Lo más parecido que he hecho nunca a leerme por voluntad propia un Dramón es seguir a Dryadeh —porque rockea— en Twitter. Para Cristy «Quiero mi dramione, coño» 1994. Espero que te guste, al menos, la mitad de los quebraderos de cabeza que me ha dado :P

Nasuasda, eres una jode AIs. Que se sepa. Nea Poulain, eres una personilla genial. Gracias por betearme la historia. Si veis algún fallo, 120% que es culpa mía. Fijo.


IMPROMPTU


i


1: Ginny

Neville y Hannah se van a casar.

Y Hermione no quiere sentir pena de sí misma ni nada por el estilo, jamás ha tenido la sensación de que para ser una mujer realizada tiene que pasar por el altar. Cierto es que, de alguna forma, siempre asumió que aquello pasaría más tarde o más temprano. Ron y ella terminaron una tarde fría de abril cuatro años antes y, desde entonces, no ha vuelto a tener ninguna relación formal. Es como si le pusieran un reloj justo frente a sus narices que, «tic, tac, tic, tac», le avisa de que se le acaba el tiempo.

Tampoco es como si lo buscara, claro. El trabajo dentro del Departamento de Ley y Seguridad Mágica le deja pocas horas libres de esparcimiento (y, para qué negarlo, tampoco es como si no le echara más horas en casa cuando está trabajando en algún caso interesante porque, simplemente, no es capaz de sacárselo de la cabeza) y seguir viviendo con tu ex y tu mejor amigo tampoco es la condición ideal para llevar a alguien.

Así que dejó correr el tiempo.

Quizá demasiado. Debió haber intentado buscarse un sitio suyo, pero Ron la miró de aquella manera —una mezcla de incredulidad y enfado— y le dijo que «no fuera tonta» y que «si se marchaba las cosas jamás volverían a ser normales». Tenía razón.

Costó sudor y lágrimas —muchas de él, muchas de ella—, pero al final su relación es más estrecha que antes de comenzar a salir. O, por lo menos, más honesta.

No, no se arrepiente de haberse quedado. Pero quizá sí, un poco, de su vida amorosa.

Suspira, intentando componer una sonrisa amable. Ella siempre ha sido más amiga de Neville que de Hannah, así que no acaba de comprender qué hace allí. En su despedida. Preferiría haber ido a la de los chicos. Al menos allí habría sido capaz de alejarse de todo aquello.

El vestido.

Las expectativas.

Los niños.

La música suena demasiado fuerte —Hermione jura haber escuchado la canción en algún lugar, aunque no es capaz de identificar en dónde— y el ambiente oscuro del local choca con las potentes luces de colorines que están en todas partes. Es un local muggle y, para entrar en él, han tenido que hacer una larga cola. Hermione no tiene claro que haya merecido la pena y quiere darse la vuelta y volver a casa.

—¡Estás en Babia! —le grita Ginny por encima de la multitud. Hermione se inclina ligeramente hacia ella, para intentar oírla mejor .

—¿Qué pasa?

—¡Que si quieres algo!

Hermione gira ligeramente la cabeza hacia el resto de las chicas. Todas han puesto su mejor esfuerzo para estar impresionantes esta noche. Casi, casi, parecen muggles de verdad. Hermione no recuerda haber hablado con la mayoría de ellas en los últimos años, se siente tan fuera de lugar.

—¡Te acompaño! —replica, no tiene ninguna gana de quedarse sola frente a ellas. O, peor, de que alguna sienta la necesidad de dar el paso y preguntarle qué tal la vida.

La zona del bar está al otro lado de un grupo de veinteañeras que bailan de una forma más provocativa de la que Hermione nunca ha hecho el amor. Ginny las rodea y gira la cabeza hacia ella, con una sonrisa de superioridad en los labios, como burlándose.

Ginny sigue tan guapa como siempre. Con su cabellera pelirroja brillante y su figura atlética. Y una camisa blanca translúcida bajo la que no lleva sujetador y que Hermione no se atrevería a poner ni en un millón de años.

