¡Muchas gracias por sus reviús a los anónimos, jess Granger s, GobletEye, Nasuasda y, claro está, a mi AI Cristy «Quiero mi dramione, coño» 1994.


ii


3: Harry

El lunes llega demasiado rápido, decide Hermione mientras se cepilla el pelo frente al espejo de la entrada. Se ha despertado demasiado tarde y su turno del baño ya ha pasado. A pesar de la puerta cerrada, la horrible música que le gusta a Ron se escucha en todo el salón.

Ya está acostumbrada a su aspecto de oficina. Durante años, verse frente al espejo era como mirar a un desconocido. Lleva una túnica sencilla, pero elegante, de color beige y con diminuta flores que empiezan en su pecho y desaparecen a mitad del faldón.

Se sujeta la cabellera en un moño rápido.

—Te tocaba limpiar el baño —riñe al ver salir a Harry de su cuarto con expresión cansada.

—Voy a matar a Ron —gruñe ignorándola y caminando directamente al baño.

Hermione pone los ojos en blanco antes de entrar en la cocina para quitar del fuego la tetera. Añade hojas de té negro y la deja a un lado, reposando. Oye como Harry golpea la puerta y, tras un par de segundos, la música de Ron baja.

Sonríe.

—Mira el lado positivo —dice Hermione sacando tres tazas cuando nota a Harry a su lado—. No se te han pegado las sábanas.

Harry le sonríe mientras saca unas rebanadas de pan de su bolsa.

—Estoy seguro de que lo hace a propósito. El muy hipócrita.

Durante años, Ron les había obligado a ponerse unas zapatillas ridículamente mullidas para andar por la casa por la mañana porque decía que pisaban como si fueran elefantes. Había sido otra época. Él y Hermione eran pareja y Harry, el auror del grupo.

Ahora Harry gasta su tiempo arreglando Grimmauld Place y Ron es el auror del grupo. Es curioso como, una vez Hermione desapareció de su vida, Ron la encaminó por su propio pie a los pasos que ella quería que hubiese dado. No por ella o por sus expectativas. Por él y por lo que él mismo quería. Hermione está orgullosa.

—¿Cómo vas?

—Estoy terminando de demoler el salón —responde echando hacia atrás la tostadora y apoyándose en la repisa—. Creo que estará terminada para el evento.

El que la sorprende es Harry. Harry, que dejó medio año atrás el cuerpo de aurores para montar un orfanato. Harry, que quiere hacer un grupo scout. Harry, que está obsesionado con no repetir los mismos errores del pasado.

—Si quieres puedo intentar pasarme algún día después del trabajo —le ofrece sonriendo.

—Nah. No te preocupes.

Es ella la que está atascada. La que sigue trabajando en el mismo departamento, haciendo las mismas cosas que el día que salió de Hogwarts.

Las tostadas le saben a ceniza y no puede evitar preguntarse el qué diría su yo de Hogwarts si se enterara de que esa es su vida ahora.

Seguro que estaría decepcionada.

El día no mejora cuando suben al coche. No deja que Ron conduzca —y esta vez no es porque les pueda matar, es porque necesita hacerlo. Tener el control. Ron le besa en la mejilla y le desea que tenga un buen día. Cuando entra en su oficina, las manos le tiemblan y tiene ganas de llorar.

Culpa a Neville y a Hannah por casarse. Culpa a Draco Malfoy. Culpa a Ginny, a su falta de sujetador y al camarero guapo y con tatuajes. Necesita cambiar su vida, comprende. Alejarse de los pesados tomos de leyes, buscarse un lugar en el que vivir por sí misma. Un novio, quizá. O podría adoptar a uno de los niños que Harry va a trasladar a Grimmauld Place una vez esté todo listo.

Lo que sea menos seguir así.

Porque nada va a cambiar si ella no pone de su parte.

Se pasa la mañana y parte de la tarde encerrada en su despacho. Solo sale un rato corto para comprar un sándwich y un té en la cafetería del Ministerio. Sería el día perfecto para ir a ver a sus padres —si estos se acordaran de ella y no vivieran en la otra punta del mundo.

