— ¿Estás seguro de lo que escuchaste Yamato?

Todos los presenten guardaron un pesado silencio que solo el mayor de ellos pudo romper, el impacto, enojo, desagrado y escepticismo eran evidentes en sus rostros.

— Sí — Se limitó a responder con el mismo tono de gravedad que Joe.

— ¿En serio? — Daisuke arqueo una ceja — Quizás lo que escuchaste fue solo al imbécil ese ahogándose con su propia sangre — Dijo sonriendo de lago.

— Sé bien lo que escuché, Daisuke.

Takeru se reacomodó en su asiento y bufó — No sé por qué se sorprenden. ¿Acaso fueron tan ilusos como para creer en esa estúpida tregua?

— Él tiene razón. Confiamos en lo que has hecho, Joe. Pero en ellos no confiaría incluso si dicen que tienen la viruela lista para diseminarse en el mundo.

El peli azul asintió ante lo dicho por su hermano de sangre, sin embargo, algo captó su atención, por lo que dirigió su mirada hasta la pared adecuada como biblioteca, donde el recién llegado yacía recostado sin decir palabra alguna, considerando la declaración de Yamato era extraño que este no hubiese dicho nada.

— ¿No tienes nada para decir, Taichi?

— ¿Qué podría decir que todos aquí no pensemos? — Se encogió de hombros con molestia — Takeru y Ken ya lo dijeron todo. No confiamos en esos bastardos. Solo que yo nunca lo hice desde que tomaste esa decisión y luego solo te limitaste a informarnos sobre la situación cuando ya estaba tomada.

— Eso es algo que me corresponde a mí.

— Lo sé, Joe. Todos aquí sabemos que eres el puto líder, pero esto involucra a todos, no quiere decir que solo mantendrá tu culo lejos de las molestias.

Nuevamente esa envidia y egoísmo burbujeaba en todo su ser. La impotencia de verse obligado a seguir ordenes por las irreverentes decisiones de su padre. Joe no sabía cómo liderar una organización como esa. ¿Para qué demonios forjarían una tregua o lo que sea que fuera esa mierda que acordó su "hermano"? Una paz armada lo que haría es ir calentando de a poco lo que en cualquier momento podría hacer erupción. Todos eran conscientes de ello, pero como el hermano mayor considerado por su padre el más apto era el líder, los demás se limitaban a obedecer. A ellos les valía un carajo. Pero a él no. Su padre debió a elegirlo a él.

Y reuniones como esas en donde las decisiones se hacían añicos en sus narices y con grandes pérdidas era cuando más odiaba a su padre.

Joe decidió ignorar lo dicho por el moreno y prosiguió luego de un suspiro — Esto no es todo, muchachos. Al parecer hay alguien buscando sobre nuestras huellas.

Y esto generó reacciones más evidentes en sus hermanos. Eso sí era algo nuevo, puesto que siempre sus actividades se manejaban con una rigurosidad impecable.

Se burlaban del gobierno y sus autoridades, casi trabajando frente a sus edificios y aun así nunca sospechaban nada.

La organización Ravens era conocida, tanto en el mundo legal como en el ilegal, sin embargo, aquellos que laboraban en la fracción escrupulosa solo conocían de los Ravens como si fueran un fantasma.

— ¿Quiénes? — Yamato se cruzó de brazos, mirando con inexpresividad a quién llevaba el mando.

— Aún continúan recabando información sobre quién o quienes se están involucrando peligrosamente en nuestras actividades. Sin embargo, esta persona o personas se están enfocando en lo sucedido recientemente.

Ken intercambió mirada con Takeru mientras el rubio menor entornaba los ojos — Sé más preciso, Joe.

— Exacto. Por si no lo sabes. Takeru liquidó a dos tipos ayer y yo me encargué de otros — Comentó Daisuke casualmente.

— Hablo del sujeto a quién Yamato asesinó debido al percance con el prostíbulo. A pesar de haber enmascarado todo como un problema entre pandillas, alguien cree que hay algo más debajo de toda esa fachada y está investigando.

