Recordatorio de que MrsDarfoy ha corregido el fic C:
BACHELORETTE
(O LA VEZ QUE BLAISE SE INFILTRÓ EN LA DESPEDIDA DE PANSY)
XI
Las escaleras
Fue Pansy la que inició el beso. Blaise había bajado detrás de ella y, al cerrar la trampilla, se la había encontrado allí. Con sus labios sobre los suyos, el aliento a whisky de fuego y el ramalazo dulzón del vino. Su boca abierta, con la lengua dentro de su boca y sus dedos delgados clavados en sus mejillas.
La rodeó con sus brazos, intentando pegarse lo máximo posible a ella. Pero Pansy separó su rostro del suyo y deslizó sus manos hasta su nuca.
—Te odio —avisó—. Y esto no va a cambiar nada.
Era un experto en el sexo casual. En besar cuerpos que acababa de conocer, en darlo todo y marcharse antes de que el alba llegara. Pansy estaba cerca, tan cerca. Se mojó los labios y asintió, con la garganta seca.
Quizá no fuera suficiente, quizá nunca lo fuera. Pero iba a tener que valer.
Pansy le agarró por la muñeca y se deshizo de su agarre, guiándolo escaleras abajo. Estaba más delgada que la última vez que se habían acostado. No mucho más. Lo suficiente como para que los omoplatos se le marcaran a cada paso que daba bajo la fina tela de la camiseta que llevaba y que el culo se le hubiera quedado algo más plano. Las piernas delgaduchas y el cuello largo, con aquel estúpido corte coronándolo.
Pansy giró la cabeza, como para asegurarse de que seguía allí, y sonrió de medio lado. Una promesa callada. Tiró de ella y la empujó contra una de las paredes. Acarició su cintura, bajando la mano lentamente hasta llegar a su culo. La besó con furia, apretando sus labios fríos contra los suyos.
—A la habitación —murmuró ella sin apenas separarse. Con una de sus manos alrededor de su cuello y la otra acariciando su pecho—. No quiero…
La miró. Podía llevarla en volandas. No debía pesar más que una pulga. A Pansy siempre le habían gustado aquellas cosas, siempre había dicho que la hacían sentir como una si fuera una princesa.
Pansy puso los ojos en blanco y lo empujó para volver a guiarlo tirando de su brazo, impaciente. Se dejó llevar hasta el dormitorio y que le empujara sobre la cama. Era como la de Millicent, demasiado grande, demasiado blanca y con cuatro postes de madera coronándola.
Cerró la pesada puerta de madera con un giro de muñeca y se quitó las plataformas sin sentarse, tirándolas a un rincón de la habitación.
—Los jodidos muggles están locos —declaró, dejando su varita sobre un banco en el que había algo de ropa doblada—. Y Daphne es un coñazo organizando fiestas.
—Me he tirado a muggles. —Pansy no lo miró inmediatamente. Se quitó la camiseta y la dejó caer al suelo. Debajo no llevaba nada. Sus pechos eran pálidos y de pezones sonrosados, algo más pequeños de lo que recordaba y algo más caídos.
Blaise tiró del ridículo vestido hacia arriba.
—No me importa. Cállate —replicó ella acercándose—. Y déjatelo puesto.
Intentó levantarse para besarla de nuevo, pero ella mantuvo la distancia con el brazo estirado y, en su lugar se agachó frente a él. La simple idea de ella allí, con su boca cálida alrededor de su polla hizo que se le quedara la boca seca. Volvió a dejarse caer sobre la cama, apoyado sobre sus antebrazos para verla mejor. La mano de Pansy sobre su muslo desnudo, subiendo hacia su entrepierna. Su sonrisa ebria y pizpireta, la proximidad.
Las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, todo el tiempo perdido en el que ella podría haber estado allí. Entre sus piernas. Todo el tiempo en el que él podría haber estado entre las suyas. Los besos, las confesiones. Las vivencias. Todo lo perdido.
No supo si era la culpa, el whisky o el vino lo que le hizo decirlo. Ella se detuvo y le miró. Pálida, con las pupilas completamente contraídas con horror y una mano deslizándose debajo de sus calzoncillos.
—Mierda —jadeó apartando la mano como si quemara y pegándola contra su pecho—. Mierda.
—Pans…
—No, no me toques. —Apartó su mano extendida hacia ella de un manotazo—. No. Me. Toques.
