"… You cause my heart to bleed,

you still owe me a reason,

'cause i can't figure out why,

Why i'm alone and freezing…"

So cold fragment by Ben Cocks

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En el momento en que desperté, no comprendí dónde estaba. Por un segundo, parecía no estar en mi cuerpo.

Me sentía adolorida y abrumada. Un profundo pesar yacía sobre mí y era incapaz de explicarme el porqué.

De algún modo, había vengado la muerte de Han, entregando, herido, a uno de los más importantes miembros de la Primera Orden, quien había instaurado terror y miedo a través de la Galaxia, representando a una pequeña facción de un horror más grande del que yo siquiera alcanzaba a comprender, pero que, para mí, en ese instante, representaba mucho más de manera personal. Han había sido asesinado por el único hijo que había tenido y quien además lo asesinó a traición, aprovechándose de la candidez de un padre que en ese instante, había creído en el hijo que no pensó, ya había sido devorado por un monstruo.

No podía evitar sentir un profundo odio hacia Kylo Ren.

Me levanté, hasta cierto punto, sin muchas ganas, como si no tuviese ningún sentido, y descalza como estaba, caminé a la puerta. No me sentía yo misma. Salí de mi habitación y caminé.

Controlada por ese extraño sentimiento de desprecio y al mismo tiempo, de desesperación, caminé por el pasillo largo y de un color obscuro hasta la clínica de la Resistencia, una pequeña y estéril sala donde se mantenía a todos los heridos. Kylo Ren yacía, únicamente con las ropas de tonos gris claro, acostado, vendado, herido. Tenía los ojos abiertos, los que observé un instante por el cristal de carbonita. Miraba al techo. Tampoco parecía interesado. Tenía las muñecas, pese a sus heridas, esposadas a una especie de dispositivo conectado a la camilla, así como los tobillos. Una sábana lo cubría y, por la piel desnuda del pecho, asumí que no llevaba más que el pantalón que sobresalía de la sábana, que le iba demasiado pequeña para cubrirlo completamente. Incluso así, aparentemente vulnerable, se veía imponente.

Y entonces lo sentí.

Una especie de sentimiento amable inundándome.

Compasión.

En ese instante, Kylo Ren ladeó su cabeza hacia el cristal y sus ojos me miraron de lleno, con una especie de consternación, asombro y un poco de furia, misma que percibí del mismo modo que si estuviera gritándome a la cara. Lo miré de lleno, fijamente. Estuve a punto de atacarlo y sentí el deseo legítimo de terminar con su vida de nuevo. Pero me limité a mirarlo y luego seguí caminando, mirando hacia el pasillo.

Por eso, aunque sentí su mirada, no pude ver cómo, en vez de una mirada despectiva, Kylo Ren bajaba los ojos, avergonzado, y su rabia se tornó amarga consternación ante sus propios actos.

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Un comando armado entró en la habitación, para asombro del resto de los soldados que estaban siendo curados o estaban en recuperación. No para Kylo Ren.

Uno de éstos se detuvo frente a la cama de éste y dijo con voz clara, sin asomo de temor en su voz, pese a estar frente a un hombre que se conocía ya como uno realmente peligroso:

- Ben Solo Organa – Al pronunciar el apellido de la General, el soldado carraspeó un poco, temeroso de las represalias que la captura pudiera tener a posteriori – Está en custodia para ser juzgado y condenado ante las leyes regentes en la base perteneciente a la Resistencia. Su condena será dictada por un representante, mismo que será elegido al azar. Cualquier palabra que usted emita puede usarse en su favor o en su contra, por lo que se le pide discreción y toda honestidad – a la mención de ésta, la expresión de Kylo Ren se tornó densa y curvó la comisura de sus labios a un lado, en una especie de mohín que parecía una sonrisa perturbadora.

Todos los presentes, en ese momento, no expresaron en voz alta su temor, pero sus ojos hablaban más que mil palabras.

Y mientras dos de los casi veinticinco soldados de la comitiva, hacían los preparativos físicos para trasladar a Kylo Ren, una figura pequeña, algo rolliza y menuda cruzó la puerta, y obligó al caballero obscuro a enderezarse y desviar la vista.

La General Leia Organa Solo estaba frente a su hijo en un abrir y cerrar de ojos y éste fue incapaz de darle la cara y sostener la vista ante la de la mujer de grandes y expresivos ojos cafés. Arrebató la cadena y cables que sostenían el dispositivo que monitoreaba toda actividad en su hijo y ordenó con toda autoridad, sin temblores de voz… Sin asomo de duda:

- Quiero que todos salgan. Y trasladen a los pacientes. Esperaremos el tiempo que haga falta. Pero esto es algo que debe ser hecho.

Kylo Ren permanecía inmóvil, no parecía especialmente impaciente o interesado, pero una especie de incertidumbre, de ansia, había hecho presa de su alma inestable. De pronto, una vieja actitud, un estado de ánimo y al mismo tiempo una conducta sumamente arraigada en su persona cuando era niño, se apoderó de él.

Permaneció con la cabeza gacha, pese a su gran estatura, frente a la mujer que le había dado la vida.

Parecía, ya no un joven adulto, sino un niño desamparado ante un regaño.

Y Leia Organa era una mujer a quien los regaños por mala conducta se le daban muy bien, aunque este no era un regaño común y tampoco una situación que ameritara sólo un regaño.

Cuando hubieron salido todas las personas en la sala, sólo dos figuras humanas permanecían en ella y eran las de madre e hijo, frente a frente, con tantos años y tantas historias sobre ellos, que nadie supo cómo empezar.