— Para que alguien esté investigando a fondo tiene que ser alguien de la policía, no simplemente un transeúnte con curiosidad — Apuntó Ken.

— ¿Tienen algo más que decir? — La voz de Taichi se escuchó fuerte debido al silencio que se instalaba en la habitación cada vez que los presentes se sumergían en sus propias cavilaciones — Tengo asuntos en Seúl. .


Por alguna razón que desconocía completamente, todos, absolutamente todos los "jefes" estaban molestos. Traían unas expresiones tan irritadas que el solo hecho de pensar en preguntar qué sucedía la hacía creer que eran capaces de sacar un arma y liquidarla en ese mismo instante.

Sabía que ellos venían de alguna junta en la gran oficina de Joe. Junta en la que no estuvo presente puesto que en ese momento ella no estaba en la residencia.

Necesitaba estar lejos de ese lugar. Al menos cuando no tuviese algo qué hacer.

Quería tener algo que sintiera suyo. Y debido a su lamentable y patético pasado no existía nada que le perteneciera.

Es por eso por lo que decidió buscar un apartamento.

Tenía en claro que incluso escondiéndose en el fondo del mar sería encontrada. También que viviendo en otro lugar Taichi sabría perfectamente su paradero.

Aunque solo fuese por unas cuantas horas al día… necesitaba sentirse como una joven normal de veintiún años.

Salió de la cocina luego haber compartido un incómodo intercambio de palabras con Daisuke que bromeaba tan escalofriantemente seguro debido al enojo que por lo visto también lo alcanzó a él.

En la vacía sala de estar se encontró con un hombre joven, muy conocido para ella.

— Buenos días, Mimi — Koushiro esa vez no vestía su típica bata blanca con la que por años lo vio diariamente.

— ¿Qué haces aquí?

— Volví por unos asuntos, así que pensé en visitar a los muchachos.

— Sigues siendo tan considerado como siempre. Es adorable que vengas a visitar a tus amigos — Contestó sin mirarlo mientras tomaba asiento en uno de los sofás siendo imitada por el pelirrojo.

— ¿No piensas nunca dejar ese trato tan reacio para conmigo?

— Ya no somos doctor y "paciente". Así que deja de hablar tan formalmente. En este lugar la ética se fue al demonio — Hizo una mueca de fastidio. Al parecer el mal humor también se le había pegado.

— Entonces deja de hablar como si te hubiera hecho algo malo. Dentro de lo que cabe, sabes que yo nunca autoricé medicarte con algo que te hiciera daño. Lo más que personalmente indiqué para ti fueron analgésicos y somníferos o sedantes para que pudieses dormir sin las pesadillas que tanto te atormentaban.

Odiaba admitirlo, pero el idiota de Izumi tenía razón.

Quienes la medicaban sin orden directa eran esos malditos enfermeros que siempre la odiaron por haberlos golpeado.

No obstante, la razón de su desconfianza con el pelirrojo estaba asociada directamente con el hecho de que, a pesar de ser un médico, quienes son considerados de voluntad intachable e irreprochable, haya estado de acuerdo en seguir con el cometido de su padre y Genai Kido respecto a ella.

— Sé que resientes todo lo que has vivido. Y yo estoy involucrado en ello también.

— Olvídalo, ya eso me da igual — Y no era del todo mentira.

— ¿Me dejas preguntarte algo? — Koushiro se acercó, sin embargo, en ese momento no lo sentía como un doctor, sino simplemente como una persona normal. Se limitó a asentir — ¿Cómo la has pasado? Y lo juro. No pregunto como médico. Pero supongo que contigo ya se me hizo la costumbre de preguntar tu bienestar, Mimi.

— Todo aquí… es extraño, desconocido y amenazador — Declaró suspirando — Hay tantas intrigas… vivo en un lugar oscuro y con los ojos vendados, Koushiro. En cuanto a ti… ¿Desde cuándo conoces a Taichi y sus hermanos?

— Desde que tú llegaste al hospital de mi padre. A pesar de tener contacto directo contigo desde que tenías quince años, yo los conocí a ellos mucho antes debido a que mi padre era un viejo amigo del Jefe Kido. A excepción de Joe que es un año mayor que yo, los demás eran unos niños, y otros… no habían llegado aún aquí.

