Este fic participa en el topic "¡Feliz cumpleaños!" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Para Estrella Blank, ¡porque es una chica excelente, porque es una chica excelente...! ¡Feliz cumpleaños!
Pidió un fic en el que «por medio de un ritual, una secta o algún mago o quien se les ocurra trae de vuelta a los cuatro fundadores, utilizando a Draco, Neville, Luna y Susan para ello. Que tenga éxito pero no el control sobre ellos como pensaba, ellos confundidos por lo extraño puede que causen revuelto, Harry como auror debe ver la forma de hablar con ellos y ayudarles a regresar a su tiempo». Como siempre, voy a hacer lo que me dé la gana porque YOLO. Espero que te guste, though.
Pequeño aviso a navegantes: la historia no está completa. Hacía mucho tiempo que no subía algo que no estuviera completamente terminado y me siento un poco insegura, pero es que la vida muggle es muy perra y no te da tiempo para nada. Tengo dos meses y toda la intención de terminarla, pero eso.
AVATARES
CAPÍTULO 1: EL CAMBIO
Harry sabe que en el momento en el que se mueva, romperá el hechizo. Draco le apartará sin un miramiento y comenzará el día. Quiere acercarse más, ocultar su rostro contra su cuello, hundirse aún más en él. Apretar sus brazos alrededor de su cintura, besarle. Quedarse debajo de las sábanas todo el día.
Suspira.
Mierda.
Draco gira la cabeza hacia él. El cabello rubio y despeinado cae por todas partes, haciéndole cosquillas en la nariz, y sus ojos grises se clavan un instante en los de él.
—Buenos días —le saluda por segunda vez con voz adormilada, estirando el cuello para darle un beso húmedo y perezoso. Harry sube la mano por su cadera, recorriendo su pecho y apretándolo un poco más contra sí.
—Engreído —responde Draco con una sonrisa delineándose en sus labios al separarse. Harry cierra los ojos, deseando poder quedarse en ese momento para siempre—. Me voy a la ducha.
No dura, claro. Nota como su polla sale de él con facilidad, laxa. Es como si se quedara más vacío, más solo. Él y el frío de la mañana que se cuela por la ventana entreabierta. Abre los ojos a tiempo para ver como su culo blanco y plano desaparece tras la puerta del baño.
Harry se levanta prácticamente en seguida. Aparta las sábanas, hace desaparecer el condón y se pone los pantalones del pijama antes de salir de su cuarto. Ya en la cocina, pone la tetera debajo del agua y, tras cerrar su tapa, la deja en el fuego. Coloca el pan de molde en la tostadora y saca de la nevera el zumo de naranja que hace que Draco arrugue la nariz y tuerza la boca.
Cuando Draco entra en el comedor veinte minutos después, tiene el cabello rubio oscurecido por el agua y echado hacia atrás y la misma ropa del día anterior. Bebe su té en silencio y quita los bordes del pan con las manos antes de metérselo en la boca.
—¿Qué vas a hacer el sábado? —La pregunta sorprende a Harry. Apoya la taza sobre la mesa y frunce el ceño.
—He quedado con estos en Las Tres Escobas.
—Es mi cumpleaños —puntualiza metiéndose un trozo de pan en la boca.
El corazón le da un pequeño salto. Harry se moja los labios y se recoloca en su asiento. Draco no le está pidiendo que vaya, ya lo sabe. No lo haría, igual que su relación no existe más allá de esas cuatro paredes. Y quizá Ibiza y Las Vegas.
—Por eso.
—Había pensado que podíamos hacer algo después —dice. Y Harry sabe exactamente qué significa después. Después significa cuando la fiesta en la Mansión termine, cuando el último de sus invitados salga por la puerta y Lucius y Narcissa se metan en su dormitorio.
Y puede visualizarse perfectamente vestido y tirado en el sillón, viendo la telebasura de madrugada hasta que aparezca. Sabe que los treinta son un número importante. Cuando Hermione los cumplió, Ron tiró la casa por la ventana. Cuando Ron los cumplió, Hermione lo llevó a Alemania a un viaje-no-cultural.
