La Reina del Palacio de las Nieves Eternas
Nota de la Autora:
Esta historia está inspirada en mi saga de libros favorita: trilogía Millenium. Mikasa Ackerman tomará el rol de Lisbeth Salander y Levi Ackerman el rol de Mikael Blomkvist. Luego de ver la película de la Chica del Dragón Tatuado por millonésima vez, enloquecer con SNK y relacionar las parejas, dije «tengo que hacer algo al respecto». Algunas escenas y desarrollo de la trama pertenecerán a la saga, pero lo demás es parte de mi absurda imaginación. No es literalmente igual a la historia original, por supuesto que no.
ADVERTENCIAS: AU/OC/OOC/Contenido Sexual Explícito/Drogas/Violencia/Ideologías/Creencias/etc.
Derechos:
-A Hajime Isayama por sus personajes Levi Ackerman, Mikasa Ackerman y otros que añadiré al azar.
-A Stieg Larsson por su inspiración. (QEPD)
Mikasa Ackerman era un ejemplar excepcional. No solo por su aspecto entintado en ropajes oscuros o su cabello recortado, sino porque su inteligencia suprema la excomulgaba de inmediato de la masa popular. Realmente, era una chica en particular. Tenía veinte años recién cumplidos y una vida digna de una tragedia literaria, mas su aspecto distaba totalmente de las descripciones predeterminadas de la literatura trágica. Ella era más bien similar a una loba esteparia, salvaje y huraña, solitaria. Hermosa, por cierto, algo delgada, pero de cuerpo fornido con una cara de mocosa que le era difícil ocultar aún con el excesivo delineador negro que enmarcaba sus orbes grisáceas.
Esa fría mañana de invierno en Trost, Mikasa no podía oír ningún ruido. El agua penetraba sus tímpanos y se perdía todos los efectos sonoros ambientales. Llevaba un buen par de minutos sumergida en la bañera, esperando por nada. Sabe que ninguno de sus deseos se cumple al final, no importa qué tanto lo intente, lo más probable es que siga hambrienta de oxígeno por mucho tiempo más. No era que ella se considerase una suicida, pero fingirlo, por el puro gusto de fastidiar, le restaba tiempo a la reunión de trabajo que tenía esa mañana.
Cuando salió del agua, le echó una ojeada rápida al reloj para comprobar que no lo había estropeado. 9:00 am. Aún podía llegar a tiempo al edificio Rockford, calle Åkerlund número 2775, séptimo piso, oficina 702. Se sabía la dirección de memoria por costumbre forzosa. No era el mejor lugar para ir un martes por la mañana, pero al menos tendría algo más interesante en qué ocupar su tiempo.
Mas no tenía opción. Mikasa Ackerman trabajaba como investigadora privada de las empresas Allmond Security. Y era de esperarse que una mente como la suya haya estado vinculada a un trabajo tan estratégico como aquel, pero la verdad era que su historia tenía un origen que dejaba en claro porqué la joven debía estar ahí y no en otro lugar.
Sí, ella era excepcional. Tanto, que era mentalmente —tal vez, emocionalmente— incompetente y no podía manejar su vida. Desde pequeña, Mikasa había sido reconocida por su personalidad brusca y agresiva, y por sufrir de arranques violentos descomunales, como si una fuerza extraña fluyese de ella, encegueciéndola y llevándola a actuar sin medidas. Su familia no pudo contra ella. Su padre sufrió las consecuencias y sufrió quemaduras en el ochenta por ciento de su cuerpo. Su madre nunca cumplió con dicho rol. Por eso, Mikasa pasó toda su adolescencia de correccional en correccional, sin un destino, sin nada por qué vivir, hasta que le otorgaron un tutor que por primera vez, no intentó abusar de ella. El viejo Arnold.
Tiempo después, en la búsqueda de un trabajo para costearse sus gastos, ofreció sus servicios como junior de oficina a las empresas Allmond. Si bien no fue la compañera de trabajo idónea durante los primeros meses, al tiempo se ganó la confianza de su superior, quien descubrió el diamante en bruto que era la señorita Ackerman.
