DISCLAIMER:

Esta historia está basada en el cuento "EMBRUJO", que se publicó en la revista "ROMANCES", del mes de julio de 1951, escrito por la autora CARMEN G. GONZÁLEZ DE MENDOZA, conocida también, como MARIA DEL CARMEN GARRIDO (wikipedia)

Los personajes del manga y anime "INUYASHA" pertenecen a RUMIKO TAKAHASHI.

De la colección de revistas "ROMANCES" de mi Abuela, esta segunda adaptación, que espero que les guste...

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El hermoso Les Théâtre des Variété, se hallaba completamente abarrotado.

Un público selecto y distinguido llenaba la hermosa sala, de lujosa decoración roja y dorada, como los clásicos teatros de antaño.

Lo mejor de la sociedad parisiense, humana y youkai, se congregaba esa noche, luciendo en medio de los refulgentes reflejos de la iluminación, sus hermosas joyas, los más costosos outfits de las mejores Casas de Moda en París, todo era glamour y fastuosidad inigualables.

Todos esperaban ansiosos, a la presentación de la nueva Diva, que había alcanzado una fama avasallante en el mundo, conocida más allá del género operístico. Era la primera vez en un par de años, que volvía a pisar la tierra que vio nacer la fama de la bel canto Kagome LeBlanc, de nacionalidad franco-japonesa, que regresaba con uno de los contratos más ventajosos hasta entonces, en la historia del teatro, y a la que antes de su presentación, ya era proclamada como la más bella, talentosa y simpática artista, pues tal era el talento que la precedía.

En uno de los palcos cercanos al escenario, un youkai elegantemente, dentro de su negro esmoquin, en el que relucía la impecable pechera, de impoluta blancura, exudaba un innegable atractivo varonil, seductor, tan propio de su especie, pero aun así, el mejor ejemplo de ella.

Sus ojos dorados de efluvios glaciales, recorrían con mirada altiva y orgullosa, un extremo y otro del teatro, sin detenerse en ningún sitio determinado, expresando la más desdeñosa de las indiferencias.

Las damas, miraban con disimulada curiosidad, que rayaba en la osadía, al extraño invitado de esa noche, que parecía ignorar todo lo que estaba a su alrededor, como si estuviese obsesionado por una idea fija y poco grata, pues su ceño, claramente fruncido en un gesto colérico.

Era desconcertante, fuera de lugar, pues en medio del fulgor, el brillo y el oropel, su inconformidad u odio, era más que palpable.

Se anunció la última llamada, la gente tomó su lugar, y las luces poco a poco, fueron bajando su intensidad, hasta apagarse por completo.

La sinfónica comienza a tocar la hermosa música de Puccini, pues esa noche se estrena la puesta en escena de la Ópera llamada "Madame Butterfly".

La belleza de Kagome LeBlanc, con su hermoso rostro de claros rasgos japoneses, resplandecía con los hermosos kimonos, traídos especialmente para ella.

Su voz era hermosa, sugestiva, lírica, todos estaban sumidos en el hechizo de su interpretación.

Sonreían, suspiraban, amaban y sufrían con Cio-Cio san, la Madame Butterfly que ese día cobraba vida en el cuerpo y la voz de Kagome.

Incluso Él no podía apartar la vista, concentrado toda su atención en ella.

Quedó extático, suspenso, pero las doradas pupilas, comúnmente insensibles y frías, brillaron con extraños odiosos destellos.

Su admiración, muy a su pesar, no podía apartar la atención en la figura, que en medio del escenario, comenzó a evolucionar entre las notas de las hermosas Arias, que hablaba de lejanas tierras y exóticos paisajes, para la mayoría.

No podía negar, que era una espléndida artista, joven y atractiva, llena de una perturbadora personalidad, de un atractivo, que conquistaba a primera vista sin proponérselo.

De bellos ojos azules, rostro simétrico de grandes ojos orientales, pequeños labios carnosos, en forma de corazón, de negro cabello largo, con un brillo natural que reflejaba los destellos de los reflectores.

Era distinta a las demás mujeres, de eso estaba seguro, pues brillaba con luz propia en medio de un mar de gente, con un halo embriagador, que lo atrapaba en un embrujo del que no quería huir.