Son las tres cuando llaman a la puerta y, sin esperar a una respuesta, la entreabren. Cadence Marchand, la secretaria de la Directora del Departamento de Ley y Seguridad Mágica asoma su nariz larga y sonríe.

—Chelsie quiere hablar contigo.

—¿Es urgente? —pregunta sin levantar la vista del tomo que tiene entre las manos. Es un texto legal escrito en inglés antiguo, pero su jefa le ha pedido que lo revise porque puede haber un precedente sobre apropiación de tierras muggles que podría serles útil.

—Tiene reunión con el ministro en veinte minutos. Así que sí.

Hermione pone los ojos en blanco y cierra el libro con un golpe sordo. Cadence espera en la puerta a que pase y la acompaña a través de la oficina hasta el despacho de la Chelsie Bradford, como si no se fiara de que fuera a ser capaz de llegar hasta allí.

Hermione sí espera al otro lado hasta que Bradford le pide que pase. Su despacho es bastante más pequeño de lo que podría esperarse de alguien de su posición, pero aun así resulta coqueto y reconfortante. Hay una alfombra grande en mitad de la habitación y los sillones frente a su mesa son de cuero.

—¿Querías verme? —pregunta tomando asiento.

Chelsie Bradford no es mucho más mayor que Hermione y apenas lleva un año ostentando el puesto. Hasta entonces, era una de sus compañeras. No es que tenga envidia: el puesto se le queda grande y apenas puede hacer frente a todas las responsabilidades que le han caído encima. Los pergaminos se amontonan a un lado, hay varias tazas vacías olvidadas cerca del borde de la mesa y ha envejecido diez años.

Aun así, le sonríe antes de empezar a hablar.

—Perdona. Sí, esto es un caos. —Ensancha su sonrisa y remueve varios papeles—. Voy a retirar a Jayden.

Hermione acepta el pergamino que le está tendiendo y frunce el ceño. Jayden Ryer es uno de los veteranos del departamento. Es un anciano bonachón que siempre trae pastas los lunes para animarles a la vuelta del trabajo y, en su cumpleaños, una tarta de varios pisos con las que se asegura de alimentar a todo el departamento.

—¿Por qué? —pregunta con voz hueca.

Chelsie frunce el ceño ligeramente.

—El viernes… no se encontraba bien —dice vacilando—. Lo encontraron el sábado los de mantenimiento. Los medimagos dicen que es del corazón.

Hermione se tapa la boca con una mano. Jayden es viudo y sus hijos hace mucho que abandonaron el nido. Su vida está en el departamento.

—Pero, ¿está bien? ¿Se va a recuperar?

—Eso dicen.

—Yo… —Debería ir a verle, piensa mientras se muerde los labios.

—Necesito que te hagas cargo de sus trabajo, Hermione. —Saca de debajo de un montón una carpeta marrón bastante gruesa y se la tiende—. Le he pedido a Cadence que traslade el resto de documentación a tu despacho.

—Pero…

—Supongo que con una semana te podrás poner al día con todo el papeleo.

—Pero —insiste—, ¿y en lo que estaba trabajando?

—Hermione Granger, esto es un ascenso. Cualquiera puede leer registros antiguos del Wizengamot. —Agita el archivo frente a sus ojos y Hermione acaba aceptándolo.

—Quiero un primer informe de la situación y del trabajo de Jayden en dos semanas.

—¿Necesitas algo más?

—Los informes, dos semanas.

Hermione se levanta, intentando no arrastrar la silla en el proceso, y sale de la habitación con paso rápido. Cadence está sentada en una mesa frente al despacho y le lanza una sonrisa llena de ánimos.

Se despide con un gesto de cabeza y comienza a caminar por el pasillo. Saluda a Johnson al pasar frente a su despacho y, más por impaciencia que otra cosa, abre al azar una de las páginas de la carpeta.

Sujeto en una esquina con un clip, el rostro pálido, ojeroso y enfadado de Draco Malfoy le devuelve la mirada.

Cómo no.