Gracias a Allmond, Mikasa había salvado su culo de vivir en la calle, de vivir recluida o bajo la custodia del gobierno. De todas formas, no le quitaban ojo de encima, obligándola a entregar reportes mensuales sobre sus gastos y conducta, respaldada por un psicólogo. Sin embargo, el viejo Arnold se convirtió en lo más cercano que tenía a una figura paterna. Cuidó de ella con todo el cariño que Mikasa jamás había recibido. Eso al menos hasta antes que sufriera un infarto cerebrovascular que lo dejó con daños neurológicos severos. El pobre Arnold ya no hablaba, apenas movía una ceja para comunicarse, y eso hacía que Mikasa se sintiera sola. No era su culpa, pero ella extrañaba su presencia como antes.
Esa mañana, luego del baño, Mikasa tomó unos pantalones skinny de cuerina, bototos y una camiseta blanca de tirantes que traslucía su sujetador negro. Se peinó el cabello corto con las manos y se perfiló los ojos con abundante delineador. Se observó las uñas con desaprobación. No tenía tiempo para repasar el esmalte negro que comenzaba a descascararse. Tomó su chaqueta de cuero por si la mañana la pillaba fresca y su bolso de la suerte, donde, usualmente, guardaba todo. El estropajo de lona no tenía fondo.
Le tomaba por lo menos unos treinta minutos llegar al centro de la ciudad en su moto, pero, esa mañana, el tráfico funcionaba a velocidad senil. Acortó el camino por diversas calles, rehuyendo las filas eternas de vehículos y sus incesantes bocinazos petulantes. Odiaba la atmósfera de contaminación acústica que se tejía en los nudos céntricos de las ciudades tan pobladas como Trost. Odiaba el bullicio, las masas moviéndose por las zonas comerciales y la combinación de olores que se esparcía por cada calle: fritura, perfume, alcantarilla, cigarro, basura, todo tipo de comidas, sudor, el dióxido de los tubos de escape, putrefacción.
Víctima del tráfico, Mikasa llegó quince minutos tarde a la reunión, pero Allmond la conocía bien. «Lo bueno tarda en llegar». Irritada, esperó que él mismo se lo hubiese dejado en claro a su cliente.
Allmond la había llamado temprano el lunes en la mañana para informarle que tenía que asistir a un encuentro con un cliente. Agendó la reunión privada para ese día y aunque, un poco reacia a aceptar otro trabajo más por parte de su jefe y sus desafíos imposibles, finalmente, cedió al escuchar la gran lista de ceros que se aplicarían a su cheque si cooperaba.
Al llegar, Mikasa estaba ansiosa. Normalmente, no contactaba con los clientes de Allmond directamente, pero si esta vez era el caso, podría tratarse de algo bastante comprometedor y eso no le hacía gracia. En lo absoluto.
Caminó con pesadez y vio a Allmond a través del ventanal de su oficina, haciéndole señas para invitarla a entrar. Un poco tensa por la situación, obedeció a regañadientes. Terminó casi pateando la puerta de su oficina y se aventuró a zancadas hacia un sillón de escritorio. Tiró el bolso al suelo sin mayor interés y apoyó su espalda en el respaldo sin mirar fijamente a ningún participante de la escena.
«Rápido», pensó. «No tenemos que estar aquí todo el día».
—Señorita Ackerman —Allmond tenía un trato delicado con ella, aun cuando sabía que ésta estaba lejos de ser una señorita—, buenos días. Tengo el gusto de presentarle al señor Erwin Smith.
«¿Smith?». Ese nombre rebotó en los recuerdos de Mikasa, velozmente, para encontrarse con una coincidencia. El tipo para el que había realizado el informe pasado.
Su trabajo había consistido en investigar la vida personal del periodista Levi Ackerman, con el fin de encontrar algún tipo de irregularidad. El tipo había destruido su carrera tras haber acusado de dolo a un importante empresario. Mikasa realizó un informe completo de por lo menos unas seiscientas cincuenta páginas, luego de pasarse un buen par de meses interceptando su línea telefónica y husmeando en su computadora. Porque ciertamente, la señorita Ackerman manejaba un conocimiento sin igual, aquel que la hacía ser digna de su mejor descriptor; excepcional. Hasta como hacker.