Se levantó, intentando taparse con las manos los pechos desnudos. Pero tampoco se movió, solo se quedó allí con el rostro desencajado y los ojos llenos de lágrimas.
—¿Por qué?
—¿Por qué te quiero?
—No digas eso —pidió sentándose a su lado, manteniendo cierta distancia y con las manos clavadas alrededor de su pecho. Blaise se colocó el paquete palpitante y se arregló el vestido en un intento de mantener cierta normalidad a la situación. Estaba caliente y lo único que quería era tirarse encima de ella y besarla. El pecho le dolía y la cabeza le zumbaba por todo el alcohol que había ingerido a lo largo del día—. ¿Por qué tenías que volver, joder? ¿Por qué ahora?
Se dejó caer de espaldas. Blaise se tumbó junto a ella, con las manos apoyadas sobre su abdomen y el rostro girado hacia ella.
—Me siento tan sola —añadió cuando se dio cuenta de que Blaise no iba a responder, girándose hacia él. De lado—. Y esto es tan patético.
Quería alargar la mano y acariciarle la mejilla. Decirle que todo iba a estar bien. La conocía lo suficiente como para saber que, si lo hacía, quizá tendría que correr a San Mungo para que le volvieran a poner la mano en su sitio.
—Me caso el domingo y la única persona que está aquí porque quiere eres tú.
—Daphne y Ast…
—Son mis jodidas primas, no cuentan. —Se tapó el rostro con una de sus manos—. Hasta la gorda de Millicent tiene más amigos que yo.
»Y un novio que de verdad quiere follársela.
Intentó no reírse. De verdad. El dolor con el que lo dijo Pansy, como si aquello fuera lo más horrible de todo, el que Bulstrode le hubiera ganado en algo. Le golpeó el pecho con la mano abierta y Blaise se dobló sobre sí mismo.
—Bruta —farfulló girándose hacia ella—. ¿Con quién está saliendo Bulstrode? Dime que es Goyle. Por favor, dime que es Goyle.
—Con Macmillan. ¿Sabes? No me habría importado tirarme a Macmillan.
—A mí tampoco.
Pansy abrió un ojo.
—Eres incorregible. —Pero estaba sonriendo. Triste, sí, y con las lágrimas a punto de escaparse de sus ojos, pero sonriendo.
—Deberías arreglarte con Tracey.
—Vete a la mierda. —Se giró para volver a acabar bocarriba—. Me dijo que era una interesada. Ella. Ella. La señora de Ewen Mac Neachtain, el viejo más rico de toda Escocia. Pedazo puta.
—Me acuerdo de cuando se casaron.
—Daba arcadas. Y yo sonreí y aplaudí y le arreglé el jodido maquillaje cuando la gorda de su prima lo jodió. ¿No puede alegrarse ahora por mí?
—Ewen no es tan mayor.
—Podría ser su abuelo.
Baise no la contradijo. En parte, porque tenía razón. Pansy volvió a maldecir apretando los labios.
—¿Puedo abrazarte? —preguntó.
—No me voy a casar con él por su oro. Lo sabes, ¿verdad? —ignoró su pregunta—. Yo tengo mi propio oro. Y estoy haciendo un trabajo estupendo en hacer que mis arcas crezcan.
»Cuando te fuiste… —continuó sin que Blaise tuviera que intervenir—, él me dijo aquello. Ya sabes, como si fuera una de las radionovelas que tanto le gustan a Astoria. Algo así como: «si cuando cumplamos treinta años ninguno de los dos tiene pareja, podríamos casarnos».
»Entonces yo cumplí treinta. Y él cumplió treinta. Y yo… —Se pasó la mano por la cara, para cortar el trayecto de las lágrimas caer bajo sus mejillas—. Y yo le miré y le dije: ¿te propondrías? Y él, te juro que pensé que se iba a reír de mí, pero de se agachó. Y… yo…
—Eres una mujer madura y capaz de tomar tus propias decisiones —dijo, repitiendo de alguna forma las palabras de Malfoy.
—Merlín, odio a mi tía Berniece. —Volvió a taparse el rostro con las manos y Blaise no lo soportó más. Rodeó su cintura con una de sus manos y apoyó su rostro en su cuello, intentando consolarla.