Los treinta son una edad importante y ellos ya llevan cerca de dos años con aquello, su «relación». Aparta el plato, sin apetito.
—He pensado en Ibiza —dice con una voz suave que Harry sabe que considera seductora. Una parte de sí mismo quiere aceptar. Sabe que follarán, que saldrán a la calle cogidos de la mano y que será una noche memorable.
—Si quieres tenerme en tu cumpleaños, solo tienes que invitarme —responde secamente. Harry puede ver el momento exacto en el que estropea el desayuno a Draco por la forma en la que tuerce la boca.
Se seca los labios con la servilleta antes de responder:
—Sabes que eso no va a pasar. —Su tono es calmado y Harry sabe que todo es una fachada por la forma en la que aprieta su puño sobre la mesa. En cuanto Draco se da cuenta de a dónde está mirando, esconde la mano debajo de la mesa.
—No te estoy pidiendo que me presentes a tus padres —intenta explicarse, bajando él también el tono. Resulta casi un susurro—. No…
Se detiene, intentando ordenar sus pensamientos. Draco le da espacio, pero resulta casi más perturbador que si estuviera protestando. Tan quieto, tan tieso.
—No te estoy pidiendo que me lleves cogido de la mano y me presentes a todo el mundo. Podrías decir que eres amigo mío. Poder dejarnos ver de vez en cuando.
—Eso es inadmisible. —Y ya está. Hay veces que le recuerda demasiado a Lucius, con sus rasgos afilados y su tono firme.
Son tres años. Tres.
—Estoy cansado —le dice. Y de verdad se siente así. La felicidad de primera hora se le antoja lejana y extraña, como si le hubiera pasado a otra persona—. Ron está de acuerdo conmigo…
—¿Se lo has dicho a Weasley? —le espeta con un tono agudo, de pánico, que durante un instante que le hace sentirse culpable. Por un momento.
—Claro que se lo he dicho a Ron —responde levantándose—. Tengo derecho a hablar de mi vida con mis amigos.
Draco bufa y se cruza de brazos, perdiendo la poca compostura que le quedaba.
—Y tú lo agradecerás el día que acabe en San Mungo y haya alguien que pueda decir «ey, dejad pasar a Mafoy». —Harry desea no haber dicho nada en el momento que entiende la expresión seria de Draco. Ni siquiera parpadea, aunque sus ojos se mueven ligeramente hacia la izquierda. Nota la boca seca—. No vendrías —susurra. Draco ni siquiera se inmuta, ni siquiera lo niega.
Intenta encontrar las palabras. Quiere decirle que se marche. Que no le quiere allí, pero lo único que puede hacer es dejarse caer en la silla completamente abatido.
—Deja de jugar el papel víctima. —Draco se levanta—. Ya lo sabías, Potter. He sido completamente sincero contigo, desde el principio. —Mira el reloj y se pasa una mano por el cabello, recolocándoselo. La expresión de su rostro es menos segura cuando vuelve a hablar y su tono menos firme—: Tengo que irme, tengo una reunión ahora… Pero necesitamos hablar de esto. Puedo pasarme luego y…
—No quiero que vuelvas. —Y lo sorprendente no es que salgan esas palabras de sus labios. Lo sorprendente es que se siente más ligero, más tranquilo. Duelen, pero no tanto como deberían.
—¿Qué? —Draco parece descolocado allí, en medio de su comedor y con los labios entreabiertos. No le cuesta mucho recomponerse. Se alisa las solapas de la túnica y asiente—. Bien. Adiós.
Harry solo se levanta una vez que oye la chimenea refulgir. Decide que puede pasar de la ducha a cambio de una buena cantidad de desodorante y, sin dedicarle medio minuto a su aspecto, se cambia de ropa y sale directamente para el Ministerio. La señora Bishopper arruga el ceño cuando pasa por delante de su mesa, pero no dice nada.
