Esta historia participa en el I Fest del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black y está basada e el prompt#82. Ha recibido el inestimable beteo de MrsDarfoy y todos los errores que os podáis encontrar estoy segura de que ella los señaló y yo los ignoré C:
Además, esta historia es mi historia número 100. Quizá haya tardado demasiado en alcanzar esta cantidad de fics, pero el camino ha sido agradable y espero estar por aquí para llegar a los 200. O a los 150, si 200 son demasiados.
En fin, espero que os guste:
BACHELORETTE
(O LA VEZ QUE BLAISE SE INFILTRÓ EN LA DESPEDIDA DE PANSY)
I
La noticia
Blaise no llevaba tres horas en Inglaterra cuando escuchó la noticia de los labios de su madre.
—Ese amigo tuyo va a casarse.
No sabía si iba a quedarse mucho tiempo. En principio, solo era una parada rápida en su viaje. Para ver a su madre —los años empiezan a pesarle y Blaise sospecha que no le durará para siempre— y asegurarse de que sus finanzas —que no dejan de ser las que le permiten mantener su ritmo de vida— estuvieran bien. Así que, meterse en la vida social de Inglaterra, ciertamente, le importaba poco. Especialmente en lo concerniente a las bodas. Blaise había visto desfilar a nueve de los doce hombres con los que su querida madre había enviudado. Suficientes bodas para toda una vida.
Deanna Zabini, sin embargo, era harina de otro costal. El tipo de mujer —y Blaise sabía mucho de mujeres— que se vestía para tomar el té con su hijo. El tipo de mujer que caminaba por el mundo como si no le importara lo que los demás opinaran de ella y, a la vez, cambiando cada detalle de sí misma para encontrar las más favorables.
Así que, en lugar de decir «no me interesa», Blaise dejó la pequeña taza de porcelana blanca y pintada a mano sobre su diminuto platillo a juego —el tipo de taza que disfrutaría tirando contra una pared— y sonrió.
—¿Qué amigo?
Su madre arqueó las cejas y levantó su taza. No respondió hasta que tomó un sorbo breve, con el dedo meñique ridículamente estirado.
—El chico Malfoy, por supuesto. No es como si tuvieras tantos amigos, querido.
—Oh —dijo sin darle mayor importancia al asunto.
—Te llegó una invitación a la boda. Es este domingo, aunque imagino que a esas alturas ya te habrás ido de nuevo.
—Probablemente. —Ignoró su mirada penetrante. La de «vas a volver a dejar a tu pobre madre sola»—. Le mandaré un regalo, no te preocupes.
—A mí nunca me mandas regalos. Hay veces que me paso meses sin tener noticias tuyas.
Blaise procuró no poner los ojos en blanco y disfrutar del momento del té. Con un poco de buena suerte, su madre saltaría a otro tema en menos de lo que tardaba en parpadear.
Con un poco de mala, su madre volvió a abrir la boca.
—Ten hijos para esto —comentó con dramatismo—. En fin, tengo entendido que los Parkinson han tirado la casa por la ventana con la boda. Dicen que va a ser el evento de la década y eso que esta solo acaba de empezar.
—¿Los Parkinson? —repitió notando una sensación extraña en el fondo del estómago. Alargó la mano para coger una de las pastas de vainilla que estaban alineadas en el centro de la mesa y se la metió en la boca, apenas saboreándola.
—Bueno, es tradición que los padres de la novia paguen esas cosas. Lo sabrías si te hubieras molestado en… ¿a dónde vas?
—Necesito hacer una cosa.
—¡Pero si acabas de llegar! ¡Termínate el té…!
II
La confrontación
—Vas a casarte con Pansy —le espetó a Malfoy en cuanto el elfo cerró la puerta tras él.
Blaise nunca había estado, realmente, en el que parecía el despacho de Malfoy hijo. Había asistido a un par de fiestas en la Mansión, pero aquello era como no conocer la casa para nada. Normalmente, se habría detenido a ojear las estanterías y los cuadros. A criticar la calidad de la alfombra. En su lugar, tenía que concentrarse para no sacar su varita y maldecirlo allí mismo. O, mejor, cruzar la estancia y darle un buen puñetazo.