—Tengo un hijo. —Pansy giró la cabeza bruscamente hacia él. Estaban tan cerca que, si alguno de los dos quisiera, lo único que tendría que hacer es alargar la cabeza para poder besarse. Las lágrimas seguían deslizándose por su rostro—. Tiene dos años y vive en México. Podría no haberme enterado nunca… No tenía pensado volver por allí. Me acosté con su madre una vez hace casi tres años y no había vuelto a oír nada de ella. Me la encontré de casualidad.
»Por eso he vuelto. Para asegurarme de que si algo me pasa a mí, bueno… He intentado convencerla de que se mude a Inglaterra. De que mi madre la cuidará.
—Tu madre es una zorra.
Blaise sonrió.
—No lo va a hacer, claro.
—¿Qué nos ha pasado? —preguntó Pansy en voz baja—. Parecía que todo iba a salir bien. Que el mundo había sido hecho para nosotros.
—Tú intentaste entregar a Harry Potter al Señor Oscuro. Yo huí del país porque no sabía cómo decirte que no me iba a casar contigo.
Pansy rio débilmente. Blaise, no.
—¿Cómo se llama?
—Mateo.
—Esto sigue sin cambiar nada —advirtió al cabo de un instante.
—Lo sé.
Pansy se giró una última vez y colocó su brazo sobre sus hombros.
XII
El día después
—El desaparecido —le saludó Bulstrode a la mañana siguiente, cruzándose de brazos sobre el pecho—. Ya iba a llamar a la patrulla mágica por rapto de novia.
—No seas ridícula —respondió Blaise sentándose. Aún llevaba el dichoso vestido de lentejuelas de la noche anterior.
—No soy ridícula, pero he perdido diez galeones contra Trudy y quería quejarme. En fin, ¿dónde os metisteis anoche? Parkison no ha soltado prenda…
—Café —pidió. Bulstrode puso los ojos en blanco y se levantó para conseguirle uno—. ¿Dónde están las demás?
—Baños —dijo señalando hacia abajo.
—¿Y tú…?
—Iba a partirle la cara a Parkinson si iba. Así que hice uso del maldito curso de control de la ira contra testigos tocapelotas que Robards se empeña que hagamos cada año.
»No te creas que el café es porque seas un tío y lo hayas pedido —añadió dejándolo frente a él—. Es que te quiero receptivo para cuando me cuentes si os habéis acostado. Y quiero detalles.
»Y no me mires con esa carita de no haber roto un plato en tu vida.
—Hablamos.
—Venga ya.
—No, en serio. Creo que… estamos bien.
Bulstrode hizo una mueca, decepcionada.
XIII
El futuro
—Repíteme por qué estamos haciendo esto.
—Repíteme cómo es posible que tu madre se haya casado doce veces y no sepas nada de nuestras tradiciones.
—Once —corrigió Blaise.
—Doce. Es uno de mis casos abiertos —contradijo Bulstrode sin parpadear—. La dama de honor de la novia le lee el futuro para asegurarse de que va a ser una unión feliz y llena de vástagos.
»Terriblemente machista, si me permites la observación.
Blaise puso los ojos en blanco y se encogió de hombros. Estaban en el salón, de nuevo. Daphne se había sentado en el suelo, sobre unos almohadones, y había preparado la mesa con diversas técnicas de adivinación. La bola de cristal, la taza y los posos del té. Las cartas del tarot, una copia del firmamento.
Pansy estaba frente a ella, con los brazos cruzados y movimiento una de las piernas de manera compulsiva. También estaba en el suelo. Los demás… los demás se encontraban viéndolo todo, sentados en los sofás.
—Empecemos. —Daphne alcanzó la taza llena de té y se la ofreció a Pansy.
Lo bebió de un trago y lo dejó frente a ella con un golpe sordo.
—Tienes que darle la vuelta sobre el platillo —informó Daphne levantando la cabeza de un viejo manual de adivinación. Blaise no necesitaba mirar a Pansy a la cara para saber la mueca exacta que había hecho. Giró la taza sobre el plato y lo empujó con un dedo hasta Daphne—. Vale. Ahora se supone que tengo que darle la vuelta y leerlo.
Daphne giró la taza con cuidado e, inmediatamente, frunció el ceño.
—¿No se supone que deben de salir figuras? —Trudy se rio por lo bajo.
—En mi despedida se olvidaron de leerme que mi marido era un cerdo.