—Qué cara tan larga llevas —comenta sentándose y apoyando los codos sobre la barra. La música no llega tan fuerte allí y la luz amarillenta de la repisa sobre la que se amontonaban las botellas de alcohol le dan casi un aire de ser de día. El barman es un muchacho que bien podría acabar de cumplir la mayoría de edad, con su cabello corto, un tatujae tribal en el cuello y una camiseta apretada que deja al descubierto unos brazos fuertes—. Venga, tía, ¿qué te pasa?

Hermione se sienta junto a Ginny y le hace un gesto con la mano para que se acerque. Él apenas se fija en ellas. Está demasiado ocupado intentando ligar con una chica que sorbe de un vaso bajo.

—Yo… —Se echa el pelo hacia atrás y toma aire—. Nada. No sé. Es…

Mira hacia atrás. Desde allí se puede ver a una de las hermanas Patil con los brazos levantados y la inconfundible cabellera blanquecina de Luna.

—Me siento mayor —decide encogiéndose de hombros—. No sé. Pensé que para estas alturas ya…

—¿Ya estarías casada con mi hermano? —Hermione hace una mueca. Ginny se muerde el labio, como si estuviera pensándose lo siguiente que quiere decir. De aquello, precisamente de aquello, no sabe si se arrepiente. Tiene la sensación de que ahora están en un lugar mejor que cuatro años antes.

—Me quedan tres años —dice Hermione y aclara al ver la expresión perdida de Ginny—: Si quiero tener hijos, me quedan tres años.

—Qué tontería —replica ella. Hermione no tiene ganas de explicarle a Ginny los posibles problemas derivados de tener un embarazo a partir de los treinta y cinco. Ha tenido suficiente del tema dos mañanas atrás, con su taza del té y una revista horrorosa que acabó tirando a la basura—. Anda que no hay mujeres que tienen hijos con cuarenta y tantos. O cincuenta.

Hermione arruga la nariz, dolida por la mención de los cuarenta. El tiempo pasa demasiado deprisa y, simplemente, no es justo.

—¿Nunca te arrepientes? —le pregunta. Ginny parpadea, como si no tuviera idea de qué le está hablando. Hermione sabe distinguir el momento exacto en el que su cabeza completa el puzzle. Sus labios se cierran y, en lugar de responder, se pone de puntillas y agita el brazo llamando al camarero.

—Las tetas de Circe, ¿qué hay que hacer para que te atiendan aquí? —se queja sin voltearse hacia ella.

El barman gira entonces la cabeza hacia ellas y sonríe al ver a Ginny. Su mirada se queda clavada de forma bastante irrespetuosa sobre su torso.

—Ginny, se te ven los pezones —murmura entre dientes Hermione, conteniéndose para no levantarse y obligarla a volver a una zona más oscura del local.

—Mejor —responde guiñándole un ojo—. Quiero… Ponnos nueve de tu combinado más loco, trece chupitos de whisky y a la hora que sales.

Hermione pone los ojos en blanco mientras observaba el proceso de cortejo. Ginny no necesita ser una estrella de Quidditch para disfrutar de las atenciones del chico guapo de detrás de la barra. Podría conseguirla, apuesta, hasta vestida con una bolsa de papel.

Duda que aquello pudiera funcionarle a ella. Se imagina durante un instante y lo único que puede pensar es en que haría el ridículo más horroroso. Tiene el pecho demasiado grande y ya no tiene catorce años. Aunque ha conseguido mantener la figura, no entraría en aquellos pantalones apretados ni engrasada. Suspira, ganándose una sonrisa de medio lado del camarero mientras termina de colocar los vasos de chupitos sobre una bandeja de metal.

Ginny le da un codazo y coge uno de los chupitos de más, bebiéndoselo de un trago.

—Abajo con tus penas —murmura cogiéndose un segundo.

Hermione no es de las chicas que se ponen ropa apretada y transparente, sin sujetador y bailaban en la pista. Tampoco es de las que beben hasta caer redondas —y menos teniendo en cuenta que su tolerancia al alcohol ha disminuido en los últimos años.

Tampoco quiere ser la mujer mayor que vive con su ex, su mejor amigo y, quizá, media docena de gatos. La que ve casar a todas sus amigas y se pregunta si alguna vez dará ella misma el paso. Si alguien la quiere.

A la mierda.