La joven volteó a ver al tipo unos segundos, por mera curiosidad de saber cómo lucía su rostro. Se encontró con un hombre de mediana edad, rubio y de cejas espesas. Tenía una expresión dura y cara de pocos amigos, la observaba con interés y desasosiego, inquieto, seguramente, por ir al grano de lo que le competía.
—Es un gusto, señorita Ackerman —le habló con clemencia, mientras ella lo ignoró magistralmente, enarcando una ceja.
—La señorita Ackerman no tiene una personalidad muy convencional, señor Smith, pero es una de las mejores investigadoras que tengo. Se lo aseguro —Allmond trató de arreglar la situación.
—Ya veo —respondió el tipo sin perder su postura rígida en ningún momento—. El asunto es, señorita Ackerman que su informe…
—¿Existe algún error? —lo detuvo, tajante.
No le había agradado el ambiente que se había formado y quería salir de ahí cuanto antes. No iba a hacer un mismo trabajo dos veces. Prefería que la convencieran con algo nuevo.
—En lo absoluto. El informe está muy completo y perfectamente estructurado. Es solo que me parece bastante sensato, y la verdad esperaba que usted pudiera darme alguna información adicional —Mikasa hizo una mueca de desconcierto ante sus palabras.
—Creo que a lo que el señor Smith se refiere es que tal vez pudiste haber añadido otros aspectos más personales en tu informe, Mikasa —Allmond la miró compasivo. Al parecer, tampoco aceptaba mucho el estar recibiendo un mismo trabajo dos veces.
—Es un tipo común y corriente —encogió sus delgados hombros—. Tiene algún tipo de relación intrínseca con su secretaria, Hange, ni idea qué sucede ahí. Está casado con una mujer de nombre Petra Ral, llevan separados un buen par de años. Tienen una hija. No veo ningún aspecto de interés que sea pertinente destacar —le dirigió una mirada floja, aburrida de hacerle entender que no había más que poder hacer por él.
—Tiene que haber algo que se pueda considerar inaceptable acerca de él. No puede no tener secretos.
—Todas las personas ocultan secretos. Es cosa de averiguar cuáles son —comentó la joven con voz oscura.
—¿Podría hacerlo? —insistió Smith.
—Ya lo hice. El informe es todo lo que hay. No me parece pertinente comentar que ayuda a la señorita Hange a concebir el sueño en las noches frías. ¿Debo ser explícita en la técnica que usa para ello?
Smith mantuvo una postura seria y detuvo su ansiedad de saber más.
—No. Tiene razón. Hasta ese punto es suficiente.
—Eso es todo lo que hay de él. ¿Puedo irme? —miró con ojos suplicantes a Allmond, quien miraba de un lado a otro viendo como zafarse del lío.
—Adelante —suspiró el hombre de cabellos dorados—. Pero nos volveremos a encontrar, señorita Ackerman.
Con tal de recuperar su vida, Levi estaba perdido en un pueblo lejano, nevado hasta perderse de vista el objeto más cercano, sin conocer a nadie y con el culo congelado. Todo por hacer correr un rumor para el que no tenía las pruebas suficientes, sobre un empresario corrupto. Lo había acusado de lavado de dinero, guiado por querer tener un buen proyecto entre manos y una suposición que podía haber estado basada en un chisme cualquiera de internet. Ahora estaba a punto de perder su carrera y su única salvación estaba en las manos de un viejo moribundo con tanto poder y dinero, que podría salvarle el pellejo si Levi era capaz de ayudarlo a encontrar a su nieta perdida hacía varios años ya.
