Estoy pecando de obsesiva con esto de reeditar los fanfics, pero me voy dando cuenta de los errores y no puedo evitarlo.
Prometo que los cambios serán mínimos por no decir casi inexistentes.
Otro día.
Otro estúpido día en ese encierro.
Estaba harta de todo eso. Incluso la idea de suicidarse ahora le parecía aburrida. Y estando muerta, sabía perfectamente que esos malditos enfermeros estarían felices por ello.
No pensaba darles ese gusto.
Más de la mitad de su miserable vida la había pasado ahí, siendo tomada por loca, y la otra mitad… prefería enterrarla en lo más recóndito de su mente.
Alejada de esa pesadilla.
— Hora de tu medicina, princesa.
Y hablando de pesadillas…
Marcus. Uno de los enfermeros de ese manicomio que disfrutaba tratarla como la loca que no es.
— El loco aquí eres tú si piensas que tomaré esa cosa — Sus pies descalzos sintieron los fríos azulejos al bajarse de la cama.
— Nadie te preguntó si querías. Ahora toma esto para que pueda largarme de aquí — La fuerte mano del hombre la sujetó de la muñeca atrayéndola hacia él y provocando que su pecho chocara con el contrario — Vaya… has crecido bien, princesa… — Era innecesario ver el detestable rostro de Marcus para saber que sonreía con lascivia.
Qué repugnante era.
— Suéltame, idiota — Se quejó haciendo una mueca de asco.
— Oblígame.
La mano libre de Marcus estrechó la cintura de la joven, consiguiendo con esto atraerla mucho más hacia él.
En el instante en que siente que la mano del enfermero comienza a descender por su espalda baja, logra levantar su rodilla y golpear con esta la entrepierna de él, acción que provoca que la suelte con rudeza y que, al mismo tiempo se golpee con el borde de la cama.
— Maldita loca… — La voz masculina se escucha amortiguada, quizás por el dolor, y es entonces cuando siente que la sujeta de nuevo y aplica fuerza en su mandíbula — Jodida la hora en que me asignaron a ti.
Estaba tan aturdida por el golpe en su cabeza que apenas alcanzó a percibir la píldora descendiendo por su esófago y nuevamente su cabeza comenzó a dar vueltas, acompañada de un agudo dolor.
¿Dónde mierda estaba ese imbécil?
Primero le dice que venga a su despacho y luego no aparece por ningún lado, mucho menos contesta su puto celular.
Como si no tuviera otras cosas qué hacer.
— ¿Yamato, sabes donde se metió Joe?
El mencionado lo volteo a ver con su usual inexpresividad y se encogió de hombros —Pregúntale a Takeru, los vi hablando afuera esta mañana.
— El mocoso tampoco sabe nada de adonde fue — Dijo con molestia.
Odiaba que le hicieran perder el tiempo.
—Si lo ves antes que yo, dile que llegó la respuesta de parte de la compañía en China.
— Al menos Henry sabe hacer su trabajo como se debe — Dijo tomando asiento en una de las muchas sillas de cuero que se encontraban dispuestas en la sala de juntas.
El molesto tono de un celular llamó la atención de ambos hombres, siendo Yamato quién terminó atendiendo — ¿Ya lo encontraron?... bien, ¿Qué hicieron con él?
Había decidido ignorar la conversación puesto que no le interesaba realmente, cada quién se hacía cargo de lo suyo, sin embargo, el repentino grito del rubio lo hizo apartar la mirada del trago que recién se sirvió.
— ¡¿Es que acaso no pueden completar un maldito trabajo sin que este sosteniéndoles el culo?! ¡Manténganlo ahí, grupo de ineptos! Yo me haré cargo. Voy en camino.
— ¿Tus subordinados no saben limpiar la basura debidamente, Yamato? — Cuestionó con evidente diversión mientras observaba cómo el líquido en su vaso se mecía.