— ¿Puedo preguntarte algo más? — No sabía qué tenía de gracioso lo que dijo, pero Koushiro rio entretenido y asintió — ¿Taichi realmente mató a Genai?

Esa pregunta pareció borrarle la sonrisa. No lucía molesto, pero tampoco como si ese fuese una tema del que le gustara conversar — Él lo cree así. Y… podría decirse… en cierto modo que sí lo hizo.

Todos se encontraban en la prelectura definitiva del testamento de Genai Kido, quien yacía recostado sobre su cama rodeado de sus hijos, su viejo amigo el doctor Izumi, y su abogado de confianza.

El hombre había sufrido recientemente tres infartos al miocardio, como consecuencia de la diabetes que padecía desde hace cuarenta años. Aun no lograban explicar cómo era posible que continuara con vida suponiendo el esfuerzo sobrehumano que su músculo cardiaco hacía para continuar latiendo.

Uno más y no podría soportarlo.

Taichi escuchaba a medias al abogado que recitaba todo aquello que les pertenecería, todo sería a partes iguales, no obstante, su interés radicaba en algo más que el viejo frente a él dejaría libre al morir.

Y por último Recitó el encargado legal cedo mi puesto como líder de la organización que he levantado y forjado por tantos años a mi hijo mayor, Joe Kido. Confío plenamente en su juicio y sé que mi decisión no será errónea…

Joe…

Levantó la cabeza abruptamente y antes de que pudieran detenerlo, a grandes zancadas llegó a su padre y lo sujetó del cuello de su camisa ¿¡Estas de broma, viejo!? ¿¡Cómo te atreves a apuñalarme por la espalda de esta forma, ah!? ¡Por años me mantuviste obediente con tus putas mentiras! ¡Y ahora haces esta mierda! Sacudió a su padre con fuerza, Genai trataba de mantener la mascarilla de oxígeno sobre su rostro mientras Taichi sentía a Yamato y a Joe intentando apartarlo del hombre que nuevamente le jodía la vida.

Minutos después en los que el Dr. Izumi hizo todo lo que pudo por estabilizar el corazón de Genai nada fue posible y el hombre falleció debido al infarto número cuatro.

— El jefe murió de un infarto. No fue como si Taichi hubiese sacado una pistola o un cuchillo, pero la impresión causada por el actuar de él lo llenó de estrés que su corazón no pudo soportar.


Escuchó que Taichi iría a Corea del Sur, pero no pidió detalles ni nada de eso, incluso él le había dicho que lo acompañara, sin embargo, se negó despreocupadamente alegando que prefería no involucrarse más allá de lo debido y en situaciones que no le correspondían.

Él le pidió que fuera a su oficina y de alguna forma y no supo cómo hizo, pero sacó el valor para tocar el tema respecto a la muerte de Genai Kido.

Koushiro le había explicado. Pero quería saberlo directamente de los labios de Yagami.

— Así que hoy le dio por volverse tu amigo — Comentó el moreno sin mostrar ni un ápice de molestia. Hecho que la sorprendió — No sé qué más quieres saber. Él ya te dijo todo. No es como si hubiera una gran historia.

— Entonces realmente… ¿Tú…?

— Sí, Mimi. Yo lo hice. Y no es necesario que disimules. Sé bien que soy una mierda de persona. No merezco nada en este podrido mundo. y no puedo hacer algo al respecto, así crecí.

Esas palabras tocaron una fibra sensible en ella. Algo similar se repitió por años estando encerrado en aquel psiquiátrico en relación con la muerte de sus padres. No obstante… creía que cualquier persona se merecía algo mejor de lo que sea que poseyera — Eso no es cierto, Taichi… — Llevó una mano a la mejilla del moreno — Incluso tú mereces algo bueno.

— ¿Yo? — Repitió riendo con ironía — ¿Y cuál buen samaritano le daría algo bueno o querría a semejante bastardo, ah?

— Yo — Respondió guiñándole un ojo.

Quizás no solo era atracción sexual, aunque hubiera demasiada, ella veía algo más en Taichi, soledad y desconfianza.

