¡El último capítulo! La historia está terminada y es, bueno, muy 'yo' de este último año. Voy a escribir un epílogo (o, más bien, un día después) para los que queráis las cosas más cerradas. Pero esto es todo.
Muchas gracias por acompañarme hasta aquí y la paciencia. Odio publicar historias que no están terminadas porque soy un desastre. ¡Mil perdones!
Muchas gracias a La Dama Arual y a I'm Dreams of a Violet Rose por su apoyo. Siempre anima recibir comentarios :)
CAPÍTULO 5: LA RUEDA
Harry gira la cabeza. A la entrada de la Cámara, con las varitas desenfundadas y posición heroicas, están Ron y Hermione. Harry sonríe, incapaz de contener el alivio que le invade. Claro que es Ron: ¿quién más podría ser? Una pequeña oleada de culpabilidad le corroe, no debería haberlo dejado atrás.
—Te dije que se lo dijeras a Hermione —bromea entrando en la sala.
—¿Estás bien, Harry? —pregunta ella acercándose. Es Ron el que le ofrece la mano para ayudarlo a levantarse después de guardar su varita. Hermione también ha guardado la suya y parece ir directa a Draco.
—Sí, habéis llegado justo a tiempo —dice—. Gracias.
Ron le palmea el hombro. Draco, Slytherin, insulta a Ron a media voz. Hermione se desabrocha el cinturón y Harry tarda un momento en entender para qué. Ron aún tiene su mano agarrada y, la otra, la ha colocado sobre su hombro en un gesto tranquilizante.
—Neville —le dice Harry—, tenemos que ir a por...
—Neville está resuelto. —Ron sonríe en un gesto que pretende ser tranquilizador. Pero la curvatura de sus labios se tuerce un poco de más y, Merlín, lo conoce lo suficiente para distinguir cuando está intentando ocultarle algo.
—¿Qué pasa? ¿Neville está bien?
—Neville está bien —le responde Ron. Gira la cabeza para conseguir una confirmación por parte de Hermione. Nunca ha sido el tipo de persona que le oculta cosas («confidencial» significa para ellos una jarra de cerveza compartida en algún bar muggle y la voz baja, por si acaso).
—¿Qué haces? —le preguntas, al ver que ha vuelto a meter el cinturón por la hebilla. Está inusualmente callada y, cuando lo mira, tiene una expresión rara que Harry no sabe leer—. Hermione.
Tampoco es capaz de descifrar el tono de histeria de sus labios. Nota como la mano de Ron se cierra un poco más sobre la suya y cuando hace un intento un poco disimulado para soltarse, no lo consigue.
—No es nada —promete Hermione colocándose encima de Draco. Slytherin también debe de haberse dado cuenta de que algo va mal, porque gira sobre sí mismo e intenta alejarse reptando.
Si fuera Draco sería la cosa más patética que Harry le ha visto hacer y eso incluye ser convertido en un hurón.
Pero no lo es. Hermione apoya un pie sobre su espalda y pasa el cinturón por su cabeza.
—No te atrevas a tocarme —sisea, pero solo Harry es capaz de entenderlo.
—¡Hermione! —la llama e intenta caminar hacia ella. Ron tira de él, impidiéndole moverse—. ¿Qué haces?
—Está bien —murmura entre dientes, afianzando el cinturón alrededor el cuello de Draco, quién intenta luchar para evitarlo. Harry no sabe cuándo ha empezado a latirle el corazón así. Da un tirón para intentar soltarse de Ron, sin intentarlo realmente. Hermione se acaba de agachar, sentándose a horcajadas sobre la espalda de Draco y tira hacia atrás del cinturón.
Harry deja de respirar.
—¡Hermione! —la llama. Ella no gira la cabeza. Draco sisea y la insulta—. ¡Hermione, para!
Vuelve a tirar de su brazo. Draco se retuerce, intentando liberarse, pero lo único que consigue es que Hermione tire del cinturón más hacia atrás.
—Tranquilo, colega —intenta decir Ron, como si aquello fuera posible. Hermione está ahorcando a Draco. Lo va a matar.
—Suéltame —ordena, tirando de su mano hacia atrás. Ron lo tiene bien sujeto y lo único que consigue es que dé un par de pasos hacia él. Harry gira la cabeza de nuevo hacia Draco. Está pálido, tiene los labios entreabiertos y parece luchar por alejarse. No puede. Tiene los puños cerrados, a ambos lados del cuerpo, y parece estar luchando por llevarlos hasta su cuello y aliviar la presión del agarre. Las ligaduras mágicas se lo impiden, claro.
