Muchas gracias a Nuria16, Sam Wallflower y jess Granger s por sus comentarios. Este ya es el penúltimo capítulo de esta miniaventura mía con el Dramione, espero que os agrade.
iv
9. Lavender
Lavender la está mirando. En la televisión, un jovencísimo John Travolta está girado sobre sí mismo en un coche, apuntando a un hombre con una pistola plateada. Un bol de palomitas vacío descansa en la mesita del salón, junto a la tarrina de helado que empieza a descongelarse. En el baño, suena la cisterna. Ron no se aguantaba más.
Y Lavender apenas ha parpadeado. Hermione intenta sonreír desde su lado del sofá.
—¿Te está gustando? —pregunta sin mucho interés de si es así.
—No me quiero meter entre Ron y tú —dice a bocajarro.
—Bien, porque no lo estás haciendo.
—Bien —repite y por un instante Hermione tiene la maravillosa sensación de que la conversación ha finalizado—. Entonces, ¿qué te pasa?
«No es asunto tuyo» es una buena respuesta. La mira de medio lado, parece interesada. Y Hermione no sabe cómo tomárselo, porque Lavender jamás se interesó en ella más allá de si de verdad estaba saliendo con Harry en cuarto y estate lo más lejos posible de mi novio en sexto.
—Yo…
—No, está bien. Perdona, no debería haberme metido.
Parece sincera y Hermione lo odia porque, de pronto, no le parece tan mala idea el contárselo.
—Es que estoy embarazada —explica y las palabras saben raras entre sus labios. Los ojos de Lavender bajan inmediatamente hasta su estómago. Hay algo en su expresión que grita lo entiendo. Entiendo qué está pasando aquí.
—¿Y no querías encontrarte al padre en la boda? —pregunta girándose hacia ella y apoyando el codo en el respaldo del sofá. Hermione tiene ganas de darse la vuelta e ir a buscar a Ron. El condenado está tardando demasiado en volver.
—No creo que fuera a estar allí —dice crípticamente intentando no pensar en Draco Malfoy asistiendo a la boda de Neville. O en lo raro que es asociar la palabra padre a Draco Malfoy.
—Yo estuve una vez embarazada. —Lavender alarga la mano, como intentando acariciar su brazo, pero cambia de idea a medio camino y, en su lugar, la deja reposar sobre su regazo. Sonríe y Hermione no puede evitar preguntarse si lo hace por sí misma o por ella—. ¿Y de cuánto estás?
—Una semana.
Lavender frunce el ceño.
—Eso es muy poco —murmura—. Hay… ¿ya has hablado con un medimago?
—Lo hemos descubierto hoy —responde sin parpadear y sin poder evitar incluir a Ron en el paquete.
Lavender se yergue un poco sobre el asiento.
—¿Y qué vas a hacer?
—No lo sé. —Y sin pensarlo añade—: ¿qué hiciste tú?
Lavender gira la cabeza hacia John Travolta y su pistola en alto.
—Nos comprometimos, pagamos la entrada de una casa y perdimos al bebé.
—Lo siento.
—Da igual. Pasa más de lo que la gente piensa —dice en un tono desapasionado. Como si fuera algo que le ha pasado a otra persona en lugar de a ella.
Hermione se mira las manos. Las uñas cortas, sin pintar. Siempre le ha gustado cómo quedan las uñas arregladas, pero nunca ha tenido ni las ganas ni la paciencia para hacérselo.
—Yo quiero ser madre —dice al cabo de un instante—. Pero no así. No porque fui lo suficientemente estúpida.
—Eres joven —dice Lavender sin parpadear y Hermione entiende el mensaje, puedes tener más—. Es tu decisión.
No lo tengas.
—No quiero que nadie me juzgue —confiesa a media voz. Y es estúpido, porque llevan toda la vida haciéndolo. Y aún no ha tomado una decisión, pero sabe que sea la que sea, lo harán.
—Que les den —dice Ron. Hermione estaba tan metida en la conversación que ni siquiera se ha dado cuenta de que había salido del baño—. Vuelve a poner la película.