El veterano para el que estaba trabajando, lo había contactado tras ver su nombre en la televisión. Le conocía desde antaño y era seguidor de su revista Millenium, donde se desenmascaraba a personajes públicos que eran corruptos. Mas a Levi le pareció que el anciano se aprovechaba de su situación laboral vulnerable para lograr sus fines. La investigación había quedado inconclusa, pero, sabiendo que no le quedaban muchos años de vida, Lancel Lindberg estaba dispuesto a gastar toda su fortuna para reabrir el caso que nunca nadie pudo resolver. Y Levi no comprendía cómo él, un simple periodista, iba a lograr algo que policías y detectives profesionales no pudieron. Pero terminó aceptándolo igualmente. Estaba fuera de la revista por un tiempo hasta que pasara el escándalo. Además, Lindberg le había ofrecido una cabaña en la que podía refugiarse durante los días que durase la investigación, tres veces el sueldo que obtenía como periodista de la revista Millenium y la cabeza de Nile Dawk, el empresario a quién intentó desenmascarar. El abuelo Lindberg poseía, según él, mucha información crucial para acabar con toda la dicha de Dawk y, a cambio, pedía ayuda con la investigación de su nieta perdida.
No solo iba a ser mucho más complicado de lo que se esperaba. Lo más probable era que Levi terminase necesitando ayuda porque el caso distaba mucho de lo que podía investigar un simple periodista. Helen Lindberg suponía una presunta desgracia al haber desaparecido y no haber sido encontrada jamás. En Orvud, se tenían creencias de que hubiese sido asesinada, puesto que Helen desapareció en el mismo periodo de tiempo en que se había alarmado a la población de un asesino de adolescentes. Era toda la información previa que manejaba Levi, mas cuando volviese de Trost iba a tener que trabajar como condenado.
El viernes de esa semana fue cuando volvió a Trost, anhelando ver un rayo de sol. Según Erwin Smith, el abogado del viejo Lindberg, sería una excelente idea proveerle a Levi un asistente para su investigación. Le sugirió que contactase con Allmond, director de una empresa de seguridad bastante importante. Sin embargo, en medio de una discusión, Levi se enteró de que aquella había sido la misma empresa que había redactado un informe completo sobre él para Nile Dawk, y que el mismo que Erwin había pedido revisar antes de contratar a Levi para el caso de Helen.
—No creerá que contrataríamos a cualquier persona para algo tan delicado— le había dicho Smith.
No obstante, Allmond estaba ocupado durante esos días y le dejó en la bandeja de entrada a Levi un correo que no pudo resultarle de otra forma más que confuso:
Jueves 16 Abril, 23:35
Allmond S.A
Jonas R. Allmond
Asunto: Importante.
Levi,
El viernes tengo un viaje impostergable, no puedo atender tu visita. Pero leí tu correo donde me explicaste la complejidad del trabajo que te encomendaron. Personalmente, yo no puedo ayudarte, espero que lo comprendas. Pero, ciertamente, no puedo dejarte a la deriva. Como solución puedo darte la dirección del departamento de una de mis mejores investigadoras. Dale una vuelta y me cuentas como te va.
Calle Rott, número 1350 edificio B5, tercer piso, habitación 312.
Esperaré tu respuesta.
J. Allmond.
p.s: Ella es un tanto particular. Le ha tocado difícil. Tan solo tenle paciencia.
Llegar a Trost significó para Levi un respiro de smog gratificante. Aunque la mierda de esa ciudad superficial y tóxica no se asemejara en nada a los bosques nevados de Orvud, al menos no tendría que caminar diez kilómetros para encontrar señal. No iba a congestionarse y podía comer comida decente y no las porquerías que vendían en el único negocio que había en toda la redonda.
Aunque era preferible que se dirigiese a su casa para tomar un baño, Levi decidió deshacerse de inmediato del asunto de los Lindberg, así que sin perder la dirección que le había enviado Allmond, siguió la ruta del GPS de su vehículo intentando no perderse en el camino. No frecuentaba los suburbios de la ciudad, por lo que no tenía muchas nociones del lugar al que lo habían enviado.
Cuando encontró el edificio, dio con una construcción grisácea sin brillo, ni estética alguna. Pensó en devolverse creyendo que se había equivocado, hasta que vio el número en bronce, 1350.
« ¿En serio una investigadora profesional vive en un sucucho como este?», pensó.
Para colmo, el trozo de concreto inútil no tenía activo el servicio de ascensor, así que tuvo que subir las escaleras hasta el tercer piso para dar con el departamento de la persona que, supuestamente, tendría las soluciones a sus problemas, pero que, además, lo había despellejado con un informe totalmente detallado de su vida privada.