4: Ginny

A falta de un nombre mejor, Jayden era una especie de agente de la condicional. Hermione nunca le dedicó más de un pensamiento a sus quehaceres: en su momento, casi catorce años atrás, le pareció justo que hubiera una persona vigilando que gente como Draco Malfoy o Gregory Goyle no se metiera en asuntos turbios. Quizá se debe a que ha pasado mucho tiempo, pero que sigan bajo la misma supervisión juvenil se le antoja ridículo.

Sabe que salir de ella es fácil. Solo tiene que llamar a la puerta de Chelsie y decirle: «este fin de semana me acosté con Draco Malfoy». Probablemente con decir que hay un conflicto de intereses será suficiente. Sabe que Chelsie la mirará como si la hubiera decepcionado. Pero la conoce lo suficiente como para saber que nunca la presionará si le dice que no cree que pueda ser objetiva.

Sostiene la foto de Malfoy entre los dedos. Es una foto de su juventud, probablemente de la época de los juicios. Parece un niño y Hermione tiene problemas para recordarse a sí misma durante aquella época. ¿Ella también parecía tan asustada y perdida?

Pero, el caso, es que sí que cree que pueda ser objetiva. Y, por lo que lee, apenas les queda un año y medio de supervisión ministerial. Puede hacer eso. Jayden escribía un informe trimestral. Vuelve a meter la fotografía de Malfoy bajo su clip y pasa el pergamino. Conoce a todas las caras de aquella carpeta. La mayoría son antiguos compañeros de Hogwarts acusados de actitudes peligrosas —Goyle, Nott, Parkinson—, otros son chicos pocos más mayores que tomaron la peor de las decisiones al unirse a las filas de los Carroñeros.

Malfoy es un caso único. El único marcado.

Es poco más de un año, se repite. Y Pansy Parkinson arquea una ceja con expresión burlona y sale de la foto, dejándola extrañamente vacía. Hermione levanta la cabeza para mirar las cajas amontonadas que Cadence ha movido sin esperar a que acepte o no la posición. Cuando todo acabe, le dirá a Chelsie que necesita un cambio en su vida.

Y ya está.

Cuando sale no puede ir a ver a sus padres, así que en su lugar se aparece en el campo de entrenamiento de las Holyhead Harpies. Saluda a Shelby, la portera del estadio que le indica que Ginny hoy está presionando de más al resto del equipo y que duda que vayan a terminar pronto. A Hermione no podría importarle menos: sube a las gradas y abre el primero de los informes.

Ha decidido empezar por Gregory Goyle. Siente algo de simpatía por él, quizá se debe a que le salvó la vida tiempo atrás. El chico de la foto tiene los ojos rojos y parece asustado. Mira hacia a un lado —y a Hermione no le cuesta imaginárselo girando la cabeza hacia Malfoy, como para asegurarse de que sigue allí y de que no está solo.

La letra de Jayden es apretada y narra de manera minuciosa la vida de Goyle desde mediados del 2005. Hermione frunce el ceño y se lo apunta para buscar los registros anteriores. Se nota que Jayden se preocupaba de manera genuina por los chicos: habla de los problemas de Goyle para volver a integrarse en la sociedad, de sus miedos. Cuando ha terminado la tercera página, Hermione tiene claro que aquel hombre hacía más una función de psicólogo muggle con él que la que se suponía.

—Hermione —saluda Ginny sentándose junto a ella. Lleva el pelo recogido en una coleta alta—. ¿Aún recuperándote del sábado?

Hermione se lleva de manera inconsciente la mano al moño y arruga el ceño.

—¿Tan mal estoy? —pregunta. Ginny se encoge de hombros.

—Tienes ese aspecto poco cuidado de cuando estás a punto de resfriarte. Menuda cogorza llevabas el sábado.

Hermione levanta la carpeta.

—Me han ascendido. —Ginny sonríe y le da un suave empujón en el hombro.

—Felicidades. ¿Te pagan más?

—No tengo ni idea. —Deja que Ginny coja el archivo y lo abra sin cuidado. Al ver el rostro de Goyle frunce el ceño y gira ligeramente la cabeza hacia ella.

—Estás de coña.

—No.

Ginny dibuja una mueca y pasa la página. Al ver el texto apelotonado de Jayden, vuelve a cerrarlo y se lo devuelve.