—Espera —le pide Ron, pero es absurdo. No va a quedarse de brazos cruzados mientras Hermione asfixia a Draco justo delante de sus narices. Así que levanta su mano libre y le da un puñetazo en la nariz. Es suficiente para que lo suelte. Ron da un par de pasos hacia atrás y parpadea, casi sorprendido por el golpe.
Harry no tiene tiempo de sentirse culpable. Draco, Slytherin, se retuerce. Hermione mira hacia Harry, con una mezcla de sorpresa y miedo. Como si temiera que fuera a darle a ella también un puñetazo. Sin perder el agarre del cinturón, rebusca entre los pliegues de su túnica para sacar su varita. Pero la mano le tiembla.
—Hermione, suéltalo —dice caminando hacia ella.
Por supuesto, Ron no va a dejar estarlo. Le embiste y Harry se muerde la lengua al golpear su barbilla contra el suelo. Durante un instante todo lo que Harry es capaz de sentir es dolor. Pero el siseo de Draco, su respiración ruidosa, desesperada, consigue adentrarse en su mente. Y, aunque sabe que no son sus palabras, no puede dejar de pensar que Draco, el real, está allí.
Ron tira de uno de sus brazos hacia atrás, inmovilizándolo.
—¡Ron! —prueba, porque no parece que Hermione vaya a cambiar de idea a corto plazo—. ¡Ron, déjame intervenir! ¡Hay que...! ¡Va a matarle!
Intenta girar la cabeza para mirarle. Ron está un poco rojo por el esfuerzo y tiene la nariz torcida. Un hilo de sangre le desciende, creando un bigote sobre sus labios.
—¿Cómo vas? —pregunta a Hermione. Harry intenta girarse para mirar su interactuación. Ella asiente débilmente. Harry quiere vomitar.
—Ron, Ron —insiste—. Ron, déjame levantarme. Por favor. Ron.
La única respuesta que obtiene es el jadeo de Draco, ahogado.
—Ron, si alguna vez me has querido, páralo. —La petición se queda en el aire, entre los tres. Harry sigue intentando salir de debajo de la prisión de Ron. Codea y se retuerce, incapaz de apartar la mirada de Draco. Está cada vez más pálido. O quizá pálido no sea la palabra, quizá sea azul. Los minutos pasan lentamente, Harry nunca se ha sentido tan impotente en toda su vida. Ron es más fuerte, más grande y Harry está agotado. Entonces, inhala con fuerza, en lo que parece un chillido. Y, ahí, Harry sabe que ya está.
Entonces, Ron habla.
—Se está poniendo azul. —Utiliza un tono bajo, el mismo tono que utiliza cuando los niños están durmiendo su siesta y no quiere despertarlos. Hermione jadea y suelta el agarre casi como si quemara. Draco se queda recogido sobre sí mismo, como si estuviera muerto. Hermione le quita con dedos temblorosos el cinturón.
—Anapneo —susurra apuntándolo.
Draco inhala fuerte, aún con la frente pegada al suelo, y abre los ojos. Es inmediato, Harry deja de luchar y Ron suelta un poco su agarre, sin acabar de dejarlo ir. Hermione libera a Draco de su aprisionamiento y Draco intenta levantarse. Pero tose, y Harry supone que le faltan las fuerzas porque se queda de rodillas.
—Ron, suéltame —le pide, mucho más consciente de la situación y de las palabras que han salido por su boca. Draco levanta la mirada hacia él. Tiene los ojos llorosos y rojizos. Todo lo que Harry quiere es salir de allí con él y esconderse en un lugar tranquilo, en el que poder sujetarlo para siempre. «Inaceptable».
—Eh, sí, sí, ¿estás bien?
En su lugar, cuando Ron se deja caer a un lado, lo único que hace es rodar bocarriba y dejar escapar un largo suspiro. Sabe que le está mirando raro, pero no tiene ganas de responder. Está tan cansado.
—¿Malfoy…? —pregunta Hermione en una voz aguda que hace que se le erice el pelo de la nuca y se incorpore.