Hermione se estira para coger el mando y le da a play en el momento en el que Ron vuelve a sentarse entre las dos. Lavender le lanza una última mirada antes de recostarse contra él.
La pistola se dispara. John Travolta se llena la camisa de sangre.
10. Nott
Hermione cita a Nott el miércoles siguiente. Lo ha estado retrasando todo lo que ha podido, porque cuanto más pronto lo entreviste, más pronto tendrá que enfrentarse a Malfoy. Y enfrentarse a Malfoy implicará tener que ponerse frente a frente a algo en lo que no está preparada.
Nott siempre ha sido una de esas personas en las que no te fijas. Es casi tan alto como Ron, aunque camina con los hombros caídos y la espalda encorvada. Como si intentara parecer menos de lo que realmente es. Viste con una túnica de corte tradicional y, aunque grita buena, es bastante sobria y práctica.
Su secretaria le ha pedido que le espere sentada. Es una sala pequeña, en forma rectangular y con un gran cuadro de un paisaje pantanoso. Unos pesados sillones se apoyan contra las paredes y hay una mesita en el centro con revistas viejas. Frente a Hermione hay sentada dos mujeres: una madre y una hija.
—No te importa, ¿verdad, Granger? —pregunta Nott. Y de verdad que no le importa, porque simplemente se encoge de hombros y les hace un gesto para que vayan delante.
Nott asiente antes de girarse hacia ellas. Hermione no puede evitar fijarse en las dos brujas según salen de la sala de espera. La hija tiene una expresión compungida, casi triste, y apoya una de sus manos sobre su cadera. Las puntas de sus dedos rozan su barriga. Su madre está más seria y parece preocupada. No puede evitar entender la escena. Se encoge un poco sobre sí misma, apoyándose contra el mullido respaldo, intentando no pensar en lo que probablemente fuera a pasar en aquella consulta.
Intenta distraerse mirando el gran paisaje colgado. Pero no puede evitar llevar su mente atrás, a aquel gesto sencillo y disimulado de la muchacha —probablemente no tendría más de dieciséis años—, la mano sobre el vientre. Como si pudiera protegerlo solo con aquel gesto.
Hermione ha evitado colocar la mano cerca de todo el área abdominal hasta el momento. Porque hacerlo sería casi como reconocer que está allí. Y reconocer que está allí lleva a tener que tomar una decisión para la que no sabe si está preparada. Es demasiado pronto. Demasiado.
Alarga la mano, con los dedos estirados a unos centímetros. Se moja los labios y lanza una mirada nerviosa hacia la puerta. No sabe qué está haciendo, si le dedica dos segundos de su tiempo apartará la mano, pero no lo hace. Apoya las yemas sobre la tela de su túnica y entrecierra los ojos.
—Granger, cuando quieras.
Hermione pega un respingo y se incorpora. Nott apenas la mira, aunque parece más un gesto ensayado de intimidad que porque haya visto algo raro. Se alisa la falda de la túnica antes de coger su maletín y seguirle hasta su despacho.
A Nott le han ido bien las cosas. Su despacho tiene asientos de cuero buenos y un escritorio de madera de caoba de aspecto pesado. Hermione no lo recuerda demasiado de sus años del colegio. Era callado y sacaba buenas notas y, aunque jamás la trató mal, había algo en su mirada que siempre le dejó claro que prefería mantener las distancias. Ahora, es distinta. Una mezcla de curiosidad y reluctancia, como si no tuviera muy claro por dónde van a ir los tiros.
A pesar de que lo tiene en frente, con los codos apoyados sobre la mesa, los ojos de Hermione no pueden evitar clavase detrás de él y arrugar el ceño. Allí hay colgada una Orden de Merlín de Primera Clase con el ribete verde colgando fuera del marco. Nott apenas parpadea.
—Sí, es una Orden de Merlín —dice secamente—. Y si te lo estás preguntando, ni la he robado ni es una herencia.
Hermione baja la mirada hasta su rostro y esboza una sonrisa ligera, intentando reducir la presión del momento. Nott tiene el ceño fruncido y los labios apretados. Parece molesto.