Trata de no pensar en ella, y se distrae, poniendo atención en la historia, supuestamente basada en hechos reales, donde una bella joven de apenas, frescos quince años, se enamora de un oficial de la Armada Estadounidense.

Él la tomó como su esposa, y ella se siente realizada y feliz del compromiso, que ve cómo una unión de por vida.

Pero el Oficial sólo la ve como una aventura, una cortesana de planta, de la que se divorciara en cuanto encuentre a la prometida Americana, ideal.

El Oficial vuelve a su tierra, y ella lo espera devota y enamorada, con el hijo de ambos, del que pocos saben.

La quieren casar con un adinerado príncipe, pero ella no quiere, pues espera a su amado, que pronto regresará a Japón, pero no para estar con ella.

Pero el final es, por demás triste.

El Oficial regresó, pero no viene solo, y entre él, su esposa y el cónsul, van por el hijo que ha engendrado con ella, al que ha llamado Dolore, pues piensa criarlo como suyo en Estados Unidos.

El Oficial no puede darle la cara, y prefiere quedar aparte, pues está conmovido al ver la hermosa casa decorada para su regreso, así que su esposa y el cónsul le dan la noticia a ella, que sorprendentemente, se muestra conforme con entregar a su hijo, con la condición de que su esposo vaya por el pequeño personalmente.

Pide perdón, ante una estatua de Buda, de la religion que renegó por convertirse al cristianismo y poder casarse.

Cubre los ojos de su hijo con un pañuelo, y sin que este la vea, clava la wakizashi, que era de su padre, y antes de morir besa a su hijo, justo en el momento que entra el Oficial, arrepentido, pero es demasiado tarde.

La música exalta y adorna cada acto, y al final, muchos lloran con la dulce y triste interpretación de la señorita LeBlanc.

El resto del público está sobrecogido y silencioso y al final, en un atronadora explosión de aplausos, todos se ponen de pie, lanzando flores al escenario y vítores.

Un murmullo se alzaba, alabando sin restricciones, el talento y la belleza absorbente de la mujer, así como su maravillosa interpretación.

Sé inclinó, graciosamente, agradeciendo, al juntar una rosa roja a sus pies, y recibiendo con una sonrisa un hermoso ramo de flores de parte del elenco, que de igual manera, habían disfrutado de trabajar con ella, y del éxito compartido esa noche.

Solamente uno, ajeno por completo a cuanto le rodeaba, no aplaude.

Sus manos en un puño, clavando fuertemente sus garras en sus palmas, a punto de herirse a sí misma.

Su mirada de oro, se posaba fría y enigmática, casi colérica, en la adorable Diva, que amable y graciosa, sonreía y agradeció al público incansable.

Pero aunque él mismo lo quisiera negar, y su rostro fuera la más cruel máscara de indiferencia, también sé sentía preso, de la magia que esa mujer, casi niña, desprendía.

El Daiyoukai, príncipe de su raza, Lord Sesshomaru Taisho, se daba cuenta que había caído en el mismo tonto hechizo.

Con un esfuerzo que resultó casi heroico, para sí mismo, logró apartar la mirada de la visión deliciosa, y antes de que terminara la última salva de aplausos, se levantó para salir.

Su gesto, brusco y fuera de lugar, provocó que unos ojos curiosos, de mujer, se levantarán curiosos hasta él, posándose en los suyos.

Las azules pupilas, fundiéndose en las doradas, fugazmente, pero con tal descarga de sensaciones, que aquel fuerte ser dudo, entre quedarse o salir huyendo cuanto antes de ahí.

Conocía sus propios alcances, era mejor salir cuanto antes.

Fue tan solo un segundo, un segundo incomparable, en que dos almas buenas sellaron su destino, una en el amor, la otra, tal vez… en el odio.

En varonil rostro se plasmó tan gran crueldad, que por un instante perdió la belleza de su rostro, pero fue pasajero, pues al instante recuperó la normalidad, pero dejando a su paso, una sonrisa cínica, que mostraba la punta de sus colmillos.

La joven Diva, con una expresión confusa, esquivo la mirada, pues no entendía qué era lo que estaba pasando, que había hecho mal, para ser mirada de esa manera.

