Aquí vengo con un nuevo fic que, la verdad, salió de la nada porque quería empezar una nueva historia y al parecer no tenía bastante con Memories Never Die y con De Armas Tomar. :') Os aseguro desde ya que este fic va a ser algo nuevo, porque es una constante batalla humorística y sexual entre los dos, van a haber muchos puntazos y estoy segura de que me lo voy a pasar genial escribiendolo. Esto no quiere decir que no tenga inspiración con mis otros fics ni nada por el estilo, ha sido obra del arte total JAJAAJJAA. Obviamente habrá sexo, de eso va el fic. Y los rasgos generales son.

-Alexis no está previsto que exista, y dudo que salga. xD

-Martha aparecerá y tendrá mucho que ver.

-Kate quiere ser policía y ascender a Detective, como bien explico en el capítulo pero sus padres le han pagado un buen apartamento y se siente fuera de lugar. Ya lo entenderéis.

-La relación va a ser totalmente de amor/odio. Algo que dará mucho juego JAJAJAJA.

-Kate tiene 22 y Rick 27.

-Rick es ya escritor famoso pero necesita algo nuevo que publicar para poder seguir siendolo... *carita de luna*

-Celos a montón.

-Sexo a montón.

Y bueno, espero que lo disfrutéis al igual que lo haré yo. Esto es una alternativa ahora que ha terminado la serie. Es mi forma de dejar claro que para mi no lo ha hecho.

Besos! Y siendo el primer capi, dejad opinión pls :(


Capítulo 1. "¿Quién dijo que vivir sola fuese fácil?

Las letras de su libreta se habían convertido en líneas borrosas debajo de sus ojos hacía ya varias horas y todavía estaba intentando esforzarse por comprenderlas, aunque solo fuese la mitad de ellas. El examen estaba lo suficientemente cerca como para preocuparse de saber todo lo necesario en poco tiempo.

"Principales artículos de Derecho aplicados a la policía."

Observó con detención su propia caligrafía, además del subrayador fosforescente que daba brillo a la oración y la diferenciaba como el primer apartado de todo el temario. Era increíble la cantidad de información que debía retener su cabeza en un periodo de tiempo tan escaso. Y si al menos se tratase de información interesante como podía ser la orientada hacia criminología o anatomía, la tarea de estudiar podía llegar a ser más sostenible. Sin embargo después de cuatro horas seguidas mirando fijamente una página llena de apuntes de todo tipo, su cerebro había decidido desconectar por su cuenta y dejarla tirada.

Lo peor de prepararse el examen de servicio civil era el no tener tutores, sino tu propia destreza a la hora de investigar qué ámbitos han de prepararse antes del control y realizar la búsqueda por cuenta ajena. La Academia de Policía de Nueva York solo concertaba el día del reconocimiento escrito y tal vez podía facilitar algunas de esas materias que todos los futuros reclutas debían saber si querían aprobar. Por esa misma razón se había pasado los últimos meses atosigando a su padre para que le echase un cable, teniendo en cuenta que se trataba de un prestigioso abogado, al igual que su madre, y sus contactos con la policía neoyorquina podrían servirle.

Se levantó de su silla giratoria de escritorio, harta de la incómoda postura en la que había estado sometida esas horas y al hacerlo, su espalda se arqueó, haciendo encajar cada hueso en su correspondiente lugar y proporcionándole un placentero alivio óseo. Los rayos de sol procedentes del atardecer inundaban cada rincón de su apartamento, dándole ese toque anaranjado y a la vez precioso que tanto le gustaba. Siempre era a la misma hora, como si se tratase de un ritual. Ella sabía que la tarde terminaría dentro de poco cuando eso sucedía. Cuando la luz natural iba atenuándose y el efecto era favorable dentro de su piso de estudiante. Un piso que le habían regalado sus padres al cumplir los veintiuno y tras haber decidido anteriormente ella su independencia.

Al principio se había mostrado sorprendida, alegre eufórica por comenzar a vivir sola, alejada de todos y sin tener que preocuparse nunca de si hacía demasiado ruido por las noches al llegar de una fiesta, de si dormía demasiado, de si alguien estaba en casa al llevar a algún chico… Sin embargo, ahora echaba de menos los pequeños detalles que antes no había sido capaz de apreciar viviendo con ellos. El hecho de despertar cada mañana y tener un buen desayuno sobre la mesa, el tener siempre su ropa lavada y planchada guardada en su armario, el no tener que preocuparse de limpiar, y ya no solo las tareas del hogar, sino el verles más a menudo, el poder darles besos cuando quisiese sin la necesidad de conducir varias manzanas con su Harley para pasar un rato en su compañía.