—No me lo estaba preguntando —asegura—. No sabía que tenías una, ¿qué hiciste?
En seguida se da cuenta de que la pregunta no es apropiada. Nott endurece aún más sus facciones y cuando habla parece que, más bien, escupe.
—Lo mismo que tú. —Hermione entreabre los labios, dispuesta a enmendar su error, pero no la deja continuar—: Es gracioso, porque en la propia ceremonia dos miembros de la patrulla mágica vinieron a detenerme acusado de colaboracionismo.
Hermione nunca recogió la suya. En su momento, parecía un premio escaso en comparación con las pérdidas. Sus padres, Fred, Remus, Tonks. Ningún trozo de metal sería capaz de devolvérselo. Suponía que debía estar en algún lugar del Ministerio, cogiendo polvo junto a la de Harry y a la de Ron. No podía importarle menos.
—No lo sabía —se excusa.
—¿Por qué ibas a hacerlo? —Nott se echa el pelo hacia atrás y se muerde el labio—. De acuerdo, ¿qué necesitas?
—¿Disculpa?
—Para terminar aquí, ¿qué necesitas?
—Bueno… estuve leyendo las notas de Ryer. Parece que has tenido un comportamiento modélico los últimos años. —Sin poderlo evitar vuelve a mirar a la Orden de Merlín. Parece tan injusto. Los archivos sobre Nott son bastante claros sobre un comportamiento modélico. Jayden se tomó, incluso, la molestia de conseguirle un permiso para que saliera del país el verano pasado—. Con los demás, me he estado asegurando de que sus cuentas están limpias. Y, bueno, si necesitas alguna cosa…
Se encoge de hombros. Duda que pueda hacer de guía y consejera, tal y como hizo Jayden, con tan poco tiempo para hacer que empezaran a confiar en ella. O que Nott esté dispuesto a aceptar cualquier tipo de consejo que pudiera darle.
(O que necesitara cualquier tipo de consejo).
Sea como fuera, parece que eso es suficiente. Las facciones de Nott se relajan y asiente.
—Puedo traerte todos los documentos de la clínica ahora mismo.
—Eso sería genial, gracias.
Nott se levanta y sale de su despacho sin decir nada más. Hermione deja que su mirada vague por la habitación. Hay varios títulos enmarcados que le hacen recordar a la clínica de sus propios padres, una estantería llena de libros de aspecto médico y otra llena de lo que parecen archivos de pacientes.
Sobre la propia mesa hay uno de estos archivos. Es un libreto fino, con las tapas de color rojo bermejón. Hermione no puede evitarlo y alarga la mano para cogerlo. Las hojas de su interior —de pergamino fino—, están completamente vacías. Frunce el ceño y se plantea sacar la varita para comprobar si hay o no texto oculto.
—En gran parte es por eso por lo que funciona la clínica —dice una voz femenina a su espalda. Hermione pega un respingo y deja el archivo sobre la mesa, antes de girarse—. Nuestra discreción es muy apreciada por nuestros pacientes.
»Eso y el trato personalizado que no pueden recibir en San Mungo.
—¿Te conozco?
Es una mujer de origen asiático que debe de rondar la treintena. Tiene el cabello largo y oscuro recogido en un moño y, tras la túnica de medimago, se deja entrever una prominente barriga. Debe de estar en su sexto mes de embarazo, por lo menos. Lleva entre sus manos un pesado libro que deja en la mesa, justo encima del archivo.
—Sue Li —se presenta ofreciéndole la mano—. Bueno, supongo que lo correcto ahora sería decir Nott. Fuimos juntas a Hogwarts —añade, por si aún no ha caído. Hermione tiene un recuerdo vago de ella llorando en tercero tras el examen de Transformaciones sobre el hombro de Morag MacDougal.
—Ravenclaw, ¿verdad?
—Eso es.
Hermione abre la tapa del libro. Es donde llevan las cuentas, comprende, al ver la misma letra alargada que en los archivos de Goyle y Parkinson.
