban en sus respectivos cuartos), así que Harry se movió por su superficie. Planta por planta, corredor por corredor, incluidos los terrenos más cercanos al castillo.
Malfoy no estaba en ninguna parte.
Harry se mojó los labios, nervioso. Aquello solo dejaba un lugar y Harry no tenía nada claro que Malfoy se hubiera atrevido a entrar ni por todo el oro del mundo.
Movió la varita hasta el séptimo piso, apuntando a la pared donde se encontraba la Sala de Requerimientos. Con un suspiro, sacó otra vez los pies de la cama y los enfundó dentro de sus zapatillas. La bata estaba encima de su baúl y su capa de invisibilidad, dentro.
El camino hasta allí fue largo, pero sin grandes eventos. Caminó con paso rápido, usando muchos de los pasadizos que Percy les había enseñado el primer día de Hogwarts.
La Sala de los Requerimientos había sido destruida durante la Batalla de Hogwarts y, aunque Harry había evitado entrar en ella por motivos obvios, sabía de buena mano que no habían sido capaces de recomponerla. El equipo de limpieza había pasado sobre ella, pero nada más.
Ahora solo era una gran sala vacía y ennegrecida.
Harry empujó la puerta, ahora siempre visible, y dio el primer paso dentro de ella. Dentro hacía un frío de los mil demonios. Era una sala enorme, con paredes altas. Y, efectivamente, estaba vacía. Las paredes estaban ennegrecidas, al igual que el suelo.
Malfoy estaba sentado contra la pared del fondo, con la espalda completamente recostada y las piernas flexionadas. Entre ellas, había apoyada una botella y, a un lado, su varita iluminada. La misma botella que había conseguido como botín de los pasadizos subterráneos del castillo.
Harry dio un par de pasos hacia delante y se detuvo. ¿Para qué había ido hasta allí? ¿Qué iba a decirle?
Se sentía identificado con él, quizá. Con el torneo, la animosidad del colegio. Incluso con todo aquello de estar enamorado de él (que seguía sonando como la cosa más rara del siglo). A él le había gustado Neville y aquello había acabado de manera estrepitosa.
Negó con la cabeza y continuó hasta él. Malfoy, que tenía la vista fija en la botella, la alcanzó y levantó con una de las manos antes de darle un largo trago.
Probablemente, Harry nunca había mirado a Malfoy ni tan de cerca ni tan fijamente. No era guapo, o por lo menos no lo era hablando desde una perspectiva clásica. Tenía un rostro demasiado anguloso, los labios finos, los pómulos altos y una nariz alargada. Además, era del tipo insoportable, lo cual ganaba a cualquier otra cualidad que Malfoy pudiera tener.
Sin embargo, había algo. Probablemente Hermione tenía razón cuando decía que tenía una cosa con salvar a la gente. Porque ahí, con la botella en la mano, el pelo despeinado y aquella mirada, Malfoy parecía absolutamente perdido y desdichado.
Y… no.
Respiró hondo y tiró de la capa hacia atrás, revelándose. Malfoy parpadeó un par de veces, clavando la mirada en sus pies y subiéndola lentamente. Poniéndose más y más verde a medida que subía. Hizo una mueca con sus labios y bajó lentamente la botella.
A Harry no se le pasó, tampoco, que su mano izquierda se deslizó hasta su varita y que sus hombros se tensaron, como si estuviera esperando un ataque. Y bueno, ahí… Ahí Harry no pudo evitar pensar que era simplemente patético.
Se acuclilló frente a él y apoyó sus manos en sus propias rodillas.
—Potter —dijo mojándose los labios. Tenía las pupilas dilatadas y el aliento le olía a whisky.
—¿No se supone que necesitas eso para la próxima prueba?
—Que le den a la siguiente prueba. Que le den al torneo —respondió el con voz pastosa.
Harry alargó la mano para coger la botella. Malfoy reaccionó inmediatamente, poniéndola encima de su cabeza y levantando la varita con la mano izquierda.
—Ni se te ocurra —siseó—. Es mío. Me lo he ganado.
»Y si a lo que vienes es a burlarte, date prisa. No tengo toda la noche.
—Malfoy, no voy a burlarme de ti —dijo rascándose la nuca, sintiéndose bruscamente incómodo y cansado.
—Entonces, ¿a qué ha venido el Gran Harry Potter?
—Quería ver si estabas bien.
—Si estaba bien —repitió, analizándolo con la mirada un tanto bizca—. Como si yo necesitara… Como si te necesitara.
—No…
—Entérate, Potter, que no eres tan especial, ¿vale?
Harry parpadeó, no muy seguro de qué responder. Malfoy seguía apuntándole con la varita, aunque el gesto era menos firme. Como si se le hubiera olvidado que estaba allí.