—Si vuelves a tocarme, te juro que acabarás en Azkaban por intento de asesinato. —Aunque es una amenaza vana, Hermione retrocede. Harry no puede evitar sonreír, porque es no es un siseo. Son palabras lo que se forma en sus labios.
Draco está bien. O, bueno, todo lo bien que puede estar alguien que casi ha sido ahogado. Deberían llevarlo a la enfermería, solo para asegurarse.
Así que lo dice en voz alta.
—Deberíamos ir a la enfermería.
Draco no deja que nadie le ayude a levantarse. La tira de cuero ha dejado una marca que cada vez se ve más rojiza alrededor de su cuello. Harry aprovecha el momento para recuperar sus varitas, solo por mantenerse ocupado y evitar sentir el rechazo de Draco.
—¿Cómo lo supiste? —le pregunta a Ron.
—Susan. —Hermione le ha arreglado la nariz y ahora cierra el grupo a la salida de la Cámara— y Luna. Podrías haber sido menos críptico con ella, eso sí —añade con fastidio.
—No, lo otro. —Gira la cabeza para mirarlo. Draco está en medio, en un intento de alejarse lo máximo de Hermione (que es la que abre el grupo). Harry lo conoce lo suficiente como para saber que, de no haber estado en el colegio, se habría desaparecido inmediatamente de allí.
—No lo sabíamos —replica Hermione entendiendo que está preguntando por el cinturón. A Harry no se le ha escapado que lo ha dejado atrás—. Era un tiro a ciegas. Tenía sentido, sin embargo.
El estómago se le cierra. Una sensación de vértigo le rodea y el impulso de coger a Draco y salir de allí es más fuerte. Sigue caminando.
»No hay instinto más fuerte que el de autopreservación.
—No —concede Harry. Sería muy fácil alargar su mano y agarrar la de Draco, solo para asegurarse que sigue allí. Que está bien. Sabe que Ron no ha dejado de mirarle con curiosidad. Hermione probablemente alucinaría, si es que no se ha olido algo ya.
(Siempre se le ha dado muy bien estas cosas).
Si tuviera que categorizar la reacción de Draco, diría histeria. Y un posible maleficio.
Necesita salir de allí, alejarse. La oportunidad llega a la salida de la cámara, con la luz mortecina del baño de las chicas del segundo piso, cuando Ron saca el Mapa del Merodeador y lo desdobla bajo la promesa de que sus «intenciones no son buenas».
—Luna dijo que iba a dar una vuelta para despejarse —explica.
—Yo voy a por ella —se ofrece.
Draco le mira, Ron arquea una ceja.
—Como quieras. —Ron le devuelve el mapa y Harry busca el punto de Luna entre los pasillos de tinta—. Vamos.
Ron encabeza esta vez la marcha.
—Potter… —le llama Draco, con un tono agudo en la voz que le pone la piel de gallina, pero no llega a articular más. Harry le mira un momento antes de volver al pergamino y es Hermione la encargada de tirar de él.
—Malfoy, necesitas ir a la enfermería.
—Granger, no me toques.
Encuentra a Luna sentada en las gradas del campo de Quidditch, con la cara apoyada contra la barandilla y la mirada fija en el cielo. Se sienta a su lado y ella no se mueve durante un par de segundos.
—Tenemos que volver —le dice. Luna gira un poco la cabeza, para poder mirarle por el rabillo del ojo—. Vamos a tener que hacer un informe y, bueno... Necesitamos que testifiquéis.
—Claro —responde con simplicidad. A pesar de que se incorpora, mantiene las manos en la barandilla—. ¿Draco está bien?
Harry hace una mueca y asiente, aunque tampoco tiene muy claro que la respuesta sea que sí.
—Bien —dice para sí misma—. ¿Te acuerdas las clases de vuelo?
Harry mira el campo de Quidditch. Es mayo y ya hace calor por las tardes. La profesora de vuelo, una mujer que desde la distancia parece joven y energética, ha colocado una serie de obstáculos que los chicos intentan sortear con unas escobas que ya eran viejas diecinueve años atrás. Casi ninguno de los chicos sigue con las túnicas sobre sus uniformes. Parece bastante ilícito y surrealista, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido.
—Yo no las tenía —murmura. Y solo por si acaso, explica—: jugaba al Quidditch.
—Ravenclaw las tenía con Hufflepuff —comenta—. Me gustaba mirar el bosque desde lo lejos. Imaginar. Una vez le di a Kipling con pelota en la cara, dijeron que porque no estaba mirando.