— Metete en tus putos asuntos, Taichi. No me jodas más el humor — Las pullas del contrario y su irritante sonrisa sobraban en ese momento — El bastardo de Kang apareció, pero se niega a hablar hasta que alguno de nosotros este ahí.
— Vaya tipo más estúpido. Creí que tenía algo de sentido común — Dijo sonriendo con ironía — Que estemos o no ahí no cambiará nada. Para el final del día estará muerto.
Dos hombres caminaban atravesando extensos y silenciosos pasillos, teniendo como destino el despacho de uno de ellos. El primero de mediana estatura, seguido de un delgado hombre quién llevaba unos elegantes lentes de montura negra.
Al ingresar finalmente al lugar, el último se aseguró de que nadie los estuviese siguiendo y como consecuencia, que pudiese escuchar lo que iban a conversar.
— Espero no haber interrumpido tu trabajo al llamarte. Toma asiento — Pidió el dueño de la oficina.
— En absoluto. Sin embargo… debo admitir que me sorprendió tu interés en este asunto. Me refiero a que, desde que tu padre murió esta situación se ha mantenido al margen de todo. Aunque en realidad no es como si cuando él estaba en vida hubiese una participación destacable de su parte. Siempre manejó esto con una increíble discreción.
—Quizás hubiese mostrado interés con anterioridad. Pero hasta hace poco me enteré de esto. Papá en serio quería ocultarlo de todos nosotros — Habló acomodando sus lentes— Pero dejémonos de preámbulos y vayamos al grano, Koushiro.
— Primero necesito saber algo — Contestó el contrario, reemplazando su expresión serena por una de seriedad — ¿Qué tanto dejó escrito el Jefe, Joe?
— Lo suficiente. Es por eso por lo que te llamé. Al final del escrito, papá me pedía que te llamara con prontitud.
— ¿Acaso tenía otras intenciones además de informarte?
— Por supuesto. Siempre las tiene. Mejor dicho, siempre las tenía — Sonrió quedamente — Quiero que te hagas cargo del alta. Tú eres el jefe ahora, no tendrás inconvenientes con revocarlo.
— ¿Irás a Inglaterra?
— Por supuesto. Llegaré en dos días en compañía de Taichi.
El de cabellos rojizos enarcó las cejas con sorpresa — ¿Taichi? ¿Planeas que justamente Taichi se involucre en este asunto, Joe?
— Ya lo decidí. Además, él no tiene por qué negarse. Es su obligación obedecerme. Incluso, esto es más una directriz de parte de papá. Únicamente soy su vocero.
— Confío en tu criterio. No obstante. Quiero saber algo… ¿Qué harás luego del alta?
— ¿Tienes alguna duda? — El hombre detrás del gran escritorio de cedro se acomodó en su imponente silla de cuero — Lo mismo que papá hizo con nosotros.
Tétrico.
Así de sencillo se podía describir ese maldito lugar.
Todo. Absolutamente todo estaba rodeado de blanco, excepto por los suelos y las puertas.
No había podido dar un vistazo más a profundidad, puesto que las molestas enfermeras le impidieron entrar al ala B. ¿Qué tan terrible podría ser lo que escondían esas puertas? Estaba seguro de que él había visto y hecho cosas mucho peores.
Llegó nuevamente al lugar del cual había salido hace media hora.
No soportaba estar sin hacer nada, sobre todo por la reverenda razón por la cual estaba en ese sitio.
— ¿Se puede saber dónde estabas? — Le cuestionaron apenas alcanzó a su acompañante cuando este iba saliendo de la habitación donde antes también él había estado.
Esperando como imbécil
—Fui por algo de aire fresco. Este lugar es lastimero. Hay dementes por doquier. Sin mencionar que lo que vi no fue la sección "extraordinaria". En cierto modo es… fascinante.
— Por favor, no hables como Daisuke.