Sí, ella estaba contenta con su apartamento en Tribeca. Era un apartamento amplio, situado en una buena zona de la ciudad a la que amaba y con unas vistas impresionantes de la civilización a sus pies. No obstante la idea de estar alejados de ellos de esa forma comenzaba a entristecerle. Además de que las personas de ese edificio le recordaban constantemente que ella no pertenecía del todo a ese mundo, sino que había tenido suerte en la vida y sus padres habían podido pagarle semejante lujo de apartamento. No era algo que los propios inquilinos se atreviesen a decirle a la cara, sino que algo que veía reflejado en sus expresiones cada vez que pasaban por su lado y la miraban por encima del hombro. La forma en la que estaba apartada de ellos, cosa que tampoco le importaba mucho, pero a fin de cuentas le resultaba incómodo. En aquel edificio moderno de grandes dimensiones solo vivían personas pertenecientes al mundo de la fama como eran actores, actrices, pintores bohemios o músicos comenzando una carrera que según los medios, llegaría alto. Por suerte no todo el mundo era igual, aunque en un edificio de más de diez pisos, alguien considerable debía de existir en medio de toda la calaña maquillada con purpurina.

Rodó los ojos apoyada en el enorme cristal que iba del suelo al techo y al que ella llamaba ventana. Esa misma mañana una "actriz debutante en Brodaway" a la que había catalogado desde el primer momento como la típica persona que estudiaba artes escénicas, conseguía un papel en una obra medianamente común y ya por eso se consideraba mejor que el resto, había pasado por su lado y le había dado un ligero empujón con el hombro. Ella, incapaz de resistir su genio mordaz y su carácter expresivo, la había detenido agarrándola por el codo y mirándola a los ojos le había dejado claro que no pasaría ni un gesto más de desprecio y que no le importaba usar su mano contra su cara si hacía falta. Después, le había dedicado una sonrisa inocente y había seguido su camino con sus libros entre los brazos y la mochila colgando de su hombro.

Podía tener solo veintidós años, pero su semblante maduro junto a su imponente físico, siempre conseguía que los demás pensasen en ella como una joven que rondaba los veintiséis. Y, a pesar de su edad, nunca permitiría que nadie se riese de ella de esa forma. Su forma de ser era así, dura, independiente, introvertida y precavida. Sus amigos sabían cómo era y la adoraban. Ellos y la gran mayoría de las personas con las que se había cruzado en su antiguo instituto. Kate Beckett siempre había estado en boca de todos por seguir sus propias reglas y no dejar que nadie le impusiese otras. Tenía carisma y eso era lo que atraía. Eso y su gusto general por los líos, las cosas ilegales, las fiestas a lo grande y todo lo que conllevaba tanto el instituto como la universidad.

Sonrió, todavía apoyada en el ventanal que le proporcionaban unas vistas geniales de Central Park, recordando su mote y cómo fue difundiéndose hasta hacerse viral y que ya nadie recordase que su verdadero nombre era Kate, y no K-Bex, como la habían bautizado. Esa época había sido una de las mejores, sobre todo por la cantidad de chicos con los que había ligado debido a su fama de "popular". No estaba nada mal, pensó cabeceando. En cambio, ahora era la aspirante a policía Katherine Beckett y nada más que eso. Solo tenía que superar el examen de servicio civil y a continuación comenzaría a entrenarse físicamente en la Academia.

Escuchó el sonido ahogado de su móvil en alguna parte del salón. ¿Dónde? Eso era lo que debía averiguar si quería responder. Se deslizó con cuidado sobre el parqué, intentando que sus calcetines no resbalasen más de la cuenta y terminase cayendo de bruces contra el suelo y no sería la primera vez. La melodía de "I Was Made For Loving You Baby" de Kiss iba incrementando a medida que la canción transcurría. Dio gracias a que había elegido una canción así de potente, puesto que siempre que perdía su iPhone, solo bastaba una llamada para encontrarlo.

-¿Mamá?-inquirió una vez lo hubo encontrado aprisionado entre dos cojines de su sofá. Era extraño que su madre le llamase a esas horas, aunque no fuese tarde, porque solía salir de su bufete sobre las ocho de la tarde y aún eran las siete.