—Jayden escribió que Nott se casó, pero no con quién —comenta, porque Sue Nott sigue allí, de pie junto a ella. Y porque parece que la está apuntando con su barriga y no quiere quedarse mirando.
—Jayden es un cielo —dice sin tan siquiera parpadear—. Siempre se tomó como algo personal protegerlos, parecía que era el único que entendía que solo eran muchachos. —Se encoge de hombros—. Para nosotros es alguien muy importante.
—Sue, ¿no tienes ahora un paciente? —pregunta Nott dejando junto al libro de contabilidad una carpeta llena de pergaminos.
Sue pone los ojos en blanco dramáticamente antes de dar un suave apretón sobre el hombro de Hermione.
—Si quieres tomarte algo después, Grace hace el mejor café de la ciudad.
—Sue —advierte Nott.
—Sí, sí. Ya lo sé, no me des sermones. Para mí solo hay rooibos. —Saluda desde la puerta con una mano—. Nos vemos, Hermione.
—Cuídate —se despide. Cuando vuelve a girar la cara hacia Nott, sigue teniendo una postura seria—. Supongo que las felicitaciones están a la orden del día —murmura volviendo a abrir el libro de cuentas.
—No quiero que la metas en esto —le espeta.
Ya ha tenido suficiente, decide. Si Nott va a jugar duro, ella también sabe. Durante su infancia y su adolescencia tuvo su dosis suficiente de abusones. Levanta el libro para coger el archivo con las hojas en blanco y lo entreabre, a sabiendas de que no va a encontrar nada allí.
—Eso es confidencial —dice entre dientes.
—No necesito saber qué pone —responde levantando la mirada y sosteniéndosela. Sabe que es el momento para demostrar fuerza: si se achanta ahora, Nott siempre sabrá que le puede—. La niña estaba embarazada.
—No tienes nada.
—Difícilmente es legal —replica ella. Es casi como si se estuviera dando una bofetada a sí misma—. Y supongo que bastante hipócrita, teniendo en cuenta que tu mujer está embarazadísima.
Nott no tarda ni un parpadeo en recomponerse.
—Supongo que tendría que haber dejado que se envenenara con alguna clase de remedio casero —replica sin siquiera parpadear—. O, mejor, que se fuera a los muggles a que la abrieran como si fuera un cerdo.
Hermione le mira durante un largo instante y, después, sonríe. Nott se ha erguido, está apretando los puños y respira dificultosamente, como si se estuviera conteniendo.
—No quiero que me malinterpretes, Nott.
—Y difícilmente Sue y yo somos uno niños de quince años que se han olvidado de tomar una poción anticonceptiva después de follar.
Hermione parpadea, intentando no reaccionar a sus palabras. Aún así, nota que un rubor le cubre las mejillas.
—Lo que quería decir, Nott, es que no he venido a destrozarte la vida —dice aclarándose la garganta antes—. Déjame hacer mi trabajo y yo te dejaré hacer el tuyo.
11. Lavender
Cuando vuelve a casa, se encuentra a Lavender sentada en el sofá. Lleva un pañuelo anaranjado atado alrededor de su cabeza, como si se tratara de una cinta para el pelo, y está leyendo una de las revistas de botánica que le pidió prestadas a Neville a principios de año. Tenía pensado plantar un pequeño jardín en el balcón de su habitación de hierbas medicinales. Pero entre unas cosas y otras, es junio y aún no le ha dedicado ni un minuto.
—He pedido cita con un medimago —dice sin levantar la mirada—. Cámbiate si lo necesitas. Después comeremos helado.
—¿Disculpa? —pregunta Hermione, a medio colgar su bolso en el perchero.
—¿Piensas ir a ver a algún medimago por tu cuenta?
Hermione boquea. Porque lo que ella haga o no haga no es asunto de Lavender. Los asuntos de Lavender en aquella casa empiezan y acaban en la habitación de Ron. Así que se moja los labios y se yergue, intentando parecer más segura de lo que realmente se siente.