—Vale —aceptó—. ¿Qué estás haciendo aquí, Malfoy?
—No me estoy escondiendo de ti.
—Bien.
—Bien —reforzó levantando la nariz—. Porque esa prueba era completamente, completamente….
—No fue muy justo, no —aceptó Harry, empezando a notar el frío de la habitación. Malfoy seguía llevando el uniforme deportivo de Hogwarts que consistía, básicamente, en una versión con menos protectores del de Quidditch.
—Bien. Todos de acuerdo, ya te puedes largar. —Malfoy colocó la mano en la que tenía la varita sobre la rodilla de Harry y le dio un fuerte empujón.
Harry cayó de culo con un sufrido «ouch» y Malfoy soltó una risita nerviosa. El suelo estaba frío, pero Harry no se molestó en volverse a levantar.
—No creo que McGonagall te diera eso para que te lo bebieras —volvió a intentarlo—. Y, desde luego, si soy tan poco importante…
—¿Por qué todo tiene que ver contigo siempre?
—No todo tiene siempre que ver conmigo, Malfoy —dijo. Y, casi por pena, añadió—: tú eres el campeón, ¿no?
Él arrugó la nariz y volvió a apoyar la nuca contra la pared.
—Apuesto a que tú ni te presentaste.
Harry se mojó los labios. Quizá estaba haciendo el tonto más absoluto. Perdiendo el tiempo y las horas de sueño. Notó como los ojos de Malfoy bajaban hasta su boca y volvían a subir rápidamente a un punto entre sus cejas y su nariz.
No le estaba mirando a los ojos.
Respiró hondo, bien. Por eso estaba allí. Con el culo en suelo frío e intentando que el jodido Draco Malfoy volviera a su dormitorio.
O quizá a la enfermería.
—No era verdad —murmuró, pasándose una mano nerviosa por la cara y tapándola.
—¿El qué?
—La cosa de que me gustas. No era verdad.
Malfoy apartó la mano para mirarle de la forma más seria de la que era capaz. Pero las mejillas paliduchas, incluso con la poca luz de la sala, le traicionaron. Volvió a mojarse los labios, solo para estar seguro. Malfoy tragó saliva y apartó la mirada de él.
—Seguro. —Quizá debería darle la razón y sonar menos sarcástico. Quizá todo sería más fácil así, pero siempre le había gustado sacar a Malfoy de sus casillas—. Venga, levántate que voy a perder la sensibilidad en el culo.
Para dar ejemplo, Harry se levantó y recogió su capa del suelo. Malfoy le siguió con la mirada, pero no hizo ni el más mínimo esfuerzo de ponerse en pie.
—Sabes que puedo hacer que te levantes.
—Seguro —le imitó Malfoy.
Harry dio un par de pasos, hasta colocarse delante de él, y le agarró del brazo derecho para tirar de él hacia arriba.
—No —protestó Malfoy tirándose de lado, como si fuera un niño pequeño.
—Malfoy…
—No.
—Vale, pues entonces yo ya he terminado aquí. —Harry le soltó y Malfoy frunció el ceño al verle darse la vuelta.
—¡Me levanto si igualas las cosas! —medio chilló. Harry volvió la cabeza hacia él.
—¿Si igualo las cosas?
—Sí. Me levanto si me cuentas un secreto.
Se lo planteó. Sabía que iba a sentirse horrible si se giraba y se marchaba como si nada. Había ido hasta allí por algo, pero… ¿qué contarle? Tenía que ser algo, por lo menos, tan vergonzoso como lo suyo. Y no podía ir con la guerra, no tenía nada claro que eso fuera a funcionar.
—Besé a Neville. En Navidad.
Malfoy frunció el ceño y volvió a sentarse, dejando la botella olvidada.
—¿Y qué pasó? —preguntó. De pronto parecía mucho más sobrio de lo que nunca había estado, más serio. Se había quedado muy quieto, como si estuviera intentando no moverse a propósito.
Consideró la opción de señalar que aquello eran dos secretos. Pero en su lugar se inclinó ligeramente hacia él y le dio un par de golpecitos en el hombro. No supo decir si lo había entendido o no, pero le ofreció la mano y Harry tiró de él para levantarlo.
Solo que, tal y como Harry descubrió cuando levantó la cabeza, ahora Malfoy estaba demasiado cerca. Las pestañas de Malfoy eran rubias y la forma que tenía de mirar sus labios, le dejó sin aliento.
Abrió la boca para decir algo… Había besado a Cho bajo el muérdago. A Ginny porque habían ganado. Neville estaba contra las estrellas. Cerró los ojos porque, no, no había manera de que quisiera inclinarse y besar a Malfoy solo porque tuviera esa expresión pizpireta.
Y no hizo falta, porque lo hizo él.
continuará.