¿Sabes por qué vale la pena luchar?

¿Cuándo no vale la pena morir?

¿Esto te quita el aliento y te sientes sofocándote?

Minutos después ella yacía bajo el cuerpo del moreno mientras este repartía besos por su cuello y clavículas, arrancándole de vez en cuando suspiros.

Tristeza eres mi luz, todo lo que mi corazón desea.

Quizás antes se había dejado llevar por lo mal que se sentía, pero ahora todo le daba igual. Se sentía perfectamente entre los brazos de Taichi, escuchándolo gruñir en su oído y decir que la necesitaba.

Muéstrame tu hermosa rabia.

Tristeza, mantenme cuerdo.

De alguna forma había desarrollado una necesidad ilógica hacia él, cada vez que clavaba su mirada en ella, sentía que sus piernas flaqueaban y se dejaba hacer bajo su mando.

Convierte mis noches en días.

— ¿Por qué… siempre haces todo tan torturantemente lento? — Cuestionó en un susurro.

— Porque… — Taichi sonrió contra la piel descubierta del abdomen de la castaña — Me gusta tomarme mi tiempo…

Amo tu hermosa rabia.


La mansión continuaba igual. Cada cierto tiempo la visitaba y ese sujeto parecía no molestarse en nada más que su persona, ni siquiera en su propia casa.

Incluso los guardias que la custodiaban eran exactamente los mismos que hace varios meses.

No es como si ellos cambiaran frecuentemente de subordinados, pero en esa clase de negocios siempre había una o dos muertes cada cierto tiempo a pesar de tratar de evitarlas porque era una molestia en el trasero tener que estar investigando todo acerca de a quién introducir a la organización.

Ingresó por las enormes puertas dobles dejando atrás la fachada tradicional que ocultaba una maldita mansión que no tenía nada de tradicional y a Wallace que lo esperaba afuera junto a la camioneta.

No era necesario que el rubio se entrometiera en nada de lo que él fuese a tratar en ese lugar. Podía manejar perfectamente la situación con el dueño de tan ostentosa residencia.

Caminó por los silenciosos pasillos sin la necesidad de que algún empleado lo guiara puesto que solo había un "trono" allí, y por lo tanto, un solo jefe. Podría llegar hasta ese despacho con los ojos vendados. Ignoró a los guardias que esporádicamente se encontraba en diversas esquinas y finalmente llegó.

Golpeo la puerta con sus nudillos una sola vez y sin esperar respuesta abrió.

— Se supone que esperes a que respondan.

— ¿Alguna vez lo he hecho?

La sonrisa ladina frente a él se ensanchó más mientras el dueño de ella se llevaba una copa con vino tinto a los labios — No — Dijo después de beber un sorbo — Pero viniendo de ti puedo esperar cualquier cosa.

— Todo menos cortesía, Seung Ho.

Yang Seung Ho. Él nombre que se venía a la mente al pensar en la mafia coreana. Un tipo corpulento, de piel bronceada, cabello negro y corto. Poseía una riqueza envidiada por las pobres y miserables pandillas y dueños de bunkers en ese país, sin embargo, su codicia ansiaba más poder, su astucia provocaba que cualquier que pensara en hacer negocios o tratos con él lo mantuviese vigilado y aun así, no se podía estar seguro en tu totalidad con respecto a la lealtad que aseveraba. Sin embargo, en el bajo mundo lo conocían como Tiger Y, puesto que ante la sociedad, el muy bastardo era conocido por ser el dueño de dos de los hoteles más lujosos en Corea, un hombre carismático que con agrado colaboraba en muchas inversiones, eso era obvio, siempre y cuando el mayor provecho de esta fuese para él.

Un dos caras que se manejaba en ambos mundos.

— ¿A qué viniste en está ocasión, Taichi? — Dejó su copa sobre la superficie de su brillante escritorio y caminó con las manos en sus bolsillos despreocupadamente hacia el recién llegado.

— Lo sabes bien, Yang.

— Me lo imagino. Dejaste tirada a mi hermana hace un buen tiempo. Así que dudo que sea porque la extrañas.

