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CAPÍTULO 4: DERECHA O IZQUIERDA

Usa la red Flú para llegar al colegio desde su casa —la parada para recoger el Mapa del Merodeador es obligatoria. Pomona Sprout le mira sorprendida desde el otro lado de su escritorio. Es cierto que han pasado muchos años, pero Harry tiene la sensación de que desde que consiguió el puesto de directora, Sprout ha envejecido a una velocidad absurda.

—Auror Potter, ¿en qué puedo ayudarte? —le saluda incorporándose.

—Slytherin, Gryffindor y Ravenclaw —masculla. La expresión amable de Sprout se deshace un poco y un rubor se extiende por sus mejillas.

—No se trata de magia negra —se apresura a decir.

—Entiendo que no puedes controlarlos —dice. Y, aunque su tono es seguro, tiene la vieja sensación de tener de nuevo doce años. De que el despacho es demasiado grande, con demasiadas cosas, y él es demasiado. Lo cual es absurdo, porque Sprout también parece haber empequeñecido un poco ante su visita.

Es ella la que rompe el silencio al aclararse la garganta.

—No, la verdad es que no. ¿Ocurre algo malo?

Harry no sabe decir si se trata de una misión ministerial o de una personal: Luna y Neville son buenos amigos suyos. Draco… prefiere no pensar en eso. Especialmente, prefiere no hacerlo hasta que esté seguro y siendo el mismo imbécil de todos los días.

—Tenemos motivos para creer que están en peligro —dice. Saca la placa que lo atestigua como auror y Sprout hace un gesto con la mano, como diciéndole que no le hace falta. El Mapa del Merodeador es un peso reconfortante en su bolsillo—. Con tu permiso.

No tiene tiempo para ser educado. Cierra la puerta tras de sí y, aunque tiene la impresión de que Sprout ha alargado la mano en un gesto que invitaba a intentar pararlo, no lo ha hecho. Harry supone que siempre hay tiempo para mandar una nota de disculpa y una caja con sus dulces favoritos (podría preguntárselo a Neville, si es que Neville vuelve a ser él mismo en algún momento).

Abre el mapa mucho antes de que las escaleras terminen su ascenso. Conoce el mapa como si fuera la palma de su mano, a pesar de que se ha pegado más de una década cogiendo polvo en el cajón de su mesilla de noche. Sus ojos recorren la reproducción hecha de tinta del castillo, en busca de cualquier nombre.

Nota que un escalofrío le recorre cuando encuentra el de Luna. Una etiqueta solitaria en medio de la quinta planta. Mueve las hojas, intentando encontrar a cualquiera de los otros dos.

Nada.

Con la sensación de que se está dejando algo atrás, se pone en camino hacia allí. Luna no se mueve, está inusualmente quieta. Quizá el mapa esté fallando. Nota las miradas curiosas de los cuadros a su paso y ni siquiera se detiene una vez las escaleras empiezan a moverse.

No tiene tiempo que perder.

La ve desde el otro lado del pasillo. Está sentada, con las piernas contra el pecho y la cabeza oculta entre sus rodillas. La mira y no puede evitar llamarla.

—Luna.

Ella se abraza con más fuerza y deja escapar un sollozo. Funciona como un resorte, Harry camina hacia ella y se acuclilla a su lado. Sabe que es ella-ella y, cuando le deja abrazarla, lo confirma. Se deja deslizar hasta que su culo toca el suelo frío de piedra.

—¿Qué ha pasado? —pregunta con la voz seca y con la sospecha de que, sea lo que sea que ha ocurrido, es algo importante. ¿No le había dicho que ella era la más parecida?

—Na-nada —susurra contra su pechera. Y las lágrimas le mojan la pechera de su túnica. Sigue acariciándole el cabello como si se tratara de una niña pequeña en lugar de una mujer adulta que se ha recorrido medio mundo. No quiere meterle prisa.

Necesita saber dónde están Neville y Draco.

O cómo se ha librado de Ravenclaw.

—Luna —susurra intentando no sonar demasiado ansioso.

—Solo quería ver a su hija una vez más —susurra. Y Harry no tiene claro de haberla entendido bien.

—¿Qué?

—Rowena. Solo quería ver a su hija una vez más, todo lo demás le daba igual —dice apartándose un poco más. Los lagrimones le bajan por las mejillas y tiene la mirada enrojecida.

—Entonces, ¿por qué fue a por los demás?