Taichi tensó su mandíbula — No menciones a ese bastardo… El viejo sí que sigue jodiendo la vida incluso cuando ya está tres metros bajo tierra — Levantó sus ojos hacia el frente con fastidio — ¿Qué mierda pretende Koushiro con nosotros aquí? Llevamos casi una hora esperando y no hemos hecho nada. Te advierto que, si me trajiste a perder el tiempo, Joe…
El peli azul lo interrumpió sin inmutarse, bajo un tono severo — ¿Me adviertes qué? Solo sigue mi orden, Taichi. No causes alboroto sin sentido. Koushiro está realizando la ronda matutina.
Solo sigue mi orden.
Él no tendría por qué estar siguiendo órdenes de nadie. Él debería ser quien esté dándolas.
— Él es el jefe. Puede mandar a alguien más y atendernos.
— Fui quién interrumpió su trabajo. Así que soy yo quien debe esperar.
— Pero yo no.
— Así que aquí estaban — Escucharon una voz sus espaldas.
Koushiro les hizo un gesto con la mano para que lo siguiesen y luego volvió a introducir sus manos en las bolsas laterales de su bata blanca — Lamento la tardanza. Hubo un… incidente y tuve que hacerme cargo personalmente.
— ¿Algo anda mal? — Preguntó Joe arqueando una ceja.
— Todo siempre está mal aquí… una paciente que se creía la Reina María Antonieta… decidió que ya era hora de su ejecución en la guillotina.
Después de esa declaración, los tres hombres continuaron en silencio por varios minutos, seguidamente llegaron a una gran puerta de cedro doble que rezaba en un letrero "Ala C", al ingresar se encontraron con un ambiente no muy distinto de lo que habían visto hasta el momento. Las paredes blancas, impecables. El suelo era de madera lisa y brillante. Las ventanas se encontraban en la parte superior de la pared, pero sin llegar a rozar el techo debido a que la estructura de este fue construida en forma de cono.
Pocos metros después de la entrada, iniciaba la fila de puertas a ambos lados del pasillo, y más allá, el pabellón principal se bifurcaba en pasillos que resguardaban más habitaciones.
Unos cuantos sofás estaban dispuestos en el pabellón.
Mientras caminaban, vieron a un joven de aproximadamente diecisiete años sentado en uno de los sofás, acompañado de una enfermera que cambiaba la bolsa de suero del chico.
— Ese hombre me está observando… — Escucharon que decía en un tono fascinado mientras señalaba una esquina del lugar en la que no había absolutamente nadie.
Unas risas resonaron en el pasillo al que recién y seguido de ellas, una maldición pronunciada por una voz masculina.
Un enfermero caminaba hacia ellos cubriéndose la nariz con una gaza que lentamente se manchaba de escarlata.
— Marcus — Habló Koushiro deteniéndose frente al hombre — ¿A qué se debe tu herida?
— Paciente muy difícil, Doctor Izumi — Respondió con una expresión de pocos amigos. Probablemente estaba bastante disgustado con el paciente que le hizo aquello.
— Ve a atenderte eso, yo me encargaré de ese paciente.
— Bueno… — Marcus desvió su mirada hacia los dos hombres de traje e imponente presencia detrás del pelirrojo — No creo que sea prudente ingresar a la habitación con compañía. No hay forma de saber cómo actuará…
— Sé perfectamente cómo tratar a mis pacientes. Tengo todo bajo control. Puedes retirarte.
Sin decir más retomaron su recorrido.
Ese lugar resultaba cada vez más inquietante y a la vez atrayente. Al pasar frente a una de las tantas puertas, pudieron observar dibujos "inocentes" pero a la vez perturbadores en las paredes de una de las habitaciones, y a una chica no mayor de quince años sentada en el piso dibujando en una hoja.
— Es aquí, caballeros — La voz de Izumi sacó a Taichi de sus pensamientos y volvió la vista hacia sus acompañantes.
— Que valga la pena, viejo — Dijo a nadie en específico antes de entrar.
El interior de esa habitación era relativamente normal, nada repugnante o macabro en las paredes ni en general. El insistente blanco reinaba en el lugar. Las dos ventanas de la habitación habían sido modificadas desde afuera con barrotes de hierro, se podían observar claramente a través de las cortinas color celeste.