-Cariño, ¿qué tal vas con las leyes?-la voz cantarina de su madre le hizo sonreír. Si la estaba llamando era porque no tenía mucho trabajo con el que entretenerse, ya que de normal, sus llamadas eran de nueve y media de la noche en adelante, al igual que las de su padre.

-Fatal, no entiendo nada.-se quejó la chica. Agradeció la suavidad de su sofá a la hora de dejarse caer en él. Le gustaba la forma en la que se adhería a su figura y lo cómoda que se sentía cada vez que echaba una siestecita o solo se sentaba a ver la televisión.-Llevo cuatro horas intentando aprenderme algo y es que es imposible.

Miró de reojo la mesa de cristal en medio del salón, repleta de libros, libretas, bolígrafos, subrayadores y hojas sacadas de internet. Más bien parecía la oficina de un empresario importante, que la mesa de estudio de una joven estudiante. Era gracioso, porque en comparación con el resto de su casa, esa mesa estaba hecha un completo desastre y en lo que respecta a las habitaciones del apartamento, no había nada fuera de su lugar.

-Sabes que siempre puedo echarte una mano…-sugirió su madre, y a juzgar por la manera en la que había pronunciado las palabras, estaba sonriendo.

-Mañana iré a casa y me explicas mejor los reglamentos sobre el ciudadano y estas cosas tan raras que influyen en el día a día de la policía.-lanzó un profundo suspiro al aire. Incluso mencionar en voz alta la teoría le resultaba pesado. Y pensar que en su día la opción de convertirse en una abogada al igual que lo eran sus padres había resultado una idea considerable… Ahora que sabía con exactitud el trabajo tan duro que eso suponía, solo escuchar la profesión le revolvía el estómago. No sabía de dónde habían sacado las fuerzas sus padres para terminar la carrera y encima conseguir un puesto de trabajo elitista.

-Te noto un poco agobiada.-bromeó su madre al otro lado del auricular. Detrás de ella no se escuchaba nada más que un silencio pausado y tranquilo. Eso era lo bueno de tener tu propio despacho, la libertad de hacer lo que quisieses sin que nadie estuviese mirando.

-¿Un poco, solo?

Apenas llevaba estudiando unas semanas y ya había conseguido hacerse con una porción del examen. Dominaba el campo de ciencias sociales, dentro de lo posible, y de materias técnico-científicas, pero quedaban pendientes ciencias jurídicas y una pequeña parte referida a la sanidad. Como futura policía, debía manejarse bien en los primeros auxilios, anatomía y demás. Cosas en las que profundizaría también en la Academia, pero claro, para eso necesitaba aprobar el dichoso examen.

-Ya sabes que lo mejor para estudiar es hacer descansos para no fatigarse.-Kate puso los ojos en blanco por segunda vez en esa tarde. Sabía que esos consejos eran solo por su bien, pero los llevaba escuchando desde que había entrado al instituto y sabía a la perfección cual era el mejor método de estudio. Tanto ella como su padre se habían encargado de inculcárselo siempre.

-Lo sé, por eso estoy haciendo una pausa.-sintió cómo el centro de gravedad del sofá le atraía con fuerza y cómo su cuerpo no podía separarse de él. Conocía tan bien esa sensación, que supo que en breves minutos comenzaría a bostezar y restregarse los sueños por el cansancio acumulado. Esas eran las consecuencias de pasar día y noche pegada a una libreta y a varios libros de distinta temática cada uno. Por suerte no tenía que estudiar en la universidad también o algo parecido, solo tenía su casa dónde estaba más que tranquila. Sobre todo ahora que su vecino el señor Sanders se había mudado por problemas de salud y todo el rellano pertenecía solo a ella. Hasta que alguien más habitase la casa contigua a la suya, por supuesto.

Mejor estar sola, que soportar a gente estúpida cada vez que entrase o saliese por la puerta. No necesitaba más conflictos vecinales, y menos con actrices sin dos dedos de frente. Apretó la mandíbula, totalmente sumida en sus pensamientos e ignorando la retahíla de palabras que estaba diciéndole su madre. Cómo odiaba a la mujer que la había golpeado esa mañana. Ojalá le hubiese propinado un buen bofetón solo por verla gritar despavorida acerca de su cara y de que ya no podría actuar por el rasguño que le hubiese producido. Por milésima vez, deseó que alguien les diese una lección a esos pijos que no sabían nada de la vida real.

-Por lo menos no hay nadie que te moleste ahora que tu vecino no está.

-Ya, bueno.-musitó con los ojos cerrados.