—Por si no podía entrar en el castillo. Yo... —Luna vuelve a apretar la frente contra el hombro de Harry. Y Harry no quiere ser el idiota que le pregunta dónde están los otros cuando ella lo necesita tan claramente.

(Pero Luna no está en peligro de muerte).

Lo hace.

—Luna, necesito que me digas dónde están.

—No lo sé.

—Luna...

Harry se separa lo suficiente como para mirarla directamente a los ojos. Ella la aparta. Nunca la ha visto tan rota. Ni cuando estuvo encerrada en el fondo de las mazmorras de la Mansión Malfoy. Ni cuando Neville la dejó sin mayor explicación. Luna es la mujer que sonríe, habla de tonterías y viaja alrededor del mundo. Es así de guay.

—Quiero hablar de esto —le dice. Y suena demasiado pasional contra sus propios oídos—, de verdad. Pero sabes que sus vidas pueden estar en peligro.

Luna hace una mueca y se tapa la cara con ambas manos. Harry la deja ir. Mientras Luna sorbe y murmura cosas que no es capaz de oír.

—Nunca pienso en ella —dice en un hilillo de voz—. Y lo único que quería hacer Rowena era ver a su hija.

—¿Qué quieres decir? —pregunta. Luna se frota los ojos y esboza una media sonrisa que intenta ser valiente. Niega con la cabeza.

—No… no importa, Harry. No sé a dónde fueron, se quedaron allí parados discutiendo durante un rato y... —Se encoge de hombros—. Se separaron, ¿vale? Gryffindor fue hacia la derecha y Slytherin a la izquierda.

»Oh, Merlín, no irás a culpar a Draco de nada de esto, ¿verdad? Harry, te juro que era idea mía.

No sabe qué decir. Luna ha perdido casi todo el color de su rostro y parece que está a punto de saltar sobre él. Niega la cabeza suavemente.

—No te preocupes por eso —replica y solo para asegurarse, recapitula—: Se pelearon y cada uno fue por su lado.

Vuelve a abrir el Mapa del Merodeador sobre su regazo. Neville hacia la derecha y Draco hacia la izquierda. Nota como Luna se acerca un poco más a él, para mirar por encima de su hombro.

—Me hubiese gustado que me lo contaras —le dice en voz baja. Es incapaz de encontrar a ninguno de los dos. Los pasillos están vacíos y las clases llenas de diminutos puntos con las etiquetas de sus nombres flotando una sobre otra—. ¿Por qué Draco?

—Necesitaba a alguien capaz de controlar a Slytherin —responde—. Pregunté y dijo que sí.

Harry aparta la vista del mapa. Nota que las mejillas le arden y, de verdad, intenta no enfadarse con ella. No gritarle.

—Pues no es capaz —dice quizá demasiado bruscamente. Suspira, cierra los ojos y apoya por completo su cabeza contra la pared—. Perdona —farfulla—. Es que esto es absurdo, no salen…

Oh.

Oh.

No salen. Claro, ¡eso es! Es imposible, si están en el castillo tienen que salir en el mapa. Excepto si… Hay dos puntos del colegio que no salen en el mapa, porque ni su padre ni sus amigos conocían de su existencia.

Cierra los ojos.

La Sala de los Menesteres.

Nota como un escalofrío le recorre la espalda.

La Cámara de Slytherin.

Se levanta. No es porque sea Draco, se intenta decir aún con la espalda contra la pared. Es porque Draco es Slytherin y, de alguna forma, Slytherin le parece mucho más peligroso que Gryffindor.

—Neville está en la Sala de los Menesteres —le dice a Luna.

Además, no es como si Luna pudiera entrar en la Cámara de los Secretos, ¿verdad?

—Vete a buscar a Sprout y conseguid a alguien que os acompañe —añade. No es porque no se fíe de ella, sabe que Luna es mucho más que una bruja competente. Pero está tan rota y, si le pasara algo, jamás podría perdonárselo—. Al profesor de Defensa. No sé, quién sea… Puede ser peligroso.

—Harry. —Luna también se levanta, apoyando la espalda contra la pared.

—No te preocupes. Quédate el Mapa —añade girándose sobre sí mismo.

Luna camina detrás de él y, aunque en un momento dado hace una pequeña carrera para alcanzarlo, Harry la deja rápidamente atrás.

Si Slytherin ha ido, realmente, a la Cámara de los Secretos solo puede significar una cosa: que está intentando sacar al basilisco que dejó allí y atacar una escuela llena de niños. Sabe de sobra que solo encontrará huesos y que no le va a gustar un pelo.