Sesshomaru, molesto, desesperado, sin saber que era por no tener más la atención de ese par de ojos, salió de manera rápida y violenta de ese palco, y del teatro.

Ya afuera, el aire frío de París, dio de lleno en su rostro, aspirando el aroma de la ciudad, tan diferente al de antaño, para tranquilizarse.

Saco su celular y se dirigió hacía la acera, donde un lujoso Lincoln sé aparco, bajando de inmediato un youkai de aspecto serio y cabello verdoso, vestido de traje, que le abrió la puerta para que subiera.

_ Buenas noches Amo, ¿disfruto la opera?...

_ Mmph… ¿haz ido a recoger a la princesa, Jaken?

_ Si señor, hace rato que la deje en casa…

Entró al lujoso auto, aun escuchando los aplausos atronadores que provenían del teatro.

Le molestaba, que fuera adorada por todo mundo, por ambas razas por igual.

Le molestaba admitir, que él mismo reconocía su talento, su gracia, su belleza… ¡Bah! para nada…

Jaken, discreto, cerró la puerta, sin hacer mayor ceremonia, pues adivinada en su rostro esa mirada casi diabólica, que solo empleaba en el pasado, cuando realmente estaba enojado.

Silencioso, avanzaban por el Boulevard Montmartre, viendo distraído las luces de la ciudad.

Deseaba poder volar, pero no estaba en sus tierras, ni siquiera en su país, y tenía que atenerse al tratado internacional, humano-youkai, existente.

_ Jaken… _ sé dirigió a su sirviente con voz ronca, ausente.

_ Diga señor…

_ Mañana quiero que compres, el más bello y lujoso ramo de flores, y lo envías a la Diva, con una tarjeta que dejaré escrita en mí despacho.

_ Entendido, Amo… mañana a primera hora cumplire su encargo.

El Daiyoukai, volvió a sumergirse en sus pensamientos, dejando a su mente vagar por el laberinto de los recuerdos.

_ Sesshomaru, hijo, ¿eres tú?

Por mucho cuidado que tuvo al pasar frente a la habitación de la Princesa, su madrastra, para no despertarla, sus esfuerzos habían sido en vano.

_ Yo soy… no hay necesidad de asustarse… ¿puedo pasar?.

Abrió el pestillo de la antigua puerta y entró a la lujosa habitación, de muebles antiguos, en perfectas y hermosas condiciones, combinados con la modernidad que era inevitable.

De colores claros, se en encontraba la enorme cama en medio de la habitación, donde yacía recostada, Izayoi Taisho, que aparentaba unos sesenta años, pero que en realidad tenía casi quinientos, pues había estado emparejada con un Daiyoukai, el padre de Sesshomaru.

_ ¿Porque está despierta tan tarde? _ y se acercó a besarla en la frente de manera tierna.

Izayoi se enderezo entre los almohadones, para recibir la caricia de aquel a quien desde un principio había querido como un hijo, y que solo hasta estos últimos días había sido digna de recibir sus demostraciones afectivas.

_ Te esperaba a ti, hijo, ya es tarde y no podía dormir sin saber que estabas en casa.

Él entendía, él sabía el motivo de su preocupación, y aunque en otros tiempos no le hubiera importado en absoluto, actualmente, estaba dispuesto a evitarle cualquier sinsabor.

Sesshomaru se sentó en el borde de la cama, y apoderándose de una mano de la dama, manos de aristócrata, que antaño fueran admiradas por su padre por la suavidad de pétalos, que aún conservaba; las acarició con ternura para después posar un tierno beso en ellas, de manera reverente.

_ Perdona, que haya sido el motivo de su desvelo, madre sama, hubiera llegado antes, pero le ordene a Jaken que diese unas vueltas por la ciudad. Me sentía algo… mareado.

Izayoi sé inquieto, mirando con atención, ¿mareado?, tal vez había sido demasiado pronto para reaparecer en sociedad de vuelta.

_ ¿Te sientes mal aun? ¿quieres que mande a traer un médico? …

_ ¡No!, no, me encuentro bien, tal vez solo ha sido la aglomeración de personas en el teatro, ya que estaba al tope.

_ Me han dicho que es una excelente artista, me muero por conocerla, ¿te ha gustado la nueva cantante?...