Había sido inevitable encontrar esa postura tan cómoda, y las consecuencias no eran ni más ni menos que el sofocante cansancio que estaba apoderándose poco a poco de ella. De por sí la calefacción ese día era reconfortante, teniendo en cuenta el frío de fuera, y eso hacía que sus defensas disminuyesen. Nunca había podido explicar cómo el calor de una manta en contraste con la humedad del exterior le afectaba tanto en ese sentido. Tal vez era porque conseguía sumir su cuerpo a un estado de trance tan absoluto que terminaba con ella.

-Quién sabe, podrías tener suerte y que un chico guapísimo se mudase al lado.

Kate rio en voz baja. A veces su madre podía dejar su papel controlador y maternal para convertirse en una amiga más con la que hablar de chicos, de cotilleos que ambas conocían o cosas por el estilo que su padre aborrecía. Y en ese momento sabía que se avecinaba la conversación que llevaban tanto tiempo sin mantener.

-Viendo la clase de gente que vive aquí, no quiero que aparezca un idiota con los humos subidos y esté fastidiándome constantemente.-la preciosa burbuja de sueño comenzaba a evaporarse gracias al nuevo giro que había adquirido la conversación. Sin embargo, sus extremidades no se habían movido ni un solo centímetro. Permanecía acurrucada contra una de las esquinas, con sus piernas elevadas y la barbilla apoyada en sus rodillas. Además de la cantidad de cojines que la rodeaban.-Preferiría una chica de la que poder ser amiga.

-¿Tan malo es?

La joven le explicó el percance de esa mañana con la chica pelirroja que vivía en los últimos pisos y que apenas conocía, pero que tampoco le interesaba. Su madre le aconsejó que pasase desapercibida ante ese tipo de tratos, aunque Kate le discutió esa postura alegando que no iban a dejar que la tratasen como la repudiada.

-Kate, puedes volver a casa si quieres, ya lo sabes.

-No.-respondió sin dejarle tiempo a que pudiese persuadirla como otras veces.-Mamá hemos hablado de esto mil veces, ya sabes que soy responsable y que estas tonterías no van a dejar que siga empeñándome en conseguir el puesto que quiero y disfrutar esta espectacular casa.-necesitaba que comprendiese que era lo suficientemente independiente y madura para soportar esa nueva etapa de su vida. Era algo que ambas sabía que llegaría algún día, y ya había llegado. No podía vivir toda la vida en casa de sus padres por muy bien que estuviese. A ella también le estaba costando adaptarse, pero a fin de cuentas era solo un proceso que afrontar.

-Lo sé, mi amor, pero no quiero que sufras o que no te sientas bien…

Kate, que había comenzado a enrollar uno de sus mechones sueltos alrededor de su dedo índice, sonrió.

-¿Acaso crees que eso puede llegar a afectarme?-le dedicó una risa cómplice.-No me importa qué puedan pensar, no tengo que estar con ellos a todas horas.

Desde su oficina, Johanna Beckett no dejaba de sonreír ante el carácter tan especial de su hija. Siempre había sido así. Siempre había ido por su camino sin la necesidad de fijarse en alguien a quién seguir. Le daba igual lo que los demás pensasen si ella lo veía correcto. Eso era algo que al mismo tiempo que admiraba por poseer una buena personalidad, a veces detestaba por la cantidad de discusiones que había tenido que soportar en su adolescencia. Sobre toda la vez en la que se empeñó en salir con un guitarrista de un grupo de rock más mayor que ella.

-Como siempre…

-Mamá.-se quejó su hija.-Sabes que soy así.

-Por eso sé lo que digo.

A pesar de que no podía verla al estar cada una en un lugar distinto, apostó que estaría de brazos cruzados frunciendo el ceño. Si ella era predecible para su madre respecto a su comportamiento o sus gestos, Kate la conocía también de la misma forma.

-En fin.-suspiró.-Ahora haré la cena, veré un poco la tele y volveré a estudiar esta noche.

Ordenó mentalmente la cantidad de temario que le tocaba aprender y decidió que podía compaginarlo con los recursos sanitarios. Esa era otra forma de no estancarse en algo y agudizar la mente. Si comenzaba ese tema, sabiendo que le gustaría, sería más fácil soportar un estudio tan duro.

-Entonces, ¿mañana?-escuchó cómo se levantaba de su silla y caminaba a lo largo de su despacho. Sus tacones eran inconfundibles cada vez que tocaban el suelo.