—Pues sí, pienso ir en algún momento. —Ahora sí, Lavender levanta la mirada—. De hecho, ya he hablado con uno. Como puedes ver, no tienes nada de lo que preocuparte.
Lavender apenas parpadea y Hermione no puede evitar sentirse culpable por mentir. Así que se encoge de hombros.
—De acuerdo, pediré una cita. —Y Lavender sigue. Hermione suspira y se deja caer junto a ella—. El sábado, puedes pedir cita para el sábado.
—Genial. —Lavender pasa la página y sigue leyendo.
—¿Dónde está Ron? —pregunta apoyando la cabeza contra el respaldo del sofá y cerrando los ojos, agotada.
—¿No te he dicho que íbamos a comer helado?
12. Malfoy
La Mansión Malfoy sigue siendo exactamente como la recuerda. Los jardines imponentes, las puertas pesadas de metal. Los pavos reales albinos. Es difícil atravesarlo sin recordar aquel año fatídico. Había sido de noche, no la hora del té. Y, de alguna manera, la presencia de Voldemort en la casa la había hecho mucho más tenebrosa.
Es Malfoy quien abre la puerta cuando sube los tres primeros escalones. Hermione no puede evitar mirarlo un instante de más. Nota la lengua pesada y tiene ganas de vomitar —y duda terriblemente que tenga nada que ver con su… problema. Malfoy se parece más que nunca al chico que conoció en Hogwarts. Mucho más que la otra noche.
Lleva el pelo echado hacia atrás, engominado como en sus días de colegio, y una túnica negra y de cuello cerrado —a pesar de que están en verano. La peor parte es que ahora no es capaz de mirarlo y eliminar la asociación de sexo y Malfoy. Hermione se recoloca el asa de la cartera que lleva sobre su hombro e intenta no parecer achantada por él. O por lo que pasó entre ellos. O de lo que podría pasar, si al final decide lo que decide.
—Granger —la saluda con una inclinación corta—. Pasa.
Se echa a un lado. Hermione está a punto de darse la vuelta. O a punto de soltar a bocajarro estoy embarazada. En su lugar asiente y obedece. Un escalofrío le recorre la espalda cuando nota la puerta cerrarse detrás suya.
—No quiero robarte mucho tiempo —murmura.
Malfoy no reacciona raro. Simplemente se encoge de hombros y hace un gesto con la cabeza, como todo indicativo de que le siga. Hermione toma aire antes de hacerlo.
Su despacho está en la segunda planta. Malfoy no es un hombre sobrio y la decoración así lo atestigua. Los muebles parecen antiguos y que han sido fabricados expresamente para encajar en la habitación. Hay varios cuadros de paisajes vacíos. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que sus habitantes han sido echados de allí para la ocasión y Hermione no puede evitar mirarle y preguntarse qué intenta esconder.
—Puedes sentarte —invita echando hacia atrás su silla—. Me ha dicho Goyle que solo estás comprobando nuestras actividades económicas. Me he tomado la molestia de preparar los documentos de antemano, espero que no te parezca mal.
Está tenso. Hermione puede notarlo detrás de su tono amable y de su falta de expresión. Y, en cierta medida, es un alivio. Porque puede que lo que pasó fuera una locura de borrachos, pero pasó. No es un invento de su subconsciente.
Sonríe —y Malfoy se la queda mirando, con las cejas rubias ligeramente fruncidas y los labios entreabiertos.
—Genial —le dice. Malfoy asiente y da un par de pasos hacia la salida.
—Si necesitas cualquier cosa…
—Sí, no te preocupes.
Por un momento, Hermione tiene la impresión de que Malfoy quiere decir algo más. Pero no lo hace. Simplemente, cierra la puerta tras de sí.
Hermione baja la mirada, tal y como esperaba, ahí está la misma letra alargada.
13. Harry
Decide que tiene que hablar con Harry antes de ir a hablar con ningún sanador. Ron cree que está exagerando. El corazón le late demasiado rápido cuando se aparece en Grimmauld Place. Hay polvo en todo el ambiente y las paredes están derribadas. Está concentrado, con los brazos extendidos. Como si estuviera llevando a una orquesta. En el suelo frente a él, diminutas láminas de madera se entrelazan para formar un complicado dibujo.