—Pensé que las probaciones habían terminado hace mucho tiempo —dice en un tono amargo.

—Quince años para los quince —responde Hermione con voz monótona sin confesar que ella también lo había pensado así—. Esos fueron los titulares.

Se quedan en silencio durante un momento. Ginny aprieta los labios y observa a sus compañeras de equipo jugar. Se está acercando a la edad a la que tendrá que renunciar seguir jugando y se le nota en las arrugas que se forman alrededor de sus ojos cuando mira el juego desarrollarse sin ella.

—¿Ya han pasado quince años?

—Casi.

—Joder.

Ginny se estira antes de levantarse. Hermione nota como se le atraganta la garganta y quiere decírselo. «Me acosté con Malfoy». No es tan difícil. Se moja los labios, es un buen momento.

—Hannah me dijo el sábado que nos pasemos por el Caldero. Dice que nos quiere allí cuando tenga que vestirse.

Hermione suspira. Aún no tiene el vestido comprado, ni siquiera ha encontrado las fuerzas para salir a buscarlo. Intentó meterse en el que llevó para la boda de Bill y Fleur y, aunque se lo podía poner, tenía la sensación de que iba embutida en él.

—¿Qué pasó el sábado? —pregunta frunciendo el ceño. Tiene algunos flashes, pequeñas ventanas que le dan pistas de lo que ocurrió. El chico de la barba. Malfoy atrayéndola hacia él y besándola con una boca pastosa. Parvati subida sobre una barra de alguna discoteca y sacándose la camiseta.

O quizá Padma.

—No ibas tan borracha.

—Me acosté con Malfoy —borbota. Y, acordándose de Ron, añade—: Hijo.

Ginny se deja caer en el asiento a su lado.

—¿Ibas tan borracha? —pregunta alargando la mano. Tiene el ceño fruncido y tiene una expresión un poco rara. Como si temiera su reacción. Hermione la coge entre las suyas. Tiene la piel húmeda, probablemente por el esfuerzo del entrenamiento—. Hermione…

—¿Qué?

—Yo… —Gira la cabeza, como para asegurarse de que nadie la está escuchando—. ¿De verdad…?

»¿Fue consentido? —pregunta. Hermione entreabre los labios para decirle que no sea tonta. Pero Ginny tiene esa expresión cargada de preocupación, la misma que enarbola al levantar la vista al cielo. Como si el fin del mundo se fuera a caer sobre ella. Así que, en su lugar, aprieta un poco más la mano en un gesto que espera que sea tranquilizador.

—Creo que le asalté yo —confiesa, intentando que su tono de voz se sienta mucho más ligero de lo que se siente. Recuerda haberlo mirado de medio lado y haber pensado que ella también quería volver a casa acompañada—. Ginny, ¿fuimos a algún hotel?

«¿Quieres follarme?», las palabras suenan ajenas dentro de su propia mente. Puede recordar la expresión de Malfoy al girar la cabeza hacia ella y su propia sensación de deslocalización. Estuvo a punto de darse la vuelta y salir corriendo. Malfoy sonrió y se encogió de hombros, como si le hubieran preguntado si le apetecía dar una vuelta.

«Vale, sí, ¿por qué no?». Hermione aparta su mano de la de Ginny para acariciar su antebrazo.

—Sí. A La llamada de Perseo.

—Oh. —Y como si fuera un hechizo, la mente de Hermione completa parte de sus recuerdos. La barra y la sonrisa del camarero, al que ya ha visto otras veces. A Padma explicándoles con voz pastosa algunos de los hechizos que usan para separar la parte mágica de la muggle del hotel.

—Pensé que habías vuelto a casa —se excusa. Hermione se encoge de hombros—. Y… ¿qué tal?

—¿Qué tal el qué?

—¿Cómo que qué? ¡Malfoy, por supuesto!

La mano contra el cabecero. El peso de su abdomen sobre ella, las trazas de saliva. Sus manos luchando para deshacer el cierre de su cinturón. La sensación de su polla dentro de ella. La mirada, tan gris. Tan intensa que la obligó a girar el rostro. La pareja negra que sonreía al fondo de la habitación en su fotografía perfectamente inmóvil.