—Vaya, yo también me alegro de verte. ¿Cuánto hace desde la última vez? ¿Cinco, seis años? —Probablemente. Y Malfoy apenas había cambiado. Seguía siendo el mismo chico idiota, alto y delgado con el pelo echado hacia atrás. Estaba a medio metro, con la mano estirada hacia él en un gesto amistoso.
—¡No puedes casarte con ella!
Malfoy arqueó las cejas, pero no parecía que fuera a perder la compostura. En su lugar, retiró la mano y esbozó una sonrisa de medio lado. De esas que siempre ponía cuando se le ocurría una forma de hacer a Potter y a sus amigos, normalmente por extensión, miserables.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
Blaise boqueó.
—¿Cómo que por qué? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Quizá por que no la amas?
—Disculpa, estaba distraído. —Malfoy apoyó su culo huesudo sobre la mesa y se cruzó de brazos—. ¿Me podrías explicar desde cuándo mis sentimientos hacia Pansy son asunto tuyo?
—¡Pansy era mi novia! ¡No puedes…! —Se mordió el labio—. Se supone que los amigos no salen con las novias de sus amigos.
—Sí. Y, si no recuerdo mal, en cuarto curso ella y yo tuvimos una cita. —Malfoy se encogió de hombros.
—Que terminó con ella llorando en el baño y tú enrollándote con un chico francés.
—Aun así cuenta, Blaise —dijo con la barbilla alta, como si hubiese acabado de ganar la pelea.
—Vete a la mierda —le respondió desde lo más hondo de su ser.
Malfoy le estudió durante un largo instante, apenas sin moverse.
—Pansy es una mujer adulta, capaz de tomar sus propias decisiones. Deberías respetarlo. —Se giró sobre sí mismo y movió un par de pergaminos que tenía encima. Cuando volvió a encararle, tenía uno enrollado en la mano—. Aun así, si crees que es un error tan grave… puedes hablar con ella.
Blaise cruzó la estancia de tres zancadas y prácticamente se lo arrancó de la mano. Deslizó la cinta y lo abrió.
«Draco, te robamos a tu futura esposa entre el 6 y el 10 de noviembre. Estaremos en Irlanda, en el castillo de Ballyportry. D».
—Espero verte el domingo.
Blaise cerró la puerta tras de sí de un golpe sordo.
III
El reencuentro
El castillo de Ballyportry, en la oscuridad de la noche, no resultaba tan imponente como podría. O, quizá, no lo hacía porque uno no podía pensar en «castillo» y no compararlo con Hogwarts. Era una torre alta, de piedra, con dos hileras paralelas de ventanas rectangulares. Solo salía luz de las dos más bajas. Rodeando el perímetro, había una muralla que apenas era más alta que Blaise y sobre la que se acumulaba un par de palmos de nieve.
No sabía qué hacía allí. O, más bien, no sabía por qué estaba haciendo tal escándalo de algo así. Pansy se iba a casar. Con Malfoy. No debería molestarle tanto. En aquellos cinco años, Blaise se había acostado con más gente de la que era capaz de recordar. Y sospechaba que ella también.
Pero una cosa era sexo, como sexo. Y otra era casarse con Draco Malfoy.
¿Y qué iba a decirle? ¿No te cases con él?
De pronto no estaba tan seguro de qué estaba haciendo allí. Le había tocado esperar casi dos horas en la Oficina de Regulación de Creación de Trasladores —sin contar la media hora que se pasó discutiendo con el encargado para el que «impedir que el amor de su vida se case con un sodomita» no era motivo suficiente para tomar un traslador urgente. Dos horas en las que su enfado había ido remitiendo y en las que solo quedaba una sensación extraña al fondo de su estómago, de pérdida.
Lo más seguro era darse la vuelta y volver a casa. Levantarse temprano al día siguiente y hacer todas las gestiones que tenía que hacer. Con suerte, se iría ese mismo día. Con mala, el miércoles. Tiempo de sobra como para no saber nada más de Malfoy ni de Pansy.
Aun así, llamó a la puerta.
Aunque había ruido al otro lado —parecía que tenían música instrumental de fondo, así como el suave murmullo de una conversación—, tardaron un momento en abrir. Blaise no conocía a la mujer del otro lado. Tenía un rostro vulgar, con la nariz alargada y los ojos un tanto separados. Marrones. Llevaba un camisón rosa, de satén, y que dejaba entrever tras él un cuerpo un tanto desacorde a un rostro tan aburrido.