Sesshomaru se estremeció imperceptiblemente, al evocar a la mujer que minutos atrás lo cautivo con sus brillantes ojos.

Sus facciones se endurecieron, apretando sus labios en un rictus de cólera, que intentó disimular, contestando con fingida indiferencia.

_ No estaba mal…

Izayoi le miró sorprendida.

_ ¿Solo eso? _ interrogó escrutadora a los fríos ojos de su hijastro.

_ En casa de madame Darsier se comentaba su arte, y se alaba su belleza, dicen que es, francamente maravillosa…

Ahora fue él quien la miró con asombro.

¿No le decía nada el nombre de Kagome LeBlanc? ¿No traía a su mente recuerdos horribles, que igual que él, estaba intentando enterrar en su memoria? tal vez… ¿acaso ese nombre jamás se mencionó en su presencia y por eso no reaccionaba ante el?.

Su mirada se clavó en los ojos cafes, marchitos por la edad y las últimas tristezas, encontrado solamente, una clara inocencia ante lo que estaba pasando.

Sé tranquilizó, y fue como un descanso en su alterada alma, era mejor así, para él, era mejor así.

Volvió a recuperarse y dijo con desdén:

_ Los franceses son bastante impresionables, por lo que veo…

_ Ha sido tu amigo Bankotsu, él que la vio actuar en Estados Unidos hace unos meses, él que la ha ensalzado, y este no es precisamente francés…

_ Bueno, es que Bankotsu, no es precisamente un conocedor, es tonto e inexperto en cuestiones de mujeres…

Y ponía en su rostro la sonrisa más engreída que tenía…

_ Cómo mi querido Inuyasha…

Suspiro Izayoi, dándose cuenta demasiado tarde, que había cometido un error al mencionar a su otro hijo frente a Sesshomaru, callando repentinamente y atemorizada, pensado que había sido una tonta en sacar su dolor frente a su hijastro.

¿Cómo se atrevía a resucitar en Sesshomaru, ese dolor que apenas lo dejaba vivir?.

Este había prohibido terminantemente, que se nombrara a su hermano en presencia suya, y todos, amigos y servidumbre, evitaban hacerlo, porque sabían el sufrimiento que atenazaba el corazón del Príncipe Daiyoukai, al recordar a su hermano muerto en tan tragico accidente.

Aquel hermano, que aunque en un principio no aceptó, pues era fruto del segundo matrimonio de su padre con una ningen.

Al que después, protegió con su vida, del cruel y antiguo Japón, donde un hanyou no valía para ninguna de las dos especies reinantes.

Lo enseñó a luchar, lo cuido, sacrificando su juventud para estar a su lado, sin que esto le importara, pues Inuyasha le entregaba con creces su atención, su tiempo, queriendolo y admirando cómo el hermano mayor que era.

El carácter de Sesshomaru, de por si algo huraño y taciturno, aunque dinámico y justo, se volvió irascible, y ella diría, que hasta algo cruel, pues a veces por cualquier nimiedad, se enfurecia sin límites y mostraba una cólera injusta y despiadada cuando algunas de sus órdenes no eran obedecidas.

Y en ocasiones, la mayor parte del tiempo, se comportaba con una cruel indiferencia, más parecida al desprecio y desdén por cuanto ocurría a su alrededor, como si viviese a las cosas terrenales.

Solo con ella, Sesshomaru sacaba su verdadera personalidad, volviendo a ser, ese adolescente del que tanto batalló para lograr ganarse su cariño, y era él, el mismo ser noble que fuera siempre.

Dos años enteros sé llevo encerrado en su propiedad en Japón, sin más compañía que la servidumbre necesaria y su fiel lacayo, Jaken, y a un dragón de dos cabezas llamado, Ah-Un, de raza extinta hacía muchísimos años.

Huyo de los pocos amigos que tenía, renegó de la sociedad y detesto a cada hembra o mujer.

En compañía del dragón de dos cabezas, hacía largas excursiones a pie, por los bosques y las montañas aledañas, que a veces duraban semanas.