—Duro. Y un poco patético —añade rápidamente. Ginny deja caer una risita floja.

—Yo siempre lo digo: vete a por los jóvenes. Los de treinta ya empiezan a flojear. —Hace un gesto con la mano que claramente quiere decir «reguleros». Hermione también ríe—. ¿Y?

—¿Y?

—¿Vas a volver a verlo? —pregunta arqueando ambas cejas.

Hermione levanta el archivo de Goyle y Ginny entreabre la boca, en un gesto de incredibilidad.

—Nunca te había hecho de las de una noche —dice sin rastro de sentimiento en la voz. Hermione la ha visto desfilar por las portadas del Profeta con toda clase de hombres (y alguna mujer) cogida del brazo.

—Y no lo soy. Pero Malfoy.

—Pero Malfoy —concede Ginny—. ¿Te apetece que compremos pizza y helado y veamos una película?


5: Goyle

A pesar de que no mandó la lechuza hasta el martes por la tarde, la respuesta de Goyle es rápida y el miércoles a primera hora está en su lugar de trabajo. Hermione toma un traslador que la deja en un polígono industrial en Manchester que hace que frunza el ceño mientras baja por la calle hasta la nave que indica el archivo de Goyle. Es un sitio anodino, de paredes blancas y añejas y por el que no parecen acercarse los muggles. Dentro, el característico olor acre a pociones envuelve el local.

Gregory Goyle sigue siendo el mismo chico grande de cuello corto y ojos separados que conoció en Hogwarts. Al verla deja caer, casi como un croar, un escueto «Granger». Hermione le tiende la mano y en seguida descubre que está sudada. No es un sudor seco, duro, de hacer deporte, como el de Ginny. Es frío, incómodo. Intenta sonreír para darle ánimos.

—Pensé que vendría Ryer —murmura con una voz demasiado suave y que no acaba de encajar con el cuerpo grande y fuerte de su propietario.

—Ryer se ha retirado —responde mecánicamente Hermione, mirando a su alrededor. La entrada es un tanto lúgubre. La luz que entra por las ventanas es grisácea, a causa de los cristales tintados, y hay polvo acumulado en las esquinas—. Lo explicaba en la carta que te escribí.

Goyle se muerde el labio en un gesto casi infantil.

—Lo siento, no leo la correspondencia. —Hermione frunce el ceño, pero prefiere no hacer ningún comentario—. Si me acompañas a mi despacho.

Le sigue por un pasillo estrecho y suben a una segunda planta sobre unas escaleras metálicas que resuene con inclemencia a cada paso que dan. Goyle saluda con un gesto de cabeza a una bruja que, probablemente, acaba de salir de Hogwarts y la invita a entrar a un diminuto despacho con grandes ventanas en lugar de paredes.

Hermione toma asiento cuando Goyle se lo indica. Hay pergaminos por todas partes y aunque no da lugar a decirlo, está impresionada. Nunca esperó que fuera muy lejos con aquella cabeza de chorlito que tenía.

—¿A qué os dedicáis aquí? —pregunta apoyando sobre sus piernas un cuaderno y un bolígrafo. A pesar de que por regla general prefiere los instrumentos mágicos, los muggles ganan a ser prácticos y portables.

Goyle parece incómodo. Tira nervioso del cuello de su túnica y traga saliva ruidosamente.

—Nada ilegal —asegura—. Creo que debería llamar a Draco.

Hermione entreabre los labios. Algo se le ha atorado en la garganta y sabe que tiene que decirle que no, que no llame a Draco Malfoy. Y es estúpido, porque una parte de ella se acuerda del sábado —o quizá lo más correcto sería decir el domingo— y nota sus mejillas enrojecer.

—No es una pregunta con truco —dice.

—Ryer dijo que no se retiraría hasta el año que viene. Lo prometió.

Intenta sonreír, darle ánimo.

—El señor Ryer ha tenido un problema de salud y los medimagos le han recomendado reposo absoluto, Goyle. ¿Por qué no me cuentas a mí de lo que solíais hablar?

—¿Y está bien?