—Se supone que tienes que darle un poco a la imaginación, Daphne.
—Genial. Bien. Pues… veo la taza bastante blanca. Esa es buena señal. Y… hay como una especie de… ¿abanico? Eso quiere decir… —Consultó el volumen.
—Ay, déjame a mí. —Astoria cruzó la estancia y se sentó al lado de su hermana, levantando el cuello para mirar por encima de su hombro el interior de la taza—. A mí eso me parece más una estrella. Símbolo claro de que vas a entrar en un periodo positivo en tu vida.
—¿La estrella no indica, más bien, para cosas de negocios?
—Sadie, no te metas —la cortó Pansy girando la cabeza hacia ella. Sus ojos se clavaron un momento en Blaise y las mejillas se le ruborizaron—. Éxito en mi matrimonio, sigue.
—Esto parece un edificio —dijo Daphne señalando dentro de la taza—. ¿No?
—El edificio indica que vas a tener una etapa de cambios en tu vida.
—¿Y qué más? —preguntó devolviendo su atención a su suerte.
—Nada más. Periodo de cambios. Prosperidad.
—Y blanco, lo que indica un futuro positivo —añadió Astoria.
—Pues vaya cosa.
—La taseografía no es un arte exacto —se excusó Daphne dejando de nuevo la taza sobre la mesa—. Pero con el resto de métodos, podremos hacer un mapa bastante exacto de lo que será tu futuro con Draco.
—¿A qué estás esperando? Pasa al siguiente.
De pronto, Blaise se encontró enfermo. No había nada más que pudiera hacer, no después de la noche anterior. Y si aquello no era suficiente… Pansy iba a casarse con Malfoy.
—Blaise, ¿a dónde vas? —le chistó Bulstrode.
—Yo… —Se giró hacia ellas. Pansy había vuelto a girarse hacia él y tenía el ceño fruncido—. Felicidades por la boda. Tengo que irme… os deseo lo mejor. Os mandaré un regalo. Cuidaos.
Y, sin decir más, se desapareció.
XIV
El Departamento de Regulación de Viajes con Trasladores
La primera vez que se marchó, cinco años atrás, lo hizo exactamente esperando en el mismo sitio. Porque, no, «estoy huyendo del Amor de mi Vida» no resultó una emergencia creíble la primera vez. Y tampoco la segunda.
En la solicitud había escrito «Centro de Traslaciones Transatlánticas. México». La sala estaba tan repleta de magos que Blaise tenía la sensación de que se iba a poner a gritar en cualquier momento de pura impaciencia.
Visitaría a su hijo. Quizá Carlota le dejaría quedarse con ellos unos días. Le daría los papeles en los que lo reconocían como heredero suyo —cuando le dijo que pensaba hacerlo, ella le había mirado con una mezcla de esperanza y burla. Como si no acabara de creérselo.
Solo había visto a Pansy durante dos días. Si acaso. Pero el corazón le latía con fuerza, exactamente como la primera vez. Sabía que al principio no se daría ni cuenta. Los días pasarían rápido, la novedad. Estaba seguro que el pequeño Mateo le distraería. Pero entonces pasaría algo, algo increíble y querría contárselo.
Y sería entonces, entonces, cuando su corazón se pararía.
La primera vez lo superó gracias a tres días de juerga continua. Aunque, si algo le había demostrado la vuelta a Inglaterra, Pansy nunca había salido de su cabeza. Quizá nunca lo haría.
Quizá debería besar a Carlota cuando la viera. Explicarle que nunca, bajo ningún concepto, se casaría con ella. Pero que, si quería, podían follar. Y, quizá, tener una relación.
Joder, Pansy.
Se frotó con el dorso de la mano, intentando pensar en otra cosa.
—Blaise.
XV
El fin
—¿Ibas a volverte a ir sin decir adiós? —Pansy.
Bajó la mano, lo suficiente como para verla allí, en medio de la sala de espera. Llevaba una túnica color blanco roto. O, quizá, sería más apropiado decir que llevaba un vestido de novia. Con un escote pronunciado y una falda tupida que sujetaba entre sus brazos mostrando sus piernas flacas. Iba descalza y atraía las miradas de todas las personas de la sala.
Estaba ridícula.
Todo lo que quería hacer Blaise era cruzar la sala y besarla delante de todos aquellos desconocidos.
Y, a la vez, correr en la dirección contraria.