2: Ron

Lo siguiente que recuerda Hermione es abrir los ojos. Está tumbada bocabajo en una cama que es demasiado blanda como para ser la suya, la cabeza le da vueltas y sus pechos se apoyan libres —libres— sobre el colchón.

Tiene los brazos alrededor de la almohada y nota como una sábana la cubre parte de la espalda y de los muslos. Está cómoda y demasiado cansada para querer moverse. Un sonido suave, como de alguien moviendo ropa, hace que gire la cabeza.

Es un hombre —e imágenes del mismo hombre, con una ceja arqueada y un vaso de whisky en su mano, pasan por delante de sus ojos. Tiene el pelo rubio platino, la nariz demasiado larga y unos pómulos marcados. Desde allí Hermione no sabe decir si es guapo, pero sin duda es atractivo. Está delgado y tiene una cicatriz extraña, en forma de zigzag, recorriéndole el pecho.

Se termina de subir los pantalones y levanta la cabeza. Su barbilla también es afilada y sus ojos grises se entrecierran cuando la ve despierta. Hermione se incorpora rápidamente e intenta taparse el torso con la sábana. Al moverse, nota un escozor suave entre las piernas.

—Malfoy —dice con reconocimiento, intentando no pensar demasiado en la situación. Él hace una mueca, agarra una camisa (y lo hace con su mano derecha y Hermione no puede evitar que sus ojos viajen hasta su antebrazo donde está, brillante e inconfundible, la Marca Tenebrosa).

—No se lo cuentes a nadie —dice, antes de girarse y salir de la habitación dejándola completamente sola.

Hermione tarda un rato en seguirle. Se queda sentada en la cama, fijándose en los pequeños detalles del dormitorio. En la ventana entreabierta y en la luna creciente. En las fotos sobre la cómoda —de una pareja negra de mediana edad y, de verdad, Hermione se pregunta dónde diablos se han metido.

No le cuesta demasiado encontrar su ropa, esparcida por la habitación. Desde el pasillo enmoquetado y lleno de fotos estáticas en las paredes se puede ver la luz azulada de una televisión y oír su sonido entrecortado. Hermione duda si quiere saber más de dónde se ha metido, pero toda la casa apesta a protecciones mágicas.

(A sus protecciones).

Quizá debería llamar a la Patrulla Mágica y reportar lo ocurrido. «No se lo cuentes a nadie», dijo Malfoy —y el flash de su expresión de sorpresa mientras ella baja la mano por su muslo es suficiente para convencerla de que es mejor así. Tampoco quiere enfrentarse a las consecuencias de entrar en la casa de unos muggles, así que saca su varita y las deshace antes de desaparecerse.

Encuentra a Ron tumbado en el sofá de su casa cuando abre la puerta. La luz matutina empieza a entrar por las ventanas. La puerta del cuarto de Harry está cerrada. Se quita los tacones y los tira a la entrada, donde amontonan los zapatos, y cruza la estancia hasta el baño. El sumidero empieza a tener un color blanquecino y Hermione se hace la nota mental de comprobar en el cuadro de tareas a quién le tocaba limpiarlo aquella semana.

Está cansada y así lo refleja el espejo. La noche anterior salió con el pelo rizado, decente —hace años que rechazó el volver a alisárselo, pero aquello no quita que con un poco de espuma y de cuidado no pudiera lucir bonito— y ahora es un revoltijo que habría ruborizado a su yo de doce años —esa ya que jamás se paraba más de dos segundos frente al espejo y pensaba que las apariencias estaban sobrevaloradas. El vestido negro, sencillo pero coqueto, está torcido sobre su cuerpo y arrugado. Tiene una mancha a la altura de su muslo y, de verdad de la buena, no quiere dedicarle ni un pensamiento.

Se baja la cremallera lateral y se lo quita tirando por la cabeza, para dejarlo en la cesta de ropa sucia.

La sombra de ojos se le ha corrido y del carmín que llevaba solo queda un ligero enrojecimiento sobre sus labios. Aun así, saca del cajón el desmaquillante y unas toallitas de algodón y se las pasa por la cara concienzudamente. Es casi como si se quitara una capa de agotamiento. Abre el grifo y comprueba la temperatura del agua antes de lavarse los últimos restos de la noche anterior.