— ¿Nada espeluznante aquí? — Inquirió alzando las cejas.
— Las condiciones de la habitación dependen de la condición del paciente.
Una leve risa sarcástica fue escuchada, demasiado fina como para provenir de alguno de ellos.
Pasaron más allá de la mesa metálica junto a la que estaban, entrando de lleno en el recinto.
Una joven de tez pálida yacía sentada sobre el marco de la ventana.
— Buen día, Mimi — Koushiro se acercó a la joven, a lo que está volteo, dedicándole una expresión de fastidio.
— Doctor Izumi — Contestó quitándose mechones de largo cabello castaño claro de su rostro y dejando a la vista unos desconfiados ojos color miel.
— ¿Cómo has estado? Llevamos una semana sin vernos.
— ¿En serio? No lo noté — Ella aún no parecía notar a los acompañantes del médico. Se levantó de su lugar en la ventana y fue a sentarse a la cama.
— Es normal que venga a verte. Eres mi paciente después de todo.
— Qué conmovedor.
— ¿Has tomado tus medicamentos?
— No. Basta con verme para saber que no los tomé. Imagino que se encontró a Marcus allá afuera.
— ¿Sabes que le rompiste la nariz?
− Es una pena. Para lo próxima considere elegir bien a sus enfermeros. Ese imbécil me ha estado inyectando tranquilizantes mientras duermo y dando esas malditas píldoras a la fuerza. Va a terminar matándome de una sobredosis. ¿Qué clase de ineficiente personal tiene en este manicomio?
Koushiro sí que tenía una gran paciencia.
Él ya la hubiese tomado del cabello por tales insolencias. ¿Joe estaba pensando claramente?
Aunque claro. Él sería realmente feliz si el peli azul cometiera un error descomunal.
Viniendo del hombre perfecto, ese error no sería olvidado fácilmente. Y eso era algo que podría servirle de mucho.
Taichi volvió a mirar al rostro de la castaña. Ella había levantado su cabeza para encarar a Koushiro, por lo que esta vez pudo observar ciertas marcas bajo sus opacos ojos.
— ¿Qué es lo que tienes ahí? Déjame ver eso.
Izumi tomó el rostro de la mujer en sus manos y la examinó detalladamente. Unas marcas rojizas alargadas debajo del borde inferior de los ojos — ¿Me explicarías por qué tienes eso?
Mimi puso los ojos en blanco y se apartó — Desperté ayer con esto. Son esos "tranquilizantes", me dan pesadillas. ¿O acaso cree que ahora sí hay una razón verdadera para estar aquí?
El pelirrojo ante tales palabras miró hacia atrás por sobre su hombro — Precisamente por eso estoy aquí — Le indicó con un gesto de cabeza a Joe y Taichi que se acercaran, esta vez, captando la atención de la joven.
Su primer instinto fue dar un paso atrás, cruzando sus brazos sobre el pecho. Formando una barrera entre esos hombres y ella. Su sola presencia le causaba un terrible presentimiento.
El hombre de cabello azul poseía una expresión serena, pero estricta; el otro, el de cabello castaño, lucía como que nada en el mundo le importaba.
Y sus ojos… parecían a punto de estallar en llamas en el momento en que se encontraron con los suyos. Su esencia destilaba peligro.
— Mimi, ellos son…
— ¿Vienen de parte de él, cierto? — Lo interrumpió terminando con el contacto visual entre el castaño y ella — ¿Ya decidió matarme de una vez? — Instintivamente llevó su mano a ese lugar en su costado derecho.
— Todo lo contrario — Por primera vez Mimi escuchó la voz del dueño de esos ojos chocolate. Sintió todo su cuerpo tensarse — Koushiro. Haz las cosas rápido. Hemos perdido mucho tiempo aquí. Tengo que hacer cosas realmente más importantes que esto.
¿A qué se refería ese hombre?
— Siempre tan impaciente, Taichi.
