Dragon Ball © Akira Toriyama
Imagen 310 —Kuri Cousin
Puerta al paraíso
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Desde la ventana observó el bulto debajo de las sábanas. La abrió y ya adentro se acercó con lentitud, temiendo despertarla por si dormía. Estando a los pies de la cama, pudo apreciar su corto cabello despeinado sobre la almohada. Tapada hasta el cuello, su respiración sonaba acompasada y profunda.
Añoraba acostarse sobre esa cama, tenerla cerca. No sabía realmente si tenía algo que perder, después de todo, a él ya no le quedaba nada. ¿Qué importaba, entonces, si se metía debajo de esas sábanas y rodeaba su cintura con un brazo? Ceder a sus impulsos, por ella, no era algo nuevo realmente, pero sus intenciones no eran las de antaño. Se conformaba con simplemente dormir, ahí a su lado, sin ninguna clase de pretención, sin avergonzarse. No era que no la deseara, su cuerpo había sido una especie de templo, más que un escape de la realidad. Pero se sentía cansado, lo cual era extraño pues hace tiempo no entrenaba, y sentía la necesidad de algo de cobijo.
Lujuria y pasión ya habían tenido, ahora su ser anhelaba algo distinto, algo más simple pero nuevo. Deshacerse de la indiferencia que se había interpuesto entre ellos, bajar la barrera del orgullo al menos por una noche. Lo necesitaba, quería sentirse tranquilo, menos vacío. Quería sentir calidez dentro de sí, ya que solo una vez la había sentido y había sido con ella. Tal vez necesitaba dejarse abrazar.
Con cuidado levantó hasta su altura la sábana que la cubría, miró con detenimiento su cuerpo; ese que no había tocado en mucho tiempo. Seguía tan esbelta como antes de ser madre. Pensó seriamente en acurrucarse junto a ella, si lo hacía despacio probablemente no se despertaría, domirían tranquilos y él se iría antes del amancer sin tener que explicar nada. Pero no se movió, se dedicó a apreciarla en su inconsciencia. Porque estaba viendo a una humana, a una mujer, a la madre de su hijo, a su droga alucinógena. Sin embargo, podría estar también viendo a un pedazo de paraíso.
Sus ojos azules brillaron en la semioscuridad; había despertado al sentirse observada. Lo vio ahí parado sin entender realmente nada, ¿qué hacía ahí? Mas no dijo nada, y el silencio se los comió. Lo vio arrastrarse hasta su lado, apoyando la cabeza en la almohada y tapándolos a ambos. Ella se quedó inmóvil, y él cerró los ojos.