— E igual que antes. No pareces molesto por eso — Respondió ladeando su cabeza.

— Ella se involucró en eso sola — Dijo sentándose en una gran silla de cuero — Si de tonta se metió en tu cama, pudo salirse sola.

— ¿Naeyeon está aquí? — Realmente no le apetecía encontrarse con esa mujer. La tipa estaba buena, por algo terminó revolcándose con ella. Pero la ingenua y berrinchuda Yang Naeyeon llegó a creer que él tendría algo exclusivo con ella. Tuvo suerte de que en ese tiempo no estaba de humor como para involucrarse en un conflicto con la mafia coreana, o en ese momento seguramente estaría muerta.

Su hermano podía llegar a ser un gran hijo de puta, con quién ya tenía bastante considerando las insinuaciones de que hubiesen sido familiares.

—No estoy seguro. Aunque, mientras menos esté aquí, mejor para ambos.

Taichi dejó la "amena" conversación y volvió a su semblante serio — ¿Has sabido algo de ese bastardo últimamente?

— ¿Nuestro estimado amigo?

El coreano tomó el silencio de su interlocutor como una afirmación.

— No. Hace meses que no sé de él. Ha estado sorprendentemente calmado.

— Eso es lo que más me fastidia — Frunció el ceño a la misma vez que bufaba enojado — Simplemente tiene esa puta fachada de calma.

— Ya deja de gruñir como un animal y dime qué diablos ocurrió. Y más importante. ¿En qué me afecta? Por eso es que estás aquí Taichi — Seung Ho lo volvió a ver con inexpresividad — Habla de una vez.

— Envió a un patético necesitado de dinero a denunciar el prostíbulo.

Tal afirmación causó que Seung Ho pateara la mesa de madera frente a él. Por supuesto que eso lo afectaba. Él se encargaba de enviar mujeres a Japón para dejarlas en ese lugar y que el hermano de Taichi se hiciera cargo del trabajo sucio mientras el dinero le llegaba por hacer su puta parte. A la mierda se había ido esa para nada pequeña inversión. Inclusive tenía que enviar a las tipas a otros países intermediarios y cambiar identificaciones falsas para así hacer el traslado — ¿Qué mierda está planeando ese pendejo? Si se arriesgó a la posibilidad de que su subordinado lo delatara luego de cumplir su orden, está claro que quiere jodernos directamente. Quiere que ustedes sepan y vayan por él.

— Sé que solo te interesa tu pérdida. Y que no te quedarás quieto. Así que mueve tus contactos aquí y búscalo incluso debajo de las piedras.

— No me des órdenes, Yagami. Sabes que lo odio — Taichi sintió el frío cañón de un arma traspasar la tela de su camisa, justo en su quinta costilla, pero no se inmutó.

— Entonces haz lo que acordarnos. O contigo las cosas también se pondrás feas.

— Las cosas están tensas por aquí — Una voz delicada hizo eco en el tenso silencio que se había formado en medio de ambos hombres.

Una joven de no más de veinte años ingresó sonriendo, cualquier desconocido que la viese pensaría que es un ángel y consideraría insólito que sea hermana del mafioso más respeto en todo Corea del Sur y conocido en todo el mundo sin embargo, para Taichi no, a sus ojos solo es una mujer con buen cuerpo, caprichosa y se vería mejor con una venda en su boca para que no dijera estupideces.

− ¿Qué haces aquí, Naeyeon?

— Iba de salida y te escuché, hermano mayor. ¿Por qué no me avisaste que teníamos visitas? — Taichi puso los ojos en blanco.

— No vine a verte. Así que ve a molestar a alguien más, Naeyeon.

— Que grosero eres, Taichi Yagami… después de los buenos tiempos que pasamos — Se quejó acariciando el brazo del mencionado, acción que este rechazó apartándose con molestia.

— Eso me tiene sin cuidado. Además… tengo a alguien esperando ansiosa por mí en Japón. Fue fácil buscar un reemplazo de alguien como tú — Intercambió una última mirada severa con Seung Ho y se fue de ahí azotando la puerta y escuchando a la distancia el insulto de la joven.


