Hola Minna-san aqui yo nuevamente con mis adaptaciones, esta ves de una Novela, muy buena. seguiré el libro hasta cierto punto, pues no quiero que ustedes queden como mi mejor amiga y yo cuando leímos esta historia la primera vez. Pues aunque la novela es muy buena a mi parecer hubo unas cosas que no quedaron sin responder y hay es donde entrara mi sexy imaginación xD Ok no , pero espero esta historia sea de su agrado y como siempre nos leemos abajo :)
Disclaimer: Los personajes de esta Historia no me pertenecen son del ahora odiado por mucho Tite Kubo, la historia tampoco me pertenece es de la increíble escritora Maureen Child, yo solo los tomo prestados.
Capítulo Uno
—Maldita sea, Momo, contesta el teléfono —gruñó una voz profunda en el contestador antes de colgar.
Momo Hinamori hizo una mueca. Llevaba dos meses esquivando las llamadas de Toshiro Hitsugaya y él seguía insistiendo. No porque fuera un acosador ni nada de eso, no; estaba casi segura de que era sólo un hombre airado que buscaba una explicación a por qué había rehusado ella sus llamadas desde la única noche increíblemente sexual que habían pasado juntos.
La razón era sencilla, por supuesto. No había encontrado el modo de decirle que estaba embarazada.
— ¡Vaya! —Rukia Kuchiki, compañera de piso y mejor amiga de Momo, salió de su cuarto—. Parece muy cabreado.
—Lo sé —suspiró Momo, que podía incluso admitir que Toshiro tenía derecho a estar enfadado. Ella también lo habría estado en su lugar.
Rukia se acercó a ella y la abrazó un instante.
—Tienes que decirle lo del niño.
Momo se sentó en la silla más cercana y miró a su amiga.
—¿Y cómo voy a hacer eso?
—Sólo tienes que decírselo y punto —Rukia se sentó, con lo que las dos amigas quedaron al mismo nivel o parecido, pues Momo era, de un metro cincuenta y uno y Rukia medía un metro cuarenta y cuatro, tenía cuerpo de modelo, cabello negro, hermosos violetas y un corazón muy leal.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —murmuró Momo.
—No puedes esperar eternamente. Antes o después, tendrás que presentarte ante él.
—Lo sé. Pero la noche que pasamos juntos fue una aberración. Todo sucedió tan deprisa que no tuve tiempo de pensar y, cuando quise darme cuenta, ya estaba hecho y Toshiro me decía que no le interesaba nada más que una relación sexual mutuamente satisfactoria.
—Idiota —comentó Rukia.
—Gracias —sonrió Momo—. Y, como te puedes imaginar, aquello parecía el final. El buscaba sexo sin complicaciones y yo buscaba algo más.
—Pues claro que sí.
Momo apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y miró al techo.
—Ahora todo es diferente y no sé qué hacer.
—Sí lo sabes, pero no quieres hacerlo.
—Supongo —Momo respiró hondo—. Él merece saber lo del niño.
—Sí.
—Bien. Se lo diré mañana.
Una vez tomada la decisión, Momo empezó a sentirse mejor. Después de todo, no pensaba pedirle a Toshiro que tomara parte en la vida del niño ni que le pasara una pensión. Tenía medios para criar a su hijo sola. Lo único que tenía que hacer era darle la noticia de que iba a ser padre e insistir en que no quería nada de él.
—¿Por qué me he obsesionado tanto con esto?
—Porque tú eres tú —sonrió Rukia, Dio una palmadita en la rodilla a su amiga—. Tú le das mil vueltas a todo; eres así.
—¡Vaya!, pues debo de ser una mujer muy aburrida.
Rukia se echó a reír.
—Tú piensas demasiado y yo actúo demasiado por impulso. Todos tenemos que llevar nuestra cruz.
—Cierto. Y es hora de cargar con otra —Momo se levantó y tiró hacia abajo del dobladillo de su blusa blanca de lino—. Tengo que ir a la reunión de vecinos.
—¡Qué suerte la tuya!
—Me gustaría que me acompañaras.
—No, gracias. Tengo que cenar con un amigo y espero divertirme mucho más que tú esta noche. Personalmente, me alegro de ser sólo tu inquilina y no tener que ir. Me aburriría como una ostra en diez minutos.
—En cinco —suspiró Momo.
Momo miró su reloj de oro y apenas consiguió reprimir un bostezo. La reunión de vecinos de los apartamentos Vivian Vannick-Smythe no había empezado aún y ya tenía ganas de irse.