-Mañana.

-¿Te viene bien a las once de la mañana?

Kate repasó su habitual horario en silencio. Solía despertarse a las ocho de la mañana para mantener un ritmo sano. Ese año no tenía la obligación de acudir a ninguna clase, pero no por eso quería quedarse todo el día metida en la cama sin salir de casa. Para nada. Le gustaba aprovechar las horas del día haciendo distintas cosas. Primero desayunaba mientras prestaba atención a las noticias más recientes de Nueva York, algo a lo que se había acostumbrado desde pequeña con sus padres. A continuación se enfundaba en un chándal bien ceñido, preparaba su iPod con las mejores canciones y salía a correr por Central Park por lo menos una hora. Esa era su mejor manera de desestresarse ahora que no tenía novio y no podía desfogarse en la cama con nadie. En cierto modo, su madre tenía razón con la indirecta que le había lanzado antes sobre conocer a chicos nuevos, ya que su último "novio" ni siquiera lo había presentado como tal.

-Uhm sí, porque a las nueve iré a correr, volveré a las diez y lo que tarde en ducharme.-respondió desperezándose antes de que terminase durmiéndose y los planes de la cena y de continuar estudiando se distorsionasen. Todavía no sabía qué podía hacerse que fuese simple y sin complicaciones. Esa noche no le apetecía mucho cocinar.

-Te espero en casa entonces.

-Dale un beso a papá.-añadió antes de que se le olvidase y terminasen la conversación.

-Sí, tranquila.-escuchar la sonrisa de su madre le hizo sonreír a ella. Los echaba demasiado de menos, aunque no quisiese reconocerlo.-Te quiero, Katie.

-Yo también mamá.

-Descansa.

-Descansa tú también.

Continuó con la mirada perdida en algún punto del suelo, incapaz de soltar el iPhone que hacía rato había emitido los característicos pitidos de fin de llamada. Las cosas habían cambiado tanto en esos últimos meses, que casi le era imposible acordarse de cómo era antes. Sí, recordaba el instituto, los amigos, las noches escapándose de casa y volviendo sin hacer ruido, los castigos, los chicos…. Pero en cambio, ahora se miraba a sí misma y se preguntaba cómo podía haber cambiado ella misma en ese periodo de tiempo. Se había convertido en una auténtica mujer y a veces no se reconocía. No sabía dónde estaba la chica desordenada, alocada, despistada y ligona que había sido en un día.

Bueno, eso de ligona podría decirse que continuaba siéndolo. Sus armas de mujer no habían perdido destreza, al contrario, conforme había ido creciendo, su cuerpo había ido atrayendo cada vez más a hombres, ya no solo chicos de su misma edad y en cuanto a gustos, los prefería experimentados. Eso le hizo recordar el abogado que había visto en el bufete de su madre hacía unos días y que le había dado su número cuando su madre no miraba. Probablemente tendría unos veintiocho, pero no le importaba, estaba demasiado bueno como pararse a pensar lo que estaba bien o lo que estaba mal.

Comprobó que en sus mensajes no hubiese ninguno de él. Connor le había dicho que se llamaba y ella había sonreído cuando había visto su nombre escrito en su perfecta caligrafía sobre la piel de su mano. Tenía unos ojos color miel tan preciosos que la habían hipnotizado desde el primer momento. Le fascinaba la manera en la que resaltaban a juego con su pelo rubio.

Se dispuso a preparar la cena, o al menos mirar qué estaba dentro de sus posibilidades, cuando varios ruidos fuera la distrajeron por completo. Hacía días que no escuchaba más que sus propios ruidos domésticos en su rellano, por lo tanto, eso quería decir que o alguien se había equivocado de piso, o al final habían comprado la casa del al lado. Dejó el móvil sobre la barra americana, y con pequeños y silenciosos pasos se acercó a su puerta. No le hacía falta pegar la oreja a la madera para escuchar con claridad. Los ruidos de muebles arrastrándose y personas hablando se distinguían a la perfección. Frunció el ceño, concentrándose en cada una de las voces, tal vez así podía hacerse una idea de sus nuevos vecinos sin tener que presentarse. La voz más alta era de un hombre indicando dónde debían colocarse las distintas cosas que iba nombrando. Era una voz suave, masculina y sexy. No sabía muy bien si pertenecería al jefe de los trabajadores o al propio inquilino, no obstante esperó que fuese la segunda opción porque su voz ya la había conquistado.