Luego de un momento, la antigua princesa de Alderaan habló primero.

- ¿Por qué?

- ¿Porqué qué? – Kylo Ren dio una cínica contestación que no sentía, pero que sentía que le protegería en un momento tan desventajoso.

- ¿Por qué lo dejaste morir? Han Solo era tu padre. Lo has matado – El rostro de Leia era un rictus de dolor. Ni siquiera veía realmente a su hijo a la cara, no lo conocía, no se sentía cercana a él. Pero era su hijo. En un momento de contemplación, mientras éste pretendía mantener la vista desviada, Leia alzó los brazos y le sostuvo el rostro cerca, muy cerca del de ella, a pesar de que el joven medía casi dos metros y ella apenas rebasaba el metro y cincuenta y cinco centímetros. Lo miró de lleno y entonces adivinó, en las pupilas obscuras, lo que tanto temía.

Leyó en la mirada evasiva y dolorosa de su hijo la respuesta que no quería escuchar.

Vio como a través de un cristal, cómo Han se había descubierto ante él, cómo él se había retirado la máscara cromada frente a su padre y le había permitido acercarse, aunque negándole la posibilidad de volver al lado de su familia.

Las palabras en boca de su hijo "Lo he matado, era tonto y débil como su padre y lo he destruido" hicieron mucho sentido mientras rebotaban en el cerebro de la madura mujer que trataba de no propinarle una paliza allí mismo, luchando contra sí misma en su fuero interno, manteniéndose calma y ecuánime hasta donde las circunstancias le permitieron.

Y en el fondo, Leia Organa Solo agradeció a quien había sido su marido que le diera la oportunidad de volver a reunirse con la única persona y cosa en su universo que quedaba de ambos.

"Te pedí que lo trajeras a casa. Y lo trajiste. Gracias…".

Su mente logró aparecer visible en la mente de su hijo, que se estremeció, como si de un acceso de frialdad corporal repentina se tratase.

En el fondo de sí mismo, halló compasión por su padre muerto, a quien él había asesinado.

Se sentó en el borde de la cama, agotado mental y físicamente y con la vista en el suelo y la cabeza baja, aceptó ante sí mismo y ante su madre, que estaba a punto de perder toda cordura y equilibrio emocional.

Sus manos repasaron su cabello lustroso y se tapó luego el rostro con ellas, sin permitir nada más. Sentía el alma acongojada, atenazada por una pena tan intensa que dudaba que alguna vez pudiera dejar de sentir y se dio cuenta de cuánta razón había tenido su propio padre al decirle que había sido utilizado. El peso en su alma se había hecho mucho más denso en vez de liberarse de él con su muerte, tal como el Líder Supremo le había asegurado.

- No importa qué pena te sea impuesta por tus crímenes, porque de todas, la única que voy a negarte es la muerte. La muerte es un regalo. Y tú has cometido tantas atrocidades manchando no sólo el nombre de tu familia, ni el de tus padres, sino el de toda la Galaxia, que mereces cualquier castigo que se te imponga. Pero no la muerte. El obsequio para los valientes es descansar. Y tú no has demostrado merecer tal obsequio en absoluto.

La mujer salió, con lágrimas bordeándole los expresivos ojos castaños, pero con el rostro alzado, arrogante, temeraria y valerosa como había sido conocida siempre. Incluso por el maestro de su propio padre.

Ben Solo recordó entonces, viendo cómo se retiraba, aquella anécdota que a los catorce años Han le había contado sobre su madre, anécdota que sólo él conocía, de palabras de la propia Leia.

"Y el Senador Palpatine se acercó, me tomó de la barbilla mirándome con los ojos complacidos y dijo que esperaba volver a ver mi rostro en el Senado de nuevo, pues tenía el fuego de mi padre. Entonces no lo entendí ¿Sabes? Pensé que hablaba de Bail Organa, quien en realidad siempre lo fue para mí. Pero Palpatine estaba refiriéndose a Anakin Skywalker…"

Ben Solo sufrió la afrenta más grande de su vida cuando su propia madre le hizo comprender, aún dolorido física y emocionalmente, mutilado y sin sentido en la Galaxia, que él era para ella el peor error que pudo haber cometido. Comprendió que, en el corazón de su madre, él había muerto definitivamente, o eso fue lo que él creyó ante la obvia decepción percibida en sus palabras crudas. Comprendió que ella se avergonzaba de llevar la sangre Skywalker, pero se avergonzaba aún más de él que de esa situación meramente circunstancial.

Leia Organa nunca se distinguió por su excesivo tacto y si alguna vez alguien había cometido el error de creer que la senadora era diplomática en algún sentido, se habría retractado de forma inmediata al descubrir que ella podía amar profundamente pero que eso no desviaba su percepción de la realidad hacia ningún sitio que no fuese la verdad.

Así pues, nuevamente entró una comitiva menor a la anterior y, derrotado, Kylo Ren irguió por primera vez la cabeza desde que fuese capturado, mientras era dirigido a una celda especial.

Leia Organa podía estar sumamente decepcionada, dolida y avergonzada de la criatura a quien había dado a luz y había amado con todo su corazón, pero su hijo se sintió orgulloso al descubrir en ese instante que la única fuerza que había tenido siempre y que lo había acercado a ser una pizca de lo que más deseaba ser, la había heredado de esa mujer pequeña y menuda con el cabello encanecido, que caminaba, afirmando los hombros y enfrentando ante todos el haber tenido un hijo que no la había honrado nunca.