Tocó la puerta tres veces con determinación. Nadie abrió. Lo reintentó con más fuerza y esperó por lo menos unos cinco minutos. Justo cuando estaba dispuesto a irse, el cerrojo sonó y la puerta se entreabrió con timidez, revelando un ojo gris apelmazado de pestañas que estaba recubierto con delineador negro.
Todo sucedió a una lentitud digna de una paciencia de oro, pero Levi jamás había sido reconocido por ser paciente.
Haló de la puerta con fuerza, haciéndole pegar un brinco y trastabillar hacia atrás, a la pobre chica desaliñada que tenía frente a sus ojos. La joven lo contempló con la boca abierta y los ojos abiertos de par en par ante su reacción. Entró en el departamento de una sola zancada y sondeó todo a su alrededor con expresión de asco y recelo.
—¿Puedo entrar? —le preguntó ansioso y mirando a todos lados.
—Ya lo hiciste —gruñó la joven, pasándose las manos por el cabello y armándose de paciencia para lo que sabía que venía.
Porque sí, Mikasa estaba al tanto de la situación. Allmond y ella manejaban una complicidad envidiable que no solía darse en todas las relaciones de jefe y trabajador. El asunto era que Allmond la había llamado con anticipación sobre la visita que iba a recibir. No le apetecía en lo absoluto tener al tipo allí mirándola de pies a cabeza, pero el trabajo era el trabajo.
—Vine por un asunto en concreto. Necesitamos conversar. Traje desayuno —dijo Levi, mientras alzaba dos bolsas que expedían un olor agradable.
A los ojos de Mikasa, el tipo lucía bastante bien. Vestía pantalones negros ajustados, una camiseta gris oscuro y chaqueta de traje. Su cabello era negro, tenía tez clara y ojos azules con unas ojeras peores que las de Mikasa en ese momento. Tenía un buen físico, aunque era un poco bajo, pero fuera de todo eso que sonaba tan atractivo, Mikasa pensó que tenía una expresión terrible de engreído y estirado de mierda.
Se contuvo de lanzarle un comentario desagradable por irrumpir en su departamento de forma tan cretina. Le dio un par de miradas rápidas y, finalmente, asintió, sin omitir el hecho de que se sentía irritada y fastidiada.
Como si hubiese entrado en su propia casa, Levi tomó unos platos y los acomodó en la mesa con sándwiches y dos tazas de té de esas típicas de comida rápida hechas de cartón. Mikasa sintió su estómago rugir, reclamándole por comida, pero su orgullo la hizo permanecer de pie alejada de su presencia, mirando todo con desconfianza.
Levi se quedó al lado de la mesa, descansando en una pierna y observándola mientras enarcaba una ceja. Sus ojos se paseaban sobre ella sin pausa. De seguro, curioso por el aspecto tan poco peculiar para una investigadora profesional.
—¿No vas a comer? —alzó ambas cejas, demostrando apuro.
Mikasa se acercó a la mesa a regañadientes y se dejó caer sobre la silla con todo su peso, sacándole un buen crujido.
—¿Qué tienes que hablar conmigo? Por cierto, buenos días —le contestó con ironía mientras desempaquetaba el sándwich que aún venía caliente.
Levi se sentó frente a ella para repetir la acción con su propio pan mientras continuaba mirándola con intensidad y desasosiego.
—Eres poco cálida con alguien a quien conoces tan bien.
Mikasa alzó la vista en el acto, lanzándole rayos que esperó que hubiesen sido reales.
—¿Disculpa? —palmoteó la mesa, dejando caer la mano con pesadez.
—Digo, un informe de más de seiscientas páginas. Sabes más de mí que todos mis amigos juntos —no le quitaba esos ojos tan penetrantes de encima, pero no fueron suficientes para intimidarla.
—Era mi trabajo —masculló, casi vomitándole las palabras en la cara.
—Un trabajo que, al parecer, te resultó interesante, según Allmond. ¿Te parezco interesante…? —hizo una pausa y la miró con incógnita en su rostro.
—Mikasa.
—Mikasa —repitió—. Supongo que he de sentirme halagado —el veneno en los ojos de la chica quería salir expedido para fulminarlo.