-Menudo espacio…-escuchó decir a otro más cerca. Parecía fascinado con la visión de un piso tan amplio. Ella observó su propio apartamento y coincidió con el segundo hombre. También lo había pensado la primera vez que lo había visto.-Aquí no tendrá que quejarse de espacio, señor Castle.

¿Castle? Algo en su cabeza se accionó, diciéndole que ese no era un apellido americano común como podía ser Smith. Era un apellido que había escuchado antes y en la televisión, si creía recordar bien. De todas formas, optó por no pensarlo demasiado y continuar en medio de su escucha.

-Y tiene unas vistas preciosas…-comentó el susodicho. Esa vez su voz sonó más cerca de ella, lo que quería decir que o bien estaba apoyado en la puerta principal de su nueva casa, o en el tabique que separaba los dos apartamentos. Cerró los ojos, dejando hueco a su imaginación para que dibujase un retrato imaginario sobre cómo podría ser. Lo imaginó vestido de traje, con una mirada seria y perspicaz, escrutando la casa con detenimiento mientras se acariciaba la barbilla. Sin saber por qué, de repente se sintió excitada.

-Ya pudiese yo permitirme un piso así.-Kate se mordió el labio inferior. Muchas personas se morirían de ganas de vivir en ese edificio. Era algo habitual pasar por delante y detenerse a contemplar solo la fachada. Escuchó reír en voz baja a su nuevo vecino, y de nuevo, sintió que se derretía contra la puerta. Si su voz era música erótica para sus oídos, no podía expresar lo que su risa producía en su bajo vientre. ¿Qué estaba pasándole?

-Eso pensaba yo hacía unos años, pero no sabes cuándo puede sonreírte la suerte.-respondió el hombre que estaba excitándola. Escuchó como sacaba del bolsillo algo que a decir verdad imaginó que sería una cartera y le entregó varios billetes mientras añadía:-Esto para ti, por las molestias.

-Muchas gracias, señor.

Kate no había visto exactamente ni cuantos billetes le había proporcionado, ni qué cantidad llevaba cada uno dibujado encima, pero solo con escuchar el asombro del trabajador, pensó que sería algo anormal. Lo siguiente sucedió muy rápido. Las demás personas que habían estado apilando los muebles, salieron por la puerta hablando entre sí y despidiéndose del señor Castle, al mismo tiempo que él les deseaba una buena tarde. Pensó que lo próximo que escucharía sería el portazo final a esa conversación y nada más que sus pasos en su nueva casa, no obstante, dio un respingo cuando lo único que sonó fue su timbre.

Tardó en reaccionar varios segundos, algo que también resulto efectivo para que no pensase que había estado todo ese rato espiándole. Antes de abrir se miró en el espejo que tenía colgado en la pared, a su derecha, y se aseguró de que estaba presentable. Tenía el pelo recogido en un moño desordenado, mediante el cual caían varios mechones sobre su rostro bronceado. Por suerte su maquillaje continuaba ahí, al igual que su eyeliner y no se había deshecho de él esa mañana al volver de compras.

Su primera impresión sobre su nuevo vecino fue efectiva, tanto, que con solo mirarle a los ojos se obligó a morderse el labio inferior y agarrar la puerta para no perder la fuerza en las piernas. El tal Castle tenía los ojos azules más intrigantes que había visto en toda su vida. Unos ojos cálidos y a la vez, increíblemente sexys. Su pelo estaba despeinado en ese momento, de un color cobrizo pero oscuro, más bien castaño, y que daba igual si estaba despeinado o no, era igual de resistible como sus ojos.

-Hola.-su voz, ahora acompañada de una sonrisa divertida le devolvió al mundo real, dónde él le miraba esperando una respuesta y ella devorándolo despacio.

-Hola.-carraspeó tras escuchar lo patética que había sonado y le respondió con una sonrisa igualitaria.

-Soy Rick.-le extendió una mano fuerte, perfilada con algunas venas masculinas.-Rick Castle, tu nuevo vecino.

-Yo soy Kate.-los dos se miraron extrañados al sentir una inexplicable conexión eléctrica atravesando sus pieles ante el contacto.-Kate Beckett.

Rick volvió a mostrarle los dientes en una nueva sonrisa, esta vez más especial. Kate continuaba tan ensimismada en lo sexy que eran sus labios, que no se fijó en la forma que él se dejó caer en el marco de la puerta con un aire desinteresado. No sabía exactamente por qué fallaban de esa forma sus barreras si se trataba de un hombre más en el mundo. Nunca antes se había sentido más voluble bajo una mirada y esa era la de Rick.