—¡Hermione! —la saluda.
—Pensé que te habías decidido por la moqueta sobre el parqué —comenta—. Es bonito. Te voy a tener que pedir que me construyas una casa cuando termines con esta.
—Seguro que tú lo harías mejor —dice con sinceridad Harry.
—Sí, pero estoy bastante más ocupada que tú —responde con una sonrisa en los labios.
Harry ríe y niega con la cabeza.
—Creo que voy a tener que decirte menos a menudo lo maravillosa que eres. ¿Te apetece algo para beber?
—Ay, sí, por favor. No veas qué día he tenido. —Harry hace un ruidito gutural para invitarla a que continúe hablando—. Me he pegado toda la tarde revisando documentos de las finanzas y negocios de Malfoy.
—¿Y? —Harry ha convertido la cocina (aún pendiente de remodelar) en una especie de despacho improvisado. La mitad de la mesa está cubierta por papeles y la otra mitad sigue puesta, probablemente, desde la hora de la comida. Harry la recoge con un gesto de varita—. ¿Té, café?
Hermione entreabre los labios. En realidad, no hay mejor momento para dar la noticia. Y para qué postergarlo más.
—Pues, en realidad, estoy embarazada. Así que, si puede ser algo sin cafeína, mejor.
Harry parpadea.
—Hermione —dice—. Vaya, eso es… —Se detiene. Hermione supone que no sabe qué decir. No le culpa: ella tampoco sabría. Hace una mueca—. ¿La poción caducada? —pregunta a media voz.
—La poción caducada —confirma Hermione sentándose y tapándose la cara con las manos.
—Yo… No sé muy bien qué decirte. ¿Qué va a pasar ahora?
—No lo sé, qué quieres que te diga.
—¿Te estás planteando…? —Harry se aclara la garganta y la palabra aborto flota entre los dos. Hermione se tapa la cara con las manos, frotándose distraída los párpados.
—No lo sé, Harry, de verdad que no lo sé. Prefiero no pensar en ello.
Ha debido de sonar muy rota, porque Harry arrastra su silla para sentarse a su lado y coloca una mano alrededor de su hombro. Hermione se deja confortar.
—No sabías que estabas viendo a alguien —dice, rompiendo el silencio. Hermione levanta un poco la cabeza para mirarlo a la cara.
—No estoy viendo a nadie. Fue cosa de una vez. —Se aparta un poco—. En la despedida de Hannah.
—¿Un muggle?
—Ojalá. —Se rasca la cabeza y toma aire. No tiene ningún sentido no decirlo. Ron lo sabe y, tarde o temprano, se le escapará pensando que Harry también. Y, aunque sabe que si se lo pide jamás dirá ni media palabra, tampoco quiere pedirle algo así—. Es Draco. —Y, como si pudiera haber otro Draco, añade—: Draco Malfoy.
La cara de Harry no se desencaja. Ni siquiera le sale un poco de humo por las orejas. Simplemente parpadea tontamente.
—No lo entiendo.
—Nos colamos en la casa, hechizamos a sus propietarios y nos acostamos en su dormitorio. El día de la despedida de Hannah.
—Te estás quedando conmigo.
—Lo peor es que tengo el recuerdo de que fue idea mía. —Harry arquea una ceja y Hermione no puede evitar bufar—. Iba muy borracha, ¿vale?
—¿Y vas a contárselo?
—No lo sé. Supongo que, si decido quedármelo, sí.
Harry se levanta para coger una caja y colocarla entre los dos.
—Si vas a contarme un montón de cosas que preferiría no saber —dice sonriendo, en tono ligero—, bien podrías ayudarme. Estoy mandando invitaciones para la inauguración. A los donantes —Señala un montón de pergaminos atados con un cordel— y a algunas figuras importantes, ya sabes.