—¿Sí? —preguntó con una vocecilla aguda, sujetando la puerta—. Creo... que se ha equivocado. ¿Señor?
Blaise la apartó a un lado para dar un par de pasos dentro del castillo. Tanto el suelo como las paredes eran de piedra y tenían el aspecto de ser antiguos, muy antiguos. El pasillo llevaba hasta una habitación ampliamente iluminada. La misma de la que venían las voces y la música de fondo.
—Estoy buscando a Pansy Parkinson. —La chica frunció el ceño y soltó la puerta, dando un par de pasos hacia él. Llevaba la varita esgrimida en una de sus manos.
—Guarda eso antes de que te vayas a hacer daño —aconsejó.
—¿Zabini? —No se podía decir que Millicent Bulstrode hubiera cambiado mucho en aquellos años. Seguía siendo demasiado robusta como para no destacar entre la multitud, con su media melena oscura y su rostro redondeado. Llevaba un pijama de pana con un estampado de palmeras.
—Bulstrode —saludó inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Lo conoces?
—Sí, Sadie, te presento a Blaise Zabini. Fue conmigo al colegio. ¿Qué estás haciendo…? —Bulstrode puso los ojos en blanco y se encogió de hombros—. Pregunta estúpida, venga, pasa.
El salón era un lugar agradable y pequeño. Unas escaleras de caracol, hechas en piedra, se encontraban en una de las esquinas. Alrededor de una chimenea encendida, había tres sofás de apariencia robusta y una mesita de salón. Pansy, con una copa de vino tinto entre las manos, estaba sentada en uno de ellos, con las piernas estiradas cuan larga era. Llevaba un camisón de encaje y una pequeña bata de verano cuyo diseño recordaba al de un kimono. Nada más verlo, se enderezó un poco e intentó cerrarla para taparse.
—Blaise —dijo, ojos abiertos como platos. Como si acabase de ver a un fantasma.
—Ey, Pans.
En otro de los sofás estaban las dos hermanas Greengrass. Y, en el tercero, otra mujer a la que Blaise no conocía de nada.
—¡Merlín! ¡Blaise! —Daphne se levantó y prácticamente se lanzó contra él, poniéndose de puntillas y rodeándole el cuello con sus brazos pálidos. El camisón blanco y con cuello abierto, lleno de volantes, caía por todas partes. Blaise se separó un paso y le dio un beso sonoro en la mejilla.
—Hola, Daphne. Astoria. —Astoria, que había apoyado los brazos en el respaldo del sofá para mirarlo mejor, sonrió.
—Hola.
—¿Qué haces aquí? —dijo Pansy bruscamente. Había bajado las piernas y tenía el ceño fruncido. Blaise, aún con una mano en la cintura de Daphne, la miró sin saber muy bien qué decirle.
Llevaba el pelo corto, muy corto, con un flequillo largo que caía a un lado de su rostro y que le acentuaba la línea de la mandíbula y los pómulos. Y su cuello. Siempre le había encantado besárselo.
—He oído que te casas. —«Estás guapa». Pansy dejó la copa sobre la mesa con tanto ímpetu que algo de vino acabó manchando la mesa.
—Sí. Sadie, cielo, ¿te importa? —Señaló el vino derramado y la mujer, que se había mantenido a la espalda de Blaise en todo momento, cruzó el salón para limpiar el estropicio—. Mira, Zabini, por mucho que me alegre verte, no puedes quedarte.
»Es una fiesta de chicas.
—A mí no me importa —dijo Bulstrode sentándose y cogiendo una de las copas.
—Tú te callas.
Bulstrode arqueó una ceja y puso los ojos en blanco, aquellas dos nunca se habían llevado especialmente bien. En realidad, no entendía qué hacía una en la despedida de soltera de la otra.
—Por mí que se quede. Siempre y cuando participe en las actividades programadas, claro —añadió Astoria.
—No.
—Estamos hablando de antiguos amantes y novios —continuó Astoria con una risita suave—. Ya sabes, historias picantes.
—Además es una pijamada. —Daphne tiró de su camisón hacia un lado, como para apoyar sus palabras.
—He dicho que no. —Pansy le dio un manotazo a Sadie, quién pegó un respingo.