—¿Lo estabas?
Luna gira la cabeza hacia él.
—Esta vez sí. Se suponía que iba a ser inocuo, rápido y fácil.
Harry intenta sonreír. Le duele todo y se siente viejo. Está a punto de cumplir treinta y su vida no está mejor que cuando estaba a punto de cumplir veinte.
—No te lo conté porque pensé que creerías que era mala idea.
—Fue una mala idea —responde con cierta pesadez.
—Nadie ha acabado herido.
Draco. Tú. Yo. No quiere pensar en qué habría ocurrido si Hermione y Ron no hubieran aparecido. Probablemente ya estaría muerto.
—Siento no haber podido ayudarte —añade—. En el ministerio. Yo... —Hace una mueca—. Era como verlo a través de un sueño. Y yo no podía despertar. No sabía.
Harry no quiere puntualizar que Bones, a pesar de que fuera parte del ED, no deja de ser solo una compañera de trabajo. Luna y Neville son sus amigos. Draco... Intenta no reflejar en su expresión su incomodidad.
Debería decirle que se levante, que van a ir a hablar con Ron de todo esto. Pero tiene curiosidad y todo parece cómodo allí. Con la luz del sol sobre sus cabezas y los muchachos jugando al Quidditch.
—¿Para qué necesitabas un tesoro? —pregunta intentando cambiar de tema.
Luna vuelve a mirar al frente, al campo, y sonríe.
—Oh, yo para nada.
—Luna.
—Neville. —Harry espera la segunda parte de la frase, que parece que no va a llegar. Tiene en los ojos fijos en un muchacho que intenta hacer el ejercicio sin tocar los obstáculos. Vuela bastante bien—. Neville me contó que Sprout llevaba todo el año buscando el oro. Y yo, bueno. Rolf y yo habíamos encontrado el hechizo y, bueno.
Harry mira a Luna con incredibilidad. Ella no parece hacerle mucho caso, pero aun así juguetea con las mangas de su camiseta.
—¿Sprout necesita dinero?
—El colegio.
—Podrías habérselo pedido a Malfoy, en lugar del que le poseyeran—dice y no puede evitar impregnar sus palabras con cierto rencor. Ella levanta la mirada.
—Oh, si se ofreció.
Harry suspira con cansancio
»Era importante para Sprout intentar mantener la escuela un lugar lo más independiente posible. Y eso pasa por pagar sus deudas. Evitar que gente del Ministerio o como Lucius Malfoy tenga el control.
—Fue estúpido. Y peligroso —replica Harry—. Y deberíais haber contado con el Ministerio antes de poner en peligro la vida de otras personas.
Luna no parece avergonzada. De hecho, agarra la mano de Harry entre las suyas y sonríe un poco.
—Todo ha salido bien. Es cierto que nuestros cálculos estaban un poco errados. Pero está bien.
—Podría haber muerto alguien. Merlín, Luna, trajiste al jodido Salazar Slytherin a nuestro tiempo.
Eso sí parece avergonzarla un poco. Se encoge sobre sí misma antes de murmurar:
—Si te sirve de consuelo, Harry, no era el peor de los cuatro.
No, no le sirve. Se levanta y niega con la cabeza.
—Ron es el que se va a encargar de los interrogatorios. —Y, aunque en realidad no lo han decidido, Harry está demasiado cansado como para ser él mismo el que los haga—. Vamos.
Pero Luna no se mueve. Harry sigue su mirada hasta el campo, donde una muchacha va a empezar el recorrido. Es morena y lleva los colores de Gryffindor.
—Es que le toca ahora —murmura Luna. Y Harry no quiere leer a través de sus palabras, así que se vuelve a sentar junto a ella. De verdad que no quiere, pero entonces Luna habla y hace que se le seque la boca—. Es mi hija. Ella no lo sabe, claro.
—Tienes una hija —repite, porque parece absolutamente surrealista. Porque Luna solo tiene veintinueve años y hace doce acababa de salir del colegio. Se había ido del país, de aventuras. No la habían vuelto a ver en años.
—Eran personas horribles, los fundadores —comenta en voz baja—. Slytherin podría haberte desollado en frente de ellos y ni habrían parpadeado.
»Usé el mapa para ver dónde estaba. Ravenclaw hizo cosas terribles en vida. Y las habría vuelto a hacer solo para volver a ver a su hija. Yo...