Todo de esa manera, hasta un día anterior a ese, cuando la sorprendió con una visita sorpresa a París, donde lo recibió con cariño, porque lo quería entrañablemente y deseaba que saliera del marasmo en que estaba sumergido, por quien sabía que tantos sentimientos.

Ella le conocía bien, adivinando que estaba torturado, que sufría por algo profundo que escapaba a su compresión.

Sesshomaru, cuando estaba encerrado en su interior, era inexpugnable.

Cierto que la muerte inesperada y trágica de Inuyasha, su amado hijo, los dejo a ambos envueltos en sombras dolorosa; pero también era cierto, que el tiempo curaba las heridas, y Sesshomaru a pesar de sus años en ese mundo, apenas estaba en la etapa de sentar cabeza, unirse a una compañera y aparearse para tener herederos.

Por muy profundas que fueran esas heridas, Sesshomaru siempre tuvo anhelos y una visión emprendedora en la vida, aunque su carácter no demostrara demasiado.

¿Acaso tenía miedo de abrir su corazón y fracasar como lo había hecho Inuyasha?

¿Porque no buscar en una mujer o hembra el bálsamo para su dolor en el alma?.

Los ojos cansados de Izayoi, expresaban la inmensa pena que sus pensamientos le producían, y sus párpados caían, cerrando sus ojos.

Inuyasha, había sido su primer cachorro dado a luz, y el último, pues ya nunca más pudo quedar embarazada de nuevo.

Siempre estuvo al pendiente de él, protegiéndolo en el pasado, por su condición de Hanyou, enseñandolo a seguir siempre el ejemplo de su hermano y ser fuerte como él, aunque no fuera un youkai de sangre pura.

Y en vez de que en su pequeño hijo surgiera envidia o amargura hacia su hermano, siempre lo admiro y lo quiso tanto, como Sesshomaru a él, encargadose de cuidarlo, tanto como ella.

Espio el rostro del joven Daiyoukai, preocupada de haberlo ofendido con sus recuerdos, pero este seguía impasible, si acaso un poco más pálido y mirando sin ver, a un punto cualquiera de la habitación, sin ningún mínimo indicio que demostrara, su verdadero estado de ánimo.

Y volvió a cerrar los ojos, suspirando suavemente.

Aquel breve ruido, volvió a Sesshomaru a la realidad, sumido por completo en los recuerdos amargos, que aquella imprudente madrastra despertó con fuerza en él.

Pero al mirarla con los ojos cerrados, pensando que se había quedado dormida, una infinita ternura sé despertó en él, y el semblante de su rostro cambió, mostrando una breve sonrisa, pues ella no tenía la culpa de recordar a su hijo.

Si alguien hubiera contemplado ese breve instante, en que su rostro se suavizo, mostrandose doblemente atractivo y seductoramente viril, a pesar de su bondadosa sonrisa, podría aceptar la perpetua amargura en la que vivía su alma, pues estaba demostrado, que a pesar de todo, aún tenía corazón.

Sé levantó con sigilo, para evitar despertarla, besando su frente y cubriendola con el sedoso edredón, apagando la luz al salir.

_ Que bueno es… aunque él mismo lo quiera negar… _ susurro Izayoi, abriendo los ojos de nuevo en la oscuridad _ ¿Que lo tendra asi?...

Era una incógnita que la desesperaba, pues su sexto sentido de mujer, le decía que algo no andaba bien con él.

La conducta de su hijo Sesshomaru, también le preocupaba grandemente.

Y sumida en sus pensamientos, se quedó dormida, pensando en ambos hijos, que su amado le dio.

Sesshomaru se había servido un trago de whisky y se dirigía a su habitación, con pasos lentos y pesarosos, amortiguados por la alfombra de los pasillos.

Su espíritu se hallaba inquieto, agitado, por una sorda y cruenta lucha interna, entre el bien y el mal, en la que antes de amanecer, este último, había logrado triunfar.

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Bueno aqui esta la segunda adaptación de las historias encontradas en las revistas coleccionables de mí Abuela.

Espero que les guste y que comprendan que los capítulos son un poco más cortos a los que normalmente publico, pues es más difícil de escribir debido al estado de la revista…

Aun así, espero que la disfruten…

Les mando un Saludo Supercalifragilisticuespialidoso hasta donde estén…

YOI MINO