En su lugar, apoyó una mano sobre su rodilla y sonrió.
—Esta vez me he despedido.
—«Os mandaré un regalo» es la despedida más horrible que nunca nadie ha utilizado.
Caminó hasta él y se dejó caer a su lado, soltando los faldones en el proceso.
—¿Qué haces aquí, Pans?
—No lo sé. Déjame. —Tiró de la solicitud de Blaise y este la soltó, sin ganas de pelear. Sabía de sobra que Pansy era capaz de romperla allí mismo, delante de todos, con tal de hacerle esperar más. En su lugar, la colocó frente a ella y la leyó—. México. ¿Fue allí a dónde fuiste la primera vez?
—No, empecé por Canadá y terminé en Chile.
—¿A ver al pequeño Zabini? —preguntó tendiéndole de vuelta el pergamino.
—¿Qué haces aquí? —repitió poniendo una de sus manos sobre su rodilla. Pansy se inclinó ligeramente sobre él. La conocía lo suficiente como para saber lo que quería, así que cambió de objetivo y le rodeó los hombros.
—Daphne quería culminar la reunión conmigo probándome el vestido.
Quizá fuera el momento para decir «te queda muy bien», pero sabía que las palabras jamás pasarían por su garganta, así que ni lo intentó. Odiaba que se hubiera puesto el vestido. Odiaba que hubiera algo en ella que resplandeciera con él puesto.
—¿Y?
—Mi madre lloró cuando me vio con él puesto la primera vez. A mí se me cerraba el estómago como en un puño cada vez que tenía que ponérmelo. —Y cerró su mano, como para probar lo que diciendo—. Merlín, Draco va a odiarme.
Se tapó la cara con una de sus manos y suspiró. Blaise no dijo nada porque, realmente, no tenía nada que decir. Así que simplemente intentó reconfortarla colocando una mano sobre su espalda.
—Era como ver a una extraña. Estaban todas tan emocionadas… y yo tan furiosa contigo.
»¿No podías haber esperado una semana?
—¿Una semana habría cambiado algo? —preguntó. A sabiendas de que se habría presentado igualmente en la Mansión Malfoy. Aunque, probablemente, le habría gritado que era una estúpida en lugar de decidir que lo mejor era quedarse en su despedida de soltera.
—Sí. No. No lo sé. —Se separó de él y le dio un manotazo en el hombro—. ¡Idiota, no puedes decirle a una mujer que está a punto de casarse que la quieres!
Varias cabezas se giraron hacia ellos.
»Especialmente si sabes que ella puede sentir lo mismo por ti. —Se mordió el labio, derrotada, y apoyó los codos en sus rodillas.
—¿Me quieres?
—No. Te odio. Por marcharte y por volver y esperar que nada hubiera cambiado.
Blaise no apoyó la mano en su espalda de nuevo.
—¿Y ahora qué?
—¿Ahora qué de qué?
—¿Qué vas a hacer ahora?
Se apartó el pelo de la cara e incorporó para mirarlo mejor.
—Sadie se aseguró de que en mi agenda no había ninguna reunión hasta dentro de diez días.
Las piezas tardaron un momento en encajar. Pansy…
—¿Quieres venir conmigo? —preguntó porque, realmente, no podía ser eso.
—Si eso no supone a su majestad un grave infortunio.
—No me voy a casar contigo —avisó. Porque no creía que ninguno de los dos fuera a superar una segunda ruptura.
—Me quedó claro la primera vez que huiste. —Se encogió de hombros—. Tampoco te lo estoy pidiendo, solo para que te quede claro.
»Mis planes no van más allá de pasar diez días contigo, Blaise.
—Genial.
—Genial, ¿genial? Merlín, Zabini. Podrías ser un poco más efusivo. Acabo de dejar al hombre de mi vida para irme contigo a vete tú saber qué lugar alejado de la mano de la civilización.
—La capital debe de tener tantos habitantes como Londres.
—No me vengas con tus chorradas de hombre cosmopolita. Quiero un beso. Me merezco un beso.
Blaise alargó los brazos para detener el acercamiento de Pansy.
—De ninguna manera mientras lleves ese vestido.
—¡Yo te besé cuando tú llevabas un vestido de novia!
—¡Es aterrador! —se disculpó deslizándose a un lado y levantándose.
—¡Zabini!
fin.