La señorita Ackerman se tragó la tirria que le sabía a salado y ácido. La saliva espesa bajó por su garganta y una clavada le apuñaló la cabeza. Probablemente, eran los efectos de la droga que aún circulaban por su organismo luego de la juerga que se había dado la noche anterior. Pasar rabias a tan tempranas horas de la mañana con un idiota tampoco le ayudaba mucho.
—Me pareció interesante porque, usualmente, investigo cosas de alto rigor. Indagar en la vida de un tipo cualquiera me pareció similar a ver una teleserie. No es que haya estado interesada en ti —le dio un mordisco al pan, digno de las fauces de un león. No iba a medirse. Le dolía el estómago por la fatiga.
—¿Por qué Allmond me mandaría justo con la tipa que hizo un informe sobre mi vida privada? —gruñó Levi, batiendo el café con esos palillos escuincles que entregan en todas las cafeterías.
—Porque Allmond confía en mí y en mis capacidades, más que en nadie. Además, él acepta trabajos y ya. No está de parte de nadie en concreto —era cierto. Allmond podía ayudar a los buenos y a los malos a la vez. El sólo prestaba sus servicios y nunca se comprometía con las personas ni sus historias en un cien por cierto. Todo para él era medido en objetividad.
Cuando terminaron de comer y el ánimo mejoró un poco, Levi le planteó la situación que lo había llevado a dar con ella.
—Eres un tanto joven, ¿qué edad tienes? —indagó Levi, mientras se cruzaba de brazos.
—Veinte. ¿Y tú? —preguntó Mikasa con torpeza, pasando por alto que ya lo sabía.
—¿No deberías saberlo? —dijo, socarronamente.
Le hizo soltar un bufido sonoro y largo. Trató de relajarse, inspirando para no ir a buscar el revólver que tenía escondido en su cajonera y dejarlo como colador.
—Mikasa —tomó una postura más seria esta vez—, necesito que me ayudes a atrapar al asesino de una niña.
Ella se quedó mirándolo unos segundos.
Allmond no había dicho nada sobre asesinatos y, por muy morbosa y tétrica que resultara la temática de la investigación, a ella esos temas le fascinaban, porque consideraba que, a la larga, te podías encontrar con todas las facetas de las personas, su doble estándar, su cinismo, ya que, usualmente, el asesino siempre estaba dentro de la misma familia. Niñas abusadas por familiares, esposos asesinando a sus mujeres, toda esa basura fermentaba una hipocresía tan repulsiva, que la instaba a querer desenmascarar la mentira de las familias felices. Y eso le daba una esperanza, de que una joven custodiada por el gobierno no era ni remotamente tan terrible como las realidades que se vivían en Trost.
Luego de divagar varios minutos, haciendo que Levi perdiese un poco la paciencia, Mikasa sacó su celular del pantalón y digitó sobre la pantalla. A Levi le molestaba que fuese tan silenciosa y tuviese un rostro tan altanero. No era muy diferente de él, pero ella, simplemente, podía considerarse como fría e ida.
—Dime —habló con tranquilidad—. ¿Cómo te llamas?
—Eso también deberías saberlo —Levi meneó la cabeza y le quitó la mirada.
No pudo tomarse eso como ofensivo. Pocas cosas ofendían a Mikasa y ya llevaba tiempo soportando al individuo ajeno en su departamento, por lo que sus comentarios comenzaron a parecerle irrelevantes.
—Levi Ackerman —comentó en voz alta y él asintió.
Sin embargo, lo anotó como «enano». Él jamás iba a saberlo.
Le marcó para que su número quedara registrado, y Levi se tomó toda la libertad de dejarle en evidencia que la aversión era mutua.
—Supongo que «engendro» es un nombre que te sienta bien —la miró con desdén mientras guardaba el teléfono.
Mikasa no comprendía cómo iban a trabajar juntos, ni como harían para llevarse bien, mas solo prefirió aceptar el trabajo y dejarse llevar por la historia del asesino de una niña de 16 años. Era más interesante que discutir con un jodido estirado.