Harry se deja caer en su cubículo y cierra los ojos. Es miércoles y tiene un buen montón de informes pendientes. Si dependiera de él, los quemaría en el sitio. No tiene la cabeza para eso. La tentación de ir a buscar a Ron y sacarlo a la cafetería para contarle sus penas es grande.
En su lugar, abre el cajón de su escritorio y, tras apartar unos cuantos metros de pergamino doblados y un paquete de plumas sin estrenar, saca una diminuta cajita de terciopelo.
Lleva allí ocho años. «Espero que te devuelvan el dinero», dijo Ginny cuando se lo devolvió. Harry ni siquiera se molestó en intentarlo. Fue con ella de un lado para otro hasta que un día vació sus bolsillos en el departamento. Y allí se había quedado, esperando aquellos momentos en los que necesitaba sentirse un poco solo y miserable.
Esta vez es distinta. Esta vez o se ha puesto delante de la persona que quiere con el corazón en un puño. No hay Ginny con expresión cansada diciéndole que eso no es lo que ella quiere. Abre la caja. Debería haberlo tirado. El zafiro rosa, rodeado de diminutos diamantes que creaban la sensación de estar frente a una flor, brillan reflejando la luz.
Recordándole su fracaso.
Con un suspiro vuelve a dejarlo en su sitio y coge el primero de los informes. Tiene un día largo por delante.
Ron aparece por su cubículo cerca de la hora del almuerzo. Se apoya en una de las paredes falsas y toca, a pesar de que Harry ha visto desde su asiento como su cabeza pelirroja hacia todo el recorrido hasta allí.
—¿Tienes un momento? —pregunta.
Harry apoya la pluma en el tintero y se gira hacia él.
—De hecho, estaba pensando en hablar contigo —dice—. ¿Te apetece luego ir a tomar un trago?
Ron hace una mueca.
—Os habéis peleado, ¿verdad?
—Ya sabes cómo es —dice con la boca seca y sin necesidad de puntualizar sobre quién está hablando. No quiere entrar en detalles, no todavía. Tiene la sensación de que cuando empiece, no va a poder parar—. ¿Entonces? ¿Te apetece?
Ron sacude la cabeza.
—Está aquí.
Harry estira el cuello, casi esperando ver la figura esbelta de Draco. Con el cabello rubio platino reflejando la luz y una túnica demasiado oscura para el tono de su piel. Arruga el ceño.
No está. Cuando mira a Ron, buscando una explicación, él se moja los labios.
—En la sala de interrogatorios. —Ron echa un vistazo a su alrededor antes de agacharse—. Mira —dice en un susurro—, no sé qué ha pasado. Si tuviera que apostar, diría que está intentando llamar tu atención. Me ha costado horror y ayuda que no se vea reflejado en su historial.
Harry no sabe si quiere saber. No sabe si sigue siendo su problema. No tiene claro que quiera que lo sea. Pero asiente.
—Vale, ¿qué ha hecho? —pregunta. Y le sorprende la facilidad con la que puede imaginarse a Draco decidiendo que no merece la pena. Dando el paso para parecerse más que nunca a Lucius.
—Yo… —Ron aprieta los labios—. Lo pillaron intentando maldecir a un muggle. Tiene suerte de que el jefe de la patrulla de Desmemorizadores que fueron a neutralizarlo me debiera un favor.
»Lo siento.
Harry se encoge de hombros. Ni siquiera quiere intentar excusarlo: sabe cómo es. Y, sí, le ha visto rodeado de muggles, tranquilo y relajado. Pero Draco no es la persona más equilibrada que conoce.
—Vale, vamos. Gracias.
—No va a volver a pasar. —Por la expresión de su rostro, Harry supone que no está mintiendo—. Cuando te dije que podías contar conmigo, no me refería a esto.
Harry se calla que no se lo ha pedido. Que jamás se lo pediría, pero sabe por qué lo ha hecho Ron. Porque le quiere y no quiere verle sufrir. Así que le da un breve apretón en el hombro y se levanta.
Ron asiente y le guía fuera del departamento, las salas de interrogatorios están situadas al fondo del pasillo. El camino jamás se le ha hecho tan largo: no sabe qué se van a encontrar. De qué humor va a estar. Qué le va a decir. Está cansado, demasiado.
