II – Una visita inesperada.
¿Cómo?
¿Cómo había llegado a esa situación?
¿Cómo había podido pasar de ser uno de los mejores asesinos de Japón a ser un crío de siete años?
Estas preguntas pasaban una y otra vez en la fría mente de aquel nuevo estudiante, ignorando por completo la lección que daba la profesora. Intentaba evitar las miradas de sus compañeros, que le miraban con curiosidad ante su físico.
Y aunque mostraba tranquilidad y pasotismo, su cuerpo estaba inundado de odio. Se sentía humillado por tener que vivir aquello, además de que no podía evitar recordar lo que había sucedido varios días atrás: cuando se despertó entre las sábanas de aquel hotel, totalmente desorientado y horrorizado al ver como su esbelto cuerpo criminal se había encogido.
Como respuesta solo obtuvo una pequeña nota sobre la mesita de noche, con una dirección juntamente con ropa de su nueva talla, después de aquello vino la llamada de uno de sus teléfonos móviles.
–Vaya… –la voz de Vermouth parecía demostrar diversión –. ¿Ya te has despertado?
–¿¡Qué diablos me has hecho?! –gritó, aunque su voz ya no intimidaba demasiado.
–Me preguntabas donde estaba Sherry y yo te voy a contestar, si vas a esa dirección que te he escrito la hallarás –rió, de fondo se escuchaba el motor de un coche que conducía a gran velocidad –, me debes una Gin.
–Lo único que te debo es una muerte lenta… –gruñó, tirando violentamente todo lo que encontraba a su alrededor –. Te juró que te mataré Vermouth, ¡Cómo te vea te mataré sin pensármelo dos veces!
–Uh… ¿y cómo lo vas a hacer? –sabía perfectamente que lo iba a tener muy difícil en ese nuevo estado –. Según todos estás en una de tus misiones, si llamas no creerán que seas tú y si te acercas a la Organización te matarán sin pensarlo –rió divertida.
Gin no contestó, en verdad, esa maldita mujer tenía toda la razón.
–Venga, no te estreses tanto –seguía con la conversación al ver que Gin no contestaba –. Te he pagado más días de hotel y la matrícula de tu nueva misión, para que busques a tu querida gatita… si la encuentras todo se solucionará.
–Estás muerta Vermouth.
Ella rió por última vez, antes de colgar la llamada para dar así como finalizada la conversación. Gin, sin controlar su furia, destrozó el móvil al estamparlo contra la pared de la habitación.
–¿Estás… nervioso? –preguntó una dulce voz, Gin volvió en sí y miró a la joven que se hallaba a su lado.
–¿Por qué tendría que estarlo? –pero como respuesta vio como en sus manos tenía uno de sus lápices partido limpiamente en dos, bueno, al menos así se había quitado el odio y el estrés de encima. Sin ganas de seguir con la charla se levantó y empujó a la niña, la única salida que tenía era encontrar a la traidora de Sherry en ese estúpido edificio.
–¿Qué le pasa a ese? –preguntó Genta de muy mal humor al ver como había empujado a Ayumi sin ningún miramiento y se iba de clase.
–No te preocupes Genta –sacó la lengua –, solo es que está muy nervioso, si no recuerda como estaba Haibara en su día.
–Comparado con él, Haibara estaba de mucho mejor humor –Mitsuhiko metía todos los libros en su mochila para poder salir con sus compañeros –, ¿Al final vamos a verla, no? ¿Conan? –esto último fue al ver como el chico miraba aún la puerta.
–Sí, sí…
¿Por qué tenía esa extraña sensación de peligro en el cuerpo?
–Pareces preocupado…
–Tranquilo –imitó una falsa sonrisa bajo las miradas de preocupación del grupo, aunque estaban en la razón –. Vayamos a verla.
Al salir, entre las risas y gritos de sus amigos, no pudo evitar observar como un cuervo volaba elegantemente, acomodándose con dignidad en una de las ventanas del parvulario. Observándoles atentamente con sus negros y penetrantes ojos, era una señal, una señal que avisaba que aquel lugar ya no era seguro para ninguno de los dos…
–¡Ey, vamos ya Conan!
–¡Que te quedas atrás!