Sentía el estómago lleno de nudos. A pesar de su conversación con Rukia, estaba tan tensa como antes. Casi no recordaba lo que era sentirse tranquila.
Aquel asunto con Toshiro se había prolongado más de la cuenta. Tendría que afrontarlo y decirle la verdad. Al día siguiente lo llamaría, fijaría un encuentro y le soltaría la bomba. Luego, una vez cumplido su deber, podría volver a su vida segura sabiendo que el hombre que tan empeñado estaba en rehuir vínculos emocionales no volvería a molestarla.
—Pareces aburrida —dijo una voz suave de mujer a su lado.
Momo sonrió a Nelliel Tu Odelschwanck. Los ojos verdes de ésta estaban ocultos detrás de unas gafas demasiado prácticas y su cabello Verde largo iba recogido en una coleta alta en la nuca. Vestía vaqueros, una camiseta y sandalias que mostraban uñas con
restos de esmalte rojo. Nelliel habitaba y cuidaba el piso 12B en ausencia de su dueño, pero también era una diseñadora gráfica de talento, aunque desempleada en ese momento, y una buena amiga.
—Aburrida no —murmuró Momo—, sólo distraída.
No era fácil fijar la atención en lo que ocurría en el bloque de pisos cuando estaba centrada en algo mucho más profundo y personal.
—¿Algo con lo que yo pueda ayudar? —preguntó Nelliel.
—No. Pero gracias. ¿Algo nuevo en tu caso?
—Trabajando. O intentándolo —gruñó Nelliel.
Momo sonrió comprensiva.
—¿Te siguen molestando las chicas de Grimmjow ?
Nelliel puso los ojos en blanco y se colocó las gafas encima de la cabeza.
—Es una pesadilla. Grimmjow Jaegerjaquez debe de pasar cada minuto del día ligando, porque delante de mi puerta pasan mujeres a todas horas.
Grimmjow tenía fama de playboy y se rumoreaba que tenía una mujer nueva un día sí y otro también. Y esas mujeres siempre aparecían por el 721 de Park Avenue.
—Juro que esas mujeres no tienen ni pizca de cerebro —susurró Nelliel—. Siempre llaman a mi puerta en vez de a la suya. ¿Es que no saben distinguir el 12B del 12C? ¿Jaegerjaquez no sale con mujeres que sepan leer?
Momo sonrió a su amiga y se dispuso a prestar atención a la reunión. Estaban en el 12A, el piso de Vannick-Smythe, donde, como siempre, no conseguía encontrar nada de buen gusto. Todo estaba atestado hasta resultar caótico. Era tan hortera que a Momo le dolían los ojos sólo con mirar. Todo era caro, pero resultaba imposible sentirse cómoda allí. Lo cual probablemente fuera algo bueno, pues así duraban menos las reuniones.
En ese momento, Vivian Liltotto Lamperd, la presidenta de la comunidad de vecinos porque nadie más quería el puesto, dio unas palmadas para llamar la atención de todos. Liltotto, de sesenta y pocos años, abusaba del botox, lo que daba como resultado que su rostro delgado fuera casi inexpresivo. Sólo sus fríos ojos amarillos mostraban vida. Era muy delgada, vestía ropa clásica y estilosa, llevaba el cabello rubio corto y tenía el porte de un militar.
Por suerte, ese día había encerrado a Glutton y Neiman, sus dos pequeños shih tzus, en el dormitorio, aunque la pesada puerta que separaba a los chuchos de la reunión no conseguía ahogar completamente sus ladridos.
—He pensado que, antes de empezar la reunión, deberíamos tener un minuto de silencio por Orihime Inoue—dijo Liltotto —. Yo no la conocía mucho, pero fue, aunque brevemente, una de nosotros.
Todos guardaron silencio obedientes y Momo pensó en la joven que había muerto la semana anterior. Sólo conocía a Orihime de vista, pero su caída desde el tejado le había causado una honda impresión.
Bambietta Basterbine, una mujer de cabellera violeta, fue la primera en romper el silencio.
—¿Tenemos información sobre qué le ocurrió exactamente? —preguntó.
—Buena pregunta —la apoyó Nanao Ise —. Yo oí que algunos periodistas decían que la policía cree que pudieron empujarla.