Michael Washington suspiró con cansancio y se dejó caer de lleno sobre su silla giratoria.

El trabajo esos días era extenuante, aunque en parte era su culpa. Después de todo él había decidido llegar hasta el fondo de esa situación. Le parecía muy maquinado como para que simplemente fuera una venganza de pandillas.

Había algo más.

Solo necesitaba buscar con más ahínco.

Tiró a la basura el vaso de lo que fue su quinto café en el día y miró los papeles esparcidos sobre su escritorio. Recortes de periódico, iniciales, descripciones de sujetos sin rostro.

Un operador sin identidad.

Y él se encargaría de llegar al final de esa cuestión.

Llevaba casi un mes investigando todo lo relacionado con pandillas y sus saldos de cuentas, esos tipos habían estado relativamente tranquilos, lo supo debido a las visitas de campo que realizó en esos barrios con usuales pleitos y poca fama y relevancia de la ciudad. Tratándose de Tokio, eran muchos. Y tomando en cuenta la rivalidad entre pandillas de distintas ciudades también tuvo que ir a Shibuya haciéndose pasar por el miembro de un conocido grupo urbano de los alrededores.

Alguien llamó a la puerta de su oficina y luego de responder uno de sus compañeros se asomó — Ya sal de ahí, viejo. Llevamos tres días en los que solo vemos tu cara cuando sales por el bendito café.

El rubio puso los ojos en blanco mientras sonreía — Son unos exagerados. Si no me ven es porque andan holgazaneando en las patrullas.

— Da igual. Solo ve a casa a descansar. Aunque es obvio que te llevaras tus papelitos mientras sigues jugando al agente secreto.

— Ya voy. Ya voy. Solo déjame terminar esto.

— Al fin. Ya es hora de que dejemos de ver tu fea cara aún más fea debido a semejantes ojeras.

— Muy gracioso, J.P.

El mencionado le guiñó un ojo y lo dejó solo de nuevo.

Se limitó a recoger la basura que se encontraba a simple vista, y guardó los papeles en un archivo que a su vez guardó en su mochila.

J.P tenía razón. Él se llevaría el trabajo a casa.

Después de despedirse de los exagerados de sus compañeros quienes se hicieron los tontos alegando que no lo conocían al casi no verlo, y una vez fuera de la oficina decidió ir a casa caminando ya que estaba haciendo un día agradable y un poco de aire fresco y ejercicio le haría bien a su cuerpo que se había aclimatado a estar encerrado como una rata de biblioteca.

Tan inmerso iba en su mente, la cual se empeñaba en darle vueltas al asunto del crimen camuflado que no notó cuando alguien que iba en prisas chocó con él. No le dio importancia hasta que vio que la persona dejó caer su cartera y ya se iba alejando.

— ¡Espere, señorita! — Sin embargo, la joven iba hablando por celular Y no fue capaz de escucharle. Así que ya que iban en el mismo camino decidió seguirla hasta la tienda a la que se dirigía para devolverle su pertenencia.

Mientras esperaba afuera inconscientemente comenzó a darle vueltas al objeto y este se abrió mostrándole la identificación de la propietaria.

Frunció el ceño con extrañeza al leer el nombre, y en ese momento, la joven salió captando su atención.

— Disculpe.

Ella se detuvo y lo miró confusa — ¿Sucede algo?

— Dejó caer su cartera hace unos momentos, pero cuando la llamé no me escuchó.

— Lo siento. Atendía una llamada importante. Gracias por devolverla, señor…

— Michael. Michel Washington — Sabía que no era necesario decir su nombre completo. Pero quería cerciorarse de que el nombre que leyó le pertenecía a la persona que él pensaba.

— ¿Michael…? — La muchacha parecía estar debatiéndose mentalmente — ¿C-cómo…?

— Veo que no me equivoqué de persona… — Dijo sonriendo levemente — Ha pasado mucho tiempo, Mimi.


Llevaba una semana sin saber absolutamente nada acerca de Taichi. En ese tiempo solo había visitado la Mansión Ravens en una ocasión, únicamente con la intención de llevar a su nuevo hogar las pocas pertenencias que obtuvo al llegar a ese lugar, odiaba tener que llevárselas, pero no tenía de otra.