Harry alarga la mano y se olvida durante un minuto de su enfado y de que las cosas podrían haber ido espectacularmente mal.
—Está bien —murmura.
—Tenía dieciocho años y estaba sola —murmura, intentando explicarse. Harry no necesita oírlo—. No es que no la quisiera, la quiera. Era lo mejor, para los tres. Sus padres son buenas personas. Sigue siéndolo.
Harry le sonríe.
—El tiempo que necesites.
Harry acompaña a Luna hasta la enfermería, aunque solo sea para asegurarse de que todo está bien. Caminan abrazados y ninguno de los dos dice nada. No cree que vuelva a romperse. Luna siempre ha parecido más débil de lo que es. Rolf está allí cuando se abre la puerta y la abraza con fuerza. Como si se acabara de enterar que podría haberla perdido.
(Podría).
Camina hasta Neville y se asegura de que está bien. Neville se disculpa tres veces antes de dejarlo ir. Draco está en la cama de al lado y, aunque sus instintos le dicen que se acerque a preguntárle cómo está, decide que lo mejor será quedarse al márgen. Siempre puede mandarle una lechuza a la mañana siguiente.
—Me voy a ir —le dice a Ron. Hermione y él están sentados junto a la cama de Neville. Hay un mago de la patrulla mágica en la puerta, probablemente de apoyo por si necesitan algo. Normalmente Harry no se daría la vuelta de haber sido otras personas, pero conoce a todas y cada una de las que están allí sentadas. Sabe que no van a hacer ninguna tontería—. ¿Puedes encargarte?
—Harry... —murmura—. Sí, supongo que sí.
—¿Estás bien? —le pregunta a Hermione, que apenas se ha movido. Y ahora que se fija, tiene los ojos enrojecidos.
—Un poco... —suspira—. Impresionada, supongo.
Harry encuentra fácil decirle que hizo lo correcto. Ella asiente y le sonríe, agradecida por los ánimos.
—Vale, bien. Escuchadme un momento —dice Hermione levantándose y caminando hasta la mitad de la sala.
Harry la sigue con la mirada.
—Está bien —dice Ron, haciendo que salte en el sitio—. Madame Pomfrey le ha dado una poción para el ardor y le ha quitado la marca con un giro de muñeca.
Asiente y, aunque su idea es mantener la atención en Hermione, no puede evitar el que sus ojos vuelen hasta Draco. Él también lo está mirando.
—Vale, esto es como va a ser. No estáis detenidos —dice—, pero sí que vamos a necesitar que paséis por el Ministerios y hagáis unas declaraciones oficiales. Si queréis llamar a un abogado para que esté presente, podéis hacerlo desde las oficinas del Ministerio.
Harry palmeó la espalda de Ron.
—Ya me contarás.
—Cuídate —le pide Ron incorporándose también—. Si necesitas cualquier cosa, llama.
—También, necesitaré que entreguéis la información que tengáis sobre la... posesión. Puede que el Ministerio decida presentar cargos, pero... —Hermione suspira—, intentaré que no lo haga, ¿de acuerdo?
»Vamos a necesitar hablar también con Hannah —dice—. Y con cualquier persona envuelta en esto.
Harry vuelve a palmear la espalda de Ron, murmura una despedida y se gira en redondo, dispuesto a hacer una salida sigilosa. Claro que, como cabe esperar, no ocurre.
—¡Potter! ¡Necesito hablar contigo!
Harry cierra los ojos y cuenta hasta tres. Busca algo dentro de él que le incite a girarse y escuchar lo que tenga que decir. Está cansado. Y sigue enfadado. Así que en su lugar, se encoge de hombros y dice:
—He terminado por hoy aquí, Malfoy. Pude esperar a mañana, horario de oficina.
El patrullero levanta las comisuras de su boca, como si lo encontrara muy gracioso. Es una sonrisa pretenciosa y Harry quiere gritarle que no conoce ni la mitad de la historia. Y gritarle a Luna que ha sido una locura. Y recriminarle a Draco que no le contara nada. Y a todos, para que dejen de mirar con curiosidad y se metan en sus jodidos asuntos. Pero, ¿para qué?
Draco le agarra del brazo y Harry tiene la decencia de girar la cabeza para mirarlo. Está pálido y algo serio, pero parece estar bien. Ni una línea rojiza adorna su cuello y, durante un breve instante, nota como el peso de sus hombros se alivia.