—Eso es pura especulación —le aseguró Liltotto
—¿Han encontrado una nota de suicidio? —preguntó Nelliel
—No que yo sepa —repuso la anfítriona—. La policía no se muestra muy comunicativa. Pero estoy segura de que no tenemos de qué preocuparnos y pronto se dejará de hablar de esta tragedia en las noticias.
Momo pensó que seguramente sería así. En unos días más, los periodistas se marcharían a otro sitio y todo volvería a ser como antes.
Aunque no para ella.
—Tengo que anunciar un par de cosas —declaró Liltotto —. Lamento decirles que el senador Suzuki y su esposa se han mudado. No sé adónde exactamente, pero creo que siguen en la ciudad. Su piso está a la venta.
Hubo murmullos de conversaciones y Momo pasó la mirada por los congregados. Hisagi Shuuhei estaba sentado solo, lo cual no tenía nada de sorprendente. Era un hombre alto y apuesto que casi nunca asistía a las reuniones y, cuando lo hacía, permanecía al margen.
Kyoraku Shunsui, el esposo de Nanao, estaba sentado al lado de su mujer, pero su expresión mostraba claramente que no le gustaba estar allí. Nanao también se mostraba rígida, y su lenguaje corporal daba a entender que habría preferido estar en cualquier otra parte.
Bambietta golpeaba la alfombra con la punta del pie y hasta Nelleil, sentada al lado de Momo, empezaba a dar muestras de nerviosismo. Momo, por su parte, había sido educada por el suficiente número de niñeras como para saber que uno debía estarse quieto cuando quería moverse. Para saber cómo impedir que los sentimientos se leyeran en el rostro. Para saber cómo guardarlo todo dentro, donde nadie pudiera verlo.
—Sólo una cosa más —dijo Liltotto —. Estoy segura de que les encantará oír esto —esperó a que todos fijaran su atención en ella—. Me han informado de que nuestra casa, el 721 de Park Avenue, está en la lista de posibles edificios históricos. Creo que deberíamos dar una fiesta para celebrarlo.
Empezó a moverse por la habitación hablando con la gente e intentando suscitar entusiasmo por la celebración y Momo se acercó a la puerta. Nelliel se había escapado ya y ella la seguiría de cerca.
—Momo, querida.
La joven se detuvo y se volvió a saludar a Liltotto con una sonrisa en el rostro.
—Hola. La reunión ha ido muy bien.
—Sí, ¿verdad? —la presidenta intentó sonreír, pero su piel demasiado tensa no se lo permitió—. Perdona si me entrometo, querida, pero pareces preocupada. ¿Va todo bien?
Momo, sorprendida, tardó un momento en contestar.
—Gracias por preguntarlo —forzó una sonrisa que no sentía—, pero sí, estoy bien. Sólo algo cansada. Y la tragedia de Orihime Inoue nos tiene a todos un poco tensos.
—Oh, por supuesto —asintió Liltotto —. ¡Pobre mujer! No se me ocurre en qué podía estar pensando para saltar así desde el tejado.
—¿Entonces crees que fue un suicidio?
—Supongo que tú también — Liltotto la miró fijamente—. Cualquier otra cosa sería demasiado horrible. Si la hubieran empujado, podríamos haber sido uno de nosotros.
Momo no lo había pensado en esos términos, pero ahora que la semilla había sido plantada, se estremeció y lanzó otro vistazo a las personas que vivían en su bloque. Liltotto tenía razón. No podía imaginarse a ninguno como un asesino. Orihime seguramente había saltado. Lo cual era muy triste. ¡Qué horrible sentirse tan sola y desgraciada que la única solución fuera acabar con tu vida!
—Ahora te he entristecido —musitó Liltotto —. No era mi intención.
Era cierto, pero Momo no deseaba seguir hablando de aquello.
—En absoluto —sonrió—. Pero estoy cansada. Si me disculpas…
—Por supuesto — Liltotto miraba ya a otro de los presentes en la estancia—. Vete a casa.
Momo bajó corriendo los escalones hasta el ascensor. Cuando entró en él, miró la placa con los números de los pisos. Sabía que debía ir a su casa, pero Rukia había salido y no le apetecía estar sola oyendo el silencio. Apretó en un impulso el botón del bajo y se apoyó en la pared del ascensor.
Salió del ascensor con el pequeño bolso de diseño colgado al hombro y cruzó rápidamente el suelo de mármol. Una serie de alfombras orientales de colores brillantes suavizaban la fría esterilidad del mármol y apagaban el golpeteo de sus zapatos de tacón.