¿Taichi?
Ese nombre lo conocía de algún lado…
— Te irás con ellos, Mimi. Vinieron expresamente a sacarte del Hospital.
Mimi retrocedió. Estaba segura de que sea cual sea el vínculo que tenían esos tipos con aquel hombre no significaba nada bueno para ella. ¿Cómo esperaba Izumi que se fuera así como así con ellos?
Fácil. No era necesario auto cuestionarse.
Él trabajaba con ellos.
— Déjame presentarme formalmente — El peli azul se le acercó — Soy Joe Kido.
Kido.
— Eres hijo de ese maldito… — Más que una pregunta fue una rotunda afirmación. Sus palabras expresaron claramente lo que sentía. Odio y repugnancia.
— Cuida tus palabras, niña — Taichi habló seriamente.
— Ya basta — Pidió Joe apretándose el puente de la nariz con frustración — Y él es Taichi Yagami.
El aludido le guiño el ojo con soberbia. Mimi no podía apartar su mirada de él. Sentía que ese sujeto era de cuidado y que sería realmente estúpido darle la espalda incluso por dos segundos.
— Tiene que estar bromeando, Doctor. He… he estado encerrada en este infierno por doce años… siendo tratada como una maldita loca. ¿Y ahora simplemente llegan ellos… y me voy?
— Tienen el derecho, Mimi. Ya luego entenderás todo.
— No entiendo nada en mi miserable vida desde que era una niña — Respondió quitándose sin cuidado la ajuga en su brazo por donde había estado ingresando el suero junto con el medicamento. No le importaba él dolor. Su cuerpo comenzaba a temblar por el enojo y el miedo que incluso corrían por sus venas con más rapidez que los mismos sedantes — No pienso ir.
Inmediatamente después de decir eso sintió una presencia detrás suyo, sujetándola con una peligrosa y electrizante calidez. Un pañuelo cubrió su boca y nariz impregnándole un asqueroso aroma clínico. Poco a poco sus sentidos fueron desvaneciéndose, y lo último de lo que fue consciente fue de un ronco susurro en un oído.
La decisión no está sujeta a cambios.
El vuelo de regreso a Japón había sido rápido, incluso más de lo que tardaron en llegar a Inglaterra.
No había estado muy de acuerdo, por no decir en total desacuerdo con eso de ir a sacar a una loca del manicomio. Si estaba ahí era por algo. Pero claro, como el gran jefe había hablado, él tenía que obedecer como un puto perro al que su amo le chasquea el dedo para que menee la cola.
¿Cómo era posible que los demás no cuestionaran algo sobre esa mierda?
¿Ni siquiera Yamato?
Taichi resopló con fastidio por milésima vez en el día mientras se quitaba su saco y subía las mangas de su camisa blanca hasta los codos.
Era el colmo tener que lidiar con una loca inconsciente, pero ya no soportaba más estar esperando a que esa mujer decidiera venir con ellos. Era evidente que se negaría.
Posó sus ojos en el cuerpo femenino que reposaba sobre el sofá de esa habitación sin dueño.
Llegaron hace poco más de dos horas, y eso sumado al tiempo del viaje en el Jet… había estado dormida por más de cuatro horas.
Tomó asiento en la cama vacía y se quedó observándola con aburrimiento.
Ella comenzaba a fruncir el ceño y a removerse incomoda. Continuaba con la misma insulsa ropa hospitalaria y esas pantuflas que vestía cuando la "conocieron", claramente no se molestaron en buscar otras prendas. De todos modos, ni siquiera planeaba su encuentro.
La tal Mimi despertó abruptamente, clavando las uñas en el material aterciopelado del mueble, y seguidamente paseó sus orbes mieles con nerviosismo por el lugar hasta encontrarse con los contrarios que la habían estado observando.
— Al fin te dignas a despertar. Estás haciendo perder el tiempo a alguien importante.
La castaña se levantó de forma mecánica, viéndose obligada a elevar la mirada debido a la notable diferencia de alturas — ¿Fuiste tú cierto? ¿Me drogaste?