—Solo será un momento —dice entre dientes. Aprieta un poco más la mano y no hace falta conocer a Draco ni la mitad de lo que lo conoce para entender lo que quiere decirle. No seas gilipollas y acepta—. En privado.
—Sea lo que sea, puede esperar.
Entreabre los labios para protestar, pero Harry no tiene interés en lo que quiere decir. Aparta el hombro y se gira por una tercera vez. Contra todo pronóstico, Draco no le deja ir. Vuelve a agarrarlo, esta vez más abajo. El antebrazo, y sus dedos largos acarician levemente su muñeca.
—Es importante —protesta en casi un susurro.
Harry mira el agarre, antes de rendirse y asentir.
—Lo que sea, Malfoy —responde apartando la mano. Draco le deja ir sin protestar, y Harry se cruza de brazo esperando a que diga lo que sea que le está picando.
—En privado —repite.
—O es importante o no lo es, Malfoy.
Draco se tapa la boca con la mano y Harry está casi seguro de que ha ganado cuando habla.
—Tú… —farfulla—. Jodido idiota.
—¿Qué?
—Draco, cuidado —interviene Neville en un tono serio. Harry siente una oleada de cariño por él. Y otra de irritación porque, de verdad. Draco se queda un poco cortado, como si no supiera cómo reaccionar a la interrupción.
—No te metas, Neville. —Es Ron el que le mandar callar.
Cierra los ojos un momento, como intentando recuperar el hilo. Como intentando olvidarse que está hablando delante de todos. Harry se siente culpable, aunque solo sea un poco, y se plantea agarrarle del brazo y sacarlo de allí. Pero le ha insultado y, para ser sincero, le apetece montar una escena.
—Casi dejas que te mate —murmura. Harry parpadea, desde luego es lo que menos se espera. Toma aire.
—Sí, claro, eso es exactamente lo que estaba intentando. ¿Estás mal de la cabeza?
—¡No estabas luchando de verdad! —chilla. Harry parpadea, Draco no es de esos. Draco es de los que absorbe todo lo que puede y, después, apunta donde más duele. De los que tiran tazas a la cabeza y dicen con voz seria «después»—. ¿Y yo qué? ¿Te paraste a pensar en eso?
No responde, porque no sabe qué decir. La habitación está en silencio y lo único que se escucha es la respiración acelerada de Draco. Draco, que pierde completamente los papeles y le da un pequeño empujón en el hombro con la punta de sus dedos.
—¡Por supuesto que no! ¡El grandioso y jodido San Potter! —le espeta, completamente perdido y sin dejar de darle pequeños empujones. Harry no se mueve del sitio.
—¡Estaba intentando mantenerte a salvo!
—¡Pues deja de intentarlo! ¡No soy una jodida niña que necesita que la salven, Potter!
—¡Quizá si dejaras de hacer cosas estúpidas no necesitarías que nadie te salve!
—No estamos hablando de mí —replica en voz aguda—. Solo no vuelvas a hacerlo.
La mano, esta vez, no le da un empujón. Solo se queda ahí, apoyada. La desliza un poco, hasta que llega a la solapa de su gabardina de auror y la agarra.
—Claro, Draco. La próxima vez que decidas que una posesión es buena idea…
—¡No tengo que pedirte permiso!
—Ya lo sé —responde con simplicidad—. Draco…
Da un paso al frente. Draco retrocede y aparta la mano de su gabardina.
—No lo vuelvas a hacer —pide.
—¿Vale?
—Y si alguna vez hace falta hacer… —Draco se lleva la mano al cuello. Parece un gesto inconsciente, porque cuando se da cuenta de lo que está haciendo aprieta el puño y vuelve a bajar la mano—. No dejas que tus amigos lo hagan.
—Oh. No, vale. Sí.
—Puedes irte, Potter.
Harry boquea, planteándose sus posibilidades. El decir que no. El agarrarlo y sacarlo en volandas. El pasar de todos y de todos. Podría abrazarlo. Alarga la mano y Draco retrocede un poco más, dejando clara su postura.
—Harry —murmura Hermione.
—Te veo mañana —le dice. Hace un gesto con la mano al aire, se gira en redondo y sale de la enfermería de Hogwarts.
fin.
(Os debo un epílogo).