—¿Sabes? —Ron rompe el silencio cuando llegan—. Esto es lo más cerca que nunca he estado de… —Hace un gesto vago con las manos—. Hasta donde yo sé, todo este rollo es un invento tuyo.
—No ayudas, Ron.
—Ya, bueno, ¿vas a necesitar refuerzos?
Harry pasa los ojos de la puerta a Ron y, de nuevo, a la puerta.
—Merlín, no.
Ron deja escapar un pequeño suspiro de alivio y le palmea el hombro, como deseándole suerte.
—Me aseguraré de que no os molesten, ¿vale?
—Gracias.
—Por si no ha quedado claro, tienes un novio raro que te cagas.
Harry entra en la habitación y se asegura de cerrar la puerta detrás de sí. Draco sí está allí, con la espalda recta y los brazos entrecruzados en su espalda. Está mirándose interesado en el enorme espejo que ocupa una de las paredes de la estancia. Hay una mesa grande y metálica y dos sillas, una a cada lado.
—Supongo que ahora agradecerás que Ron lo sepa —dice Harry, intentando usar un tono ligero, metiéndose las manos en los bolsillos de la túnica. Draco gira la cabeza para mirarle y en seguida Harry sabe que está muy enfadado.
Tiene el ceño fruncido y los labios muy apretados, tanto que parecen una línea fina. Una parte de Harry quiere pedirle perdón, la otra preguntarle en qué estaba pensando.
Camina hacia él, dando pasos largos y, cuando se detiene, lo hace con la barbilla alta y la mirada segura. Con esa mueca de desagrado.
—No sé si lo que has hecho lo has hecho por alguna estupidez romántica o por la tuya propia, pero no creas que estoy orgulloso de ti —le dice, al ver que no va a hablar. Se siente observado, estudiado. Da un paso al frente y Draco entrecierra algo más los ojos.
Mueve los labios, pero el sonido que sale de ellos no suena a inglés. Es más fuerte, más gutural. Hace que Harry se preocupe porque, que él sepa, Draco no es capaz de desenvolverse en ningún otro idioma. Tiene el recuerdo de él con una camisa muggle entreabierta gritándole a un camarero de Ibiza que «aprenda un idioma de verdad» grabado a fuego. Alarga la mano, olvidando por un momento que se supone que está enfadado.
Draco no se mueve. Observa la mano de Harry, con cierta precaución. Harry nota exactamente el momento en el que Draco se tensa, cuando su mano se cierra alrededor de su muñeca. Da un par de pasos al frente, intentando pensar en algo inteligente que decir. Más, al menos, que «¿estás bien?». Desliza un poco su mano, para intentar agarrar la de él.
Le aparta de un empujón y le da un puñetazo. Harry no ha visto venir eso, Draco nunca ha sido del tipo que se mete en peleas físicas (quitando aquella vez que le rompió la nariz en sexto de una patada). La mejilla le arde y está seguro de que le ha roto el pómulo con el pesado sello de su familia.
—Joder, Draco —gruñe sobándosela—. ¿Qué mierdas te pasa?
No retrocede. En su lugar da un par de pasos al frente, con la cabeza bien alta, y cuando habla, sonríe.
—Si vuelves a tocarme, te cortaré esa mano —dice—. Perro sodomita.
—Pedazo de idiota —masculla Harry, intentando no sentirse mínimamente herido y volviendo a ponerse recto. Ron tiene razón, es jodidamente raro—. No hay nadie escuchándonos.
Draco entrecierra los ojos.
—Si me traes mi varita de vuelta, te nombraré barón de Chatham. —No es que las palabras de Draco no tuvieran sentido, que no lo tenían. Hay algo raro en su mirada, algo desquiciado, y la forma en la que mueve los labios no es…
No es humana. Es pársel y Harry está sorprendido de no haberlo notado antes.
—¿Draco? —le pregunta, sintiendo el corazón martilleándole contra el pecho.
—No. Slytherin.
continuará.