Intenta no pensar en el piso, en la mirada de medio lado de Malfoy. En la sensación de su polla contra su mano. Tiene la urgencia de acariciarse el antebrazo. Está segura de que está apunto de vomitar. Las palabras «sangre sucia» siguen tan visibles como el primer día.

La cara de un hombre joven, moreno y con barba aparece frente a sus ojos. La sonrisa de medio lado, el olor a alcohol y a humanidad. «Qué escarificación más chula», le dice inclinándose hacia ella. Niega con la cabeza para alejarlo de su mente. Para alejar a Malfoy.

Qué caos de noche.

Se gira para abrir el botiquín. Es de latón y al tirar de él hace un ruido sordo. Gira la cabeza hacia la entrada y escucha para intentar descubrir si Ron se ha despertado. No escucha nada, así que devuelve su atención a lo que estaba haciendo. Saca un par de botellas. La primera es una poción para la resaca. La segunda, anticonceptiva. El cristal de la botella quema contra su mano.

—¿Hermione? —pregunta la voz de Ron desde el salón. Hermione se mira una última vez en el espejo (prácticamente desnuda, con tan solo una combinación color crema y el peor pelo que se ha visto en siglos), se bebe las pociones rápidamente y sale del baño.

—Te has vuelto a quedar dormido en el sofá —le dice. Al final de su relación fue una constante y a Hermione siempre le irritó. Ahora, solo le da pena: sabe que se va a pasar todo el día sobándose el cuello, dolorido.

—Te estaba esperando —replica él y, al bostezar, no hace el gesto de taparse la boca con la mano. En su lugar, y tal como predijo Hermione, se la lleva al cuello—. ¿Qué hora es?

—Hora de desayunar, temprano—responde Hermione, aunque en realidad no tiene ninguna hambre. Si fuera por ella, se metería en la cama y se taparía hasta las cejas.

Ron la mira y, aunque arquea una ceja, no ve en su rostro ningún signo que no debiera estar allí. Solo se aparta un poco, para dejarle un hueco en el sofá y le ofrece parte de la manta con la que se está tapando.

Hermione se deja caer junto a él y la acepta.

—¿Qué tal vuestra despedida? —pregunta Hermione porque sabe que, si deja pasar más tiempo, Ron preguntará.

—Nada del otro mundo. Fuimos al Cabeza de Puerco y tras un par de copas Neville dijo que era hora de volver a casa, que el lunes trabaja. —Hace una mueca y, evidentemente, pregunta—: ¿Y la vuestra? Mucho más entretenida, por lo que parece.

Hermione sonríe y apoya el codo en el reposabrazos. Prácticamente puede ver delante de ella a Malfoy girándose, vestido con los pantalones grises y un chaleco que estilizaba su figura. Casi puede sentir el tacto de la ropa bajo sus dedos al tirar de él.

—No me acuerdo de gran cosa, si te digo la verdad —responde—. Recuerdo a tu hermana coqueteando con el camarero y… —Gira la muñeca—. Nada más. ¿Un hotel?

Detrás de Malfoy hay botellas, eso lo tiene claro. Quizá alguna clase de club. Parecía muggle.

Ron se ríe entre dientes, sin ningún tipo de vergüenza, y se apoya contra ella.

—¿Y ese pelo? —pregunta. Y no hace falta que diga más para que Hermione se de cuenta de que lo sabe. Maldito—. Dicen que las despedidas son el lugar ideal para ligar. ¿Tú qué piensas?

Hermione se muerde el labio. Es el tipo de cosa que le contaría a Ginny, o quizá a Harry, antes que a Ron. Pero tiene esa presión en el pecho y la cicatriz en su brazo le pica. Se acuerda del tipo de la discoteca. Cierra los ojos y respira hondo.

—¿Y quiénes fuisteis? —pregunta Ron cambiando de tema, interpretando su silencio como algo de lo que no quería hablar.

Pero Hermione lo dice, de todas formas.

—Me he acostado con Malfoy. —Y, tras un instante, añade—: Creo.

Ron no reacciona como se podría esperar. Frunce el ceño y levanta un poco la barbilla para verla mejor. Su rodilla está ligeramente presionada contra el muslo de Hermione, bajo la manta.Y su nuca apoyada contra su hombro.