-Quería presentarme si vamos a vernos por aquí.-señaló el rellano con un gesto de cabeza, cruzándose de brazos en el proceso.

Y qué brazos. Sus bíceps se marcaron contra la tela de la fina camisa que llevaba puesta. Se había equivocado sobre el traje, pero no sobre su mirada. Además de esa barba incipientes que perlaba su mentón, sus mejillas y su bigote. Se preguntó cómo de excitante debía ser ante el contacto con sus labios. Sacudió la cabeza instantes después, sacando esos pensamientos de su cabeza por su bienestar físico y psicológico. No era buen plan fantasear sexualmente con una persona que acababa de conocer y delante de él.

-Sí.-Kate rio.-Hacía tiempo que no venía nadie.

-Bueno, pues ahora vas a tener entretenimiento.-no le pasó desapercibida el rápido escrutinio de sus ojos azules repasándola de arriba abajo. Aún más cuando se detuvo en sus pechos marcados por la camiseta de manga corta.

-Eso parece…-arqueó la ceja.

-Esta noche voy a dar una fiesta para que mis amigos conozcan mi nueva casa, podrías pasarte.

Kate se irguió a la velocidad de la luz, dejando ese apoyo que había estado sujetándola de lado. ¿Una fiesta? No. No podía estar estudiando mientras que en la casa de al lado la gente chillaba y la música hacía tronar las paredes. Hizo caso omiso a su invitación indirecta y frunció el ceño.

-¿Una fiesta?

-Exacto.-él pareció confuso ante su repentino cambio de postura.

-No es por molestar ni mucho menos, pero, ¿sabes que hay que pedir permiso a la comunidad para dar una fiesta?-entrecerró los ojos al verlo sonreír con suficiencia. Esa sonrisa era justo lo que no esperaba ver en esos perfectos labios.

-No podrán resistirse a mi fiesta, te lo aseguro. Ningún problema.

El rostro de Kate se endureció. No solo le molestaba el hecho de saber que poco estudio iba a tener esa noche, sino que de ahora en adelante compartiría metros cuadrados con un arrogante empedernido. Estaba claro que no lo conocía lo suficiente para juzgarle, pero era evidente.

-Pues yo no voy a ir, em…-fingió que olvidaba su nombre durante un par de segundos.-Rick.-deseó poder cerrarle la puerta en las narices. Era una lástima que alguien con una apariencia tan irresistible, tuviese un cerebro diminuto.

-¿Por qué?-al igual que ella se había separado de la pared, él la imitó, ceñudo también. Ninguna persona en su vida se había negado a acudir a algo que fuese hecho por su cuenta. Aunque hubiese sido una tontería, sobre todo las mujeres, o al menos eso era antes. Al parecer ese era su primer rechazo.

Observó el rostro de esa chica, incapaz de pensar que de su boca estaba saliendo un no en vez de un sí. De esa boca tan apetecible y que había querido comer desde el primer momento. Había sido verla y todo su cuerpo había reaccionado erizándose, incluso había necesitado pasarse la lengua por los labios. Era simplemente preciosa. Su piel parecía tener una textura capaz de hacerle delirar si se apoderase de ella, y esos ojos verdosos salpicados de motas castañas comenzaban a volverle loco. A lo largo de los años había visto todo tipo de miradas cada vez que los ojos de las chicas se fijaban en él, pero nunca nada parecido a la de ella.

-Tengo exámenes importantes que estudiar.-respondió intentando ser lo más cordial posible.

-¿Y no puedes librarte un par de minutos?-probó mostrándole su mejor arma, su sonrisa seductora.

Kate evitó rodar los ojos por pura educación. Eran increíble las verdaderas intenciones de esa insistencia. Él no estaba interesado en ella, sino en que dijese que sí, en que pudiese persuadirla. Todo formaba parte de su lenguaje corporal, que hablaba por sí solo.

-No, lo siento.

-Oh, vamos, no me digas que eres la típica chica que no hace nunca nada y que sigue las reglas.

La aspirante a policía alzó ambas cejas sorprendida por ese pequeño ataque fruto de la rabieta interna que estaba librándose en su interior. Rick Castle iba perdiendo papeletas a medida que abría la boca y ella estaba cansándose de la conversación.

-Soy la típica chica que estudia para conseguir un trabajo y vivir de él.-su respuesta mordaz le golpeó directamente en el pecho.