Y si es un hombre lo suficientemente loco como para hacer eso, ¿quién le dice que va a tener reparos a la hora de sacar su varita y...?

No se permite pensar en ello. Draco jamás se lo perdonaría, el que Slytherin hiciera daño a alguien utilizándolo. No es como si hablara sobre ello (no es como si hablaran en absoluto sobre la guerra), pero Harry ha visto la sombra de la vergüenza, la incomodidad y el arrepentimiento cada vez que algo saca el tema.

El baño de las chicas de la segunda planta sigue teniendo el cartel de «fuera de servicio». Sus pies chapotean contra un charco y se oye un gimoteo en el baño del fondo. Sin especial ánimo de tener que soportar los desvaríos de un fantasma adolescente y con la presión del qué pasará sobre sus hombros, se acercó con buen paso al lavamanos que ocultaba la entrada a la Cámara de los Secretos. Acaricia con los dedos la diminuta serpiente y, tras un par de segundos haciéndose creer que estaba frente a una serpiente de verdad, murmura «ábrete». Los lamentos se detienen tras el chirrido y Harry se cuela por el espacio abierto antes de que Myrtle tenga oportunidad de sacar su cabeza para ver qué está pasando.

Cae sobre los huesos de criaturas diminutas que nadie se ha molestado en limpiar y mira a su alrededor. Todo sigue igual que como a sus doce, probablemente Ron y Hermione fueran las últimas personas en entrar allí. El aire está cargado, como si no lo fuera ventilado nunca, y desvela el estado de dejadez de la estancia. Huele a moho y a agua estancada. A carne en descomposición.

Levanta la varita y la agita, haciendo que un haz de luz salga de su punta. Harry camina por el pasadizo, intentando no pensar en la última vez que estuvo allí. Todo le recuerda a Voldemort y, mientras camina, no puede eliminar la idea de su mente de lo que se va a encontrar cuando llegue a la cámara.

La última vez, el cabello rojizo de Ginny estaba esparcido por el suelo. Pensó que estaba muerta. Sabe que no va a haber nada más allí: su cicatriz, hace siglos que dejó de doler. Aun así, no acaba de convencerse.

Y las malditas serpientes talladas, que parece que le están siguiendo con la mirada, no ayudan.

Lo ve antes de oírlo. Está de pie, junto a la cabeza del basilisco. O, más bien, junto a los huesos de la cabeza del basilisco. Está de pie y tiene la cabeza gacha. Por un instante, tiene la sensación de que es él. Solo uno, pues la postura dista mucho de la que se podría esperar.

No sabe qué decir. 'Abandona el cuerpo de Draco' suena demasiado vacío y estúpido. Debería paralizarlo y llevarlo directamente a la enfermería. Y luego irse a buscar a Neville.

Cuando levanta la mirada, el cabello rubio le cae sobre los ojos. La sensación de déjà vu es demasiado fuerte como para ignorarla. Draco se aparta de los restos de la criatura y camina por la estancia.

La estatua de Slytherin a su espalda no puede ser más diferente a él.

—Tenía que haber acabado contigo —dice—. Sabía que ibas a ser una molestia.

Harry tiene la varita en la mano y reacciona rápido cuando Draco saca la suya y le lanza un hechizo que no sabe reconocer. El haz de luz es rojizo y choca contra una de las paredes de la estancia, dejando un pestillo negro detrás de él.

—Ya —responde mojándose los labios. Draco camina en círculos, con la varita en algo. Tiene todos los músculos en tensión y la mano libre en alto, como si se estuviera preparando para apartar con ella algo que se fuera a poner en medio.

Harry le sigue. Ha recibido el entrenamiento necesario para enfrentarse a fuerzas desconocidas—. ¿Qué buscas?

Draco sonríe de medio lado:

—Tu problema es que no sabes meterte en tus asuntos, perro —le escupe—. Vas a pagar por ello.

Tampoco conoce ese hechizo. Suena a algo así como ascbibeord, pero tampoco puede estar seguro. Hace un giro rápido, invocando un fuerte protego que para el golpe. El hechizo hiende en el escudo translúcido y se deshace en el aire, dejando pequeñas llamas. Vuelve a usar tres veces el hechizo antes de que Harry encuentre una apertura en la que contraatacar. Se lanza hacia delante, gritando el encantamiento petrificador. Draco gira la muñeca, anulándolo. Harry se detiene a medio camino, con el corazón latiéndole demasiado rápido.