Hizo un gesto con el hombro, como para restarle importancia. Hermione sabe que, en el fondo, no se siente cómodo con el tema de pedir dinero. Pero no es ningún idiota que construye castillos en el aire y sabe que no puede hacerlo él solo.
—Vale. Trae.
—Entonces te has acostado con Malfoy.
—¿No querrás saber si la tiene más grande que tú, verdad? —Harry hace una mueca de asco.
—¿Quién querría saber eso?
—Ron —responde cogiendo una de las invitaciones. Harry ha colocado un texto modelo para que lo copie delante de sus narices—. Está saliendo otra vez con Lavender.
—La he visto por el piso —asiente Harry.
—Ha cambiado.
—Tú te has acostado con Malfoy —responde indignado. Hermione no puede evitar reír en voz baja—. Oh, Merlín, me acabo de dar cuenta de una cosa horrible.
Hermione gira la cabeza hacia él.
—¿De qué?
—De que ahora no vamos a librarnos nunca de Malfoy. Estará en los cumpleaños, en Navidades, irá a despedirlo el uno de septiembre…
—Harry —murmura Hermione abatida. Pero Harry tiene esa mirada febril que indica que ya lo ha perdido. Él alarga la mano y la dirige directa hacia su abdomen, deteniéndose a escasos centímetros.
—¿Puedo? —pregunta en voz baja, como si estuvieran compartiendo un secreto.
—No. —Dice levantándose y apartándose. Quizá ha sido demasiado brusca, por la expresión de sorpresa del rostro de Harry—. No. No es nada, todavía no. Ni siquiera sé si me lo voy a quedar, joder, Harry.
Él cierra los ojos y baja la mano.
—Perdona.
—Olvídalo —replica volviendo a sentarse—. Vamos a… lo que sea. ¿Vale?
Vuelve a coger la pluma, a intentar concentrarse en las palabras.
—Vas a tener que hablar con Bradford.
—Ya, ya.
—¿Sabes en el lío que te puedes meter?
—No necesito que me sermonees, Harry. Ya tengo suficiente conmigo misma.
Harry deshace el nudo de las donaciones y coge una de ellas. Durante unos instantes, lo único que se oye en la habitación es el rasgar de las plumas.
—Sabes que yo cuidaría del bebé —dice de pronto Harry—. Si tú… lo haría, ¿verdad?
—Lo sé, cielo.
Le palmea una mano y Harry sonríe. Parece muy cansado, como si hubiera envejecido de pronto diez años. Está pensando en Ginny y en lo que podrían haber tenido y, de alguna manera, es algo que le rompe el corazón. Así que para distraerle, señala a los dos montones de donativos.
—¿Por qué los separas?
—Algunos son anónimos —explica Harry encogiéndose de hombros.
Cómo no, Hermione alarga la mano para ver uno de ellos más de cerca. Es tan solo un cheque, con el sello de Gringotts y una letra alargada. El corazón le da un salto.
Harry se inclina para ver lo que está mirando por encima de su hombro.
—Oh. Tengo varios de esa señora —dice—. Me he apostado cincuenta galeones a que es una señora ricachona sin hijos. Seamus cree que es una cuarentona que… ¿cómo dijo? Que pierde sus bragas por mí.
—Es Draco Malfoy —responde en tono plano.
—No, imposible, es letra de chica.
Hermione abre sin pensárselo su bolso y mete la mano en busca de la copia de los documentos de Parkinson. Los despliega sobre la mesa para que Harry pueda mirarlos.
—Vaya. —Harry parece bastante descolocado.
—¿Te ha mandado varios?
—Sí, todos los meses desde que lo anunció el Profeta. —Parpadea—. Invítale.
—¿Qué?
—Mira, Hermione, podría besarlo (oh, bueno, hacer que tú le beses… visto lo visto) con tal de asegurarme de que sigue mandando esos cheques.
No responde inmediatamente. Se queda mirando el trozo de pergamino. Es una cantidad muy generosa. La ha visto esta misma tarde en los registros de Malfoy. No sabe exactamente dónde colocar esa nueva información sobre Malfoy.
Harry no vuelve a sacar el tema.
continuará-