-Dudo que la música te deje estudiar mucho. Si no vas a poder dormir, mejor que estés en mi casa que en la tuya.

-¿Acabas de decir eso en serio?-la acidez de sus palabras fue incluso mayor de lo que había pretendido, sin embargo no se arrepintió de ello.

-Uhm, sí.

En ese momento se sintió lo suficientemente estúpida por pensar que sería alguien diferente al resto de personas que vivían allí, y en lugar de eso, le había tocado el más superficial, arrogante e idiota que podía existir en todo Manhattan, Rick Castle.

-Pues que te vaya genial en tu fiesta, a lo mejor rodeado de tanta gente consigues parecer normal.-escupió con una sonrisa radiante.

La sonrisa del hombre se ensanchó aún más al escuchar eso, cuando se suponía que debía haberle hecho cambiar su rostro.

-¿Cuál es tu definición de normal? Porque sí, la verdad es que no me lo considero.

Kate se mordió la cara interna de la mejilla antes de responder. Contó hasta diez en silencio, ya inmune a su sonrisa socarrona o al brillo juguetón de sus ojos azules.

-Lo contrario de engreído, superficial, estúpido y chulo, o sea, lo contrario a ti.

En otro momento se habría arrepentido de comenzar una relación con quién a partir de ese día sería su vecino, pero en ese preciso instante lo único que quería era cerrar la puerta antes de que terminase golpeándole. Se merecía un buen puñetazo en esa sonrisa orgullosa que no dejaba de mostrarle.

-Uf, ¿te ha dicho alguien lo sexy que te pones cuando te enfadas?

Repasó de nuevo su cuerpo de arriba abajo, riendo entre dientes. No mentía al decir que tenía una figura espectacular, y a pesar de no haber tenido la oportunidad de comprobar su culo, apostaba a que era de su gusto. ¿Qué podía pedir con esas piernas tan largas y estilizadas? En realidad, estaba poniéndose a cien con ese comportamiento y continuaba sin encontrar explicación alguna.

-¿Te ha dicho alguien lo gilipollas que eres?

Kate se sentía enfurecida. Mucho más que eso. Sabía que si no se controlaba, podía perder los estribos perfectamente y eso era algo que nunca le había pasado. Nunca había sentido ese rechazo hacia nadie en cuestión de minutos. Pero ese hombre. Dios. Es que era odioso.

-Suelen alabarme.

-Pues bienvenido a la realidad.-le puso una mano en el pecho, empujándolo del marco de la puerta para poder cerrar de una vez y volver a la tranquilidad de su casa, de la que no debía haber salido.-Adiós.

Sin embargo, él fue más rápido y le sujetó la muñeca con delicadeza. Redujo la distancia unos centímetros y lo único que sintió Kate era su respiración acelerarse y su rostro muy cerca del suyo. Eso y un olor a hombre que le hubiese hecho cerrar los ojos al tenerlo tan cerca si no hubiese estado tan enfadada. Desgraciadamente, ese hombre tenía todo lo que le gustaba. Desde la perspectiva física, por supuesto.

-Va a ser divertido esto…-ronroneó cerca de su oreja.

Sintió un cosquilleo excepcional acariciándole la mejilla cuando le dejó un beso en ella y después desapareció de su campo de visión con un paso firme pero desgarbado. No solo le había dado un beso después de haberla hecho enfurecer a propósito, sino que había salido ganando él y encima le había sido inevitable no admirar su trasero cuando se había paseado delante suya. Y eso último, era lo que más le había molestado.

Apretó los dientes queriendo no gritar de frustración y acto seguido cerró la puerta con un sonoro portazo como advertencia a su nuevo vecino. A su insoportable, engreído, irresistible y caliente nuevo vecino.


En el próximo capítulo:

"Kate mantuvo presionado el dedo sobre el timbre de Rick, harta de ver el desastre que se había montado en el rellano y todo por culpa de él y su maravillosa fiesta de inauguración. Además del hedor a vómito que inundaba el aire y el cual comenzaba a producirle unas importantes nauseas. Llevaba preparadas una retahila de palabras para no quedarse muda en su cabeza y las iba repitiendo mentalmente mientras escuchaba los pasos de su vecino dirigiéndose a la puerta. No le dio tiempo a decir nada cuando abrió la boca para gritarle todo lo que había pensado en esos minutos, pero la imagen de su cuerpo desnudo salvo unos bóxers negros bien ceñidos a una erección mañanera le cortó el habla."