— Veo que no eres tan tonta como creí. La locura no te ha afectado tanto.
— Yo no estoy loca — Reclamó molesta — Si fueron por mí hasta ese lugar, deben saber que no estoy loca. Ese hombre…
— Ese hombre… es alguien de quién no debes hablar tan a la ligera. Así que cierra tu linda boca — Espetó acercándose lentamente. Como un depredador que calcula el perímetro alrededor de su presa.
— ¿Por qué debería? Está muerto.
Ahora solo un metro de distancia los separaba. Taichi no apartaba la vista de la expresión contraria. Opaca.
De cierta forma le recordaba a la propia.
— ¿Cómo sabes que está muerto?
— Él iba a ese lugar. Cada año sin falta. Hasta hace tres años que dejó de ir. Al principio supuse que se había olvidado de mí, pero era estúpido. Así que le pregunté a Izumi. Su silencio me lo dijo todo. Al final algo bueno pasaba en medio de toda esta pesadilla.
— En serio deberías medir tus malditas palabras, mocosa — Dos pasos más adelante… — No vaya a ser que algo muy malo ocurra…
Algo en esas palabras hizo que la joven perdiera todo color en su rostro. Ella retrocedió, una de sus manos palpando un sitio en su costado derecho.
Lo mismo había hecho cuando estaban en el Psiquiátrico.
— ¿Qué escondes?
— Deja de hablar como si tuvieras un poder sobre mí… No soy propiedad tuya, ni él…
— Pregunté… ¿Qué escondes ahí? — dijo en un tono más severo sin perder detalle de los movimientos de ella.
Conforme avanzaba, ella retrocedía sin responder. Su repentina palidez hizo que las marcas de arañazos en su rostro se notasen más.
— ¿No piensa responder, señorita Tachikawa?
Evadió su mirada.
Eso fue suficiente. Es un brusco movimiento la sujetó del brazo, con su otra mano apartó la de ella de su costado, y sin reparar en nada más descubrió la zona que ella sostenía.
La tentadora piel de su abdomen lo eclipsó por un momento, sin embargo, algo más captó su atención.
Una figura negra dibujada.
Un cuervo.
Una sonrisa macabra se curveo en sus labios mientras con sus dedos delineaba el tatuaje sintiendo cómo Mimi se tensaba bajo su tacto.
— Te equivocas… Eres más de nuestra propiedad de lo que crees…
— ¿De qué hablas?
No dejó que ella siquiera hablara.
La estampó contra la pared sin ningún cuidado ignorando el quejido que soltó debido al impacto. Acercando sus rostros hasta que sus respiraciones se entremezclaron, obligo a que lo encarara.
− Que te quede claro quién manda aquí. ¡Eres de nuestra propiedad y harás lo que nos de la puta gana! — Finalizó dando un manotazo junto a la cabeza de ella — ¿Entendido…?
— Creo que le quedó claro, Taichi. Tráela a mi despacho ahora.
Cuando voltearon hacia la puerta recién abierta, solo lograron ver la delgada y alta silueta de Joe alejarse de la habitación.
Básicamente estaba siendo arrastrada con brusquedad por ese tipo.
Había tantas cosas que no entendía.
¿Qué significa ese maldito tatuaje qué le hizo ese hombre?
Además… no tenía la más remota idea de donde estaba.
El tal Taichi y ella caminaban por un amplio e iluminado pasillo.
El sitio lucía como una residencia ostentosa. Cuadros elegantes colgaban al igual que lámparas repartidas estratégicamente en las paredes de color azul rey al, el suelo de mármol color hueso. Por lo poco que podía ver, estaba en un segundo piso.
Al pasar por una ventana fugazmente pudo distinguir el cielo oscurecido, seguramente recién había dejado de llover. Tantos años observando a través de la ventana hacia el cielo en un intento por ignorar sus alrededor, que ahora no se le dificultaba calcular en cuál momento del día se encontraba.