—Si. Sí. Y cuando dice amantes y novios se refiere a hombres. No valen historias de mujeres —dijo Sadie, poniéndose rápidamente del lado de Pansy.
Blaise se encogió de hombros.
—Hecho. —Sadie parpadeó. La mujer a la que no conocía echó la cabeza hacia atrás y dejó caer una larga y contundente carcajada.
—¿Vino tinto? —ofreció Daphne.
—Vale, vale. Puedes quedarte —aceptó Pansy con resignación—. Pero solo un rato, no puedes quedarte a dormir. No tenemos más camas.
—Puedes quedarte a dormir conmigo, Zabini —ofreció Bulstrode con un brillo raro en sus ojos, malicioso.
—Eres una gorda de mierda.
—No me toques los cojones o pienso asegurarme de que haya una redada el día de tu boda —contrarrestó ella sin apenas levantar la voz. Blaise giró la cabeza hacia Daphne.
—Sí, por favor.
IV
La otra bronca
—Te toca, Zabini. —Pansy volvió a subir las piernas en el sofá, recogidas, y levantó su copa hacia él.
—No sé, así, ¿en frío?
Tras asegurarse de que Blaise tenía un aspecto apropiado para la pijamada —lo que venía siendo en calzoncillos y con una camisa de cuadros que Bulstrode tuvo a bien dejarle—, se habían vuelto a reunir alrededor de la chimenea.
—Soy la novia y elijo a quién le toca.
Blaise había acabado sentado junto a la mujer que no conocía —por lo poco que había hablado con ella, se llamaba Trudy y tenía dos hijos pequeños y un exmarido que la traían loca. En el sofá de al lado estaban las hermanas Greengrass —Astoria le sonrió con cierta lástima— y Bulstrode.
—Puedo contar yo una pequeñita —ofreció Daphne—. Para que se meta en materia.
—Es el turno de Zabini —insistió Pansy.
—Vale. —Vale. Podía ser peor. No era por fardar, pero, a lo largo de los años y de sus viajes, Blaise se había hecho con una buena colección de anécdotas y de historias.
Pansy sonreía, con la barbilla en alto y enseñando ligeramente los dientes. Como si todo aquello estuviera diseñado para burlarse de él. Entonces, recordó de pronto por qué estaba realmente allí.
No estaba para beber vino caro y contar viejas batallitas. Había ido a detener la boda más estúpida de la década.
Y tenía la historia perfecta para hacerlo.
—Vale, vale. Acababa de cumplir diecinueve años y tuvimos aquella aburridísima fiesta que organizó mi madre. ¿Tú te acuerdas, Pans?
—Tu madre es una mujer encantadora que no se merece a un hijo como tú —respondió en un tono aburrido.
—Bueno, pero no sigas su ejemplo o cambiarás más de marido que de bragas.
—Eres un vulgar.
—En fin. La típica fiesta, todos vestidos de blanco. Con el cuarteto de cuerda al fondo y los canapés más pijos que os podáis imaginar.
»Evidentemente, acabé hasta los cojones. Así que convencí a un amigo para salir a dar una vuelta por el Londres muggle.
—Apuesto a que diste una buena vuelta a tu amigo —bromeó Trucy.
—No, en realidad no. Conocía una discoteca. El plan no era otro que beber un poco y bailar hasta que me sangraran los pies o nos echaran. Bien, pues voy un momento a pillar algo para cumplir la primera parte del plan y, cuando vuelvo, me encuentro a este chico sentado en el reservado que habíamos pillado. —Blaise dejó escapar una risa queda y negó con la cabeza—. Os juro que no habían pasado ni cinco minutos. Así que me acerco a decirle que aquel espacio era nuestro y que se tenía que ir, cuando me encuentro a mi amigo allí, de rodillas y… —Se encogió de hombros—. Y mamándosela. A un jodido muggle al que acababa de conocer.
»Y voy y le digo… joder, Draco. ¿Para qué te crees que están los baños?
Trudy, a su lado, echó la cabeza hacia atrás y sueltó una carcajada profunda, salpicando vino por todo su camisón. Bulstrode también se estaba riendo, aunque lo hacía con algo más de discreción.
Pansy estaba lívida.
Con un suspiro melodramático, se levantó.