-¡Voy! –corrió hacia ellos –, ¡perdonar!
Abrieron sus pequeños paraguas al notar como la fina y fría lluvia les mojaba el ropaje, recibiéndolos nuevamente en ese extraño día que, finalizaría, visitando a una Ai Haibara que les abriría la puerta con mejor aspecto en el rostro.
Cuando quiso darse cuenta ya era de noche y los demás ya se habían marchado a sus respectivos hogares. No sabía el porqué, la razón por la que el pequeño detective no quería marcharse de allí, dejando a la científica sola.
Instintivamente miró hacia la ventana que tenía enfrente, pudiendo así mirar su antiguo hogar. Ahora se encontraba Akai disfrazado con su nuevo alias: Okiya Subaru. Cumpliendo su misión de proteger a Sherry, la traidora que tanto anhelaba encontrar la Organización.
–¿No te vas?
Conan observó a su compañera, volviendo a la realidad. Esperaba la respuesta, cogiendo las pequeñas tazas de té y los platos sucios de la pequeña mesa para llevarlos a la cocina. Se alejó de él, dignamente como ella solo sabía hacer, el sonido del agua del grifo hizo que el joven detective se dirigiera a su localización.
–¿Qué te preocupa?
El pequeño levantó la mirada, observándola: ésta tosía con debilidad tras aquella mascarilla para no pasar la infección vírica a los demás. Limpiaba con tranquilidad cada pieza de aquella porcelana.
–Nada.
–Entonces vete.
–¿Dónde está Agasa?
Haibara cerró el grifo para empezar a secar la vajilla con un trapo, mirando por el rabillo del ojo el insólito comportamiento de Conan. Odiaba cuando éste se ponía así, cuando quería era como un libro abierto, sabiendo así cuando las cosas iban mal o algo extraño estaba ocurriendo en su alrededor.
–Está visitando a un viejo amigo, vendrá más tarde.
–Vaya, entonces me quedaré hasta que llegue.
Estaba en lo cierto, algo pasaba
No quería que se quedara sola…
–¿Qué te ocurre Kudo? ¿Qué ha pasado en la escuela mientras yo no estaba?
Conan alzó los hombros, sin importancia, conectando su mirada con la cansada por la enfermedad de ésta. Percibía rastros de preocupación en sus fríos e inexpresivos ojos azules que compartía con otros miembros de la Organización.
–Nada, solo vino un nuevo alumno.
–Crees que… –su voz mostraba terror solo con la idea –, está relacionado con…
–No, no lo creo, es de nuestra edad.
La pequeña científica suspiró, aliviada, esbozando una leve sonrisa para volver a la tarea. Sí, era imposible que fuera algo relacionado con aquella oscura Organización. Nunca reclutaban a niños y aunque ella fuera la excepción no empezó a trabajar bajo su alias, Sherry, hasta los trece años de edad.
–Se llama Jin Kurosawa.
Crash.
Uno de los platos se resbaló de las manos de la científica partiéndose en pedazos al chocar contra el suelo, cerca de sus pies. Torpemente se agachó para recoger lo poco que quedaba de aquella pieza, Conan le imitó.
–¿Estás temblando?
–¿C-cómo has dicho que se llama?
–Jin Kurosawa.
Ese nombre… la memoria de Haibara recordó la Isla de Bikuni, la lista de visitas que dejó Gin sobre sus finas manos cuando tenía 16 años. Sí, pondría las manos en el fuego: ese era el nombre que él utilizó, era imposible olvidar aquel viaje.*
Pero, era imposible.
¿Gin se había tomado una Apoptixina?
Imposible, estaba catalogada como una droga mortal.
La pequeña científica se mordió el labio aún en sus pensamientos.
–¿Lo conoces?
Haibara esbozó una sonrisa, cuando ella quería mostraba una perfecta expresión infantil.
–No, no lo conozco.
NOTA DE LA AUTORA: (*) Para saber más, capítulos 9-10-11 del fic: Los días en la Organización: El error de Sherry.
¡Muchas gracias por estar un día más aquí! ¡Espero que os haya gustado el episodio de hoy!
Mi método siempre será el mismo, cada 3 días tendréis un capitulo nuevo :)