La situación no mejoró con el tiempo. Mikasa convenía con que el trabajo en equipo no había sido impedimento alguno para avanzar con la investigación, pero en ámbitos personales las cosas iban en picada. Y todo se volvió más complejo cuando se dio por enterada de que la investigación se desarrollaría en Orvud, un pueblo que estaba nevado todo el año, donde no vivían más que un par de abuelos decrépitos que, tal vez, todavía se mantenían conservados por el hielo.
No le hacía gracia alguna viajar tan lejos, pero la paga era buena. Las cifras se repetían en su mente, haciéndola sumirse en humildad, agachando la cabeza, siendo condescendiente con todo lo que se le pedía. Puesto que su situación económica, si bien no era precaria, tampoco complacía todos sus intereses, y lo que más quería Mikasa en esos momentos, era tener el poder de hacer lo que quisiera e incluso irse a la mierda cuando quisiera, sin tener que sufrir por los gastos. Por eso, se permitía todos los trabajos que podía encomendarle Allmond con tal de nunca tener los bolsillos vacíos.
Empacó todo lo que más pudo para viajar hasta la localidad más fría en toda Suecia y, por supuesto, no olvidó todo su equipo de trabajo, sobre todo la computadora en la que tenía el registro de todas las transacciones realizadas de cada caso. Mikasa había llegado a pensar que el registro de su portátil era, sin dudas, el mismo infierno.
Antes de viajar, Levi le había prestado un buen par de portafolios gruesos de material. El informe policial, investigaciones anexas, el historial familiar de Helen Lindberg, fotografías, recortes de periódicos bastante antiguos y un sinfín de documentación que Mikasa pasó estudiando con cautela durante un par de horas. Retuvo todo como un disco duro. Su cerebro tenía la capacidad de relacionar hechos a la brevedad y vincular con facilidad pistas que para otros no tendrían relación aparente. Por eso, Levi había pedido ayuda a Allmond. No podía conectar toda la información que había y Mikasa sentía que no lo culpaba. Eran muchísimas premisas, pero aún todo en su conjunto no era suficiente para dirigir hacia una respuesta.
Viajaron a Orvud y llegaron a una cabaña que se veía bastante desolada. En realidad, vista desde afuera, era un pequeño punto negro en un mar extenso de inmensidad blanquecina. Inclusos los pinos que rodeaban la pequeña construcción estaban cubiertos de espesa nieve.
Mikasa expedía de su boca una columna de vaho cual humo. Aun estando dentro del carísimo Audi de Levi se colaba el frío.
Levi le hizo señas para que bajase del vehículo, y Mikasa lo maldijo por ese gesto. No era retrasada, sabía que tenía que bajarse tarde o temprano, pero no quería. Sentía una cierta pesadez sobre los hombros. Cuando lo hizo, sus pies quedaron enterrados en la nieve por sobre el tobillo.
Levi caminó con determinación hacia la cabaña mientras Mikasa bajaba sus bolsos. Aún no se hacía la mera idea de cómo iba a ser pasar tanto tiempo junto a un tipo tan esquivo como ella.
Al llegar a la cabaña, Mikasa se dio cuenta de que no era tan pequeña como se veía por fuera. Era bastante espaciosa por dentro y tenía diversos detalles con qué sorprender cuando comenzabas a mirar por todos los rincones. A Mikasa más bien le pareció una casa común y corriente, envuelta en una fachada de cabaña.
Su atención se desvió hasta uno de los grandes sillones que había en medio de la estancia. Avanzó hasta uno de ellos y se sentó con fuerza, provocando que la esponjosidad de los cojines la dejara rebotando unos segundos.
—Voy a dormir aquí —señaló, palpando la comodidad del sillón y conforme al ver una chimenea que alumbraba a toda la sala de estar.
Levi le dio una mirada irritada y se retiró del lugar.
—Como quieras —bufó.
Habían llegado a Orvud durante la tarde y no tardaría en anochecer. Mikasa se quedó memorizando cada rincón de la cabaña en pleno silencio. Al final, sus ojos se imantaron a un ventanal que decoraba la sala de estar. Se podía ver todo blanco hacia afuera. Todo excepto por la figura de un curioso gato de grandes ojos que la avistaba desde el exterior.