—No tengo por qué quedarme aquí sentada, viendo como intentáis ridiculizarme. —Aún llevaba la copa en mano, y la batilla se entreabrió dejando ver el escote pronunciado de su camisón. Se encaminó hacia las escaleras, rodeando los sillones, cuando se detuvo—. Por cierto, si esta historia sale de aquí, pienso haceros la vida imposible.
Blaise vio casi a cámara lenta cómo giraba la copa sobre su cabeza y, aunque intentó apartarse, notó el líquido caer sobre su espalda.
—¡Pansy! —gritó.
—No quiero verte mañana —informó.
V
La disculpa
—Te has pasado un huevo —le siseó Daphne en cuanto los pasos de Pansy se perdieron sobre sus cabezas.
—¡Merlín, no te vayas mañana! ¡Por favor! —le pidió Trucy agarrándole del brazo—. Moriré de aburrimiento si lo haces.
—Yo… voy a ir a ver si está bien —dijo Sadie levantándose.
—No, déjalo. Voy yo. —Blaise se levantó, sintiéndose absurdamente responsable de pronto—. Creo que le debo una disculpa, de cualquier forma.
La encontró sentada en el rellano del tercer piso, sobre un banco de madera y forrado de lo que parecía terciopelo azul oscuro. En cuanto lo vio, Pansy se echó a un lado. No había llorado, y Blaise no sabía si aquello era una buena o una mala señal.
Estaba furiosa.
—No sé para qué has venido. —Blaise se sentó a su lado. Sus rodillas se rozaron, pero ella no hizo ningún signo de reconocimiento—. ¿A burlarte? ¿Te parece divertido?
—No te cases con Malfoy, Pans —pidió, derrotado.
—Perdiste el derecho a pedirme eso el día que te marchaste. —De pronto parece cansada, muy cansada—. No es asunto tuyo con quién me case o no.
—Pero él no te quiere.
—Sí me quiere. Y lo sabes. —Se recolocó el batín.
—Pansy, es homosexual.
—¿Te crees que soy estúpida? Ya lo sé, muchas gracias. —Se mordió el labio y cruzó las piernas. Estaba a punto de perder los nervios—. Los Malfoy son una familia importante, a pesar de todo. Una de las sagrada veintiocho.
»No, Blaise, no me mires así. No tienes ni puta idea de nada. Yo… nos han criado para esto. Se supone que es lo que espera mi familia de mí. Merlín, es lo que espero yo de mí misma. Me estoy haciendo mayor.
»¿Sabes cómo se refiere a mí mi tía Berniece? Como «la solterona». La solterona, Blaise.
Giró la cabeza al frente. Tenía los ojos llorosos, como si estuviera a punto de perder los papeles.
—El amor…
—El amor —le cortó— es para niñas pequeñas y para pobres, Zabini. Deberías haber aprendido al menos eso de tu madre.
»Así que, ni necesito amor ni que me humillen. —Pansy se levantó—. Necesito a alguien que me quiera. Que se preocupe genuinamente de mí.
No pudo evitar bufar.
—¿Qué?
—Malfoy solo se quiere a sí mismo.
—Malfoy es la persona que, cuando te marchaste, estuvo encima de mí para asegurarse de que estaba bien. Que cuando se murió mi padre, se encargó de todo para que no tuviera que hacerlo yo o mi madre.
—Pans… —murmuró sorprendido ante la noticia de su padre.
—Draco nunca ha llegado a una cita conmigo borracho y con una rubia colgada del brazo asegurando de que «nunca dijimos que fuésemos exclusivos».
—Eso es un golpe bajo.
—Eso es algo que tú hiciste.
»Lo que necesito… lo que quiero, Blaise, es un lugar que pueda llamar hogar. Hijos, antes de que tenga edad como para ser su abuela en lugar de su madre. Tener a alguien con el que envejecer. —Levantó el dedo índice en cuando Blaise abrió los labios para responderle—. No necesito que esté enamorado de mí, me basta que me quiera lo suficiente como para no cambiar de continente cuando hablamos de compromiso.
Blaise le sostuvo la mirada, aunque era incapaz de articular palabra. Todo aquello era cierto y de poco serviría intentar convencerla de lo contrario. En su momento, había creído que le entendía. Se había equivocado.
—Puedes quedarte, si quieres. Pero deja toda esta mierda de lado.
continuará.