No lograba conseguir que su respiración se regulara, esta seguía igual de alterada desde el momento en que despertó en esa habitación y empeoró cuando se dio cuenta que no estaba sola, sino con el hombre que la drogó para sacarla del hospital y traerla a sabrá Dios donde.
Y la mirada que Taichi Yagami le dedicó… parecía que dentro de su ser solo hubiese deseos de sangre.
Al igual que en la del fallecido que marcó su vida entera y terminó confinándola en un centro para enfermos mentales.
— Muévete.
Esta vez la sujetó del brazo y fue obligada a ingresar a otra habitación.
Un despacho decorado de manera sobria y elegante. De igual forma, el piso de mármol hueso, y muebles de madera fina por doquier. Sofás de cuero. Y un enorme escritorio al fondo donde Joe Kido yacía, apoyándose con su cadera en el borde de este.
Finalmente fue soltada con tal fuerza que acabó sentándose con brusquedad sobre el sofá ubicado justo en frente del peli azul.
Lentamente elevó sus ojos hasta encontrarse con los del contrario.
— Perdona que hayas tenido que lidiar con el incorregible de Taichi — Esa voz calmada no lograba inspirarle confianza en absoluto. A sus espaldas, escuchó que el antes mencionado se militó a resoplar y recostarse contra el marco de la puerta — Además, no te preocupes, me encargaré de que tus… lesiones sean tratadas para que no quede ninguna marca. Escucha, Mimi. Tengo algo que pedirte… o mejor dicho informarte.
¿Ahora qué? ¿Qué más faltaba? ¿Por qué no la dejaban en paz de una buena vez?
— ¿Q-qué?
— Trabaja para mí.
Sintió la necesidad de reírse ante tal disparate. ¿Ella trabajando en ese sitio? Quizás no sabía prácticamente nada de todo ese embrollo en el que el difunto Kido se desenvolvía, sin embargo, las circunstancia vividas le recordaban vagamente sobre qué trataba todo. Eso, y también tomando en cuenta que en el recorrido hacia el despacho del portador de lentes divisó en el exterior de la residencia a varios hombres cargando armas.
Incluso sin nada de eso. El hecho de que de manera tan sencilla y libertina lograran sacarla de un Hospital Psiquiátrico sin ninguna traba y sin hacer papeleo alguno hacía notarse la facilidad con la que manipulaban las cosas a su antojo.
— No pienso convertirme en una criminal — Respondió haciendo un gran esfuerzo para que su voz no temblara.
— ¿Criminal? — Kido sonrió de lado, divertido ante la situación — Yo los considero negocios.
— Te ruego que no me tomes por loca. Recuerdo bien lo que pasó hace doce años. Créeme que sé que los negocios no son solo cuestiones legales.
Joe se levantó de su silla y rodeo el escritorio — Permíteme plantearlo desde otra perspectiva…
Sintió la fría mano del hombre sujetar su mandíbula, de modo que no había escapatoria de su mirada. Esta continuaba siendo serena, no obstante, era ese tipo de serenidad inquietante, como la de un océano antes de comenzar a formar olas violentas para luego convertirse en un maremoto.
— O trabajas para mi compañía, o confía en mis palabras cuando te digo que la muerte sería considerada un acto piadoso en comparación a las cosas que puedo hacer que experimentes.
Mimi rebotó contra el respaldar del sofá mientras se sujetaba la barbilla. Ese agarre había sido realmente doloroso.
Sus ojos ardían, suplicando por liberar las lágrimas de frustración y miedo que sentía en ese momento. Su corazón palpitaba tan fuerte que oía los latidos con claridad.
— Tomaré tu silencio como una afirmativa — El hombre se alejó del escritorio, pasó por su lado sin mirarla una última vez — Espero un desempeño satisfactorio — Segundos después, la puerta del despacho se cerró a sus espaldas.
Yagami también se había marchado.
Y ella había quedado sin salida alguna e involucrada con el vínculo hacia la muerte de sus padres.