—Siempre que descanse, lo estará. —Aquello parece contentarlo, aunque sea ligeramente. Abre uno de los cajones y saca una bolsita de té y la coloca en medio de su mesa. Hermione frunce el ceño ligeramente.

—No, muchas gracias, estoy bien sí.

—Es lo que hacemos —responde críticamente Goyle—. Disecamos pociones. Son más fáciles de almacenar y mantienen sus propiedades mágicas más tiempo.

Hermione alarga la mano para mirarlo de más cerca. Parece una bolsita convencional, al uso. Y, el interior, parece té verde. Pero huele más picante, como…

—¿Es poción pimentónica?

—No se puede hacer con todas —explica Goyle encogiéndose de hombros—. Pero tenemos un método bastante bueno. Pretendemos ponerlas en el mercado en un par de meses como mucho, en cuanto pasemos la inspección del Ministerio.

—Es una genialidad —dice Hermione sinceramente. Goyle se ruboriza ligeramente y murmura algo entre dientes—. Fue idea tuya —comprende de golpe. Goyle vuelve a encogerse de hombros sin mirarla, como si le diera vergüenza.

—No, yo en realidad… fue solo un comentario. Draco… —Aprieta los labios y se incorpora—. Ryer solía hablar de sus hijos y de sus fines de semana. Y me preguntaba qué tal estoy. Estaba. Y en las últimas visitas, siempre quería mirar los libros de contabilidad.

Goyle saca un tomo de apariencia pesada de una de las estanterías y lo deja frente a ella.

»Supongo que tú también querrás verlo.

Es un libro de cuentas al uso. A eso debía referirse Ryer con que Goyle mantenía un buen control de sus números. Goyle tiene una letra mucho más alargada y limpia de lo que había esperado de él en un primer instante. Le sonríe.

—¿Puedo hacer una copia? —Goyle se encoge de hombros y Hermione se lo toma como todo el permiso que necesita. Duplica las pocas entradas que hay y vuelve a cerrar el libro—. Y… —Se muerde el labio. Va a estar haciendo aquello un año y pico, más le vale que sea una relación amigable. Le sonríe—. ¿Y qué tal tu fin de semana?

Goyle la mira durante un rato largo en un silencio sepulcral antes de volver a coger el libro para guardarlo en la estantería. Solo responde cuando vuelve a estar sentado frente a ella.

—Limpiando. Venían mis suegros a pasar el fin de semana y desde que abrimos la fábrica no tenemos tiempo para limpiarla.

Hermione parpadea.

—¿Estás casado? —pregunta y espera que su voz no demuestre su sorpresa. Goyle siempre le pareció un bruto y un poco tonto y la idea de que alguien como él la hubiese ganado le vuelve a poner el reloj frente a sus narices.

Goyle no responde, simplemente levanta la mano y mueve su alianza sobre su dedo para resaltarla. Hermione traga saliva y se maldice para sus adentros. Aquella información debería estar entre los archivos de Jayden, pero, por lo que ha visto hasta ahora, no es el mago más organizado.

—Vaya, qué bien. ¿Puedo…? ¿Puedo preguntar con quién?

—Pansy —responde con un gruñido. Hermione quiere decir algo que resulte simpático, hacer que la situación sea un poco menos rara. Por suerte, Goyle se encarga de dirigir la conversación de una forma casi mecánica—. ¿Y tú qué has hecho? ¿Qué tal tus hijos?

—Yo… no me casé, Goyle —murmura incómoda, esquivando la primera pregunta—. No tengo hijos.

—Pero eres mayor.

—No tanto.

—Zabini tampoco se ha casado —dice. Zabini no luchó en la batalla, ni fue tan estúpido como para posicionarse en medio del Gran Comedor—. Dice que se aburriría de acostarse siempre con la misma.

—Qué bien.

—Quizá os podría presentar —añade. Hermione se incorpora bruscamente, sintiendo el mismo pavor que la noche de la despedida y niega levemente con la cabeza.

—Nos vemos… en algún momento. Te mandaré una lechuza —añade nerviosa—. Que tengas un buen día, Goyle.

—Adiós, Granger.


continuará.