—Espero que hijo —murmura tras un instante. Hermione bufa y le da un manotazo en el hombro, empujándolo hacia atrás.

—Esto es serio, Ronald. —Pero, a pesar de que lo dice de verdad, no es capaz de reprimir una sonrisa en sus labios.

Ron alarga la mano y la cierra alrededor de su muñeca. De la muñeca en la que pone «sangre sucia» y la mira a los ojos, con esa mirada tan azul. Hermione siente como las lágrimas acuden a sus ojos. Quiere soltarse y meterse debajo de la cama. Quiere que rompa el espacio entre los dos y la bese.

Ninguno de los dos se mueve durante un par de minutos.

—Vale. Mira... —Ron se rasca la nuca, claramente incómodo.

—Había bebido —interviene antes de que la situación se enrarezca aún más—. Él, claramente, también. Ya sé que he sido una estúpida, no hace falta que me lo digas. Ni que intentes convencerme de lo contrario para hacerme sentir mejor.

Ron le acaricia la mejilla con la mano y pasa su pulgar por sus ojos, limpiando unas lágrimas de las que Hermione no se ha dado cuenta. Suspira.

—¿Y si te cuento algo estúpido que he hecho yo?

—¿Qué?

—¿Y si te cuento algo estúpido que he hecho yo? —repite y, al ver el ceño fruncido de Hermione, añade—: ¿Eso te hará sentir mejor?

Asiente, porque sabe lo que hay detrás de sus palabras. Ron quiere igualar las cosas. Quizá distraerla para que no vuelva a pensar en Malfoy en un rato. Y es difícil, porque tiene su imagen grabada a fuego contra sus ojos.

—Vale. Bien. —Ron aparta la mano y se rasca con ella la cabeza—. ¿Te acuerdas de Lavender?

Hermione arquea una ceja. Ron resoplan, intentando contener una risilla floja.

—Vale, vale, me ha quedado claro. Bueno, el caso es que el otro día me la encontré a la salida del Ministerio y nos pusimos a hablar. Luego fuimos a tomarnos un café… —Ron está prácticamente balbuceando y Hermione no necesita que continúe para saber el final de la historia. Aun así no le interrumpe—. El caso, me acabó invitando a su casa.

—Y fuiste —le anima a continuar.

—Y fui. Ahora quiere que vayamos juntos a la boda de Neville y Hannah.

Hermione deja escapar una risita suave, intentando mostrar sus apoyo.

—¿Sabes lo mejor de todo?

—Que te lo estás planteando —adivina Hermione. Sabe lo que es estar solo y querer un calor conocido.

—No, no. Que tiene el coño depilado. —Ron señala a su entrepierna y Hermione no puede evitar reír—. Completamente. Como si fuera una niña.

—Merlín, yo no quería saber eso —murmura tapándose la cara con una mano—. ¿Y?

—No sé. Raro. —Se muerde el labio y se encoge de hombros, con expresión pensativa—. ¿Crees que debería?

—¿Depilarte?

—Ir con ella a la boda.

Hermione deja de reír y frunce el ceño.

—No creo que yo tenga nada que decir a eso, Ron.

Lavender estuvo en la despedida. Quitando las cicatrices que le dejó Greyback —la mejilla izquierda hundida bajo su pómulo, arrancada, las uñas clavadas en su hombro y que bajan hasta su codo—, parece la misma chica que la que conoció en Hogwarts.

Pero Ron no deja de mirarla como si tuviera todas las respuestas, así que suspira.

—Ron, me he acostado con Malfoy. ¿De verdad quieres consejo amoroso mío?

—Has dicho que crees. De verdad. —Sonríe con picardía, como si acabara de ocurrírsele un buen chiste, y hunde uno de sus dedos contra su costado.

—Ron —protesta intentando apartarlo.

—¿Tan pequeña la tiene?

Hermione le mira de medio lado. Ron tiene esa expresión esperanzada y sabe que negarse a responder le rompería el corazón. Piensa en Malfoy, en su expresión concentrada, en el flequillo que le cae sobre los ojos. «No se lo cuentes a nadie», resuena en su cabeza.

—Tú la tienes más grande —concede. Y parece que es suficiente porque Ron vuelve a apoyarse en ella y cierra los ojos.


continuará.