Las paredes del vestíbulo, pintadas de un azul apagado, estaban decoradas con cuadros caros y espejos de elegantes marcos dorados. El techo era alto y una araña enorme de cristal colgaba en el centro, casi directamente encima del escritorio ancho de caoba del conserje. Las puertas del 721 eran de cristal pesado, enmarcadas de caoba brillante, y permitían a la gente que pasaba por la acera echar un vistazo al estilo de vida elegante de los que habitaban allí. Momo siempre había tenido la sensación de que los demás vecinos y ella eran como los ejemplares de un zoo. Ellos permanecían en su jaula dorada y la gente se paraba a mirar un estilo de vida muy distinto al suyo.
—Hola, Kira —saludó al conserje, que había salido de detrás del escritorio y corría a abrirle la puerta.
Iduru Kira medía alrededor de un metro setenta y era levemente cargado de hombros, rubio, con ojos azules y modales obsequiosos.
—Hola, señorita Hinamori. Encantado de verla, como siempre.
Momo esperó a que le abriera la puerta. Habría sido más fácil hacerlo ella misma, pero Kira era muy concienzudo con sus deberes.
—Gracias.
Salió a la calle atestada. Las noches de verano en Nueva York eran calientes y pegajosas y aquélla no era una excepción. Vibraba el tráfico, aullaban los cláxones y un taxista iracundo gritaba a los peatones que no hacían caso del semáforo y cruzaban la calle delante de él. Soplaba una ligera brisa, que transportaba el aroma a perritos calientes del puesto de la esquina.
Momo sonrió y echó a andar. Después del rato que había pasado sentada, era un placer estar fuera, ser parte del bullicio de la ciudad. Estaba sola pero formaba parte de la multitud. Y había algo de consuelo en eso. Allí era sólo un cuerpo más que caminaba deprisa por la acera. Allí nadie esperaba nada de ella. Nadie la observaba. Nadie le prestaba atención siempre que continuara andando y no interrumpiera el flujo de gente.
No tenía que ir lejos, sólo hasta el Park Café, en la esquina. La mayoría de los habitantes del 721 consideraban el pequeño café como una prolongación del edificio.
No obstante, esa noche Momo no quería encontrarse con ningún conocido. No le apetecía charlar, pero tampoco quería regresar a su casa para estar sola. Entró en el café, donde la recibió una mezcla de olores a canela, chocolate y café. El siseo de la máquina de café ponía el contrapunto a las conversaciones y las risas.
Había sillones grandes, sofás y mesitas bajas. Del lecho colgaban macetas de cobre con helechos y una música suave de jazz salía de los altavoces. Momo pidió un descafeinado y un bollo y se instaló en un sillón en uno de los rincones, donde intentó pasar desapercibida.
El piso de Toshiro Hitsugaya estaba cerca del Park Café y solía ir allí al menos una vez al día. De hecho, allí era donde había conocido a Momo Hinamori, la mujer que lo volvía loco en ese momento.
Recordaba claramente la primera vez que la había visto. Estaba muy elegante, sentada sola en un sillón del rincón, mirando las idas y venidas de los demás clientes como si estuviera en un palco de un teatro de Broadway. El cabello negro le colgaba suelto hasta los hombros y sus grandes ojos marrones se habían posado en él en cuanto entró por la puerta.
Toshiro había sentido aquella mirada hasta los huesos y algo lo había impulsado a acercarse a ella, algo que no habría hecho en circunstancias normales, pues no buscaba el tipo de relación que una mujer como ella sin duda quería y necesitaba.
Se habían conocido, hablado, tocado y acabado en la cama en lo que fue una noche como ninguna otra. Sólo el recuerdo del cuerpo de ella moviéndose bajo el suyo y la seda suave de su piel bastaban para excitarlo.
Lo cual sólo servía para alimentar la rabia que hervía bajo su aparente calma. ¿Por qué ella no contestaba a sus llamadas? ¿Y por qué narices él se portaba como si fuera un adolescente enamorado?
Tomó su café solo y se volvió para marcharse. Entonces lo sintió. El poder de la mirada de ella. Igual que la primera vez dos meses atrás.
Posó la vista en el rincón más alejado y la encontró allí, entre las sombras. Otra vez.
Y esa vez no iba a permitir que escapara tan fácilmente.
chan chan chan xDD ok no, bueno espero de verdad les guste, lancen sus piedras y sus reviews, alguna duda o sugerencia pueden dejarla en los comentarios bye bye