—¿Sabes? Me estaba preguntando. —El tono de Slytherin es calmado. Harry imita sus pasos alrededor del círculo imaginario que entre los dos han estado rodeando—. Yo casi pierdo la entrada a la Cámara. Y aquí estás tú.

Le escucha y ni siquiera sabe por qué no le está atacando. Quizá es porque mantiene la varita en alto y, a pesar de que está ocupado hablando, mantiene los ojos (grises, de Draco) sobre los suyos. Completamente atento a cualquier cambio.

—¿Acaso, en lugar de un heredero, tengo un perro? —se burla. Harry sonríe al entender lo que le está preguntando.

—Oh, tenías un heredero —responde, sin ceñirse exactamente a los detalles—. Y abrió la cámara y dejó salir al basilisco. Y entonces, le derroté a él y a su criatura.

La expresión calmada de Draco se retuerce. Ruge y se lanza hacia Harry. Él intenta apartarse, pero le pilla tan desprevenido que no es lo suficientemente rápido y ambos acaban rodando por la estancia. Harry lo lucha, empuja, da un par de codazos y acaba consiguiendo colocarse encima, con las piernas sobre su pecho para imposibilitarle el moverse. Es absurdo, decide. Va a terminar ahí y ahora, así que alarga la mano y agarra la de Draco. La mano que sujeta la varita.

—Draco —le espeta en inglés—. ¡Draco!

Le da un cabezazo.

Evidentemente, no ha funcionado.

Harry, ignorando la oleada de dolor, intenta quitarle la varita. La agarra con ambas manos y Draco patea, intentando librarse de él. Aprieta los labios y da un último tirón, que le hace caerse de culo a un lado. Las varitas salen volando por los aires (sí, las dos). Se arrastra por la habitación, intentando atraparlas y recibiendo un par de puntapiés más antes de conseguir alejarse lo suficiente. Apenas se pone de pie, intentando correr hacia ellas, alargando la mano para atraparlas.

Falla por mucho.

Observa sin poder creérselo cómo rebotan por el suelo humedecido hasta deslizarse por uno de los canales que llevan agua por la habitación.

Un ruido, de algo al romperse, hace que gire la cabeza hacia atrás. Draco aprovechó la distracción para caminar hasta la cabeza del basilisco y arrancar uno de los pocos dientes que le quedaban. Está allí de pie, con uno de sus pómulos enrojecido y una sonrisa maníaca.

—¡Draco! —le grita, porque, sinceramente. Sus expectativas de supervivencia una segunda vez al veneno del basilisco son pocas. Se arrastra, sin esperar a ver si su grito ha hecho efecto (probablemente no. No funcionó la primera vez, ¿por qué iba a ser diferente esta vez?) y se inclina, alargando la mano e intentando coger su varita, que ha quedado atascada entre dos rejillas. Harry hunde medio brazo (y las pisadas resuenan, acompañadas de un desagradable chapoteo), intentando alcanzarla. No es lo suficientemente largo, intenta estirarse más.

Gira la cabeza para comprobar la distancia. No la suficiente. Mierda.

—Draco —repite. Y esta vez suena algo lastimero, desde lo hondo de su pecho. Draco alarga su sonrisa.

Por supuesto, no es él.

—¿Unas últimas palabras, perro? —sisea enarbolando el diente.

Harry cierra los ojos. El chapoteo sigue allí. Sabe que va a lucharlo, sabe que no va a quedarse quieto mientras Slytherin le envenena usando para ello el cuerpo de Draco. Solo hace falta un rasguño y está en el suelo.

—¡Draco! ¡Merlín, lúchalo!

—Lo siento, no entiendo perro. —Hace bajar el colmillo y Harry gira sobre sí mismo para esquivar el golpe. Draco maneja el diente como si fuera una espada y supiera exactamente qué hacer con una. Harry no tiene tiempo de levantarse del suelo. Prácticamente no tiene tiempo entre estoque y estoque de esquivar el golpe.

Agarra el colmillo, intentando mantenerlo todo lo separado de él. Y es que no es especialmente buena idea tirar de un colmillo hacia uno, sobre todo porque ese colmillo tiene veneno y todas las probabilidades de matarte. Draco empuja hacia abajo y Harry da todo de sí por evitar que le toque. Lo cual no es mucho, porque Draco debe de pesar como una tonelada.

Nota como el colmillo se desliza entre sus manos unos milímetros. Tiene que apartarlo, salir de allí. Vuelve a deslizarse. Girarse hacia un lado, que golpee el suelo.

Cierra los ojos, intentando mantenerse calmado.

—¡Incarcerous!


continuará.