Y en su corta visita nadie había mencionado algo acerca del moreno. Es más, al único a quién vio fue a Ken que iba caminando con apuro hacia una camioneta que lo esperaba en el jardín.

En cierta parte, durante una semana había experimentado lo más cercano a una vida común y corriente. Tranquila, relativamente hablando, puesto que sabía que jamás estaría completamente a salvo en ningún sitio y milagrosamente, sin ser llamada por Joe o el mismo Taichi para que se encargara de algo.

Al menos no había tenido que "cobrarle" cuentas a nadie. Después del horrible acto que cometió en el prostíbulo con aquella niña no soportaba ni la sola idea de sostener un arma.

Por las noches, a pesar de que ya había pasado casi un mes desde aquello, aun las pesadillas la acechaban, con una muerte más cargando en su conciencia.

Eran pasadas las cinco de la tarde cuando recibió un extraño mensaje de parte de Taichi.

Unas coordenadas.

¿Por qué él le enviaría algo así?

Si bien en ocasiones anteriores de esa forma le decían a donde debía ir para recoger o dejar un encargo siempre venían acompañadas de alguna instrucción, pero esa vez el moreno era directo y conciso respecto a algo, pero… ¿Respecto a qué?

Se le cortó el aliento cuando identificó la ubicación.

Hikarigaoka.

La casa de sus abuelos.

Su ritmo cardiaco experimentó un aumento considerable a la vez que un escalofrío recorrió su espina dorsal.

Dejó caer la tasa de té que sostenía escuchando de forma amortiguada el impacto con el suelo y el posterior repiqueteo de los fragmentos de aquella tasa de porcelana.

Yagami… ¿Qué significaba eso…?

Abordó la camioneta que Daniel le había dejado fuera del edificio donde actualmente residía y emprendió rumbo hacia Hikarigaoka. Condujo tan rápido que estuvo por causar un accidente dos veces en que no obedeció el semáforo en rojo.

Al irse acercando escuchó la sirena de las patrullas policiales, y nuevamente su corazón golpeo con brusquedad dentro de su caja torácica.

No se molestó en estacionar adecuadamente, simplemente dejó el auto en el primer espacio que vio.

Se acercó apresuradamente hacia la residencia que ahora se encontraba con acceso restringido y cintas amarillas rodeándola.

— El paso está prohibido, jovencita — Un oficial la sujetó del brazo y ella se zafó con enojo.

— ¡Déjenme pasar! ¡Es casa de mis abuelos! — otro hombre que le impidió el paso recibió un empujón contenido de fuerza que a ella no le importó saber de dónde vino.

Ingresó al lugar, y tras el primer paso en el interior un fuerte olor llegó a sus fosas nasales.

En la sala de estar todo se encontraba desordenado. La mesita donde su abuela solía dejar su canasta con lana para sus tiempo de manualidades estaba destrozada y junto a sus restos había manchas de sangre, y no precisamente secas. El terror comenzó a burbujear en su sangre como una ola de presión a punto de explotar.

Siguió caminando, y con cada paso sentía que su cuerpo se volvía de plomo.

Aún no había visto nada contundente, pero las lágrimas ya caían por sus mejillas.

Un olor a sangre más fuerte la golpeo al llegar al pasillo que conectaba la cocina con el armario de limpieza, gotas de ese líquido escarlata formaban un camino hasta la entrada de la cocina en donde por donde quiera que mirara había sangre, y al igual que en la sala de estar todo estaba revolcado.

Cubrió su boca en un intento fallido por ahogar su grito horrorizado, pero fue imposible.

Recostado contra la refrigeradora su abuelo con múltiples heridas mortales en su pecho yacía sobre un enorme charco de sangre. Sus ojos abiertos en una congelada expresión de pánico.

No se atrevió a acercarse a cerrar aquellos ojos que de niña siempre la vieron con severidad, por lo que, sabiendo que eso no era lo único que vería ahí decidió volver a las escaleras en donde vio más manchas rojizas.

Las náuseas junto a un terrible mareo se habían apoderado de ella provocando que le fuese más difícil caminar.

La puerta de la habitación principal se encontraba abierta, y al entrar no pudo contener más su malestar, cayó sobre sus rodillas y vomitó el prácticamente nulo contenido de su estómago ya que ese día apenas había ingerido una manzana.

Una silla acomodada en el centro de la habitación. Su abuela sentada en esta, amarrada de pies y manos.

Había sangre por todo lado, en el suelo, en la puerta, debajo de la silla, y sobre todo, en su abuela. Una enorme cortada que asemejaba a una sonrisa estaba a la vista en el cuello de su abuela, su pecho completamente manchado, le habían cortado parte de su oreja derecha, sus brazos tenían largos cortes, y lo que lo volvía más traumante, otra sonrisa formada con algún objeto filoso en el rostro de ella realmente lucía como si su abuela estuviese sonriendo.

Cuando sintió que ya no podría vomitar nada más con gran esfuerzo se puso de pie mientras apoyaba las manos sobre sus rodillas.

Tenía que ser una pesadilla. No podía… no podía ser verdad.

De niña llegó a pensar que si sus abuelos ya no estuvieran ella podría estar tranquila sin vivir siendo constantemente criticada y sobre exigida, incluso en la última visita, cuando pensó que ellos la ayudarían llegó a pensar que era mejor darlos por muertos ya que en su vida nunca sería aceptada de buena gana.

Pero eran solo pensamientos inmaduros e impulsivos. Jamás llegó a pensar en… hacer algo así.

La sonrisa permanente de su abuela la atormentaría siempre.

Ahora ya no le quedaba absolutamente nada.

— Veo que llegaste.

Por instinto se dio la vuelta a la vez que retrocedía un paso. Su mirada viajó por el cuerpo de Taichi, hasta detenerse en sus ojos.

Su ropa salpicada al igual que su rostro, y sus manos… llenas de sangre seca.

— ¿Por qué…? — Susurró conteniendo el pánico y el enojo — ¿Por qué hiciste esto, Taichi?

El moreno observó por sobre el hombro de Mimi al cuerpo desangrado a sus espaldas — Lo hice por ti.

— ¿Por mí? ¿De qué diablos estás hablando? — Le costaba no gritarle maldiciones a sus anchas.

— Esas personas siempre te despreciaron. Ellos no necesitan sus oídos si nunca escucharon a su nieta. No necesitan su rostro y labios, si nunca sonrieron con amor a su nieta…

— Incluso si eso es cierto…— Negó con desesperación. El llanto volvió a filtrarse en sus palabras — No era necesario nada de esto…. ¿Por-por qué…? ¿POR QUÉ DEMONIOS HACER TODO ESTO?

Taichi no se inmuto por los gritos, y avanzó hasta estar frente a frente con la oji miel, estiro su mano y con ella delineo el labio inferior de Mimi, haciendo que este quedara levemente manchado con la sangre que aún no se secaba — Te dije que estaba loco por ti… y no hablaba en sentido figurado.

Se quedaron mirándose fijamente, abajo escucharon la puerta de entrada siendo abierta con brusquedad y pasos fuertes sobre la escalera hacia la segunda planta.

Segundos después varios brazos sujetaron a Taichi, un oficial lo esposó.

Y él sonrió — Al menos la abuela se ve feliz.

Eso bastó para que Mimi perdiera el poco control que le quedaba.

— ¡ERES UN MALDITO BASTARDO! ¡UN MONSTRUO AL IGUAL QUE TU PADRE! — Del moreno salían carcajadas sin remordimiento alguno mientras era arrastrado — ¡ESPERO QUE TE PUDRAS EN EL INFIERNO, YAGAMI!

Siguió gritando por varios minutos, inclusive cuando supo que él ya había sido sacado de ahí, gritó hasta que tosió sangre y se deslizó hasta estar sentada contra la pared, y ahí notó que, en la pared de enfrente había algo escrito con el nauseabundo líquido carmesí.

Je ne regrette rien

No me arrepiento de nada…

Fin de la primera parte